¹⁰· nuestra familia
En alguna parte de Narnia, los otros Pevensie y los castores se dirigían hacia el campamento de Aslan, pues sabían que el único capaz de rescatar a Isabella y Edmund de las manos de la malvada Bruja Blanca.
Pero por ahora los dos niños eran rehenes de la mujer, al poco de aquella mujer de piel pálida, al poco tiempo de dejarlos solos, Isabella dejó de sollozar, alejándose al fin del pequeño azabache pecoso, se levantó del frío piso suspirando, el joven Pevensie solo la miraba sabía perfectamente que todo lo que les estaba pasando era su culpa, si no hubiera sido tan egoísta probablemente ahora mismo estarían de regreso en casa del profesor Kirke discutiendo sobre cualquier cosa.
El pequeño hombrecillo y dos lobos entraron al frío calabozo y desataron a los niños, guiándose por aquel castillo hasta llegar al salón donde se encontraban las estatuas, Isabella pasó con su vista al frente a diferencia de Edmund que iba viendo todo, por lo que se quedó quieto cuando vio una estatua muy parecida al señor Tumnus y fue en ese momento que cayó en cuenta que las estatuas no eran simplemente estatuas de piedra, eran criaturas reales convertidas en piedra, eran criaturas reales convertidas en piedra por aquella mujer que se hacía llamar la Reina de toda Narnia.
La Gran Bruja ya se encontraba sobre el carruaje cuando Isabella subió, la pelicastaña se sentó en el piso del carruaje y Edmund a su lado, la bruja los miraba burlona por lo que inconscientemente Isabella solo rodó los ojos, el pequeño azabache la abrazo haciendo que ella le regresara el gesto para que no tuviera miedo.
[...]
El aullido de los lobos se hizo presente, haciendo que por fin la Reina Blanca quitara sus ojos de los niños, Isabella miro a Edmund y este asintió con la cabeza, Isabella quería saber que sus amigos los Pevensie estuvieran bien, temía que algo les hubiera sucedido por culpa del azabache pecoso.
El carruaje se detuvo y pronto los niños y la bruja estaban viendo hacia una cascada que estaba descongelada casi por completo.
—Hace demasiado calor aquí—dijo el hombrecillo mientras comenzaba a quitarse el abrigo, pero la bruja le envió una mirada amenazante y este dejo de hacer lo que estaba haciendo —. Iré a revisar el trineo.
El pequeño azabache se rio de la actitud del hombrecillo, pero Isabella simplemente lo miró, fue entonces que la jauría de lobos se hizo presente ante su Reina, Maugrim el alfa, traía un zorro con un hermoso pelaje entre su boca el cual arrojó en medio, frente a su gran reina.
—Majestad, este es el traidor que visitaba al enemigo en el bosque tembloroso.
—Ah... Qué agradable sorpresa—contestó la bruja con tono suave acompañada de una sonrisa malvada—. Anoche fuiste de gran ayuda para mis lobos ¿Podrías ayudarme ahora?
—Perdóneme, Majestades.
—Ah... Halagarme no te va a servir—dijo la bruja, pero el zorro le miró sin una pizca de miedo.
—No quiero ser grosero, pero he hablado en plural... No se lo decía a usted—el zorro dirigió su mirada a los niños, el azabache lo miro recordando la profecía que les había contado el fauno en aquel frío calabozo, en cambio Isabella lo miró preocupada, la mirada de la mujer de piel pálida se dirigió a los niños, fue entonces que tomó su bastón de hielo al zorro quien dio un paso hacia atrás.
—¿A dónde se dirigen los humanos? —al no ver respuesta de aquel zorro, la bruja tomó vuelo para petrificarlo.
—¡Alto!... No... No lo haga, el castor habló sobre la mesa de piedra y que Aslan tiene tropas ahí—el pequeño azabache había vuelto a decir lo que escuchó en aquella madriguera para salvar al pobre zorro, sin embargo, era información que la bruja no debía saber por lo que el zorro bajó la cabeza.
—¿Tropas? —se preguntó a sí misma la bruja, el joven azabache miró al zorro, pero este negaba con la cabeza, Isabella cerró fuertemente los ojos susurrando el nombre del pecoso—. Gracias, Edmund cariño... Es bueno que estas criaturas conozcan la honestidad... ¡Para morir con ella!
—¡NO! —grito el joven Pevensie al ver como la Bruja petrificaba al pequeño zorro frente a sus ojos, fue entonces que Isabella puedo darse cuenta del siguiente movimiento de la bruja al ver el rostro enfurecido.
