5. Debajo de lo intelectual

"Tienes lo mismo que todo el mundo; toda una vida."

-Neil Gaiman.

Tracker volvió a refregar su rostro y suspiró. El viento silbaba burlándose de todos los pueblerinos y el frío despiadado abrigaba a Asinis en un manto de agonía. Si se prestaba un poco de atención, se era capaz de oír el llanto de las familias que habían perdido a sus niños junto a los cuervos graznando a lo lejos; y eso estaba matando lentamente al detective asinisiano. Se sentía terrible por no haber atrapado al asesino aún. Había defraudado la memoria de todos esos niños.

No había dormido más que cuatro horas en una semana y no dejaba de pensar en todo lo dicho y todo lo hecho. Dos niños más habían desaparecido y habían hallado sus cadáveres en el bosque a la medianoche luego de que las asignadas aves oscuras los guiaran hasta el lugar marcado. Cada vez que escuchaba el graznido de los cuervos le era imposible no pensar en el hecho de que una muerte se anunciaba y que los cuervos se habían convertido en el temor del pueblo; los anunciadores de la muerte.

Estaba nervioso, sentía los ojos de todos en él y podía escucharlos criticarlo por lo bajo cuando lo veían pasar. La sensación era terrible y solo lo distraía aún más de su verdadero objetivo. Durante esos días se había sentido lo mismo que cuando iba a la escuela: como un pario.

Había dejado de comer desde que había aparecido el cadáver de Marek y solo consumía café para mantenerse despierto, no podía dormir con ese cargo de consciencia pesando sobre él. Había adelgazado unos cuantos kilos y su rostro ya no estaba tan relleno como antes, la piel ya se le pegaba al hueso como una fina tela y las cuencas negras que había alrededor de sus ojos lo hacían lucir terrible, como a una calavera con ojos. Su piel estaba bastante pálida y las manos le temblaban con nerviosismo, o debilidad. Sus ojos estaban rojos por tan mal descanso y ya no recordaba la última vez que se había dado un baño porque no había abandonado su libreta y las evidencias.

Su estado era deplorable y cualquiera lo sabía con solo darle un vistazo, pero los pueblerinos estaban empecinados en criticarlo y negarse a ver al hombre tras el detective. Así que mientras el gran Tracker tocaba fondo, el pueblo intentaba encontrar consuelo en sus críticas y ataques hacia él.

Estaba agotado en todos los sentidos y escuchaba a Daina regañarlo una y otra vez por dejarse afectar de esta forma por un caso, pero no podía escucharla realmente. Le había exigido que tomara las riendas de su vida antes de que lo hiciera ella y Tracker sabía que no sería nada nuevo dejarla a cargo, había ocurrido en otras ocasiones, pero no podía permitirlo esa vez. Ella había estado insistiendo en mudarse a la ciudad o vivir en el campo, lejos de todo; comenzar de nuevo, olvidar el pueblo y el caso. Daina quería tomar la opción más fácil y segura, demonios que la entendía. Pero ella no podía ver lo que buscaba él con todo eso. No podría perdonarse nunca el dejar que más niños murieran a manos de un monstruo, sabía que solo él podía resolver el caso, solo él podía evitar que esa tragedia continuara perpetuando en el corazón del pueblo. No iba a dejarse vencer tan fácil, aunque eso le costara unas cuantas discusiones con su esposa, él se quedaría allí hasta encontrar al asesino.

Ya era media tarde, generalmente estaba en la comisaría a esa hora, pero Tared le pidió que continuara desde su hogar. El gordinflón sabía cuánto estaba afectando la situación al detective y prefirió darle unos días para descansar un poco y que refrescara su mente. Sabía que estaba cargando con una culpa que no le correspondía y por más que nunca habían congeniado, se apiadó de él y con un poco de empatía le sugirió que le vendría bien un descanso. Estaba seguro de que descansar sería lo último que pasaría por su mente, pero también estaba seguro de que Daina lo haría descansar costara lo que costara. Tracker solía ser débil ante su mujer.

Evidentemente se había equivocado.

Tracker escuchó un bufido y sabía que se trataba de su esposa porque era el sonido que le había escuchado hacer cada vez que entraba a la sala y lo veía sentado en su silla frente al escritorio concentrado en la investigación. Amaba a Daina, pero sentía que últimamente buscaba excusas para enojarse con él y descargarse. No podía culparla, el embarazo la volvía bastante malhumorada.

—Sigues en la misma posición que en la mañana, no te has movido ni un centímetro —se quejó ella poniendo los brazos en jarras y el detective la miró agotado, sin ánimos de discutir—. ¿Acaso debo agarrarte de las orejas como a un niño para que vayas a darte un baño y a dormir?

