-Mᴀʟғᴏʏ Mᴀɴᴏʀ

—Traicionero cobarde.—dijo Ron levantándose, —¿No podemos confiar en nadie?

Harry negó, —La raptaron porque él me apoyaba—comprendió—. Está desesperado.

—Haré los hechizos.—dijo Hermione yéndose.

Cada amigo se fue por su propio camino, Ginny se agachó un poco para ver sus mangas, pero sintió una presencia, levantó la cabeza y vio al carroñero de la otra vez, el que la pudo oler.

—Hola, bonita.—le dijo él.

La chica retrocedió un poco, y vio que sus amigos también se habían encontrado con varios. Todos salieron corriendo en la misma dirección.

—No se queden esperando.—el carroñero principal habló, —Atrápenlos.

Todos corrían, Ginny y Hermione llevaban la delantera, mientras que los demás las seguían, los hechizos se hacían presentes, y la castaña-rojiza  supo que no iban a durar mucho corriendo, Hermione se había quedado atrás, pero no sabía que era porque a su hermano lo habían encadenado, y por tratar de ayudarlo, a la castaña también la atraparon. Cuando llegó a un lugar con muchas salidas visibles, paró. Ginny vio a Harry correr hacia ella, lo apuntó a la cara con la varita, en vez de dirigirla contra los intrusos. Hubo un estallido, un destello de luz blanca, y el muchacho se dobló por la cintura, dolorido y cegado. Al llevarse las manos a la cara, notó que ésta se le hinchaba rápidamente.

La chica se agachó junto a él, guardando algunas cosas, entre ellas, su relicario, estaba segura de que los llevarían con los mortífagos, y ellos sabrían lo que hace este, no pararían hasta quitárselo, incluso podrían torturarla, y podría causarle problemas a sus amigos.

—Las reliquias existen.—dijo Harry, que ya no lucía como él, —Está buscando una, la última. Y sabe dónde está, la tendrá esta misma noche. Sabe dónde está la varita.

Los carroñeros levantaron a la castaña-rojiza con brusquedad, separándola de su mejor amigo.

—¡No la toques!—gritaron ambos chicos, tratando de zafarse del agarre de los carroñeros, recibiendo golpes.

—¡Déjenlos!—gritó ella desesperada.

—A tus amigos les va a ir mucho peor, si no aprenden pronto, a comportarse.—Scabior llegó, muy tranquilo, luego vio a Harry, —¿qué te pasó, feo? ¿Cómo te llamas?

Harry no dudó, —Dudley, Vernon Dudley.

—Revísalo. ¿Y tú quién eres, pelirrojo?

—Stan Shunpike.—respondió Ron.

—¡Y un cuerno! —protestó Scabior—. Conocemos a Stan; ha hecho algún que otro trabajito para nosotros.

Se oyó otro puñetazo, y el pelirrojo habló, —Me llamo Bardy —balbuceó Ron, y Ginny dedujo que tenía la boca ensangrentada—. Bardy Weasley.

—Ajá, ¿un Weasley? —se sorprendió Greyback—. Entonces, aunque no seas un sangre sucia, estás emparentado con traidores a la sangre. Bien,  veamos a su amiguita...

—Tranquilo, Greyback —le advirtió Scabior mientras los otros reían.

—No te preocupes, todavía no voy a hincarle el diente. Comprobemos si es más ágil que Barny para recordar su nombre. ¿Cómo te llamas, niña?

—Penélope Clearwater —contestó Hermione. Lo dijo con miedo pero sonó convincente.

—¿Qué Estatus de Sangre tienes?

—Sangre mestiza.

—Será fácil comprobarlo —opinó Scabior, luego vio a la última, —Tú si no te me escapas, Ginevra Croppor.—saboreó cada letra del nombre de la chica, haciendo que a Harry se le pongan los pelos de punta.

Greyback rió, —Un delicioso postre.—agarró un mechón de pelo de Ginny con sus garras y lo olfateó, haciendo que la chica tuviera asco y respirara entrecortadamente, —La pequeña Croppor...¿ahora si te nos unirás, o tendremos que torturarte hasta que decidas?

