Incontrolable | Krang Raph
⭐ Raph Krang x Fem T/N
⭐ Raph edad: ???
⭐ 🔞 NSFW | Smut
⭐ Nota: ambientado en línea temporal apocalíptica.
⚠️ Advertencia: dub-con (dudoso consentimiento), diferencia de tamaño, época de apareamiento, tentáculos, sexo rudo, breeding kink, eyaculación múltiple, conducta posesiva y agresiva, hurt/comfort, lenguaje vulgar.
Después de la invasión de los Krang, habías logrado recuperar lo único que te quedaba tras la devastación: el amor de tu vida. La batalla estaba perdida, y con ella se habían ido tus aliados, amigos, e incluso tu familia. Pero te aferrabas con todas tus fuerzas a lo único que aún te mantenía cuerda en un mundo que había caído en pedazos... tu querido Raphy, tu pareja.
El dolor había sido insoportable cuando los separaron. Y al encontrarte nuevamente con él, el horror que sentiste fue indescriptible al verlo transformado en ese monstruoso ser, una amalgama de carne y tentáculos. Sin embargo, en lo más profundo de tu ser, algo te decía que no todo estaba perdido. Dentro de esa abominación, sabías que aún latía el corazón de tu tierno y valiente novio, y por más aterrador que fuera el exterior, te negabas a aceptar que lo habías perdido para siempre.
El coraje que te invadía era indescriptible, una mezcla de rabia y desesperación que quemaba cada fibra de tu ser. Los Krang y el extinto Clan del Pie te habían quitado todo, y aunque muchos decían que la ira cegaba, tú habías descubierto que, en tu caso, era lo contrario. El dolor y la furia no te cegaban, sino que eran la chispa que encendía tu determinación, la fuente de una valentía inesperada en medio de ese mundo destrozado. ¿Para qué seguir adelante si todo estaba perdido? Porque, al final del día, tu única motivación era arrebatarles a Raphael a esos imbéciles que lo mantenían cautivo.
Pasaron semanas, quizás meses, antes de que por fin lo lograses. Noches interminables sin descanso, trazando planes meticulosos, buscando la manera de infiltrarte en esa maldita fortaleza de los Krang. Por más que intentabas recordar los detalles, había partes borrosas en tu memoria. Sabías cómo entraste al edificio, pero no cómo saliste. Aquel caos, las trampas, los guardias... parecían un vago eco en tu mente, como si todo hubiese ocurrido en un sueño. Lo que sí recordabas con claridad era la jaula donde tenían a Raphael. No eran barrotes comunes; eran campos de energía, un tipo de láseres extraños que parecían capaces de desintegrar cualquier cosa al mínimo contacto. Pero lo que más te marcó fue verlo allí, atrapado, desquiciado por el cautiverio. Al principio, su mirada estaba llena de furia, pero al escucharte, su agresividad se disipó. Tu voz logró calmarlo, aunque fuera solo por un momento. Más allá de eso, tu mente era un espacio en blanco, difuminado por el cansancio extremo. Lo único que te aseguraba que la misión había sido exitosa era el hecho de que ahora Raphael estaba a tu lado. Aunque no podías recordar cómo escaparon, una parte de ti sabía que, al liberar a Raphael, el agotamiento te había vencido. No te parecía descabellado imaginar que, tras liberarlo y sucumbir al agotamiento, Raphael te había sacado de aquel infierno. Era fácil visualizarlo, su instinto de supervivencia guiándolo entre los escombros, llevándote consigo hasta encontrar un refugio en el sótano de algún edificio destruido. Como un animal herido buscando la seguridad de una cueva, se habría escondido en ese lugar para protegerte y protegerse, lejos del caos que los rodeaba.
Una parte de Raphael siempre te recordaba, te guardaba en lo profundo de su corazón, aunque el parásito seguía controlando su mente. Sin embargo, con paciencia y dedicación, poco a poco volviste a ganarte su confianza. Todos los días le hablaste sobre su familia, especialmente de sus hermanos, y cada noche le recordabas cómo ustedes se habían conocido y lo mucho que se amaban. Gracias a esos esfuerzos, Raphael comenzó a recuperar fragmentos de su memoria y, con el tiempo, logró controlar a esa nueva versión de sí mismo. Pero no del todo. Había días en los que el Krang retomaba su cuerpo, días en los que la batalla interna se volvía insoportable. La primera vez que perdió el control, sin querer, te hirió gravemente, dejando una cicatriz en tu abdomen. Cuando Raphael recobró la conciencia y te vio herida, se sintió destrozado. Desesperado, te cuidó lo mejor que pudo, rogándote que lo encadenaras la próxima vez.
