069 | #PAGARÁS
NICK
—Toc, toc. ¿Se puede?
Magda abre la puerta, pero estoy de espaldas a ella así que no la veo entrar. Permanezco sentado en una encimera frente a una ventana lateral de la habitación que da hacia el exterior, donde se ven las olas tranquilas lamiendo la bahía.
—Nick querido, ¿otra vez portándote mal? Que yo sepa, aún no tienes permiso de ponerte de pie.
—¿Permiso? Eso lo autoriza el médico—. He decidido salir del mutismo selectivo por ahora.
—Por eso mismo, aún no te mira uno.
—Yo lo soy, por si se te olvida.
Cuando me giro para confrontarla, ella deja una bandeja con un té caliente humante, galletas, tostadas y mermelada sobre la mesita de noche junto a la cama.
A continuación, cierra la puerta de la habitación y se sienta al borde, debajo de la almohada.
—¿Y qué dice el médico sobre su propia herida?—me provoca.
—Que no ha sido profunda, la bala no ha dañado más que tejidos y músculos, no hay órganos afectados y la incisión para cerrar la herida se realizó a tiempo, lo cual me dice que alguien estaba cerca, esperando a que esto sucediera.
—Vaya, doctor, usted sí que sabe de estas cosas. ¿Y por qué la fuerza de la bala no le ha dañado tejidos orgánicos importantes?
—Depende el modelo del que haya salido el disparo y la intención del que lo lanzó.
—Eso me suena a ideas paranoicas.
—Eso me suena a ti.
—Tienes muchos prejuicios sobre la gente como para el estilo de vida que llevas, bebé.
—¿Mi estilo de vida? Me tienes encerrado en esta mierda.
—Te cogiste a cuanta chica se ha cruzado en tu camino.
—Eso no es tema tuyo.
—Sí que lo es. De niña estaba enamorada de ti y tú de mí. Nos amábamos. Tu inocencia estaba atrapada en mi morbo.
La miro fijo con un inmenso gesto de sorpresa ante el inaudito "nos amábamos". Eso no existe. No con ella.
A continuación, suelta una carcajada y se deja caer en la cama, boca arriba.
Tiene puesto un vestido playero color rosa que apenas le baja los muslos. Cuando su espalda reposa sobre las sábanas y se marca su silueta en el colchón, levanta los brazos, dejando que su pálida piel descubierta se bañe con la luz del sol que entra por la ventana abierta.
—Ven—propone, buscando mis ojos desde donde está—, acuéstate conmigo. Quieres hacerlo.
Luego levanta sus piernas y las incorpora también sobre la cama. Entonces observo más al detalle y el sol me muestra algunas cicatrices casi imperceptibles, pero que marcan que ahí hubo incisiones. De pronto me figuro el accidente de cuando éramos niños.
Aún así las marcas no hacen que pierda su atractivo, ya que encuentro una enorme red de tatuajes rodeándolas, como si en lugar de querer ser ocultas, se las hubiese embellecido. Un rosedal con espinas me marca el camino a la perdición y el odio.
—Adelante, cariño. Hazlo.
Entonces capto que sus ojos se dirigen hacia mi entrepierna que marca una erección por debajo de la bata de hospital.
—La herida no ha perjudicado tu potencia sexual.
Magda apoya un codo sobre la cama y se muerde el labio inferior mientras me mira atentamente. Sus labios rojizos naturalmente brillan con intensidad y su nariz refilada desemboca justo en un semblante perfectamente tallado.
—Rompes la poca cordura que me queda—contesto y cedo a caminar hasta ella. El dolor abdominal me recuerda que ande con cuidado en todos los sentidos del término.
—Eres todo lo que una chica busca, Nick.
Me siento en el borde opuesto de la cama y ella hace lo propio. Acerca su rostro al mío, deslizando las pupilas felinas de sus ojos entre los míos y mi boca.
Si te estás ahogando y el diablo te tiende una mano, ¿por qué no aceptarla? Más aún si te salvará la vida y promete que te la pasarás bien.
—Buen rostro—continúa—, buen profesional, con un apetito sexual insaciable y un sexo magnífico.
Su mano se desliza hasta mi pierna derecha y justo antes de que llegue a presionarme el pene, la detengo con una mano encima de la de ella. Siento ansia de querer presionarla y hacerle daño. Ella gime en un gesto de dolor.
—Quizá no soy lo que toda chica busca—le suelto.
Ella separa los labios y gimotea de placer. Yo presiono cada vez más, pero parece que no le duele. Al contrario. Le está fascinando.
Y mi pene va cada vez más erecto.
—Es imposible que esto te guste.
—Me harás daño en serio—masculla.
—Quizás eso sea lo que quiero.
—Por favor—insiste—, más fuerta.
"No".
—¡Más fuerte!
"NO".
—¡HAZLO! MÁS FUERTE.
Mis ojos están clavados en los de ella. Me duele la mandíbula de tan fuerte que la presiono. Una mezcla de cólera y excitación invaden mi interior. Estoy a nada de romperle la mano.
Pero yo no soy esto.
La suelto y ella deja escapar un gutural gesto de dolor.
—Ya que me harías sentir dolor, hubiera sido que valiera la pena—insiste y me levanto rápidamente de la cama. El dolor abdominal me frena un poco, pero no logra detenerme por completo.
Ella sigue tirada en la cama cuando abro la puerta de la habitación, listo para salir.
Pero me encuentro una pantalla clavada a la pared, frente a la puerta.
Se trata de una habitación similar a la mía, pero un poco más amplia y sin artefactos de hospital.
El asunto es que de inmediato distingo que se trata de ella.
Natalie.
Otra vez tirada en su cama.
Ahora lleva puesta ropa interior y está despierta. Pero con la mirada perdida e inmóvil. Su respiración es acompasada y la calidad primaria de la filmación me permite ver algunos detalles.
Tiene marcas.
Sus piernas y sus brazos están heridos con extensos hematomas. Dudo que sean fallas de la filmación.
—¿Dónde está?
Me vuelvo a Magda y me encuentro con el cañón de un revólver sobre mi frente.
—Vas a ayudarnos con ella.
—¿Dónde carajos está?
—Tienes que hacerla colaborar. La muy perra está haciendo las cosas mal. ¿O piensas que te dejé vivir por tu pene jugoso nada más? Eres el cuerpo, pero no el cerebro. Ella lo es.
—¡Ella está drogada encima de una cama! Y herida, y...
...violada.
Magda se relame los labios y presiona aún más el frío cañón sobre la piel de mi frente. Su voz se oye determinante al decir:
—Estos son mis juegos, Nick Jefferson. ¿Y ahora? ¿Quién es el jefe?
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#LasMentirasDelJefe
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MARATÓN 5/5
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