—Daina... —protestó con voz baja, le costaba hablar por el cansancio.

—¡No! Ni se te ocurra discutir, Gustavs Tracker —rugió con la mirada en llamas. Él solo suspiró, sabía que ya no la detendría con nada—. ¿Por qué te echas al abandono así? ¿Crees que las respuestas llegarán actuando como un vagabundo? ¿De qué te sirve todo esto si cuando lo encuentres, te desmayarás del cansancio, del hambre o de deshidratación?

—No lo entiendes...

—¿Qué debo entender, Tracker? —Lo había llamado por su apellido, ya estaba, ella se había puesto furiosa y no habría nada que la calmara—. ¿Que has estado días sin cuidar de ti mismo porque no puedes resolver un maldito caso?

—¡No es un maldito caso, Daina! —Exclamó poniéndose en pie para comenzar a caminar alrededor del salón como un león enjaulado—. Mi carrera, mi honor y mi conciencia están en juego. Sin mencionar la seguridad de mi familia. Esos niños me atormentan por no haber encontrado al responsable, ellos no pueden descansar en paz, sus memorias no pueden ser honradas hasta que lo atrape. —Se acercó a ella y agradeció el hecho de no ser rechazado por su mujer en un momento tan miserable. Tomó su rostro entre sus manos y Daina pareció ver un poco de su tormento porque su mirada se suavizó un poco—. Si no lo atrapo, jamás podré dormir tranquilo al pensar que la próxima víctima podría ser nuestro Jonas. No puedo abandonar esto y estar tranquilo como si no hubiera un asesino acechando y eligiendo a su próxima víctima como si se tratara de escoger un dulce.

—Sabes que siempre te he apoyado, pero no puedes apoyarte ni tú mismo en este estado —murmuró con voz conciliadora, acarició su barbilla donde ya había una espesa barba rubia que nunca antes había visto—. Sé que podrás encontrarlo, pero no serás capaz de enfrentarlo de esta forma. —Cerró los ojos y respiró hondo. Sí, ella tenía razón, como siempre—. Ve a darte un baño, ya he ordenado que te suban el agua.

Después de ceder a los deseos de asearse de su esposa y al de una pequeña siesta, despertó con la curiosa sensación de que había algo que estaba olvidando. No sabía qué era, pero sí sabía que se trataba de algo importante, alguna pista que no encajaba y que se estaba olvidando. Había información que estaba suprimiendo.

Mientras bajaba las escaleras le pareció oír la risa de Daina y la de otra mujer, a quien reconoció inmediatamente como Irina, la esposa de Tared. Vio el sombrero y abrigo en el perchero y supo que su compañero de caso se encontraba allí también. Suspiró, debía enfrentarse a él tarde o temprano, pero esperaba hacerlo con alguna especie de pista al menos. Le avergonzaba encontrarse tan perdido como Tared en ese caso.

La sospecha del doctor no había servido de nada, en cuanto lo interrogaron dijo que había estado atendiendo a unos enfermos todo el día, al parecer había un virus gestándose en el aire y contagiando a varios adultos. Su coartada estaba justificada cuando todos sus pacientes y las enfermeras que trabajaban allí se lo confirmaron, además de su firma de llegada y de partida del hospital. Toda su hipótesis se le había caído a pedazos y no tenía otra pista incriminatoria tan precisa para resolver el caso.

Se hizo silencio cuando apareció en la sala y notó la mirada de todos en él, ya estaba acostumbrado a esa atención no deseada. Siempre había sido el centro de las miradas, aunque nunca había sido por una buena razón.

—Buenas noches —saludó cortés con una inclinación de cabeza y se sirvió un poco de jerez antes de acercarse a la chimenea junto a Tared, quien estaba de pie junto al fuego.

—Vaya, te ves peor que cuando te mandé a casa —observó el castaño sin preocuparle si lo ofendía o no y el detective puso los ojos en blanco por su comentario—. ¿Acaso no quedó claro que debías descansar?

—No molestes, Tared —gruñó de mal humor, solo había perdido el tiempo con esa siesta y ahora debía soportar las burlas del inepto de Tared.

—Han designado a otro en el caso —soltó el castaño de repente y Tracker fijó los ojos en el policía esperando más información—. Es de Robania y llegará la próxima semana.

Rodó los ojos al saber de quién se trataba. Ese pelirrojo petulante e insufrible.

—¿Hasta dónde se han esparcido los rumores de este asesino? —Inquirió con molestia. Si habían asignado a alguien de Robania, era porque se había divulgado por muchos otros pueblos antes.

