006 | #NEGOCIADA
—¡No, gracias!—le contesto—. ¡Estoy buscando a mi amiga!
—¿Tu amiga, la rubia alta?—me dice acercándose a mi oído y percibo su perfume. Mierda, es riquísimo. Fresco y ligeramente dulce. Noto un toque almendrado. No se parece al que usa Jefferson cual me sugiere constantemente a cuero y tabaco.
—¿La has visto?—le pregunto.
—Sí. Está arriba. Me sugirió que te venga a ver.
Ay, no.
¡Sophia fue a buscar a Ken pero está tan ebria que me envió al equivocado!
—¡Debo ir a buscarla! ¡Permiso!—le digo intentando pasarlo.
—Aguarda—me dice—. Está interactuando con mis amigos. ¿Por qué no conversamos un rato?
¿Es que Jefferson se encuentra intentando ligar con MI MEJOR AMIGA? No, mierda, no. Aunque a So le gustan los tres hombres que han llegado, no sé si sería muy sensato...
Ay.
Mi cabeza me duele cuando me doy cuenta de algo.
¿Quería un escándalo en que Jefferson estuviese involucrado con una alumna de las residencias del hospital? Lo tengo, aparentemente. Pero NO QUIERO que mi mejor amiga quede implicada en eso. Beatrice sería mucho más conveniente, ¡Sophia definitivamente no!
De todas formas, ella subió. No debería llevármela tan rápido...
—¡Bi...en!—le digo—. ¡Conversemos!
—¡¿Y si mejor vamos a un lugar más tranquilo?!
—¡¿Cómo qué?!
—Tengo mi auto afue...
—Oh, no, lo siento. Pero si quieres llevarme a un lugar más tranquilo, puede ser allá arriba con tus amigotes y mi compañera.
Cada tanto mis neuronas hacen sinapsis y se me ocurre una buena idea.
—Bien, subamos—dice él luego de estudiarme con la mirada.
Se dirige hasta la escalera y me deja subir primera. Mientras lo hago, noto de refilón que me está observando el trasero, jodido cerdo.
La zona VIP consta de un montón de juegos de living en una especie de cabina ovalada cuyos vidrios sí dejan ver a la perfección lo que hay más allá. Hay algunas personas sentadas, otros conversan, hay quienes forman sus propios grupos.
Andamos hasta que los veo. Ken conversa animadamente con Sophia pero Jefferson está al otro lado, en una especie de balcones semiabiertos, fumando un cigarrillo. ¿FUMA? Dios.
Acto seguido tomamos asiento en un juego de sillones contiguo.
—Entonces, ¿te llamas Natalie?
Lo miro como si me hubiese desnudado.
—¿Cómo lo sabes?—le digo alejándome de él.
—Te he estado observando toda la noche.
—Bien pero no tengo un cartel en la frente que dice mi nombre. ¿Jefferson te lo dijo?
—¡Ah! ¿Conoces a mi amigo?
—Ejem....quizá.
—¿Y por qué debería de habérmelo dicho?
—Es mi...jefe de residencias en el hospital.
—¡Ah!—algo en su gesto parece que decae—. Y tienen... una relación ¿muy estrecha?
Lo miro como si me hubiese insultado directamente.
—¡No! Claro que no.
—Ah, disculpa. Sólo prefiero conservar el código de no meterme con las chicas de mis amigos. Ya sabes.
—ES MI JEFE. MI PROFESOR. MI DOCTOR.
—¿Tú doctor?
—¡Digo...No! ¡Es doctor y punto!
Él frunce el entrecejo. Acto seguido un mesero se acerca con una bandeja en la mano. Trae champagne.
—Gracias—dice mi acompañante mientras dejan copas y champagne sobre la mesa ratona frente a nosotros.
El recién llegado descorcha la botella, nos sirve bebida en las sofisticadas copas de cristal y se va.