Al principio te negaste rotundamente a hacerlo; no querías tratarlo como un animal, a pesar de que técnicamente lo era. Pero después de tanta insistencia por parte de él, aceptaste. Desde entonces, cada vez que Raphael sentía que perdía el control, tú lo encadenabas al cuello, asegurándolo a unos escombros. Podía pasar días así, tumbado en el suelo frío. Verlo en esas condiciones te desgarraba por dentro, por lo que te quedabas a su lado, acurrucándote cerca de él, acompañándolo. Raphael siempre te lo agradecía profundamente, a su manera.
Aunque con el tiempo, los días buenos eran más frecuentes, esta semana había sido especialmente dura para él.
Regresabas de una breve expedición fuera de su refugio, buscando comida y suministros. Después de tanto tiempo viviendo en esa zona, los recursos se volvían más y más escasos, señal de que pronto tendrían que migrar a otro lugar, una decisión que solo tomarían una vez que Raphael recuperara el control de sí mismo.
Al llegar a tu «hogar», te deslizaste entre los escombros, descendiendo hacia el sótano de un edificio en ruinas, donde Raphael descansaba. El ruido de la tierra y los restos moviéndose llamó su atención. Gruñó en advertencia, pero al reconocerte, sus músculos se relajaron.
—Hola, Raphy —susurraste con una sonrisa débil—. Encontré algo de comida.
Intentaste sonar optimista, aunque la escasez era evidente. Colocaste la pequeña lata de sardinas en el suelo frente a él. Raphael la observó por unos segundos, antes de usar el tentáculo de su brazo izquierdo para empujarla de vuelta hacia ti.
—¿Para mí? —preguntaste sorprendida, y él asintió levemente. Te sentiste conmovida por el gesto. —Gracias, amor —te sentaste frente a él y comenzaste a comer las sardinas a pequeños bocados. El hambre era abrumadora, y no pudiste evitar soltar un suspiro de satisfacción. Llevabas días sin alimentarte bien, algo que Raphael había notado, siempre atento a ti a pesar de su condición. —No quiero asustarte, amor —continuaste, tu tono más serio—, pero ya no hay comida en este lugar.
Raphael gruñó suavemente, reconociendo la dura realidad.
—Lo sé... Pero estaba pensando que podríamos mudarnos cerca del río, o incluso del mar. Podríamos pescar y tener comida fresca —dijiste, con una pequeña chispa de esperanza en tu voz—. ¿Recuerdas cuando dijimos que nos casaríamos y viviríamos en una casita en el bosque, cerca del río?
El gruñido de Raphael fue más suave esta vez, y por un instante, creíste ver algo de esa vieja luz en sus ojos, aquella que brillaba cuando soñaban juntos con un futuro mejor, aunque estuviera cada vez más lejano.
Desviaste la mirada hacia abajo, un tanto cabizbaja por la deprimente situación que vivían. Tu pareja lo notó y con el mismo tentáculo que te acercó la lata, se deslizó por el suelo hasta tu tobillo, que envolvió y con la punta palmeó tu piel, reconfortandote a su manera.
—Gracias, Raphy —agradeciste el gesto—. Te amo.
Raphael respondió jalando suavemente tu tobillo, atrayéndote hacia él con delicadeza. Una risita escapó de tus labios mientras gateabas en su dirección, y una vez que estuviste lo suficientemente cerca, te rodeó con su brazo en un abrazo cálido, posicionando su mentón sobre tu cabeza.
—¿Qué sucede, amor? —preguntaste con ternura.
