Capítulo 19

Mailén

🖤

Es un mal momento para recibir un mensaje de Vic. No he contestado sus llamadas ni mensajes de texto y no lo haré ahora. No estoy lista para disculpar su idiotez.

Nicolás nota que escondo la pantalla del celular, lo sé porque levanta el rostro hacia mí y no me responde la sonrisa.

Nos dirigimos a casa de sus padres porque es de lo más normal conocer a la familia del chico que te gusta sin que sean novios.

¿Quiero ser novia de Nicolás? o, mejor dicho, ¿puedo con eso? Él me atrae, eso es indudable, y creo que esto va más allá de lo físico. Nunca me he enamorado, así que no puedo explicar qué es lo que siento, no sé si es esto o debería ser diferente. Sólo sé que me gusta verlo, sentir su contacto y cuando me abraza por la espalda. No todo recae en lo sexual y en lo increíble que es estar con él, sino en todos los pequeños detalles que ha tenido conmigo.

Sin embargo, sus admiradoras son despiadadas. Son más agresivas que las de Eric, pues a él lo conocieron con pareja. En cambio, Nicolás es el soltero empedernido, aquel con el que podían fantasear e intentar enamorarlo con una mirada desde el público. Si Nicolás tiene novia será la tercera guerra mundial, así que me repito, ¿puedo con eso?, ¿puede él con eso?

—¿Estás bien? —me pregunta cuando se estaciona—. Estás pálida.

—Todavía me estoy recuperando —miento con una sonrisa débil.

Nicolás mira el celular sobre mi regazo. No pregunta, sabe que no tiene por qué hacerlo, pero está inquieto y teme que mi reacción sea por ese mensaje.

Me retiro el cinturón de seguridad y me acerco a él. Sostengo su rostro y beso esos labios que me han tentado desde que lo conocí.

Nico no duda en responderme, por el contrario, tira de mi cuerpo para sentarme en su regazo, pero el sitio es muy angosto y no podemos acomodarnos.

—Necesito una camioneta —ríe sobre mi boca.

No abro los ojos, no quiero hacerlo, me gusta lo que siento con su risa tan cerca y sus manos en mi cintura.

—Contigo en donde sea —musito.

La risa de Nico se detiene. Sus labios vuelven a buscar los míos, pero el beso es corto y tierno.

—¿Segura que quieres estar conmigo?

Parpadeo, ¿cómo pregunta algo así después de lo que dije?

—Sí, Nico...

—Estuve con muchas mujeres e hice demasiadas estupideces...

—Lo sé...

Y con fotografías y anécdotas exclusivas, sé todo, Nico. Lamento no poder decirte eso.

—Eres muy pura.

Rio, ¿pura?

—O aburrida —corrijo—. No tenía tiempo para conquistas y sexo de una noche, Nico, pero si lo hubiera tenido de seguro lo habría hecho. No tienes que sentirte mal por eso, sea como sea, eras soltero y sólo estabas disfrutando la vida.

—Bueno, no siempre fui soltero...

—Y aprendiste de tu error —puntualizo con un dedo sobre sus labios para que me deje hablar—. No cometas el mismo error dos veces, Nico.

Él aparta mi mano y besa los nudillos.

—No, ya no.

Una lujosa camioneta color blanca se estaciona delante de nosotros. No tengo que preguntar para saber que Nicolás se compró a sus padres. Entonces reparo en la bonita casa de dos pisos frente a la que estamos, tiene un jardín en el frente y una fuente con un querubín.

—Eres un buen hijo —comento mientras guardo mi celular en la mochila.

—Mi padre no opina lo mismo —suspira. No quiso hablar nada de sus padres durante el camino—. Siempre se queja de que no vengo a verlos.

—¿Y es verdad?

Lo es, desde que lo conozco jamás ha venido, me habría enterado. Lo peor es que viven a cinco minutos de su departamento, creo que se puede ver la casa desde el balcón.

—Sí, es verdad —admite con desgano—. No es que no los quiera, lo hago, pero... no sé.

—¿Es una relación complicada? Tengo experiencia en eso.

Mi comentario lo hace reír.

—No, no tan complicada, sólo complicada promedio... No es mi padre biológico, es mi padrastro, pero lo conozco de toda la vida.

