Capítulo Ⅰ
Un Rumbo Distinto.
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Sentado en la banca de un parque descuidado y solitario ha estado meditando; la banca de madera resquebrajada y despintada guardaba un recuerdo preciado, el recuerdo de su infancia. Los juegos se veían claramente peligrosos, oxidados y despitandos y más de uno siendo simples chatarras que nadie tuvo la decencia de quitar por el bien de aquellos infantes en situación de calle que visitaban el lugar.
El cielo empieza a despejarse, aquellos nubarrones que no permitieron la entrada de los rayos del sol a la tierra ahora lo hacían, cierra sus ojos y dirige su rostro al cielo con un sentimiento de necesidad, con un vacío enorme en el pecho, con una vida por vivir.
Los recuerdos abordan su mente mientras se queda en el trance de su necesidad, mientras divaga en los profundos parajes de sus memorias. El cielo empieza a abrir su vástago vientre donde su niño, aquel pequeño astro lo toma del rostro con sus cálidas manos y le brinda aquella fuerza que cree que necesita para sobrellevar el luto al cual se ve obligado a llevarlo toda su vida, errando claramente en sus ideales.
✤✤✤✤
Hace 25 años atrás...
—Papi...donde estamos?.—preguntaba inquietó, sosteniendo con firmeza la mano de su progenitor.
Un hombre bastante mayor, los años en él no pasaban en vano, sus cabellos del color de la ceniza escaseaban en su cabeza, sus manos poseían arrugas al igual que su rostro que le daban un aspecto decaído en su sonrisa, aun así tenia las fuerzas para llevarlo sobre sus hombros caminando a un pequeño parque colorido, sin aquella extraña necesidad de andar con un bastón encorvando su postura.
—Ve a jugar hijo.—dijo cálidamente dándole un ligero empujón.
Para aquel hombre el lugar era especial, fue ahí que llevo a sus dos hijos menores a jugar antes de que se hicieran mayores, pero...para él, su único hijo aun seguía siendo un niño. Un niño al cual no cuido bien y fue por ello que acabo en un féretro tres metros bajo tierra en el panteón familiar, acompañando a su difunta esposa Catalina.
El dolor pudo con ella a tal punto de destruirle el corazón de una forma barbárica y sin piedad.
Veía con ojos de alegría como su pequeño nieto jugaba del mismo modo que alguna vez lo hizo su amado hijo, era su vivo retrato, tenia aquella misma mirada perspicaz e inocente, un cabello sedoso del color del ébano, una piel suave y trigueña. Era único al igual que él.
Tal vez aquella piel no era la misma que la de su hijo pero ¿por que hacerse un lío por algo tan insignificante?.
Saco del bolsillo interior de su traje una pequeña foto, una foto familiar, paso sus arrugados dedos por aquella fotografía, paseándose por los rostros de sus hijos a quienes ha perdido, pareciese que su familia había sido maldecida, perdió a cuatro de sus cinco hijos, su hija mayor Susan, de belleza etrusca había sido víctima del flagelo de su pareja, un mafioso que se la llevo a Italia y que la regreso en una maleta hecha pedazos; Sheila y Stefania eran gemelas, el carácter dominante de Sheila sobre la carencia de carácter de Stefania habían sido aspectos que las habían sumido a la muerte, todo por no contribuir en un atraco con sus pertenecías. Noches de Insomnio que paso observando aquella fotografía cada vez que uno de sus hijos concluía su vida antes que la suya.
—Uno siempre piensa que los padres son los primeros y los hijos los últimos, no en viceversa...—musitó sosteniendo la fotografía, una lágrima resbala por su mejilla muriendo en el rostro de Cassandra, la última de sus hijos.
—Papi, Papi, Papi.—llamaba con insistencia su nieto.—Estas llorando?.—preguntó inclinando un poco el rostro de forma tierna hacia la derecha en clara señal de intriga.
Lo tomo en sus brazos, aun cuando el cuerpo decía que no podía su fuerza de voluntad decía otra cosa, aun cuando la severa artritis le cobraba factura, viviría por su nieto el cual lo llama padre. Un padre siempre velaría por la felicidad de sus hijos a costa de la suya.
—No mi niño...es una alergia, vamos a casa.—mencionó con tranquilidad, sintiendo sus pequeñas manos suaves en su rostro acariandolo con cuidado.
Era su pequeño ángel, aquel que aminoraba el dolor de su corazón que estaba en las últimas.
✿✤✤✤✿
—Fernando, eh, Fernando ¡Despierta!.—escuché.
Parecía que el mundo conspiraba por atormentarlo, hasta el instante en que vio a Hernan, su mejor amigo y con el que convivía desde que eran amigos en el internado del MIT.
—Que quieres Hernan?.—dije con molestia.
El solo se río en mi cara, tenia algo en su manos, un extraño brillo en los ojos que si no fuera por mi experiencia diría que se había sacado la lotería o algo por el estilo.
—Me dijo que si!.—grito alegré a tal punto de casi dejarme sordo.
Fue ahí que volví a mi lucidez, era una buena noticia, lástima que no estuviera de humor para festejar con jubilo su pronto matrimonio. Quien hubiese imaginado que entre los dos solo uno de nosotros se iba a casar con la mujer que amaba, ahora es cuando más envidio su felicidad.
—Te felicitó. —dije con desgano, cansado, exhausto y sobre todo triste.
El me miro y la sonrisa de su rostro empezaba a desvanecerse, me miraba con pena y aquello me ponía enojado, no quería darle pena a nadie ¡A NADIE!.
—Por que me miras de ese modo ¿¡eh!?.—
Estaba claramente molesto que mi rostro y tono de voz me delataban, él retrocedió un poco, me miro extrañado y a la vez apenado. Aveces no controlo mis impulsos y cometo tonterías de las cuales me arrepiento cuando el daño ya estaba hecho.
—Calma tus demonios Fernando.—me dijo con un tono de miedo incriptado en su voz.—Yo vine a festejar mi felicidad contigo pero creo que vine en el peor momento, lamento tu pérdida, la vida sigue y no debes estancarte en tu luto forzado...—Lo interrumpí.
—Tú que sabes para hablar, tú no sabes que es perder a todos aquellos a quien amas, ver como cada uno desaparece de esta tierra cruel y hostil, desaparecen dejándote completamente... Solo...—sentí como una especie de presión en el pecho, la voz parecía quebrarse en aquella ultima palabra sinónimo de soledad.
Un nudo se formaba en mi garganta, la voz se quebraba y mi mirada se cristalizaba, rompería en llanto de ello estaba más que seguro.
—Solo vete, necesito estar solo...—solicite con desgano.
Vi como asintió con la cabeza y se dirigía a la puerta, lo vi por el rabillo del ojo, las lágrimas afloraban de mi ser y se deslizaban con cruel frialdad sobre mis mejillas, aprete mi dentadura con rabia y frustración, con dolor...
—Espero te mejores...adiós. —se despidió.
La puerta se cerraba silenciosamente mientras me tendía nuevamente sobre la cama, buscando la forma en la cual contrarrestar mi dolor...cuanto la extrañó.
Quedé dormido a los pocos minutos después de haber descargado mi dolor en forma de lágrimas, los recuerdos están más presentes que nunca en mi habitación, me hace daño y me atasco en el luto, un luto que dura hasta ahora.
La muerte me arrebato aquello que más amaba, todo aquello que más quería, mi familia y a Martha.
Mi querida Martha... No sabes cuanto te hecho de menos...
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