XXII | Los perdí a todos
STECE DEJÓ QUE BUCKY PILOTEARA. De ninguna manera se iba a permitir ser separado de Lyann, no cuando estaba tan débil. Era consciente de que la pelea aún seguía y que Tony trataba de detenerlo mientras volaban, pero luego de que Bucky hiciera algunas maniobras evasivas, la turbulencia se detuvo y pronto estuvieron fuera del alcance de Tony.
Lyann estaba inmóvil en sus brazos, pero le tranquilizaba sentir el leve movimiento de su cuerpo cuando respiraba con suavidad, sumida en un profundo sueño. Steve observó cómo su cabello poco a poco recobraba el tono rubio, su piel recuperaba el suave color piel y las venas negras desaparecían.
—¿Qué era eso, Buck? —Steve alzó la mirada, notando como los hombros de Bucky subían y bajaban en un pesado suspiro—. Lo que ella hizo allí... No puede ser posible, eso...
—Eso, Steve, es el verdadero poder de Lyann —respondió Bucky con aterradora seriedad—. Lo que viste ahí, lo que todos vieron, fue lo que HYDRA logró.
Steve lo dejó hablar, incapaz de poder articular cualquier cosa.
–Querían algo caótico, oscuro y malvado, así que experimentaron en varios niños cuyos resultados fueron lamentables para HYDRA. Hasta que vieron algo cuando Lyann era tan solo una bebé en el vientre de su madre. Luego no tuvieron que hacer muchas pruebas; sabían que habían encontrado al sujeto perfecto.
–No tengo una idea exacta de qué fue lo que le hicieron, era una información extremadamente confidencial –Bucky soltó un largo y pesado suspiro, de esos que muestran el agotamiento de una persona–. Pero lo único que sé, Steve, es que descubrieron que el sistema de Lyann era diferente al nuestro. Cambiaba, se adaptaba... Mutaba. No fue que HYDRA experimentó con ella para implantarle esos poderes, Steve. Ella nació con él.
Los ojos de Steve cayeron en Lyann en cuanto la sintió moverse, murmurando cosas para sí misma mientras comenzaba a despertar...
Mutante. Lyann era un mutante.
Aquello le abrió una puerta llena de respuestas a tantas preguntas que Steve llevaba haciéndose durante meses, como el por qué Lyann se sanaba más rápido que el resto o siempre parecía tener una energía interminable. Todo eso era gracias al poder con el que nació, alimenta su vida tanto como Lyann se alimenta de su poder para hacerse más fuerte, más poderosa. Un intercambio justo.
Steve no despegó los ojos de ella. No entendía muy bien por qué le estaba dando tantas vueltas al asunto si Wanda era un mutante, al igual que su hermano gemelo Pietro, y nunca le molestó aquel factor. Quizás era porque pensaba que habría alguna forma de deshacerse de aquel monstruoso poder sabiendo lo mucho que a Lyann a veces le fastidiaba, pero ahora que sabía la verdad era imposible poder eliminar el poder del Oscurus porque está unido a ella, a su vida.
Y Steve jamás haría algo para lastimarla.
–Ya deja de torturarte.
El Capitán América alzó los ojos, frunciendo el ceño ante Bucky.
–No pongas esa cara, sé que te estás matando el alma pensando en mil y un cosas –le dijo su mejor amigo, y, por primera vez en mucho tiempo, Steve lo vio sonriendo. Sonriendo de verdad–. No te agobies con la culpa, amigo, está bien preocuparse así por alguien. Demuestra lo mucho que te importa.
Steve respiró hondo, relajándose al fin, y con una diminuta sonrisa en los labios asintió con la cabeza, aceptando las palabras de su amigo.
Y Lyann abrió los ojos por fin.
El hambre la atacó. Le costó unos segundos valiosos acostumbrarse al leve temblor en las rodillas, amenazando con perder las fuerzas y caer, pero al menos el insoportable pitido había desaparecido y los mareos se convirtieron en unas punzadas suaves como un dolor de cabeza normal. Buscando entre el paquete de suministros, Lyann suspiró de alivio cuando encontró galletas y barritas energéticas.
