Capítulo 11

Mailén

🖤

Adela me responde la despedida, aunque sólo ha sido para ignorar a Gigi. Supongo que a ella la odia más que a cualquiera, pues es la chica que tiene capturado el corazoncito del cíclope.

Suspiro mientras camino al vehículo de Mike. En el hombro cargo una de las bolsas de Gigi. La guitarrista está llevando un enorme guardarropa para un fin de semana en la capital. Me agrada que se preocupe tanto por su arreglo personal, por eso siempre luce tan bonita.

Gigi está en el celular hablando con su novio. Quiere saber si enviará al chofer a recogerla o irá él. Tiene su chongo despeinado con algunas ondas sueltas, los labios del rojo carmesí que acostumbra y unas enormes gafas de sol que cubren medio rostro. Todo en ella proyecta genialidad.

Viste con un pantalón de mezclilla ajustado que resalta sus curvas y una playera blanca, holgada, que lleva sujeta por adentro del pantalón. Sus zapatillas son bajitas, cómodas, y tiene unas largas uñas postizas del mismo tono que sus labios. Se ha colocado las uñas para la fiesta. No las tenía ayer, pues está grabando y así no puede tocar bien la guitarra.

Yo iré mañana a arreglar mis uñas para la cita que no sucederá. No sé a quién odio más, si a Nicolás por cancelar o a mí por ilusionarme con algo tan estúpido. Es mi culpa, ¿no se suponía que toda mi atención sería para el trabajo? Eso me pasa por fallarme.

Resoplo, pongo los ojos en blanco y guardo la bolsa de Gigi en la cajuela.

—¿Te ayudo? —me pregunta todavía sin terminar su llamada.

—No te preocupes.

Sin embargo, me ayuda, porque es una chica de lo más dulce sin importar que pueda parecer intimidante con sus brazos cubiertos de tatuajes.

—Sí, bebecito —dice Gigi en el celular y me hace un guiño cuando nota que ese apodo me hace sonreír—. Yo igual te amo, entonces te veo en el aeropuerto... Sí, te aviso ya que esté en el avión. Nos vemos. —Cuelga, guarda el celular en su elegante bolso negro y me regala una sonrisa radiante—. Los hombres pueden ser bebés, ¿o no? Está preocupado porque no pudo enviarme el avión privado.

Asiento, ¿avión privado? Vaya.

—Por eso prefiero eso de estar sola y no mal acompañada —comento.

Gigi parece querer decir algo, mas calla. No sé qué agregar así que subo al automóvil y ella me imita en el asiento del copiloto.

Su perfume dulce inunda de inmediato el interior del vehículo. Ella se sumerge de nuevo en su celular mientras salimos del estacionamiento y me incorporo al tráfico. Ya he memorizado la ruta que debo llevar para el aeropuerto, eso hice todo el camino hacia la disquera para no decirle una tontería a Nicolás.

No sé por qué me ha enojado tanto que canceló, luego me avisaron que llevaría a Gigi y la molestia fue mayor, pero no por ella. Nadie cabal puede sentir animadversión por una mujer como Giovanna, todo fue por culpa de Nicolás.

Gigi me pregunta si puede conectar su celular al estéreo, quiere escuchar música. La primera canción es de Metallica, la inconfunbile Whiskey in the jar.

—Tienes que escuchar a Eric tocando esta canción —me dice mientras finge tocar la guitarra.

—Admito que eso debe ser un espectáculo —comento con profunda sinceridad.

Creo que ver a ese hombre hasta mirando una mosca debe ser un espectáculo.

—¡Lo es! —exclama fascinada—. Suele tocarla en las reuniones o tonteras así, siempre se la pido.

—Su esposa es afortunada.

—Aurita, sí —sonríe y luego suspira—. Me encantan esos dos...

La miro de soslayo, ella igual me observa y soltamos una risita cómplice.

De acuerdo, nos encanta más Eric, ¿nos pueden culpar?

—He leído las novelas de Aura —comento en un semáforo en rojo—. ¿Su historia es así?

—Sí, algunas partes, otras son pura ficción, pero puedo decirte que las escenas más tiernas son reales.

Ahora yo suspiro, quisiera tener eso con alguien... ¡No! ¡Mailén! ¡Mira lo que pasó cuando te ilusionaste con un pelafustán!

—¿Escribirá tu historia? —inquiero con curiosidad. Yo quiero saber más de esta mujer, creo que cualquiera.

—Algo me ha comentado —dice y desvía la mirada por la ventanilla—. No lo sé, creo que no estoy lista para eso.

—Debe ser difícil.

—Sí, un poco —Gira hacia mí al tiempo en que el semáforo pasa a verde y pongo en marcha el auto—. ¿Y tú tienes novio?

