𝗢𝟯-𝗣𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿𝗮 𝘀𝗲𝗺𝗮𝗻𝗮 𝗰𝗼𝗻 𝗲𝗹 𝗰𝗼𝗿𝗮𝘇𝗼𝗻 𝗿𝗼𝘁𝗼
Lunes 08 de febrero, año 2010.
Hamburgo, Alemania.
El salón de música estaba en un tranquilo silencio siendo roto solamente por el bullicio exterior de los demás estudiantes que reían y jugaban afuera en el patio. Miraba ese sitio recorriendo los instrumentos que descansaban en sus lugares; el piano negro y en perfecto barniz, las trompetas, trombones y la tuba paradas en un enorme estante, los violines, chelos y contrabajos apoyados en la pared y el triángulo colgando de un gancho. Joseph Zimmermann amaba la música en todo el sentido de la palabra, siempre ampliando sus gustos por esta y su forma de a veces pensar en otra cosa que no fuera ciencia, biología, física o química.
Sin embargo, Joey no estaba ahí por que quisiera expresar sus emociones en ese momento.
Estaba por otras razones, unas que no involucraban las partituras de los clásicos de Beethoven o Tchaikovsky; la puerta del salón rechinó cuando se vio abierta, los ojos del menor se desviaron rápido a la entrada y lo vio.
—Hola. —Saludó un tímido Joey de 17 años levantándose de donde estaba sentado.
—Hola. —Un chico de 18 cerró la puerta detrás de él—. Lamento lo de hace rato.
—No te preocupes. —Lo disculpó el menor con una sonrisa aún moldeándose por los frenos, pero ya se mirada que sería una hermosa dentadura—. Está bien.
—En verdad te extrañé. —Susurró Dustin acercándose a Joey.
—¿En serio? —Preguntó con un tímido rojo decorando sus mejillas—. ¿Pasaste una feliz navidad?
—Sí. —Respondió en seco—. Sí, ¿Y tú?
—Sí, sí estuvo bien. —Respondió con entusiasmo antes de comenzar a hablar—. Mis tíos en Berlín nos invitaron a mi y mi familia a pasar la navidad y el año nuevo con ellos y...
Las palabras del castaño quedaron dentro de su garganta cuando sintió como Dustin puso sus manos en su rostro y previo aviso, juntó sus labios con los de Joey en un beso que duró unos segundos pero con un efecto completamente pirotécnico. Cuando se separaron para recuperar un poco de oxígeno se quedaron mirándose el uno al otro rosando sus narices en un beso de esquimal.
—Que lindo eres. —Le susurró Schneider a centímetros de su rostro acariciando las mejillas de su novio con sus pulgares.
—Gracias. —Zimmermann rió antes de dejarse envolver por los brazos del mariscal de campo.
El castaño más alto hundió su rostro en los cabellos de su niño inhalando el aroma de cocoa que estos desprendían.
—Te amo, Dustin. —Musitó bajo, solo para que su novio pudiera escucharlo y nadie más.
—También te quiero, Joey. —Le susurró.
Joey levantó la mirada para mirarlo, sus ojos brillando con todo el amor del mundo que solo un jovencito enamorado podría sentir con su primer amor. Estaba por agregar algo más cuando los labios de la estrella del equipo volvió a capturar los suyos en un nuevo beso que se vio interrumpido por el sonido del timbre provocando que ambos se apartaran de golpe.
O que Dustin lo apartara de golpe.
El mariscal pasó su mano por sus propia boca limpiándose como si de labial se tratase, y después tomó una postura más seria, fría y neutra.
—Nos vemos luego, ¿De cuerdo? —Dustin comenzó a caminar a la salida del salón—. No le digas a nadie sobre esto.
—Pero... —Levantó su brazo intentando detener a su novio pero este ya había salido por la puerta dejándolo solo dentro del salón.
[...]
Caminaba por los pasillos con la mirada al frente, su cabeza un tanto baja, sus manos agarrando los brazos de su mochila que colgaba de su espalda y con un semblante tranquilo mezclado con un poco de tristeza; acababa de ver a su novio en los pasillos de la escuela y este ni siquiera le dirigió la mirada, en lugar de eso lo ignoró y el poco contacto visual que hicieron fue uno cargado de indiferencia por parte del mayor.
—¿Todo bien? —Escuchó a sus espaldas, se giró y ahí estaba ella, quien en aquel entonces era su mejor amiga.
