━━━━chapter three.

Nailea Wolff.

Los golpes en la puerta se fueron intensificando poco a poco y por consiguiente también el pánico en los ojos de Carlos.

Verlo tan desesperado me traía ciertos recuerdos ciertamente muy gratos.

—¡Nailea! —escuché la exclamación de Carlos, en la tonada de un murmullo pues estaba muy cerca de mi rostro para que nadie más además de mi pudiera escucharlo. Lo observé con cuestionamiento, me había perdido en mis pensamientos. —Escóndete en el baño, trataré de que Charles no entre, ¿entendido?

Carlos me agarraba de los hombros mirándome tan intensamente que realmente apenas estaba escuchando lo que me decía, solo sabía que esto realmente me afligía. Mucho peor que a él, aunque valoraba el hecho de que igualmente me respetaba tanto que siempre velaba por mi.

El españolito, ya perdiendo la paciencia, me dio la vuelta en dirección al baño de su remolque y me guió ahí con una mano en mi espalda baja para evitar que pudiera desmayarme en el proceso. Estaba tan noqueada por la realidad que ni siquiera percibía mis sentidos.

A ver, Nailea Wolff. Detalla la situación. Tu odioso archienemigo está detrás de esa puerta, sabiendo que tú has regresado a casa después de años.

Eso definitivamente es un problema.

La ira regresó a mi en grandes escalas, derribando toda la parsimonia a su paso. Mi pequeña burbuja de estupefacción se quebró, estallando tan libremente que la reacción más rápida fue fruncir el ceño ante la situación en la que me veía envuelta.

Iba a seguir delirando posiblemente, pero el sonido de la puerta abriéndose y luego la voz de Carlos llegando a mis oídos con su tan característico tono tan, tan... bueno, él, causó una increíble curiosidad en mi.

Pegué mi oído a la puerta del baño como una auténtica fanática del chismorreo y traté de no ser descubierta en el proceso.

—¿Qué se te ofrece, Charles? —escuché que preguntó Carlitos.

“Asique el destilado este si entró. Dios, que horror.

—Nada, es que...—se hizo un largo silencio entre ambos. Fruncí el ceño con curiosidad y me acerqué más a la puerta para escuchar de qué hablaban.

Aunque accidentalmente mi torpeza se hizo presente, logrando que moviera el bote de la basura y por consecuencia eso ocasionó un sonido tremendo. El pavor recorrió todo mi cuerpo mientras los susurros de los chicos de Ferrari se detuvieron abruptamente al mismo tiempo que yo tapaba mis labios con la mano.

—Oh vaya, Calos. ¿Tan temprano ya? —escuché que había dicho Leclerc en un tono que simulaba ser sugerente.

—Sí... ¡No! Quiero decir no, Charles. Pero será mejor que te vayas ya, ¿sabes? ¡Nos vemos allá! ¡Ciao!

Escuché el sonido de la puerta cerrarse tan fuerte que me llevé una mano al pecho.

—Nai, tranquila, ya puedes salir de tu terrible escondite.

Abrí la puerta del baño y salí con las mejillas acaloradas. Ese suceso había sido ciertamente mucha adrenalina para mi sistema.

Carlos me observó salir con su mirada de las mil palabras jamás dichas. Si esos ojos suyos pudieran hablar dirían algo como: “Mírate, tan loca por un chico, ja.” de eso estoy muy segura.

Le lancé una mirada fulminante a Carlos y me dispuse a salir de aquel lugar, porque sinceramente todo empezaba a sentirse muy pequeño. Aquel calor tan familiar de repente había empezado a quemar todo, y eso claramente era por la llegada de Leclerc.

—¡Fue un gusto volver a verte, Nai!

Escuché la fuerte exclamación del españolito mientras caminaba lejos de su remolque. Una sonrisa me acompañó por un breve momento mientras veía que nadie más estuviera a mi alrededor.

Caminé con cierta prisa, pero esta vez sí me fije para dónde iba. No quería terminar en Williams o en Red Bull, estoy segura que ahí el legendario Toto Wolff no estaría para nada feliz.

—Hey Nailea. —me saludó aquella misma persona que estuvo conmigo en las prácticas privadas de Mercedes.

—Hola... —saludé a duras penas mientras buscaba un poco de aire.

El hombre, que seguía siendo ciertamente desconocido, me tendió una botella de agua. La cual ni siquiera dude en aceptar.

—¿Te perdiste? —preguntó.

Asentí con una sonrisa avergonzada mientras tenía las mejillas llenas de agua. Él soltó una risita baja y creo que fue ahí el momento en que me di cuenta que jamás le pregunté su nombre.

Tragué el líquido y me dispuse a ser una curiosa. —¿Cómo te llamas? —pregunté primeramente.

—Tengo un nombre pero sinceramente solo dime Agreste.