Lyann regresó a su asiento, lanzándoles barritas energéticas a Steve y Bucky mientras se sentaba y cruzaba las piernas, cinturón de seguridad ya puesto. Comió con cautela, ahogándose las ganas de comer como un animal que al fin consigue comida luego de días sin cazar una presa. Sintió un cosquilleo en la nuca, así que cuando miró sobre su hombro vio que Bucky la miraba con los labios curvados, divertido por su repentino arrebato de hambre.
Ella lo apuntó con una galleta.
–Si no te lo comes lo haré yo.
En cuanto vio que Bucky abría la envoltura de su galleta, Lyann se comió la suya y regresó la mirada al frente.
Se dio cuenta que ya no quedaba ningún rastro de las venas negras o el cabello blanco, muestras de la aparición del Oscurus. Aunque tampoco es que como si se arrepintiera de haberse convertido en La Muerte, porque de no haberlo hecho probablemente ninguno de los tres estarían aquí, a solo minutos de llegar a Siberia. Le habría gustado haber tenido otras opciones, pero tratar de dominar su verdadero poder estaba fuera de discusión...
Era liberarlo o morir por tratar de detenerlo. Esas eran sus opciones.
Suspiró, quitándose las migajas que le habían caído y ensuciado el traje, tomando después la botella de agua que Steve le pasó sin quitarle los ojos del mando de control. Ella bebió y se lo pasó a Bucky.
–¿Qué pasará con tus amigos?
La pregunta de Bucky dejó a Lyann paralizada.
–Sea lo que sea –dijo Steve luego de un rato–, lidiaré con ello.
–Lidiaremos –le corrigió Lyann, sin pensarlo, sin darle vueltas al tema. Steve la miró de reojo–. Somos un equipo, ¿recuerdas? Lo haremos juntos.
Steve asintió, una explosión de orgullo lo atacó. Sin embargo, Bucky soltó otro lamentoso suspiro.
–Pero es que no sé si valgo todos esos... sacrificios.
–Lo que hiciste todos esos años... No eras tú, y no tuviste elección.
–No. Pero lo hice de todas formas.
Lyann no pudo evitar compadecerse.
Fue algo inevitable, porque ambos, Lyann y Bucky, han estado en la misma situación millones de veces. Ella entendía lo que era tener que cumplir a pesar de no querer hacerlo, de no tener otra alternativa, y, sin embargo, llevaban a cabo la hazaña, ya sea buena o mala. Y le gustaba. Le sigue gustando. Y es algo de lo que jamás podrán escapar, se dio cuenta ella, saber que hubo una oportunidad de cambiar el rumbo de las cosas y no la tomaron, sujetos por una correa invisible como animales encerrados.
Lyann observó al Soldado del Invierno, atrapando sus ojos al instante. Y luego Bucky notó un movimiento, golpeteos simples que hacían los dedos de Lyann. Claro, simples para aquel que no conocía el código morse.
No eres el único. Está bien.
Bucky le respondió al instante después.
Lo sé.
Y por alguna razón, se sintió más relajado.
La compuerta comenzó a abrirse y el gélido frío de Siberia se filtró con potencia, despertando los sentidos de Lyann. Segundos después, Bucky y Steve aparecieron a su lado, terminando de ajustarse los trajes y asegurar las nuevas armas con las que cargaban.
El peso de sus sables era algo reconfortante en su espalda, y por primera vez Lyann estaba agradecida de no escuchar los susurros en su mente. El Oscurus había regresado a dormir como el oso que toma la siesta de invernación, pero aun así podía sentir la debilidad en su cuerpo, la queja para descansar un poco más, lo que implica que sería muy fácil agotar las pocas fuerzas que le quedaban.
Por lo tanto, Lyann debía limitarse a fuerza bruta y pocos gritos.
Qué fastidio.
–¿Recuerdas esa vez que volvimos de la playa Rockaway en un camión frigorífico? –le preguntó repentinamente Steve a Bucky, sacándole una sonrisa a su amigo.
–¿No fue esa la vez en la que usamos el dinero para el tren para conseguirnos unos hot dogs?
Lyann miró hacia el techo.
–Esto no puede ser posible...
–Gastaste tres dólares en un oso de peluche para esa pelirroja.
