Prólogo

Nota de la autora antes de empezar

Hola, esta obra estaba subida con anterioridad, pero decidí hacer muchos cambios y volver a empezarla. Para mí, ha sido una buena decisión. Perdonad, la espera y empezamos.

¡Muchas gracias! 

***


El frío de la noche cayó sobre ella como un latigazo. Le recorrió por la espalda y se enderezó, intentando sujetar sus brazos para entrar en calor. El vapor escapó de su boca e intentó respirar con normalidad, pero no podía.

Cuando trató de levantar las manos, se dio cuenta de que estaban atadas. Tenía dos anillas de hierro aprisionando sus muñecas y en el dorso, junto a la cadena, un pequeño símbolo recubierto de oro, una estrella con otra más pequeña en el interior y pintada de negro en el centro, estaba oscurecido, como viejo o corroído, sin embargo, se distinguía bien. Lo había visto antes, pero no sabía ni cuándo, ni dónde... No estaba segura de nada.

Se fijó más en el oro de la cadena, había pequeñas manchas rojas, como si fuese sangre, pero no sentía que fuera suya. No había dolor, todo parecía ser parte de una alucinación o un sueño, más bien una pesadilla de la que no podía despertar. Su cuerpo se congeló al pensar de quien podía ser esa sangre. No había dañado a nadie. Un sentimiento de culpa la empezaba a embargar y no sabía por qué. La cadena llegaba hasta el suelo y en la punta tenía una bola de hierro, que era muy pesada. No creía poder moverla.

De su boca salió una bocanada helada, un humo blancuzco que la envolvió enseguida, y entonces notó la falta de aire al tratar de moverse. Andar era lo más complicado en su situación y, aunque creyó que no podía hacerlo, lo intentó. Tiró de la cadena con mucha fuerza, gritó, hizo castañear sus dientes, consiguiendo empezar a arrastrar la bola y moverse por el largo pasillo. Cansada, con frío y asustada, más que eso, aterrorizada. El miedo se había colado en sus huesos y parecía que no la iba a dejar sola esa noche.

Su voz era el sonido más animal que había escuchado hasta ese preciso momento. Se sentía indefensa, perdida, desorientada y sola. No sabía si estaba yendo a algún lugar en concreto, pero decidió seguir hacia delante, donde veía un reguero de luz, que salía de una ventana redonda, algo pequeña, estaba rota y roída por el moho del lugar, que hasta ese instante no le había parecido interesante.

Caminaba por una especie de pasillo rodeado de oscuridad, las ventanas estaban apuntaladas con madera carcomida, eran mordiscos creando pequeños agujeros verdes, en medio del pardo más oscuro y putrefacto. La vegetación crecía por las paredes tratando de hacer mella, como si fuera a cubrir toda la luz que entraba o como sí intentara escapar de ese paraje horrible. Empezó a sentir que el terror se estaba apoderando de todo lo que veía.

«Como si lo quisiera cubrir todo, excepto a mí», sopesó, dejando que todo lo que sentía la consiguiera atormentar.

Se mantuvo en el centro, moviéndose lentamente, notando su respiración más agitada y su cuerpo estaba, a cada paso, más tembloroso. Cuando avanzó otro paso más, sintió que sus manos se iban a separar de sus propios brazos. El dolor era tan atroz que gritó de nuevo y otra vez, apareció el latigazo creciendo en su espalda. Le recorrió desde los dedos de los pies descalzos, repletos de cortes diminutos, hasta cerca del cuello donde el dolor se detuvo de repente.

Se escuchó un chirrido, como hierro crujiendo al abrirse tras mucho peso encima. Pudo notar aire en su espalda y, se giró para ver de dónde provenía. Una puerta muy lejana se había abierto y un copo de nieve cayó sobre su mejilla y tras él, otro más. Era como una ventisca que la quería envolver y castigar. Caló todos sus huesos y pudo sentir más frío y humedad.