Ginny, con la respiración cortada, lo miró con odio, —Nunca.

El cuarteto de oro ahogó un chillido cuando vieron al hombre lobo con intención de morder a la Weasley, pero Scabior lo empujó antes de que pudiera hacerlo.

—¡No! Él la quiere viva.—volvió a la chica, —No habrá paga, si llega muerta...¿Has buscado ya sus nombres en la lista, Scabior?

—Sí. Aquí no aparece ningún Vernon Dudley.

—Interesante —dijo el hombre lobo—. Muy interesante.

Y se agachó al lado de Harry, que distinguió, a través de las finísimas rendijas que separaban sus hinchados párpados, una cara cubierta de enmarañado pelo gris, con bigotes, afilados dientes marrones y llagas en las comisuras de la boca. Greyback olía igual que en lo alto de la torre donde murió Dumbledore: a mugre, sudor y sangre.

—Así que no te buscan, ¿eh, Vernon? ¿O figuras en esa lista con otro nombre? ¿En qué casa de Hogwarts estabas?

—En Slytherin —contestó Harry sin vacilar.

—Qué curioso. Todos creen que eso es lo que queremos oír —se burló Scabior desde la oscuridad—. Pero nadie es capaz de decirnos dónde está la sala común.

—Se halla en las mazmorras y se entra por la pared —dijo Harry—. Está llena de cráneos y cosas así, y como queda debajo del lago, la luz tiene un tono verdoso.

Hubo un súbito silencio.

—Vaya, vaya, parece que esta vez hemos capturado a un verdadero Slytherin — dijo Scabior al fin—. Bien hecho, Vernon, porque no hay muchos sangre sucia en esa casa. ¿Quién es tu padre?

—Trabaja en el ministerio —mintió Harry. Sabía que la historia que se estaba inventando se derrumbaría a la mínima investigación, pero sólo disponía de tiempo.

—¡Un momento, Greyback! —exclamó Scabior—. ¡Mira qué dice aquí, en El Profeta! «Hermione Granger —iba leyendo este último—, la sangre sucia, Ginevra Croppor, sangre limpia que según todos los indicios viajan con Harry Potter.»

Ginny maldijo en un susurro, con el simple hecho de saber quién era ella, ya los habían descubierto, pero sabía que iban a comprobar que estuvieran los tres.

—¿Sabes qué, muchachita? La chica de esta fotografía se parece mucho a ti.—se acercó a Hermione.

—¡No soy yo! ¡No lo soy! —El aterrado chillido de Hermione equivalió a una confesión.

—Bueno, esto cambia las cosas, ¿no? —susurró Greyback.

Todos callaron. Harry percibió cómo los Carroñeros, inmóviles, los observaban, y notó también el temblor del brazo de Ginny contra el suyo. Greyback se enderezó, dio un par de pasos hacia Harry, volvió a agacharse y examinó minuciosamente sus deformes facciones.

—¿Qué tienes en la frente, Vernon? —preguntó en voz baja, y presionó con un mugriento dedo la tensa cicatriz. Harry olió su fétido aliento.

—¡No me toque! —gritó, porque creyó que no soportaría el dolor.

—Creía que llevabas gafas, Potter —dijo Greyback.

—¡Las he encontrado! —alardeó un Carroñero que estaba un poco más lejos—. Había unas gafas en el bolso, Greyback. Espera...

Y unos segundos más tarde se las colocaron a Harry. Los Carroñeros se acercaron y lo observaron atentamente.

—¡Es él! —bramó Greyback—. ¡Hemos atrapado a Potter!

Atónitos y sin dar crédito a lo que habían logrado, los miembros de la banda retrocedieron unos pasos. Harry, que seguía esforzándose por mantenerse consciente pese al insoportable dolor de cabeza, no supo qué decir.

—¡Al cuerno con el ministerio! —gruñó Greyback—. Se pondrán ellos la medalla y a nosotros no nos reconocerán ningún mérito. Propongo que se lo llevemos directamente a Quien-ustedes-saben.

—¿Qué pretendes hacer? ¿Le avisarás, o lo harás venir aquí? —preguntó Scabior, muerto de miedo.

