𝟑𝟑 - 𝐃𝐞 𝐜𝐚𝐦𝐢𝐧𝐨 𝐚 𝐭𝐢
Capítulo treinta y tres
De camino a ti
━━━━━━ •S. XXI• ━━━━━━
Es de noche y Alexander se encuentra recostado en su cama, desde que llegó de su charla con Martha no ha dejado de pensar.
¡Deja de victimizarte, Hamilton! ¡Acepta que los dos se equivocaron en distintas cosas!
¿Victimizarse? Él no está haciendo eso. ¿Acaso no tiene derecho a estar molesto? John fue un imbécil con él.
Y tú con él también, ese es el jodido punto.
"Dios Santo ¿Nunca te callas?"
Vaya, ya encontraste algo que tenemos en común.
— Agh...
Se queja en voz alta, rotando en su cama para quedar boca abajo. Creía que estaba haciendo lo correcto... aunque es cierto que se pasó con aquello que le dijo a Laurens...
Creo que no entiendes cuanto te pasaste con tus palabras. ¿No recuerdas cuánto te afectó su muerte?
"¿Que quieres que te diga? No, no lo recuerdo"
Tal vez debes recordarlo una vez más...
Antes de que pudiera protestar, Alexander cae dormido casi en contra de su voluntad.
⋅◈⋅
El pelirrojo se encuentra caminando de un lado al otro, queda menos de una hora para el amanecer...
Mierda, tal vez se le había salido de las manos. Un duelo... un jodido duelo con Burr. Pero no tiene otra opción ¿Verdad?
Revuelve su cabello canoso, canas productos del estrés, tiene cuarenta y siete años pero se siente como si tuviera noventa y cuatro. Camina de un lado a otro de la sala que es apenas iluminada por unas cuantas velas de las cuales se ha valido para escribir una última carta a su esposa.
Recorre la sala con la vista por enésima vez en la noche, buscando, esperando. ¿De verdad no va a aparecer?
— ¿Alexander?
Una meliflua voz femenina rompe el lúgubre silencio de la noche. Hamilton se apresura en tomar la carta del escritorio y guardarla en su bolsillo, luego se sienta en el escritorio, y rápidamente se pone a escribir.
Elisabeth entra en la sala, cubierta por un chale para resguardarse del frío el cual sujeta con una mano, y en la otra sujetando un porta velas para iluminar la oscuridad de la casa. Suspira para sí misma al ver a su esposo seguir escribiendo. Todo el día y toda la noche trabajando...
— Alexander, regresa a dormir.
Pide ella acercándose a su esposo desde atrás, dejando la vela en la mesa, este ladea el rostro levemente al oírle.
— Tengo una reunión temprano fuera de la ciudad.
Se explica él volviendo a ver el papel frente a él, no cree poder soportar ver el rostro de su esposa en estos momentos. Le destrozaría verla cuando le está mintiendo tan descaradamente y tal vez verla le haga flaquear en su decisión de acudir al duelo.
La fémina hace una mueca ante esa noticia.
— Aún está oscuro afuera.
Protesta ella.
— Lo sé. Sólo necesito escribir algo
— ¿Cómo es que escribes como si el tiempo se te fuera a acabar?
Pregunta abrazándolo por la espalda. El pelirrojo se muerde el labio inferior.
"Betsey, mi amor, si supieras..."
— Shhh...
Pide con gentileza que se calle. Sus palabras le están destrozando.
— Vuelve a la cama. — Insiste. — Eso sería suficiente.
— Estaré de vuelta antes de que te des cuenta que me fui.
— Vuelve a dormir...
Pide una vez más, esperanzada de que sus palabras le convenzan.
— Esta reunión es al amanecer.
Recuerda él, con la esperanza de que su esposa desista. Eliza suspira rendida, es inútil, no podrá convencer a su terco esposo.
— Bueno, yo regresaré a dormir.
Informa algo irritada, tomando la vela nuevamente.
Alexander, por un lado siente alivio, pues de seguro si ella seguía insistiendo terminaría por convencerlo pero también siente una parte de él morir cuando la calidez de los brazos de su esposa se alejan de él.
Elisabeth, su luz, la calma en el huracán que es su vida, su salvación. Aquel ángel que el universo le regaló. ¿Qué demonios hizo para tener a alguien tan maravillosa a su lado?
— Hey. — Toma su mano antes de que ella se aleje — Eres la mejor de las esposas y la mejor de las mujeres.
Esa frase hace que el enojo de Elisabeth disminuya lo suficiente como para regalarle a Alexander una sonrisa sincera.