–Santo cielo, Barnes tenía encanto –Lyann sonreía ahora. Steve se echó a reír–. ¿Cómo se llamaba la pelirroja?
–Dolores. Bucky le decía Dot.
–¿Quién rayos llama a su hija Dolores?
Bucky se rió con ganas.
–Hombre, debe tener como unos cien años ahora.
–Y lamentablemente ustedes también –Lyann jaló un mechón de cabello de Bucky, sonriendo–. Caminan ya, ancianos, ¡una aventura nos espera!
El Capitán América y el Soldado del Invierno la siguieron, ambos con unas sonrisas, pero duraron poco pues una vez fuera los tres notaron el camión aprueba de nieve que estaba estacionado a unos metros de la nave. Lyann llamó a Steve y los dos se apresuraron para llegar a ella, que se encontraba parada frente a unas puertas metálicas abiertas.
–Es claro que llegó aquí antes que nosotros –dijo Lyann, refiriéndose al Barón Zemo–. De haber llegado ahora, las huellas aun estarían a la vista. Puede que haya pasado horas.
–El tiempo suficiente para haberlos despertado –añadió Bucky, serio, y Lyann asintió.
–Andando.
Entraron en silencio, sin hacer ruido. Bucky los llevó hacia el ascensor, alzando la rendija para que entraran y bajándola cuando Lyann presionó el último botón, y con el descenso del elevador vino la calma antes de la batalla. La misma calma que sintió Lyann antes de la pelea en el aeropuerto, la misma que siempre sentía antes de pelear en lo que sea. Cayó como un velo sobre su cuerpo, suave y silencioso, y la convirtió en esa bestia preparada para matar que Lyann siempre ha sido, con una determinación como ninguna otra, lista, alerta.
Los tres se miraron cuando el ascensor se detuvo con una sacudida y asintieron, listos.
Lyann tomó la delantera, una pistola en alto mientras ella se enfocaba en analizar su frente, Bucky los lados y Steve la parte trasera. Así en fila subieron una escalera, sin despegarse, y cuando un golpe sordo interrumpió el frío silencio, como uno los tres se giraron hacia el ascensor por el que salieron, cuyas puertas de hierro estaban cerradas.
Sin mirar, Lyann le quitó el seguro al arma y apuntó usando el hombro de Bucky como soporte. Steve tenía el escudo en alto, listo para lanzarlo si el momento lo amerita para proteger a sus amigos de ser necesario. Sin embargo, nada de eso fue lo que sucedió cuando las puertas del ascensor se abrieron con un chirrido y... el Hombre de Hierro salió de él.
El arma de Lyann se mantuvo en alto, igual que la de Bucky.
–Pareces un poco ansioso –le dijo Tony a Steve, removiéndose el casco para que puedan verle el rostro.
El Capitán América no bajó el escudo.
–Ha sido un duro día.
–Tranquilo, soldado, ya no te estoy dando caza —Stark me apuntó a Bucky con un dedo y le guiñó un ojo.
–¿Y entonces qué haces aquí? –le preguntó Lyann, la voz cargada con rabia. Su mano se apretó más alrededor del mango de la pistola.
–Puede que la historia del Cap ya no sea tan descabellada –Tony se encogió de hombros, ahora lo bastante cerca de Steve como para extender el brazo y tocarle el hombro. Pero no lo eso, y en vez de eso se reclinó contra una pared–. Ross no tiene idea de que estoy aquí, si te lo preguntabas. Y me gustaría que se quede entre nosotros, si no tendría que arrestarme yo mismo.
Steve lo sopesó por unos segundos.
–Eso suena a mucho papeleo –dijo al fin y Tony hizo el ademán de una sonrisa, aunque le haya salido como una mueca. Al fin, el Capitán América bajó su escudo–. Es bueno verte, Tony.
–Y a ti, Cap –Tony soltó un bufido después–. ¿Y ustedes dos, compañeros de la muerte, no ven que llegamos a una tregua? Bajen esas armas, por el amor de Dios...
–Oh, perdóneme si no logro confiar en el hombre que encerró a mi mejor amiga y mandó a un travieso a por mí –Lyann no bajó su arma hasta que Steve le hizo unas señas. Bucky también bajó la suya–. En serio, Stark, no puedo creer que mandarás a un niñato de Queens a por mí como si fuera un bebé. Es humillante.
