19. Esconde su vergüenza
Boblín detallaba embelesado el rostro de la mujer mientras dormía. Se había maravillado ante la suavidad de su piel y la femineidad de su cuerpo. Laima había demostrado horas atrás ser una mujer dulce y apasionada. Esa mañana yacía dormida a su lado, completamente desnuda bajo las sábanas. Tomó un mechón de su cabello castaño para jugar con él mientras detallaba las simétricas facciones de la mujer.
Si bien saber que Laima podía resultar afectada por el asesino de los cuervos lo inquietaba, el tenerla junto a él, en un pueblo que lo odiaba, lo hacía sentirse reconfortado. Se prometió llevarla a cada viaje de trabajo que hiciera, no volvería a abandonarla en Robania.
Laima se removió tan solo unos milímetros antes de suspirar y seguir durmiendo plácidamente. El pelirrojo pudo distinguir un brillo en su mano que llamó su atención y observó con más meticulosidad el anillo que adornaba la mano de su prometida. Se sorprendió de encontrar dos anillos dorados en su dedo anular. Uno era de su talla exacta, pero el otro le quedaba grande y solo permanecía en su dedo porque el anillo más pequeño lo mantenía en su lugar. Le tomó un par de segundos llegar a la conclusión de que Laima estaba usando sus anillos de boda.
Viktor sonrió antes de quitarle el anillo más pequeño lentamente y luego retirar el que le pertenecía. Devolvió el anillo de Laima a su dedo y observó el suyo con una sonrisa antes de colocarlo en su dedo anular con un sentimiento de lo más cercano a la felicidad.
—Robaste nuestros anillos antes de venir —susurró tomando su mano y admirando el brillo metálico que los unía de forma simbólica.
—Nos casaste mientras dormía —murmuró la mujer con voz perezosa esbozando una sonrisa—. Eso no se hace, Viktor —reprendió con tono alegre.
El detective sonrió besando su mejilla y ella lo envolvió en sus brazos, gustosa por la cercanía.
—No pretendía despertarte —se escudó con voz suave.
—Me gusta madrugar —expuso ella abriendo los ojos—. ¿No podías dormir?
—Pensaba un poco.
—¿En qué?
—En nosotros —respondió con sinceridad entrelazando sus dedos, disfrutando de cada pequeño contacto—. En que quizás debería llevarte conmigo en los viajes laborales.
—¿De verdad? —Inquirió ilusionada.
—Sí, eres muy perspicaz y astuta. Podrías trabajar conmigo —comentó pasando un brazo por sus hombros y acariciando su brazo. Suspiró con pesar, con la carga de la culpa entre sus pensamientos, agriando sus emociones—. Laima, no creo ser la clase de esposo convencional. No sé lo que es tener una familia y no estoy acostumbrado a velar por alguien más que no sea yo mismo. Nadie me toma en serio, mi trabajo es una burla para los demás, y no tengo amistades. Nunca tuve un padre y no sé cómo podría llegar a serlo en algún momento de mi vida. No tengo una fortuna enorme y tengo un extraño color de cabello que podrían heredar mis hijos.
La joven se incorporó y frunció el ceño ante su sinceridad.
»Vengo con muchos problemas de la infancia que han arraigado inseguridades en mi corazón —murmuró con resentimiento y tristeza—. No sé cómo amar, Laima —confesó soltando su mano—. Jamás he amado a nadie y dudo ser capaz de hacerlo. Es por eso que, si tú quieres romper el compromiso, tienes mi palabra de caballero de que nuestra noche será un secreto —juró con solemnidad mirándola a los ojos. Si debía dejarla ir para que fuera amada como tanto lo merecía, entonces lo haría, aun si eso significaba condenarse a sí mismo a la soledad y la carga de un corazón roto.
Laima sostuvo el rostro del pelirrojo en sus manos de forma cariñosa con una pequeña sonrisa.
—La idea convencional de una familia no es mi sueño, soy una mujer de aventuras —aseguró tocando su cabello con ternura—. No me importa tu reputación, no me importa tu fortuna y mucho menos tu color de cabello —dijo con determinación sentándose sobre él y fijando sus ojos dorados con aquel pez azul navegando hacia los verdosos que lucían desesperanzados—. Te enseñaré a amar.
—Mereces más de lo que podría llegar a darte —alegó con pesimismo.
—Tú me darías el mundo —aseguró con una sonrisa presumida, como si conociera algo que él no.
—¿Cómo puedes estar tan segura?
—Puedo verlo en tus ojos —susurró antes de besarlo con ternura y anhelo.