—No, yo no tengo... Dicen que utiliza la casa de los Malfoy como cuartel general. Lo llevaremos allí. Agárrenlos fuerte y no los suelten. Yo me encargo de Potter —ordenó Greyback agarrando a Harry por el pelo; el muchacho notó cómo las largas y amarillentas uñas del hombre lobo le arañaban el cuero cabelludo—. ¡Voy a contar hasta tres! Uno... dos... ¡tres!

Se desaparecieron llevándose a los prisioneros. Harry forcejeó para soltarse de la mano del hombre lobo, pero fue inútil porque Ron y Ginny iban pegados a él, uno a cada lado, y no podía separarse del grupo; cuando se quedó sin aire, la cicatriz le dolió aún más. Los prisioneros entrechocaron al tomar tierra en un sendero rural. Se vio una verja de hierro forjado que daba entrada a lo que parecía un largo camino.

—¿Esta es...?—Hermione acercó un poco su cabeza a la de su mejor amiga mientras le susurraba para que los carroñeros no las escuchen.

—La mansión Malfoy...pasaba aquí todos los veranos de niña.—le susurró Ginny a Hermione sin moverse un poco, solo caminaba con la cabeza en alto sin demostrar miedo, aunque quisiera morir ahí mismo.

Llegaron a la entrada principal, Bellatrix los vio, y cuando observó la hinchada cicatriz de Harry, solo murmuró el nombre de Narcisa.

No fue sorpresa que Bellatrix se quedara al lado de Ginny, riéndose malévolamente de ella, y proponerle mil veces que se uniera a ellos. Narcisa los esperó, para guiarlos ella. La pequeña Weasley no soportó verla, y se zafó del agarre, corriendo a los brazos de la que consideraba una madre, ella la aceptó con gusto, pero solo duraron así unos segundos, pues Bellatrix las separó.

—Cissy.—regañó.

—¡No!—gritó Ginny al ser llevada de nuevo con el grupo.

—Síganme —indicó Narcisa después de reincorporarse, guiándolos por el vestíbulo—. Mi hijo Draco está pasando las vacaciones de Pascua en casa. Él nos confirmará si es Harry Potter.

—¿Qué significa esto?

Ginny reconoció al instante la voz de Lucius Malfoy: aquel hablar arrastrando las palabras era inconfundible. Empezaba a asustarse de verdad, porque no veía cómo iban a salir de allí.

—Dicen que han capturado a Potter —explicó Narcisa sin emoción alguna—. Ven aquí, Draco.

El rubio hizo lo pedido, pero se acercó primero a quien había sido su mejor amiga, —Lo lamento.—le susurró, abrazándola, y aunque ella no se atrevió a mirarlo, igual lo abrazó, queriendo llorar.

—¡Ya basta!—bramó Lucius, separando a ambos jóvenes, y posicionó a su hijo frente a Harry.

—¿Y bien? ¿Qué me dices, chico? —preguntó el hombre lobo.

—¿Y bien, Draco? —preguntó Lucius Malfoy con avidez—. ¿Lo es? ¿Es Harry Potter?

—No sé... No estoy seguro —respondió Draco. Mantenía la distancia con Greyback, y parecía darle tanto miedo mirar a Harry como a éste se lo daba mirarlo a él.

—¡Pues fíjate bien! ¡Acércate más! —Harry nunca había visto tan ansioso a Lucius Malfoy—. Escucha, Draco, si se lo entregamos al Señor Tenebroso nos perdonará todo.

—Bueno, espero que no olvidemos quién lo ha capturado, ¿verdad, señor Malfoy? —terció el hombre lobo, amenazador.

—¡Por supuesto que no! ¡Por supuesto! —replicó Lucius con impaciencia. Se acercó tanto a Harry que el muchacho, a pesar de la hinchazón de los ojos, vio con todo detalle aquel rostro, desprovisto de la palidez y la languidez habituales. Debido a su deformidad, igual que una especie de máscara, era como si Harry mirara entre los barrotes de una jaula.

—No seas tímido, cariño.—dijo Bellatrix, su tía, agarrando su mano, —Ven acá.—lo hizo agacharse a la altura de Harry, —Ahora, si no es quien creemos, Draco, y lo llamamos, nos matará a todos. Debemos estar seguros.