Hannah Fischer.
—Sí, ya sabes... Dustin.
La rubia asintió mirando a su amigo, sus ojos azules evaluándolo.
—No sé por qué sigues a su lado. —Dijo, su voz sonaba un tanto preocupada.
—Por que lo amo, y el amor es así. —Respondió con toda la seguridad del mundo—. Sé que a veces puede ser un poco frío con lo que dice, pero no lo hace con mala intención, es así por que tiene mucha presión encima.
Hannah hizo una mueca no aprobando lo que el chico acaba de decir para justificar a Schneider.
—Honestamente te mereces algo mejor. —Comentó—. Ese sujeto solo te tiene como su depósito personal, si sabes de lo que hablo.
Joey se sonrojó violentamente girándose para mirarla.
—¡Han! —La llamó en voz alta—. ¡No digas eso! Dustin y yo... bueno...
La chica lo miró de arriba a abajo antes de rodar los ojos, por fortuna para ella, Joey no la vio.
—Es verdad, olvidé que aún eres virgen. —Soltó con cierto desprecio.
—No lo digas en voz alta. —Pidió, su voz suave pero notándose un leve reproche.
—De acuerdo cariño, no lo haré. —Hannah le guiñó un ojo antes de detenerse en la entrada del baño—. Ahora, voy al sanitario a darme un retoque, tengo entrenamiento con los Hurones, ¿Y tú?
—Práctica con los Alquimistas. —Respondió encogiéndose de hombros.
—Que nerd.
Abrió la puerta del baño y se adentró cerrándole la puerta en la cara a Joey.
El adolescente se quedó un momento ahí, su sonrisa bajando despacio como las gotas de una llovizna; aparte de Hannah no tenía muchos amigos, y no es como muchos quisieran acercarse a él.
Ser hijo de un brillante científico le daba una posición como uno de los mejores en la escuela, un rendimiento de 100 cerrados y si pudieran, los maestros le otorgarían todavía más de lo que el programa escolar puede.
Pero no le gustaba.
Odiaba sobresalir en todo; sentir las miradas de envidia, repudio, y demás emociones poco agraciadas, si bien había quienes lo admiraban, eran pocos, y tampoco mostraba sus dotes de gimnasia por ahorrarse el odio del equipo y sentirse como un rival para Hannah, su amiga eran muy competitiva.
[...]
Estaba en el gimnasio de la escuela, listo para su clase de educación física vistiendo su uniforme, una camiseta blanca con el escudo de la escuela y shorts deportivos azul rey.
Cuando comenzaron los calentamientos estaba con sus pies separados mientras bajaba para tocarse las puntas con las manos cuando sintió una mirada a lo lejos, se giró y ahí estaba.
Dustin lo miraba recargado en las gradas, sus ojos brillando con amor y algo que Joey no descifró, tenía una sonrisa casi imperceptible.
El menor se sonrojó al sentir la mirada de su novio y Dustin, sonrió más amplio al ver el efecto que tenía en Joey, aunque Joey también tenía un efecto en él.
—¿Y a ti qué te pasa? —Escuchó una voz llamarlo, era Félix Westermann, uno de sus pocos amigos varones—. Has estado un poco distraído Joey, más de lo habitual.
—No es nada. —Se apresuró a responder tratando de esconder el rubor que comenzaba a pintar en sus mejillas—. Solo tengo calor, es todo.
El pelinegro parpadeó un par de veces sin juzgarlo, sabía que su amigo estaba mintiendo pero su excusa no era convincente para nada.
—Joey, estamos en el gimnasio por que afuera estamos a -5 grados Celsius.
Zimmermann apretó sus labios y cerró sus párpados al darse cuenta de que lo que dijo en serio no fue coherente en ningún sentido, justo ahora se sentía como el mayor idiota en el mundo.
—Ah, es por eso. —Dijo Félix mirando hacia donde su amigo miró y frunció el ceño.
—Él me quiere. —Aseguró, su voz llena de seguridad.
—Si así fuera lo demostraría con toda la libertad con la que tú te expresas. —Le dejo con firmeza—. Conservar su posición no es una excusa para que te mire a la distancia y te diga cosas bonitas cuando nadie más los ve.
—¿De qué hablan? —Se unió una tercera voz, era Janessa Beck, otra de sus pocos amigos.
—Ya te puedes imaginar. —Respondió Félix haciendo un movimiento de cabeza hacia donde estaba el mariscal de campo.