¡Eso no está en internet! Estoy sorprendida, con los ojos abiertos de par en par y la quijada abajo.

—Vaya, no sabía... —reacciono—. Pero papá es el que cría.

—Sí, lo tengo claro, no es por eso...

La mamá de Nicolás baja de la camioneta con un saltito. De inmediato se apresura a abrir la puerta trasera para bajar unas bolsas. Nicolás no me dice más, sino que sale rápido del automóvil para ayudarla.

Su papá sale de la camioneta y se dirige a abrir la puerta, ¿no puede ayudarlos con algunas bolsas?

Abandono el auto y me acerco a Nico y su madre; él me entrega una caja de lo que parece ser un pay.

—Es que hicimos la compra —me explica su mamá con tono apenado—. Disculpa, nena, no tienes que cargar nada, ¿por qué no nos esperas adentro?

—No hay ningún problema —digo y agarro un par de bolsas grandes con verduras y frutas—. Entre todos es más rápido.

Su mamá esboza una sonrisita tímida, es tan linda. Tiene el mismo hoyuelo que Nicolás, así como la mirada castaña y la piel morena clara. Desde que la vi supe que era su madre, no tuvo que decírmelo, son idénticos.

—Sí, pero no somos todos —enfatiza Nico la última palabra.

—No seas grosero frente a tu amiga —reprende su mamá—. Vamos... ¿Por qué tienes tantos tatuajes?, ¿no se infecta tu sangre o algo?

Nicolás ríe y cierra la puerta de la camioneta con un empujón de su cadera. Entramos a la casa mientras él explica a su madre que su sangre está bien, todavía no puede donar porque tiene menos de seis meses que se hizo el último, pero no está infectado de nada.

La casa evoca calor hogareño. Los muebles son cafés claros, tiene un librero y la televisión en medio. Su padre está sentado en el sofá individual y mira los avances del reality show donde estará Claudia.

—Perdón —dice Nico cuando entramos a la inmaculada cocina blanca.

Niego despacio, no es culpa de nadie que Claudia esté ahí. Me alegro por ella, deseo que sea feliz, pero lejos de mí.

—¡Cariño!, ¿me traes una cerveza? —pide el hombre desde la sala.

Nicolás pone los ojos en blanco mientras que la mujer corre a la nevera por la cerveza.

Por fin entiendo a lo que se refirió Nicolás cuando dijo que debí conocer a su madre cuando era joven.

—Llévale la cerveza a tu padre —dice ella y se la entrega a Nico—. Ve, no me pongas esa cara, es tu papá.

—Que venga él a buscarla —se niega.

—Nicolás, hazlo, ¿sí? Conversa con él, eres su único hijo varón y nunca hablan.

—Mamá...

La cara de su madre no deja lugar a debate, así que Nico vuelve a poner los ojos en blanco y sale de la cocina con la cerveza.

—Discúlpalo, a veces es un poco terco —me dice sin que sepa que lo encerré en el baño por eso mismo.

—Un poquito —suavizo con una sonrisa.

Entre las dos guardamos la compra, aunque yo no sé en dónde va cada cosa y ella tiene que indicarme los lugares. Noto que tiene de todo en su cocina, sus electrodomésticos son de lujo y tiene la despensa llena de comida.

Nicolás les pasa dinero, lo he visto hacerlo, aunque no sé cuánto. Tal vez no venga seguido, pero se preocupa por ellos.

—¿Sabes hacer chilaquiles? —me pregunta la mujer—. Nicolás ama los chilaquiles caseros.

Mi rostro es un poema. Sé cocinar lo indispensable para no morir de hambre, no hay riesgo de que incendie la cocina, pero tampoco de que alguien babee por mi comida. Nunca me ha interesado aprender, no es algo que vaya conmigo, pero entonces me pregunto ¿cómo le dices eso a la madre del chico que te gusta?

—No, no sé —confieso con mi mejor sonrisa—. No me gusta mucho la cocina.

La mamá de Nico me ve de pies a cabeza, no sé si eso es bueno o malo. Tal vez quiere una mujer que sepa cocinar como pareja de su hijo.

—A Nicolás tampoco —ríe—. Tendrán que buscar a alguien que cocine para ustedes.

Ella se gira rápido, por lo que no ve mi sonrojo, ¿está pensando ya en cuando viva con su hijo?

