Capítulo 1: La leyenda de los Hayes

Se incorporó de repente sobre su cama, tenía la respiración agitada, miró hacia la derecha y después, hacia la izquierda. Estaba en su casa, a salvo. No había peligro. Buscó a tientas la luz con la palma de la mano, acariciando toda la pared hasta que dio con el interruptor, haciendo más real que aquello no había sido más que una pesadilla.

Aún sentía el frío correr por su cuerpo y la humedad de la nieve sobre su ropa. Pero todo aquello no había pasado, se volvía a repetir en su cabeza, respirando con profundidad. El invierno aún no había llegado. Estaba empezando septiembre. Era imposible que pudiera sentirse en medio de una ventisca de nieve.

Era lo único que podía pensar, hasta que escuchó algo chocar contra su ventana. Dio un respingo y se asustó. No podía estarle pasando eso antes de su primer día de clase. Se puso una chaqueta roja en un intento desesperado por entrar en calor y se acercó a la ventana con sigilo. Oteó en la distancia, pero únicamente pudo ver oscuridad.

Sobre su cabeza, la luna estaba llena, como en su pesadilla.

El sonido regresó, y esa vez, vio algo que daba contra la ventana, una especie de figura alargada, como si fuera un palo. Arqueó las cejas, extrañada, y fue a sujetar su móvil, pero se dio cuenta de que estaba apagado. Muerto y sin batería.

Escuchó otro golpe y trató de calmar su propio corazón. Era posible que todavía continuara dentro del sueño. Por lo tanto, empezó a caminar hacia la puerta de su habitación, estiró el brazo hasta que su mano tocó el pomo. Notó un leve temblor en su pulso, que decidió ignorar, para acabar abriendo la puerta de golpe, observando el descansillo de delante de su habitación, totalmente quieto, sin ruidos y sin nada que perturbara la paz de la noche.

—Luke, ¿Eres tú? —preguntó de manera susurrada, empezando a caminar por el pasillo que la llevaría a las escaleras.

Siempre le había parecido inútil que las chicas indefensas llamaran a alguien, cuando un asesino las iba a matar de todas maneras, pero ahí estaba ella, vociferando el nombre de la única persona que podría salvarla.

Luke era su padre y estaba segura de que era quién hacía esos ruidos. Aunque no entendía muy bien por qué había decidido levantarse tan pronto.

Eran más de las tres de la madrugada cuando llegó al comedor, lo observó en el reloj que descansaba entre los dos cuadros terroríficos, colgados en la pared delante del televisor. Siempre le habían dado miedo y a la vez, se sentía atraída ante ese arte, como si fuera real.

Uno, era una mujer estirada en un sofá de color carmín, siendo mordida por una especie de lobo gigante y el otro; era una figura negra, enorme, como la de su pesadilla, sobre una ciudad. Sus garras parecían soltar chispas de fuego que hacían arder el paraje.

Escuchó pisadas en la puerta de entrada y decidió no ser una cobarde que se escondía o pedía auxilio a gritos, para acabar muerta por un depredador. Se giró y se acercó hacia la puerta principal, dispuesta a abrirla con cuidado. Con la mano libre, cogió un paraguas, y esperó el momento oportuno para usarlo.

Las pisadas y las voces amortiguadas del monstruo que quería entrar, estaban más cerca y eso la empujó a empezar a bajar la mano y el pomo cedió ante la presión. Se fijó más en la sombra que aparecía cerca del cristal principal.

Se trataba de dos personas... Y no eran monstruos.

Las preguntas empezaron a almacenarse en su cabeza. No tenía ni idea de quiénes podían ser y menos, lo que estaban buscando en su casa.

Levantó el paraguas tratando de que no se dibujara a través del cristal y abrió la puerta lo más deprisa que pudo, pero antes de que blandiera su arma, reconoció a los intrusos y se sorprendió. Los tres gritaron asustados, a pleno pulmón. Sus voces se escucharon por todo el vecindario. Y cuando se acallaron, ella los miró, notando de repente calma, como si todos sus miedos pasaran a un segundo plano.

—¿Qué narices hacéis? —preguntó.

—No contestabas al teléfono —bufoneó el mayor de los dos, Bradley, su mejor amigo de la infancia. Reese, recordó de forma consciente que su móvil estaba sin batería y su amigo miró hacia el paraguas, con una ceja alzada—. ¿Qué haces con un paraguas?

—Por si era un depredador.

—¿Un depre...? ¡Arg! —se quejó Bradley.

El otro amigo, Kyle, arqueó las cejas y finalmente sonrió, con una tranquilidad que Reese reconoció bien. Esa era su reacción cuando no había tenido la idea de estar allí esa noche. Eso significaba que estaba coaccionado por el otro chico, ya que podían tener un plan o algo importante que hacer, lo que podría contribuir a meterse en algún problema.

Los chicos eran muy distintos. Entre ellos, solo iba un año de diferencia, siendo Bradley el mayor de los tres. Kyle era casi una cabeza, más alto, tenía el pelo oscuro y estaba cortado por encima de las orejas, dejándole en el flequillo mechones dispares que caían a placer, y sus ojos eran del mismo color. Se solía vestir con ropa cómoda como sudaderas y pantalones de chándal.

Por el contrario, Bradley tenía los ojos más claros y el pelo era castaño, pero más dorado como el de la chica, ambos poseían reflejos. Su forma de vestir, era más formal, solía llevar siempre tejanos y camisas de cuadros abiertas, más alguna chaqueta por encima, dependiendo el tiempo. Por debajo, llevaba camisetas de manga corta de sus grupos favoritos o en esa ocasión, llevaba una, de un campamento de verano, en la que ponía; ¿Dónde está el lobo?

Bradley empezó a mover las manos, de manera enérgica, se notaba que había tomado muchas bebidas energéticas y que no podía con la excitación que llevaba dentro.

