017 | #SEDUCIDA


Nickolas me obliga a retroceder producto de la presión de sus labios contra los míos y termina empujándome contra la pared del comedor de mi casa.

De camino, bajo la tapa de mi computadora y dejo que él se meta en la privacidad de mi vida como si yo misma no pudiese hacer nada al respecto. El vino suele tener sus efectos en mí, aunque a ciencia cierta, dos copas no son mucho. Los labios de Jefferson saben a una delicia sin igual.

Sus labios saborean los míos, el intenso aroma a cuero y tabaco de su piel y su perfume impregnan mi interior como si fuese un éxtasis adictivo. Su sabor a menta y alcohol contribuyen en tanto un combustible perfecto.

Acaricio su barba con mis labios, su mentón ancho, su quijada cuadrada. Hasta que se aparta y enreda sus dedos en mi cabello.

—Eres fascinante...—masculla mordisqueándome el labio inferior, con su frente imantada a la mía.

—Tú...

No se me ocurre un halago que esté por fuera de lo que los límites de la cordura me permiten coordinar así que me queda como opción decirle lo único que puedo pensar ahora más allá de su boca:

—Estás haciendo las cosas mal, Jefferson.

—No sé hacerlas de otro modo.

—Dime algo que no sepa.

—Que te deseo desde el primer día en que te vi.

Una red de mariposas es liberada en mi estómago y se extiende por todo mi cuerpo como si estuviesen cargadas de energía eléctrica.

—Yo...—me quedo helada.

Me muerde de nuevo el labio.

Cierro los ojos.

Sólo quiero decirle que lo detesto desde el primer día.

—Y por favor—me interrumpe—, cuando estemos solos, llámame Nick.

Vuelve a atraerme a él y dejo que mis manos se tomen el atrevimiento de meterse dentro de su saco. Acaricio con algo de timidez los músculos de su espalda marcándose debajo de la sedosa tela de su camisa. Recorro las costuras hasta llegar a los músculos que rodean sus omóplatos. Encuentro la línea media de su espalda y él comete el atrevimiento de bajar sus besos hasta mi mentón...mi cuello... Y la sensación que me produce su barba rozándome es fuego vivo.

Reacciono como si me hubiese dado la electricidad y no tengo más para retroceder que la pared. Aparto las manos de la espalda de Jefferson y las afirmo contra la pared descascarada de mi casa. Esto es lo menos atractivo que pudiera haber pero parece no importarle ahora mismo que ha de tener no sé cuánto vodka metido en la sangre.

Nick (o Jefferson, se siente tan raro no llamarle de ese modo) desciende con sus labios por mi cuello sensible y con la punta de su lengua logra hacerme desvanecer cada vez. Sus manos se aferran al borde de mi camiseta y cuando siento que está a punto de quitarla...

...se toma la modestia de arrancarla.

Abre la tela haciéndola jirones que son arrojados al suelo.

De pronto me quedo con mi delgado torso al desnudo y el aburrido corpiño blanco de siempre al descubierto. Debo comprarme ropa bonita, nunca he estado previendo una situación así. Cuándo iba yo a pensar que un día Nickolas Jefferson se fijaría en su alumna residente más sometida... No tiene que ser cierto. No puede ser. Ay.

Jefferson se agacha y sus manos se cierran contra mi diminuta cintura. Sus labios y su lengua saborean mi abdomen con besos delicados hasta llegar a la cintura de mi pantalón de jean.

Él me mira desde abajo y apuesto a que sólo descubre a una estupefacta estudiante delgaducha, agitadísima, subiendo y bajando el pecho al ritmo de una respiración extremadamente acelerada.

Pues, no estoy acostumbrada a este tipo de adrenalina.

—¿Puedo?—me pregunta desde ahí. Una de sus rodillas está contra el suelo.

—¿Desde cuándo pides permiso para algo?

—Tienes razón.

Y desabrocha el botón.

—Te queda excelente—murmura mordisqueando mis bragas color rosa. Suerte que llevo unas decentes, la mayoría de las veces no tengo problema en ponerme algunas rotas.

No sé por qué pero tengo la sensación de que aunque llevase un harapo puesto a modo de ropa interior, no le importaría en lo más mínimo.