Arqueó la espalda, de forma involuntaria, porque notó como le hervía el estómago y se llevó las manos hacia las rodillas, tratando de aguantar, incluso la respiración, como si así pudiera calmar el dolor. Pero era peor. Sentía que le estaban clavando puñales en el abdomen.

Vio como varias gotas de sangre se fueron acumulando en sus pies y se llevó una mano al estómago donde notó la fría humedad de una herida, que parecía haberse abierto. Tenía puntos y fue como si hubiera estado cosida, ya que notó una hebra de un hilo suelto, como si no hubieran tenido tiempo de cortar el sobrante. Sus dedos tantearon la superficie, temblando, intentando evitar que el terror la llegara a paralizar. Necesitaba salir de ese lugar.

Fue en ese instante, cuando fijó la vista en sus brazos. Ni siquiera se parecían a los suyos. En el antebrazo derecho tenía una espiral tatuada, y pudo sentir ira por ese dibujo. Una rabia que empezaba a inundar su interior y llegaba hasta sus puños, logrando que los apretara con fuerza. Cuando miró el izquierdo, lo vio lleno de manchas blancas, casi traslúcidas. No entendía nada, pero negó con la cabeza y volvió a levantar la mirada, respirando de forma pesada.

«Tiene que ser un sueño», reflexionó, en medio de toda esa agonía, intentando relajarse y luego asintió, para seguir preguntándose a sí misma. «¿Qué haría yo aquí?».

Apretó los puños de nuevo, notando como algo se clavaba en sus palmas. Era afilado, incluso le provocó dolor. Cerró los ojos y los volvió a abrir, tratando de relajar su respiración, soltando aire por la boca y recogiéndolo por la nariz. Apretó los dientes, haciéndolos chirriar unos con otros, notando que no encajaban. Su dentadura se había vuelto desigual y gruñó.

Dio un paso, moviendo los pies con dificultad y sus brazos tiraron de las cadenas, desplazando la bola unos centímetros. Por todo el sitio se escuchó el graznido del hierro, siendo arrastrado por el suelo de mármol. En otra vida debió ser blanco, pero estaba sucio, viejo y desgastado. El sonido era como una tiza en la pizarra que chirriaba sin parar, haciendo que el bello de sus brazos se erizara. Su cabeza empezó a nublarse, sintiendo un ligero mareo.

La nieve a su alrededor empezaba a acumularse y se dio cuenta de que no estaba avanzando. Parecía que el pasillo seguía haciéndose más largo. Cuando dio otro paso, notó que la cadena cayó. Se había roto. No solo eso, sino que se había destrozado, hecho añicos, desaparecido frente a sus ojos, muerto entre sus dedos, como el agua que no podía ser atrapada.

Soltó su mano de repente, y la abrió, sintiendo sus dedos entumecidos. Volvió a gruñir llena de dolor. Se pudo dar cuenta de que había tenido las uñas clavadas en sus propias palmas todo el tiempo. Cuatro líneas rojas empezaban en sus dedos y morían cerca de sus muñecas.

Seguía viendo como la sangre se iba acumulando en ellas, pequeñas heridas rojas que iban cicatrizando, completamente solas. Donde antes había sangre, ya no quedaba nada. Negó con la cabeza con vehemencia, seguía creyendo que todo formaba parte de un sueño. No era algo real.

Había podido observar el pequeño cambio de sus uñas, que habían pasado de ser largas y puntiagudas, sucias y gastadas, a normales. Sus manos y sus uñas habían regresado y sus brazos también, ya no tenía aquellas extrañas marcas y todo había vuelto a la normalidad. Se abrazó a sí misma, recuperando la calma y miró hacia delante, deseando en salir de ese pasillo.

Por fin, tras mucho andar, llegó a la pequeña ráfaga de luz. No era más que una ventana en lo que, en sus tiempos, habría sido un quirófano. Lo que pudo ver a través, fue la luna llena. Una luna con pequeños mordiscos de cielo roto, estrellas cristalizando el firmamento y poca luz a su alrededor. Al quedarse mirándola, su cuerpo reaccionó de forma irracional. Sintió la necesidad de apretar sus puños de nuevo, gritando y su cuerpo se estaba haciendo más pequeño. Emergió de sus entrañas otro sonido gutural y rugió con dolor y enfado.

