4. Suelo maldito de alarde
"Tenemos que elegir entre lo que es correcto y lo que es fácil."
—J.K. Rowling.
Blanco. Eso era en todo lo que podía pensar Gustavs Tracker mientras leía las pocas pistas que tenía anotadas en su libreta y Daina acariciaba su cabello con suavidad, en una muestra de su adoración. La cabeza de Gustavs estaba en el regazo de ella buscando un poco de tranquilidad, no había podido parar de pensar desde que recibió ese cuaderno y escuchó la declaración de Marek.
Blanco.
¿Qué demonios significaba esa palabra? Le había dado un concepto con muchos contextos diferentes, lo cuales sonaban disparatados e inconexos, pero estaba seguro de que el secreto estaba en su cuaderno. No había dormido la noche anterior y se sentía bastante cansado, pero no iba a permitir que un asesino se le escapara de las manos. Debía encontrar la conexión de esa palabra con el asesino, debía hallar el rastro que le habían marcado.
Daina observaba el rostro de su esposo con adoración, Tared lo había mandado a casa temprano porque había notado que al detective se le cerraban los ojos mientras leía su libreta. A la mujer siempre le había fascinado la gran capacidad para investigar que poseía su esposo, su brillantez la había atraído muchísimo desde que lo había visto por primera vez. Gustavs tenía un aire misterioso e intrigante rodeándolo siempre, y si bien muchos lo señalaban como raro por tal característica, ella amaba que él supiera esconderle sorpresas luego de casi nueve años.
—¿Qué pistas tienes? —Preguntó observando el contenido de su libreta con interés.
—No muchas —admitió con desgana. Suspiró antes de refregar sus ojos—. No puedo contarte sobre los casos, lo sabes.
La joven rodó los ojos con molestia. Siempre le decía eso, creía que los culpables iban a buscar represalias con ella; y también estaba el asunto de que era algo confidencial que no podía estar esparciéndose por ahí, pero era su esposa, algo podía contarle al menos, un pequeño detalle bastaba.
—Tu perspectiva no va a ayudarte a comprender la de un niño —aseguró con un tono de voz un poco soberbio, obteniendo una mirada molesta de su marido; pero lejos de enojarse con él, sonrió despeinándolo divertida—. Si quieres saber lo que piensa un niño, debes pensar como uno —dijo con obviedad.
Tracker resopló enojado. Lo sabía, eso era lo que debía hacer, pero ¿qué consideraba un niño como algo blanco? ¿Qué persona se identifica como alguien blanco? ¿Era algo que vestía? ¿Algo de su cuerpo como su cabello o sus ojos?
—¡Muy bien! —Exclamó intentando ser positivo. Se sentó al lado de la mujer y viendo sus ojos fijamente se decidió por pedirle ayuda—. Si fueras una niña —Daina asintió, dudaba de que ella pudiera sacarlo, pero necesitaba un cambio de perspectiva y quizás ella no lo llevara a la idea correcta, mas podría guiarlo hacia otro lado que no pensó antes—, ¿a qué te recordaría la palabra blanco?
La mujer frunció el ceño sin comprender, se esperaba otro tipo de pregunta, algo más hipotético y complejo. Pero no era nuevo el hecho de que las cuestiones de su marido la desconcertaran de esa manera. Él tenía ese tipo de racionalidad difícil de seguir que nadie comprendía, ni siquiera ella misma. Sí, eran un poco diferentes, pero eso lograba que se complementaran tan bien que nunca habían tenido un problema que los llevara a estar enojados por más de diez minutos, eran un buen equipo.
Pensó unos momentos su respuesta mientras Gustavs la observaba impaciente. Le interesaba su respuesta, quizás acababa dándole una idea más cerca de la acertada.
—Se me ocurren muchas cosas —murmuró indecisa.
—Dímelas —pidió ansioso.
Hizo una mueca con sus labios antes de exponer sus pensamientos. No estaba segura de ninguno de ellos, pero su marido estaba realmente desesperado como para pedirle que le dijera todas sus ideas.
—El blanco me recuerda a los hospitales —musitó haciendo fruncir el ceño al rubio y ella sintió que de alguna forma lo había decepcionado—. También a las canas, ropa blanca, guantes... Pero me hace pensar en los hospitales por la habitación en la que estuve cuando nació Jonas.
Tracker guardó silencio inquietándola y volvió a observar los dibujos del pequeño con determinación. Él también había pensado en las canas y en la ropa, pero no se le había ocurrido que el asesino pudiera ser alguien del hospital, lo que reducía mucho más el grupo de sospechosos. Y la primera persona que asoció con el blanco del hospital fue al doctor Labums.