—No diré gracias a eso—contesto—. Es la primera vez que me adulas y todo porque estoy desnuda. Eres un idiota.

—Gracias. Tú también me caes mal.

Y con dos dedos me baja las bragas.

Mis manos rasguñan la pared mientras mi respiración es poseída por una clase de endemoniada sensación.

Miro hacia arriba pero es como si no sintiese nada en absoluto.

Jefferson me penetra con su lengua y sus manos están cerradas contra mis glúteos.

Me siento delgada e impoluta frente a su enorme fuerza y firmeza para poder acariciarme, sostenerme, penetrarme. Sólo con su lengua. Nunca antes había sentido algo así, ni siquiera antes de ser virgen. Tampoco es que me haya parecido muy agradable el día que la perdí pero, podría decir que por primera vez, estoy disfrutando de que un hombre me haga sentir así y no me he preparado de ninguna manera para este momento, sin embargo todas las coincidencias hacen que esté lista para tenerlo aquí, en mi casa.

El único desastre es que soy demasiado delgada y pequeña lo cual parece no afectarle. Me sostiene con una posesión absoluta.

Hasta que todo mi mundo se tambalea y abro los ojos para ver qué diablos está haciendo.

Ahogo un gritito cuando me levanta sobre sus hombros y estoy a punto de caerme hacia adelante pero me sostiene. Una ventaja de estos apartamentos es que el techo está a menos de dos metros y medio pero me inclino quedando con una mano aferrada al cabello de él y la otra contra el techo.

—Estás... ¡ay!

Intento quejarme pero me detiene con un mordisco que me hace ver estrellas de placer.

Mi espalda se apoya contra la pared mientas mis piernas rodean el cuello de Nick. Sus besos son una especie de paraíso sin igual. Estoy alucinando ahora mismo... No. Todo es real. Todo es tan real.

Nick entra y sólo quiero dejarme ir ahora mismo...

Él se aparta.

—¿Qué haces?—murmuro casi en un reclamo porque ha sacado su lengua del lugar adecuado.

Me echa sobre un hombro y mi trasero queda sobre uno de sus hombros. Le doy una nalgada reclamándole que me baje.

—¿Dónde es tu habitación?—pregunta examinando el diminuto apartamento.

—Elije—le grito desde atrás—: Sólo tienes dos puertas, una del baño y la otra de mi cuarto. Adivina cuál puede ser.

—Arriesgaré—contesta él y me devuelve la nalgada mucho más fuerte. Por algún extraño motivo no me molesta sino que me deja fascinada, extasiada.

Él entra a mi cuarto y me pregunto si habré arreglado la cama antes de salir o tendré las sábanas limpias.

Nuevamente parece ser algo de nimia importancia en él, cuando me arroja de espaldas sobre la cama.

Una vez que Nick se aparta, me quita las zapatillas dejándome sólo en calcetines. Me ha desnudado mientras que él no se ha quitado una sola prenda y apenas me percato esto.

Él se aparta y se dirige a encender la luz; está demasiado oscuro.

...y no se enciende.

—Se quemó hace unas noches, debo cambiarla—señalo.

Ya he perdido la cuenta de hace cuántos días dejó de funcionar.

Él tuerce el gesto y se dirige hasta la ventana. Abre dejando los cristales y las cortinas a los lados. Entra el aire refrescante pero agradable de febrero provocándome un escalofrío. De pronto sólo quiero que él esté cerca de mí.

—Te ves muy indefensa—señala.

—Oh, gracias, ¿y a ti te gusta ver a las chicas en posición de indefensión?

Parece molestarle mi comentario ya que tuerce el gesto.

Acto seguido se quita el saco y lo arroja sobre una silla donde tengo una pila de ropa limpia sin doblar.

Con sus manos rodea mis hombros y se acerca hasta mí. La suave y fría tela de su corbata roza mi cuello al igual que su aliento caliente acariciando mi rostro cuando dice:

—Ya te he dicho que siempre hago las cosas mal.

—Creo que tenemos algo en común.

—¿Y eso es bueno?

—No te ilusiones, Nick.

Una lobuna sonrisa se marca en su rostro bañado por la luz de la luna que entra por la ventana y atrae su boca a la mía con un descolocado frenesí.