—Escucha. Es tarde. Lo sé. Pero tienes que oír esto. Mi padre ha salido, le han llamado. Han ido todos los polis de TerryTown e incluso hay agentes estatales.

—¿Para qué? —preguntó Reese, más interesada.

El padre de Bradley, era el Sheriff de la comisaría de TerryTown. Lo que le hizo calibrar toda la conversación. Pudo entender que, al recibir la llamada a esas horas, podía significar que algo grave había pasado. Y eso, en su pueblo, solía ser extraño. Reconoció que si le interesaba por muy tarde que fuera. Aunque su otro amigo, como de costumbre, no parecía estar contento.

—Han encontrado un cuerpo en el bosque —comentó Bradley.

Alzó las cejas hacia Kyle, como si le estuviera diciendo:

«¡Ves! Te he dicho que esto le interesaría».

Como respuesta, su amigo puso los ojos en blanco, negando con la cabeza y cruzó los brazos bajo el pecho. No le parecía bien estar sugiriendo hacer algo así, pero realmente, también estaba interesado, aunque trataba de disimularlo.

—¡Un asesinato! —exclamó ella, entusiasmada.

—Aún no se sabe —mustió Bradley.

Colocó los brazos en jarra en la cintura y sonrió. Estaban hablando en el mismo idioma, porque les gustaba que pasasen cosas en Terrytown. Necesitaban vivir emociones, pero para Kyle era muy distinto, solo esperaba tener sensaciones normales. Fue a quejarse, pero Bradley continuó, ocasionando que el otro chico, volviera a negar con la cabeza.

—Saben que es una mujer, de unos cuarenta y tantos —finalizó así su explicación.

Reese, seguía con una mano sobre el mentón y parecía querer seguir calibrando la situación. Kyle lo tenía más claro, deberían estar cada uno en su casa, ni siquiera tendrían que estar teniendo esa conversación.

—Y si ya tienen el cuerpo... ¿Qué es lo que están buscando? —indagó la chica.

Kyle miró al cielo y se estaba preguntando cómo había acabado con esos amigos. Pensaba en la gente que vivía en TerryTown, su pueblo, bastante menos de la que a veces creían, pues era pequeño. También recordó, que él mismo, siempre decía que ellos, habían sido su salvavidas.

—Aún no te he contado lo mejor —adquirió Bradley, alzando las cejas y poniendo más intriga al asunto.

Reese asintió, interesada en conocer más detalles.

—Tienen solo la mitad —dijo Kyle, rompiendo la tensión y sonrió con cierto toque de indignación—, así que, a tu amigo, se le ha ocurrido la brillante idea de ir al bosque, encontrar el cuerpo y ser héroes de la civilización.

—Así que... Nos vamos —ordenó Bradley, sin prestar atención al reproche de Kyle.

Reese no opuso ningún tipo de resistencia. Se subió al viejo Jeep de Bradley y se colocó en la parte de atrás, su lugar habitual, entre los dos sillones delanteros, viendo como las luces se encendían y ellos, se ponían en marcha.

Por suerte, se había dormido vestida y ni siquiera había deshecho la cama, así que el hecho de salir a las tres y media de la madrugada, solamente le perturbaba por una cosa. Su padre no estaba y no le había dicho que se fuera a ir. Aquello era extraño. No era propio de su padre desaparecer, dejándola sola.

Sin embargo, creían que estaban a punto de descubrir algo increíble y gracias a eso, iba a poder olvidarse de sus pesadillas.

Últimamente, estaban siendo constantes.

No dejaba de soñar lo mismo.

Era extraño.

Siempre igual, en diferentes espacios.

Una vez, soñó que pasaba en medio del bosque, otra, en un acantilado, dentro del instituto, incluso; lo vio en una casa del bosque.

Pero había otro punto en común, siempre encontraba un quirófano allí donde su pesadilla terminaba en un largo pasillo, con muchas ventanas, y lleno de vegetación. La bestia también estaba allí. Dispuesta a terminar con ella.

***


TerryTown estaba ubicado en el estado de Nebraska. Era imposible tratar de ser divertido, pues era el pueblo más aburrido de toda América y era un hecho irrefutable.

Pero si tenía algo interesante era, sin duda, la reserva natural, en donde no se aconsejaba pasar a partir de que anochecía. Había zonas prohibidas y peligrosas como pantanos, arenas movedizas o carteles que avisaban sobre animales salvajes. Sin embargo, nunca habían leído ningún titular en el que se hubiera escrito:

«Mueren tres adolescentes idiotas por ingresar en la reserva natural».

El coche se aparcó, unos veinte minutos después, en la linde del bosque y los tres se bajaron, observando el terreno. Kyle se detuvo, parecía nervioso, incluso inseguro al dirigir su mirada hacia el bosque. Pudo notar el aleteo de su corazón puesto en marcha, rápido, como un martilleo constante y tuvo miedo de quedar como un cobarde, pero no lo pudo evitar.

—¿Tú crees que debemos? —titubeó en medio de un susurro.

Estaban viendo como Bradley avanzaba hacia el cartel en el que en letras muy claras ponía: reserva privada. No entrar. Pero, obviamente, el chico iba a ignorar esa advertencia.

—Tú eres el que siempre se queja de que nunca pasa nada —puntualizó la chica, que subió la cremallera de su chaqueta y se encogió de hombros.

—Ya —balbuceó Kyle, y empezó a caminar hacia el interior del bosque, siguiendo los pasos de su amigo—, pero mañana entreno y quería estar descansado.

La penumbra del bosque les hizo ir uno tras otro, en fila india, vigilando donde colocaban los pies, pues se veía muy poco en mitad de la noche y con tan solo la luz de la linterna del primer chico. Reese, temía que acabaran cayendo en las arenas movedizas o en algún pantano por no haber sido previsores. Bradley, se dio cuenta de la conversación que estaban manteniendo sus amigos y les interrumpió.

