Amanda
Y Amanda se lanzó al vacío...
Tal vez era lo único que podía hacer, quizá era lo único que le quedaba; después de todo, se justificó, era lo único que habían dejado a su alcance: el vacío, el aplastante vacío. Todo se había acabado.
Además, seguro nadie lo notaría: a últimas fechas era poco menos que una sombra y una sombra no puede morir y, en todo caso, a ella ya la habían matado tantas veces que una más no importaría, nadie lo notaría, no ella y tampoco el Mundo. Después de todo, ellos mismos la habían asesinado.
La indiferencia la había matado, la soledad la había matado; el aislamiento de una torre de cristal, de una cárcel de jade, de una mazmorra de diamante; el frío de las miradas, la falsedad de las sonrisas, la vacuidad de las palabras; tantas mentiras completas, tantas verdades a medias; tantos olvidos, tantas disculpas llenas de nada, frases huecas que la sumergían en la más cruel de las farsas.
La sombra de una idea encerrada en la prisión de un Mundo frío y ausente, capaz de darle todo pero incapaz de amarla, Amanda finalmente decidió construir ella misma las paredes que la aislaran del Mundo. Ladrillo tras ladrillo levantó una prisión sin muros, llena de silencio y hostilidad, barrera tras barrera erigió una fortaleza inexpugnable para librarse de la hipocresía de las caricias que le arrancaban poco a poco el alma.
¡Pero ni siquiera eso notaron! Ciego y sordo a lo que ella era, Dios o el Cielo o el Universo sólo le devolvieron el más cruel de los silencios. Ni siquiera el estallido de una furia como el Infierno jamás habría de conocer, en la que rompió aquellas paredes que meses había tardado en construir, para arrojarle los restos a la cara, bastó para lograr aunque fuera una palabra, un gesto, una sola mirada de parte de un Mundo que se empeñaba en hacerla sentirse ajena, vacía.
Eso lo logró, aquello la convenció de que era sólo un fantasma, el pálido reflejo de una promesa sin cumplir, el translucido espectro de lo que alguna vez fue una mujer completa, el eco lejano de lo que quizá pudo ser, de lo que ya jamás sería.
Era la definición misma de la no-persona, no estaba muerta pero tampoco viva y su último acto como ser humano fue ayudarle a todos a terminar de construirle esa imagen de presencia ausente pasando días enteros encerrada, sin comer, sin dormir.
Aquellas horas y aquellos días habrían sido breves de no ser por Ella, por Ella que llegó un día desde el Mundo y que la alcanzó justo a tiempo por entre las brumas de su inconsciencia, rescatándola del limbo que era su vida a través de la más insospechada de las ranuras.
Y Ella se convirtió en la llave para la puerta que era su propia sangre. Ríos de euforia sin fin y sin par corrieron por las venas de una Amanda agradecida y aterrada en igual medida, brindándole la compañía que le hacía falta y el sustento que necesitaba.
Por un momento se sintió salvada. Ella nunca la dejaría, nunca la abandonaría; por el contrario, poco a poco sus visitas se volvieron cada vez más frecuentes. Noche tras noche y día tras día, Amanda corría a su encuentro y se arrojaba a sus brazos entregándole en cada visita un pedazo de su alma.
Hasta que finalmente ocurrió: Amanda se dio cuenta de que ya no la quería, pero la necesitaba; así Ella, su heroína, su salvadora, se convirtió en perdición y rescate, en luz y oscuridad, en abismo y cima, en ángel y demonio, en misa y aquelarre, en La Bestia y El Cordero... en el inmenso vacío que ciega e insensibiliza.
Ya no le quedaba nada, nada que entregar, nada que perder, nada que ser. Su vida se había acabado.
Por fin regresó. Cada vez necesitaba más y el efecto duraba menos. Se levantó de la mullida alfombra, cruzó la amplia habitación y del closet sacó el frasco, la aguja, cuchara y encendedor; regresó a la cama, preparó la dosis...
Y Amanda se lanzó al vacío...
https://youtu.be/VV1XWJN3nJo
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