Pecados Capitales
Desde muy niño, al mundo, le gustaba la simplicidad de las cosas, el hecho de que su alrededor transcurriera sin problemas, la naturaleza y el bullicio de las calles; la calma de las llanuras, el temblor de algunos volcanes, las batallas; los si, los no, la política y las guerras por el poder.
Un día, cansado de ver lo rutinario de la vida, decidió mirar hacia afuera —como hacia de vez en vez—, vio —o seguramente imaginó— un ojo que le guiñaba una sonrisa, o era simplemente una sonrisa con estrellas en el fondo. El Mundo se quedó perplejo, seguramente no había visto la fase menguante de la Luna las veces que miraba hacia afuera. Le cautivo la forma en que lo miraba —que siempre lo hacía— y esta vez que atisbo la serenidad de su mirada, no dejo de pensar en ella y un deseo surgió de adentro.
Que la quería
Desde entonces el Mundo paso la mayor parte de su existencia deseando estar con Luna. Luna, que por fin vio que tierra captó su atención, le insinuaba citas en campos estelares con mejor vista.
El Mundo que, —ya de varios intentos sabía que la fuerza gravitacional (quiso llamarle destino) era más fuertes que sus deseos— temiendo no tenerla, la pensaba en el día y la contemplaba de noche, anhelando el choque de sus cuerpos en algún siglo de algún milenio. Se masturbaba de tanto malgastar la extensión de su conciencia, llevando consigo las imágenes de cada una de las fases de Luna: llena, flaca, sonriendo y brillando, vestida de sombra y también desnuda; en la mitad, cuando está cuarta, cuando es vieja y también nueva.
¡Joder, que si la quería!
El Mundo envío pequeñas partes de él a la luna, pidió a sus inquilinos eternos que le estudiasen, que les comunicará mejor, que disminuyeran la lejanía que sentían el uno del otro, pero fue un fracaso. Luna, que, con sus miradas y coqueteos, todo los días le causaba cosquillas en los lados azules de Mundo. Mundo, que fracaso con el envío de sus huéspedes, no hizo más que ponerle una bandera, haciéndole saber a los demás que Luna le pertenecía.
Cansado de pensar en Luna, el Mundo se sentía devastado, su deber de hogar no lo realizaba con frecuencia —a decir verdad, ya ni lo realizaba—, pensaba sólo en dormir, en dejar que las cosas pasen solas, así como su rotación y su baile infinito de todo los días, se sentía agotado, herido. Se la pasaba todo el tiempo mirando afuera, pensaba en sus vecinos, sobre todo en Luna..., —que también lo pensaba a él— en los meteoros. Sus nubes se volvieron menos densas, su atmósfera más delgada, y descuido a sus huéspedes que, sin darse cuenta, le hacían daño y deshacían su capa de ozono.
Mundo empezó a enfermar.
El Mundo ya se creía vencido por sus propios clientes, empezó a embriagarse para olvidar sus años de excitación ocular, quería recordar a sus amigos los dinosaurios, que con su tamaño e instinto salvaje, le hacían menos daño. Mundo empezó a engordar, comenzó a descuidar su figura de repente, sus llamados continentes albergaban números de personas que aumentaban con el paso de los días, su estómago —Asia—, no le dejaba abrochar el botón de su abrigo, haciéndole entrar frío y calor. Era incontrolable la manera de como avanzaba el sobrepeso de Mundo. Insaciable, y creyéndose devastado, Mundo no paraba de aumentar su tamaño, pero de adentro.
Enojado consigo mismo, decepcionado y humillado, Mundo sentía que la galaxia le caía encima, no soportaba el hecho de no obtener lo que quería, sin más, Mundo inicio un tipo de desahogo —o venganza— contra sus huéspedes, eran como síntomas reacciones que tenia Mundo al sentir dolor por parte de ellos: Terremotos, tsunamis, huracanes, erupciones; dolor...
El Mundo se sumergió en una batalla interna, eliminando a algunos de sus inquilinos, pero sin saber, se mataba también a él.
Cansado y sin ánimos, Mundo se notaba desgastado, Luna, que hablaba muy constantemente con él, le habló del mal aspecto que tenia. Mundo miró su reflejo en Luna, y se sintió peor de lo que en algún momento se había sentido. Sin fuerzas y sin ánimos, miro al vacío, observó que cada uno de sus vecinos eternos contemplaban el aspecto de su creación, excepto Marte, se veía muerto, sin embargo, estaba nuevo, se veía misterioso, cauteloso y solitario, Mundo sintió una leve sensación de odio, se sintió inferior. De inmediato ordenó —a la pequeña parte de humanidad que aún le quería— que inspeccionaran a Marte. Marte débil y sin ayuda alguna sólo dejo ser irrumpido. Mundo busco alguna señal que le permitiera su expansión. Notó que Marte estaba en óptimas condiciones, «El comportamiento sumiso de Marte no será un problema», pensó.
Con el pensamiento de expandirse, mundo cambió su comportamiento y manera de actuar, sentía una irracional necesidad de controlar y conocer todo lo que había a su alrededor. Ordenó a sus parásitos enviar ojos controladores, máquinas usurpadoras a cada uno de los planetas que habitaban en su mismo sistema solar, tenía afán de querér todo, de verse mejor que el resto, de hacerles saber a los demás que es el único e inigualable. Mundo a raíz de esto tomo matices de Tirano y el amor a los tiranos no es mucho...
El gigantesco mundo que para ocultar su diminuto tamaño en proporción a otros, se daba Aires de superioridad y de su capa de ozono emanaba un sentimiento de arrogancia y desprecio.
Quizá por eso no le han visitado.
Ni le hablan, ni le comparten, ni le miran, ni lo sienten...
Ni siquiera luna le conversaba con la constancia de los siglos pasados.
Aun Fingiendo no estar enfermo, seguía con sobrepeso, su piel se tornaba más pálida y débil, sus huéspedes menos humanos, sus pulmones no ejercían el mismo ritmo de milenios atrás.
Mundo apagó su ira, su oído, su envidia, su avaricia.
Se apagó y se sumió en una agonía infinita.
Y la gente...
Es el reflejo del mundo:
Lujuriosos, siempre imaginando y deseando cosas que nos satisfagan por ocio y no por bienestar propio ni del otro.
Perezosos, siempre estamos dejando que nos hagan las cosas que nos corresponde, no exigimos, no hablamos, y por miedo evitamos iniciar una revolución.
Se alimenta mal y no hablo de proteínas ni carbohidratos, sino de la información.
Nos causa ira que nos hagan mal, pero ven el mal de otro y no hacemos nada.
Somos envidiosos y desquiciados, nos fastidia que alguien nos sobrepase en algo y nos metemos a la mente que todo es una competencia.
Son avaros lo ricos, que desean más y dejan más pobres a los pobres; son avaros los pobres que desean más de lo poquito que tienen pero no hacen nada para conseguirlo.
Y somos sobre todo, creídos, creyendo que el mundo gira entorno a nosotros, que es una película y somos el protagonista, nos concentramos en el yo y no en el ellos, en el nosotros...
Somos una comunidad sin unidad, unos humanos sin humanidad... Un mundo que se independizó de nosotros hace mucho tiempo ya.
Somos vida sin propósito albergando un camino de leche que no nos lleva a ningún lado.
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