𝙵 𝚘 𝚞 𝚛

Título: El color del cariño.

Anime: Boku no Hero Academia.

Personajes: Yaoyorozu Momo, Todoroki Shoto y Nemuri Kayama.

Shipp: Todomomo.

Advertencias: angst, romance algo reducido, cliché a mi parecer, ligero Ooc.

Palabras: 1580 sin contar la ficha.

Contrincante: Silver_Saint

Sus pequeños pies se movían con insistencia dando vueltas por todas las clases de la institución. Era su segundo día en el colegio y de lo único que se acordaba era del color de la puerta.

Buscando y buscando el pequeño avance que consiguió hacer fue encontrar a una de las maestras que pasaban por los pasillos.

Con una vocecita dulce y su cara de cachorrito le pidió a la señora que le llevara a la clase de la puerta rosa. La señora le ayudó a llegar, pero nada más entrar la pequeña se extrañó al ver que ninguno de los niños que conoció el día pasado estaba allí, ni siquiera la maestra.

-Esta no es mi clase, señorita -murmuró con inocencia, causando intriga a las dos adultas de la clase.

-¿No habías dicho que tu clase es la de la puerta rosa? -La niña asintió con inocencia, sin entender la causa de la confusión de las mujeres.

Poco después de ese suceso fue al médico para revisar su vista. Tal y como sus padres temían, ella sufría de tritanopia, un tipo de daltonismo muy poco frecuente.

La niña ya no tan niña se quedó mirando al espejo.

Según su diagnostico solo podía distinguir dos colores junto con sus tonalidades: el rosa y el azul. Nada más entrar en la primaria se lo descubrieron, por lo que tuvo que estudiar en casa con una institutriz, ya que sus padres sabían lo crueles que eran los niños con los que eran diferentes y querían ahorrarle traumas a su hija.

Poco a poco había aprendido a comparar la pequeña diferencia entre una tonalidad y otra para poder saber qué color era cada tono, pero aun así no quería salir mucho al exterior.

Había decidido estudiar medicina, pues la sangre la veía igual y al visitar el hospital repetidas veces se dio cuenta de que lo que no era blanco era azul, por lo que no tendría que esforzarse mucho en distinguir los colores si no era para determinar el color de un moratón.

Aunque ella habría preferido seguir el camino de su padre y diseñar ropa de alta costura.

Apartó la mirada del espejo al escuchar la voz de su institutriz llamarla para empezar con las clases del día. Bajó corriendo por las escaleras, queriendo llegar lo antes posible a la planta baja de la casa.

Al ser todo de colores blanquecinos no pudo calcular bien dónde pisaba y acabó rodando por las escaleras, asustando a una de las sirvientas que pasaban por ahí y a su institutriz. Se les detuvo el corazón a todas al ver cómo Momo llegaba al suelo y su cara se ponía morada por falta de aire.

La institutriz tuvo que llamar a la ambulancia, pues la niña no daba señales de respirar. En menos de un par de minutos la ambulancia ya estaba en la mansión con todo preparado para ayudar a la torpe adolescente.

Consiguieron que volviera a respirar, pero al escuchar los quejidos que salían de su boca la revisaron completamente y le encontraron una costilla rota.

-¡Me duele, no hagas eso! -exclamó la de cabellos negros a su institutriz, Kayama Nemuri.

-¡Si no dejas de moverte no podré ayudarte a ponerte cómoda! -Adoraba a esa niña, pero había veces en las que le habría encantado meterle alguna que otra colleja por gritona. Luego se acordaba que se lo había enseñado ella y se le pasaban las ganas.

-¿Cuánto tiempo tengo que estar en el hospital para que se me cure la costilla? -cuestionó con curiosidad, saber cuanto tardaba en curarse una costilla rota le sería un poco de ayuda.

-Por lo que han dicho los médicos es una fractura simple, así que solo serán seis semanas. El horario de estudio seguirá siendo el mismo, así que no dejaré que descanses nada -dictaminó la adulta de cuerpo esbelto.

Yaoyorozu asintió satisfecha. Tendría que llamar a sus padres para avisarles de lo que había ocurrido y que no se asustaran al llegar a casa y no ver a su hija por ahí.

-Ya he llamado a tus padres, están enterados de todo. -Por eso mismo que Yaoyorozu pensaba que su institutriz era una bruja que había sobrevivido a las hogueras. Siempre sabía lo que ella pensaba.

-A veces me das miedo, Nemuri-sensei.

-Lo sé, Momo.

Llevaba ya tres horas escuchando a Kayama hablar sobre los modelos atómicos que han habido, pero Momo en lo único que pensaba y se fijaba era en que ese día Nemuri se había puesto un tipo diferente de gafas, pues las que siempre llevaba eran rojas y ese día se había puesto unas negras.