Más de una vez muchos le han preguntado por qué sigue junto a él, por qué soporta sus descuidos, por qué le perdonó su engaño. Muchos incluso la tachan a ella de "dependiente" de su esposo, la acusan de no poder vivir sin él pero a Eliza no podría importarle menos aquello ni los susurros de terceros. Sabe que ellos sólo ven lo malo de Alexander, no ven al hombre que le escribió tan bellas cartas, al que estuvo junto a ella en sus peores momentos, a su maravilloso esposo, ella está consciente de que él tiene sus defectos sin embargo ella es inteligente y sabe que tras aquel hombre que ha pasado por mil huracanes hay un corazón puro que, cuando ama, ama con todo su ser.
Elisabeth no es débil, es fuerte, pues sólo un corazón fuerte es capaz de amar a Alexander Hamilton sin rendirse.
El ojiazul ve a su esposa desaparecer por el pasillo con una sonrisa.
— Al menos las últimas palabras que oyó de ti fueron lindas.
Una voz a sus espaldas le hiela la sangre. Al voltear ve a aquel americano a la luz de las velas de la sala, se ve tan frágil como las llamas de estas.
— Ahí estás. — Habla en voz baja, poniéndose de pie, dejando de escribir. — Creí que no ibas a aparecer.
— Discúlpame. — Dice con voz sarcástica. — Creo que te malinterpreté cuándo dijiste que no era más que un sucio truco de tu mente y me ordenaste que me fuera.
El más bajo mira al suelo. La última vez que vio a aquel fantasma fue en los días previos del duelo de su difunto hijo, desde entonces no lo había vuelto a ver cosa que le había alegrado, hasta ahora.
— Quería verte una vez más. — Confiesa apenado. — Antes de...
— ¿Antes de tu suicidio?
Inquiere aquel ente rubio. Alexander frunce el ceño.
— No tienes derecho a decir eso, no tú.
Es consciente de que lo que está frente a él no es el verdadero John Laurens pero a veces se le olvida en medio del huracán que es su vida, sin mencionar lo mucho que se parece a su querido rubio. Cómo forma de desahogo es perfecta al menos.
— Tal vez, pero...
— Además no sabemos si moriré ahí o no. — Procura hablar siempre en voz baja. — Tal vez Burr no dispare.
— Tú no vas a dispararle ¿Verdad?
— ...
El pelirrojo responde con un silencio, cosa que aquel fantasma sabe cómo interpretar. Da un suspiro ¿Decepcionado?
— No intentes engañarme, estás actuando tal y como yo antes de lo de Combahee. — Dice con voz severa y resignada. — ¿Quieres rendirte verdad?
Alexander baja la mirada, sintiéndose descubierto aunque no debería, aquello es un producto de su mente, es normal que conozca sus verdaderos pensamientos.
— ¿Y qué si eso quiero? — Cuestiona levantando la mirada con voz firme. — T-tu lo hiciste ¿Acaso yo no puedo?
— ...
— ¿Y qué si quiero soltar todo de una vez? ¿Y qué si quiero ver a mi madre? ¿Y qué si quiero ver a mis hijo? ¿Y qué si quiero ver a Washington? ¿Qué tiene?
— Le desafía Alexander. — Y ni se te ocurra mencionar a Elisabeth, ella no tiene nada que ver en esto, todo lo contrario de no ser por ella de seguro me habría rendido hace años. No tienes derecho a juzgarme, ni aunque fueras el verdadero Laurens.
El más alto suspira.
— No es eso...
A Hamilton le llama la atención el hecho de que el ojiazul suena afligido.
— ¿Entonces qué es?
El rubio revuelve su cabello, tentando a Alexander a acercarse y enredar sus manos en este ¿Se sentirá como el del verdadero John?
— Es que... — Hace una pequeña pausa antes de empezar a explicarse. — ¿Sabes? Siempre te vi como... alguien demasiado fuerte. Te envidiaba, veía como el mundo te golpeaba con más fuerza cada vez y tú sólo te sacudías el polvo para continuar. Te envidiaba ¿Sabes? Te veía una estrella cuyo brillo no podía ser acabado.
"Laurens..."
Se dice a sí mismo que no es real, tal vez su mente le está diciendo lo que él quiere oír.
— Supongo que somos más parecidos de lo que creí. — Concluye John. — Eres una gran persona Alexander, empezaste con nada, con menos aún y te ganaste un lugar en la historia de nuestro país.
Aquellas palabras obligan a Alexander a voltear y contemplar su hogar, pensar en todo lo que ha logrado, todas las personas que ha conocido a lo largo de sus años de vida, a quien ha dejado atrás, quienes le han dejado.
— Mira dónde estás, mira donde has empezado. — Dice el rubio caminando hasta llegar que su lado. — Tienes tus defectos, como todo el mundo pero también tienes virtudes de las que muchos carecen que te han traído hasta aquí. Espero que estés orgulloso, tienes motivos para estarlo, lo digo con sinceridad.
El caribeño esboza una pequeña sonrisa.