La rubio-castaña hizo una pequeña mueca.
—Amigo, date cuenta. —Le dijo la única chica—. Ese imbécil no te merece. Dime, ¿Ya habló con sus padres?
—Aún no. Pero me prometió que lo haría. —Mintió.
—Viene prometiendo eso desde hace 1 año. —Masculló Félix..
[...]
El invierno había culminado dando paso a la primavera; el manto blanco de la nieve se fue, dejando que las primeras flores comenzaran a aparecer, el viento frío se vio reemplazado por un suave y hermoso calor que invitaba a todo el mundo a salir al parque, a la piscina o a cualquier lugar que fuera uno lleno de vida.
En el campus de la secundaria, Joey caminaba a pasos rápidos mientras miraba hacia abajo intentando no hacer contacto visual con nadie, menos por que los Hurones estaban entrenando. Sabía que Dustin y el resto del equipo estaban ahí, y había aprendido que lo mejor era pasar desapercibido.
Pero poco duró cuando los primeros silbidos llegaron a sus oídos provocándole un escalofrío que recorrió toda su columna vertebral mientras su respiración y pulso se disparaban.
—¡Ey, Zimmermann! —Escuchó la voz de uno de los amigos de Dustin, acompañada de una carcajada burlona—. ¿Vienes a vernos entrenar?
Los ignoró, y en lugar de eso, aceleró su paso por el campo intentando ignorar las provocaciones que parecían volverse más fuertes, constantes y asfixiadoras.
—Vamos Zimmermann, ¿No quieres acompañarnos a las duchas? —Las carcajadas no se hicieron esperar y comenzaron a resonar con fuerza llenando los oídos de Joey quien estaba decidido a dar la cara.
Se dio la vuelta y caminó hacia el equipo listo para enfrentarlos, pero antes de siquiera acercarse, escuchó fuerte y claro esa voz, aquella que le decía cosas bonitas al oído cuando nadie más los veía. Dustin se unió a las risas, señalándolo de forma despectiva.
—No seas raro, Zimmermann. —Dijo en un tono burlón—. Nadie quiere verte por aquí.
Joey sintió cómo sus mejillas se encendían. Cada palabra dolía, cada risa resonaba como una bofetada, y lo que más le dolía era ver a Dustin mirándolo sin una pizca de remordimiento. Por un segundo, Joey deseó poder decir algo, gritar y dejar de ser el blanco de esas humillaciones. Pero en lugar de eso, simplemente asintió, bajando la mirada, y se alejó de ellos con la poca dignidad que le quedaba.
—¡Atrápala, Schneider!
La pelota rozó por un costado a Dustin mientras descendía de su vuelo con destino de ir al césped siempre recortado, sin embargo hubo un obstáculo que impidió que tocara el suelo: Joey.
Los anteojos de Joey rebotaron en un diminuto salto cuando tocaron el suelo, quebrándose uno de los cristales en el momento que la bola impactó contra su espalda. Sus pies se quedaron estáticos mientras él miraba sus lentes en el suelo, o al menos eso intentaba; su operación estaba un tanto lejana para ser realizada.
Se agachó y tomó la pelota bajo las miradas de los Hurones que no lo miraban para nada contentos.
—Danos eso, lindura. —Comenzó uno de ellos, con un tono burlesco en su voz—. No queremos que te hagas daño.
Lo siguiente que pasó definitivamente nadie se lo esperó: Joey Zimmermann simplemente desapareció del campo con la pelota entre sus manos.
—Imbécil. —Tyler, el principal agresor de Joey estaba por ir detrás del menor cuando una mano lo detuvo.
—Yo me encargo de él. —Dijo Dustin, comenzando a trotar al lugar por donde Joey se fue.
Cuando estuvo lejos de las miradas siempre prejuiciosas, caminó con calma cuando lo vio apoyado en un árbol y la bola en manos, sin detener su andar se acercó a él.
—Tienes algo que uso para entrenar mis reflejos. —Señaló, con ese tono de coquetería que siempre desarmaba a Joey.
—Mi papá no me comprará otro par si le vuelvo a decir que se me cayeron. —Respondió, cambiando el tema tan radicalmente—. Haz algo al respecto, "Schneider".
El ojiverde levantó sus cejas junto a una sonrisa, tenue pero reconocible y dejó escapar una pequeña risa.