-Y el modelo atómico actual es el que dice que el núcleo está formado por protones y neutrones, que son rodeados de electrones. Los electrones se encuentran en las órbitas, las cuales pueden albergar un número definido de electrones. ¿Mocosa, me escuchas?

La de cabellos de tonos negruzcos volvió de su estado de estatua para mirar a su institutriz desconcertada. Nunca se había aburrido tanto en una clase, menos de química.

-Continúa, yo te escucho.

-No, no me escuchas ¿Qué te pasa últimamente? Estas muy despistada. Primero te caes por las escaleras y ahora ni siquiera estás atenta en clase -argumentó la adulta, luego suspiró y se acercó a la menor.

Momo estalló en lágrimas nada más escuchar esas palabras.

Estaba harta. Quería ser una persona normal, ver los colores como debía verlos, no tener que vestirse siempre de blanco, negro y gris para no confundir los colores de las prendas, tener amistades fuera del círculo familiar.

Ya le superaba todo, no quería tener que seguir con todo eso.

-Ven, vamos a dar un paseo para que puedas calmarte.

La morena asintió, sentándose en la silla de ruedas con la ayuda de la de ojos azules. Estuvieron dando vueltas por el jardín del hospital hasta que la morena pudo respirar con normalidad, pues acabó alterada gracias a que el llorar había hecho que le doliera la zona de la costilla fracturada.

Le pidió que la dejara sola durante unos minutos y se quedó allí, mirando el cielo e intentando aguantar las lágrimas que peligraban con escaparse de sus ojos.

Se quedó algo desconcertada al sentir la presencia de alguien a su lado. Al girar su cuello hacia el lado izquierdo pudo ver el perfil derecho de la persona que se había sentado a su lado.

Con unas facciones finas, maduras y un color de pelo blanquecino el chico miraba al frente con parsimonia, pero sus ojos estaban cerrados, demostrando que en realidad solo estaba atento a los sonidos de su alrededor.

-Mira a tu alrededor.

La chica se sobresaltó al principio, pero hizo caso a lo que el chico le pidió. Miró el césped. Una persona vería el brillante verde de la hierba, pero ella solo veía un color grisáceo. Se fijó en la ropa de los visitantes. Los colores que percibía eran el rosa, el gris y el tono extraño de azul, que por cierto nunca pudo descubrir cuál era su nombre.

-Ahora cierra los ojos como yo y cuéntame lo que te pasa.

Volvió a hacer caso a las palabras del chico y suspiró con suavidad, para dar paso a las palabras que llevaba guardando desde que se enteró de que sufría de tritanopia.

Se lo explicó todo al desconocido, esforzándose para no volver a sucumbir a las lágrimas. Le contó lo sola que se sentía, lo inútil que a veces se veía a si misma y lo destrozada que estaba en realidad al no poder ser lo que quería.

Desahogó todos sus sentimientos en ese momento, liberándose de una carga que llevaba encima desde hacía años.

No lloró por el simple hecho de que le dolería un infierno la costilla, por lo que el chico escuchaba la voz de la contraria entrecortada y rasposa.

Al acabar y respirar un poco para tranquilizarse no faltó mucho para que el chico se acercara a ella y le diera un cálido abrazo. Ese momento para ella fue algo que nunca olvidaría.

Permanecieron así durante unos minutos, pues la calidez del chico ayudaba a que Momo se tranquilizara. Al separarse ella pudo ver mejor la cara del chico, y se dio cuenta de que la mitad izquierda de su pelo era de un tono rojizo y sus ojos tenían el iris de tonalidades diferentes.

Veía perfectamente los colores del lado derecho, pero confundía ligeramente los tonos del lado izquierdo. Lo que sí que vio con claridad fue la cicatriz que cubría su ojo izquierdo.

Por instinto acarició la cicatriz, sintiendo la piel quemada rozar sus suaves dedos. El chico cerró los ojos, disfrutando de la caricia que la morena le otorgaba.

Por un momento los dos se olvidaron de lo que les había hecho juntarse, dejaron escapar los problemas que les atormentaban y permanecieron en la misma posición hasta que la morena empezó a tiritar de frío, pues ya casi anochecía.

El de ojos heterocromáticos acompañó a la de mirada ónix hasta su pequeña habitación, llevándole en la silla de ruedas. Se despidieron con una mirada cargada de sentimientos, con el deseo de no querer separarse.

Pero eso no era un cuento de hadas, era la vida real.

No volvieron a verse desde entonces. Pero la morena siempre que miraba el tono grisáceo que su vista le otorgaba de la hierba, se acordaba del chico que hizo que se enamorara de él con dieciséis palabras y un cálido abrazo.

Cuarta fase: completada.

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