Capítulo 14

Nicolás

🖤

—¿Por qué no vas a verla, Nico?

Es lo mismo que me pregunto, Eric tiene razón. Debería solo atravesar el pasillo, llamar a su puerta y hablar, pero ¿y si está con Vic? No puedo reclamarle, ella no es nada mío, y aun así imaginarlos juntos me revuelve el estómago. Ni he podido comer, mi cena espera al lado de la cama, y debería descansar antes del concierto.

—Tal vez está ocupada.

Eric se sienta en la cama de enfrente. Nos separa un pasillo del ancho de la mesa de noche que está en medio de ambas camas.

—Puedo averiguar eso. —Se ofrece con los codos sobre sus rodillas y una mirada compasiva—. ¿Quieres? —Niego. Eso es invasivo y, si Mailén se entera, se enojará más—. Sólo ve, Nicolás.

Suspiro. Yo mismo le dije eso tantas veces cuando él sufría por imaginar a Aura haciendo el amor con Dimas. Nunca pensé que fuera tan difícil hacerlo.

—¿Cómo lo lograbas? —pregunto y paso el arete por atrás de mis dientes, el ruidito hace sonreír a Eric. Él quería uno, pero temió que afectara su forma de cantar.

—¿Qué cosa?

—Sobrellevar lo de Aura y Dimas.

Eric se endereza y esboza una sonrisa nostálgica.

—No lo sobrellevaba bien, tomaba muchas pastillas para dormir...

—Pero cuando estaban juntos siempre te veías normal... Ella ni sospechaba, aunque es despistada.

—Muy despistada —ríe—. Y no sé, me alegraba estar con ella y olvidaba lo demás.

No creí que alguna vez pediría consejos a Eric.

—¿Y cómo supiste...?

—¿Qué?

Ni sé cómo explicarlo, es vergonzoso. No me gusta hablar de amor, sin importar que todos repiten mil veces que debo superar mi enamoramiento con Gigi.

—Que sentías algo por Aura.

Eric se revuelve el cabello, está húmedo porque acaba de tomar una ducha, y viste con una bermuda negra vieja y una playera rota. Reflexiona un momento, se queda contemplando un punto en medio de la mullida alfombra gris, y responde:

—No lo acepté muy fácil... Mi vida era un desastre, tenía demasiados demonios arriba y ella se convirtió en lo único bueno de mis días... Al principio no pensaba en eso y después no pude ignorarlo más.

—Pero ¿cómo supiste...?

—Cuando descubrí que llevaba varios días seguidos asistiendo al periódico sólo para verla.

—¿Te gustaba su compañía?

La imagen de Mailén en mi departamento, con su coleta alta y su ropa impecable, regresa fuerte y clara.

—Siempre me ha gustado su compañía —confirma—. Soy más yo cuando ella está cerca. —Sus palabras suenan tristes. No necesito preguntar para saber que es porque Aura está a medio país de distancia con sus hijos. Eric preferiría estar ahí, no aquí, y disfrutar el fin de semana con ellos—. ¿Y a ti te gusta la compañía de Mailén?

Bajo la mirada. Los ojos negros de Eric a veces te hacen sentir expuesto y vulnerable, pese a que no es una mala persona, tampoco quiero que me vea así.

—Eso creo...

—Entonces, ve...

—No puedo.

—No seas un cobarde, Nicolás...

Su comentario logra que lo mire sólo para descubrir su sonrisa comprensiva.

—Está enojada....

—Y seguirá enojada hasta que hablen.

Eric recibe una llamada de Aura, por lo que se deja caer en la cama y se dispone a pasar una hora así. Esos dos pueden conversar las veinticuatro horas del día sin quedarse sin temas para hablar.

Él tiene razón en todo, no puedo ser un cobarde. Es sólo eso, que mi cobardía y mi torpeza me impiden aceptar algo que para todos es vidente: siento algo por Mailén. No sé cómo empezó, no tengo idea del momento exacto en que esto sucedió, pero ahí está y es imposible de ignorar.

Me incorporo y peino mi cabello húmedo con los dedos, también tomé una ducha. Visto con un atuendo deportivo negro y viejo que uso más como pijama, pero al menos no está roto como la playera de Eric.

—¡Suerte! —me dice Eric desde la cama cuando estoy por salir de la habitación.

Contesto con el dedo corazón y cierro atrás de mí. Escucho su risa, debe estar por contarle toda mi vergüenza a Aura.

