Capítulo 27

Nicolás

🖤

Mailén no está en la cama. Mi mano ha recorrido el colchón sin encontrarla.

La habitación está a oscuras y su calor permanece adherido a las sábanas. Es la primera vez que duerme en el departamento, no habíamos logrado acordarlo con los días tan ocupados y me gusta tenerla aquí. Ya sé que no es apropiado pedirle que se mude conmigo cuando tenemos tan poco tiempo de relación y, además, se negaría; pero sería agradable regresar con ella a casa todas las noches.

—¿Mai? —llamo en voz alta.

El baño permanece con la luz apagada, así que no está ahí.

Salgo de la cama, recojo el bóxer y la bermuda que me quite cuando hicimos el amor antes de dormir. La subí en brazos hasta el cuarto, pero ella despertó al recostarla en la cama y los besos subieron de intensidad. En unos cuántos minutos estaba desesperado buscando un condón, pero ya no tenía en el cajón y tuve que abrir otra caja de cincuenta condones que tengo en el armario.

Mailén casi cae de la cama por la risa, no se creía que existieran cajas tan grandes de condones y mucho menos que alguien las compraría. Por suerte no era un paquete de cien, como los que suelo comprar, pues ese día no quedaban en la farmacia.

El celular indica que pasan de las tres de la mañana, ¿se habrá marchado? Quiero creer que no, pero después de desaparecer así en la tarde ya no sé qué pensar.

Al salir de la habitación la descubro en la sala, puedo verla desde la puerta; está concentrada en su tableta electrónica y no me nota. Tiene los audífonos puestos, está sentada en el sofá más largo y toda su atención se vuelca sobre la pantalla.

No bajo en silencio, sino que hago todo el ruido posible sin parecer exagerado. Bostezo, suspiro, propino unos golpecitos en el barandal e incluso bajo de un brinco los últimos dos escalones, mas no me escucha.

No quiero asustarla ni que piense que la espío. Incluso considero regresar a dormir, pero la imagen en su tableta electrónica capta mi atención. Está mirando una fotografía de Gigi y Eric y no cualquiera, sino una de las que hicieron durante la noche del accidente de Karam. En ese momento no podía ver a Gigi nada más que como una amiga, una guapísima, pero una amiga con la que nunca llegaría ni a los besos; era casi como una hermana mayor.

Henrik siempre tuvo razón. No debimos involucrarnos, estuvo mal. Algunas personas pueden manejar bien todo el embrollo de ser amigos de las exparejas, pero quizá nosotros no. Gigi intenta ser amable, no siempre lo logra, a veces se le nota incómoda.

Mailén pasa varias fotografías en su tableta electrónica, sólo que no parece interesada en la pareja, sino en lo poco que se ve del accidente. Amplía las imágenes y aumenta el brillo, hace lo mismo con todas. También consulta su celular, es extraño, ¿por qué tiene fotografías nuestras en su buzón de mensajes?

—Amin Karam —lee en el encabezado de una nota vieja sobre el accidente.

No quiero ponerme celoso por el prometido de mi ex, eso sería el colmo de la locura, pero aquí estoy: celoso. No me gustó cómo la miraba en la fiesta de Mike, era como si quisiera tener toda su atención.

Gigi no para de hablar de lo maravilloso e increíble que es Karam con ella. Suele hacerle regalos carísimos, cumplirle caprichos como ir a cenar a otro país y regresar, tonterías como esas. Los admiradores juran que son la relación más perfecta del mundo, claro, ellos no saben que ese hombre está tuerto por un accidente ocasionado por Gigi. Ese ínfimo detalle sólo es conocido por nosotros, porque ella quiso sincerarse. Intentamos que desistiera de ir a esas fiestas benéficas y de intentar compensar el daño que causó, ¿qué sentido tenía? Pero no nos escuchó, se conocieron y ahora se van a casar.

Gigi no lo ama, creo que no ama a nadie más que a ella misma. Sólo por eso me tranquiliza verla preparar su boda, sé que Karam no puede herirla.