Claramente no podía responderte con palabras, en cambio, su lenguaje no verbal hablaba por sí mismo. Raphael emitió un suave y reconfortante sonido, frotando su mentón contra tu cabeza de manera protectora. Cerraste los ojos un momento, permitiendo que su calor te envolviera, sintiendo el consuelo que tanto necesitabas en medio de todo el caos que ocurría afuera. Hacía tanto que no te sentías tan cerca de él, y justo en ese instante, percibiste cómo Raphael se inclinaba hacia tu cuello, como si el aroma natural de tu piel lo estuviera llamando. Su respiración pesada acariciaba cada centímetro de tu cuerpo, y el suave aliento que recorría tu cuello te arrancó un suspiro. Lentamente levantaste el rostro para encontrarte con sus ojos. Raphael apoyó su frente contra la tuya, y tú sellaste ese instante con un beso.
Al intentar alejarte, Raphael quiso seguirte, pero la cadena alrededor de su cuello lo detuvo. Te diste la vuelta y lo miraste con compasión.
—¿No te gusta la cadena, cierto? —susurraste mientras tus dedos trabajaban con el candado que lo mantenía atado—. A mí tampoco. Te voy a soltar, pero solo por un momento...
♡
Apenas el sonido del candado cayendo resonó en el lugar, Raphael se lanzó sobre ti. En un abrir y cerrar de ojos, tu espalda golpeó el frío suelo, y él estaba encima de ti. El latido de tu corazón se aceleró al escuchar el gruñido ronco que escapaba de su garganta. Sentiste cómo tu piel se erizaba, tus ojos se abrieron en alerta, y notaste el cambio en él: su mirada se había oscurecido, y sus pupilas dilatadas... reflejaban deseo. Reíste nerviosamente, llamando a Raphael por su apodo con la esperanza de que se calmara, pero el intento fue inútil. En lugar de detenerse, él volvió a hundir su rostro en tu cuello, olfateando profundamente, y en ese instante algo hizo clic en tu mente. Aunque habías tratado de ignorarlo, la realidad era clara: Raphael, por más que lo amabas, tenía instintos animales que podían descontrolarse, y eras consciente de su lado más salvaje. Habías pasado por alto algo esencial: él había entrado en época de apareamiento, y tú, como la única hembra cerca, lo volvías loco con tan solo un simple beso o el aroma de tu piel.
Sin la cadena que lo contenía, ahora estabas completamente indefensa ante él, convertida en una presa vulnerable, sin escapatoria. Sabías que cualquier movimiento brusco podía desencadenar algo más peligroso, así que te mantuviste lo más tranquila posible, intentando no alterarlo. Raphael, con su lengua inusualmente larga, resultado de la mutación del Krang, comenzó a deslizarla por tu cuello, recorriéndolo lentamente, como si estuviera saboreándote. Sentías cada roce húmedo y cálido mientras bajaba por tus clavículas, hasta llegar a tus pechos, donde dejó un rastro húmedo sobre tu camiseta. Al mismo tiempo, su mano-tentáculo empezó a recorrer lentamente tu pierna, desde la pantorrilla hasta tus caderas y el borde de tus pantalones. Sin detenerse, se escabulló por debajo de la tela, buscando acceso a tu intimidad. Un gemido bajo escapó de tus labios al sentirlo presionando sobre tus bragas, y como una serpiente sigilosa, se deslizó por debajo de ellas. Aunque tensaste las piernas en un intento de frenar su avance, nada pudo impedir que se abriera paso hasta tu entrada. Tu cuerpo reaccionó de inmediato cuando lo sentiste introducirse en tu canal vaginal, y aunque era una escena bastante bizarra... se sentía bien.
Mordiste tu labio, intentando contener los gemidos que amenazaban con escapar, temerosa de alterarlo aún más, pero el placer fue imposible de ignorar. En un abrir y cerrar de ojos, su larga extremidad alcanzó tu punto más profundo, arrancándote un chillido agudo.
—¡N~ngh!
Ese gemido fue interpretado por Raphael como consentimiento para reproducirse contigo. Su tentáculo abandonó tu coño solo para cambiar rápidamente el curso de la situación. Con una facilidad te giró en un solo movimiento, dejándote boca abajo y completamente a su merced. Una vez más, se inclinó sobre ti, olfateando tu nuca, recorriendo con lentitud tu espalda mientras bajaba hasta detenerse en tu trasero. Podías sentir el calor de su respiración en tu piel, y pronto su lengua empapó la tela de tus pantalones, deslizándose con precisión a lo largo de tu raja hasta llegar a tu intimidad. Las caricias húmedas y la penetración previa de su tentáculo provocaron una reacción instintiva en tu cuerpo. Sin poder evitarlo, comenzaste a secretar feromonas que, para Raphael, eran la clara señal de que estabas lista para aparearte.