Un golpe en la puerta al ser cerrada hizo que se alterara, notó como todas sus costillas se rompían y se oprimían, sus dientes tintineaban, como si se trataran de dos sierras. Y el dolor se hizo insoportable, haciendo que empezara a respirar con suma dificultad.

«¿Qué es lo que hago aquí? ¡Despierta!», no paraba de repetirle una voz dentro de su cabeza, mientras la tortura se hacía inaceptable.

¿Crees que puedes escapar de tu destino, Bayer? —dijo una voz que sonó a su espalda, pero su respuesta no salió de su garganta, fue otro eco animal—. Quieres pelear... Bueno, la pena es que ya es tarde.

No reconoció la voz y aunque lo hiciera, su cuerpo no le pertenecía, era como si fuera otra persona. Se abalanzó sobre el sonido, emitiendo, lo que en su cabeza sonaba, como un rugido de león. La sombra oscura sonrió y sujetó algo entre sus manos. Era una barra, larga y negra, una especie de aparato eléctrico, que dio de nuevo en su estómago, en la herida abierta. Notó su contacto, unas chispas aparecieron y la tumbaron en el suelo, entre el ruido de los cristales rotos.

Trató de levantarse, pero la luz de la descarga volvió a iluminar la sala y desde allí, observó algo el fondo de esa misma habitación. Vio una jaula con una figura, sus ojos estaban iluminados en rojo y consiguió paralizarla. La jaula estaba entreabierta y con la cabeza, ese ser consiguió empujar la puerta, dejando paso libre para poder acercarse. Sintió terror.

Se escuchó un sonido sordo.

Era como una piedra cayendo sobre una ventana.

Segundos después... Otra más.

La chica se fijó más en la sombra que se le acercaba a paso firme. Seguía paralizada, pero eso no evitó que pudiera detallarla. Era una monstruosidad de gran tamaño, su pelaje era negro y a su lado parecía medir más de dos metros. Rozó la pared como si con sus uñas rascara el yeso, su pelo al toque, se tiño con pequeñas partículas de polvo que quedaron almacenadas sobre su lomo, respiraba pesado, como si acabara de despertar de un largo letargo.

Entre sus fauces llevaba algo, una presa que aún no se había comido, pero que, de forma inteligente, lanzó al suelo y ella recibió una lágrima, que le cayó sobre la mano derecha. Era sangre del ciervo, que fue tirado a tres pasos por su lado izquierdo, inerte y muerto. Los ojos del animal estaban abiertos y pudo percibir su miedo, como si lo sintiera en su propia piel.

Estaba más cerca de ella, cerró los ojos con fuerza, intentando mitigar el grito que se estaba guardando en la garganta. Los pasos ya levantaban el polvo alrededor de su cabeza y su corazón se alteró de manera involuntaria.

Había aceptado que aquel era su final.

Pudo sentir el batir de unas alas.

Fue como si un pájaro hubiera alzado el vuelo.

Hizo que su pelo se moviera hacia atrás, dejándole una fuerte sensación de serenidad, justo en el peor momento.

Ya podía escuchar y sentir, el aliento de esa cosa sobre ella. Una de sus patas se estaba colocando encima de su espalda y la apretaba contra el suelo.

No abrió los ojos.

No gritó.

Ni se movió, solo siguió en la misma posición, aguantando la respiración, notando como las lágrimas ardían en sus ojos y morían cerca de sus mejillas...

El pájaro la había abandonado, se había marchado. A pocos segundos de morir, la imagen de una familia apareció en su cabeza, y sonrió, con cierto aire a nostalgia. Respiró de forma profunda y escuchó el silencio. Pudo sentirlo entonces, era un mensaje de paz, de inspiración y de oscuridad.

La que pronto estaría envolviéndola.

Para siempre.

Un fuerte aleteo hacia la muerte...

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