Y, sin embargo, recordar la mirada de Karam en Mailén me hace hervir la sangre. Entiendo que la ayudó a regresar en el avión privado y que Mailén es una chica con la que puedes conversar sobre finanzas o antojitos mexicanos; con ella siempre tienes un tema para hablar... ¡Pero no tenía que mirarla de esa forma! Además, estaba con Gigi, ¿qué le ocurre?

Ella misma se inquietó en la fiesta, por eso habló conmigo, aunque no me dijo nada interesante; sólo quería provocarle celos a Karam y la celosa resultó Mailén. Ella fue por mí y terminamos bailando a media pista.

Mailén aparta todas las fotografías de su tableta electrónica y abre un documento de notas, como los que suele usar para anotar cosas de la banda. Desde aquí no puedo leer qué está escribiendo y será imposible que revise, tiene esa cosa llena de contraseñas y seguridad; sería más sencillo si todavía utilizara libreta y lápiz.

Me incomoda pensar que debería revisar sus cosas, pero ¿qué podría estar anotando sobre el accidente de Karam?

—Piensa, Mailén, piensa —se dice.

Se levanta de un salto, cierra los ojos y se mueve al ritmo de una canción que apenas se escucha desde donde estoy. Me gusta cuando baila así, que sólo se deja llevar por la melodía y se sumerge en su mundo, es su forma de concentrarse.

Mailén lleva mi playera que ha manchado de algo, creo que de refresco, esa mancha no saldrá, pero no importa. Ya se ha recogido el cabello en una coleta y parece más despierta que cuando pasé por ella al cine.

Me aproximo, otra vez bostezo casi como león para que me escuche, pero la música en sus audífonos es demasiado alta.

Me detengo a un metro de ella y meto las manos en los bolsillos de la bermuda.

Ella se queda quieta, frunce el entrecejo y parece meditar algo en lo que acaba de reparar. Entonces grita, abre los ojos y, al verme, vuelve a gritar. Sus manos sueltan la tableta electrónica, intento agarrarla, pero escapa y cae en un golpe seco sobre el suelo. La pantalla se oscurece, el cristal se rompe y la música se detiene en sus audífonos.

Ese cristal me recuerda a cómo imaginé que vivió Karam ese accidente. La desesperación que debió invadirlo cuando no podía ver nada porque los cristales cayeron en sus ojos y su hijo iba en el asiento trasero; debió ser el infierno.

Mailén también contempla la tableta electrónica en silencio. Ninguno habla ni cuando levantamos la mirada para encararnos, ¿qué sucede?

—¿Tienes alcohol? —pregunta sin borrar la expresión asustada de su rostro.

—¿Alcohol?

—Sí.

—Sí... Debo tener...

—¿En la cocina?

—Sí.

Se marcha hacia allá sin darme oportunidad de decir más. No soy médico, pero sé que no se puede mezclar alcohol y medicina. Ella toma varias pastillas, la he visto, en la mañana, el almuerzo y en la cena; no puede beber licor.

Al entrar a la cocina la encuentro arriba de la meseta revisando las alacenas superiores. Encuentra el alcohol a la primera, ni sé qué tanto tengo ahí, ya no suelo tomar, no desde que conocí a Mai.

—Esto servirá —dice y baja una botella nueva de mezcal.

Desciende de un brinquito al tiempo en que la reprendo:

—No puedes beber alcohol.

Ella sólo pasa la vista rápido por mi rostro y sigue recorriendo la cocina.

—¿Y cigarros?

—¿Cigarros?

—¿Tienes?

—Tengo el vaper... —reacciono y sacudo la cabeza—. Mailén, no puedes fumar ni cigarros, vaper, nada... ¡Eres asmática!

—Ya lo sé, yo soy la que no puede respirar bien, pero gracias por el recordatorio.