— Lo estoy. — Dice Alexander con una expresión serena. — ¿Y sabes qué? Aunque hay cosas que me gustaría cambiar o que desearía que hubieran sido de forma diferente, a fin de cuentas no puedo quejarme.
El más alto asiente con una sonrisa aunque luego está desaparece.
— Elisabeth... de verdad es maravillosa ¿Eh?
El pelirrojo nota al rubio decaído. Toma la carta de su bolsillo y la deja sobre la mesa antes de volver a ver a aquel truco de su mente que tanto se asemeja a su querido Laurens. Una parte de él se siente mal de que su mente se lo muestre así.
— Quería despedirme de ella. — Se acerca para quedar frente a frente con él. — Así como me hubiera gustado despedirme de ti.
Eleva su mano, hace un amago de acariciar la mejilla del fantasma de John, no se atreve a hacerlo por miedo. Este lo ve con tristeza en sus ojos, los cuales pese a todo se ven como el azul del cielo cuando el Sol se alza en el amanecer.
La luz del naciente alba se filtra por las rendijas de la ventana, atravesando a aquella imitación de John Laurens.
— En tu carta a ella dices que te gustaría encontrarte con ella en la otra vida...
— Si hubiera sabido que aquella carta que te mandé sería la última te habría dicho tantas cosas... — Confiesa en un susurro. — Pero lo mínimo que pude hacer fue entregarme como tuyo, aunque tú no sabrás eso...
— ...
El más alto baja la mirada.
— ¿Sabes? Una de las cosas que desearía cambiar es... saber qué habría pasado si no hubieras muerto. Cinco años fue suficiente como para ganarte mi corazón pero no lo fue cómo para poner un punto a nuestra historia, justo cuando parecía acabó la guerra...
— Han pasado veintidós años... ¿De verdad sigues amándome? — Alexander sin dudarlo asiente. — ¿C-cómo?
— Las ausencias marcan demasiado, sobre todo luego de haberte mandado aquella carta y que tú no la leyeras. Me gustaría hacer tantas cosas contigo...
El rubio sonríe tristemente. Alexander nota aquella figura temblar, volviéndose más débil cada vez.
— D-deberías irte, llegaras tarde y a Burr no le gusta esperar.
Alexander asiente, toma su abrigo y su arma. Frente a la puerta se detiene un momento.
— John...
Voltea para decir algo más pero ya es tarde. Está completamente solo de nuevo. Aprieta los labios, en momentos como estos se alegra de ser creyente pues así tiene la esperanza de que en el otro lado podrá decir todas aquellas cosas que no dijo a John, al verdadero.
Cierra la puerta y se encamina hacia su propia muerte a manos de Burr.
⋅◈⋅
Despierta con la vista nublosa. Al frotar sus ojos se percata de que está llorando.
"¿Por qué sigues haciendo eso? ¿Tanto me odias?"
Pregunta mientras frota sus ojos. Esos sueños reviviendo los peores momentos de su vida pasada son de lo peor, una tortura.
No te odio. Si hago esto es para que dejes de dudar. Sé que estás indeciso pero mientras más tiempo dejas que pase, será peor
— ...
Alexander sale de su cama, toma algo de ropa -una playera y un jean viejos- y se da un buen baño, lo necesita para despejarse, luego con la ropa cambiada se dirige a desayunar.
— Hola William.
Saluda al verlo, aunque le extraña de verlo comiendo pizza ¿Qué clase de desayuno es ese?
— Buenas tardes Alex.
"¿Tardes?"
— ¿No querrás decir días?
— Nop.
— Mierda. — Se sienta frente al inglés y toma una rebanada de pizza, la cual mastica pausadamente. — Si vuelvo a tardar tanto en despertar, hazlo tú por mí, por favor.
— De acuerdo. — Bebe de la lata de cerveza a su lado. — ¿Y bien? ¿Has pensado en lo de ayer?
Alexander asiente con la cabeza.
— He pensado pero... me siento bastante confundido.
— Tú ya sabes mi opinión, yo creo firmemente que John y tú son el uno para el otro. — Confiesa William.
— Siento no poder ser más subjetivo.
Alexander esboza una pequeña sonrisa, le agrada la sinceridad del inglés.
— Oye, creo que te debo una disculpa.
— ¿Por qué?
— Por la actitud que tuve contigo al principio, fui muy grosero contigo. Discúlpame por favor William.
El aludido sonríe conmovido. Él sabe que por mucho que Alexander intente verse duro en el exterior en realidad es una persona sensible, con un corazón de oro.
— No es tu culpa, yo era el que te provocaba, es que... molestarte era bastante divertido. — Confiesa con una expresión divertida. Alexander rueda los ojos. — Pero también comprobé que cada cosa que John me contaba sobre ti era cierta, no me sorprende nada que hayas enamorado a Laurens.
— ¿Crees que... — Hace una pausa, evitando su mirada. — Podría volver a enamorarlo?
