14 de Febrero (One shot)

14 de Febrero de 2007.

La pequeña Anna salía del salón de clase refunfuñando y dando grandes zancadas, odiaba San Valentín. Lo odiaba como odiaba los días lluviosos y a la nata de la leche. Odiaba que todos recibieran cosas menos ella, detestaba que todos los años fuera lo mismo.

Mientras todos recibían chocolates o ositos de felpa, ella se sentaba al final de la clase esperando que alguien se le acercará y le regalará un mísero chocolate.

Pero eso nunca pasaba.

Mientras caminaba y susurraba las mil un razones por las cuales el San Valentín era estúpido. Anna, como era despistada, no vio por donde caminaba, y chocó con alguien logrando que ella cayera como saco de papas.

Una pequeña mano se estiró hacia ella, mientras una dulce voz le decía "Lo siento"

Miró hacia arriba y quedó anonadada con lo que veía. Era un niño rubio de unos nueve o diez años, sus cabellos parecían hechos con el mismo oro extraído del Castillo de Versalles. Tenía unos ojos verdes penetrantes que lograron que Anna se sonrojará al tan sólo mirarlos, y poseía una sonrisa que robaba el aliento por la ternura que emanaba.

Más encantada que dudosa, cogió la mano que el niño le ofrecía.

Anna se paró y mientras se alisaba su falda de tablones verse se percató de la rosa que llevaba el niño en la mano izquierda, la cual estaba ligeramente escondida detrás de su espalda.

Instantáneamente su ceño se frunció y el encanto se marchó con la misma velocidad que había llegado.

Era uno de ellos.

—¡Hey!¿Qué te pasa?¿Porqué esa cara?— preguntó amablemente, con un tono de voz especialmente diseñado para tranquilizar a las personas, o bueno eso pensó Anna, al escucharla.

Ella se cruzó de brazos y refunfuñó.

—No me gusta el San Valentín.

El niño le sonrió, como si Anna acabará de contarle la mejor anécdota de la vida. La pequeña frunció aún más el ceño.

<<Niño raro>> pensó Anna

—¿Porqué sonríes? Te he dicho que no me gusta el San Valentín.

—Porque a mi tampoco me gusta el San Valentín— él se encogió de hombros, restándole importancia a su comentario.

Anna desfrunció el ceño, pero luego lo volvió a fruncir. Si no le gustaba el San Valentín, entonces ¿Porqué tenía una hermosa rosa roja en su mano?

—No te creo.

Él se encogió de hombros y ella levantó una ceja.

—¿Porqué odias el San Valentín?— le preguntó cambiando de tema.

Anna sonrió y contestó con la misma seguridad que había tenido en el examen de Música la semana pasada.

—Por que todo el mundo se vuelve loco por un tonto oso de peluche. Además no entiendo por que Cupido es un bebe, deberían esperar a que crezca para ver si así no hay más divorcios—dijo satisfecha de haber dado a conocer su punto de vista. Él le sonrió.

—No te han regalado nada para esta fecha, ¿verdad?

Ella lo miró sorprendida y atónita, ¿Cómo sabía él que no había recibido nada?

-Eso supuse. Te apuesto que si alguien te regala hoy algo, tu vas a ser igual que ellas-Él movió ligeramente la cabeza para señalar disimuladamente a una niña que pasaba saltando como Bambi por la pradera, mientras cantaba una canción de amor que estaba de moda-Igual de locas por el San Valentín.

Anna frunció su ceño de nuevo y colocó sus brazos a lado de su cuerpo mientras este se inclinaba un poco hacia delante. Una típica postura de niña testaruda.

-¡No es cierto! ¡No es por eso que no me gusta el San Valentín!- y luego cruzó los brazos sobre su pecho.

El rubio cogió la mano de Anna descruzando los brazitos de la pequeña y colocó delicadamente en la palma de esta la rosa. La rosa roja que parecía esculpida por ángeles y pintada por hadas, eran tan hermosa que cualquier otra flor quedaba eclipsada por su belleza. Su aroma era tan potente que Anna podría haber jurado que se percibía hasta en la Luna.

-Prueba que no es verdad- le susurró en el oído y luego se fue por donde había venido.

Dejándola desconcertada, oliendo el hermoso aroma de una rosa recién cortada. Ella sonrió y susurró: "Aún lo sigo odiando"

Aunque la verdad es que ya no lo hacía, o por lo menos no con la misma intensidad que antes.

14 de Febrero del 2013.

Anna se miraba en el espejo por décimo tercera vez en la últimas dos horas.