—¿Ahora me llamas por mi apellido? —Le desafió acercándose peligrosamente al menor quien retrocedió hasta que su espalda chocó con el tronco de aquel árbol de cerezos cuyas flores comenzaban a florecer—. Eres tan hermoso cuando te sonrojas, pollito.
Joey bajó la mirada, incapaz de podérsela sostener. Odiaba que Dustin conociera tan bien sus puntos débiles por que los usaba siempre a su favor, y ese apodo era uno de ellos; cada vez que lo llamaba de esa manera, el castaño menor sentía sus piernas temblar, su corazón acelerar el ritmo de sus latidos y la sangre circular por todo su cuerpo hasta que esta terminaba llegando a su cuello, mejillas, nariz, orejas... es decir, en toda su cara.
—Vamos, amor. —Su pedido salió en un susurro—. Dame la pelota.
Joey levantó la mirada, sus hermosos pardos brillando con una chispa de travesura y cierta ira.
—¿La quieres? De acuerdo. —El aire escapó un momento de los pulmones del mariscal cuando sintió como su novio le "entregó" la pelota dándole un golpe en el torso con esta—. Creo que me debes algo.
El más alto sonrió, mostrando su perfecta dentadura. Sin el menor chance de tiempo, dejó caer la pelota al suelo dando un par de rebotes antes de solo rodar unos centímetros. Posó una de sus manos en la cintura de su novio mientras que con la otra lo tomó por el mentón, obligándolo a mirarlo.
—Siempre disfruto de esto.
Y sin esperar más, lo besó.
Era lento, pero lo suficiente para no verse inocente, que de hecho, no lo era.
Al momento de separarse, Scheiner tenía una sonrisa triunfal mientras que Zimmermann tenía su rostro cubierto por sus manos y el color rojo brillando hasta sus orejas.
—Adiós, pollito. —Le dijo tomando la pelota y desapareciendo en dirección al campo.
Presente. Lunes 14 de julio, 2014.
Ciudad Central.
20:17 p.m.
Joey se sentía como un completo estúpido, peor, como un idiota.
Mientras caminaba a su casa la realidad de la situación lo golpeaba como una cachetada que parecía necesitar, ¿Cómo había si quiera, considerado que Barry Allen, el velocista escarlata y, desde su retrospectiva, el chico perfecto, se podría haber fijado en él? Lo veía ahora y se daba cuenta que en realidad no era más allá de una simple fantasía ingenua, una que él mismo se inventó y decidió darle rumbo. Ahora, cada vez que recordaba eso no sabía qué era más abrumador: si el dolor por haber sido rechazado, o la vergüenza de haberse sentido tan vulnerable e impulsivo al haber abrazado al mayor.
Quería desaparecer. Quería ser tragado por la tierra y que lo desapareciera de la faz del área limítrofe y llevarlo a otro lugar. Apenas podía mantener la compostura mientras se encaminaba por las calles de Ciudad Central. En su cabeza se repetían una y otra vez su conversación con Barry.
"No puedo corresponderte de la forma que quieres".
Esas palabras que aunque ligeras como un globo, le cayeron como un yunque; eran como un golpe directo al estómago, como si el aire no le alcanzara para respirar y mantener la calma. Con cada paso se acercaba más a su casa, y con cada paso la presión y el dolor solo aumentaban.
Cuando finalmente llegó a su casa, no esperó un segundo más. Subió las escaleras saltándoselas de 2 en 2 y caminó torpemente por el pasillo hasta llegar a su cuarto, cerró la puerta detrás de él y, sin quitarse los zapatos ni la chaqueta, se lanzó a la cama, su único sitio seguro en ese momento. Y fue entonces cuando supo que ya no tenía caso seguirse conteniendo, cerró los ojos antes de abrirlos y dejar que sus mejillas se mojaran libremente.
Joey dejó su rostro hundirse en la almohada, sofocando los sollozos y pequeños gemidos que se escapaban de sus labios mientras su cuerpo temblaba. Las lágrimas empapaban la tela de la almohada mientras sentía cómo el nudo en su garganta solo se hacía más grande y apretado casi cortándole la respiración. El sentimiento de rechazo era devastador por sí solo, pero más allá de eso, era el hecho de haberlo intentado, de haber sido tan honesto y haber expuesto su corazón solo para que lo rompieran como si de un fino cristal se tratase.
Eso era todavía peor.
—¿Cómo pude ser tan imbécil? —Se reprochaba a sí mismo entre sollozos—. Barry jamás se fijaría en mi, ¿Cómo diablos es posible que me conformara con tan poco afecto?
