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—Parece que sí está entretenido —reí, y él también.
Cuando terminó la película yo también lloré y él lo notó.
—Muy emocionante, ¿no?
—Sí, lo fue.
No supe qué decir, así que otra vez agarré mi libro. Cuando vi de reojo, él también tenía uno en sus manos, El psicoanalista, de Katzenbach.
Seguí leyendo y pude encontrar la página donde había quedado.
—231.
—¿Qué? —responde confundido.
—La página donde estaba, es la 231.
—Yo voy por la página 300 —dijo con aires de superioridad.
—No sabía que era una competencia. —el chico sonrió. —¿Creés que lo terminás antes de llegar a tu destino?
—Probablemente sí, ¿y vos?
—Sí, seguro que lo termino.
—¿Apostamos?
—¿Cómo sé que no vas a hacer trampa?
—Te pregunto lo mismo.
Dudé, faltaban 10 horas de mi viaje y eso podía ser una ventaja, pero no sabía cuánto le quedaba a él. Tal vez su libro es más corto que el mío.
Ante mi falta de respuesta, sugirió: —El que pierde le da el libro al ganador.
La idea de tener un libro gratis en mi biblioteca me pareció tentadora, sobretodo porque era uno que no tenía, así que acepté y él parecía contento.
Según mis cálculos me faltaban 129 páginas por leer, pero me quedé dormida. Cuando desperté, miré por la ventanilla y se podía ver el amanecer.
(7:00a.m.)
En la siguiente parada aproveché a bajar del bus y estirar las piernas, ya me dolía la espalda de tanto estar sentada. Al parecer mi vecino bajó mientras yo organizaba mis cosas, porque no lo vi por un rato.
El conductor nos dio media hora y caminé unos cuantos pasos para poder apreciar la vista. Estaba inspirando aire fresco cuando percibo olor a café y reconozco su voz.
—¿Te gusta el café? —preguntó mientras estiraba una mano ofreciéndome uno de los vasos.
Otra vez notó mi confusión y agregó: —Sí, lo sé. Es raro que un desconocido te ofrezca una bebida, pero prometo que no está envenenada.
—¿Debería creerte? —cuestioné antes de reír suavemente.
Tenía mis manos en los bolsillos. El frío se hacía notar a esa altura del año, pero aun así no aceptaría la bebida de un desconocido.
—Entiendo —expresó mientras asentía, y luego bebió del vaso que antes me ofreció.
“Tal vez solo quiso ser cortes.”
—¿Cuántas páginas tiene tu libro?
—No sé, no miro la última página hasta llegar a ella.
Bebió otro sorbo y antes de responder miré el reloj en mi muñeca, como se acercaba la hora de subir al bus, preferí ir por un café.
—¿Segura de que no está envenenado? —bromeó.
—Lo sabremos en un rato —reí.
Me senté y aproveché que el vehículo todavía no estaba en marcha para probarlo. No por miedo al veneno, sino por el azúcar, no sabía si estaba bien o era demasiado.
—Avisame si te sentís mal, por allá vi un botiquín de primeros auxilios. —bromeó otra vez, y me obligué a no escupir la bebida.
Después de terminar el café, elegí preguntar.
—¿Cómo es posible que no revises la última página de un libro?
Me miró intrigado.
—Puedo adivinar que te gusta saber cómo va a terminar la historia. Pero si leés primero el final, ¿qué sentido tiene? Ya deja de ser una sorpresa.
—Leo el final para después poder reconstruir todo lo que pasó antes y encontrarle sentido.
Hizo una mueca y parecía aun no comprender. Reí ante su expresión.
(10:00a.m.)
Las horas pasaban y de vez en cuando sentía que me miraba, ahora quien no entendía era yo. No podía concentrarme en la lectura, por lo que tuve que releer el párrafo entero varias veces.
“¿A caso terminó su libro y por eso está perdiendo el tiempo?”
Bebí agua para despejarme después de unas horas de lectura, solo me faltaban diez páginas para terminar.
No sé en qué momento me dormí, pero probablemente el libro se cayó, porque estaba a un costado cuando desperté. Supuse que otra vez había perdido la página, y para mi sorpresa vi un señalador, pero no era mío.
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