Epílogo
—Te veo mejor.
La brisa del atardecer removía el cabello de Ellery en el puente Brooklyn. La calma retornaba a su apariencia. Haber resuelto el caso quitó el seguro a la inventiva retorcida que tanto fascinaba a sus lectores. Los capítulos volaban en la máquina de escribir. En dos semanas, sin escabullirse de las visitas regladas al hospital para las curas de la cicatriz que ahora decoraba su hombro, plantó sobre la mesa de su editor la galerada concluida. Rechazando el puro que le ofrecía por la primera entrega a tiempo, se escapó de las persuasivas dotes publicitarias del editor con la excusa de una cita a la que no podía ni quería faltar.
Nikki estampó sus labios rojos en la mejilla de Ellery. Al separarse, entrevió el vendaje.
—¿Nunca aprendes? —le echó en cara.
—No es nada. En unas semanas tendré una batallita de la que alardear en las entregas de premios.
Estrechó a Nikki a su costado y caminaron a lo largo del curso del río.
—Eres increíble.
—Olvídate de mí. ¿Has terminado tu libro?
—¿Acaso te sorprende? —contraatacó.
—La verdad es que sí.
—¡Eres...! ¡Uf! —Le arreó un suave empujón con la cadera.
La puesta de sol bañaba el cielo con un naranja sobrenatural. El temporal de mediados de otoño invitaba a aspirar el aroma fresco y estimulante que en unos meses cedería su sitio a la temporada nevosa que blanqueaba la ciudad de Nueva York.
—Tu caso se ha convertido en la sensación del momento —apreció Nikki—. He de suponer que ya tienes nuevo material para escribir.
—¿Sobre las hermanas Simonson? Te equivocas.
—¿En serio? No hay cabida para el fracaso: hermanas gemelas, intentos de asesinato, la psicología oscura de los protagonistas... ¿Es que no lo ves?
—Todo tuyo.
—¡Ni loca! Sería como robarle la trama de su novela a otra persona.
—Por mí no hay problema.
Se instalaron en una zona del puente poco concurrida. Nikki apoyó los brazos en la barandilla.
—Es precioso. —Admiraba el horizonte, la inmensa corriente de agua reflejando un sol en declive, el azul de las aguas robando los colores al firmamento.
Ellery se unió a la apacible contemplación.
—Nikki...
—¿Ajam?
La mirada del escritor enfocaba un punto en el cielo. Parecía absorto. De pronto sus labios se torcieron en aquella típica sonrisa suya. Nikki dejó escapar un suspiro. Se percató de la reacción que le producía el simple hecho de observarle. Su corazón se aceleraba al detenerse en los rasgos que lo caracterizaban, la mezcolanza melancólica y venturosa que derrochaba el intenso ambarino de sus ojos. Los nervios se apilaron en su estómago.
«¿Qué te pasa, Nikki? —se reprochó—. ¡Cálmate!»
Sus mejillas se tiñeron de un rosado similar a las nubes que arropaban la ciudad.
—Nikki... —repitió Ellery. Posó sus ojos en los de ella, ladeó la cabeza y sonrió con picardía—: ¿Para cuándo la noche en tu casa que aún me debes?
FIN
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