Sale de la cocina sin decir más. Voy por un par de vasos o deduzco que lo tomará directo de la botella, no sé qué le ocurre.

Al salir de la cocina la encuentro en mi estudio. Creo que me conoce más que yo a ella, pues encuentra una cajetilla de cigarros nuevos y mi encendedor en el librero.

—Esto servirá —declara con una sonrisa triunfal, pasa a mi lado y sale del estudio.

—Mailén.

Ella me ignora y se encamina hacia el balcón. Tal como deduje, abre la botella y está por beberla así hasta que se la arrebato.

—¡Si vas a beber al menos hazlo bien!

—¿Existen formas correctas de emborracharse?

Pongo los ojos en blanco, ¿es en serio? Se supone que el inmaduro soy yo, no ella.

—Pues sí... El mezcal se disfruta, no se bebe como vodka barato.

—¿Y tú lo disfrutabas cuando te emborrachabas porque Gigi estaba con otro?

Estoy esperando a ver la culpa en su mirada por atacarme de esa forma, mas no llega. Tal vez lo merezco, no lo sé.

—No, sólo quería dejar de pensar en ella, ¿contenta?

Entonces llega la culpa. Sus hombros caen, cubre su rostro y dice:

—Perdón... No quise decir eso...

—No estoy muy seguro, pero está bien... Creo que influye que todos hablaban de eso cuando nos conocimos.

En el balcón tengo una mesita y una silla donde solía salir mis solitarios domingos. Últimamente este sitio ha estado desocupado.

Coloco los dos vasitos en la mesa de metal y sirvo el mezcal. Mailén toma el vaso, mas no lo bebe, sino que espera a que le explique cómo hacerlo.

—El mezcal se bebe despacio, suelen decir que son besitos, porque debes disfrutarlo. No es una bebida para emborracharse a lo tonto.

—Hablas como todo un conocedor.

—El mezcal es mi favorito —confieso—. No soy de whisky.

Ella sonríe, parece un ángel sólo con la luz de la luna y la que sale del departamento.

—¿Entonces puedo beberlo y ya?, ¿no tengo que hacerlo con limón o algo?

—No si quieres hacerlo bien —explico y me siento en el suelo. Ella lo hace en la silla—. Primero siente su aroma, luego empieza con sorbos pequeños, bésalo.

Mai sonríe.

—¿Besarlo?

—Así se dice... Esos sorbos pequeños son besos.

—Qué romántico.

Encojo los hombros e inhalo el aroma del mezcal que aplaca la incertidumbre de que algo sucede. Entonces bebo un pequeño sorbo, un beso.

Mailén me imita, pero ella hace una mueca chistosa.

—Tú querías beber alcohol.

Ella se aclara la garganta antes de hablar.

—Pensé que me detendrías...

—Si querías beber lo ibas a hacer quisiera yo o no, ¿me equivoco?

—Tienes razón... —Y bebe otro sorbo, esta vez ya sin muecas—. Gracias por acompañarme.

No responderé eso porque siento que está mal. Ella no debería beber ni fumar, pero aquí está encendiendo el primer cigarro al que le da una calada honda. Sus pulmones deben estar llenos de humo y odio que sea así. Yo ni uso el vaper cuando está cerca.

—¿Por qué me miras así? —pregunta ella.

—No deberíamos hacer esto.

—Yo no, tú no tienes problemas.

—No me gusta ya —espeto, incómodo—. Es malo para tu salud.

—No me voy a morir por beber y fumar un poco, Nicolás.

—No puedes saberlo... Los asmáticos tiene ataques, ¿en dónde está tu inhalador?

Ella suspira y desvía la vista. Tiene su celular en la mano y reproduce una canción electrónica. Mailén y Gustavo se han convertido en buenos amigos. Él me dijo que Mai arrojó su vaper de colección al basurero, pero aquí está torturando sus pulmones.

—Estaré bien, Nico. Sólo necesito estoy hoy...

—Mailén...

Se incorpora, avanza hasta el barandal y recarga ahí su espalda.