Intentaste arrastrarte por el suelo en un último intento de escapar, pero el tentáculo de Raphael te jaló con firmeza hacia él, negándote cualquier posibilidad de huida. Te sostuvo con fuerza por la cintura mientras, con su otra mano, desgarraba tus pantalones junto con tu ropa interior en un solo y brusco movimiento. Gemiste cuando sentiste su lengua húmeda deslizarse con avidez por toda tu vulva y orificio anal. Raphael salivaba en abundancia, como un animal hambriento ante su presa, y podías sentir cómo su saliva se resbalaba por tu piel, empapándote. Su lengua jugueteaba con ambos orificios, pero después de algunos segundos, decidió concentrarse en tu coño, penetrándolo profundamente. Dentro de ti, su lengua se movía de manera caótica, sin un patrón definido, simplemente explorando y saboreando los fluidos que tu cuerpo comenzaba a producir en respuesta a la situación.
—¡Mng!~ Ra...raphy~
Sin darte cuenta, te estabas comportando como una hembra en celo: gimiendo y levantando el culo para recibir más de esa rica estimulación, ofreciéndote por completo. No podías ver a Raphael, pero sentías su inmensa presencia detrás de ti, lamiendo y devorando tu coño. De repente, el ritmo frenético de su lengua se detuvo, y alejó su rostro de tus partes íntimas. Antes de que pudieras decir algo, dejó caer su gran falo contra tus nalgas, provocando un golpe húmedo que te robó un pequeño grito. La sensación de su miembro, pesado y caliente, descansando contra tu piel, hizo que todo tu cuerpo se tensara de anticipación. Sabías lo que venía, y aunque una parte de ti intentaba procesarlo, otra temía por tu pequeño orificio.
Deslizó su gruesa verga hasta tu entrada, ya lubricada y preparada, y con un empujón firme comenzó a abrirse paso entre la estrechez de tus paredes. La intensidad de la embestida te habría hecho deslizarte hacia adelante, pero su tentáculo te mantenía completamente sujeta bajo su control, impidiendo cualquier movimiento. Con cada empuje, se adentraba más, y pronto alcanzó el fondo, aunque estabas consciente de que aún quedaba mucho por introducir. Apenas tenías la mitad de su monstruoso trozo dentro de ti, y tu mente rogaba silenciosamente que eso fuera suficiente para Raphael. Temías que si intentaba ir más allá, tu cuerpo no pudiera soportarlo.
—¡M-mierda! —chillaste agudamente, sintiendo cómo cada centímetro de su gruesa verga intentaba expandir dolorosamente tu diminuto coño.
Por suerte, Raphael no intentó enterrarse por completo dentro de ti, pero no te dió ni un segundo para acostumbrarte a su tamaño. Su mente no estaba enfocada en ti, solo obedecía el llamado de sus necesidades sin ningún tipo de consideración. Sus caderas retrocedieron solo para lanzarse de nuevo hacia adelante, hundiéndose profundamente en ti una vez más, y ahí comenzó lo que podría describirse como tu tortura... o algo más oscuro. Cada vez que se retiraba, sentías un leve respiro de alivio, pero cuando volvía a enterrarse dentro de ti, era una mezcla dolorosa y placentera, aunque el dolor predominaba por la falta de delicadeza y su imponente tamaño. Tus chillidos llenaban el aire con cada estocada, mientras las lágrimas asomaban en tus ojos por la intensidad del acto. Si estuvieras en esa misma situación con cualquier otra bestia, sería un infierno insoportable; pero con Raphael, aunque la experiencia era brutal, sentías un retorcido placer. Porque, al fin y al cabo, era tu Raphy, y aunque tu cuerpo estaba siendo llevado al límite, había algo perversamente perfecto en la manera en que te llenaba.
Tus dulces e incontrolables gemidos quedaban opacados por los guturales y profundos gruñidos de Raphael, que se alejaban totalmente de los sonidos convencionales de una tortuga, y se asimilaban más a los de un monstruo de algún cuento de terror. Tus ojos estaban cerrados, no solo por el placer, sino para engañar a tu mente y hacerle creer que estabas teniendo un momento íntimo con un pareja, en algún lugar bonito, reforzando su relación... y no solo que te estaba follando para dejarte preñada.