–Y luego dices que soy yo el dramático.
–Es porque lo eres, señor Stark.
Siguieron buscando la sala de los Soldados, guiados por Bucky con el Hombre de Hierro a la cabeza, preparado para lanzar misiles. Les llevó unos dos minutos encontrarla y antes de siquiera pisar el umbral de la puerta Lyann notó el cambio de temperatura, el mismo que sientes cuando estás en el supermercado y llegas a la sesión de carnes, donde todo está guardado en gigantescas neveras para mantener la carne fresca.
De pronto, las luces de cinco contenedores se encendieron, y dentro de esas cabinas Lyann pudo ver cuerpos... y un orificio entre sus cejas.
–Si les da algo de consuelo –habló una repentina voz con acento, haciendo eco con ayuda de las bocinas–, los maté mientras dormían.
Una mueca de asco apareció en el rostro de Lyann.
–¿De verdad creían que querría más de uno? –Zemo volvió a hablar–. Sin embargo, me siento agradecido con ellos porque los trajeron aquí.
Otra luz se encendió y el Barón Zemo apareció por una ventanita. Steve lanzó su escudo enseguida, pero el artefacto de Vibranium rebotó como si nada y regresó a él.
–Por favor, Capitán –Zemo se rió–. Esta cámara está hecha para resistir un lanzamiento de misiles UR-100. Su escudito no podría ni hacerle un rasguño.
–Yo sí –Tony alzó la mano.
–Ah, estoy seguro que sí, señor Stark, a su debido tiempo. Pero entonces usted no sabría por qué vino aquí.
–Entonces usted fue quién mató a cientos de inocentes en el Complejo de las Naciones Unidas para traernos aquí –Lyann le sonrió, una sonrisa oscura y vil–. Fue usted quien se hizo pasar por Barnes para que lo culparan a él.
El silencio de Zemo lo confirmó todo.
–Me he pasado un año completo pensando solamente en eso –dijo–. Los estudié. Los seguí. Pero ahora que están aquí me doy cuenta que hay un poco de verde en esos ojos azules suyos, Capitán. Qué lindo es hallar una falla.
–Eres de Sokovia –dedujo Steve–. ¿De eso va todo esto?
–Sokovia era un país destinado a perecer mucho antes de que ustedes los Vengadores lo destruyeran. No, estoy aquí porque hice una promesa.
–Perdiste a alguien.
–Los perdí a todos. Y ahora usted los perderá también.
Entonces la única computadora que no mostraba los signos vitales sin vida de los Soldados muertos se encendió, mostrando la grabación de alguna cámara años atrás. Pero fue la fecha que mostró al principio que hizo que Lyann diera un respingo, sorprendida.
Y entonces recordó lo que Zemo le preguntaba a Bucky cuando utilizó el Libro Rojo en él para convertirlo nuevamente en el Soldado del Invierno. Había estado muy aturdida como para prestarle atención, pero aun así su cerebro guardó la conversación que intercambiaron antes de que Zemo le ordenara a Bucky a atacarla.
Reporte de misión, dieciséis de diciembre del 1991.
La noche en la que murieron los padres de Tony Stark. La noche en la que Bucky los mató.
Aproveché que no tengo uni mañana por las elecciones presidenciales aquí en RD para terminar este capítulo. Y déjenme decirles que no puedo estar más emocionada por lo que viene, puede que más que ustedes.
No saben cuánto llevo planeando el momento de esta épica pelea. Ha sido difícil, pero espero que todas mis ideas encajen a la perfección y que no tenga que cambiar nada para el segundo libro.
Sí, leyeron bien, mis amores, Banshee tendrá una secuela. Constará de tres libros, como una trilogía, y ya tengo el título para el segundo libro. Se llamará Banshee II, lo que implica que a este libro no le quedan más de dos o tres capítulos para ponerle fin.
Pero no se preocupen, prometo no tardar tanto en regresarles a Lyann una vez termine con este libro. Pero les aseguro que lo que viene será épico.
Hasta el siguiente sábado,
love,
Wolf Queen
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