Sus piernas largas lucen más blancas con la escasa luz. La coleta está despeinada y tiene la mirada perdida en medio de la nada. En una mano sostiene su vaso y en la otra el cigarro que fuma despacio.

—¿Por qué leías del accidente de Karam?

Espero que mi pregunta la desconcierte, pero parece ni escucharme. Demora en responder.

—Sólo sentí curiosidad.

—¿Y también sentiste curiosidad por las fotos de Gigi y Eric?

—Sí, ¿me estás espiando?

—Intenté hacer ruido para que me notes, pero no pasó.

Ella asiente.

—¿Ya salías con Gigi en ese entonces?

—No.

Bebe en silencio un momento, luego comenta que Mike se enojará por la tableta electrónica y la calmo al decirle que compraremos otra. Entonces me da la espalda y contempla la ciudad de madrugada.

Me levanto del suelo y camino hasta su lado, ella me dirige una sonrisa melancólica.

—¿Todavía sientes algo por Gigi?

—Mailén...

—Responde.

—No.

Me alejo del barandal sólo para ir por los cigarros que dejó en la mesa, enciendo uno para mí y otro para ella; me agradece cuando se lo entrego. Debo ser el peor novio de la historia por consentir así a una asmática.

—El accidente de Karam fue cuando MalaVentura estaba en el hotel de enfrente, ¿verdad?

—Sí, ¿por?

Intento mantener un tono tranquilo en la voz, que no se me note el sobresalto por la deducción más obvia.

—Es una coincidencia escalofriante...

—Una triste.

Mailén me contempla atenta a cualquier cambio en mi semblante y la verdad no sé si logro mantenerme indiferente.

—¿Karam sabe eso?

—Sí, eso me parece... —No puedo mantenerle la mirada, así que me concentro en mirar las casas que se extienden frente a nosotros—. Algo comentó Gigi.

—¿Se acostó muchas veces contigo cuando ya salía con él?

Ella mantiene su tono firme, yo titubeo antes de contestar.

—Algunas...

—¿Y era sólo sexo o...?

—Mailén, no me siento cómodo hablando de eso.

—Disculpa...

¿Qué estoy haciendo? Mierda. Termino el mezcal en mi vaso y me sirvo más. Todavía estoy al lado de la mesa cuando hablo.

—No era sólo sexo, pero tampoco amor, Mailén... Existía cariño entre nosotros.

Ella gira, vuelve a recargar su espalda en el barandal y extiende el vaso hacia mí para que le sirva más. Agradece con un tonito bajo.

—¿Sólo cariño...?

—Sí...

—Pero tú sufrías por ella, Nicolás...

—Estaba confundido...

—¿Y cómo sabes que no era amor?, ¿cómo puedes asegurar que lo de ustedes no está destinado a funcionar? Tal vez sólo están poniéndose trabas en el camino y...

—Sé que no era amor porque no es ni la tercera parte de lo que siento por ti.

Mailén se queda callada. No emite palabra ni cuando camino hasta ella y quedamos a escasos centímetros. Debe levantar el rostro para mirarme a la cara y, así, noto que tiene los ojos llenos de lágrimas.

Ella extiende los brazos, rodea mi cuello y se para de puntillas para besarme. Nunca había percibido el sabor a alcohol y cigarro en su boca. No es malo, pese a que no es algo que relaciono con ella, también se siente bien. Es una parte suya que desconocía, otra que me gustan como todas las otras partes de ella.

La sostengo por la cintura y la conduzco hasta la silla donde tomo asiento. Ella se sienta a horcajadas arriba de mí, sólo se aparta para dar un sorbo a su bebida, una calada al cigarro y los deja en la mesa. Yo hago lo mismo, así que cuando volvemos a besarnos el humo escapa entre nuestras bocas.

—No tengo condones aquí —le digo en medio del beso—. Debo subir por uno.