En su cabeza, la venda que cubría sus ojos se había caído y todo parecía tan claro ahora: Barry nunca le había dado señales de que sintiera algo más que amistad, y él, como un completo idiota, había leído demasiado en esas conductas, en esas pequeñas miradas o momentos compartidos. Se había hecho ilusiones él mismo.
"Puedes tener al chico que quieras".
—Pero no al chico que yo quiero. —Susurró con la poca voz que le quedaba.
Los minutos pasaban y parecían alagarse, pero no ayudaba a Joey a sentirse mejor. Al contrario, cada vez que pensaba en Barry, en sus palabras, en todo lo que había vivido antes y después de haberlo conocido solo reavivaban el ardor en su interior como un incendio forestal que lo destruye todo a su paso. Quería que su mente lo olvidara todo solo por un rato, y hacer como que nunca dijo nada y que nunca pasó nada.
Después de lo que pareció una eternidad, por fin había dejado de llorar, pero la sensación de vacío no se iba, y aunque sabía que dejaría de dolerle, también sabía que eso no sería ni hoy ni mañana. Ahora lo único que quería era desaparecer del mundo por lo menor un minuto.
Con el cuerpo pesado y el corazón mallugado, se acurrucó bajo las sábanas, decidido a dormir y dejar que el cansancio apagara al menos por un tiempo ese dolor que sentía.
O al menos intentarlo.
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Martes 15 de julio.
07:00 a.m.
—Maldito sol, apágate por un rato. —Se quejó, su voz ronca y quebrada era un sonido que dejaba claro que no había dormido para nada, y si lo hizo, fue por poco tiempo—. Nadie te quiere, todos prefieren el frío.
Pero el sol no parecía querer dar tregua, en cambio comenzó a iluminar un poco más la habitación sacándole un gruñido de frustración y acto seguido tomó su manta y se la puso encima para cubrirse de los molestos rayos solares. Por si fuera poco, la maldita alarma comenzó a sonar abruptamente llenando la habitación con su ensordecedor ruido, y Joey no dudó en hacerse cargo de aquel endemoniado aparato.
En medio de su mal humor y su poca cordura de ese momento, tomó la alarma y la lanzó al suelo; el impacto fue tal que las baterías salieron rodando por el piso. Habría usado sus poderes para desarmarla y volverla a armar, pero aún cuando su corazón doliera como si le hubiesen hecho 1000 cortes, no rompería la promesa de no usar la tecnokinesis.
—¿Qué fue eso? —Sonó desde afuera de la habitación. Era Walter quien se estaba preparando para ir se a la secundaria.
—Fue Apolo, papá. —Respondió lo más fuerte que su voz le concedió—. Tiró la alarma.
—Educa a ese perro, Joseph. No quiero que rompa algo de valor. —Gritó Walter desde la cocina antes de bajar la mirada y observar al can que estaba rascándose la cabeza con una de sus patas.
Conocía bien a Joey y sabía que cuando sus horas de sueño se veían interrumpidas, podía ponerse de muy mal humor, y optaba por apagar la alarma de forma poco agraciada. Una conducta que su hijo definitivamente sacó de su difunta esposa.
—Pórtate bien Apolo. —Dijo el hombre antes de acariciar la cabeza del perro antes de salir—. Y cuida de mi hijo.
Apolo en respuesta lo miró con aquello enormes ojos marrones y brillantes antes de dejar escapar un ladrido, como si comprendiera su cargo.
Desde su cuarto, Joey escuchó la puerta principal cerrarse y volvió a dejarse caer en la cama antes de dejar escapar un suspiro, llevándose sus manos a su rostro. El cansancio emocional era tal que parecía haberse colado en lo más profundo de su cuerpo y alma; no era un dolor físico, pero era igual de destructivo. Y aunque sus ojos se encontraban abiertos, todo su cuerpo quería que los volviera a cerrar.
—Maldición. —Soltó al aire antes de incorporarse y sentarse en la cama.
Con mucho cuidado se deslizó bajando de la cama; sus cálidos pies tocando el frío suelo de madera mientras caminaba a pasos torpes por sus aposentos con dirección hacia su baño. Apenas se miró en el espejó contempló su reflejo: el cansancio pintaba su rostro, pequeñas ojeras, sus ojos rojizos, la nariz sonrojada y el cabello despeinado; Joey no era Joey en ese momento y soltó una risita amarga de solo pensarlo, abrió el grifó y se lavó el rostro.