—¿Qué le ha pasado en la cara?—fue lo único que dijo él.

—Sí, ¿qué le pasó en la cara?

—Así lo encontramos.—dijo Scabior, —Suponemos que algo le pasó en el bosque.

—O le hicieron un hechizo punzante.—dedujo la Black, —¿Fuiste tú, pequeña Ginny?—la apuntó, y se acercó, —Dame su varita, veamos cuál fue su último hechizo...te descubrí.—pero soltó una exclamación de sorpresa, al ver la espada, —¿Qué es eso? ¿Cómo la obtuviste?

—Estaba en su bolsa cuando la registramos.—dijo un carroñero, —Pero ahora es mía.

Bellatrix le lanzó un hechizo, y amarró a todos los carroñeros, estaba molesta, —Lárguense, ¡Lárguense!—se acercó a Ron y Hermione, y los empezó a empujar, —Cissy encierra a los chicos y a la sangre sucia en el calabozo, voy a tener una conversación con la pequeña Ginny, de chica a chica—dijo Bellatrix acercándose a Ginny haciendo que sus respiraciones se mezclen.

Narcisa había lanzado a Harry y Ron hacia los que iban a llevarlos a el calabozo pero a Hermione la entregó normal luego se giró a ver a Bellatrix quien había pegado una cachetada a Ginny que resonó por toda la habitación, Narcisa se sintió fatal, iban a torturarla, torturarían a quien consideraba una hija, no podía permitirlo pero no podía hacer nada, cuando Bellatrix le dio otra la cara de Ginny se giró y sus ojos cafés oscuros se encontraron con los negros de Narcisa.

—Cissy—murmuró Ginny, pidiéndole ayuda, suplicándole.

Narcisa llegó a leerle los labios, tenía los ojos llorosos y lágrimas caían por sus mejillas, se tapó la boca con una mano intentando retener las lágrimas que caían cuando Bella tiró al piso a su niña, sin poder aguantarlo se fue de la sala.

Draco, quien estaba escondido en uno de las columnas no podía retener las lágrimas aunque quisiera, estaban maltratando a su mejor amiga de la infancia, a la que le puso el apodo de Chocoredpie, a la chica de la cual se enamoró, y lo peor es que lo estaba permitiendo.

Bellatrix ya había tumbado a Ginny al suelo, la chica no podía aguantar el dolor, le había pagado hasta cansarse, y se permitió jadear un poco.

—Esa espada debía estar en mi bóveda, en Gringotts.—acusó encima de ella, —¿Cómo la obtuviste? ¿Qué otra cosa sacaron tú y tus amigos? ¡De mi bóveda!

—No saqué nada, de verdad—decía débilmente por las lágrimas que estaban en sus ojos.

—No te creo, mientes—le dijo Bellatrix encima de ella y dirigió su peso al brazo izquierdo de Ginny haciéndole algo ahí.

Ginny gritaba como loca por el dolor, sus gritos se escuchaban por toda la casa, y sabía que iba a dejarle marcas, de lo que sea que estaba haciendo. La castaña-rojiza no podía más, solo gritaba, el dolor era insoportable, sentía como si le clavara agujas que traspasaban todo su brazo, una y otra vez. Sus chillidos hacían estremecer a todos en la casa.

Mientras tanto, Luna y Hermione tenían que calmar a Harry y Ron, que estaban desesperados por ver a Ginny, pensando en lo peor, y llorando por imaginarse lo que le podrían estar haciendo. Ambos sentían como se les partía el corazón, y gritaban su nombre cada que podían, los estaban haciendo sufrir.

Hermione también sufría, aunque sabía que tenía que estar calmada por sus dos mejores amigos, no soportaba el hecho de oír los gritos de su hermana, sentía que el mundo se le desplomaba, pero tenía que ser fuerte, sabía que Ginny lo hubiese querido así.

Pudieron oír la voz de Bellatrix, que volvió a llegar desde arriba:

—¡Mientes, asquerosa traidora a la sangre, y yo lo sé! ¡Has entrado en mi cámara de Gringotts! ¡Di la verdad! ¡Confiesa!