—¡BASTA! —grito la pelicastaña interponiéndose entre la mujer y pequeño azabache, recibiendo nuevamente una bofetada de parte de aquella mujer, cayendo al piso junto al pequeño zorro, la bruja sonrió contenta de haber golpeado a la joven, pero tomó a Edmund del rostro, apretándolo para que le prestara atención.
—Piensa de qué lado estás cariño... conmigo... o con ellos—la bruja hizo que Edmund viera como la pequeña pelicastaña y el pequeño zorro permanecía inmóvil y soltándolo camino hasta los lobos para darles nuevas indicaciones.
Edmund contenía las lágrimas, puesto que no quería que Isabella lo viera llorando, se acercó a ella solo para escuchar sus sollozos, susurrando perdón hacia aquel zorro petrificado.
[...]
Un poco más lejos de donde estaban sufriendo el pequeño azabache y la pelicastaña... Los tres Pevensie restantes, Peter, Susan y Lucy llegaron al campamento de Aslan junto con los señores castores, donde fueron recibidos por los Narnianos que se encontraban listos para una gran guerra.
—Hemos venido a ver a Aslan—hablo Peter con su espada en mano, alzándola, si Isabella lo hubiera reído de por levantar su espada dejándolo en ridículo por haber hecho eso. Una vez que estuvieron frente a la tienda del susodicho, un centauro le miro y dirigió su mirada a la tienda haciendo una reverencia, así como el resto de los Narnianos que se encontraban presente, los Pevensie hicieron lo misma, cuando un león enorme y majestuoso salió al fin de la tienda
—Bienvenido Peter, Hijo de Adán... Bienvenidas, Susan y Lucy, Hijas de Eva, y Bienvenidos Castores, gracias por todo... ¿Pero y los miembros restantes?
—A eso hemos venido Señor, a solicitar de su ayuda—habló el rubio guardando su espada.
—Es que tuvimos problemas en el camino—habló Susan.
—Nuestro hermano fue capturado por la bruja blanca, señor Isabella ... Ella estaba con él—continuó Peter tras escuchar a su hermana.
—¿Capturado?... ¿Cómo pasó? —cuestiono amablemente el león.
—Él... los traicionó y se llevó a la tercera hija de Eva, así su majestad—contestó el castor al ver cómo los niños se negaban a hacerlo.
—Entonces nos traicionó a todos—dijo un centauro con un tono severo
—Paz, Oreius—dijo el magnífico león mirando nuevamente a los niños frente a él—. Debe existir una explicación.
—Es mi culpa, señor... Fui muy severo con él—explicó Peter ante la mirada del gran león.
—Fuimos todos en realidad... Isabella trató de reparar lo que estábamos haciendo y terminó en manos de la Bruja Blanca—habló la mayor de las Pevensie tratando de reconfortar a su hermano mayor.
—Son... Nuestra familia—habló la pequeña Lucy, aquel magnífico león la miró con ternura.
—Lo sé querida... Pero solamente empeora su traición—contestó el león—. Salvarlos quizá sea aún más difícil de lo que piensas.
[...]
Por la tarde, mientras Peter miraba al horizonte y hablaba con el gran León, Susan y Lucy jugaban en el lago cerca del campamento de aquel León, todo era risas y juegos, Susan se acercó a tomar una sábana para secarse, pero detrás de ella se encontraba un lobo que le estaba gruñendo, ambas hermanas dieron un grito y unos cuantos pasos hacia atrás, que el lobo estuviera ahí significaba que las tropas de la bruja blanca también estuvieran cerca, por lo que Susan pensó rápidamente y lanzándole al lobo aquella sabana de que ni en manos para tomar su cuerno y lo sopló mientras que ella y la pequeña Lucy subían rápidamente a un árbol que estaba cerca de ellas.
La jauría de lobos no tardó en llegar acorralándolas, Lucy contenía las lágrimas en sus ojos y rogaba porque ningún lobo mordiera a su hermana mayor que se encontraba unas ramas más abajo que ella, fue cuando Peter apareció finalmente para defenderlas juntó con el gran León y algunos Narnianos, pero Aslan dio la orden de que dejaran al rubio solo pues esa era su pelea, los demás bajaron un poco la guardia, pero no iban a dejar que su rey muriera en manos de aquel animal.