Observó el reloj arriba de la chimenea. Las ocho con veinte minutos. Aún era temprano, la cena no estaría lista hasta dentro de una hora. Podía buscar a Tared y sacarse la duda de que fuera el doctor, no era una hipótesis muy respaldada, pero era una opción.
Se incorporó con rapidez de la cama y tomó su abrigo; recogió su libreta y estuvo a punto de marcharse a toda prisa, pero recordó que lo seguían con la mirada. Sonrió y se acercó a besar los labios de su mujer con dulzura. Ella era brillante a veces.
—¡Iré con Tared! —Exclamó antes de salir corriendo y cerrar la puerta.
Daina suspiró resignada, su marido era indescifrable. Tomó un libro de la biblioteca y se puso a leer junto al fuego, tenía tiempo hasta la cena. Disfrutaría una novela romántica hasta que su esposo regresara.
Tracker corrió por las calles cubiertas de nieve a riesgo de caerse y romperse la columna. Un gran entusiasmo se reflejaba en su rostro y eso irritó a Tared cuando le abrió la puerta con expresión exasperada. Gustavs solo se adentró al recibidor y observó que el gordinflón se encontraba en camisón con una bata cubriéndolo y el cabello despeinado. No estaba seguro si había interrumpido un encuentro marital o una siesta. Pero al juzgar por las líneas en su rostro, dedujo que se trataba de la segunda opción. No pudo evitar pensar en cuán holgazán era ese hombre a veces.
—Te envié a casa para que durmieras y no molestaras —protestó el cuarentón.
—Creo que ya sé quién es el homicida —espetó el rubio con emoción. Tared frunció su ceño y le prestó toda su atención. Cuando Tracker estaba muy seguro de algo, era porque así era—. El pequeño Acis no puede decirnos su nombre ni quién es, pero nos ha dejado pistas por doquier —comentó caminando de un lado al otro y mareando al somnoliento policía—. Tenía un cuchillo, es de la élite y él lo reconoce ante la palabra blanco. —Se detuvo abruptamente frente a él y Ludis se sobresaltó por su volatilidad, más cuando lo tomó de los hombros con gran emoción—. Dime, ¿qué asocias con la palabra blanco?
Tared, un tanto atolondrado, lo pensó un poco antes de responder al entusiasmado detective.
—¿Canas?
—¡No! ¡Un hospital! —Exclamó emocionado con una sonrisa gigante y lo soltó antes de volver a caminar como un loco—. Y en los hospitales hay médicos, así que el asesino es un médico y nuestro médico es...
—El doctor Labums —respondió Ludis comenzando a entender su teoría. Tracker asintió al sentirse comprendido por fin y Tared suspiró refregando su rostro con cansancio. A ese hombre siempre lo llevaba su entusiasmo y olvidaba los esquemas y el reglamento—. No tienes pruebas —recordó bostezando.
El detective le brindó una mirada desafiante que hizo a su compañero rodar los ojos, ya sabía que a continuación le diría con soberbia cada una de las pruebas que había conseguido mientras él dormía una siesta.
—Ahí es donde te equivocas, mi querido Tared —comentó con una sonrisa torcida y ojos entrecerrados—. Tengo dos pruebas y próximamente una tercera —aseguró metiendo la mano en su bolsillo y sacando el pañuelo en el que llevaba el anillo de rubí que había encontrado en la escena del crimen—. Mi primera prueba me remite a un círculo elitista de este pueblo —dijo mostrándole la joya al hombre que se veía un tanto sorprendido. Tracker no se la había enseñado antes—. La segunda prueba se halla en la clave de este caso: Marek Acis. El niño nos cedió sus dibujos, los cuales son como una declaración jurada, donde nos comunica que él ha sido testigo ocular y auditivo del homicidio; ha visto al asesino y lo ha visto matando. Los dibujos nos muestran una implícita amenaza del homicida al niño, igual que la nota amenazante recibida a la familia Acis. —El gordinflón no pudo dejar de ver la joya y pensar que la había visto antes, pero no podía recordar dónde; así que escuchó, con un poco de sorpresa, las pruebas que había conseguido el detective—. El niño identificó al asesino como una persona a la que se la puede asociar con la palabra blanco.
—Hay muchas personas a las que se las puede asociar con la palabra blanco —puntualizó no dejándose convencer por su teoría—. El mismo padre Slepkava, por ejemplo.
—¿En serio crees que alguien que dedicó su vida al señor pudiera hacer semejante atrocidad? —Inquirió el rubio con incredulidad.
—Uno nunca sabe —se escudó Tared.
