⁹· el gran castillo

Dentro del castillo Isabella tomo la mano del azabache pues tenía mucho miedo, por su parte el joven Edmund estaba maravillado con las esculturas dentro del castillo, pues estas se veían muy reales, miraban a todos lados, cuando uno de sus pies tocó un pedazo de carbón y agachándose, soltando por fin el agarre de la pelicastaña, tomo un pedazo de carbón y dibujo una cara en una de las estatuas de un leopardo que estaba ahí.

—¿Qué crees que haces? —se quejó Isabella.

—Solo me divierto—contesto el pequeño azabache, la tomo del brazo comenzaron a subir las escaleras, fue entonces cuando todo paso muy rápido pues Edmund se encontraba en el piso con un lobo sobre él gruñéndole, esperando atacar.

—¡BASTA! ¡Déjalo en paz! Por favor—Isabella trato de quitarlo de encima del azabache, recibiendo una mordida de aquel lobo.

—Quietos o se será lo último que sientas... ¿Quiénes son? —pregunto aquel lobo mientras saboreaba seguir probando la sangre de la joven pelicastaña, le mostrándole sus grandes dientes al pequeño azabache.

—¡Edmund e Isabella!, yo hablé con la reina en el bosque, dijo que viniera a verla, soy un hijo de Adán y ella una hija de Eva, ¡Es verdad! —termino de decir el pequeño pecoso asustado pues no quiera que le hicieran daño a él y mucho menos a Isabella, la pelicastaña tapo el rasguño que le había ocasionado aquel animal, llevo una de sus manos a su boca al oírlo y sus ojos se llenaron de lágrimas, no solo por la traición que había cometido el azabache, sino que la herida no le dejaba de sangrar, le ardía tanto que muy apenas podía seguir moviendo sus dedos.

—Mis disculpas, afortunados favoritos de la Reina... o tal vez, no tan afortunado—dijo el lobo en tono burlón mientras se quitaba de encima del azabache, el lobo comenzó a guiarlos, Edmund quiso decirle a Isabella que estaba bien y que le diría a la reina que curara su herida, pero la pelicastaña se giró ignorándole por completo. Si el azabache tenía una oportunidad que volver a hablar con Isabella pues ya la había desperdiciado nuevamente.

El lobo los llevo a la sala del trono, donde se retiró para ir a avisarle a su Reina que aquellos niños ya se encontraban ahí, Isabella no le dirigió la mirada al azabache, rasgo un pedazo de su ropa para cubrir la herida, el pequeño Pevensie no se preocupó por ella, al contrario, se sentó sobre el trono e imagino como sería su vida si fuera el Rey de todo Narnia y como podría hacer feliz a Isabella quia más de lo que su hermano pudo haberla hecho.

—¿Te gusta? —pregunto una dulce una voz, sorprendiendo a ambos chicos, Isabella se giró hacia el trono de hielo y vio a una hermosa mujer parada frente a ella.

—Ah... ah... Si, su majestad—hablo el azabache torpemente, sorprendiendo a la pelicastaña pues a lo largo de todo el tiempo que lo conocía jamás lo había escuchado hablar así, podría sentir celos porque ya no era el centro de atención del pequeño, podrá decirse que ella y su madre eran las únicas mujeres de su vida que le importaban, pero al ver a aquella mujer de piel pálida pudo sentir que todo el cariño que sentía Edmund hacia ella se había esfumado, le había rompido el corazón por aquella acción que tenía con la bruja.

—Eso pensé. Dime Edmund, cariño... ¿Quién es ella? —cuestiono la aquella mujer de piel blanca señalando a Isabella con la cabeza, la pelicastaña solo la miraba a la supuesta Reina con odio, solo ella podía decirle cariño, ni siquiera su madre le decía así, la joven Backer dejo de mirar a aquella mujer para mirar al azabache esperando una respuesta de su parte, se podía notar que la tensión en el ambiente no era buena, Isabella trataba de no matar al pequeño Pevensie con la mirada, ya que lo había puesto nervioso.