La habitación de Mailén está al final del pasillo y al lado del cuarto de Nidia y Mike. Eso me lo dijo Sofía por mensaje, pues fue a recoger su equipaje. Fue hace un rato y Vic estaba con Mai. Sofía lo vio en la habitación y me avisó.

Puedo recorrer escenarios enteros y no el puto pasillo que me lleva hasta Mailén. Cada paso me pesa más que el anterior y quiero llegar a la puerta tanto como no deseo hacerlo. Por suerte todos duermen en sus cuartos, nadie me ve dudar diez minutos frente a la puerta de Mailén hasta que consigo un poquito de valor y llamo con dos golpes suaves.

Nadie contesta. Si yo estuviera teniendo sexo tampoco lo haría. Ese pensamiento me provoca gastritis, creo, no lo sé, mi estómago duele y las palmas de mis manos se han cubierto de sudor.

Si Vic abre la puerta simplemente estrellaré mi puño en su bonito rostro andrógino, no me importa si puedo o no reclamar, se merece eso por insistir con Cristal y por conocer a Mailén antes que yo.

Llamo una vez más, sólo una, no quiero verme muy patético insistiendo quince veces mientras ellos ríen en la cama por mi estupidez. No se escucha nada al otro lado de la puerta, es inútil. No debí venir, qué idiota.

La puerta se entreabre, sólo una rendija pequeñita donde veo parte del delicado rostro de Mailén. Está vestida con un pijama morado ancho y tiene el cabello revuelto, no es un atuendo muy sexy y la encuentro sensual y guapa.

—¿Necesitas algo? —pregunta en voz tan bajita que casi no se escucha.

—No.

—¿Entonces?

¿Entonces, Nicolás?, ¿por qué viniste?, ¿por qué sonríes como idiota al intuir que Mailén está sola en su habitación y que no tuvo sexo con Vic?

—¿Puedo pasar?

—Nico... —duda y baja la mirada, luce agotada.

—Por favor, Mai...

Ella suspira, un sonido peculiar escapa de su respiración, y retrocede unos pasos para dejarme la puerta abierta.

La habitación está a oscuras. Ya casi anochece, las cortinas están echadas y la única luz proviene de la pantalla del celular que sostiene.

Ella sube a la cama y cruza las piernas casi en el medio del colchón. Creo que espera por mí. Cierro despacio y recorro la distancia hasta la cama, es la primera vez que estamos en una, es extraño; mucho más después de nuestra pelea.

No pregunto si puedo o no subir. Me saco los tenis desgastados y subo a la cama. Me siento enfrente de ella con las piernas cruzadas y las sombras rodeándonos, es casi imposible distinguir su mirada.

Estaba escuchando música en su celular, la detiene y apaga la pantalla para dejar el aparato en un costado. El repentino silencio ocasiona que vuelva a percibir ese silbido en su respiración. Ya lo he escuchado, es fácil de reconocer y muchas cosas sobre ella toman sentido.

—¿Eres asmática?

Ella suspira, el silbido es más fuerte.

—Sorpresa.

La recuerdo corriendo el primer día y me siento mal, no debí presionarla así.

—Perdón, no sabía...

—Es irrelevante —murmura—. No tomé mis pastillas, el cambio de altura, el esmog y el cansancio se juntaron...

—¿Tienes tu inhalador?

—Sí, pero se me pasa solo, no es necesario.

—¿Por eso no haces deporte?

Ella ríe bajito.

—No hago deporte por muchos motivos, Nicolás.

Su hermana es gimnasta, todos lo saben. Ganó una medalla de plata en las olimpiadas y eso la convirtió en una de las mujeres más famosas del país. Puedes verla en revistas, anuncios publicitarios en la calle, televisión y ahora hasta en un reality show deportivo donde se proyecta como la favorita.

Quiero preguntar, pero Aura me ha enseñado a ser prudente, así que callo. Si ella quiere contarme algo más, la escucharé.

—Es complicado cuando eres la hermana enfermiza de una atleta —explica después de un breve silencio—. No puedo correr diez metros sin agitarme. Ella podría descender corriendo desde tu departamento al estacionamiento y hacerlo con una sonrisa.

—¿No se llevan bien...?

—No es eso... Cuando hablamos somos buenas amigas, el problema es que recuerde que existo...

—Es menor que tú...

—Sí, mi hermanita...

—¿Ya te ha hablado?

—No, tampoco mis padres. No importa, en serio. No es para que me tengas lástima, pues esto tiene muchos años y ya no me afecta.