El propio grosor de su falo te obligaba a mantener las piernas bien abiertas, lo cual parecía encantarle aún más. Podías sentir cómo las gotas de saliva caían pesadamente desde su boca, estampándose contra tu espalda y el suelo. Cada vez que sentías el impacto caliente de su baba recorriendo tu piel, tu cuerpo reaccionaba involuntariamente, erizado y sometido, mientras tus dedos desesperados intentaban aferrarse a los pequeños escombros bajo ti, buscando algo a lo que aferrarte inútilmente. Abriste los ojos un momento y lo único que pudiste ver fue su brazo apoyado en el suelo, sus garras intentando perforar el piso con tanta fuerza que casi parecía que estaba marcando su territorio, reclamándote por completo. No bajaba el ritmo, al contrario, parecía que el placer lo volvía más salvaje. Cada vez que se enterraba dentro de ti, la regordeta punta de su verga chocaba incansablemente contra tu límite vaginal, cada golpe enviando oleadas de placer mezcladas con dolor. Las venas hinchadas de su miembro palpitaban contra tus paredes, y podías sentir cómo todo su falo abultaba tu vientre, tan dentro de ti que parecía que en cualquier momento te rompería por completo.
Cada empujón te arrancaba gemidos ahogados que se mezclaban con el sonido obsceno de su verga entrando y saliendo de tu empapado coño. Después de un rato y sin previo aviso, tus piernas comenzaron a temblar y los gemidos se convirtieron en jadeos más intensos; las contracciones se apoderaron de tu interior, mientras pequeñas convulsiones recorrían tu cuerpo. El orgasmo te envolvía por completo, pero Raphael no se detenía, ni parecía que lo haría pronto. Respiraste y exhalaste con dificultad, corriéndote humedamente. La tortuga sintió tus fluidos bañar su miembro, lo que lo hizo gruñir profundamente. Entre embestidas, sentías como tu propia esencia resbalaba por tus piernas, y claro, esto también liberaba un aroma que lo embriagaba. Sentiste su tentáculo apretar el agarre de tu cintura, lo que te alarmó. De manera simultánea, su polla comenzó a hincharse dentro de ti a medida que te penetraba. Pensaste que estaba a punto de alcanzar su clímax, aunque lo dudaste un segundo, consciente de que, por su naturaleza y complexión, Raphael aún podía resistir más tiempo, sin embargo, no te equivocaste. De pronto, tu interior se sintió sumamente caliente. Raphael estaba derramando dentro de ti una gran cantidad de esperma con el único propósito de preñarte. Tu pobre coño apenas y pudo albergar un poco de su semen antes de chorrearse por las comisuras de tu vulva. Esa calidez contrastaba con el frío del suelo, y un gemido agudo escapó de tus labios mientras Raphael permanecía en lo más profundo de ti, asegurándose de llenar cada rincón.
Tirada en el suelo, con el rostro oculto entre tus brazos, sentías cómo tu pecho subía y bajaba con esfuerzo, tu corazón latiendo a mil por hora. Mientras tratabas de recuperar el aliento, no podías evitar pensar en lo rápido que Raphael había terminado. Y con «rápido», te referías al tiempo que sería normal para un humano… pero tu novio no era un humano. ¿Cuánto tiempo dura una tortuga teniendo sexo? ¿Y una tortuga mutante? ¿Y una tortuga mutante que además había sido infectada por el Krang?
Tal vez habías hablado en voz alta, o quizá Raphael ahora podía leer tu mente, pero lo cierto era que estaba a punto de demostrarte, con hechos, cuánto podía resistir al follar.