—Te ves horrible Joseph, pero puedes seguir... puedes hacerlo con el corazón roto.
Con el ceño fruncido y la mirada perdida, se vio obligado a prepararse para el día. El tiempo corría y no le daría el menor chance de recuperarse, y tampoco podía olvidarse de sus responsabilidades.
De a poco de despojó de su pijama para meterse bajo la lluvia caliente cuyo vapor pronto llenó el baño. El agua tibia le estaba cayendo de maravilla, como si de alguna forma pudiera lavar todo su dolor, sus penas, sus inseguridades y de cierta forma, hacerlo olvidar un rato de quien era.
Luego de vestirse decidió salir, el frío viento de la mañana golpeando su rostro de lleno, haciéndolo estremecer. Caminaba con la cabeza baja, evitando el contacto visual con cualquier persona. No quería que nadie lo viera, no en ese estado; no quería palabras de consuelo o preguntas tontas. Solo quería que el mundo lo dejara en paz.
Mientras avanzaba, decidió que no importaba cuán destrozado se sintiera, tenía que seguir adelante. Pero en ese momento, avanzar era lo último que quería hacer. Solo podía esperar que, con el tiempo, el dolor disminuyera y el corazón roto encontrara la forma de reconstruirse.
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Miércoles 16 de julio.
Coffe Jitters.
10:38 p.m.
—Gracias. —Joey le dio su primer sorbo al cappuccino de moca y suspiró, en lo que llevaba de la mañana eso había sido lo único bueno de su día.
Llevó su mirada a la ventana de la segunda planta que es donde se encontraba, y miró al exterior: el sol brillaba todo a su paso mientras él llevaba una tormenta en su interior. A su alrededor, en las demás mesas, habían parejas, personas en grupo y otras tantas sentadas solas, como él, pero todos se miraban relajados, felices y ajenos a la tristeza muy a diferencia de él que estaba en un carrusel de emociones y tonos grisáceos. Se sentía fuera de lugar, como si todo el mundo estuviera en su curso mientras que él estaba fuera de órbita.
—Genial... ni siquiera puedo ser productivo con mi propia miseria. —Murmuró para sí mismo con voz sarcástica mientras se tallaba su sien derecha.
Sin saber qué más hacer, decidió sacar sus audífonos y poner algo de música en la espera de que de alguna manera su mente pudiera olvidarse un rato de todo el caos. Cerró sus ojos dejando que las notas lo envolvieran, permitiéndose sentir el dolor que estaba sintiendo en ese momento. Dolía, sí, pero no por eso se quedaría en el piso por siempre.
Mientras la música avanzaba dejó escapar un suspiro tembloroso sintiendo como la voz de Taylor comenzó a inundar sus oídos. No había elegido una lista de reproducción con cuidado, solo eligió la primera que le apareció en frente, pero parecía que el universo estaba confabulando en su contra para hacerlo sentirse aún peor.
—Oh, vamos. —Se quejó en voz baja dirigiendo la mirada al vaso que tenía en manos—. Taylor, te amo, pero justo ahora no deseo escucharte, ¿Por qué no lanzas algo más alegre? Algo como pop.
Cada palabra, cada acorde parecía estar hecho a medida para desgarrarle el corazón un poco más. Taylor cantaba sobre el amor a primera vista, la emoción de conocer a alguien especial por primera vez y sentirse instantáneamente cautivado por esa persona. Joey cerró los ojos con fuerza, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con escapar otra vez.
—¿En serio? ¿Esto es lo que necesito ahora? —Murmuró para sí mismo, aunque no tuvo la energía para cambiar de canción.
Y no es como si tampoco quisiera, después de todo, "Enchanted" era una de sus canciones favoritas.
Las canciones continuaron, cada una más melancólica que la anterior. "All Too Well", "I Almost Do", "Sad Beautiful Tragic"... Joey no sabía si su música le estaba haciendo más daño o si, de alguna forma retorcida, le estaba ayudando a procesar el dolor. Entre una canción y otra, también aparecieron baladas desgarradoras de otros artistas, como Adele y Sam Smith.
Llegó un momento donde comenzó a sonar Katy Perry, pero de nada sirvió por que se reprodujo "The One That Got Away".
—¿Qué sigue? ¿Un anuncio sobre corazones rotos? —Ironizó, secándose una lágrima que había caído sin permiso.