—¿Por qué mejor no dejamos de hablar de Jefferson y nos centramos en nosotros?—pregunta él mientras me pasa una de las copas—. Por ejemplo, mi nombre. Soy Kaneki. Amigo de tu jefe y socio.
De pronto me interesa más.
¿Socio?
—Kaneki—digo oliendo el champagne y me mojo los labios. Si alguna vez probé esto no me acuerdo pero tengo la lengua un poco pastosa de tanto alcohol para una sola noche.
Me pregunto cuánto saldrá esa botella.
Seguro que lo equivalente a medio mes del alquiler que debo.
—Sí. ¿Te gusta?—me pregunta luego de que le doy un sorbo a mi copa.
—Sí, está bien el champagne.
—Me refería a mi nombre.
—Ah—murmuro un poco incómoda—. ¿Eres de...Corea?
—No—responde riendo. Ese es Ken, aunque parezca más bien de Colorado o Cancún.
—¿Filipino?—arriesgo.
—Japón—me corrige—. Tokio. Mi familia llegó a Yorkshire cuando era niño.
—Ah.
—¿Y qué hay de ti?
—¿De...mí?—articulo con la copa sobre los labios como si sirviese para esconderme.
—Sí. ¿De dónde vienes? ¿Eres de Yorkshire?
—Ejem... No. Mi familia es de Nottingham.
—¡Ah!—Kaneki parece sorprenderse—. La ciudad de Robin Hood.
—Ajá.
—¿Eres de esas familias a las que Hood les robaba para, ya sabes, darle a los más pobres?
—Mmm, no exactamente. Soy más bien de a los que Robin Hood les hacía sus actos de caridad.
—¡Ah!—Kaneki se bebe su copa de un trago ante la incomodidad de mi declaración—. No tengo nada en contra de eso, es que, ya sabes, este lugar es...bueno, algo costoso y eso. Juzgué mal, lo siento.
Creo que capta el modo en que lo fulmino con la mirada.
—Pero tienes trabajo estable en el hospital, me cuentas que estás haciendo el programa de residencias, ¿verdad?—me pregunta y no hace más que seguir hurgando en la herida.
—Algo así.
—Pues, ya tienes todo solucionado. Porque en caso que necesitases un dinero extra... ya sabes.
¿Qué mierda me está insinuando?
—¿Quieres decir que tú pagarás el champagne?—le digo virando lo que sea a lo que se haya referido—. No es necesario, ahora mismo me voy.
—¡¿Qué?! No, no, aguarda, no es necesario. No me refería a eso. Y sí, lo pagaré. Sólo discúlpame, fui grosero. Me expresé mal.
No sé qué carajos haya querido decir pero no me interesa.
—¿Y si mejor me cuentas eso de que Jefferson y tú son socios?—le digo acomodándome en el sillón.
—Ah—dice él y se sirve más bebida, llenando también mi copa—. Ya sabes, algo chico, una pequeña empresa con Ken y Nickolas. Nada del otro mundo.
—¿Ken también?
Ningún socio de ninguna pequeña empresa tiene cinco de los grandes en su cuenta bancaria.
—¿Y qué venden?
—¿Hale? ¿Qué haces aquí?
La voz me atraviesa los oídos como cuchillas.
Miro hacia el costado y me encuentro con un cinturón de cuero y hebilla de metal. Levanto un poco más la cabeza y doy con la mirada enfurecida de Jefferson pero no se dirige a mí sino a su socio.
—Ah, Nick. ¿Cómo estás?
—¿Qué hace usted con él?—Jefferson se vuelve a mí. Detesto que no me tutee.
—Nos estamos conociendo—le contesto, al ver que esto le haya enfurecido.
—Conversamos, Nick. ¿Por qué no buscas a la chica...? Ya sabes.
¿Qué chica? ¿O lo dice solo para seguir ligando conmigo? Pues, no me interesa. Creo que ya he obtenido la información que buscaba.
Con que una misteriosa pequeña empresa no declarada.
—No me buscaré a ninguna chica—responde él y se vuelve a mí—: Retírese, por favor.