La duda de Alexander provoca ternura en el más alto.
— No puedes esperar que vuelva a amarte si nunca dejó de hacerlo, tonto. ¿En serio crees que porqué te fuiste de la lengua sus sentimientos cambiaron?
— ...
— Pero mi consejo es que te apures y decidas que harás pronto. — Aconseja. — Sabes que John es fuerte y no tendrá problemas en olvidarte si es lo mejor para él.
Alexander asiente y continúa comiendo.
El resto de la tarde se la pasó haciendo una única cosa: Pensar. Pensar en qué debería hacer y en miles de escenarios alternativos a cada pequeña opción que su mente le plantea. Cuando se da cuenta de que lo de estar solo en su habitación haciéndose preguntas a él mismo es tonto decide recurrir a quien ha sido su guía en momentos de dudas.
[...]
— ¿Crees que le guste?
Pregunta Hércules mostrándole a su esposa el pequeño pijama color verde que acaba de hacer para su futuro hijo o hija.
— Es un bebe ¿Que tanto criterio puede tener?
— Si es hijo mío tendrá buen gusto.
Elisabeth sonríe y acaricia su vientre, el cual empieza a verse abultado.
— Será una niña. — Dice ella. — Lo sé, lo presiento.
El sastre posa una mano en el vientre de su esposa.
— Una niña me gustaría, será mi pequeña princesa y sería un descanso de estas dos bestias.
Dice Hércules mirando a sus hijos jugando al Mario Party frente a ellos en el suelo de la sala, le alegra ver que sus hijos heredaron su amor por Nintendo. Aún le cuesta creer que el mundo le haya bendecido con tan bella familia dos veces. A diferencia de Alexander o Laurens, él considera su vida pasada perfecta de principio a fin y le alegra estarla viviendo por una segunda vez.
— ¿Que sucede?
Pregunta Elisabeth al ver la sonrisa de su esposo.
— Te amo.
Responde con simpleza el sastre, provocando ternura en ella.
El timbre del recinto suena, es Elisabeth quien se dirige a atender.
— ¿No quieres que vaya yo?
— Estoy embarazada Herc, no inválida. — Exclama ella fingiendo estar ofendida mientras abre la puerta. — ¡Lexi!
Exclama animada de ver al caribeño. Este sonríe educadamente a modo de saludo, aunque nota a la esposa de Hércules algo diferente.
— Buenas tardes Elisabeth.
— Pasa cariño. — Ofrece ella. — Estás en tu casa.
— Gracias, sólo será un minuto.
Mientras Elisabeth cierra la puerta, Alexander disfruta el ambiente de la casa del sastre. El adora estar en casa de Hércules justamente por aquella esencia familiar que esta posee, le relaja.
— Hola Alex.
Saluda el irlandés al verle
— Hola Hércules.
Responde él intentando sonar animado, cosa que su amigo nota.
— ¿Que sucede?
Elisabeth se dirige hacia la cocina a preparar la cena y Alexander se sienta en el sofá junto al sastre.
— Sucede que tengo la mente muy jodida, amigo. — Suspira. — No sé qué hacer...
El irlandés intuye que está hablando sobre Laurens, se había enterado de que habían roto.
— Así que no sabes que hacer... — El menor niega. — Cierra los ojos.
— ¿Eh? — Cuestiona Alexander confundido. — ¿Para qué?
— Cuando me hallaba indeciso sobre lo que quería, solía cerrar los ojos y preguntarme a mí mismo qué es lo que quería realmente. — Explica el mayor. — Cuando tenía tu edad me sucedía bastante.
— ...
Alexander lo observa curioso. Es un consejo algo extraño pero si viene de Hércules... Cierra los ojos.
— Atrévete a preguntarte a ti mismo que es lo que deseas de verdad y permítete responder con sinceridad.
Con los ojos cerrados Alexander obedece.
"¿Qué deseo realmente?"
Aún con los ojos cerrados, Alexander empieza a ver ciertas cosas. Se ve a él mismo con aquel título en Derecho que tanto anhela, ve a su madre junto a él, orgullosa de su hijo, ve a Hércules y a toda su familia a su lado, ve a su fiel amigo Lafayette, por mucho que odie admitirlo ve a William, siendo tan molesto como siempre, ve a Martha, quien se ha ganado su respeto, ve a...
— ¡Alex, tesoro!
Ve a John, abrazándolo, en un piso que ambos comparten.
— Hola lindo. — Devuelve el abrazo. — ¿Cómo te fue en el trabajo?
— Bien. — John se separa. — Es un curso muy agradable.
Si, John había mencionado que le gustaría ser profesor.
— ¿Me extrañaste, cielo?
Pregunta Alexander mientras una de sus manos se desliza hacía las caderas del castaño, quién ríe.
