022 | #ARDES


El día transcurre en el hospital con importantes sobresaltos ya que el Sector Quemados y las salas de urgencia empiezan a atestarse de obreros accidentados; el motivo es que explotaron garrafas de una fábrica que queda a poco más de medio kilómetro del hospital.

Si de algo se caracterizan los servicios de salud es que carecen de personal y ante situaciones así, eso queda en evidencia. Los obreros con heridas menores (he visto a uno con una pierna chamuscada pero como no la perderá aparentemente, es enviado al grupo de "heridos menores") los delegan a servicios de salud de zonas próximas.

Los hechos obligan a que terminemos una hora más tarde nuestros turnos. La doctora Amber, mi nueva asesora de residencia y la encargada de evaluarme, me cruza en uno de los pasillos justo antes de que entre a quitarme un poco de olor a carne podrida a una de las duchas del personal femenino en el hospital.

Cuando me encuentra, ella sale y yo estoy entrando con la chaqueta sudada del hospital y una toalla al hombro. En general si podemos evitar usar las duchas de este lugar lo hacemos, pero en días como hoy que terminamos tan exhaustos, un poco de agua caliente es lo más agradable que nos podría suceder.

—¡Natalie Hale! Qué bueno encontrarte.

Cuando la escucho hablar, caigo en la cuenta de que ya nos conocemos. Ha dado clases en la universidad. Siempre envidié su cabello rojo, su piel pálida y los grandes ojos negros que contrastan como si fuese la mala de una peli de terror. No es tan grande. Tendrá unos cinco o seis años más que Jefferson pero a diferencia de él, ella recién a partir de este último semestre ha asumido el cargo de jefa del servicio de residentes en la división de Traumatología.

—Profesora, lo mismo digo—saludo sin saber qué clase de cordialidad aplicarle.

—Llámame Amber o simplemente doctora. Aquí no somos tus docentes sino unos "guías" para que culmines satisfactoriamente tu carrera. Disculpa que no te haya llamado antes pero he estado demasiado atareada. Yendo al punto ¿supongo que ya te informaron lo del cambio de tutorías?

—En efecto, el comité del Departamento de Asuntos Internos ya me comentó de la iniciativa.

—Excelente, me ahorraste tener que explicarte las razones que demasiado bien no conozco. Sólo me dijeron que desde esta semana yo sería tu nueva tutora. Cuánto queda, ¿medio semestre para que las concluyas? Tendré que pedir tus informes a tu anterior tutora. ¿Quién fue? ¿La doctora Rave?

—Ni...Jefferson. El doctor Jefferson.

Ella parpadea evidenciando sorpresa.

—Vaya. ¿Y qué produjo esa...ruptura?

—Desde el departamento consideraron adecuado un cambio—contesto sin tener que dar demasiadas explicaciones, pero a la vez en busca de no ser descortés. No sería muy ávido de mi parte repetir la historia.

—Oh, bien. Entonces... Le escribiré a Nickolas, descuida.

¿Cómo que Nickolas a secas?

—El doctor—acentúo la palabra como si corrigiese el modo en que se ha dirigido a mi ¿jefe?—. Él va a ponerla al tanto de mis evaluaciones y asistencias.

Recuerdo en la pésima relación que llevábamos Nick y yo hasta hace pocas semanas; claro, hasta que tuvo que echarme porque me encontré a Kaneki, hicimos un trato y todo se fue al diablo.

—Claro que sí. Bueno, Natalie, nos vemos pronto. Enseguida le envío un mensaje a Nick.

¿Nick?

¿Un mensaje?

¿Quién carajos eres tú en la vida de mi...? Ya no sé qué es en mi vida.


Llego demasiado tarde al laboratorio y Jefferson ya se ha marchado del hospital. Capto que me ha dejado una nota pegada junto al crioconservador.

ME HE PASADO POR EL LABORATORIO SÓLO A FIN DE VER SI TE ENCONTRABA.

HAS TENIDO EL MÓVIL APAGADO.

REVISA TU WPP.

Debo admitir que esas palabras me dejan asombrada y caigo en la cuenta de que las obligaciones del día de hoy, han hecho que apenas haya mirado cada tanto la pantalla. Lo saco como si fuese una desesperada adicta tecnológica pero no se enciende.

Vamos, vamos, vamos. Intento varias veces sin lograr una respuesta favorable. ¿Cómo puede pasar esto ahora? Se ha quedado sin batería. Debería haber estado alerta cuando se calentaba al enchufarlo.