—Él y yo no somos novios... —explico con cautela y me recargo en un costado del lavabo—. Estamos saliendo...

No hemos hablado sobre eso, pero prefiero ser clara con su madre.

—Ay, nena —suspira sin parar de moverse por la cocina en busca de todo lo que necesita—. Si mi hijo no quisiera algo serio contigo, no estarías aquí.

Y me hace un guiño.

No puedo sonreír, me he quedado congelada, entonces ¿estoy hablando con mi futura suegra?

—No sé... Tal vez, yo... —titubeo.

Ella se lava las manos y me dedica una sonrisa muy parecida a las de Nicolás.

—Que Nicolás no venga a vernos no significa que no sepa de su vida... Soy una mamá que revisa las redes sociales para saber de él.

Creo que se me baja la presión... ¡Las redes sociales exhiben a su hijo casi desnudo! Nicolás tiene un cuerpo increíble, lo sé, vaya que lo sé... ¡Bien! Me quedé pasmada pensando en su abdomen marcado, ¡así no se puede!

Repaso mentalmente cada publicación que he hecho de Nicolás. Los comentarios tienen tanta morbosidad que hasta yo me sonrojo, ¡no me imagino cómo se pone su madre!

—Ustedes las jovencitas tienen un lenguaje muy colorido para halagar a los hombres —dice sin parar de sonreír.

Sí, se me bajó la presión.

—Yo no...

—Sería una pena que tú no —interrumpe.

—¿Todo bien? —pregunta Nicolás en la entrada.

Grito, no como la primera vez que lo vi, pero lo bastante fuerte para que su padre pregunte si todo está bien.

La mamá de Nicolás ríe sin decir nada, mientras que su hijo pasea la mirada entre nosotras.

—Sólo vine por una cerveza.... —dice él y pasa a mi lado para buscar una en el refrigerador—. Estás muy roja, Mailén.

—¿Yo? —musito tan bajito que parece un chillido.

—Sí...

Nico cierra la puerta del refrigerador, se acerca peligrosamente hasta acorralarme contra la meseta y deposita un beso tierno en mi frente. No dura demasiado, apenas unos segundos, pero su madre desvía la mirada cuando nos separamos.

—¿Quieren ayuda? —inquiere él.

—Te vas a volar un dedo —burla su mamá. Nico enarca una ceja—. Yo puedo hacerlo.

—No, te ayudo.

—Sólo haces un reguero.

—No es verdad, mamá.

—Claro que sí, usas mil platos ni sé para qué y luego tengo toda la vajilla para lavar.

—Yo la lavo después.

—Sabes que no lo harás, odias lavar platos.

Eso es cierto.

Mamá e hijo discuten un rato más hasta que Nicolás logra convencerla de ayudar. Me aparto porque no se necesitan tantas manos para unos chilaquiles y también porque es agradable verlos interactuar en la cocina.

Nicolás se corta, por supuesto, las mamás nunca se equivocan y actúa como si se hubiera rebanado la mitad del dedo. Me indican dónde está el botiquín de primeros auxilios, en el baño para invitados, y voy rápido a buscarlo.

El chico hasta cierra los ojos cuando vierto el alcohol arriba del diminuto corte que se hizo en el dedo meñique. Ya casi está viendo comprometido su futuro musical.

—Ni es en la yema del dedo, Nico, no afecta —advierto mientras le coloco una bandita de Toy Story.

—Tal vez sí, no sé...

Tomo su mano y beso la bandita con dibujos animados. Nicolás se sonroja.

—Estarás bien, Nico, lo prometo.

Su mamá está por terminar los chilaquiles, pero se toma un momento para girar hacia nosotros y darnos el mayor susto de nuestras vidas.

—¿Y tú quieres hijos, Mailén?

Aprieto el dedo de Nico, sin querer, y él grita. Es difícil de saber si es por el apretón o también por la pregunta, porque hasta queda pálido.

—¡Mamá!

La mujer ríe y nos da la espalda para continuar cocinando.

—Sólo preguntaba...

No he contestado. Nicolás no parece preocupado con el tema, ¡pero no está mi posición!

No puedo sólo ignorar esa pregunta, ¡es la madre de Nicolás! Es una ley universal que debes responder eso a la mamá del chico que te gusta.