— Claro que sí, mi niño. — Toma su mano libre. — ¿Cómo no voy a extrañar a mi esposo?
Alexander ve con una sonrisa sus manos entrelazadas, ambas con sus anillos. Verlas le da una sensación de paz y armonía en su ser.
— ¿Te he dicho ya cuánto te amo, John?
Pregunta, rozando sus labios con los del aludido, quien sonríe.
— Me lo dices cada día, y aún así no me cansaré de escucharlo.
Alexander ve la sonrisa de John, lo ve siendo feliz, lo ve cumpliendo sus sueños y se ve a sí mismo a su lado en cada pequeño paso de su vida.
— Te amo, Alex.
Dice el pecoso con voz alegre mientras lo abraza.
Alexander abre los ojos con el corazón agitado y las mejillas ardiendo. Mira a Hércules agitado.
— V-vi a...
— No hace falta que me lo digas. — Lo interrumpe Hércules. — Tú lo sabes, eso es lo importante.
Alexander se calla y vuelve la vista al frente. Había visto a John, lo vio como su esposo y lo peor de todo -o tal vez lo mejor- es que esa idea le fascinaba, la idea de John apoyándolo en su vida le fascinaba.
— Ahora sabes lo que quieres. ¿Sabes qué camino tomar para obtenerlo?
Alexander se plantea esa pregunta en su mente. El camino para llegar a John... a ese futuro junto a él. Si, lo sabe.
— Gracias Herc.
Se despide de su amigo, ahora con la mente mucho más clara. Pasará por su casa para buscar algunas cosas y a cambiarse pues la ropa que trae puesta ahora está demasiado gastada. Luego iría de camino al corazón de John Laurens.
[...]
Lafayette comprueba su apariencia en el espejo, Lleva una chaqueta y pantalón a juego, grises, y una camisa blanca, calzando unos zapatos color café. Pocas veces se había vestido tan formal pero debe hacerlo, es su primera cita con Adrienne y quiere dar una buena primera impresión, además de que la llevará a un restaurante elegante, no puede ir precisamente en un short deportivo.
— Aunque sería gracioso de ver...
Murmura para sí mismo, peinando su cabello.
Cuesta creer que por fin tuvo el valor de pedirle a Adrienne que fuese su novia, y menos de aquella forma tan extravagante... debe de reconocer que, muy probablemente, haya tenido que ver aquella charla que Martha le dio, pero claro, no lo admitirá, no es voz alta al menos.
Ya terminado de arreglarse se dirige hacia la sala en busca de su llave y billetera.
Le alegra saber que John y él vuelven a ser amigos, lo extrañaba, y le alegra aún más ver que este está haciendo un esfuerzo en no volver a ser quien era antes, cómo su amigo Lafayette va a apoyarlo, no lo satanizará como ha estado haciendo hasta ahora. Ojalá Alexander pudiera hacer lo mismo algún día, si Martha y él pudieron...
Escucha que tocan el timbre, por lo que se dirige a abrir para toparse con su amigo caribeño.
— Hola Alexander.
Saluda algo sorprendido de verlo. ¿Lo habrá invocado con su pensamiento? Lo tendrá en mente para futuras ocasiones.
— Vaya, que elegancia la de Francia. — Comenta Alexander al ver a su amigo tan formal. — ¿Vas a salir?
El francés asiente.
— Con Adrienne.
Alexander pone una expresión de sorpresa, luciendo como si acabara de oír que es adoptado.
— ¿Adrienne?
El más alto rueda los ojos.
— Si, joder ¿Por qué a todo el mundo le sorprende tanto? ¿Tan cobarde luzco? — El caribeño abre la boca para contestar. — ¿Sabes qué? Mejor no respondas.
Le interrumpe el más alto antes de que pueda pronunciar palabra. Alexander se encoge de hombros, cómo diciendo "Está bien" De todas formas este no es el tema por el que vino.
— ¿John está?
Pregunta algo nervioso.
— En realidad no, salió hace un rato.
— Oh...
El más bajo no oculta su decepción.
— ¿Quieres pasar a esperarlo? — Ofrece abriendo la puerta aún más para hacerle lugar a que pase. — No debe tardar mucho.
— ¿No es molestia? — Lafayette niega. — Gracias...
A paso lento Alexander entra en el departamento, mirándolo detenidamente, siente que ha pasado una eternidad desde que entró ahí. Se saca la mochila que trae a sus espaldas y la cuelga en el respaldo de una de las sillas.
— Vienes a hablar con él ¿Verdad?
Pregunta el francés, cerrando la puerta, con tono amable.
— ¿Y-yo? — Pregunta Alexander sintiéndose descubierto. — Bu-bueno, si, s-solo si él quiere claro.
Lafayette sonríe enternecido ante los nervios de su amigo. Se sienta junto a él en el sofá.
— No deberías estar tan nervioso. Él te adora, lo sabes.