Ella no me permite decir más, sujeta mi rostro y profundiza el beso hasta sentir el piercing de mi lengua en la suya. De pronto, se aparta e incorpora, estoy a punto de preguntarle qué hace, pero entonces noto que se está quitando el bóxer rojo.

—No puedo ser responsable ahora.

Regresa a sentarse arriba de mí y su boca calla cualquier cosa que quisiera decir. No tengo problemas en hacerlo con ella sin protección. Los dos estamos sanos, la disquera nos somete a análisis seguido y ella lleva el control con el médico, tampoco me preocupa si llegara a embarazarse. Por el contrario, creo que me gustaría ver a una personita como ella corriendo por el departamento.

Ese último pensamiento me sorprende... Es la primera vez que pienso en algo similar con cualquier persona.

—Mailén... —murmuro—. Quiero verte.

Ella relame sus labios, se deshace la coleta y revuelve su cabello hasta que cae por delante de sus hombros, entonces se quita la playera y la arroja al lado del bóxer. Nunca la había tenido completamente desnuda para mí, siempre se deja la blusa, tampoco he presionado; aunque con la escasa luz es difícil de ver por completo su cuerpo.

Forcejeo con el botón y la cremallera de la bermuda, ella me ayuda a abrirla. Consigo bajarla sin levantarme. Ella se aferra a mis hombros, clava sus uñas en la piel y sus ojos en los míos.

Su entrepierna está tan mojada que apenas con la fricción la penetro. Ella se excita tan rápido como yo, por eso podemos tener sexo en donde sea. No me importa si Eric me molesta porque solía burlarlo con Aura, pero Mailén logra que nunca tenga suficiente de ella.

Mai gime, sus piernas se tensan y dicta un ritmo rápido en las embestidas que, por la posición, llegan muy adentro. Sus pezones rozan en mi pecho mientras me besa, no podemos parar de besarnos, sólo se aparta unos centímetros para contemplarme.

Sus manos bajan sobre mi cuerpo, acaricia los pectorales, los hombros, bíceps y mi abdomen, es como si me estuviera adorando. Yo hago lo mismo con ella, por primera vez tengo su pecho completamente desnudo para mí. Sus pechos me encantan, son mi adicción. Podría lamer sus pezones por horas, pellizcarlos, demostrarle cómo cada parte de ella me vuelve loco.

—Soy una egoísta —gime y sujeta mi rostro—. Una maldita egoísta.

—¿Por qué...?

Yo ni puedo hablar, el placer que me produce su cuerpo es demasiado, más cuando ella lleva el control. Por lo general es una lucha de poderes, pero hoy la dejo hacerme lo que quiera porque sólo necesito estar adentro de ella para aplacar la incertidumbre.

—Porque me gusta que seas sólo mío.

La abrazo con fuerza y, con un impulso, me levanto de la silla. Ella grita, pero se aferra a mí con las piernas y los brazos. La bermuda cae a mis pies y la aparto de una patada. No salgo de ella, procuro mantenerme muy adentro y sólo aflojo el agarre cuando la recargo en la pared del balcón.

Sujeto sus piernas mientras la penetro. Ella cambia los gemidos por grititos con cada embestida, es probable que el vecino de arriba pueda escucharnos, pero ¿qué importa? Si adentro de ella se está tan bien, si es el paraíso con su pecho pegado al mío y su boca buscando con desesperación mis besos.

Vuelvo a besarla en el cuello como esa vez en la cocina, sólo que ahora lamo desde ahí hasta su boca. El piercing presiona, ella baja el rostro para poder besarme rápido.

—¿No notas que soy sólo tuyo?

Ella muerde su labio inferior.

Y la penetro tan fuerte que grita, ahora sí nos escucharon los vecinos. Pero no paro, me gusta escucharla perder el control, convertirse en una mujer que sólo se guía por sus instintos y el placer. Quiero que me clave las uñas cuando no pueda más, que me arañe si lo desea y me muerda.