—Sí, me gustaría tener hijos... —contesto sin mirar a Nico y, por si las dudas, suelto su mano antes de arruinar sus manos de músico—. No pronto, todavía debo... ver algunas cosas, pero en futuro...

—¿Trabajo? —inquiere ella sin girarse.

—Salud.

La mujer por fin me observa, parece preguntarse qué podría tener como para mencionar la salud. Por suerte, Nicolás responde por mí.

—Es asmática, mamá...

—Lo lamento —digo, no sé por qué, supongo que preferiría a una mujer saludable para su hijo.

—¿Por qué te disculpas? —pregunta la mujer con una sonrisa cálida—. No es tu culpa, nena. Además, son muy jóvenes, creo que tienen mucha vida por delante como para preocuparse ahora por un tema como los hijos... Disfruten sus carreras, su relación, viajen, conozcan otras culturas.

La mamá de Nico dirige esa sonrisa a su hijo y vuelve a darnos la espalda.

—Ella es genial —digo a Nico sólo moviendo los labios, él asiente y me besa en la frente.

—Te ayudo, ma'.

—Te vas a volver a cortar.

—No me voy a cortar.

Dos minutos después, Nico se vuelve a cortar.

🖤

El padre de Nicolás ha observado las uñas de su hijo toda la cena. Permanecen pintadas y ahora sus manos lucen también dos banditas con caricaturas. El segundo corte fue en el dorso, no me pregunten cómo, pero Nico es un peligro para él mismo en la cocina.

—¿Era necesaria la uña morada? —pregunta el hombre, por fin, tras terminar su último bocado de chilaquiles.

Nicolás inhala muy hondo y exhala. Su madre y yo intercambiamos una mirada incómoda.

—Sí, papá. Me gusta tener las uñas pintadas.

—Nunca te las habías pintado.

—Ahora sí y me gusta.

—Parecen manos de mujer.

—Me gustan mis manos de mujer —quita importancia—. Las hizo Mailén, es buena, aunque ella lo es en todo lo que hace.

—Te quedaron muy bonitas —comenta su mamá—. Yo no me pinto mis uñas porque de todas formas se despintan muy rápido con todos los quehaceres de la casa.

La señora contempla sus manos de uñas cortas y sin pintura; Nicolás la contempla a ella.

—Podrían contratar a alguien —sugiere Nico—. Yo lo pago, puedo decirle a la empleada doméstica que trabaja con Henrik y conmigo, es muy buena.

—No, no, no quiero a nadie extraño en la casa —niega su padre—. Luego comienzan a perderse las cosas y no, es desagradable.

Nicolás parece contar hasta un billón.

—Yo podría pintarle las uñas si gusta —me ofrezco—. O ponerle uñas falsas.

—¿Sabes hacer eso? —inquiere un sorprendido Nico.

—Sí, Nidia me enseñó hace mucho...

La mamá de Nico parece una niña emocionada con la idea de tener uñas falsas, pero noto que mira primero a su esposo como si necesitara su permiso.

Nicolás pasa el piercing atrás de sus dientes de forma brusca, el sonido es fuerte, pareciera que está conteniéndose para no soltar una grosería.

El hombre hace un asentimiento tan discreto que no estoy segura de si lo vi o fue mi imaginación, pero de inmediato la mujer acepta con una gran sonrisa. Nos organizamos como si fuéramos viejas amigas, lo cual es extraño y lindo porque nunca he hablado así con la mamá de un amigo, menos del chico con el que salgo. Por ejemplo, jamás conocí a los padres de Vic.

—Entonces quedamos para el martes, cuando Nicolás venga —confirmo mientras lo anoto en mi celular, está configurando para actualizar en automático la agenda de mi tableta electrónica—. Listo, agendado.

—Qué chica tan organizada —sonríe la mujer.

—Ni te imaginas... —ríe Nicolás.

El papá sube el volumen de la televisión, pues se puede ver desde la mesa del comedor que está al lado de la sala. Reconozco al instante la voz de mi hermana, Nicolás también, y pide a su padre que cambie el canal.

—No, está bien, en serio... —El papá me mira en busca de una explicación—. Es mi hermanita.

—¿Claudia Durán es tu hermanita? —pregunta él, como todos.

—Papá...

—Sí, es mi hermanita —confirmo.