—No, profesor—le contesto, logrando que mis palabras logren enfurecerlo aún más.
—No puedes estar con ella—se vuelve a Kaneki.
—¿Por qué?
Jefferson se toma la cabeza.
—Eso, profesor. ¿Por qué? Soy alumna de su plan de residencias y hemos coincidido esta noche en un lugar donde salimos a tomar las copas.
—Puedes...simplemente...
¿Callarme? ¿Cerrar la boca? ¿Acaso vas a mandonearme también aquí, Nickolas Jefferson?
Él termina la frase:
—¿...venir conmigo?
—¿Qué?
Mi respuesta sale casi de inmediato.
—Debemos conversar. Sólo...ven un momento.
Oh, vaya, ahora quiere hablar este hijo de puta. Es mi oportunidad.
—Bien. ¿Dónde quieres que vayamos?
Jefferson me toma de un brazo y tironea hasta el balcón donde antes fumaba un cigarrillo.
Así que el tabaco no es de su perfume sino sólo el toque a cuero.
—Ahora vuelvo—le señalo a Kaneki, sujetando la copa, y me retiro con el doctor.
—¿Qué crees que estás haciendo?—me dice con una mirada glacial.
—¿Hablando con un hombre en un club?
—Pero por qué con él. No debes tener nada que ver con nadie de mi alrededor.
—¿Y eso por qué, doctor Jefferson? Ha sido una enorme casualidad.
—Te diste la vuelta cuando entramos. Y es la primera vez que te veo en el club. Sabías que Kaneki venía conmigo.
¿Así que viene seguido a este lugar? Vamos, profe, siga hablando.
—Yo sólo he venido a divertirme, no todo gira alrededor de su puto ombligo, señor profesor.
—No me hables de ese modo.
—¿Nos volvemos a tutear?
—Carajo.
Se sostiene el puente de la nariz con dos dedos en busca de cordura.
—Mira—suelta luego de un resoplido—. Kaneki es mi asociado. Y no puedes...estar con él. Punto.
—¿Por qué?
—¿Te gusta?—me pregunta tomándome por absoluta sorpresa. ¿Qué le importa a él si su socio me gusta?
—Es sexy—le contesto y los músculos de su mandíbula se tensan.
—No puedes estar con él—responde tajante.
—¿Por qué?
—Ya te lo he dicho, Natalie: es mi socio.
—Así que te sabes mi nombre.
—Sólo limítate a buscar a tu amiga y lárguense de aquí. Si no tienes dinero para el taxi, te lo pago yo.
¿Qué carajos tienen estos tipos con humillarme por mi condición económica?
—Eres un idiota—me atrevo a decirle.
—No quería que se malinterpretara. Pero olvida a Kaneki y váyanse de aquí. Él es mi socio y tú, desde hoy, has dejado de ser oficialmente mi alumna en las residencias.
Sus palabras me hieren, pero trato de ignorarlo ahora mismo. Este idiota no se hace una mínima idea de lo que esas prácticas significan para mí. De ello depende que coma todos los días y mi titulación. No soy de la clase acomodada de la cual viene y tiene la suerte de pertenecer en la actualidad.
—Tú lo has dicho: desde hoy no soy tu alumna. Puedo estar con tu socio o con quien se me antoje.
—No lo entiendes, ¿verdad? Creerán que fue un conflicto de intereses. El mismo día que te doy la baja en las prácticas, tienes algo con mi socio de negocios. No puedo dejar que ensucies mi legajo profesional.
Oh...ya.
Si creía que este tipo era un imbécil, acaba de redoblar la apuesta.
Con que todo se trataba de eso: su puta carrera y su puto legajo profesional. Claro que todo gira alrededor de su ego, no cabía esperar otra cosa. Si por un instante creí que podría apiadarse, estaba equivocada.
Pero esto no significa que me haya quedado sin armas para defenderme. Ya me han despreciado lo suficiente como para que él venga a hacerme sentir humillada una vez más.
