Alibi
Advertencias: Ninguna.
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La vida de Yuuji era aburrida, claro, él estaba ahora en la escuela de hechicería, y aunque para el joven eso era emocionante, para Sukuna era humillante. “El rey de las maldiciones” y tenía que escucharlo decir estupideces, estas personas no sabían nada sobre la verdadera hechicería.
El más molesto era el tipo fuerte de los seis ojos, esencialmente por no estar a cargo, no tenía interés en dominar a los demás humanos, solo le bastaba con ser el mejor. Narcisismo y holgazanería total.
Megumi era otra pérdida de talento, con la técnica de las sombras, pero sin querer conocer sus límites. Mediocridad.
La mujer, Kuguisaki, nada interesante a sus ojos, con bastante energía maldita, pero nunca sería un oponente digno. Insignificante.
Y su recipiente, Yuuji Itadori, un fracaso como todos los humanos, debil, tonto como un perro abandonado, siendo tan optimista que lastimaba verlo. Era sin duda todo lo que Sukuna odiaba en las personas, sin un gramo de maldad verdadera…como alguien a quien perdió.
Intentó matarlo, arrancó su corazón y creyó que solo así tendría suficiente tiempo para buscarla. Pero el mocoso resultó más valiente suicidándose para salvar a sus compañeros.
Sukuna no recordaba las sensaciones de su vida como humano, pero era consciente de la parte humana que residía aún en su alma.
“Hina” una mujer débil, frágil y molesta, su único recuerdo que lo ataba al plano terrenal. Su único corazón humano.
Unos días después de llegar a la academia de hechicería, Ryomen pudo tomar el control por unos segundos mientras Yuuji dormía. Se puso de pie, y salió por la ventana de la habitación. La luna iluminó su cara, era tal vez lo que sintió Hina: ser deslumbrada por un mundo donde no encajas.
Caminó unos pasos, y comenzó a correr. Necesitaba verla, saber cómo era, cómo estaba su alma después de morir con su maldición.
Solo a unos metros de la puerta, la risa de Gojo Satoru lo distrajo, y Yuuji despertó tomando el control.
—Yuuji, no sabía que corrías de noche, mucho menos con la pijama puesta —dijo sarcástico el albino—. Vamos adentro.
El joven se avergonzó rápidamente—. Debe ser Sukuna, desde que está dentro soy sonámbulo…¿O será el estrés de las clases?
El mayor no usaba la venda negra, sino sus lentes—. Recuerda que nadie puede saber que estas vivo —el hombre agitó sus manos como si lo estuviera regañando.
—Por cierto, ¿Qué haces aquí profe Gojo? —Preguntó el de cabello rosados.
—Tuve una pelea con mi esposa —dijo con un puchero—. Ya sabes cómo es, quieres matar a su familia para dejarle la herencia libre y quitarle problemas, pero no sabe apreciarlo y te llama loco.
El de ojos cafés no sabía si lo decía en serio, se rió creyendo que era la trama de una película—. Ya me voy…mañana iremos a ver a ese compañero tuyo.
—No te pongas nervioso, Nanami es amargado, pero responsable…
Sukuna se hundió en la oscuridad de su templo maldito, entre avergonzado por ser descubierto, y desesperado por no poder hacer mucho, solo esperar el segundo que Itadori perdiera la voluntad.
Hina suspiró exasperada, se suponía que iba a salir con sus amigas al centro de Shibuya, pero como siempre tuvo que cancelar. Se quitó la fina capa de tinte en los labios, eso ocasionó la pelea con su padre.
“Te odio” pensó, aunque no lo decía a nadie en particular, pues en realidad no lo sentía.
Hina nunca fue rencorosa, era terca sí, pero no guardaba odio hacia nadie, ni siquiera a sus padres. Ella en realidad pensaba bien del mundo, incluso si el suyo era pequeño.
La castaña se recostó en su habitación, tratando de al menos descansar.
La presión en su pecho la estaba matando, no sabía que era, pero no le gustaba. Era como si alguien la estuviera mirando, o siguiendo, últimamente era persistente.
—Agh, mejor haré la tarea —murmuró tratando de ignorar la pesadez en su espalda, al no conseguirlo se quedó quieta, fingiendo estudiar, esperando una señal de algo raro, al sentir el aire aún más frío, se puso de pie y bajó con sus padres.
Nada le daba paz, pero siempre fue así.
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Días después su madre la llevó a casa de una vieja amiga, y actual compañera de trabajo de su padre. Un chico de su edad la saludó suavemente estirando su mano, era casi tan desagradable como simpático.
—Oh, buenas tardes, debes ser Hina, mi madre me ha contado tanto de tí —dijo el de cabellos negros con una falsa sonrisa—. Dijo que estudias medicina, pero que eres muy torpe.
La castaña le dió la mano, la frialdad en sus dedos la hizo retroceder suavemente—. Olvide algo en el auto, ahora vuelvo.
Era casi doloroso conocer a alguien ligeramente guapo, siempre tuvo esta sensación de desagrado, en parte por eso nunca tuvo novios. Su propia alma rechazaba a cualquiera, como una maldición.
La de ojos verdes abrió el maletero, cuando una suave voz llamó su atención—. Oh, buenas tardes…
—Hola, me perdí, es mi primer día en Sendai —el hombre de cabellos negros y marcas de costuras en la frente se rió con diversión—. ¿Sabes dónde está la estación de trenes?
Hina asintió cerrando la cajuela—. Debe caminar todo derecho, ahí hay una tienda departamental grande, del otro lado está la estación.
“Es inaudita, una humana que bendijo el corazón de Ryomen Sukuna” el del Kimono sonrió ampliamente—. Muchas gracias jovencita, eres muy amable y bella, ¿Cómo te llamas? —al verla sonreír nerviosa él mismo entrecerró los ojos—. Soy Getō Suguru.
—Hina Yōichi —murmuró incómoda—. Adiós…
—Te lo agradezco, Hina, estoy seguro que nos veremos otra vez.
“Seguramente él te reconocerá…y tú mi dulce niña serás la moneda de cambio con Sukuna”.
Hola cara de bola.
Primero que nada, creo que ya es evidente a dónde va que Kenny buscó a Hina.
Segundo, me encanta que Sukuna sea un wey bien desesperado en cuanto a su amor por Hina y está dispuesto a todo por ella, para tenerla otra vez.
-Honey
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