—El papá de Nicolás es fan de esos realitys shows —informa la mujer—. Está ansioso por el programa, ¿cuándo empieza, cariño?

—El lunes... —contesta y me dirige una mirada de admiración que sé es por mi hermana, no por mí—. Tu hermana es muy buena, ¿cómo tiene esa condición física?

—Entrena desde pequeña...

—¿Y a ti te gusta también el deporte?

—Papá...

—No, no es lo mío —interrumpo y doy un apretón suave en la mano de Nico por debajo de la mesa. Sus padres no se tienen la culpa de mi mala relación con mi familia—. Debería apostar por ella, será la ganadora.

Nicolás me regala una mirada perpleja.

—Qué bonito es cuando la familia tiene tanta fe —opina su mamá.

—No es fe —corrijo—. Es que ella será la ganadora. Ya se ha firmado el contrato... Esos reality shows no tienen nada de realidad, tienen guiones armados y se elige al ganador dependiendo de cuál deja más provecho para la televisora. En este caso es mi hermana porque está en la cima de su carrera.

He roto las ilusiones de su padre que ha creído que en serio era real.

Nicolás parece satisfecho.

—¡Qué barbaridad! —exclama la mujer—. Y a nosotros nos hacen creer que es verdad...

—Así es... Hablé con mi familia hace poco y me confirmaron eso, Claudia va a ganar. Están planeando una enorme campaña de marketing para ella.

Y no me equivoco. En la televisión están pasando imágenes de la casa de mis padres. Un recorrido íntimo para conocer la vida privada de una de las favoritas. La que fue mi habitación permanece con la puerta cerrada porque me negué a ir.

—Supongo que apostaré mucho por ella —suspira el señor.

—No siempre... Tiene que parecer que le va mal, pero algo la inspirará a luchar por sus sueños y entonces ganará.

Y eso algo que la inspiraría sería yo, su hermana la enferma, «el saco de patatas».

Suspiro. En la pantalla están mis padres hablando de los enormes sacrificios que hicieron para costear a los entrenadores de Claudia. Nunca me mencionan, es como si no existiera, y es la mejor noticia de todas.

—¿Tú no asomas ahí?

—Mamá, ya no la acosen con preguntas...

—No, yo no —respondo—. Preferí quedarme al margen para que no afecte con mi trabajo.

Por suerte, acaba la cápsula sobre mi familia y pasan a la de otro concursante. El papá me pregunta algunas cosas más, pues descubre que he trabajado en televisoras y así termino de romper sus ilusiones sobre todo lo que ve en la televisión.

Al finalizar la cena, creo que ya ni encenderán ese aparato por algunos días.

La mujer, Nico y yo recogemos los platos. Su padre se marcha a dormir tras una despedida cortés.

Nicolás se ofrece a lavar todo, pero no quiero que humedezca sus diminutas heridas, así que ocupo su lugar. Él se queda a mi lado mientras conversa con su madre sobre el álbum, el gimnasio y hasta la forma en que lava la ropa.

Termino rápido y nos despedimos, ya es bastante tarde. Nicolás todavía debe llevarme a casa de Mike.

Su mamá está feliz de que volveremos el martes. Es la mujer más tierna que he conocido y se nota que adora a su hijo. Me hubiera gustado que mi mamá fuera así conmigo. No permito que la idea provoque lágrimas, no quiero arruinar el momento en que Nico y ella se abrazan antes de marcharnos, sino que sonrío tanto como puedo y le prometo que mantendré sus uñas bonitas.

—Mi padre es todo un personaje, ¿no? —dice cuando nos alejamos ya de su casa camino a la de Mike.

—No sé nada de familias, Nico —admito, aunque sí que lo es, sólo que no quiero hablar mal de su padre.

Él coloca una mano sobre la mía en mi regazo.

—Pero te adoraron.

—¿Tú crees? —intento que no se me escape la ilusión en la voz.

—Lo sé... Mi padre me dijo que eras una chica muy linda y mi madre que quiere nietos.

Suelto una carcajada. Nico ejerce un poquito de presión en mi mano y sonríe.

—Pero primero tenemos que conocer el mundo, ¿no?

—Estoy de acuerdo con eso...

Me gusta cómo me mira, aunque sea breve porque está conduciendo, y siento que a su lado es el mejor lugar en el mundo.

