029.

El largo del vestido no fue ningún problema hasta que se me quedó enganchado en uno de los tacones. Jesse estaba, evidentemente, nervioso y ansioso, y el hecho de que se me quedara enganchado sólo empeoró la situación. Me erguí intentando encontrar el lado por el que se había quedado enganchado y, tirando del vestido hasta que lo tuve alrededor de la cintura, lo miré.

—Deberías saber que más vale maña que fuerza —le dije burlándome por lo impaciente que era. Él no respondió y aprovechó para poner ambas manos en mi trasero y apretar de forma que casi me caí encima de él. Menos mal que fui rápida y me dio tiempo a apoyar mis manos en sus hombros.

—Y tú deberías saber que menos hablar y más quitarte el vestido —me replicó. No pude evitar carcajearme, pero cuando me dio una palmada bastante fuerte en la parte trasera de mis muslos, esa carcajada se convirtió en un bastante sonoro gemido—. Debo admitir que es bonito, pero me gustarías mucho más desnuda —se explicó mientras me daba besos en el hombro.

Apoyé mis codos en sus hombros y llevé mis manos a sus rizos. De esta forma nuestras caras estaban mucho más cerca y podía ver mejor sus ojos. Esos que me quitaban el sueño.

Él frotaba sus manos en mi trasero de arriba a abajo y sabía perfectamente lo que quería, pero no estaba dispuesta a dárselo tan pronto. Y más sabiendo que ahora teníamos todo el tiempo del mundo. Eso hasta que mi padre lo encontrara. Aunque estaba dispuesta a arriesgarme y jugar con él un poquito más.

—Oye, Jesse —murmuré contra su mejilla mientras jugaba con los rizos que tenía detrás de sus orejas y casi en la nuca—, ¿por qué no me llevas a la parte de atrás? —le pregunté entre besos.

—Te lo dije antes, preciosa, hablas demasiado —una mano subió por toda mi espalda hasta mi pelo y tiró de él, deshaciéndome el peinado que mi madre llevaba intentando dejar fijo todo el día. Eso me hizo sonreír ligeramente antes de que juntara nuestros labios en un beso primitivo. Más que besar, me mordía los labios a la vez que jugaba con mi lengua.

Y yo cada vez me derretía más entre sus brazos.

Le devolvía todos y cada uno de sus besos tan, o más, fervientemente como él me los daba y cada vez emitía un gruñido de satisfacción que me hacía no querer parar nunca.

Me estrujaba contra su cuerpo y yo no podía sino retorcerme de gusto.

Cuando me quise dar cuenta, Jesse estaba bajando mis bragas por mis piernas, pero no bajaron más que unos centímetros porque mis piernas separadas no lo permitían. Estaba intentando levantarme cuando aprecié su agarre aún más firme y murmuró algo que no entendí.

—¿Qué? —le pregunté. Realmente quería saber qué había dicho.

—Que ni de coña te vas a mover de aquí —repitió brusco—. Esto solo tiene un arreglo —y antes de poder preguntar cuál, dio un tironazo de la tela de las bragas hasta que las rompió, y las sostuvo en su mano mientras me sonreía con maldad.

—Que sepas que me vas a comprar unas nuevas —le dije en broma, aunque enfadada igual. Pero eso a él pareció darle igual.

—Yo te compro todas las que quieras siempre y cuando me dejes romperlas solo a mí, preciosa —me dijo antes de volver a atacar mi boca.

La mano que sostenía su agarre en mi pelo volvió a bajar hasta que tuvo cada mano en cada pierna, manteniéndolas ahí abiertas para él. Sus manos subían y bajaban por mi piel y yo sólo estaba deseando que me tocara en un sitio. Él lo sabía perfectamente.

Me movía contra su cuerpo para ganar algo de fricción allí donde más la necesitaba, pero él no estaba dispuesto a darme lo que quería.

—Hasta que no lo pidas como las chicas buenas, no te tocaré donde quieres —me dijo antes de volver a besarme otra vez.

No pensaba pedirle las cosas. No a estas alturas.

Así que en vez de darle la satisfacción de oírme rogar, seguía moviéndome contra su cuerpo. Los cristales del coche se estaban empañando y aquí dentro cada vez hacía más calor.

Y yo solo quería deshacerme de este estúpido vestido.

Quitando mis manos, desgraciadamente, de su cuerpo, intenté acceder al broche que tenía el vestido en la parte trasera para desabrocharlo, pero estaba tan arriba que no llegaba.

—Deja que lo haga yo —me dijo cuando se dio cuenta de lo que trataba de hacer. Él fácilmente llegó a los botones y cuando hubo terminado, me ayudó a subir el vestido de mi cintura hasta sacarlo por mi cabeza, quedando así semidesnuda ante sus ojos. Me miraba de arriba a abajo y volvió a pasear sus manos por toda mi piel.

—La de cosas sucias que voy a hacerte —empezó, mordiéndose el labio—, pero no aquí.

—¿Aquí no? ¿Por qué? —pregunté decepcionada.

