2. En el abrazo de una madre
"Cuando la gente está de acuerdo conmigo siempre siento que debo estar equivocado."
-Oscar Wilde.
El aire gélido acariciaba los rostros de los asinisianos, tiñendo sus mejillas y narices de un color rojizo. El viento travieso arañaba las ventanas con esmero mientras los golpes de las ventanas eran la composición melancólica perfecta que tocaba la orquesta invernal.
Habían pasado un par de días y el pueblo se veía cada vez más tétrico y reservado. Los pueblerinos esquivaban la mirada de los demás y sus ojos mostraban cierta paranoia mientras observaban furtivamente los cielos, con el temor de encontrar aves negras a punto de realizar otro anuncio mortal. Las calles estaban casi vacías y parecía que el lugar estaba abandonado, se había declarado una especie cuarentena inintencionada.
Tracker observaba el informe de la autopsia de Marion mientras tomaba un vaso de jerez y escuchaba a Daina, su bella esposa, cantar una suave canción en susurros a su hijo en brazos. El muchacho tenía siete años, pero aún disfrutaba del amor de su madre como un recién nacido; y a ella le gustaba consentirlo tanto que Tracker no podía reprocharle nada.
Gustavs Tracker reconoció aquella canción susurrada y observó a su mujer con una pequeña sonrisa. Esa había sido la primera canción que bailaron juntos el día que se conocieron, cuando él quedó deslumbrado por ella. Cuando Daina era una joven casadera y él un simple policía que no era tolerado por muchos de sus compañeros. Solo bastó una sonrisa para que cayera el uno por el otro. Daina siempre recordaba esa noche como la más mágica de todas. No se había separado desde entonces y se sentía un hombre afortunado. Tenía un matrimonio feliz y una familia que se agrandaba con el paso de los años. Vio el vientre hinchado de Daina pensando en que allí había otro motivo para atrapar al asesino de Marion.
—Digas lo que digas, estoy segura de que es una niña —dijo petulante llamando su atención. Gustavs rio obsequiándole una mirada incrédula. Había acertado con el sexo de Jonas y eso sentía que le daba cierta ventaja sobre este bebé.
—Quizás la próxima vez lo sea.
Daina rodó los ojos mientras se mecía en la silla con su niño en brazos. Esa era una imagen que acudiría a la mente de Tracker en su último aliento de vida.
—Si es un niño, te golpearé —advirtió la mujer.
El detective rio antes de acercarse a ella y de depositar un beso en sus labios. Sus femeninos y llenos labios que siempre lo habían tentado. Su cabello castaño cubría su espalda y sus ojos ambarinos lo cautivaban como si se tratara de la primera mirada que le dedicaba, con Daina todo se sentía como si fuera la primera vez. Su nariz griega componía la perfecta simetría con sus ojos en forma de avellana y sus cejas rectas sutilmente pobladas.
Gustavs tomó al niño en sus brazos para llevarlo a la cama y arroparlo. Besó su cabello castaño con cariño y no se sorprendió de ver a Daina observando en la puerta. Ciertamente, muy pocas veces lograba sorprenderse y su mujer hacía tiempo que había dejado de ser un misterio para él.
Bajaron las escaleras con calma y se sentaron en el sofá frente al fuego. Ella abrazada a él y acariciando cariñosamente su pecho con sus dedos; sus delgados y largos dedos, tenía algunos callos y de vez en cuando sus manos resultaban ásperas, pero en ese momento estaban suaves luego de aplicarse algo de crema. Daina solía presumir diciendo que tenía manos de pianista, pero no poseía ningún talento musical.
Tracker sin poder relajarse tomó el anillo que había hallado en la escena del crimen y lo observó con detenimiento; había algo que le resultaba terriblemente familiar en aquella joya. Estaba seguro de que no había sido reportado como extraviado o robado, Tared se habría desligado del caso con tal de satisfacer a algún burgués y recibir una recompensa junto a un agradecimiento que presumiría entre todos sus compañeros.
El detective suspiró pensando que al menos esa joya había reducido un poco la larga lista de sospechosos, pero la inquietante duda de por qué no halló al sospechoso antes lo asaltó mientras sentía que su joven esposa se dormía en sus brazos; y su intuición le dijo que existía posibilidad de que el asesino volviera a la escena del crimen una vez más.
Rápidamente descartó a Tared, era muy inútil y hubiera dejado mil evidencias que ayudarían a cazarlo enseguida. Y pensar en Tared le recordó que necesitaba más evidencia de la que un simple anillo podía otorgarle, pero no había nada. Las evidencias eran limitadas, por no decir nulas, y no había ni un solo testigo que pudiera ayudar. Nadie había visto al asesino y todos habían estado en la escena del crimen cambiando cualquier pista que pudiera acercarlo al culpable, por no mencionar el complicado clima que los acompañaba y había cubierto las huellas.
Era un caso perdido, Tared se lo había repetido varias veces esa mañana, pero eso no hacía más que motivarlo a continuar. Era un caso imposible y un desafío muy tentador a resolver. No conseguía resultados, pero no quería rendirse y ver el regodeo de Tared al admitir lo que él llevaba diciéndole hace días. Era demasiado orgulloso para admitir errores.