—¡Claro! Es que estar en el banquillo representa mucho esfuerzo —ironizó, y al decirlo así, consiguió que a Reese se le escapara una pequeña risa.

—No te rías —la cuestionó Kyle, frenándose un segundo y después miró hacia Bradley, para poder contestar—. Pienso jugar, de hecho, seré titular.

—Ese es el espíritu. Todos tendríamos que soñar, incluso con fantasías, como tú.

Reese, sabía que Kyle llevaba tiempo intentando entrar en el equipo de Lacrosse. Lo aceptaron el año pasado, pero solo había estado en el banquillo. Y eso llevó a la chica a reflexionar sobre el plan. Algún día pertenecer al club de los chicos populares de TerryTown.

Bueno, el de sus amigos, porque a ella, no le interesaba formar parte de nada exclusivo y menos, si tenía que compartir lugar con gente que no soportaba.

Bradley estaba intentando que Harper Marshall le hiciera caso. Kyle intentó hacerse popular por el Lacrosse y a Reese le habían encargado hacerse amiga de Ethan Hunter, porque Luke trabajaba junto a Christopher, el padre del chico popular. Pero Reese, ni se esforzaba en caerle bien. Además, su batalla estaba perdida antes de empezar, y lo sabía.

Siguiendo con lo del Lacrosse, una vez fue a ver el entrenamiento de Kyle y jugaba de pena. Incluso, se le escapaba la bola de entre las piernas. Fue horrible. Una vez le podían pasar esas cosas, pero no dio ni una en todo el juego. Aunque, en cierta parte, le parecía admirable como se esforzaba a pesar del bochorno. Y, eso iba a acabar llevándole a pensar en otros temas, que quería ignorar por el momento.

—Solo por curiosidad... ¿Qué parte del cuerpo estamos buscando? —preguntó Reese.

No soportaba sentir eso por su mejor amigo. No quería admirarle, ni seguir los dictados de su corazón. Y eso acabó por llevarla, de nuevo, al instituto. La sola idea de saber que al día siguiente iban a volver al infierno de las clases, le hizo replantearse las ganas de vivir. Bradley se detuvo un instante, delante de ellos, se llevó una mano al mentón pensativo y siguió caminando a los pocos segundos.

—¡Ah! ¡Pues es una buena pregunta! No había pensado en eso —se aventuró y encogió los hombros, bajo su camisa a cuadros azul y negro.

—Qué bien —mustio Kyle, notablemente enfadado—, ¿Y si el asesino sigue por aquí?

—Pues... Tampoco había pensado en eso.

A Reese le asustó, sobre todo, después de la pesadilla. Pero ya estaba allí, no podía echarse atrás. Simplemente, tenía que afrontar sus miedos y rezar para que nada les pasara.

Encontraron una pequeña cuesta y se colocó en medio de los chicos que no dejaban de hablar. Se sentía como una exploradora, iba en busca de un cuerpo, en medio de un bosque, durante una noche fría. Era lo más interesante que les había pasado.

—Me tranquiliza saber que te has informado antes de traernos aquí —matizó el chico, que caminaba por detrás, le costaba subir, ya que era asmático.

«Y también torpe de nacimiento», recordó Reese y le miró. Había resbalado tres veces en unos cuantos pasos.

Le ponía los pelos de punta, el hecho de que bajo sus pies las ramas rotas, crujieran, como si alguien les estuviera persiguiendo. Tenía la misma sensación que en la pesadilla, cuando la puerta a su espalda se había abierto, con la pequeña diferencia, de que no estaba helada, ni sentía que sus huesos se fueran a partir en algún momento.

—Lo sé —bromeó el primero, que ya estaba arriba, se había adelantado bastante a sus amigos.

Reese era la que se quedaba atrás para ayudar a Kyle, que estaba realmente, agotado.

—Tiene que ser el asmático que lleve la linterna... ¡Eh! —gimoteó Kyle, que sacaba su inhalador del bolsillo de su sudadera.

Siguieron andando y Bradley los detuvo tirándolos al suelo. Reese notó una mano de cada chico rodear su cabeza. Las ramas rotas que iba pisando estaban entre las hebras de su pelo. Se escuchó un sonido por delante, pudieron ver linternas que se acercaban a su posición, incluso; escucharon el ladrido de los perros. Estaban bastante lejos, pero Bradley se levantó.

—¡Vamos! —ordenó el chico.

Reese y Kyle reaccionaron tarde, se miraron entre ellos, como si no creyeran que eso estuviera pasando. Era imposible que Bradley hubiera salido corriendo hacia la policía. Bradley, aunque no quisiera admitirlo, también estaba asustado y si le pillaba la policía, podría tener una excusa para salir del bosque.

Tras un rato de tensión salieron corriendo, con la esperanza de poder frenarlo.

—¡Espera, Bradley! —gritó Reese, quien intentó tirar de Kyle, pero estaba más agotado y no podía seguir ese ritmo—, ¡Bradley!

Cuando Reese volvió a chillar su nombre, ya no lo vio, era posible que hubieran tomado caminos distintos en el bosque y estuvieran perdidos.

De repente, fue escondida por Kyle en pos de un árbol. Había visto a Bradley caer al suelo y delante tenía a su padre. Reese, no pensaba volver a tener un nuevo enfrentamiento con Luke, la última vez fue demasiado lejos. Se prometió a sí misma no volver a fallarle de esa forma, así que decidió mantenerse pegada a ese árbol.

—¡Quieto ahí! —le dijo uno de los policías—, ¡Quieto!

El perro que llevaba, no paraba de ladrar. Kyle se apretó más cerca de Reese para que no pudieran verlos. El aliento de uno se mezclaba con el del otro y pese a la situación, se sonrojaron de modo absurdo. Todo el peso del chico, estaba encima. Nunca se habrían imaginado estar en una situación parecida, al menos, no estando despiertos.