—Bueno, muñeca, si insistes —arqueó las cejas dándome una mirada lasciva— podemos tener uno rapidito.

—Me parece perfecto —le dije ya más convencida. No podía esperar y sabía que solo lo hacía para que le rogara. O eso creía, pero ya me daba igual todo a estas alturas—. Fóllame ya, por favor, Jesse.

Esta vez empezó a darme suaves mordiscos en el cuello y bajando por mi escote hasta que llegó a mis pechos. El sujetador que había escogido para esta noche conjuntaba perfectamente con las braguitas, ya rotas, que había dejado en el asiento del copiloto.

A pesar de que estaba casi completamente desnuda, el hecho de verlo a él aún con el uniforme de la cárcel me hacía sentir insatisfecha.

Desabroché su cremallera y empujé la tela por sus hombros y sus brazos hasta que tuve su torso para mi deleite. La cantidad de tatuajes que tenía era asombrosa y me preguntaba si tendría alguno más escondido.

Lo volví a besar y continué frotándome contra su eje. No me cabía duda de que podría casi sentir la humedad que estaba dejando en la tela, pero solo así lograría conseguir lo que anhelaba.

Cuanto más apretaba y aceleraba el ritmo de mis caderas, más gruñía él contra mis labios. Hasta que noté cómo una mano que estaba en mi trasero bajaba hasta llegar a mi clítoris y le dio unos cuantos golpecitos con el dedo corazón, haciéndome temblar y querer más al mismo tiempo. Me aparté de su beso, necesitando más aire y cerrando los ojos fuertemente, dejando caer mi frente en su hombro.

Era consciente de que me podría hacer venir de esa forma si quisiera, pero también que no sería suficiente para ninguno de los dos.

Empezó a hacer movimientos circulares sobre el cúmulo de nervios a la vez que intercalaba suaves vaivenes en mi entrada mientras que yo solo gemía y temblaba, sin aliento alguno.

Jesse respiraba pesadamente en mi oreja, también perdido en el calor del momento. Esto era tan intenso para él como lo era para mí.

Mientras él seguía aplicando su experiencia en mí, apenas noté cuando se bajó el uniforme lo suficiente para liberarse y me distrajo cuando el ritmo de sus caricias en mi clítoris aumentó, haciéndome arquear la espalda y moverme sobre su mano. Este sería mi fin.

Estaba muy cerca. Él cada vez iba más rápido y con la otra mano que tenía sobre mi baja espalda, me empujaba sobre sus dedos para que no me pudiera retirar. La presión que sentía en mi estómago era cada vez mayor y reconocí las sensaciones. Estaba a meros segundos de correrme en su mano.

Pero entonces paró y gemí de frustración. Estaba empapada en sudor y temblando.

Estaba a punto de pedirle explicaciones cuando lo sentí entrar en mí de una embestida y sin aviso, por lo que grité demasiado fuerte y arqueé la espalda.

Lo miré con los ojos de par en par y él me estaba sonriendo pero con la mirada algo nublada.

Ambos, cegados de placer, empezamos un vaivén lento en el que él me ayudaba a subir y bajar mientras que yo movía las caderas circularmente sobre su eje.

Después de unos minutos así le aparté las manos de mis caderas para que me dejara hacer lo que yo quisiera y aceleré provocando que Jesse echara la cabeza hacia atrás cerrando los ojos fuertemente y que apretara los dientes.

—M-muñeca, frena u-un poco —me pidió entre dientes. Pero yo no quería parar ahora.

Puse sus manos sobre mis pechos y dejé las mías encima instándole a que apretara mientras seguía moviéndome sobre él.

Podía sentir otra vez esa tensión creciendo poco a poco dentro de mí y apreté mis paredes alrededor de él, haciéndonos sisear de placer y, sin esperarlo, Jesse empezó a subir sus caderas del asiento haciendo las embestidas aún más intensas y profundas.

Apoyé las manos en su pecho y, no pudiendo evitarlo, le clavé las uñas cuando me empecé a correr. Estaba siendo todo tan intenso que no me di cuenta de lo mucho que estaba gritando y lo rápido que me mecía sobre él tanto que el coche entero estaba en movimiento.

Jesse me puso una mano sobre la boca para amortiguar el ruido mientras que con la otra, que estaba aún en mi pecho, me frotaba el pezón con su pulgar para prolongar el placer.

Me sentía como si hubiera corrido una maratón, las piernas me flaqueaban y yo no sabía de dónde sacaba fuerza para seguir moviéndome, ya con un ritmo y velocidad apaciguados. Pero Jesse aún no había terminado y aun así se había salido de mí. Aún estaba duro.

—Todavía no he terminado contigo, preciosa —empezó, casi sin aliento—, de hecho, ni siquiera he empezado —se rio mientras me frotaba la mejilla con el pulgar y dejó un beso en el canalillo entre mis pechos—. Pero tenemos toda la noche y pienso hacerte tantas guarradas que no te vas a olvidar de mí en tu vida.

Y, ayudándome a sentarme en el asiento del copiloto mientras nos vestíamos, me quedé allí con la duda de si nos habría visto alguien.

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