Aún le queda un poco de vida antes de que perezca definitivamente.

Me despido de los embriones, los guardo y salgo corriendo del laboratorio. Procuro dejar todo con las medidas de seguridad según aquello en lo que Serge suele insistir.

Busco a mis compañeros de residencia, pero la mayoría ya se van. Voy hasta la sala de otros residentes: al abrir la puerta en la de Neonatología, me choco de frente con Beatrice Lange.

Ella retrocede y se queda mirándome con sus grandes ojos oscuros como si le hubiese hecho algo demasiado grave.

—¿Qué carajos te pasa?

—¿Tienes algo que sirva para cargar el móvil?—le pregunto con descaro.

Ella me mira de arriba abajo como si estuviese viendo una especie de espécimen raro.

—¿Disculpa? Me llevas por delante como una desquiciada luego de un día asquerosamente agotador y vienes a pedirme prestado un cargador.

—Sí—me encojo de hombros—. ¿Tienes? Es urgente sino no lo estaría haciendo.

—Claro que tengo cargador.

Mis ojos se iluminan.

—Pero no te lo voy a prestar.

Mi corazón cae al suelo y la zorra se va.

Dentro de la sala de Neonatología no hay alumnos. Pero escucho ruidos dentro de uno de los baños. Me quedo de pie esperando y sale un tipo arreglándose el cuello de la camisa.

—¿Tienes un carga...?—le pregunto.

Y me quedo helada.

Él también, luego de que le he dado un susto de muerte.

Es Ken.

—¿Qué...? Esto... No, Nat. Disculpa. No tengo.

Y sale.

Lleva la corbata en la mano.

Está tan asustado que parece haber visto a la parca misma.

De pronto pienso en Lange y le doy varias vueltas al asunto. ¿Acaso Bea y Ken...?




VEN.

NO HE PODIDO QUEDARME EN EL LABORATORIO, EL DÍA HA ESTADO DEMASIADO AGITADO.

AVÍSAME CUANDO ESTÉS POR SALIR Y TE PIDO UN TAXI.

He tenido que llegar hasta mi casa para poder ver el mensaje de Jefferson y ya van a ser las nueve de la noche. Mierda.

Me lo ha enviado a las siete.

Me pregunto si la propuesta seguirá en pie.

Le respondo que ya estoy por salir y que he pedido un taxi yo solita.

En efecto, hay un Uber en la puerta. Me lo tomo y le indico la dirección que Jefferson me ha adjuntado. No he podido hacerle demasiadas preguntas puesto que he aprovechado el tiempo que estuve en mi apartamento para darme una nueva ducha y ponerme ropa limpia.

¿Qué tienes ahí?

Le envío mi consulta en relación a la dirección que me envió y llega su respuesta en menos de treinta segundos.

Es la guarida del lobo.

Suena tentador. Pero no me gustan los hombres lobo (demasiado vello corporal).

¿Así que preferirías que el lobo se quite el poco vello corporal que tiene?

Si se trata del lobo que estoy pensando, déjalo como está. Así me parece lo suficientemente sexy.

—Señorita, ¿por acá?

El taxista sigue conduciendo y va más allá de las avenidas principales. Hemos entrado a lugares alejados y le sugiero que avance. Tenemos que llegar hasta el punto que Jefferson me ha indicado en el mapa. Pasamos uno de los bosques y cuando ya llevamos más de treinta minutos andando empiezo a preocuparme demasiado por la tarifa que cobrará en mi cuenta bancaria.

Hasta que logro discernir una casa. Es de techo a dos aguas, planta alta y planta baja, tejado bonito y no necesita patio delantero ya que tiene un montón de césped y árboles alrededor pero hay una especie de salones atrás, levantados de modo precario como si estuviesen por transportarse o ser cambiados. A más de dos kilómetros están las casas más cercanas según el Maps de mi celular. Si aquí es donde Jefferson vive, no tiene vecinos.

—Llegamos a destino—me anuncia el taxista y agradezco que no haya sido un depravado.

Finalmente salgo del auto y le escribo a Jefferson que estoy fuera. El lugar es bonito pero las ventanas vidriadas y espejadas, cámaras de seguridad en todas partes y puertas de hierro que le quitan cualquier aire hogareño al lugar. No me extraña, esto es demasiado Jefferson.

Acto seguido la puerta principal se abre y el doctor me recibe.