Viktor correspondió abrazando su cintura y acariciando su tersa y suave piel con premura. Ella no quería dejarlo, no quería rechazarlo y no quería que se rindiera. Unos golpes en la puerta los interrumpió, pero ninguno se alejó del otro, sino que se sumieron en un abrazo profundo buscando proteger al otro.
—Boblín, te necesito abajo ya mismo.
La voz de Tracker se oía preocupada y eso capturó la atención y la curiosidad del pelirrojo.
—En un momento —afirmó. Laima protestó e intentó besarlo de nuevo, pero él negó con su cabeza sin poder ocultar su sonrisa—. Soy un profesional y suelo anteponer el trabajo sobre cualquier otra cosa, reconsidera tu decisión.
—No tengo nada que pensar —aseguró con una sonrisa antes de besarlo y dejarlo irse.
Boblín suspiró complacido con su respuesta antes de levantarse de la cama y vestirse bajo la descarada mirada de su prometida. Ciertamente, no parecía inhibirse por nada y eso le encantaba. Lamentaba un poco el tener que dejarla tan pronto había despertado, pero el deber lo llamaba y en cuanto más rápido resolviera el caso, más rápido se encontraría en Robania dedicando todo el tiempo que quisiera a su mujer, porque sí, Laima sería su mujer.
—No salgas sola, por favor —pidió besando sus labios antes de despedirse y bajar las escaleras intentando ocultar su sonrisa mientras jugaba con su anillo de casado, el cual no se había quitado del dedo anular.
Tan pronto llegó a la sala, su buen humor se desvaneció. Tared lloraba desconsoladamente en uno de los sillones y Tracker estaba sentado junto a él hablando con palabras reconfortantes. No había nadie más en la habitación que ellos dos. La angustia inundaba el lugar con burlescas danzas que recibían lágrimas de pesadumbre e impotencia. El viento silbaba con tristeza acompañando las penas del oficial asinisiano y el sonido de parvadas de cuervos ambientaba la lúgubre escena con tintes negros siniestros.
Con pasos vacilantes, se adentró con un mal presentimiento atenazándole el corazón. Sintió un ligero temblor en sus manos al escuchar a Tared sollozar con tanto desespero, fue una sensación casi igual a cuando Tracker creyó que Jonas había muerto.
—¿Qué ha pasado? —Inquirió ansiando una respuesta temprana a la interrogante.
El apesadumbrado asinisiano limpió sus lágrimas y contuvo un sollozo antes de responder:
—Se llevaron a mi hija.
Boblin se quedó sin palabras, no tenía forma de consolarlo cuando todos en esa sala estaban seguros de cómo aparecería la niña si es que el responsable había sido el asesino de los cuervos. Reconfortar a los demás no era su fuerte.
—Aún podemos dar con ella —dijo con determinación—. Vamos, busque a sus oficiales y recorreremos cada rincón de este pueblo hasta encontrarla. No la dañará, solo intenta asustarlo porque sabe que usted es la figura de autoridad de Asinis y sabe que si usted y Tracker caen, nada lo detendrá.
Tared lo observó cabizbajo y con las esperanzas partidas, le costaba trabajo creer que su niña podría seguir con vida. Desde hacía horas que esperaba el anuncio de los cuervos con amarga y mansa resignación.
—Boblín tiene razón —secundó Tracker ayudando al oficial a ponerse en pie—. No perdamos más tiempo, hay que buscarla ya.
Los tres hombres asintieron antes de salir, pero Boblín regresó porque olvidó colocarse el abrigo. Su mirada se desvió unos segundos hacia la mesa con los dibujos del niño Acis y creyó oportuno llevarlos, en caso de serle útiles, una corazonada le hizo creer que así sería. Una vez fuera, decidieron buscar por separado.
***
El padre Slepkava caminó cauteloso hacia los llantos provenientes de la habitación de arriba. Las dudas y la inseguridad lo acompañaban, recordaba perfectamente las amenazas que había recibido y las que había realizado, era por eso que su plan de huida se había adelantado ante los nuevos acontecimientos. Los peldaños de madera crujían bajo sus pies en chillidos delatores y el desvencijado molino imponía la expectativa del homicidio como la mejor novela de suspenso jamás escrita.
Con movimientos sigilosos e imperceptibles se adentró en la habitación donde la niña lloraba con desconsuelo. El impacto de conocer su identidad lo distrajo un par de segundos. Era la hija de Ludis Tared. Lloraba con la mordaza en la boca y con los ojos vendados, igual que los anteriores niños. Pero en esa ocasión, algo había cambiado porque él sabía que la próxima niña era la hija de Madara, no la de Tared.