Otro grito estremecedor...

—¿Cómo entraron en mi cámara? —preguntó Bellatrix—. ¿Los ayudó ese desgraciado duende que está en el sótano?

—¡Lo hemos conocido esta noche! —gimoteó Ginny—. Nunca hemos estado en tu cámara, Bella. ¡Ésta no es la espada verdadera! ¡Es una copia, sólo una copia!

—¿Una copia? —repitió Bellatrix con voz estridente—. ¡Mentirosa!

—¡Podemos comprobarlo fácilmente! —exclamó Lucius—. ¡Ve a buscar al duende, Draco; él sabrá decirnos si la espada es auténtica o no!

Ginny pensó que tendría unos segundos para recuperar el aire mientras traían al duende, pero Bellatrix rió, y volvió a su brazo, diciéndole que estaba quedando muy bonito. Ella solo podía gritar y estremecerse, hasta que llegó el duende.

—¿Y bien? —le dijo Bellatrix al duende—. ¿Es la espada auténtica?

Ginny esperó, conteniendo la respiración y combatiendo el dolor de su brazo.

—No —dijo Griphook—. Es una falsificación.

—¿Estás... seguro? —insistió Bellatrix con voz entrecortada—. ¿Completamente seguro?

—Sí —afirmó el duende.

El alivio iluminó la cara de la bruja, de la que desapareció toda señal de tensión. —Bien —dijo, y con un somero golpe de la varita le hizo otro profundo corte en la cara al duende, que se derrumbó gritando de dolor a los pies de Bellatrix. Ella lo apartó de una patada.

Ginny estaba tirada en el piso sin poder moverse, sus ojos rojos por el llanto y sus mejillas de un color carmesí, miró su antebrazo izquierdo y vio la frase "bloodtraitor" escrita con sangre, una lágrima se le escapó, pero ya no le importaba que la vieran así.

—Y creo que podemos quedarnos con Ginevra —dijo Bellatrix—. Así la obligaremos a ser de los nuestros...

—¡¡Nooooooo!!

Cuando Harry y Ron, junto a Hermione irrumpieron en el salón, Bellatrix se dio la vuelta sobresaltada y los apuntó con la varita.

—¡Expelliarmus! —gritó el pelirrojo apuntándola a su vez con la varita de Colagusano, y la de la bruja saltó por los aires.

Harry  la atrapó al vuelo. Lucius, Narcisa, Draco y Greyback también se volvieron. Hermione gritó «¡Desmaius!» y Lucius Malfoy cayó al fuego de la chimenea. De las varitas de Draco, Narcisa y Greyback salieron chorros de luz, pero Harry se lanzó al suelo y rodó detrás de un sofá para esquivarlos.

—¡¡Deténganse o la mato!!

Jadeando, Harry asomó la cabeza. Bellatrix tenía agarrada a Ginny, que parecía inconsciente, y amenazaba con clavarle el puñal en el cuello, su mundo se vino abajo, al igual que el de Ron y Hermione.

—Suelten las varitas —espetó la bruja—. ¡Suéltenlas, o no tendrán más Ginny, jamás!

La castaña-rojiza había perdido la consciencia un segundo después de que Bellatrix la volviera a tomar, sintió la afilada hoja de la cuchilla de la Black, aunque sabía que no le haría daño. No podría, o la mortífaga moriría.

—Y ahora...llamen al señor tenebroso.

Lucius Malfoy dio un paso adelante, remangó su camisa y estaba dispuesto a llamar a su amo, pero se oyó un extraño chirrido proveniente del techo. Todos miraron hacia arriba y vieron al elfo Dobby, trepado encima de la araña de cristal, haciéndola temblar; entonces, con un crujido y un amenazador tintineo, ésta se desprendió del techo. Bellatrix, que se hallaba justo debajo, soltó a Ginny dando un chillido y se lanzó hacia un lado. El artefacto cayó encima de Ginny y el duende con un estallido de cadenas y cristal. Relucientes fragmentos de cristal volaron en todas direcciones.