—Es Isabella... es la chica que vive con mis hermanos y conmigo...—la pelicastaña lo sigue mirando molesta, pues ella no quería que la mujer supiera quien era.

—Ya veo, es realmente linda, más de lo que la habías descrito —Isabella la miro, se aguantó las ganas para no gritarle o decirle algo que quizá le quitaría la vida—. ¿Están sordas tus hermanas? —pregunto aquella mujer de piel pálida cambiando su tono de voz, haciendo que la pelicastaña se empezara a preocupar por que llegara a pasar.

—Mmm... No—dijo el pequeño azabache.

—¿Y tu hermano no tiene... inteligencia? —volvió a preguntar la bruja, Isabella trataba de no explotar, estaba hablando de sus queridos amigos, aún no entendía por qué el menor no los defendía ante aquella mujer que se hacía llamar la Reina de todo Narnia.

—Pues yo digo que no, pero mamá dice...

—¡Y cómo te atreves a venir sin ellos! —grito la mujer asiendo que Isabella diera un paso hacia atrás perdiendo el equilibrio y cayendo al piso, haciendo que la tela de su pedazo diera a relucir la sangre que aún recorría por todo su brazo, la mujer había asustado a al pequeño azabache.

—Lo juro que trate, pero no me hicieron caso—contesto Edmund mientras se acercaba a Isabella y miraba su herida tapando de nuevo con aquel pedazo de tela.

—¡No pudiste hacer ni eso!... ¡Solo me traes a una hija de Eva, cuando te pedí a tres!

—Si los traje muy cerca he aquí, están en la casa de los castores por la presa—contesto el azabache.

—¡Edmund! —grito Isabella, pero la bruja no le tomo importancia para después encargarse de ellos dos.

—Bueno... Supongo que no eres dl todo, un caso perdido, ¿Verdad? —hablo la bruja nuevamente de manera suave.

—Solo... una cosa... ¿Podría, tal vez, darnos unas golosinas? —pregunto el azabache, Isabella lo miro con los ojos abiertos pues no podía creer que unos dulces hubieran estado primero que sus hermanos y ella.

—Dales a nuestros invitados... lo que quieren—Isabella dio un paso hacia atrás al escuchar las palabras de la bruja y ve la sonrisa que ponía el enano frente a ella, quien había sacado una daga para dirigirse a ellos.

—Adelante... ¡Voy a darles de comer! —el hombrecillo coloco la daga en la espalda de Edmund, empujando a la pelicastaña para comenzar a caminar, dos lobos se acomodarán a sus lados, evitando que escaparán.

—¡Maugrim! —grito la bruja, tanto Isabella como Edmund se giraron a verla—. Ya sabes que hacer—dio la orden tras eso el lobo aulló y más lobos aparecieron frente a él, la pelicastaña miro al azabache, pero este bajo la mirada, conocía tan bien su amiga que sabía que la había decepcionado por dar aquella información.

Ambos amigos sabían que era demasiado tarde, los hermanos del azabache corrían peligro, por aquellos lobos que irían tras ellos sin importar lo que les pasara en el camino.

[...]

—El enano los había maltrato, Isabella no perdió una oportunidad y hacía que el hombrecillo se tropezara ganándose una cachetada, los llevo a los calabozos de aquel frío castillo, Isabella quien había llevado el abrigo del su tío fue despojada del puesto que el enano decía que era muy elegante para ella.

—Aquí tienen comida, ustedes decidan quien come y quien bebe—dijo burlón aquel hombrecillo mientras les lanzaba la comida y el agua, la azabache tenía mucha hambre pues en la casa del profesor no había comido algún bocado y tampoco en casa de los castores... Isabella por su parte estaba tan decepcionada que no quería comer ni hablar con nadie.