Estoy a punto de pedirle que nos vayamos a su departamento, pero en eso dobla en la esquina donde vive Mike y veo una enorme camioneta aparcada en la puerta. Nicolás se estaciona atrás, así leo que dice «Mariachi de México».

—¿Mariachi? —me pregunta él—. ¿Por qué hay un mariachi?

—Nidia... —descubro sin disimular la sonrisa—. ¡Vamos, vamos!

—¿Qué?

—¡Ya verás!

Pido a Nico que guarde mi regalo para la cena y salgo rápido del automóvil sin esperar al caballero de Nicolás.

—Ya casi es medianoche —le digo a Nicolás.

Él consulta su costoso reloj inteligente y asiente.

—¿Qué pasa?

—Sígueme.

La reja está abierta. El murmullo de voces proviene del jardín trasero, así que nos metemos por un costado hasta redondear la casa.

Y ahí está el mariachi. Todos visten impecable, con sus enormes sombreros y ropa de gala en color negro y dorado. Sus instrumentos están en un silencio, ni una cuerda suena, pero posicionados listos para empezar a tocar en cualquier momento.

Nidia está en medio con un elegante vestido negro y una rosa roja en la mano. Yo empiezo a llorar apenas suena el reloj de Nico, ya es medianoche.

Nidia me ve, agita su mano emocionada y noto que tiembla, está muy nerviosa. Ella se gira hacia el mariachi, dice algo y un segundo después empiezan a tocar.

La luz de la habitación de mis tíos se enciende. Mike mueve las cortinas, parece pelearse con ellas hasta que las logra abrir y salir al balconcito.

Yo aplaudo, aunque ni me escucho por arriba de la música, mientras mi tío se cubre la boca asombrado por la cursilería de mi tía.

Nidia está cantando bajito, permite que el mariachi lleve la canción, pero él debe escucharla. Y creo que mi tío empieza a llorar, es difícil saberlo desde donde estamos, pero tiene una expresión que podría definir la palabra «amor»en cualquier diccionario.

Nicolás me abraza por la espalda y susurra en mi oído:

—Motivos, así se llama esa canción.

No tenía idea, es hermosa.

Nidia no suele cantar porque le apena mucho, ya que Mike canta bien, como todos ellos. La comprendo tanto, ¿cómo puedes atreverte a cantar frente a personas que tienen esas voces? Así que sé que este regalo fue hecho con todo el amor que siente por mi tío, porque a pesar de todos sus obstáculos, están juntos.

—Un día estaremos así —dice Nicolás.

Giro el rostro hacia él, me está mirando con una emoción intensa en sus ojos castaños.

—¿De verdad te gustaría...?

—Sí, ¿y a ti?

Ya no sé si lloro por el mariachi o por este momento.

—Sí, me gustaría...

—¿Antes o después de recorrer el mundo?

—Antes, soy cursi —confieso y giro el cuerpo entre sus brazos—. ¿Me estás proponiendo algo, Nicolás?

—Eso creo... Hace mucho que no hago esa pregunta —contesta. Sonrío, quiero decirle que no es necesario, pero se adelanta—. ¿Quieres ser mi novia, Mailén?

Tomo aire, inhalo sus palabras y las saboreo en el interior de mi corazón.

—Sí, quiero ser tu novia, Nicolás —acepto avergonzada de mis lágrimas que siguen saliendo, pero llorar por felicidad me parece lo más adecuado del mundo.

Nicolás suspira, lo que me hace reír, ¡porque parece muy aliviado! ¿En serio pensó que podría rechazarlo?

Me paro en puntas, sujeto su rostro y lo beso con la música envolviéndonos.

No pude imaginar un mejor escenario, nunca. Todo es perfecto, tanto que asusta, pero quiero pensar que puede ser así por mucho tiempo. Que las adversidades que superé, esas que quiso usar Claudia para su conveniencia, fueron para prepararme para lo que la vida tenía destinado para mí.

Nicolás sonríe cuando nos separamos, pero continúa mirándome y canta para mí la última estrofa. Su voz es lo más perfecto.

Mi corazón late muy fuerte. Coloco la mano sobre su pecho y descubro que el suyo también. Sí, yo también creo que un día estaremos como mis tíos, pero con nuestra propia canción. Una melodía inefable sólo para nosotros dos.

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