Cuando era niño creía que Dios se enojaba con nosotros y por eso hacia llover.
Nunca se me mostró que Santa claus era quien daba los regalos,
mencionaban a niño dios, un año si otros no, pero siempre los esperaba.
Vivia en castillos de almohadas y sábanas —me creía un héroe cuando me amarrada una alrededor del cuello—. Era feliz con lo poco y nada. Con amistades envidiosas, aunque en aquel tiempo no diferenciaba.
Haciendo reír a adultos con bocas de curvas inversas.
—aun conservó ese toque—.
Era Feliz con objetos incompletos, pues mi imaginación los completaba.

Creía que podía ver el futuro con eso de los Déjà vu,
de algún modo amaba el sabor de la tierra, amaba el piso y todo lo relacionado a él.
Era feliz.
Sin embargo, creía que ser niño era difícil, los insultos, los regaños, los golpes, las caídas, los castigos y las prohibiciones.
Cuando veía a un adulto creía que podía hacer lo que quiera, mandar, salir y entrar cuando quisiera, ir lejos, reír más.

Creía que al crecer todo era más fácil, me preguntaban qué quieres ser cuando seas grande, yo iluso respondía que psicólogo, doctor o fútbolista.
Pensaba que con el simple hecho de ser grande ya lo lograría, pensaba que solo era cuestión de elegir. Ahora comprendo que si, es cuestión de elegir y también de dinero.
Cuando niño, lo realmente valioso para mi era reír.
Ahora... También, pero...
No es fácil.

Las ganas y la ilusión de crecer,
no me daba cuenta cuando pasaba el tiempo, sino hasta ahora.

Lo peor que nos pudo haber pasado fue crecer.
Más obligaciones, deudas, pagos,
nuevos sentimientos y un dolor que no es físico.