—¡Alto! Este pequeño delincuente es mío —dijo la voz del Sheriff, Andrew O'Donell.

Era un hombre de avanzada edad, pelo canoso y ojos azules, las pequeñas arrugas que tenía, definían sus ojeras y la forma de su sonrisa. Era el hombre que estaba detrás de la autoridad en el pueblo y también sobre su hijo, Bradley.

La preocupación no tardó en llegar a los ojos de Kyle. Si les pillaban metiéndose en problemas, su madre acabaría por explotar. No podía permitirse estar castigado otra vez. Acababan de levantarle la prohibición de salir por las tardes.

—Papá —llamó Bradley, sorprendido—, ¿Qué haces tú por aquí?

—Ahora... ¿Escuchas mis conversaciones telefónicas?

—No —negó Bradley, soltando una pequeña sonrisa—, las aburridas no.

Se produjo un leve silencio entre ambos. Reese y Kyle, pudieron escuchar el fuerte carraspeo del Sheriff, también el sonido de los grillos y un lejano aullido de un lobo. El sonido de las hojas pisadas les indicó que se acercaba hacia su posición.

—¿Dónde están tus cómplices de fechorías? ¡Kyle, Reese!

—¿Kyle y Reese? —preguntó Bradley, extrañado—. Están en casa. Mañana es el primer día de instituto y querían estar descansados. Estoy solo. En el bosque. Lo juro.

Creer a Bradley siempre le suponía a su padre, saber aceptar una mentira, por eso, volvió a gritar el nombre de los chicos, que se mantenían juntos, detrás del árbol.

La linterna por poco dio a Kyle en la cara, pero Reese, de manera rápida y segura, le sujetó el mentón, haciendo que se quedaran más cerca. Sus respiraciones estaban sobre la boca del otro. Parecía otro tipo de escena, en lugar de una en la que se estaban escondiendo. Se miraron durante lo que pareció ser, una eternidad. Y se separaron, nerviosos, cuando escucharon los pasos de su amigo apartarse junto a su padre.

Sus ojos buscaron y miraron la espalda del Sheriff, compungidos. Se estaban a punto de quedar solos y perdidos en un bosque donde había ocurrido un asesinato.

—Bien. Jovencito, te voy a acompañar a tu coche y después, vamos a tener una charla sobre la privacidad —decretó Andrew O'Donell a su hijo.

Lo empezó a arrastrar por la chaqueta, a la vez que Bradley, les hacía señas para que siguieran buscando el cadáver de esa mujer que la policía no estaba encontrando.

Kyle y Reese, se miraron cuando se quedaron solos. La misión les estaba viniendo muy grande. Sobre todo, porque cuando emprendieron camino, y llevaban un buen rato andando por ese paraje oscuro y sinuoso, se escuchó un trueno.

—¿Puede ser que nos hayamos perdido? —preguntó el chico.

—No puede ser. Nos hemos perdido —alegó ella, enfadada y luego, recapacitó, encogiendo los hombros—. Tengo algo que decirte. Por si morimos hoy...

—Reese, no vamos a morir.

Se volvió a escuchar el aullido lejano del lobo, la chica se apresuró en sujetarle del brazo, haciendo que una sonrisa apareciera en el rostro de Kyle. Ambos, llevaban tanto tiempo callando sus sentimientos, que no sabían qué más hacer. En San Valentín, fue la única que le dejó una nota anónima en su taquilla y pensó que se trataba de otra chica. De hecho, la invitó a una cena romántica. Por el contrario, él, intentaba ocultar sus sentimientos.

—Bueno lo que te quiero decir es que... —empezó, pero Kyle le chistó.

Miraron hacia arriba, tras escuchar un sonido como de una rama chocando con otra. Como mínimo podrían llevar una hora por el bosque y no estaban encontrando la salida.

La tormenta todavía no había llegado, pero no debía faltar mucho para que empezara a caer la lluvia torrencial que habían estado anunciando toda la mañana. Siguieron caminando, creyendo haber encontrado el final del bosque, cuando, de repente, un montón de ojos rojos se abrieron en mitad de la noche.

Kyle se giró hacia Reese, para gritar.

—¡Corre! ¡Corre y no me esperes! ¡Corre!

Los ojos rojos salieron por todas partes. No podían distinguirlos, pero se acercaban a gran velocidad. Ella negó con la cabeza, no iba a dejarlo solo allí, pero el chico insistió, sujetó sus manos, entrelazó sus dedos e hizo que sus ojos lo encontraran en medio de la oscuridad.

—Iré detrás de ti, tú puedes correr más rápido.

Cuando vio los rápidos movimientos de las hojas, la empujó y juntos empezaron a correr sin parar, entre hojas, árboles caídos y esquivaron ramas que se interponían en su camino.

Durante un buen rato, siguió escuchando la respiración de Kyle a su espalda, pero se cayó y se tapó la cabeza con las manos, mientras un montón de ciervos, asustados, le pasaban por encima. Cuando ya no escuchó ningún ruido, se detuvo y al girarse se dio cuenta de que se había perdido y que estaba sola. 

***







Había seguido caminando durante lo que pensó que era una eternidad. Intentaba dar marcha atrás sobre sus pasos, para volver a encontrarse con Kyle.

Pero algo la hizo detenerse.

Lo había escuchado antes.

Era el sonido sordo de algo que caía, como un trozo de madera que se desprendía desde arriba y que se estrellaba contra el suelo. Como si el fuego estuviera arrasando el lugar. Se detuvo, mirando a su alrededor.

—¿Hay alguien? —preguntó en dirección al sonido, dio un paso más, apartó las ramas de un árbol y se encontró frente a un paraje desolado—, ¿Hola?

Llegó a un sendero de piedra blanca, que estaban colocadas de manera desigual. Era como si ese sitio no fuera desconocido.

Se sintió como en casa.