Mai, como si me leyera la mente, muerde suave mi labio cuando casi me aparto; no quiere que lo haga. Su boca reclama por la mía en medio de las embestidas que la hacen gritar y jadear. No paro ni con el hormigueo que me recorre, ni con sus uñas levantando el pellejo en mis hombros y nuestros dientes chocando en medio de un beso que ya ni es eso.

Ella alcanza su orgasmo unos segundos antes que yo. Echa la cabeza hacia atrás y mi boca busca su cuello donde beso de forma torpe y brusca al tiempo en que mi propio orgasmo llega.

Salgo de su cuerpo sólo unos segundos antes de eyacular. El semen queda sobre mi abdomen y el suyo, pero ella lo mira con fascinación. Es tal su reacción que me hace reír en medio del placer que predomina.

—Eso fue mucho... —jadea.

Y mi respuesta es besarla, apretarla contra mí. Ella me abraza por el cuello y responde el beso en medio de jadeos, aunque no dura demasiado para dejarla respirar.

—Este es el peor anticonceptivo de la historia —comento con mi frente sobre la suya y los ojos cerrados—. Tal vez en nueve meses me odies en medio del parto.

Ella ríe bajito y, al abrir los ojos, la encuentro contemplándome con tanto amor que me oprime el corazón.

—Es muy probable...

La ayudo a bajar, sus rodillas fallan y debo sostenerla para que no caiga, entonces ríe.

Entro a la casa por papel, pero sólo recojo una toalla del baño de invitados y regreso para ayudarla a limpiarla. Ella ya se ha colocado mi playera que ahora también está manchada de semen, pensar eso me hace reír y, aunque insiste en saber por qué estoy a punto de ahogarme de la risa, no respondo.

Ella me limpia, es lo más extraño que una chica ha hecho por mí, y luego nos sentamos en la única silla. Yo no me visto, por lo que Mailén se sienta en mi regazo y recorre mi cuerpo con las yemas de los dedos.

Sirvo más mezcal para mí, ella ya no quiere. Ninguno enciende otro cigarro.

Mailen descansa su cabeza en mi pecho, incluso busca el latido de mi corazón y se queda muy quieta escuchándolo por varios minutos mientras bebo del mezcal.

—Cuéntame sobre Arabella —dice de repente y levanta la mirada hacia mí—. ¿Cómo eras cuando iniciaron en la banda?

—Ah, cuando ni teníamos nombre...

—Sí...

Suspiro, eso implica recordar a Teresa, pero descubro que no me provoca nada. Ni tristeza, nostalgia, alegría, nada, sólo es un recuerdo más.

—Estaba en la universidad...

—¿Terminaste?

—No —sonrío. Mi madre es lo único que me sigue reprochando—. Me gusta lo que hago ahora.

Mailén sonríe y me besa en el pecho, por arriba de mi corazón.

—¿Cómo fue ese día?

—¿Cuál?

—Cuando conociste a los demás...

Sonrío. En mi cabeza están esas imágenes de siete años atrás cuando éramos más jóvenes y bastante pendejos.

—Pensé que los ojos de Dimas eran falsos, Eric también.

—¿En serio?

—Sí...

Acaricio la espalda de Mai, ella se acurruca más y vuelve a buscar el latido de mi corazón. Escucha mi narración en silencio, sólo ríe en algunas partes y me permite contarle todo, sin omitir detalles. Puedo hablarle sin miedo de Teresa, lo que pensaba, sentía, mis temores y ante todo está esa sonrisa tierna y la mirada feliz.

¿Y en dónde estuvo ella en ese tiempo?, ¿qué hacía? Quiero saber cada detalle de su vida, pero el sueño vuelve a vencerla. Beso su frente y me quedó un momento más aquí para disfrutar de la noche que acaba de ser testigo de lo mucho que quiero a esta mujer.

Quiero tanto a Mailén que he pensado que sería lindo ver a una personita como ella que fuera parte de ambos, alguien que nació de nuestro amor.  

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