Me gustaría creerle, pero creo que el silencio de los padres es algo que afecta toda la vida; sin embargo, decido darle la razón.

—¿A esto te referías al mencionar las adversidades que superaron como familia...?

—¿Cuándo dije eso? —inquiere, desconcertada. No sé si sea buena idea traerlo a colación, pero ya qué.

—Te escuché cuando hablaste con tu mamá, ¿recuerdas?

—Oh, sí, recuerdo... —suspira. El sonidito está ahí—. No es buena imagen para los patrocinadores que la hermana sea enfermiza, podría significar que ella tampoco goza de buena salud.

Eso es duro. Comprendo el tema, yo mismo tengo varios patrocinadores que tienen cláusulas muy específicas; con cualquier detalle pueden anular el contrato.

—¿Vivías sola cuando estabas aquí?

—Sí... No vivo con mis padres desde los veinte años.

—Estabas muy chica.

—No tanto... No pasa nada, Nico... Puedes seguir halagando la belleza de mi hermana.

—Tú eres más hermosa.

Ella se mueve en medio de las sombras, aunque no puedo distinguir su expresión.

—No es competencia.

—Lo sé, pero siempre te he encontrado más hermosa, desde que te conocí... Me pregunté quién era esa mujer tan guapa que estaba en mi estudio.

Se queda callada, tampoco se mueve. Extiendo un poco la mano sobre la cama hasta que rozo sus dedos, entrelazo el meñique con el mío, como esa vez en la cafetería. Su piel está fría, pese a que adentro de su habitación se percibe un ambiente cálido.

—Nicolás... No tengo tiempo para indecisiones, tampoco para sexo casual —dice con tono firme. Me gusta que no desfallezca en suspiros por lo que dije, no sé por qué—. Si sientes algo por otra persona lo comprendo, en serio, sólo no me dejes en medio porque no quiero estar ahí.

—No siento nada por Gigi.

Porque sé que habla de ella y es la verdad, tampoco sé cuándo ese sentimiento se esfumó. Todavía la quiero, es mi amiga, pero no tengo esa opresión en el pecho por pensar que ahora mismo está con su novio; es más, espero que sean felices porque ella merece eso.

—¿Y...? —Calla sin terminar la pregunta.

—¿Qué...?

—Nada —suspira. El sonido en su respiración es un poco más bajo—. Deberías ir a descansar... Ya casi debes ir alistarte para el concierto.

—Estoy bien...

—¿Ya dormiste?

—No, ¿y tú?

—Un poco...

—¿Vic se quedó mucho rato?

La torpeza no desaparece en un día, lo lamento. Tenía que preguntar, necesito saber si estuvieron juntos, así me duela. No reclamaría, sólo quiero saberlo.

—No, sólo me dejó en el cuarto —explica despacio—. No me acosté con él, Nicolás.

Suspiro, aliviado, y ella ríe bajito. En medio de la oscuridad su risa se percibe con un murmullo en mi nuca que eriza mi piel.

—Es que parecían muy amigos...

—Ese era Vic molestándote, Nico.

—¿Le contaste algo...?

—¿Qué iba a contarle? —reta, puedo imaginar su sonrisa por saber que me ha dejado en una posición vulnerable—. No, notó que algo estaba mal contigo cuando parecías dispuesto a estrellarle el bajo eléctrico en la cabeza.

—Por favor, no fui tan obvio —miento, sé que sí.

Ella vuelve a reír y coloca una mano sobre la mía que sostiene su dedo. Todavía la percibo fría y eso me causa deseos de abrazarla hasta hacerla entrar en calor.

—Claro que no, Nico...

—Y tú le seguiste el jueguito...

—Ya me sentía mal, disculpa.

¿Se sentía mal? No lo noté. Es una mujer demasiado comprometida con su trabajo.

—No necesitas disculparte.

—Es bueno saberlo.

—Yo sí... —Tomo aire—. Disculpa por cancelar la cita... Estaba confundido y no quería lastimarte.

—Podías decir eso, ¿sabías?

—No es fácil para mí hablar de estas cosas.

—Todo un machito —burla.

Coloco una mano sobre su mejilla, ella suelta un respingo al tomarla por sorpresa, y aparto un mechón de su rostro.

Mi corazón está a punto de derretirse. No recuerdo sentirme así desde que era un adolescente y tuve mis primeras citas con Teresa. Ni con Gigi me pasó esto, lo de ella fue lento, quizá sólo confundí el sexo con algo más. Mailén me hace sentir extraño y bien, como si su piel pudiera calmar toda la soledad que habita en mí.