Rodeo su cintura con mis piernas mientras mis manos le desabotonan la camisa; decido no quitarle la corbata. Siempre he querido saber cómo se ve un hombre con ella puesta.

Le quito la camisa y cuando él se aparta para deshacerse de ella, me quedo embobada observando sus músculos y la corbata sobre sus pectorales. También cada uno de sus tatuajes. Uno de sus brazos está tatuado casi por completo y en su pectoral izquierdo lleva tatuada una cruz con una inscripción cruzándola. No alcanzo a leer ya que está oscuro pero mis dedos rozan la tinta sobre su piel. Nunca...imaginé que Nickolas Jefferson tendría tatuajes.

—¿Te gustan?—dice él.

—¿Qué significan?

—Demasiadas cosas.

—Es cierto. No quiero hablar ahora.

Enrosco mi mano en su corbata y lo atraigo hacia mí, deteniéndolo justo cuando su nariz queda rozando la mía.

—En algún momento tendrás que hablar, Nick.

Vuelvo a besarlo mientras él empuja su sexo contra el mío. La tela que nos separa parece crear una inmensidad y un obstáculo insoportable.

Mis manos abren su cinturón y la hebilla al impactar con mi pubis me produce cosquillas.

Termino con su cierre y su botón, para bajarle los pantalones y queda en bóxers contra mí. La tela del algodón es suave y agradable al tacto. Meto ambas manos por debajo de ella e intento apretarle los glúteos pero él me las aparta y las coloca a los lados de mi cabeza, sobre la almohada.

—No hagas eso—ordena.

—¿Y por qué?

—No pidas explicaciones.

Mierda. Soy una zorra. Caigo en la cuenta de que me estoy acostando con mi jefe y una extraña sensación de culpa (y de placer) me enciende. Con mi jefe, con mi ex profesor, con mi ex directivo de prácticas. Y sobre todas las cosas, con mi mayor enemigo.

Además, he salido a cenar con un hombre, me estoy acostando con otro y he quedado en verme el sábado con un colega del hospital.

Lo cual no debería tener nada de malo sino que estoy compartiendo intimidad ahora mismo con el insoportable pero más deseado hombre de todo el hospital y la universidad de Yorkshire.

¿Cuántas desearían estar en mi lugar?

—Ocurre que me siento más cómodo cuando puedo tomar el control—explica al notar que la asimetría que nos separaba ya no existe. Quizá, no en este preciso instante.

—¿Eso explica que seas tan mandón en el hospital?

—Puede ser.

—Te excita dar órdenes.

—Puede ser.

—¿También eres así en la empresa?

Él frunce el entrecejo y se aparta.

Mierda.

—¿La empresa?—pregunta.

"En la que filmas pelis porno pero nadie lo sabe".

—Sí... Clean. La empresa de limpieza. Kaneki me habló de ella.

—Ah, sí. Creo que no deberías seguir hablando con él.

—¿Por qué?

—No pidas explicaciones—insiste y mete ambas manos entre mis piernas para separarlas.

Acto seguido él saca la billetera de un bolsillo inferior de su saco sobre la silla y extrae un paquetito de tres preservativos.

Quisiera preguntarle si siempre los trae consigo pero mi parte sensata indica que no siga hablando o terminaré por arruinarlo todo.

Antes de que se lo ponga, intento dirigirme a él para meterme su sexo en la boca, sin embargo me aparta con una mano sobre mi frente.

Lo miro.

—No—sentencia desde arriba—. Ya te lo dije: yo soy quien tiene el control en esto.

Me dejo conducir por sus órdenes y de extraña manera, acabo de desear que así sea. Que él sea quien tenga el control sobre nosotros, sobre mí.

Sólo veo su inmenso miembro duro como una roca brillar a la tenue luz nocturna y se coloca el preservativo.

Se humedece una mano y estimula mi entrepierna.

Me muerdo el labio inferior cuando ingresa el primer dedo.

—Voy a...—murmuro.

—No, nena. Todavía no.

Y clavo las uñas en la almohada mientras una ola de placer me sumerge en lo profundo.

#LosJuegosDelJefe

MARATÓN 1/3

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#AlCarajoLasReglas

https://youtu.be/j1KAVSh6iUg

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