El caribeño traga saliva.
— N-no puedo evitarlo. Estuve pensando mucho esto y... q-quiero estar con él. ¿Sabes? — Confiesa algo sonrojado. — Aunque sea difícil... de verdad me gustaría estar a su lado. E-espero que él quiera también.
— La última vez que lo vi, parecía agradarle mucho esa idea... sólo parecía un poco decaído por como terminaron las cosas entre ustedes.
Informa, quiere ser honesto con su amigo.
Alexander se siente mal de oír eso, joder si hubiera conectado su maldita boca con su cerebro a tiempo y no se hubiera dejado llevar por la rabia. Si por esas míseras palabras perdiera la oportunidad de estar junto al pecoso...
— Oye... — Su amigo posa una mano en su hombro. — Ya está, lo dicho está. John también dijo tonterías, no puedes cambiar tus palabras del pasado pero si puedes pensar las del futuro para demostrarle a Laurens cuánto lo quieres y cuánto deseas estar junto a él.
— ...
— Recuerda que John es humano también, uno muy parecido a ti por cierto, estoy seguro de que cada cosa que sientes tú, el lo siente igual. De no ser así, no estarían aquí ¿Verdad?
Ese breve discurso logra hacer sonreír a Hamilton y darle confianza. Es verdad, si sus almas lograron reencontrarse, nada es imposible.
— Gracias Laff.
El francés asiente con una sonrisa a modo de decir "De nada"
— Bueno, yo debo irme. — Se pone de pie. — No quiero llegar tarde. No rompas nada, cuida de la gata y pórtate bien.
— Si mamá...
Dice Alexander con sarcasmo.
— Y suerte. — Agrega Lafayette. — Aunque no creo que la necesites.
Extiende su puño hacia Alexander, quien lo choca con el suyo.
— Tu igual. Y usa protección, nuestra generación ya tiene las estadísticas de padres adolescentes muy altas como para agregar más a la lista.
— Ja, ja, que gracioso Hamilton.
Con esa sarcástica risa Lafayette se retira, dejando sólo a Alexander, quién se pone de pie y apaga la luz de la sala, quiere encontrar algo que hacer en lo que espera que John llegué.
Ve la puerta de la habitación del pecoso abierta, se ve tentado a entrar pero ¿Debería? Por mucho que le duela admitirlo ya no son pareja... ¿Qué está diciendo? Aunque lo fueran eso no le daría derecho a escabullirse a la habitación de John, mucho menos en su ausencia pero la tentación es muy grande.
En casos como estos sólo hay una cosa que hacer. Saca una moneda, la lanza y la atrapa en su mano. Si sale cruz no lo hará.
— Cara. — Dice viendo en que cayó dicho objeto. — Bueno, así lo quiere el mundo ¿Quién soy para oponerme?
Con sigilo, como si estuviera cometiendo un crimen, se adentra en la habitación del castaño, lo primero que ve es a la gata de Lafayette y John durmiendo cómodamente en la cama.
— Hola. — Saluda agachándose a su altura para saludarla. — Tú eres Jean le Blanc ¿Verdad? ¿Por qué Lafayette te puso el nombre de su antigua yegua?
Tal vez sea ella reencarnada
La gata despierta y ve al intruso responsable de la interrupción de su sueño.
— ¿John te ha hablado de mí? — Pregunta Alexander. — Soy su ex pareja... aunque vine aquí con la esperanza de tachar ese "ex" ¿Crees que lo logre?
La felina le mira fijamente unos segundos para luego restregar su cabeza contra el rostro de Hamilton de forma cariñosa.
— Tomaré eso como un sí. — La gata de John ya le ha aceptado, va por buen camino. — Bien, te dejo dormir, no hacer nada todo el día debe ser agotador.
Jean bosteza y vuelve a recostarse para seguir durmiendo. Alexander la mira con cierta envidia, lo que daría él por dormir en la cama del ojiverde todos los días, recuerda cuando le cuidó y durmieron juntos ahí.
El caribeño nota, a unos centímetros de la gata, el cuaderno de dibujos de John, se toma el atrevimiento de tomarlo y ojearlo brevemente. Siempre le ha gustado ver los dibujos de Laurens, en estos se nota todo el amor que él pone. Recuerda esos dibujos y esa carta, como Laurens se veía terrible pues de seguro se sentía igual y como él no valoró su esfuerzo.
— John... — Aprieta el cuaderno contra su pecho. — Mi dulce John, por favor que no sea muy tarde...
Ojalá aún pueda leer esa carta. Ojalá John aún lo ame. Ojalá aún puedan estar juntos.
¿Que harás ahora? ¿Oler sus sábanas?
Eso toma de sorpresa al pelinegro y le hace sonrojar.
"¡Déjame en paz!"
