Capítulo 2: Tacos y compras (C)

Realmente no me puedo creer que esté caminando al lado de Ashley McMiller. Ella es algo así como la Reina de Actúa y Ríete y yo soy el Bufón aficionado de la corte del Reino de Popularlandia aspirante a algo. 

Dirijo mi mirada hacia ella. Siempre miro sus ojos embelesado. Nunca llegaré a saber si son grises, azules, verdes o marrones. Quizás cambien según el día, o quizás la luz haga que tenga destellos de todos esos colores y más. Ahora mismo le brillan un poco más de lo normal, tal vez porque acaba de llorar. Bueno, no sé si ha llegado a llorar. 

Se adelanta dando un par de brincos y yo observo como su pelo claro se ondea con ella. Su pelo es claro y es la única palabra para describirlo. La gente dirá que es rubio, pero es aún más claro que eso. 

Ralentiza sus pasos y yo puedo volver a seguirle el ritmo. De pronto, el sonido de su risa, melódica y suave, llega a mis oídos y es entonces cuando me doy cuenta de que ella estaba hablando. La vuelvo a mirar y, como siempre, su nariz se ha arrugado a causa de su enorme sonrisa.

—Aquí es mi mexicano favorito —canturrea con emoción. 

No puedo decir cuánto tiempo estamos dentro decidiendo qué pedir. El tiempo parece pararse cada vez que la miro, pero, al mismo tiempo, parece ir a la velocidad de la luz. 

—¿Qué quieres?— me pregunta alegremente. 

—No sé, ¿qué me recomienda la experta?

—Un taco para cada uno y una quesadilla para compartir—responde sin pensar. Todo parece tan sencillo en sus labios. 

—Así sea—afirmo casi al instante. 

Me levanto para ir a pedir y pagar toda la comida. 

Cuando vuelvo con la comida, Ashley la mira embelesada. ¿Es así cómo yo la miro a ella?

—Dame mi taco—exige. 

—Aquí le ofrezco el sagrado manjar, mi coronel—bromeo, al tiempo que le tiendo el taco. Ella lo coge y comienza a comérselo sin ningún rastro de modales. —¿Sabes que nunca he probado un taco en mi vida?—le pregunto, tratando de crear conversación.

Posestestudeadesorte— consigue decir con la boca llena. 

No entiendo nada de lo que dice, pero de todas formas asiento riéndome, como si me hubiese contado un genial chiste. Miro mi comida con recelo, pensando cómo sabrá. Cuando vuelvo a mirar a Ashley, ella ya ha terminado su plato y está dispuesta a atacar la quesadilla. 

—Estabas hambrienta, ¿eh?—comento. 

—Calla y déjame comer—me espeta. 

Yo vuelvo a reír una vez más. Ahora entiendo por qué Madison siempre está sonriendo por los pasillos. Con una amiga como ella, sería imposible no reírse a cada rato. Su actitud es graciosa de por sí, no necesita intentar contar un chiste. 

Empiezo a atacar mi taco, con algo de miedo. En cuanto esa hermosa mezcla de sabores toca mi lengua, mi cerebro parece empezar a bailar la Macarena. ¿Cómo he podido estar tanto tiempo sin deleitar tan exquisito manjar? 

—¡Dios! ¡Creo que mi boca acaba de tener un orgasmo de sabores!— exclamó. 

Los chicos de la mesa de al lado me miran raro, pero no me importa. Escucha la risa de Ashley y alzó mi cara para poder verla. 

—Pues es un placer acompañarte en esta experiencia—comenta con un tono de exageración y una enorme sonrisa en el rostro. 

Ya no queda ni rastro de aquella chica triste que salía corriendo para llegar a casa y olvidarse del mundo. Ahora está de vuelta la chica risueña y divertida. 

—¡Madre mía! Necesito otro de estos. Puedes quedarte tú con la queso-tortilla esa—digo. 

Ella frunce el ceño y sus ojos se dirigen a mí con una mirada de reproche: 

—No puedes profanar una comida tan deliciosa como la quesadilla y llamarla queso-tortilla— me regaña indignada.

*****

Tras la mejor comida que he probado nunca, Ashley y yo nos dirigimos al centro comercial. 

—Vale, ¿qué necesitamos?—le pregunto.

—Hagamos una lista—propone ella sacando el móvil. —Yo apunto.

—Está bien. Primero necesitamos pintura para pintar el despacho de la directora—comienzo—. Pegamento derretido, o super glue o algo así... 

—¡Y que no se te olvide la vaca!—me recuerda la rubia. 

Yo reí. Se ha acordado de mi extraña ocurrencia. Sé que es algo absurdo, pero me siento realizado al saber que me presta la suficiente atención.

—¿Lo tienes todo?—le preguntó. 

—Por supuesto—contesta dando brincos hacia las tiendas. 

Yo la sigo mientras río. Es cierto que siempre que siempre he tenido la risa fácil, pero con Ashely, la risa fluye como un río sin fin. Es mirarla y una gran sonrisa aparece en mi rostro sin poder evitarlo. Y después, con su actitud infantil y burlona no puedo evitar sentirme inundado de alegría, que solo se puede demostrar con grandes carcajadas.

Llegamos a la papelería principal. No tardamos demasiado en coger varios botes de pintura de colores y el pegamento en barra. Nos dividimos el precio a medias y salimos tranquilamente del centro comercial de camino a su casa.

De repente, su teléfono suena.

—¿Quién es?—pregunta, aunque en la pantalla brillaba el contacto: «Papá».

El interlocutor dice algo que no logro escuchar. 

—¿No te lo ha dicho mamá? Estoy con Madison. (...) Ya, bueno, poco me importa a mí lo que esté haciendo Verónica con... (...) ¡No le he hecho nada! Ella me dijo que me fuese sin ella. (...) ¿Perdona? ¡No es mi culpa si ella se estaba morreando en clase con el malote de turno!— tras espetar esto, cuelga, demasiado cabreada como para añadir nada más.

Nunca antes la había visto así. Está casi roja de la ira y frunce el ceño mirando a la nada. 

—Es que Verónica esto... Es que Verónica lo otro... Pues bien... ¡Verónica estaba besando a Levi!—gritó mientras pateaba una piedra de la calle.

—Tranquila, Ashley...— le dije con voz calmada mientras le tomaba por los hombros. Le obligué a que alzase su mirada hacia mí. —¿Qué pasa?

—Perdona, pero tengo que irme, Connor—me dice brusca. Intenta zafarse de mí. Y lo consigue.

—Puedes contarme lo que sea, ¿vale? —le digo cuando ella ya se está alejando. Ella no responde y la veo alejarse. 

De repente, se gira y me grita:

—¡Hoy a las nueve en la puerta del instituto!

Yo asiento y me dirijo hacia mi casa.



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