Sin embargo, a medida que las canciones pasaban, Joey se dio cuenta de algo. Aunque dolía, escuchar esas letras le daba una extraña sensación de compañía. No era el único que había pasado por algo así. Si esas personas podían cantar sobre su dolor y seguir adelante, tal vez, él también podría.
Por ahora, solo podía sentarse allí, con la música envolviéndolo como un recordatorio de que, aunque el amor podía ser cruel, también era algo que todos enfrentaban. Y tal vez, en algún momento, encontraría una canción que no solo le hablara de dolor, sino también de sanación.
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Jueves 17 de julio.
Parque para perros "White Dog"
17:23 p.m.
—Bien, Apolo, diviértete. —Le retiró la correa al can quien se encontraba emocionado, su cola meneándose de un lado a otro.
Tan pronto como sintió que era liberado, el inquieto Beagle se lanzó de lleno a correr junto a otros perros que corrían con sus lenguas al aire y Joey no tardó en identificar cada raza; un Pastor Alemán, un Dálmata, un Mestizo, un Buldog Inglés, un Labrador y una Cockapoo.
Joey se sentó en una de las bancas del parque, con una sonrisa en el rostro mientras veía a Apolo correr detrás del grupo que aquellos peluditos. Su pequeño Beagle tenía una energía inagotable, y no podía evitar sentirse en paz viéndolo tan feliz. Era un momento que necesitaba, un respiro de todo lo que estaba ocurriendo en su vida.
Miró al rededor, el parque estaba lleno de vida: risas de niños jugando, conversaciones animadas entre los dueños de los perros y el ladrido alegre de los canes corriendo por todas partes. Aún había algo de sol, pero la temperatura se enfriaba rápidamente en el clima fresco del atardecer. Se encogió un poco dentro de su chaqueta mientras el viento agitaba suavemente su cabello.
De vez en cuando, su mente vagaba hacia Barry. Habían pasado algunos días desde su última conversación, una que había dejado en el aire más preguntas que respuestas. Joey había tratado de distraerse, pero los pensamientos seguían apareciendo en los momentos más inesperados.
Un pequeño empujón en sus piernas lo sacó de sus pensamientos. Era Apolo, que traía un palo grande en su boca y lo miraba con ojos brillantes, como esperando ser felicitado. Detrás de él, estaban los otros 6 perros con los que había estado jugando.
—¿Un palo, Apolo? —Joey, con una risa ligera, acariciaba al perro detrás de las orejas—. Eres un chico creativo, ¿eh?
Apolo dejó caer el palo a los pies de Joey y ladró, moviendo la cola con entusiasmo. Joey lo tomó y lo lanzó lejos, viendo cómo los cachorros salían disparados tras él, sus colas ondeando como unas banderas.
—Tienes buena puntería —Comentó alguien detrás de él.
Joey se giró y vio a una chica rubia de ojos azules con un gato de color gris en sus brazos. Sonrió y encogió los hombros.
—No está mal, ¿Verdad? —Respondió—. A Apolo le fascina cuando lanzo ya sea un palo o una pequeña pelota.
—Lo puedo ver. —Dijo la rubia acariciando a la elegante Persa que cargaba en su regazo—. Por cierto mi nombre es Katie, y ella es Cali.
—Joseph. —Se presentó él con una pequeña curva—. ¿Todos eso perros, son tuyos?
Katie dejó escapar una pequeña risa, antes de responder.
—No, en realidad son de mi novio. —Respondió y algo dentro de Joey tembló ligeramente con esa última palabra.
Novio.
Maldita sea, estaba tratando de no pensar en el amor y le viene una chica que como él, estaba enamorada; con la diferencia de que ella era feliz.
Maldito universo, conspirando en su contra.
Salió de sus pensamientos rápidamente al ver cómo la rubia lo miraba un tanto preocupada.
—¿Estás bien? —Preguntó ella y Joey asintió en un rápido movimiento de cabeza.
—Sí, solo un poco distraído. —Contestó llevándose una mano a la parte trasera de su cabeza—. En unos días comienzo las clases.
Katie asintió comprendiendo la situación de Joey.
—No eres el único que está así. —Dijo ella sentándose a su lado.
Pasaron un rato conversando mientras Apolo y los cachorros seguían corriendo y jugando; no pasó mucho tiempo cuando un castaño apareció y se sentó al lado de la rubia.