Sus párpados comenzaban a caer lentamente por el sueño, era cerca de medianoche y ya no era el mismo jovenzuelo que se desvelaba sin problemas. Sus treinta y cuatro años estaban siendo pesados; y sus noches de insomnio no hacían más que aumentar. Sabía que debía ir a dormir a la cama y llevar a Daina, pero prefirió mentirse a sí mismo y descansar los ojos unos segundos más antes de subir. Solo necesitaba unos segundos para sentir esa paz del hogar que hacía pocos años lo había vuelto a acompañar.
Se estaba rindiendo ante el cansancio y la fatiga cuando unos golpes lo sobresaltaron a él y a su mujer. Un poco confundido miró a Daina antes de identificar el sonido de un anillo de bronce chocando contra la superficie de madera de la puerta. Se incorporó con cuidado y resoplando antes de dirigirse a la puerta. Al abrir, el gélido viento chocó en sus mejillas acompañado de algunos copos de nieve; y el fornido hombre ingresó tiritando, sin ser invitado, y se ubicó frente al cálido fuego de la chimenea, se estaba congelando.
—Claro, tú ven cerca de medianoche y pasa como si fuera tu casa —ironizó Tracker mirándolo con ojos entrecerrados, aunque tampoco podía culparlo mucho. Sabía que el gordinflón era muy friolento y en esta época del año solía enfermarse mucho. Solo por eso, le permitió refugiarse dentro y frente a las brasas, no era tan cruel como parecía. De otro modo, hubieran hablado fuera de la casa.
—Me estaba helando —se quejó Tared mientras temblaba de frío y Daina lo cubrió con una manta amablemente. Le sonrió con cortesía y él con un poco de pena—. Lamento la molestia, Daina.
Quizás Ludis Tared no soportaba a Tracker, pero Daina era una persona diferente y él se llevaba muy bien con ella, razón por la cual siempre se cruzaba al engreído detective en su camino y debían mantener ciertas apariencias para que la mujer no los regañara.
—No hay problema —aseguró con dulzura la joven. Se acercó a Gustavs y besó su mejilla en una delicada caricia—. Iré a dormir, no te desveles hasta tan tarde.
—Las grandes mentes...
—Trabajan mejor de noche, lo sé —interrumpió frustrada. Se sabía esa frase de memoria después de tantos años juntos. Daina suspiró antes de caminar en dirección a las escaleras—. Solo recuerda dormir.
Tracker vio desaparecer a aquella fascinante mujer en lo alto de las escaleras y se concentró en su inoportuno invitado; mientras antes lo despachara más pronto podría ir a dormir con su mujer. Recordó que dejó el anillo, el cual encontró en la escena del crimen, en la mesilla y lo guardó en su bolsillo ocultándolo de los ojos del policía.
—¿Y a qué debo tan inesperada visita? —Inquirió sirviendo un vaso con whisky y convidándole un poco. No lo soportaba y quería que se fuera, pero su madre le había enseñado modales y siempre los respetaría por más que la visita no le agradara. Ludis aceptó la bebida y le dio un corto sorbo.
—Es el caso de Marion.
—¿Se trata de nuevos rumores? Porque si es así, no me interesan.
El mayor negó con la cabeza. Tracker sabía que se trataba de algo serio, de otro modo el policía no se habría presentado a mitad de la noche en su casa. Era un incordio, pero siempre respetaba su hogar por el aprecio que le tenía a Daina, y eso era algo que Tracker apreciaba.
—¿Qué es, Tared? Suéltalo ya.
—Hay un testigo —dijo con voz baja y disimulada—. En la mañana sus padres lo llevarán para que lo interrogaremos.
—¿Es un niño?
Ludis asintió, el detective se esperaba esa respuesta; contando que los niños estuvieron en la escena del crimen sin saberlo y luego tuvieron que irse porque jamás escucharon a Marion ir por ellos, había llegado a la conclusión de que si existiera un testigo, debía ser un niño. Meditó unos segundos la nueva información fijando sus ojos aceitunados en las caricias del fuego a los leños.
—¿Quién más sabe de esto?
—Sus padres se presentaron en mi casa para notificarlo.
Asintió conforme con la noticia antes de regresar sus penetrantes ojos hacia su compañero de investigación.
—Es importante que esto no salga de nosotros —advirtió con tono serio.
Ludis era torpe, pero sabía muy bien que debía ir con cuidado para no delatar al testigo frente al posible asesino; y afortunadamente, pese a que le gustaban los chismes, jamás había revelado información confidencial sobre algún caso. Esa noche Tracker sintió curiosidad por las sospechas de su compañero, sabía que había algo que no le estaba contando, solía tener reservas con él. De todas formas, no le tomó mucha importancia porque a Tared siempre se le escapaban sus descubrimientos solo para molestarlo. Y tarde o temprano, Tracker dejaba ver sus acertadas ideas, las cuales contradecían las de Tared.
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