Me acerco un poco a su rostro, de forma lenta, por si quiere apartarse. Ella se queda muy quieta, percibo su aliento sobre mis labios y sus ojos en los míos.

Sus manos escapan de las mías, pero sólo para sujetar mi rostro donde su piel fría contrasta con el calor de la mía. Acorto más la distancia, hasta que nuestras bocas se acarician y los alientos se mezclan. No puedo mirar sus ojos en la oscuridad, pero no es necesario porque percibo su emoción en el suave temblor que ha inundado sus manos en mi rostro.

El beso llega suave. No sé quién se ha acercado hasta desaparecer cualquier espacio entre nosotros, creo que fuimos ambos. Ella se estremece, sus labios se agitan y se mueven despacio al ritmo de un beso tierno que llevaba años sin sentir.

La oscuridad nos envuelve mientras nuestras bocas se conocen como querían hacerlo desde que nos vimos. Incluso sus besos son perfectos como ella, suaves, tiernos y sexys, con esa pizca de control que la caracteriza, uno por el que luchamos mientras el beso profundiza.

Mis dedos se enredan en su cabello largo, la atraigo más hacia mí hasta que la siento pedir espacio, no puede respirar.

El sonidito en su respiración nace entre nosotros.

—Perdón...

—No te...

—Nicolás —interrumpe—, ¿estás seguro de esto?

—¿Por qué no lo estaría?

—Porque soy enfermiza, nunca podré llevar tu ritmo en el gimnasio y...

—¿Eso qué? —No puedo suprimir una sonrisa—. No tienes que hacer deporte si no te gusta, Mai.

—Eso dices ahora, pero más adelante las diferencias pesan y...

Con un beso la interrumpo. Si la dejaba continuar comenzaría a enumerar, por orden alfabético, todo lo que podría salir mal.

Ella ríe en medio del beso, esa vibración va desde mi boca a mi erección. Mailén me produce esto, no controlo mi cuerpo cuando está cerca y es vergonzoso que una mujer pueda tenerte así sólo con su presencia. Pero ella me atrae demasiado, no puedo mentirme más. La atracción que existe entre nosotros es notoria, sólo fingíamos que no era así.

Acerco su delicada figura por la cintura hasta mi regazo. Ella se sienta a horcajadas arriba de mí y rodea mi cuerpo con sus piernas.

Sus labios se vuelven voraces cuando percibe mi erección en su sexo. Mi lengua busca la suya, ella gime. El sonido genera algo desconocido que arde en mi cuerpo. Necesito volver a escucharla así, necesito más.

Mai se aparta, está jadeando, su pecho sube y baja.

—Tenías razón...

—¿En qué?

Nuestro abrazo es tan fuerte que no queda ni un centímetro entre ambos cuerpos.

—Lo que dijiste de tu piercing.

—¿Qué dije?

—Que es para placer.

Y es la primera vez que besa a alguien con un piercing en la lengua...

Puedo apostar que está sonrojada, tanto como yo.

Mis labios buscan los suyos, percibo su sonrisa y cómo los entreabre para dejar que mi lengua pase. Ella me abraza por el cuello y responde el beso con la misma desesperación que yo.

Mai juega con mi piercing, eso me hace reír en medio del beso. Su lengua roza el arete y luego propina una mordida suave en la punta de mi lengua. Yo la dejo hacer lo que quiera, podría morderme más duro si quiere o lo que desee; ella tiene el control. Ni intento recuperarlo, sino que sigo su ritmo curioso.

Sus dedos se enredan en mi cabello. Los míos se aferran a su cintura para pegarla más. Ella se mueve, la fricción envía todo el ardor del mundo a mi erección y mi ser entero se llena de anhelo por sentir el calor de su sexo al hacer el amor.

Sus pechos suaves se encuentran apretados entre nosotros, no puedo parar de preguntarme cómo son y muero por sentirlos en mi boca. Estoy a punto de empujarla sobre la cama cuando mi celular interrumpe el momento.

Es el sonido de la película de Halloween, así que sé que es Mike. Mailén también reconoce esa melodía, se aparta y espera que responda. Yo sólo quiero seguir besándola, pero ella se niega.

¿Por qué carajos no dejé el celular en el cuarto?

—Contesta, puede ser importante.

¿Más importante que tenerla arriba de mí y besarla?

Ella parece decidida a no besarme hasta que conteste. Saco el celular del pantalón y tomo la llamada.