—He vuelto, bonita. —Dirigió su mirada a Joey, sus ojos no reflejando incomodidad ni mucho celos—. He de suponer que este Beagle es tuyo.
—Se llama Apolo, y yo Joseph.
—Un gusto Joseph, yo me llamo Ryder. —Dijo el dueño de la media docena de caninos—. Ellos son Chase, Marshall, Rocky, Rubble, Zuma y ella es Skye.
Los 3 se encontraron charlando sobre sus perros y conociéndose mejor; Ryder se estaba capacitando como rescatista junto a los cachorros mientras que Katie era una estudiante de medicina veterinaria. Por su lado, Joey les habló sobre su próximamente retomada carrera de ingeniería en biotecnología, Katie lo elogió por las excelentes condiciones en las que tenía a Apolo.
—Se ve que lo quieres mucho. —Comentó Ryder con una sonrisa.
—Desde luego que lo hago. —Joey observó a su mejor amigo cuadrúpedo recostado en el suelo con el resto del grupo.
—Yo también amo a los míos, todos son muy buenos cachorros.
Después de un rato, la pareja se despidió, dejando al de ojos pardos solo nuevamente. Apolo, finalmente cansado, regresó y se tumbó a sus pies, jadeando, pero contento. Joey sonrió y miró el cielo, que se teñía de naranja y púrpura con la puesta del sol.
Cerró los ojos por un momento, respirando profundamente. De alguna manera, haber hablado con alguien nuevo fue algo un tanto des ahogante y hasta cierto punto reflexivo con sus pensamientos. No podía controlar lo que Barry sentía o hacía, pero aquí, en este pequeño rincón del mundo, con Apolo a su lado, se sentía un poco más en paz. Era un recordatorio de que a veces, los pequeños momentos eran los que más importaban.
—Vamos, amigo. Es hora de ir a casa —Dijo Joey, acariciando la cabeza de Apolo antes de levantarse y colocarle nuevamente la correa. El perro movió la cola y se levantó también, listo para seguir a su humano, quien, a pesar de todo, sabía que podía contar con él para hacer cada día un poco mejor.
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Viernes 18 de julio.
Residencia Zimmermann.
21:56 p.m.
Había sobrevivido a la semana con suerte, pero dejando fragmentos de él en el camino. Se miró en el espejo, viendo las pequeñas ojeras que comenzaban a marcarse bajo sus ojos, su cabello estaba un desordenado y opaco, y una tímida capa de bello facial quería crecer en su rostro. Su barba era de cabellos delgados y daría las gracias si toda su vida le crecía así.
Por un momento hizo contacto visual con su propio reflejo, viendo directo a sus ventanales; en ellos había dolor, confusión y lo que parecía ser unas infinitas ganas por desaparecer. Pero también, en ellos había una chispa de resistencia, una que no tenía intensiones de apagarse.
—No, hoy no. —Se dijo a sí mismo, decidido a no quedarse por siempre en su dolor, y sería a sí, quería verse tan guapo como todos los días.
Se separó el espejo y fue hacia un gabinete revelando sus productos de belleza que se encontraban alineados en un orden perfeto; había, botellas, botes y demás productos de cuidado personal que iban desde limpiadores, hidratantes, fórmulas con carbón activado, entre otros productos.
Tomó una banda frontal que colgaba de su perchero para toallas y se la colocó en su cabeza a modo de llevar sus cabellos hacia atrás, estaba listo para comenzar cuando decidió poner algo de música.
—Britney, no me vayas a fallar. —Dijo antes de tomar su botella de limpiador facial y comenzar a aplicar un poco en sus manos.
Sí, su primer semana con el corazón roto fue un verdadero desafío, pero no uno que no pudiera superar. El dolor aún seguía allí, pero podría ir disminuyendo con el tiempo; le tomó al menos 6 meses superar a Dustin, y era su novio. Entonces, ¿Cuánto le tomaría superar a Barry Allen?
F A N C A S T
Asher Angel as Dustin Schneider.
Addison Riecke as Janessa Beck.
Mace Coronel as Félix Westermann.
Olivia Holt as Hannah Fischer.
Ryan Sean Fox as Tyler.
La verdad no tengo mucho que decir, solo que Joey ha pasado por mucho, y faltan más cosas, ¿Cómo piensan que Joey dejó de usar lentes?
¿Walter sabrá lo que su hijo pasa en la escuela? ¿Lo sabrá Jess?
No olviden dejar su voto y cometarios de qué les pareció el capítulo.
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