Era extraño porque no recordaba haber estado allí. Las piedras terminaban en un territorio lleno de tierra y ceniza, por delante seguía el bosque. Anduvo un trecho más y encontró un tablón en el suelo, madera roída por fuego.

Recordó una vieja historia que le había contado Bradley hacía un tiempo. La narraba como si fuera antes de que la reserva natural estuviera prohibida.

La leyenda hablaba sobre TerryTown y una casa que fue incendiada con una familia en su interior. Solo sobrevivió una persona. Alguien que se mantenía en estado vegetativo en una residencia y permanecería así, hasta el fin de su vida.

Era la leyenda de los Hayes.

Se agachó para tocar la madera y suspiró, levantando la cabeza con tranquilidad.

—Solo ha sido una madera.

Se levantó de allí y trató de reconocer el terreno. No quería dejarse guiar por una vieja leyenda, que seguro ni era cierta. Siempre le había dicho a Bradley que no le gustaba que le contara esas historias con trasfondos reales, y él, había apuntado que era así y que tenía que aceptar que los fantasmas de esa pobre gente seguían rondando por su querido pueblo.

La primera vez que la contó, fue en una acampada con los padres de los tres adolescentes y la segunda, en una excursión con toda la clase, en la que intentaba impresionar a Harper Marshall. El resultado fue que ella se río, objetando que esa casa nunca había existido.

«Nadie puede vivir en el bosque para siempre», dijo la chica.

Reese recordaba que aquella segunda vez, se apartó y prefirió no escuchar de nuevo ese relato, porque se hacía real en su imaginación e incluso, podía oler el fuego quemar la piel de esa gente, sentir los gritos y el llanto de un bebé. Era como revivir una vida pasada, como si hubiera estado de cuerpo presente en el día de su muerte.

Otro tablón cayó a su derecha y cuando miró hacia allí, la vio. Era la majestuosa casa de madera que Harper había dicho que no existía. Las ventanas estaban rotas, la madera en lugar de marrón obtenía un color negro cobalto, aún percibía pequeños cristales rotos, y el olor era inconfundible a humo, humedad y podredumbre. Era una casa preciosa, a pesar de estarse cayendo a cachos. Su corazón se encogió, sintiendo pena por esa familia.

Lo que más le llamó la atención, era la puerta de entrada, parecía recién pintada y como si alguien estuviera viviendo allí. Trató de sacarse esa idea de la cabeza y volver a caminar hacia la nada, pero se quedó quieta. Sintiendo la presencia de alguien, era como si la observara.

Escuchó un sonido atronador.

Se giró para mirar de nuevo la casa, un relámpago la atravesó en ese instante e hizo que el interior se viera con claridad; muebles rotos, arañazos en las paredes, un largo pasillo que conducía a otra puerta... Dio, de repente, un paso atrás cuando sus ojos se encontraron con algo.

Era una sombra, pero pudo distinguir a una persona. Sus ojos eran de un azul brillante, como acero, y sintió tristeza al ver ese color. Cuando parpadeó, ya no había nadie. Su único pensamiento era que se tenía que marchar, pero ya no sabía hacia dónde ir. Se giró a la izquierda donde estaba el camino de piedra blanca, pero no pudo moverse.

—¿Qué haces aquí? —indagó la voz de un hombre, que de un momento a otro le había aparecido delante. Se acercó muy rápido, la sujetó de los brazos y la zarandeó—. Este lugar... Está prohibido.

—Lo siento —es lo único que pudo decir. Sus manos la estaban agarrando con mucha fuerza e incluso notó pequeños rasguños en su ropa y su piel desnuda frente al contacto de ese hombre. Involuntariamente, comenzó a temblar—. No... No lo sabía.

—¿Qué has visto?

—No he visto nada. Lo juro. No sé nada —su voz sonó débil, como si tuviera algodón en la boca y fuera raspando su paladar.

El hombre la soltó de repente, provocando que cayera al suelo de espaldas y se diera con el tablón que había caído cerca del árbol. Ese tablón era diferente al anterior. Tenía marcas como de garras y parecía arrancado.

Se transportó a la pesadilla, donde sus propias uñas se le habían clavado en las palmas. Miró hacia ellas con cierto temor y fue entonces cuando lo vio, la gota de sangre del ciervo que había caído sobre ella, estaba allí. No parecía formar parte de su pesadilla.

Dedujo que todo había sido cierto.

No era una pesadilla.

Era real.

—¿Qué eres? —cuestionó el hombre. Se acercó y la tomó del brazo, levantándola, parecía que la estuviera olfateando— ¿Eres humana?

—¿Tú no?

—¿Qué haces en el bosque esta noche?

Ahogó un grito, cuando notó más presión sobre sus muñecas. Cerró los ojos con fuerza, no quería parecer débil delante de ese hombre, pero tampoco podía hacer nada. Los volvió a abrir, poco a poco, y miró hacia sus ojos azules como el mar en plena corriente, parecía atormentado, pero esos ojos, ya no eran de acero, ni siquiera brillaban.

—Mi amigo, Kyle, está ahí dentro. Por favor... Déjame ir a buscarle y nos iremos —gimió tragando saliva, tratando de sonar segura. Su cabeza no paraba de pensar que podría estar frente al asesino—. Por favor...

—Lárgate —espetó de repente. La soltó dando un empujón a su muñeca, haciendo que se diera un golpe contra el suelo de nuevo. Su labio había impactado contra el tablón y empezó a notar sangre surcando su mentón—. Que no te vuelva a ver por aquí o correrá más sangre.

Se levantó como pudo, corriendo, sujetándose la muñeca con dolor.

Le pasó por al lado, mientras la miró, cabreado, no se atrevió a girarse para verle y quedarse con detalles. Creyó que no saldría viva de allí. Era como si tuviera algo contra ella, pero podría jurar que no lo había visto nunca. Sus pasos volvían a correr entre los árboles, no se detenía porque sentía las pisadas de esa figura detrás.