De repente, sentiste cómo su tentáculo te levantaba lentamente del suelo. Sorprendida y algo asustada, te aferraste a él para evitar caer. Raphael se había recostado sobre el suelo y ahora se sentaba erguido, ofreciéndote una nueva perspectiva. Tragaste con dificultad al notar que su falo estaba erecto y todavía goteaba esencia blanquecina. Te colocó frente a él, posicionándote justo sobre la punta de su polla. Jadeaste, con los ojos entrecerrados por el cansancio y la mente en blanco. Con brusquedad, te bajó sobre su miembro, penetrándote profundamente. Su tentáculo te levantaba y bajaba con fuerza sobre él, y tú solo sollozabas ante las sensaciones contradictorias que te provocaba: tu cuerpo se rendía al placer, pero tu corazón deseaba que todo acabara, que él simplemente te abrazara y te llenara de besos.
Gemías cada vez que bajaba tu agotado cuerpo sobre su gorda e insaciable verga. Tus uñas estaban aferradas en su tentáculo y tus piernas aún seguían temblorosas por tu orgasmo. El semen seguía escurriendo de tu interior, mientras lágrimas de placer caían de tus ojos. Raphael gruñía de forma profunda al sentir cómo tus contracciones volvían a dominarte, provocándote otro orgasmo en tan poco tiempo, y tú ya no podías resistirlo. Rindes tu voluntad, dejándote llevar, aceptando que él te poseyera cuantas veces quisiera. La falta de comida había debilitado tanto tu cuerpo que la poca energía que te quedaba se había consumido en este momento. Tus ojos comenzaron a cerrarse, un hormigueo recorrió todo tu cuerpo y un zumbido invadió tu cabeza. Sea lo que fuera a suceder a continuación, si tu final estaba cerca, te confortaba saber que sería a manos de tu amado Raphy.
♡
Tu cuerpo dolía... y mucho, en especial tu entrepierna. Te preguntabas cuánto tiempo habías estado inconsciente y cuántas veces más Raphael había utilizado tu cuerpo para satisfacerse. No necesitabas abrir los ojos para darte cuenta que no estabas muerta, sentías cada parte de tu cuerpo y lograbas escuchar un poco de caos a la lejanía... Oh, el desastre que habían ocasionado los Krang, definitivamente seguías en este mundo.
Pero no sentías el frío suelo, de hecho se sentía caliente y el suave arrullo de una respiración tranquila te hacía no querer abrir los ojos, pero lo hiciste de todas maneras. Al levantar un poco la vista, te encontraste con la tortuga dormida. Al bajar la mirada, te diste cuenta de que te tenía acurrucada entre sus brazos, envuelta en una manta algo rota y deshilachada, como si fueras un bebé. Al enfocar mejor la vista, notaste que su tentáculo había desaparecido; en su lugar, estaba su brazo... era tu Raphy.
—R... ¿Raphy? —pronunciaste débilmente, intentando despertarlo.
Reaccionó de inmediato a tu voz; no estaba dormido, solo tenía los ojos cerrados para descansar un poco.
—¡Amor! —exclamó, su voz entrelazada con preocupación y alivio—. Por fin despiertas, gracias al cielo.
Sonreíste y él besó repetidamente tu cabeza, como si ese gesto pudiera aliviar el peso de la culpa que lo consumía.
—En verdad lo siento, lo siento tanto, linda. No recuerdo nada... —sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas—. Lo lamento tanto, no quería dañarte... por favor, perdóname.
Raphael no encontraba la manera de pedirte perdón, te había tratado brutalmente hasta hacerte desfallecer y para él eso era imperdonable. Su voz transmitía arrepentimiento, una fuerte culpa genuina... y tú le creías. Lo conocías bien y desde hace años, también sabías que el parásito del Krang era incontrolable, y por eso, lo perdonabas.
Te esforzaste por pronunciar una palabra, interrumpiendo sus disculpas.
—A...amor —dijiste con una sonrisa débil—. Mudémonos a un bosque... cerca del río.
Raphael te miró confundido, su mirada reflejaba preocupación. Acarició tu rostro con ternura, como si temiera que el simple contacto pudiera romperte.
—Primero tienes que recuperarte.
Negaste con la cabeza, sintiendo la urgencia de escapar de ese lugar.
—Por favor... vámonos de aquí.
Raphael asintió, y te acurrucó de nuevo en su pecho. No dejó de besarte la frente y la cabeza. Susurros de cariño fluyeron de sus labios, recordándote los cumplidos y palabras dulces que alguna vez usó para conquistarte... antes de que esta pesadilla comenzara.
ʕ´•ᴥ•'ʔ hola, soy la escritora Mafer.
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