Detecté ese tonito en su pregunta. No es un tonito malo, no, sino uno curioso. Uno que dice que quiere saber si entre su ex y yo sucede algo. Menos mal que no tengo que mentir porque si pudo surgir algo, pues ya no. Detesto la desilusión, más que cualquier cosa, prefiero no ilusionarme desde el principio.

—Tenía, en la capital.

—¿Terminaron cuando viniste?

—Es que no era mi novio, pero salíamos y con la distancia ya era imposible. Él tiene una vida ocupada.

—Y ahora tú también... Eres de mucha ayuda para Mike.

—No siento que haga demasiado.

—¡Claro que sí, chica! —exclama y eso me hace sonreír—. Mike vivía histérico y amargado, desde que estás aquí lo noto más tranquilo y paciente. A ver si deja de envejecer por sus dramas inventados.

Rio, pobre Mike.

—Gracias, en serio... Intento ser de ayuda.

—Lo eres, no lo dudes.

Relamo mis labios y le dirijo una mirada rápida. Está contestando un mensaje que parece no agradarle mucho, quizá es Nicolás. El cíclope debe alucinar con este momento porque piensa que me muero por él... ¡Qué tontería! Sólo iba a darle una oportunidad y ya la perdió.

Pese a que el tráfico es menor aquí, las calles son más angostas y conforme me acerco a la avenida que me llevará hasta el aeropuerto noto que aumenta el número de vehículos. Me concentro en conducir por un rato, no quiero estrellar el automóvil de Mike. Es hasta otro semáforo que Gigi vuelve a hablar.

—El tráfico se pone feo por momentos, ¿verdad?

—Sí, un poco.

—Yo pensé que no podría conducir un auto aquí, las calles me parecen muy chiquitas, y me compré una motoneta —ríe.

—¿En serio?

No la imagino en una motoneta, debe parecer una modelo pin-up cuando la conduce.

—Sí, es rosa pastel... Es que en monterrey las calles son más amplias.

Es cierto. Ella vivió ahí cuando estuvo casada, luego se divorció y se mudó. Gigi ha tenido una vida bastante interesante.

—¿Todavía la tienes?

—Claro, pero mejor compré un auto... Uno pequeño, sigo temiendo embarrarme en otro automóvil.

Su risa es bonita, es de las que te invitan a reír.

—¿Y no te asustaba más la motoneta?

—No tanto... De todas formas, los chicos se preocupaban y pasaban a buscarme. Nicolás siempre iba por mí y entonces nos íbamos en su moto, gran diferencia, eh.

¿Nicolás tiene una moto? Ella ríe, yo no, y lo nota un poquito tarde; yo igual. Mi risa sale forzada y vuelvo a concentrarme en la calle donde el semáforo cambia a verde.

—Disculpa —dice Gigi.

—¿De qué?

Mi pecho se encoge. Yo no quería este tipo de cosas, sólo concentrarme en trabajar, nada más. El trabajo es predecible, se convierte en rutina y la vida se vuelve monótona y tranquila, pero las emociones no, esas no son predecibles. Por ejemplo, yo no pude predecir que el comentario de la moto me dolería y tampoco sé manejar eso. Nunca me había dolido algo tan tonto, ¡es sólo una estúpida moto!

—No, nada. —Se arrepiente y decido dejarlo así.

Cíclope, como siempre, hace alarde de su terrible sentido del tiempo y decide llamarme al celular. Su nombre aparece en la pantalla y claro que Gigi lo ve.

No contesto, pero insiste, porque hombre tenía que ser que no entiende de indirectas, ¡es claro que no quiero responder con su ex aquí!

Respondo sin activar el altavoz, es peligroso hacerlo mientras conduzco, pero en este momento prefiero correr el riesgo.

—Estoy conduciendo.

—¿Cómo estás?

Escucho el murmullo de los demás en el fondo, deben estar grabando.

—Igual que hace veinte minutos, Nicolás, pero conduciendo.

—¿Vas a seguir enojada conmigo?

—No es eso... —siseo, ¿no entiende que es un pésimo momento para hablar?

—Si quieres salimos mañana, ¿está bien?

Entorno los ojos, ¿es en serio?, ¿tomó clases en «cómo ser un patán para dummies» o qué?

—No, no quiero.

—Mailén...

—Debo colgar. Estoy conduciendo, nos vemos.

Y corto la llamada cuando iba a decir algo más.

El suspiro escapa involuntario, ni es por algo romántico, es porque estoy muy molesta con la situación.

Por el enojo casi me paso la desviación que debo tomar para entrar al aeropuerto. Gigi me la indica y giro el volante en el último momento. El automóvil de atrás me suelta una cancioncita grosera hecha de pitazos, muy original.