Esos ojos rojos la seguían, a pesar de suponer que había despertado. En su mente estaba todavía la posibilidad de que siguiera soñando.

«¿Crees que puedes escapar de tu destino, Bayer?», sonó demasiado claro, como si alguien se lo hubiera dicho en el oído, aunque estuviera corriendo.

Su pesadilla había sido real.

Ese hombre también y la figura monstruosa de ojos rojos... Podía serlo o quizá... ¿Seguía soñando?

***






Minutos después se detuvo cerca de un río y se llevó las manos a los brazos, le ardían desde que ese tipo la había zarandeado y también observó, pequeños cortes ocasionados en su muñeca. Cuando miró hacia su mano tenía sangre y a diferencia de su pesadilla, no desaparecía. Todo eso le llevó a pensar que estaba sintiendo el dolor. En su sueño le parecía notar el dolor.

«Pero no era real», sopesó.

Negó con la cabeza y metió la mano en el agua, notando cierta relajación al contacto con el frío. Escuchó a lo lejos la voz de Kyle, la seguía llamando y decidió ir en su búsqueda. Debía encontrarlo antes de acabar muerta, igual que la mujer a la que asesinaron en ese bosque o más bien, la mujer a la que había asesinado ese hombre.

Siguió su camino por el bosque, apartando las ramas que se cruzaban, con la sensación de que la sangre corría por sus brazos y también la de estar cerca de casa, cuando en realidad estaba muy lejos. Su corazón latía muy fuerte y la adrenalina en cada parte de su ser, estaba desbocada.

—¡Kyle!

Se paró entre dos árboles y se apoyó en uno de ellos, notando la fría corteza rozando su palma. Imploró poder salir de ese bosque, dando un puñetazo al tronco. Estaba notando más sangre correr por su mano y pasando hacia su chaqueta, manchándola. Ni siquiera sabía que tenía tanta fuerza para romper parte de la corteza de un árbol.

La tormenta parecía haber desaparecido, no había caído ni una triste gota, solo relámpagos que la habían asustado delante de la construcción de madera corroída por el sol y por el fuego.

De repente, y de la nada, empezó a ver temblar las hojas, se movían a su alrededor como si fueran a cámara lenta, sintió como sus propios pies empezaban a estremecerse sobre una tierra que hace unos segundos era estable. Arqueó las cejas y se llevó una mano al pecho, empezando a levantar la cabeza, únicamente se podía apoyar en la poca luz que le aportaba la luna llena.

Estaba perdida, temblorosa, repleta de sangre y no sabía qué hacer.

Los mismos ojos de los que antes había huido, estaban sobre ella. Un montón de ciervos de los cuales no podía escapar, porque estaban corriendo hacia ella. Intentaba dar pasos atrás. Retrocedió hasta llegar a otro árbol, tratando de ocultarse. El hecho de parecer ser invisible, la aterró. Con su mano tanteó la superficie tratando de encontrar otro sitio seguro y al seguir, sus pies cedieron hacía una cuesta más empinada.

Su cuerpo se golpeó en la espalda contra la superficie y eso la obligó a hacer una voltereta sobre sí misma, evitando un golpe peor. Sus heridas volvieron a rozar el suelo, sus brazos se engancharon en hojas secas y gruñó, cuando acabó de rodillas en un lugar de tierra arenosa.

No se levantó, se quedó allí, quieta, aguantando el dolor, esperando el siguiente acontecimiento que la hiciera temblar. A los pocos segundos, empezó a separarse las hojas de las heridas, llena de aflicción y lágrimas surcando sus mejillas.

Lo bueno fue que parecía haberse acostumbrado a la oscuridad de un modo extraño. Su visión se había vuelto brillante, como si pudiera encontrar cualquier cosa en el bosque. Tanteó el suelo para comprobar que no había nada cerca, porque no confiaba en cómo había cambiado.

No podía descifrar cuanto tiempo llevaba caminado sin rumbo por ese paraje.

Vio un árbol y a sus pies, un cuerpo estirado. Solo era una sombra traslúcida, no logró verla bien. Llamó a su amigo en voz alta, con el pánico apoderándose de su ser. No podía ser él.

«No es él», se dijo a sí misma para intentar relajarse.

Se levantó, notando un crujido en el tobillo. Era como si se hubiera vuelto a colocar en su sitio. Se miró las rodillas, las estaba notando en carne viva y la sangre hasta sus calcetines, pero se obligó a caminar, observando ese cuerpo.

Su cuerpo estaba dolorido, cansado y aun así con esperanza.

Se apoderó de toda la fuerza que tenía para acercarse a esa cosa inerte, sus pasos fueron lentos, pero decisivos. Su pulso se fue acelerando con cada pisada, más su respiración que cada vez era más rápida y agitada. Lo que todavía conseguía ponerle los pelos de punta era el ruido de las ramas rotas, que seguía sonando bajo sus pies. Cuando estuvo cerca, se llevó una mano a la cara, tapándose la boca y volvió a caer al suelo de espaldas.

Respiró hondo varias veces, para tratar de calmarse.

Lo observó durante un rato, sin creerse lo que estaba viendo.

Era una mujer pelirroja, de unos cuarenta y tantos, como Bradley había dicho. Sus ojos estaban abiertos, mostrando terror y pánico. Eran azules y mostraban que había visto cara a cara, el rostro de la muerte. Parecía estarle suplicando que se fuera. Estaba desnuda y en su espalda podía tener más de diez arañazos, entendió que había sido torturada antes de que la dejaran allí.

Empezó a dar pasos atrás, arrastrándose por el suelo, cuando se dio cuenta de que no podía seguir observando más abajo. No había más que un charco de sangre bajo lo que serían sus piernas. Estaba cortado de forma irregular, como si tuviera mordiscos en su piel.