Hoy era la fiesta de San Valentín en la casa de Marla. Una chica que le caía como una patada al culo, pero era su boleto a Villa Popularidad.

Quería verse hermosa. Sabía que iban a estar los de quinto curso, y la idea de tener un novio de un curso mayor y ganar la envidia de sus compañeras, le causaba cosquillas en la panza.

Se había puesto relleno, el cual en realidad era papel higiénico muy bien enrollado. Había robado un poco de maquillaje del cuarto de su mamá y estaba utilizando una falda que le habían comprado cuando tenía cerca de ocho años. Es decir que le quedaba muy corta, demasiado diría yo.

Pero no le importaba, todo por la popularidad.

Salió a escabullidas de su casa y caminó cuatro cuadras hasta la casa de Marla. Los tacones que llevaba eran dos tallas más grandes de la que sus pies necesitaban, logrando que caminara con la misma gracia y elegancia de un pato cojo. Pero... ¿Qué importaba? ¡Todo sea por la popularidad!

Anna llegó a su destino y sonrió para sí misma, esta sería su noche. Esta sería la noche donde ascendería su lugar en la pirámide de la popularidad.

De invisible a visible.

Dificultosamente ingresó a la casa, la mayoría bailaba en parejas canciones que daba vergüenza hasta de mencionarlas. Ella odiaba ese tipo de música, es más, no consideraba eso música, pero siempre sabía fingir que le gustaba.

Porque... ¿Qué importaban sus gustos? ¡Todo por la popularidad!

La noche empezaba a florecer pero Anna se sentía más marchita que flor en invierno. Llevaba cerca de media hora sentada en el sillón, ya que nadie se dignaba a sacarla a bailar.

Odiaba San Valentín, todos tenían ya pareja para ese día. Todos menos ella. Ella era una pequeña semilla de diente León volando por el mundo cruel, buscando tierra fértil. Lastimosamente, las tierras fértiles eran muy escasas y sólo había puros terrenos áridos.

Y una especie de Déjà vu se apoderó de ella.

Era el mismo odio hacia el San Valentín que había sentido hacía varios años atrás.

La imagen del niño rubio paso fugazmente por su cabeza, mientras una estúpida sonrisa se colaba en su boca. Ese había sido su primer y único enamoramiento platónico, luego se ese día nunca supo más del extraño niño.

Anna frustrada decidió abandonar la fiesta, pero los tacones -que no eran suyos, eran de su madre, quién creía que ella estaba en su cuarto durmiendo-le jugaron una mala pasada y perdió el equilibrio, pero antes de que su cara se estampará como tatuín en el piso, fue sostenida por un brazo firme.

Ella soltó un suspiro, y se paró recta para poder agradecer a su Salvador o Salvadora. El chico era cabello rubio, un cabello que reconocería hasta con los ojos cerrados. Si es que eso era posible.

Él le sonrió, la había reconocido.

Sin qué ella pudiera reaccionar, el rubio se la llevó afuera de la casa y se sentó en una banca un poco lejos de la entrada de la casa, lo suficientemente cerca para que la música sonará a un nivel normal y lo suficientemente lejos para poder hablar con tranquilidad, sin tener que gritar como si todos sufrieran de sordera.

Él quería conocerla, hacía varios años atrás no podía dejar de recordar a la loca que odiaba el San Valentín. Quería saber si ahora le gustaba o lo seguía odiando.

<<De seguro aún lo odia>>se dijo para si mismo.

El rubio le hizo señas para que se sentará junto a él, pero Anna negó con la cabeza. Sabía quién era, lo reconocía. Pero primero quería saber porque la había jalado hasta allí.

-¿Porqué hiciste eso?-pregunto Anna, el rubio sonrió aún más.

¿Qué no se le cansaban las mejillas? Sonría mas que la misma muñeca Barbie y eso que ella tenía la sonrisa tatuada.

Él se encogió de hombros y dijo.

-Te quería conocer, y con todo el bullicio no se podía.

Ella frunció el ceño. Ese chico era raro... y sexy, era una combinación rara, pero atrayente. Quería saber más de el. Tendría entre quince y dieciséis años, sonrisa de comercial de colgate y cuerpo de modelo de bóxers.

-Soy Ethan

Él extendió su mano y ella, a diferencia de la primera vez que se habían chocado, la tomó dudosa.

-Anna.

Así empezó una charla que no tuvo fin. Sino hasta las dos de la madrugada que fue cuando su mamá la llamó desesperada.

-Me tengo que...

Ethan no dejó que ella terminará la frase y la besó.

Era su primer beso.

Y era robado.