—Según he oído, ya ha llegado a oídos de todo el país. Lo llaman "el asesino de los cuervos".

Tracker gruñó molesto. No era la primera vez que los chismes corrían tan rápido. Necesitaba pensar, debía hacerlo rápido. Con todas esas divulgaciones solo conseguía que el asesino se escudara entre ellas y confundirlo, desviarlo de su verdadero objetivo.

—No te han relevado del caso, será más bien una ayuda. Dos detectives piensan mejor que uno —dijo Tared con cierta amabilidad implícita.

Le dirigió una mirada molesta al policía y se volteó observando a su esposa hablar con Irina. El brillo de las relucientes joyas, que la mujer adoraba usar, resplandecía ante la luz de las velas mientras Ludis le comentaba cosas que se rumoreaban acerca de su nuevo compañero.

Y entonces un reflejo lo hizo parpadear. Lo recordó. Fue como una visión, una epifanía en su más pura expresión. Se alejó de la chimenea y se acercó hipnotizado hacia las damas dejando al hombre con la palabra en la boca. Daina e Irina dejaron de reír al notar al detective mirándolas tan de cerca. Desplegó una sonrisa encantadora antes de dirigirse a la mujer castaña de ojos marrones.

—Señora Irina —murmuró con una pequeña inclinación de cabeza en señal de respeto—. ¿Me permite ver su anillo, por favor?

—Claro, querido.

Le tendió su mano de forma grácil mientras Tared se posicionaba a un lado del detective y medía las acciones de este con desconfianza. Tracker, un tanto indiferente al silencio que se había formado en la habitación, sujetó la mano de la regordeta mujer y detalló el anillo que adornaba su dedo índice. Un rubí redondo rodeado de líneas decorativas de plata.

Miró hacia la mujer pidiéndole permiso silenciosamente y ella asintió amable, así que el detective procedió a quitarle el anillo con suavidad para luego mirarlo con suma atención. Se lo mostró a Tared, quien no comprendió el estupor y la emoción del rubio antes de llevar su atención a las damas que lo miraban del mismo modo.

—Disculpe, señora Irina —dijo Tracker con voz suave y amable, sintiendo renacer la esperanza de resolver el caso antes de que llegara el idiota de Boblín a querer inmiscuirse en su investigación—. ¿Podría decirme cómo consiguió este anillo?

—Tracker... —advirtió Tared entre dientes.

—Calma, Ludis. No es nada malo sentir un poco de curiosidad —reprendió Irina censurando a Tared con la mirada antes de sonreírle cortésmente al detective—. Es una reliquia familiar, se ha llevado por generaciones en las mujeres de mi familia y cuando Liena alcance la madurez se le será dada.

El detective asintió complacido con la respuesta y se hizo una nota mental de la declaración dada por la mujer. Todo se estaba poniendo cada vez mejor.

—Y... Si no estoy inmiscuyéndome demasiado en sus asuntos familiares... ¿Es posible que también los hombres de su familia lleven una sortija similar?

Tared lo observaba un tanto molesto por el disimulado interrogatorio que estaba llevando acabo hacia su mujer y Daina le lanzaba miradas curiosas queriendo saber qué se traía entre manos su marido. Esperaba que no hubiera vuelto loco.

—Oh sí, en mi familia la joya que nos representa es el rubí, así que todos poseemos una sortija, un brazalete, un collar o algunos aretes con rubí —respondió con una sonrisa, a Tracker le caía bien Irina. Era simpática, divertida y amable. Quizás no poseía una figura tan agraciada a sus cuarenta años, pero su personalidad la hacía lucir tan hermosa como una joven casadera. Era una mujer de corazón noble y una gran amiga—. Mis hermanos tienen una sortija y un broche para el pañuelo. Con mi hermana poseemos aretes, gargantillas, brazaletes y el anillo... Porque ya sabe que las mujeres sabemos relucir las joyas mejor que los hombres.

Tracker con una sonrisa le colocó suavemente el anillo de nuevo en su dedo.

—Sin duda alguna, señora Irina —confirmó con ojos brillantes ante su descubrimiento.

Tared no entendía su actitud, pero estaba un tanto molesto con todo el interrogatorio hacia su esposa. Por otra parte, Irina continuó hablando con total desparpajo como si no hubiera sido la gran cosa. Sin embargo, Daina había comprendido la intención de su marido desde la primera pregunta y el brillo en sus ojos le confirmaba que había dado con lo que buscaba, o al menos había encontrado algo lo suficientemente relevante como para motivarlo a seguir su investigación sin abandonarse a la depresión.

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