—¿Tienes hambre bella? —le pregunta Edmund a la castaña pues a pesar de tener hambre, no quería dejarla sin comer, puesto que ya la había metido en problemas.

—No quiero nada de ti, ni me dirijas la palabra—confeso la castaña abrazándose a sí misma, pues el frío calabozo hacía que su piel se pusiera chinita, no encontraba ningún lugar caliente.

—¿Me odias, cierto? —pregunto Edmund al escuchar el tono de voz de la pelicastaña, esta se sorprendió ante la pregunta, pero quería mantenerse alejado del él por el momento, no quería pensar que los había vendido por algunas golosinas.

—Por el momento no lo sé, pero estoy decepcionada de ti, aún no puedo creer que hayas preferido unas estúpidas golosinas que, a tus propios hermanos, por el momento mantente callado y veré si te odio o no.

Edmund suspiro y tomo lo que parecía una pieza de carne, pero tras darle un mordisco comenzó a ahogarse al darse cuenta de que estaba completamente congelada y la volvió a dejar en el plato con cara de asco, Isabella lo miro y tomando la taza de lo que pensaban era agua la volteó para solo darse cuenta de que estaba igual de congelada que la comida.

—Sí... Ustedes no lo quieren, ¿Podrían? —una voz débil hablo, haciendo que ambos niños se asustaran, Isabella tomo la comida y se acercó al lugar de donde provenía la voz, el sonido de las cadenas arrastrándose se hizo presente, finalmente, la castaña vio al fauno lleno de cortadas y moretones, Isabella se acercó lo más que pudo al fauno y le tendió la comida, tratando de acercarse más y ver si podía curar sus heridas.

—¿Señor Tumnus? —pregunto Isabella mirándole fijamente, Edmund se acercó a ellos tanto como pudo y miro al fauno.

—Lo que queda de mí...—contesto el fauno, Isabella abrió los ojos y se encontró con la mirada del fauno—. ¡Isabella! ¿Qué haces aquí?, ¿Quién es él? —cuestiono el fauno señalando a Edmund con la mirada.

—Bueno...—contesto la castaña, mirando a al azabache para volver su mirada al fauno.

—Tú debes ser... su hermano, ¿Edmund verdad?

—Si—contesto el azabache.

—Sí, tienen... la misma nariz y pecas—agrego el fauno tras el susurro del pequeño.

—Señor Tumnus necesito preguntarle algo y que usted sea sincero conmigo—dijo Isabella con una seriedad, el fauno le miro y asiento—. ¿Por qué la mujer esa nos quiere tener aquí?

—Porque teme de ustedes.

—Pero solo somos niño—contesto Edmund.

—No, no, no... hay una antigua profecía que dice que cuando el hijo de Adán en carne y hueso y una hija de Eva tomen el trono de Cair Paravel los malos tiempos abran culminado...

—¿Qué?... Pero eso ni siquiera rima—agrego Isabella, Edmund se mantenía como un espectador pues recordó que la pelicastaña no quería escucharlo.

—Lo sé, pero una antigua leyenda que dos hijos de Adán y tres hijas de Eva derrotaran a la bruja blanca y restablecerían la paz en Narnia... Cuando hable con Lucy, ustedes cinco humanos, dos varones hijos de Adán y tres mujeres hijas de Eva, todo queda muy claro.

—¿Lucy sabia de esto? —pregunto Isabella, pero el fauno negó con la cabeza, la pelicastaña se puso a pensar de qué manera podría advertir a los demás Pevensie y en así que ellos estuvieran a salvo.

—¿Dónde está Lucy? —pregunto el fauno sacando a Isabella de su pensamiento—. ¿Dónde está Lucy?... ¿Ella está bien?

La voz autoritaria del fauno llamo la atención del azabache y cuando la castaña lo miro, su rostro pudo ver sentimientos de angustia y de dolor, pero no pudo contestarle porque el aullido de un lobo sonó por el castillo.