Sus ojos azules se ven radiantes. Tiene una enorme sonrisa en el rostro y lleva puesta una camiseta color rosa claro y pantalones deportivos holgados. Está descalzo. Se detiene sobre el tapete en la entrada cuando me dice:

—¿Te quedarás ahí? ¡Pasa!

Hago lo que me dice y con entusiasmo y alguna sensación que no alcanzo a descifrar bien, me meto a la casa. Él me recibe con un brazo rodeándome los hombros y regalándome un beso en la frente.

Pero me quedo anonadada observando el lugar.

La recepción es una habitación blanca con juegos de sillones del mismo color. Hay una mesa ratona a un costado y un pequeño mueble con libros de administración y negocios que deduzco al ver de refilón los lomos.

—¿Fue largo el viaje?—me pregunta mientras pasamos de la recepción y andamos por un pasillo. Las paredes tienen un decorado acolchado con capitones como el tapizado de los sofás donde las costuras se unen. Son grises de un tono casi plateado muy bonito pero excesivamente frío.

—Tanto que creí que el taxista me querría secuestrar—le contesto.

—Recuerda que la aplicación tiene información del chofer. Sería bueno que luego le des una buena puntuación.

—¿Tengo que agradecerle por no violarme?

—Es lo que pasa cuando estás tan buena.

Me guiña un ojo.

Su cumplido me hace sentir bien, pero no le agradeceré a ningún hombre el hecho de que no me haya matado.

Llegamos hasta una cocina de los mismos tonos grises y blancos. El refri es plateado y las alacenas también. Hay un desayunador y banquetas que dan la apariencia de bar, teoría que se afirma cuando me doy la vuelta y encuentro un juego de pool con las bolas y palos desparramados como si hace poco lo hubiesen utilizado.

—Definitivamente tienes gustos muy futuristas. Justo creí que eras un tipo enchapado a la antigua.

—Todos lo piensan—contesta mientras busca dos copas y saca una botella de vino de un minibar que hay pegado a las alacenas.

—¿Y sueles cocinar aquí o eres un aficionado por conservar todo como nuevo?—le pregunto buscando sonsacarle el tema de su foto de perfil de whatsapp donde tiene una selfie que no es precisamente en este lugar.

Pero es en una cocina.

¿Dónde? ¿Quizás antes vivía en otra parte? Pues, la fotografía se ve muy actual.

—¿Hace mucho que vives aquí?—le pregunto. Él me pasa una de las copas con vino y está fría. El minibar refrigera.

Huelo el vino y se me hace agua la boca al percibir el perfume frutal y dulce que expira.

—Nadie dijo que yo viviese aquí.

—¿Y a quién le estás usurpando la casa?

Intento llevarme la copa a los labios, aunque él me detiene. Se sienta al otro lado de la barra del desayunador y me indica que brindemos antes.

—¿Por qué?—pregunto.

—Porque ahora mismo estás presenciando uno de mis experimentos—me guiña un ojo y choca las copas.

Él bebe y lo observo con desconfianza.

Pruebo el vino rosado y es delicioso. Dulce como suelen gustarme las bebidas con alcohol. Le doy otro sorbo y lo dejo.

—¿De qué trata ese experimento?—insisto.

—Nadie dijo que te lo mostraría ahora. Sólo aclaro que llevarte a mi casa podría ser muy arriesgado, quién dice que alguien pueda verte. Así que preferí traerte a una de mis creaciones.

—¿Y dónde se supone que estamos?

—Es la empresa que el cotilla de Kaneki te comentó antes. Bah, una sede...principal.

Mi corazón da un vuelco.

¿Adónde carajos me ha traído?

Lo siento Nick Jefferson, pero ya sé que esa maldita compañía de limpieza es en verdad una máscara para burlar tus negocios con la pornografía.

La sala de estar.

El pool.

Las habitaciones desmontables que hay detrás.

Estamos en el jodido estudio de grabación de su productora pornográfica.

—¿Por qué me trajiste aquí?

—Está alejado, nadie te vería entrar...

—¿Tu empresa de limpieza es el mejor lugar?

Se termina su vino y se sirve otra copa. Me ofrece.

—Estimo que sí—conviene.

—¿Y para qué me trajiste? ¿Cuál es tu experimento?

—Antes de explicarte nada, quisiera que me acompañes a mi oficina.            

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Este capítulo está dedicado a las siguientes personas:

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(Participar es sólo opcional y puede ser con más de una imagen)

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Que empiece el juego.

L.

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