—Oh. —mencioné un poco extrañada—. ¿Y por qué no puedo saber tu nombre real?

—Ese es mi nombre real.

—¿Agreste? —vi como asintió un poco divertido ante mi confusión—. ¿Y por qué eres Agreste?

—Por ser francés.

Su tonta broma me sacó una risa.

Dejé la botella de agua a un lado y procedí a empezar a colocarme bien el uniforme de Mercedes, las prácticas comenzarían dentro de poco pero tampoco dejaría de saciar mi sed a saber todo.

—¿Y eres nuevo aquí, Agreste? —pregunté mientras batallaba con mi cabello.

—Tan nuevo como tú, Nailea. —mencionó. Énarque una ceja de curiosidad en su dirección y él volvió a sonreír. —¿Nadie te lo ha dicho aún cierto?

—Creo que eso está más que claro. —hice obviar la situación.

Agreste, el otro francesito de Mercedes, mantuvo su sonrisa e incluso apostaria a que fue un tanto divertida.

—Entonces lo descubrirás pronto. —mencionó yéndose. Iba a hablar pero él nuevamente me interrumpió. —¡Buena suerte con los tiburones, Nailea!

Tragué grueso nuevamente.

Las palabras de Agreste me habían traído a la realidad sin arrebato alguno. Hoy era el día en que volvería a correr.

Y justamente en Silverstone, válgame Dios.

Narrador omnisciente.

Mientras Nailea sentía que sus nervios florecían cual rosas en primavera, Charles Leclerc estaba un poco más lejos de ella sintiendo ciertamente una rabia poco desconocida en alguien como él.

Muchos dudaban de qué estaría pasándole, pero algunos —concretamente ya los más antiguos— podrían suponer a qué se debería.

Si bien jamás errarían en el hecho de que era Nailea Wolff y su retorno lo que traía completamente desconcentrado al monegasco, aquellas personas tampoco podrían ni siquiera acertar en el hecho de a qué se debía tanta molestia de su parte en aquel día.

Ese sería el misterio del día para los funcionarios de Ferrari. Y así se quedaría.

Charles guardó silencio con todo el mundo, pues él mismo sentía que era una pequeña bomba que podría explotar con personas equivocadas. Y él no deseaba eso, ¿por qué una persona extraña debía pagar las consecuencias de su rabia con lo que lo atormentaba? Era patético, pensaba él.

—Charles, creo que encontramos algo extraño. —las palabras de Xavier, su ingeniero, lo habían traído de vuelta a la realidad.

—¿En serio? ¿Ahora? —preguntó sin delicadeza alguna.

—Estamos averiguandolo. Tú sigue.

La comunicación se había cortado al instante, dejando a un Charles Leclerc con más rabia acumulada.

Las personas suelen decir que el corazón es el motor de nuestro cuerpo, pero sinceramente podríamos decir también que las emociones lo alimentan.

Si sientes tristeza, te da un bajoneo inmenso y la monotonía podría ser un fiel depredador en tus día a día.

Si sientes alegría, quieres compartirlo con medio mundo, podrías saltar de un avión y seguirías siendo feliz.

Si sientes amor, tu mundo se detiene, todo se descarrila de las vías y simplemente eres irracional.

Ahora, si sientes rabia... nada te detiene. Tu mente se nubla en pensamientos de poderío, pensando que cualquier cosa es posible para ti.

O al menos así se sentía Charles mientras conducía las últimas vueltas de la segunda práctica de aquel día.

Como si fuera alguien poderoso mientras sacaba a relucir hasta las últimas destrezas que poseía aquel monoplaza, su mente no conectaba con nada, solo se guíaba por sus emociones y el deseo de ganar algo.

Lástima que descargaba todos esos deseos en pista y no en las cosas que realmente valían la pena para él en aquellos momentos.

—Bien hecho, estuviste bien apesar de todo. —murmuró Xavi por el comunicador.

—Ajá. —contestó.

¿Qué carajos le pasaba? ¿Por qué se sentía tan insuficiente con aquello? Había dejado todo de sí en pista —y eso que eran las primeras prácticas—, ¿por qué no podía dejar de sentir tanta rabia?

Al momento en que Charles bajaba del monoplaza se quitó toda la instrumentaria que no necesitaba. Estaba tan concentrado en ello que apenas veía su camino... y entonces chocó con algo, o más bien alguien.

—Lo lamen- ¿Wolff? —la pregunta salió con extrañeza. ¿Por qué se extrañaba si ya sabía que estaría aquí? ¡Acababa de pelear con ella en la pista! Y eran las prácticas, por Dios santo.

Nailea estaba estática, prácticamente muda mientras aún miraba con cierto pánico al monegasco.

Pues de todas las personas, en el lugar más grande, se tuvo que encontrar a la única persona que no quería ver ni en una miserable pintura.