—No lo sé—susurro el azabache, se escucharon pasos y tanto los niños como el fauno se alejaron, la bruja blanca entro y miro al pequeño azabache amenazadoramente.

—Mi policía... destrozo la presa... tu adorada familia no se encontraba ahí—la voz de la bruja no era para nada dulce, pero eso no fue todo, la mujer tomo del cuello de la camisa de Edmund, Isabella trato de acercarse, pero el hombrecillo puso su daga en su estómago haciendo que se detuviera—. ¿En dónde están?

—¡No lo sé! —la bruja lo soltó dejándolo caer sobre si y levanto su bastón en dirección a Isabella, la apuntaba justo en la garganta, la pelicastaña no mostraba ni una pisca de miedo, pero en cambio el azabache temía por ella, vio como la bruja tomo vuelo para apuñalarla por la garganta haciendo que muriera.

—¡Espere!, escuche al castor hablando sobre Aslan—cuando las palabras salieron de la boca del azabache, Isabella y el señor Tumnus se giraron haberle alarmado, las facciones de la mujer cambiaron.

—¿Aslan?... ¿Dónde? —cuestiono la mujer dejando de apuntar a Isabella para mirarlo a él.

—Él no es de aquí, su majestad... No sabe lo que dice—contesto el fauno, el azabache supo que no debía decir nada, la pelicastaña miraba el piso sin decir nada, lo mejor era permanecer callada, pero cuando el enano golpeo la cabeza del fauno lastimándolo, no pudo evitar soltar un grito.

—Yo dije, ¿Dónde está Aslan? —Isabella miraba al pobre señor Tumnus, pero este y el joven azabache se miraban entre sí.

—No... No lo sé... Es que me salí antes de que lo dijeran, quería estar con usted—dijo Edmund en un intento de por suavizar el inexistente corazón de la bruja quien miraba al fauno analizando su siguiente movida.

—¡Guardia! —grito la mujer.

—¿Si, Majestad? —pregunto un cíclope entrando a los calabozos.

—Suelte al fauno—ordeno la Bruja, el cíclope obedeció, pero el señor Tumnus no dejaba de gritar pues sus congelados pies sufrían cada vez que el martillo golpeaba sus cadenas, Isabella le miraba asustada cosa que agrado a la bruja quien chasqueo los dedos y le indico al cíclope que trajera al fauno a sus pies.

Isabella contenía las lágrimas al verlo lastimado que se encontraba el señor Tumnus, pues sabía que, si algo le sucedía, Lucy no podría perdonárselo por no hacer nada por él.

—¿Entiendes por qué estás aquí, fauno?

—Porque espero ver libre a Narnia—contesto el fauno como pudo, retando a la bruja, pero esta no hizo más que sonreírle sínicamente.

—Estás aquí, porque Él te delato... Por golosinas—dijo la bruja burlona mientras señalaba al joven azabache, Isabella miro al susodicho y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.

—Edmund—susurro la pelicastaña, pero el pecoso solo podía ver la mirada triste que le dirigía aquel fauno que se encontraba en el piso.

—Súbanlo ya—ordeno la bruja al cíclope que tomaba al señor Tumnus por sus patas peludas y lo arrastraba hasta la puerta del calabozo.

—¿Qué?... No... ¡Basta por favor! —grito Isabella al escuchar los gritos de aquel fauno, quiso ir taras él, pero la bruja no lo pensó dos veces y la abofeteo callándola.

—Bella—susurro Edmund que veía como aquella joven comenzaba a sollozar frente a él, el azabache jamás la había visto llorar, armándose de valor se acercó a ella y la abrazo trato de consolarla, pero sabía que no podía hacerlo, ya que él había ocasionado todo esto.

—Prepárenle trineo... Edmund extraña a su familia—dijo la bruja al hombrecillo y salió, dejando finalmente a Isabella y a Edmund solos.

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