Se sentía tan bien, tan espontáneo y natural, como si eso estaba destinado a ser. Ethan acuno la fina cara de Anna entre sus toscas y grandes manos, llevaba toda la noche pensado en a que sabrían sus labios.

A durazno, con un toque de menta fresca de dentrifico. Enigma resuelto.

El problema ahora era que no se podía contener de probarlos de nuevo, quería estar así toda la vida, jugar con su labios rosas toda la noche hasta estos le sangren por tanto uso, porque así de adictivos eran sus besos. Suaves, enigmáticos y adictivos.

Ethan se separó un poco y luego de haber recuperado la respiración le susurró.

-Por sí acaso aún odiabas el San Valentín.

Él le robó un beso por última vez y se fue. Dejando a Anna con una sonrisa de tonta enamorada que ni el mejor re-movedor de pintura le podría borrar, al menos no en las siguiente 24 horas. Ella empezó a caminar de regreso a casa dando brinquitos de alegría, y más de una vez se fue de trompa, pero no le importó.

¡Él la había besado!

Lastimosamente la alegría le duró hasta que entro a su casa y se topó con la mirada enojada de su madre.

Después del gran discurso y la repelada, subió a su cuarto y volvió a sonreír como idiota.

Sabía que iba a su colegio, y ahora al fin conocía su nombre.

Ethan...

¿Pero Ethan qué?

Anna se encogió de hombros, ¿Cuantos Ethans rubios de quince años pueden existir?

Volvió a sonreír como idiota, por primera vez tenía oportunidad con su crush. Lástima que la esperanza sólo le duró hasta el siguiente lunes, ya que al preguntar por un Ethan de quinto grado se vino a enterar de que este se había mudado de país.

Vaya Suerte. El ladrón había huido, como lo que era, un ladrón... de besos.

14 de Febrero del 2023.

-¿Alguien sabe a que hora llega el DJ?-preguntó Anna mientras revisaba en su agenda por si acaso allí lo había apuntado.

-El DJ llega a las siete y media, para colocar sus equipos- le respondió Hamie, su mejor amiga y compañera de universidad, mientras le arranchaba la libreta, logrando que Anna frunza el ceño con enojo.

-Dámelo-exige, pero Hamie declina su solicitud con un gesto de cabeza y manos, acompañado con un melodioso "No"

-Quiero que vayas a tu casa, te pongas tu mejor puti-falda, y regreses aquí como la Diosa y buena anfitriona que eres.

Anna inmediatamente negó con la cabeza mientras intentaba recuperar su libreta.

-No puedo irme, Hamie. Tengo que organizar y...

Hamie le pegó en la cabeza logrando que se callara y se sobara la zona afectada con la mano derecha para aliviar un poco el dolor. La rubia tenía fuerza en los brazos, pobre del idiota que la engañe.

-Yo me encargo- Hamie le guiñó el ojo y Anna la fulminó con la mirada.

-Vamos te estoy dando la mejor oferta de tu vida. No todos los días me pongo en los zapatos de tu aburrido trabajo.

Ella la miró mal.

Su trabajo no era aburrido, en realidad, Anna lo hacía aburrido. Siempre llevaba su cabello perfectamente peinado en una cebolla tamaño familiar, ya que si se soltaba el cabello, le quedaba más largo que la misma Rapunzel. Tenía gafas tamaño colegiala que quería estar a la onda Tumblr, falda más larga que el vestido de boda de su abuela Marta y una camisa de botones perfectamente planchada.

No quedaba rastro de la niña revoltosa que se ponía papel higiénico en el pecho para aparentar ser menos plana.

La Anna revoltosa y despreocupada había muerto con la finalización de la secundaria.

Los años de universidad y los errores que estos conllevaron la habían marcado y hecho entender que no iba a llegar a ningún lado actuando como una completa puta, a menos de que quiera terminar como trabajadora social por las noches.

Así que dejo las fiestas y término su carrera de marketing, no le había ido tan mal ya que ahora seguía periodismo, como segunda profesión, junto con Hamie.

Hamie le recordaba mucho a su antigua yo: extrovertida, social y fiestera.

Y aunque Hamie era dos meses mayor que ella, para Anna, ella era como su hermanita pequeña que tenía que mantener en tierra para que el mundo no la aplastase.

-Mi trabajo no es aburrido- se quejó Anna

Hamie rodó los ojos y la empujo a la salida, mientras le recitaba las mil y un razones por las cuales debería ponerse la falda de quince centímetros que le había regalado la Navidad pasada. Y en menos de que Anna pudiese decir "Dinosaurio volador" estaba montada en su carro conduciendo hacia su casa.