—Evidentemente eres un hombre de negocios y esto se puede negociar—le digo, tajante.
—¿A qué te refieres? No me gusta cómo se oye eso.
—Pues fíjate que a mí sí. El trato es éste: tú me das nuevamente el alta en el programa de residencias y yo me olvido de tus socios, ¿estamos? Una nueva oportunidad a cambio de que no ensucies tu legajo profesional.
—No haré eso. Tú te ganaste la expulsión del programa. Las reprobaste, para ser exactos. —Estoy a punto de reventar la copa de Kaneki en mi mano.
—¿Reprobé porque no hice todo lo que a ti se te dio la gana? Nos tratas como esclavos. Somos residentes, no cucarachas a quienes pisotear.
—Yo... No es esa mi intención, la práctica profesional es así, el sistema de salud está lleno de urgencias y pretendo que mis alumnos estén a la altura de ello; es probable que tú no lo estés. Pero esto ya no entra a discusión: no haré lo que pides. Me estás chantajeando. Eso es motivo de sanción, además.
—No, no lo es. Si me dejas fuera del programa, no eres más mi jefe de prácticas y tu materia ya la aprobé el año pasado así que olvídate que haré lo que se te antoje. Por cierto: aunque con Kaneki no haya ocurrido nada, me encargaré de que eso llegue al departamento de asuntos internos lo cual se verá muy bien reflejado en tu puto legajo profesional.
—No harás eso.
—Oh, sí que lo haré.
—Mierda.
Jefferson se hace hacia atrás y mira la noche estrellada como si un meteorito estuviese a punto de traer consigo el fin del mundo. Nunca antes lo vi preocupado por algo que lo dejase en silencio.
Sus manos en la cintura le marcan aún más sus pectorales que suben y bajan al ritmo de su respiración agitada. Sophia tiene razón, es atractivo pero su modo de hacerse depreciar hace que se vuelva insoportable.
—Bien—masculla volviéndose a mí y me habla demasiado cerca, tanto que el olor a cuero y tabaco se me mete en la nariz, además de su aliento mentolado—. Lo haremos así: El lunes te reincorporas al programa de prácticas pero tendrás que redoblar las horas. No sé cómo pero lo harás.
—Ni loca. Continuaré normalmente.
—Haz lo que te digo—se adelanta.
Y yo me adelanto más.
—¿Por qué?—lo provoco.
—Porque soy tu jefe.
—No aún.
—Lo soy, carajo. Estás dentro otra vez, ¿contenta? Tú te olvidarás de Kaneki y esto nunca sucedió, ¿contenta?
—Nada de redoblar horas.
—¿Y de qué modo justificaremos tu reinserción al programa, geniecilla?
—Tú eres el jefe—me encojo de hombros.
—Entonces...trabajarás para mí.
Levanto una ceja.
—¿Q-qué?
—Yo—cierra los ojos como si le pesasen una inmensidad—. Yo...te recibiré en el laboratorio. ¿A qué hora sales comúnmente de las residencias?
—A las cinco.
—Entonces de cinco a siete te quiero en el laboratorio del hospital. Harás un proyecto con mi asesoría para compensar tus faltas y no reprobar.
Parpadeo impresionada.
—¿Estamos?—insiste. Se ha enrojecido de la furia. No lo había visto así. O sea, enojado está siempre pero esta vez furioso sería la palabra adecuada. En verdad he logrado intimidarlo—. ¿Tenemos un...trato?
Extiendo mi mano y rompo la distancia entre ambos para estrechar la suya por la fuerza. Si vamos a hacer un negocio, lo haremos bien.
—Tenemos un trato—convengo y me voy con una sonrisa maliciosa en el rostro y la copa de Kaneki en mano.
_________________
#LosJuegosDelJefe
#AlCarajoLasReglas
#NickJefferson
Para más información visita
instagram.com/luisavilaok
instagram.com/losjuegosdeljefe
https://youtu.be/j1KAVSh6iUg
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top