Nailea tardó en recomponerse, pero cuando su mente por fin se había conectado a ella, agarró sus ganas de cachetear a Leclerc, dio media vuelta y dijo un sincero y claro: —No.

Caminó a paso rápido, mientras Leclerc quedaba estático por un momento y luego empezaba a perseguirla.

—¿Por qué corres? —preguntó Leclerc.

—Porque me gusta. —contestó Nailea.

Él se río un poco mientras ella seguía manteniendo su perfil realmente imparcial, ya no reflejaba pánico como hace unos momentos, ahora era la misma Nailea que él había conocido; altanera, maleducada, sarcástica, y un sin fin de cosas más.

—¿Así saludas a un viejo amigo? ¿Corriendo lejos de él? —el tono tan divertido del castaño simplemente la hizo detenerse.

Lo miró como si lo quisiera a tres metros bajo tierra —cosa que mentira no era— mientras se acercaba con pasos lentos hacia él. La diferencia de altura era evidente, pero Leclerc jamás dudaría en que tener a Nailea Wolff mirándote de aquella manera era ciertamente intimidante, siempre lo había sido.

—Tú y yo jamás fuimos ni seremos amigos, idiota. —murmuró lentamente. Queriendo que sus palabras se graben en la cabeza del monegasco.

Pero Leclerc sonrió más idiotamente.

—Así que sigues siendo una chica difícil eh.

Nailea se frustró mucho más al escuchar aquello, se alejó de él y mientras se alejaba de Leclerc hacia ademanes hacia el cielo como si pidiera misericordia.

Seguía sin soportar al monegasco y eso ciertamente divertía a Charles.

Pues Nailea podría cambiar su actitud con el resto, podría teñir su cabello en mil colores si quisiera, pero en su interior siempre se quedaría aquella niña de poca paciencia que seguía odiándolo a capa y espada.

—¡Fue un gusto verte de nuevo, Nailea! —exclamó, recibiendo un “agradable” gesto con el dedo por parte de Nailea.

Eso, por alguna razón, le sacó una nueva sonrisa.

El retorno de la francesa ciertamente traía como loco a todo el que conociera el mundo del motor, pues para ellos había regresado la estimada furia, la que no tenía miedo a nada en pista.

Pero para Charles...

Había regresado su más grande némesis, la única capaz de hacer que todo en su vida se volviera un juego de retos que él disfrutaba desde hace años.

—Oye, deja de mirar a la nada como si fuera el jardín de Edén.

Las palabras de Oscar lo sacaron de su burbuja de un susto. Tanto que se llevó una mano al pecho. El joven rookie de la parrilla lo observó con diversión mientras se cruzaba de brazos.

—Sí, ya se fue tu Julieta. —mencionó Lando al otro lado de Leclerc.

Y Charles volvió a asustarse.

—¡Dios! ¿Quieren matarme?

—No pueden. —dijo Carlos llegando de improvisto a la mini reunión que se había formado. —Él es presa de Nailea, si alguien lo va a matar, es ella. —mencionó con simpleza.

El monegasco lo observó visiblemente dolido, porque sentía que sus palabras eran una traición. El dúo de papayas rió con gracia ante las palabras del madrileño, en cambio Charles comenzó a fulminarlo con la mirada.

Carlos levantó las manos en son de paz. —No me mires así, teníamos un acuerdo.

—¡¿Esa cosa sigue vigente después de tanto?! —exclamó sarcástico el monegasco.

Oscar y Lando le dieron unas palmaditas amistosas en el hombro, fingiendo compasión. —Ya, tenemos que alegrar un poco a Charles, como en los viejos tiempos, ¿qué dicen? —había dicho el joven británico.

Logrando la emoción de Carlos, una sonrisa en Charles y un ruedo de ojos en Oscar. Piastri sin duda alguna pensaba que era el único coherente en aquel pequeño grupo.

—Mañana es la clasificación, Lando.

—¡Perfecto! Un poco de unión antes de la guerra. —codeó el ruloso al madrileño, a modo de broma.

—Y de la muerte de Lord Perceval. —aquella generosa contribución a la broma provino de Carlos, logrando que Leclerc volviera a rodar los ojos.

—No los soporto, a ninguno de ustedes.

El cuarteto de hombres caminaron juntos, riendo de cualquier tontería —específicamente de la comprometida situación de Charles con Nailea—, molestandose entre ellos y pactando cosas entre murmullos que nadie más que ellos cuatro podría saber.
















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VOLVIMOS, y sí, les hice bieeeen larguito este eh.

pasaron muchas cosas, pero me divertí escribiéndolo (apesar de que tarde muchísimo), mil disculpas por ello.

¡gracias por tanto cariño! ¡la historia ya tiene 1 k! <3

los quiero, echen chisme o especulaciones de qué podría suceder en el próximo capítulo!

bye.

—sof.

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