Su mente volaba por Narnia y todas esas tierras lejanas, cuando tuvo que frenar a raya.

Un sudor frío le cubría la espalda y sus manos se aferraron al volante como dos papitas de gato a las cortinas. Su cuerpo se meció de atrás hacia adelante de una manera tan brusca que pudo hasta haberla desnucado, las gafas que tenía se habían caído de su cara y su pulcro moño se reducía a nada, su melena tipo Rapunzel había quedado totalmente liberada.

Pero en su mente sólo se repetía una frase:

"Casi lo atropello"

Temblorosa se sacó el cinturón de seguridad y salió del carro.

-Lo siento, lo siento, no te vi venir.- empezó a decir mientras lo ayudaba a pararse, ya que el chico para evitar el impacto se había tirado a un costado de la acera.

El adulto joven tenía el cabello rubio y su jean se había rasgado, poseía unos ojos verdes enigmáticos y misteriosos, parecían idos, como congelados en el momento del impacto. Una vez frente a él, el rubio reaccionó.

-No te preocupes, yo iba en las nubes... Soy Ethan Dumber

Él le extendió la mano y Anna la tomó.

-Anna Blake

Ethan río internamente, al destino le encantaba jugar con su vida. El nombre Anna lo venía persiguiendo desde tiempos memorables.

Anna se llamaba el amor de su infancia.

Recordaba claramente como había amenazado con un bate de béisbol a cada niño de la escuela para que se alejaran de Anna y no le dieran nada para San Valentín. No quería que nadie se le adelantase. Todos los años en San Valentín compraba un rosa en la tienda cerca del colegio y se proponía a regalársela, pero siempre se retractaba un segundo antes. La observaba de lejos, preguntándose cuando se armaría de valor y le regalaba una estúpida flor para San Valentín.

Por eso el odiaba el San Valentín, porque cada 14 de febrero se recordaba lo cobarde que era. El día que por fin pudo darle la flor, no fue más que una hermosa coincidencia. Él iba de camino a tirar la flor, cuando accidentalmente se chocó con Anna.

No sabía que hacer y aplicó las clases de actuación que había tomado años atrás. Bendita sea su madre por amar el teatro.

Anna también había sido su primer amor en la cruel y dura etapa de la adolescencia.

La noche de la fiesta de Marla, lo había tenido todo, bueno casi todo, preparado. Sabía que ella iba a ir y era su oportunidad de hablarle sin que sus amigos lo molestarán. Él se había encargado de todos los idiotas con hormonas alborotadas se mantuvieran lejos de Anna hasta que él se decidiera por hablarle.

La mayoría de los presentes le tenía miedo a Ethan. Medir un metro ochenta y siete tenía sus ventajas.

Cuando vio que Anna tenía intenciones de irse, se apuró y se lanzó al ataque. Y después de todo fue la mejor noche de su vida.

Pero por desgracias de la vida y caprichos del destino, se había ganado una beca en Alemania y su vuelo partía el día lunes.

Ethan miró atento a Anna, la Anna con cabello largo y ondulado, ojos azules brillantes escondidos detrás de unos lentes de marco negro. Sentía que era ella, quería que fue era ella, su Anna. Quería que le mostrará una pequeña que actitud o reflejo que sólo Anna haría.

Y lo hizo, inconscientemente, pero lo hizo.

Ethan sonrió.

- Y dígame, Anna Blake, por casualidad, ¿No odia el San Valentín?

Anna había cambiado, demasiado, pero lo único que la delataba era la mala costumbre de poner su pie en punta de pie y girarlo disimuladamente.

Ethan sabía que se había arriesgado mucho el preguntar eso. Que guiarse por un pequeño gesto que mucha gente poseía, era algo tonto e iluso. Pero no podía evitar que la adrenalina se le subiera a la cabeza y lograra que su cuerpo hiciera acciones que situaciones normales no haría.

Anna sonrió instantáneamente, él era Ethan, su Ethan.

-Y dígame, Ethan Dumber, ¿Es costumbre suya encontrarme en San Valentín?

Él se encogió de hombros y respondió.

-Sólo hasta que dejes de odiar el San Valentín.

Él colocó su mano en la cadera de la joven, solo para acercarla un poco más. Quería sentirla cerca, tanto como Anna quería besarlo otra vez. Sentir sus labios sobre los de ella, como cuando eran niños.

Sus caras estaban tan cerca, ambos mirándose a los ojos, ambos sosteniendo la mirada tratando de no pestañear por miedo de que si lo hacían el otro desaparecería como si se tratase de una cruel ilusión.

-Estoy segura de que eso nunca pasará.

Y luego la besó.

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