Tuvo ganas de vomitar, no obstante, se sorprendió a sí misma sin hacerlo, ni tan siquiera gritó. Únicamente, se levantó y se apartó de allí, sin correr y sin dejar de observarla, como si quisiera recordarla o como si tuviera miedo de que algo se la llevara.

En su cabeza seguía estando en ese sueño, solamente que el dolor parecía más real.

Volvió a subir por la misma cuesta que había bajado con su cuerpo. Para hacerlo, se sujetó a pequeñas raíces de árboles que sobresalían en el camino. Cayó dos veces hacia atrás, pero se negó a quedarse allí. Apretó los dientes para hacer la mayor fuerza posible, colocó sus pies en pequeños salientes de roca y repitió el proceso hasta llegar a la cima.

Una vez allí, se centró en escuchar el sonido del bosque, le estaba hablando, indicándole el camino a seguir y eso logró calmarla.

Después de unos veinte minutos caminando por el bosque, lo escuchó, demasiado claro y cerca como para seguir a ese ritmo. Era el aullido del lobo, acompañado del grito de su amigo que parecía estarla llamando.

Estar pensando que eso, formaba parte de un sueño, la hizo ser más valiente y por ello, se atrevió a sujetar una piedra para salvar a su amigo del demonio de ojos rojos, que había visto en su pesadilla. Cuando llegó al lugar, su amigo se encontraba en el suelo y estaba siendo arrastrado por un ser parecido, pero algo más pequeño.

—¡Huye! —gritó Kyle, pero sin verla—, ¡No vengas!

—¡Eh, tú! —exclamó Reese.

En la realidad, jamás le habría dado. Era mala en todo lo referente al deporte, por no contar, con todo lo que tuviera que ver con el instituto.

Lanzó la piedra con tanta suerte que le dio justo entre los ojos, instando que la bestia dejara a su amigo, el cual intentó levantarse, trastabillando con sus propios pies, mirando a todas partes. Kyle no fue capaz de verla, pero notó su mano en el brazo. La bestia o el lobo, como había decidido llamarlo, saltó hacia el lugar donde la piedra había salido despedida.

—¡Tenemos que irnos ya! —exclamó Reese.

No tenía ni idea de cómo, pero se guio de nuevo por los árboles, por esas ramas que de repente, se apartaban de su camino. Un aire cálido le indicó por donde debía salir. Ni siquiera se atrevió a mirar hacia atrás cuando cruzaron el umbral del bosque que les devolvía a la civilización, lejos de ese paraje que les había asustado. Kyle se apoyó en sus rodillas.

Ella no se sentía cansada, pero estaba dolorida. Sus rodillas cedieron y cayó al suelo apoyando sus manos en el asfalto. Solo se pudieron escuchar sus respiraciones durante un buen rato y poco a poco, como se fueron calmando.

Kyle fue el primero que reaccionó y se acercó hacia su amiga, mirando todas sus heridas, la ayudó a ponerse en pie y le levantó el mentón, fue como si quisiera comprobar algo.

—Tenemos que llamar a alguien —titubeó Kyle, sin aliento, cansado y agotado tras todo lo que había sucedido—, no podemos permanecer aquí. Esa cosa puede volver.

—¿A quién? Mi móvil se ha quedado sin batería y está en casa—inquirió Reese. Él miró el suyo y buscó su inhalador en los bolsillos del pantalón, después miró hacia el bosque—. ¿Qué?

—He perdido el inhalador y mi móvil también está muerto —contestó.

El aullido volvió a sonar más fuerte, como si estuviera más cerca. Reese se apartó de la linde del bosque y Kyle se colocó delante. Pudieron escuchar las ramas cercanas, moverse, incluso aguantaron la respiración, como si pudieran desaparecer.

Esperaron unos segundos, el viento se detuvo y parecieron suspirar.

Ella se abrazó los brazos, siguiendo los arañazos con los dedos a la vez que, empezaban a caminar. No sabía si debía decir algo. Podría contar que había visto al asesino y al cadáver. Pero todo era confuso. De repente, notó la sudadera de su amigo, sobre sus hombros y le miró.

—Si no llega a ser por ti estaría muerto... —asintió él.

Reese pasó sus brazos destrozados por las mangas y se fijó más en él, tenía una especie de mancha sobre su abdomen.

—¿Te ha mordido? —preguntó, tocando su estómago—, ¿Estás bien?

—Sí —se levantó la camiseta y la chica lo observó con ojos de terror. Era dentadura humana, tres veces más grande, se podían observar los dientes desiguales y también lo reciente que era—, ¿Cómo lo has hecho?

—¿Huir o salvarte la vida?

—No. Eras como traslúcida y tus ojos... Eran un verde como hierba y brillaban —arqueó las cejas hacia él y observó más de cerca sus ojos, causando que se sonrojara de nuevo. Esa experiencia les había unido. Él fue quien se apartó como si no nada importara, aunque también estaba sonrojado—. Perdona, debo estar alucinando.

Le dio la espalda a la chica deprisa, que soltó el aire que estaba conteniendo por la cercanía hacía él. Negó con la cabeza y empezó a caminar otra vez, observando el bosque de reojo, donde seguía notando como alguien los estaba vigilando. No estaba tranquila todavía, el miedo que había pasado se seguía apoderando de todo en esa noche fría.

—¿Qué me querías decir antes? —preguntó el chico, mirando hacia atrás, como si esperara ver pasar un coche—. Si morimos aquí...

—Nada. Era... Era una tontería —asumió al fin. Si su reacción hubiera sido otra al estar tan cerca, quizá, se hubiera atrevido a decirlo.

—Dime —se giró de nuevo y se detuvo delante, sonriendo, acariciando su mejilla—. Por favor, necesito pensar en otra cosa. Si no seguiré pensando en ese... Ser.