Gigi se sorprende cuando ve que busco un sitio para estacionar, pensó que la dejaría en la entrada y ya, pero está llevando tantas maletas que eso sería cruel.

La guitarrista lleva su enorme maleta roja con rueditas, otro bolso grande colgado del hombro y su bolsa elegante en la mano. Yo cargo una bolsa más pequeña y una zapatera de tres compartimientos.

El aeropuerto nos recibe y no sé hacia dónde ir, pero Gigi me guía porque ha estado aquí miles de veces. Ella se encarga de hacer fila, entregar su equipaje y documentación mientras aguardo a un costado de la fila.

—No tenías que esperarme —dice con una sonrisa amable.

Ya sé, pero no quiero ver pronto a Nicolás.

—No importa.

Gigi consulta su reloj.

—Tengo tiempo para un café, ¿quieres?

Acepto con un asentimiento, ¿qué puede pasar si tomo un café con la mujer de la que está enamorado el cíclope? Mejor no respondo eso.

Nos dirigimos a la segunda planta y tomamos asiento en la cafetería que está ahí. De inmediato nos atienden. Ella pide un capuchino y yo un té.

—¿Siempre tomas té? —me pregunta cuando el mesero se va.

—Sí, no me gusta el café.

—Nicolás ama el café —comenta con una sonrisita y de inmediato la borra.

No entiendo por completo el motivo de sus comentarios. No la conozco tan bien, pero no me parecen malintencionados, sólo como si fuera algo que compartimos en común: el cariño por Nicolás.

—Eso he notado —sonrío. Momento incómodo, genial—. ¿Cómo conociste a tu novio?

Es una tontería preguntar cuando lo sé yo y todo el país, pero ya qué. Fue una pregunta desesperada.

—Ah. —Eso la anima—. En una fiesta de beneficencia... Yo quería un collar de la subasta, lo mencioné en voz alta y no pensé que lo escuchara, resulta que sí y lo compró para mí.

Su mirada se llena de ternura al recordar aquello. Yo igual estaría así si alguien me hiciera semejante regalo, no por el valor, sino por el significado de esa acción.

—Eso es muy romántico.

—Sí, bastante —ríe, apenada—. Aura dice que es algo que sólo pasaría en sus novelas.

—La historia de Aura y Eric igual es bastante romántica.

—Cierto —reconoce Gigi—. Se quieren tanto...

—¿Y han pensado en boda...?

Ella parece dudar. Me regala una mirada indecisa antes de hablar.

—Sí, hemos hablado de eso.

Tomo aire, quizá me gane su odio, pero necesito decirle esto.

—Quizá deberías hablar con alguien para que no le tome por sorpresa la noticia.

Gigi parpadea un par de veces, sus largas pestañas me hipnotizan hasta que se endereza y suspira.

—Yo creo que a ese alguien ya no le afecta lo que haga, sino lo que hace otro alguien.

—¿Cuál alguien?

—No sé, una chica rubia y de ojos verdes que no bebe café.

¿En serio está sucediendo?, ¿estoy hablando con Gigi, la guitarrista de MalaVentura sobre su ex?, ¿y ella acaba de insinuar que Nicolás está más interesado en mí que en ella?

—No lo creo... Ese alguien...

—Nicolás es un buen chico, Mai... —sonríe con el mismo cariño con el que ha hablado de su novio, sólo que para echar en mis brazos a su ex.

Su celular recibe una llamada salvadora, es su novio, así que responde y se concentra en conversar con él, parece no podrá ir a buscarla.

El mesero nos entrega nuestras bebidas, así que las bebemos sin hablar, cada una en su pequeño mundo.

Escuchamos que avisen su vuelo, así que abandonamos la mesa sin que ella corte la llamada, no lo hace ni cuando nos despedimos con un abrazo rápido.

Ella es preciosa y muy alta, tanto como Nicolás. Captura la mirada de varios y creo que no es sólo por su físico, sino que se nota que es una mujer fuerte que ha superado muchos problemas para llegar a dónde está.

No me marcho de inmediato, ni cuando el avión de Gigi ya se ha ido. Si no que me quedo en la cafetería a beber otro té porque no quiero enfrentarme a la disquera todavía. Aquí nadie me conoce, no soy famosa como ellos, y puedo disfrutar de mi anonimato. Sólo soy una chica más que suelta algunas lágrimas en una mesa fría de la cafetería en el aeropuerto.

Mi escena puede decir muchas cosas, como que quizá lloro por alguien que se marchó, cuando la realidad es que lloro porque no encuentro como encaminar mi rutina sin sentir dolor por tonterías como una moto. No me gusta, me hace sentir débil y vulnerable, no soy así, nunca lo he sido. No quiero serlo ahora, no puedo, necesito ser más fuerte que nunca. 

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