Escuchó los graznidos de los cuervos posados en el deshecho tejado del molino. Lucían alterados e inquietos como de costumbre. El padre Slepkava estaba acostumbrado a ellos, no le causaban ningún temor. Sin embargo, sus sentidos captaron otra presencia en la habitación que logró causarle escalofríos. Se mantuvo quieto en su lugar mientras sentía al individuo gozar de su inquietud con una siniestra sonrisa.
El mueble frente a él le mostró su reflejo junto al brillante cuchillo que había estado utilizando como arma homicida desde que había iniciado su propósito en el pueblo. Pasó saliva con nerviosismo haciéndose una idea de lo que pasaría a continuación.
—¿Por qué ella?
—Tú sabes por qué —respondió el asesino de los cuervos esbozando una sonrisa de lado.
Slepkava respiró hondo antes de voltear a verlo, usaba aquel pañuelo rojo que había adornado su cuello en cada tortura, al que le faltaba un pequeño trozo. Envuelto en su mano llevaba un rosario con cuentas de madera, se lo arrojó con dominante actitud hacia el padre.
—Reza tu última plegaria.
—No tienes por qué hacer esto, te he dicho que me iré y no diré absolutamente nada de ti —suplicó, pero no esperó ser escuchado.
—Eso dijiste antes y, sin embargo, hablaste con el profesor y casi pones en riesgo mis planes —murmuró sintiendo la rabia crecer en él al recordar esa traición de su parte—. Ponte de rodillas y reza —ordenó sintiéndose poderoso sobre el hombre.
Slepkava suspiró con resignación y se arrodilló en el suelo con sumisa obediencia antes de sujetarse al rosario y comenzar a recitar su plegaria con los ojos cerrados.
El asesino de los cuervos caminó alrededor de su víctima escuchándolo suplicar por su vida con gran deleite. Saboreó ese momento tanto como pudo y cuando el padre acabó el rezo, cortó su garganta.
***
Boblín se sentía desorientado en el pueblo y tras recorrer un par de calles en soledad, decidió que lo mejor sería investigar donde su intuición le reclamaba a gritos que debía ir: el molino abandonado. Así que eso hizo, espoleó al caballo con determinación y se dirigió hacia la propiedad olvidada.
Los árboles del bosque se retorcían caprichosos para encontrarse entre sí mismos y dificultar el paso a toda alma curiosa que quisiera adentrarse allí. El aire aún se percibía frío y desolado. La nieve se había evaporado y los capullos comenzaban a dejarse ver, parecía que la naturaleza también quería dejar en el pasado aquella temporada sangrienta, pero aún estaba un poco detenida, como si esperara el fin de la investigación.
El molino se alzaba inofensivo ante él, pero misterioso y audaz. Sus ruidosas maderas alteraban sus sentidos con facilidad, pero cuando puso un pie dentro de la edificación, descubrió la muerte se encontraba impregnada en el ambiente y su instinto lo puso en alerta. Siguió un rastro de gotas de sangre hacia el segundo piso y sacó su pistola con determinación. No sentía miedo, solo estaba ansioso de que la expectativa acabara de una vez por todas.
Al llegar arriba, la habitación estaba vacía y no había nadie sospechoso, tan solo un par de cuervos en las vigas del techo, vigilando, acechando, controlando. Se sorprendió de encontrarse con el cuerpo del padre Slepkava en el suelo, cubierto de sangre. Se aproximó con rapidez para tomarle los signos vitales, pero se dio cuenta de que ya estaba muerto. Sus ojos percibieron un brillo plateado a unos metros de él y descubrió un collar con un rubí.
Era de Liena. Boblín recordó que Tared se lo había dicho antes de que se separaran para buscarla. Eso solo quería decir que debía estar cerca, tenía que encontrarla.
Un portazo lo sobresaltó, luego escuchó un par de pasos por el edificio y sintió los vellos de su nuca erizarse con absoluto pavor.
El asesino de los cuervos seguía ahí.
Nota de autor vieja:
Este es el momento en el que se vuelen locos
Esperaré sentadita sus nuevas teorías y sus nuevos sospechosos.
El asesino será revelado en el próximo capítulo.
No encontré mi separador, mi computadora se apagó y borró mi nota de autor, me dio pereza buscar una frase para hoy, además de que tengo sueño, así que hoy este capítulo es un poco desprolijo.
Estuve toda la semana pensando en la escena entre Viktor y Laima, quería tanto escribirla y me molestaba no poder hacerlo.
Bueno, aviso que tendrán que esperarme un poquitín para el final porque estaré estudiando para los parciales.
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¡Escuchen Lover de Taylor Swift! Una belleza, escribiré una novela sobre ese álbum en algún momento. (Ya lo estoy haciendo, se llama Paper rings)
♥Nos leemos pronto, cuervitos♥
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