Su padre Luke, siempre le había dicho que, el no ya lo tenía, y simplemente, debía buscar el sí, en cualquier cosa que hiciera. Se aclaró la garganta y le miró, mientras él, sonreía. Podía hacerlo, aunque posiblemente, fuera a llevarse un no. Tenía que arriesgarse.

—Es algo que me lleva pasando... Hace mucho. Quien lo sabe es Bradley —flaqueó, insegura.

Kyle desvió su mirada y levantó la mano. Ella se giró para observar los faros de un coche que se paró a gran velocidad a su lado. El conductor bajó la ventana y los miró, haciendo que el corazón de Reese, se detuviera de inmediato. Era un coche negro, nuevo, su carrocería estaba reluciente, ni un solo rasguño. Kyle parecía feliz y ella, tragó saliva con cierta dificultad.

—¿Qué hacéis aquí tan tarde? Si queréis os puedo llevar hasta TerryTown. Subid —afirmó la voz de ese hombre.

Reese observó su mirada y negó con la cabeza, trató de detener a su amigo, pero ya había abierto la puerta y la estaba invitando a sentarse. No tuvo otra opción que subirse y asimilar que iban a acabar igual que la mujer cortada en medio del bosque.

—Muchas gracias —dijo Kyle—. Estábamos perdidos... Nos hemos perdido en el bosque.

—Es un lugar prohibido, no deberíais regresar —repuso él, parecía tranquilo—. Habéis tenido suerte de salir. Dicen que es poco probable, como si fuera un laberinto y más de noche.

Al decirlo sus ojos se cruzaron con Reese, que apartó la mirada hacia Kyle. El brazo del chico pasó por su espalda, la notó muy tensa. Pero ella, no podía entender a dónde quería llegar el asesino. No les preguntaba nada, de hecho, hacía como si él, no hubiera estado en el bosque.

Después de otros largos veinte minutos, el coche se detuvo en casa de los Forest. El hombre desconocido miró la casa, arqueando las cejas y se giró.

—¿Vivís aquí?

La pregunta les extrañó por el modo en la que la había formulado. Reese seguía sin abrir la boca frente al desconocido, que la había atacado en el bosque. No se atrevía, ya que sabía lo que había hecho y lo que les podía llegar a pasar.

—Ella —contestó Kyle, tras un breve silencio—, pero me quedaré aquí.

Se bajaron del coche, ella lo hizo con algo de prisa y no escuchó el motor y eso era porque, ese hombre, no se había ido. El asesino también se apeó y cuando se giraron, sonrió con cierta calma, aterrorizando a la chica.

—Me llamo Ryan. Ryan Hayes. Si algún día os volvéis a perder, que no sea en mi propiedad privada —amenazó, furioso.

Se les congeló la sangre al escuchar ese nombre. Ya lo habían escuchado antes. En la leyenda de los Hayes narrada por Bradley.

Reese observó la calle, buscando de forma desesperada la camioneta de Luke, pero no estaba. Decidió girarse y abrir la puerta, tirando del brazo de Kyle para hacerlo entrar y cerrar a su espalda. Se encontraron, agitados. Aquello iba a ser difícil de contar.

Tardaron un buen rato en escuchar rugir el motor del coche y cuando parecía que arrancaba, por fin, pudieron respirar hondo con algo más de calma.

Entonces la imagen de la mujer muerta volvió a aparecer en la mente de Reese, que se llevó las manos a la cabeza.

—¡Joder! —gritó de repente ella—. Era Violet, era Violet Hunter...

—¿Quién? —preguntó Kyle, que arqueaba las cejas, extrañado.

Reese no reaccionó, en su mente ese cuerpo se levantó, sus pies volvían a estar pegados y gritó cuando unas garras la dividieron por la cintura y sus piernas se desprendieron del torso quedando en la posición en la que la había encontrado. Notó las manos de Kyle sobre sus hombros.

—¿Reese?, ¡Ey!... ¿Qué pasa?

—El cuerpo, la mitad de él. Era Violet Hunter, la hija del alcalde, la madre de Ethan Hunter... ¡Era ella!, ¡Ryan Hayes es el asesino! —confesó.

Kyle la miró, arqueando las cejas. La sorpresa no tardó en llegar a su rostro.

—¿Era la bestia que me ha atacado? —preguntó y Reese asintió—. Vale, bien. La suerte es que estamos vivos. Tenemos que curarnos.

—¿Qué? No —se negó Reese, temblando—, hay la mitad de un cuerpo en el bosque, lo he visto. No podemos hacer como si no hubiera pasado nada.

—Lo haremos porque... Si decimos algo. Sabrán que hemos estado allí. Y nos castigarán. No puedo estar así otra vez. Además, estamos bien —aseguró Kyle—. Lo tuyo no son nada más que arañazos y lo mío un mordisco.

Subieron hacia su cuarto, donde Reese después de ducharse descubrió que Kyle tenía razón. Únicamente, tenía arañazos, pero podía recordar que antes de regresar todo era más escandaloso. Incluso lo de sus rodillas, no había sido nada. Aunque sangre en sus calcetines detalló que todo era real. Sus heridas se habían curado demasiado rápido.

Cuando acabó, entró Kyle, quien en teoría dormía en casa de Bradley, pero viendo que el primero había desaparecido y mentido a su padre, se iba a quedar allí. Mientras se duchaba, Reese oteó por la ventana, todavía podía observar el coche de Ryan aparcado en la lejanía.

Cuando su amigo salió de la ducha, lo hizo solo con el pantalón y Reese fue la que curó su herida, que parecía mucho más real, que cualquiera de las suyas.

El chico se durmió, pues estaba cansado tras su noche en el bosque, pero Reese a pesar de estar dolorida, se levantó varias veces y se fue a mirar por la ventana.

La luna llena seguía llamándola, como si le estuviera diciendo que despertara.

Al esperar ver la salida del sol, se dio cuenta de que no tenía la sensación de que sus ojos pesasen, ni de que sus párpados quisieran cerrarse. Seguía despierta. 

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