Ron corrió a rescatar a Ginny de debajo de la lámpara y Harry aprovechó la oportunidad: saltó por encima de una butaca y le arrebató las tres varitas a Draco; apuntó con todas a Greyback y chilló: «¡Desmaius!» Alcanzado por el triple hechizo, el hombre lobo se elevó hasta el techo y luego cayó al suelo.

Bellatrix, con el pelo alborotado, se puso en pie empuñando el puñal de plata. De pronto Narcisa apuntó con su varita al umbral de la puerta.

—¡Dobby! —gritó, y hasta Bellatrix se quedó paralizada—. ¡Tú! ¿Has sido tú el que ha soltado la araña de...?

El diminuto elfo entró trotando en la habitación, señalando con un tembloroso dedo a su antigua dueña.

—¡No le haga daño a Harry Potter! —chilló.

—¡Mátalo, Cissy! —bramó Bellatrix, pero se oyó otro fuerte «¡crac!», y la varita de Narcisa también saltó por los aires y fue a parar al extremo opuesto del salón.

—¡Maldito elfo! —rugió Bellatrix—. ¿Cómo te atreves a quitarle la varita a una bruja? ¿Cómo te atreves a desafiar a tus amos?

—¡Dobby no tiene amos! —replicó el elfo—. ¡Dobby es un elfo libre, y Dobby ha venido a salvar a Harry Potter y a sus amigos!

A continuación, todos estaban con el elfo, le dieron la mano a Dobby, giró sobre sí mismo y se desapareció. Mientras se sumía en la oscuridad, Harry vio el salón por última vez: las pálidas e inmóviles figuras de Narcisa y Draco, el rastro rojizo del cabello de Ron, la borrosa línea plateada del puñal de Bellatrix, que cruzaba la habitación hacia el sitio de donde el muchacho estaba esfumándose...

«La casa de Bill y Fleur... El Refugio... La casa de Bill y Fleur...», se dijo.

Se habían desaparecido hacia lo desconocido; lo único que podía hacer era repetir el nombre de su destino y confiar en que eso bastara para llegar hasta allí. Dobby le tiraba de la mano y Harry se preguntó si el elfo estaría intentando tomar las riendas y conducirlos en la dirección correcta; le apretó los dedos para darle a entender que a él le parecía bien... De pronto tocaron tierra firme y olieron a aire salado. Harry cayó de rodillas, soltó la mano de Dobby e intentó depositar suavemente a Griphook en el suelo. Ginny era cargada por su hermano, aún inconsciente.

—¿Estás bien? —preguntó Harry al ver que el duende se movía, pero Griphook se limitó a gimotear.

Harry escudriñó los oscuros alrededores. Creyó distinguir una casita a escasa distancia, bajo un amplio y estrellado cielo, y le pareció que había gente en ella.

—¿Es El Refugio, Dobby? —preguntó en voz baja, aferrando las dos varitas que se había llevado de la casa de los Malfoy, preparado para defenderse si era necesario —. ¿Hemos venido a donde queríamos, Dobby?...—Miró alrededor. El pequeño elfo estaba a sólo unos palmos de él, —¡¡Dobby!!

El elfo se tambaleó un poco; las estrellas se reflejaban en sus enormes y brillantes ojos. Ambos bajaron la mirada hacia la empuñadura del puñal que, clavado en el pecho de Dobby, subía y bajaba al compás de su respiración.

—¡Dobby! ¡No! ¡Que alguien me ayude! —gritó Harry mirando hacia la casa, a través de cuyas ventanas se veía gente moviéndose—. ¡Que alguien me ayude!

No sabía ni le importaba si eran magos o muggles, amigos o enemigos; lo único que le preocupaba era la mancha oscura que se extendía por el pecho de Dobby y la mirada suplicante del elfo, que le tendía los delgados brazos. El muchacho lo cogió y lo tumbó de lado sobre la fría hierba.

—No, Dobby. No te mueras... No te mueras...

Los ojos del elfo lo enfocaron, y los labios le temblaron al articular sus últimas palabras:

—Harry... Potter...

Dobby se estremeció un poco y se quedó inmóvil, y sus ojos se convirtieron en dos enormes y vidriosas esferas salpicadas del resplandor de las estrellas que ya no podían ver.

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