—¿Qué?

—No te duermas, ¿entendido? En hora y media te quiero abajo en la recepción.

—Ajá.

Y cuelgo.

Mailén sonríe, su rostro se ilumina con la luz de la pantalla del celular.

—Y yo debo tomar mis pastillas...

Recargo la cabeza en su pecho, inhalo su aroma y cierro los ojos; está agitada.

Mailén me acaricia el cabello y baja hasta mis hombros. Sus manos son delicadas, con dedos delgados y manicura perfecta, como ella. Mailén es lo más cercano a la perfección en una persona, me pregunto si será consciente de eso.

—Me descuidé mucho —continúa—. No tomaba mis pastillas como debo y tampoco comía bien...

—Eso lo noté...

—Pues estos son los resultados... No puedo besar por mucho rato sin ahogarme.

Levanto la cabeza, su boca está tan cerca que no puedo resistir volver a besarla.

Quisiera quedarme en el cuarto del hotel toda la noche, no importa si no podemos pasar de besos, puedo cubrir su piel con éstos. Deseo besarla en el cuello como en esa ocasión, sentirla erizarse y estremecer contra mi cuerpo.

—¿Ya comiste algo? Yo no.

—¡Nicolás! Tus músculos van a desaparecer y esa será una tragedia mundial.

Deposito un beso en medio de sus pechos. Ella suspira.

—Vamos a comer, ¿sí?

—Sí...

Pero ninguno quiere moverse. Como siempre, ella es la primera en actuar como un adulto y baja de mi regazo. Yo no puedo levantarme de la cama porque mi erección es muy notoria, no deseo pasar una vergüenza así, no ahora que todo está bien entre nosotros.

Mailén enciende la lámpara que está a un lado de la cama, en la mesa, y se sienta en la orilla.

—¿Tienen tu dieta? —me pregunta con el teléfono fijo en la mano.

—Sí...

¿Cómo es tan eficiente? No me pregunta más, sino que llama y pide dos comidas iguales, comerá lo mismo que yo.

Termina la llamada, va por su mochilita y regresa a la cama conmigo. Es la primera vez que veo lo que guarda en ese pequeño bolso, no sé cómo logra que todo entre ahí. Tiene la tableta electrónica, toallas sanitarias, tampones, un pastillero grande, peine, perfume, desodorante, ligas para el cabello, maquillaje y más cosas que se quedan adentro.

—¿Tomas todas esas pastillas?

—No, sólo unas cuántas —contesta y abre el pastillero blanco, en forma circular, frente a mí—. También tengo para el dolor de cabeza, fiebre y vómitos.

No sé qué cara tengo, pero ríe al verme.

—Eres como una farmacia ambulante.

—Soy enfermiza —resume con un leve encogimiento de hombros—. Nada que no pueda solucionar cuidándome.

—Como no hiciste...

Ella asiente.

—Estaba ocupada controlando un cíclope.

Apenas suelta el comentario y sabe que se puede interpretar de otra forma. Sus mejillas se tornan rojas y la mirada se le va a mi entrepierna.

—Ahora mismo no está muy controlado... —señalo.

Mailén muerde su labio inferior y, sin borrar la sonrisa que dejó en su rostro la risa, dice:

—Y no tenemos tiempo para controlarlo...

Abandona la cama y va hacia su bolso de viaje que está abierto en el suelo.

Sabe que la observo, que toda mi atención está en su cuerpo inclinado para buscar la ropa que usará. No puedo ignorar el pantalón ajustándose sobre sus nalgas y sus piernas largas.

Ella dice que tomará una ducha y advierte que lo hará sola, no tengo que decirle lo mucho que quiero meterme con ella. Podría bañarme tres veces más si es con Mailén porque, en medio de la oscuridad, me descubrí queriendo descifrar cada misterio de su cuerpo.

—No me tardo —avisa antes de encerrarse en el baño con todo y seguro.

Me dejo caer en la cama, mi erección resalta porque se niega a bajar, sólo quiere calmarse con ella.

Es la primera vez que una chica se niega cuando estamos tan cerca. No, me equivoco, es la segunda porque Teresa hacía eso y no lo supe respetar. He cambiado desde que era un tipo imprudente que creyó que podría engañarla sin que se enterara. No volverá a pasar, no con Mai.

Mailén me invade, toda ella. Cada fragmento de su ser se cuela por mis poros y se anida en mi pecho. Ya no puedo sacarla de ahí, deseo que se quede.

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