Deja el cuaderno dónde lo encontró y se marcha, no quiere que John lo encuentre husmeando en su habitación, ya bastante se sorprenderá el pobre al encontrarlo en su piso seguramente.
En el pasillo nota un espejo. Comprueba su apariencia, si hubiera sido por el habría venido en un jodido esmoquin pero al final optó por un jean ajustado color azul oscuro, un jersey gris, bajo el cual tiene una camiseta negra, y unas zapatillas blancas con detalles negros.
"Espero no verme muy casual"
Tu siempre te ves casual
"Prefiero eso a vestirme con ropa que me corte la respiración"
Tienes envidia porque mi generación fue la más elegante
El pelinegro rueda los ojos. Vuelve a verse al espejo, bueno, cómo no tiene nada mejor que hacer podría revivir viejas costumbres y practicar como empezará. Carraspea su garganta.
— Oh, vaya John, que sorpresa verte aquí. — Dice con asombro. — Estaba aquí de casualidad y tú también parece ¿Que andas haciendo?
Estás en su jodida casa, él vive aquí
Suspira frustrado. Plan B.
— ¿Sabes qué John? Estuve pensándolo y no me importaría **demasiado** darte otra oportunidad — Habla fingiendo desinterés con las manos en sus bolsillos, haciendo énfasis en la palabra "demasiado" — Considérate afortunado, ni te imaginas la cantidad de hombres y mujeres que desearían estar en tu lugar...
Uno de los problemas principales fue que él se sentía como "uno más" ¿En serio crees que le alegraría oír algo así?
Mierda, es verdad, ya no quiere hacer sentir mal a su lindo pecoso. Plan C.
— ¡Me diagnosticaron una enfermedad terminal! ¡Me queda un año de vida y deseo pasarlo a tu lado John!
...
"¿Demasiado? Podría decir que la única cura es estar con él.
Dios santo, estamos jodidos...
El de coleta rezonga sintiéndose hundido.
— Soy un fracaso...
Se lamenta escondiendo el rostro entre sus manos. Habla tanto de más y ahora no puede unir las palabras cuando más las necesita. Fueron sus palabras las que le hicieron desperdiciar la oportunidad de aceptar la disculpa del castaño y ahora no podrá decir lo correcto para enmendarlo.
Por eso no le había dicho a William a dónde iba, si esto sale mal no quiere que el rubio se entere y lo vea volver desanimado por haber fracasado.
Oye, levanta la vista
El pelinegro obedece. Se sobresalta al ver que, tras su reflejo, ve a su antepasado pelirrojo, por instinto voltea y ahora lo ve frente a él. Tan claro como si fuera una persona de esta época, aunque su vestimenta le delata de sobremanera.
— ¿S-siempre pudiste hacer eso?
Por alguna razón no se siente asustado, solo asombrado, bastante asombrado.
— Escúchame. — Ignora su pregunta. — Lo que te trajo hasta aquí fueron tus sentimientos, los cuales son sinceros. Si quieres que John vea que de verdad deseas estar con él debes dejar de lado las excusas y hablar con la más pura verdad, pon las cartas sobre la mesa, nada de falsas segundas intensiones ni de fingir que esto te da igual, John tiene que ver cuánto deseas estar con él.
— ...
El más alto lo ve aún algo confuso, algo en el pelirrojo le inspira confianza.
— A ver, trata de nuevo.
El de ojos oscuros asiente, voltea y se ve a sí mismo en el espejo, y tras él está su antepasado, son muy diferentes pero si algo tienen en común es que aman a John Laurens, sea la apariencia que sea. Cierra los ojos, respira profundamente y los vuelve a abrir.
— John, hay una sola razón por la que estoy aquí, y esa razón eres tú. Sé lo que dije, pero también sé lo que tú dijiste, sé también que ambos lo sentimos y ambos estamos aquí, de nuevo, no sé si fue suerte, no sé si fue la fuerza de nuestro lazo, no sé si así lo quiso algún Dios pero el motivo no podría importarme menos, lo fundamental aquí es que tenemos una segunda oportunidad y sé que queremos aprovecharla. El mundo y cada fibra de mi ser me estaba gritando que venga hacia ti porque te amo demasiado como para dejar que esto se acabe apenas habiendo empezado; otra vez. No eres el mismo de antes lo sé, yo tampoco pero si de todo lo que hemos cambiado nuestros sentimientos permanecen iguales, eso debe ser una señal, una señal de la buena.
Finaliza sin creer que eso haya salido de su boca. Tras él, el pelirrojo lo ve satisfecho.
— Eso está mejor, ya sabes por qué camino ir.
Alexander sonríe sonrojado hasta que escucha la una llave abriendo la puerta de la sala.
— J-John... — Ve al espejo. — Es él...
Pero se percata de que está solo. Joder, justo en este momento tan importante...
Tranquilo, aquí estoy. No iré a ningún lado, no hasta verte al lado de ese tierno castaño.