Aquel lobo no paraba de burlarse del joven rubio, diciendo que este no tenía el valor necesario para asesinarlo pues en aquella cascada congelada ya se habían enfrentado y el resultado la había sido bueno para ambos bandos, el lobo volvió a gruñir, lanzándose hacia el joven príncipe dejándolo tirado mientras que sus dos hermanas bajaban rápidamente de aquel árbol para socorrerlo.
El mayor de los Pevensie se quitó aquel gran lobo de encima e inspeccionó que sus hermanas estuvieran a salvo, para después unirse a un gran abrazo, fue cuando Aslan dejó ir al lobo que tenía bajo de una de sus patas, dando la orden de que le siguieran, pues los llevarían a salvar a aquellos dos niños de las manos de la Bruja Blanca.
[...]
El azabache y la pelicastaña estaban amarrados contra un gran árbol, uno al lado del otro, durante un largo tiempo que los fieles súbditos de la aquella bruja comenzaron a llegar, los niños habían sido golpeados, empujados y ridiculizado de diferentes maneras por lo que ya tenían algunos notables moretones y alguno que otro corte en su cuerpo.
—¿Está incómodo nuestro príncipe? ¿La princesa quiere un cojín de plumas de cisne? —pregunto Ginarrbrik burlándose de los niños que se encontraban amordazados, mientras los rodeaba—. Tratamiento especial, para los niños... ¡Especiales! —dijo el hombrecillo clavando su cuchillo entre la cabeza de Isabella, el azabache no pudo evitar gritar y tomar la mano de la joven Backer por lo bajo apretándole lo más que pudiera.
Isabella pudo quitar la mordaza que tenía en la boca —Recuerda esto maldito enano, un día de estos te voy a hacer sufras, haré que pidas que te mate y lo haré lentamente para ver como sufres de la misma manera en la que nos haces sufrir, no le deberías de temer a esa estúpida mujer a la que llamas reina, a la que deberías temerle es a mí y comenzar a pedir clemencia por tu patética vida— Edmund nunca había conocido esa faceta de la joven Backer, realmente daba miedo, el hombrecillo la abofeteó haciendo que su labio comenzara a sangrar.
—¡Cuidado como hablas de su Majestad! —se dirigió hacia la pelicastaña, para después mirar al azabache —.¿No es eso lo que querías maldito niño? —le preguntó el hombrecillo al joven azabache al ver como este solo le miraba, el resto del día pasó igual, los niños eran molestados por Ginarrbrik, unas cuantas veces Isabella le ponía la piel y recibía una que otra bofetada, pero ella aún seguía riendo de cómo se molestaba con ella, cuando el hombrecillo no estaba con ellos lo único que veían era a los súbditos de la reina trabajando en sus armas para supuesta guerra que estaba por aproximarse.
El hombrecillo seguía molestando a los niños con su daga, lanzándole cerca de sus caras, pero Isabella no mostraba ni el más mínimo interés, de pronto el lobo que Aslan había dejado ir llegó aullando, seguido de Oreius y una pequeña tropa detrás de él, rápidamente tomaron a Isabella y a Edmund, la pelicastaña no perdió oportunidad y amarro al del árbol donde se encontraban un momento atrás.
Isabella tomó la daga y se la clavó en el estómago del aquel enano haciendo que este gimiera de dolor, colocó una mordaza en su boca y clavó nuevamente la daga en el sombrero que traía puesto. El pequeño azabache había visto aquella escena quedó estático jamás había que Isabella fuera tan vengativa, los niños iban a subirse sobre unos centauros, pero la pelicastaña recordó que sería una vergüenza para los centauros llevar a los humanos sobre su lomo, así que prefirió caminar, no tenía mucha energía, puesto que había perdido un poco de sangre, pero para ella era más importante que aquel centauro que se ofreció llevarla no muriera de vergüenza.
Pero en cambio Edmund iba en uno de ellos, cuando miro que la pelicastaña se recargó en un centauro sabía que ya no tenía energía, vio cómo su cuerpo perdía el equilibrio, uno de los Narnianos se acercó a ella rápidamente para sostenerla y llevarla sobre su espalda, la pelicastaña se había quedado dormida, el azabache la miro determinadamente y no pudo evitar odiarse a sí mismo por haber permitido que la aquella chica había sufrido por culpa de su avaricia y egoísmo.
Edmund no dejo de ver a la pelicastaña, miro al frente pudo divisar las banderas y tiendas de color amarillo con tojo y a lo lejos, sobre una de las montañas, Aslan lo miraba desde lejos esperándolo.
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