—No podría considerar al padre Slepkava porque no encaja con el perfil del asesino —explicó poniendo los ojos en blanco antes de continuar con sus bases teóricas—. La palabra blanco la asocié con el doctor Labums; además, si el joven Acis lo confirma, entonces ya no hay nada más que discutir.
Tared lo miró con cierta molestia. Podía ser que el detective tuviera razón y eso significaba que debería soportarlo con sus aires de grandeza muy pronto hasta que otro caso lo distrajera.
—Entonces quieres que vayamos a la casa de los Acis para verificar tu hipótesis —dijo haciendo hincapié en la palabra "hipótesis", porque hasta que no fuera comprobada, eso era: solo una hipótesis.
—Exactamente —dijo tendiéndole la mano para que le devolviera el anillo.
El castaño bufó entregando la joya antes de subir las escaleras para cambiarse de ropa. Tracker se abotonó el abrigo que olvidó cerrar por la prisa de confirmar su versión.
Unos cuantos minutos después Tared se encontraba refunfuñando sobre su caballo acerca del frío que estaba haciendo mientras Tracker rodaba los ojos y apresuraba al caballo que el policía le había prestado. La familia Acis vivía un poco alejada del centro del pueblo, cerca del bosque, y era mejor ir a caballo para llegar más rápido y no congelarse con la furia del invierno.
El trote de los corceles era vibrante, como si gigantes estuvieran saltando la cuerda e hicieran a la tierra nevada palpitar. Los caballos eran blancos y sus crines se movían con total libertad en el gélido aire. Comenzaron a caer pequeños copos de nieve y los policías decidieron con una mirada apresurar el paso antes de que la temperatura descendiera unos cuantos grados más.
Cuando identificaron la humilde casa de los Acis, ralentizaron el trote de los animales y bajaron de estos para llamar a la casa con premura. Al abrirse la puerta, una asustada y llorosa Esteris, quien al verlos, estalló en un llanto desgarrador. Tracker frunció el ceño y miró a Tared sin comprender la reacción de la mujer, este le devolvió la mirada también confundido.
—Señora Acis... —llamó con voz condescendiente el detective y ella lo observó llorando un poco más fuerte antes de lanzarse a golpearlo en el rostro y el torso—. Señora... —murmuró incómodo mientras sostenía sus brazos para que no continuara golpeándolo.
—¿Qué ha pasado, Esteris? —Inquirió el castaño interviniendo.
—¡No está! —Exclamó la mujer antes de volver a llorar. Tracker negó hacia Tared aún sin comprender la actitud de la mujer que ahora lloraba con desconsuelo en sus brazos—. ¡Él no está! —Sollozó desesperada y ambos policías no sabían qué hacer para que acabara de explicar su problema y se calmara.
—¿Quién no está? —Tracker le ofreció su pañuelo y ella lo tomó limpiando sus lágrimas con angustia.
—Se lo ha llevado —dijo Emils apareciendo en el marco de la puerta y con total acongoja. Su voz sonaba rota y amarga. La noche había caído y todo se había sumido en una intensa oscuridad, pero aun así pudo vislumbrar un brillo de lágrimas en los ojos de aquel hombre—. Marek está desaparecido desde hace unas horas.
La noticia logró que los engranajes en la cabeza de Tracker comenzaran a funcionar con más rapidez; Tared hizo las preguntas correspondientes a la situación. El niño había desaparecido a las cuatro de la tarde y no habían sabido nada de él desde entonces.
Tared se encargó de avisar a todos los policías para iniciar la búsqueda del niño antes de que el frío acabara con él y Tracker se quedó con los Acis por si el niño aparecía mientras revisaba la casa en busca de algún indicio de a dónde pudo haber huido.
Una hora después, cuando todo el pueblo se hallaba buscando al niño, se escuchó ronco en el cielo. Un graznido fuerte seguido de otros calló los llamados al pequeño Marek. Todos los ojos se dirigieron al cielo con terror y un manto oscuro de plumas descendió a la pálida nieve cubriéndola de negro y rojo.
Tracker sintió que eso se trataba de una pesadilla. Tomando una antorcha y subiendo al caballo que su compañero le había prestado siguió el camino indicado por las aves al igual que los otros pueblerinos y los padres del niño. Cuando llegó a donde se concentraba la multitud, se hizo camino entre las personas con desespero por confirmar que su pensamiento era errado.
Cerró los ojos suspirando mientras bajaba del caballo igual que los demás policías y esperaba el diagnóstico de Tared, quien estaba inclinado sobre el niño y le había tomado los signos vitales. El castaño lo miró con pena y con dificultad confirmó aquello que lo había apesadumbrado desde el momento en que supo de su desaparición.
—Está muerto.
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