"Oye cuidado, él es el mío, búscate al tuyo"
Yo los prefiero rubios, ya lo sabes. Anda, ve por él
Alexander vuelve a respirar profundamente. ¿Cómo reaccionará John? Con un poco de suerte sus impulsos le ganarían y correría a sus brazos para abrazarlo, se mirarían con todo el amor que sienten, se besarían, se prometían estar juntos para siempre, comprarían una casa celeste en una colina y...
— Volví.
Escucha decir al pecoso desde la sala, sacándole de su perfecta fantasía. Jean despierta de su siesta para ir a recibirlo, cosa que hace sonreír a Hamilton.
— Hola Jean.
Escucha Alexander saludar al ojiverde mientras enciende la luz, le causa gracia y ternura aquel tono agudo con el que habla. Cuando llega a la sala, John no se percata de su presencia, está muy ocupado abrazando a su gata.
"Suertuda"
Aunque si las cosas salen bien, no tendrá nada que envidiar a esa felina.
— ¿Qué quieres hacer? Parece que estamos so... — Por fin levanta la vista y sus ojos se encuentran con los del caribeño. —...los.
La sorpresa en la voz y expresión de Laurens causan una leve sonrisa en Alexander, quién de momento se limita a hacer lo lógico.
— Hola John.
Saluda, recargado contra el muro de la sala con una sutil sonrisa, deseando que John no vea sus nervios.
Por los siguientes segundos John mira a Alexander. Alexander mira a John. Jean le Blanc mira al suelo, deseando que su embobado dueño la baje.
Los nervios del más bajo aumentan a cada milisegundo, juraría que puede oírse el sonido de la conexión a Internet vía telefónica de fondo, pues no hay ningún otro ruido.
Hasta que, finalmente, John muestra una reacción, la cual es soltar de repente a su gata -la cual por fortuna cae de pie, ventajas de ser un gato- y salir del departamento, cerrando tras de sí.
— ¡John! Espe-
Tarde. John ya se ha salido, dejando a Hamilton sólo. Mira a la gata unos segundos, está le mantiene la mirada antes de volver a la habitación en que estaba antes para retomar su siesta. Suspira mientras frota la parte posterior de su cabeza.
— De las muchas reacciones que tenía en mente, no me esperaba esa.
Yo si.
El pelinegro rueda los ojos. Y él creía que sería un apoyo...
Fuera del departamento, John se encuentra apoyando su espalda contra la puerta con la respiración más que agitada, su pecho subiendo y bajando a un ritmo casi inhumano. El corazón le amenaza con salir de su pecho y el suelo parece temblar bajo sus pies. Siente que le dará taquicardia o una hiperventilación ¡O ambas a la vez!
¿Que fue eso? ¿Y esa reacción?
"¡Si alguien tiene derecho a hacer preguntas aquí, soy yo! ¡¿Qué hace Alexander aquí?! ¿¡Cómo entró?!
Lafayette debió de dejarle entrar antes de irse, se que estás alterado pero usa la lógica
Bueno, eso responde una cuestión pero aún queda una pregunta pendiente ¿Qué Alexander hace él aquí? ¿Por qué le está esperando en la sala de su casa? ¿Acaso quiere darle un infarto? Su pobre corazón no puedo soportar tanto ¿Habrá venido a buscar algo que le pertenece? ¿Vino por Jean le Blanc? Esperen, no, ella no es de Alexander, es de Lafayette.
Estás temblando
Eso llama su atención, mira sus manos, es verdad, estas están temblando al igual que sus piernas y todo su cuerpo.
¿A que le temes? ¿A Alexander?
"No, no es eso"
Se abraza a sí mismo, tratando de dejar de temblar.
¿Qué crees? ¿Qué vino para mandarte a la mierda otra vez? No creerás que va a robarte ¿Verdad? Tú querías verlo y aquí está. Sé que te tomó de sorpresa, pero...
"Tampoco es eso..."
Si, es verdad que quería ver al caribeño sin embargo el tenerlo frente a frente luego de tanto tiempo le hizo percatarse de algo: Tiene miedo. Pero no miedo de Alexander, ni mucho menos de que fuera a golpearlo o algo así. John teme a otra cosa.
"¿Y si no me encuentro lo suficientemente bien como para volver a verlo? ¿Y si hago o digo algo mal? ¿Y si lo lastimo de nuevo? ¿Y si lo hago enojar y se marcha? ¿Y si lo veo a los ojos y exploto, lastimándole? ¿Y si arruino esta oportunidad? ¿Si destruyó de verdad un posible futuro junto a él? ¿Y si nuestro pasado nos dejó demasiado rotos como para no poder amarnos sin lastimarnos? ¿Y si ambos lo intentamos de verdad pero, por mucho que nos amemos, por mucho que el mundo nos quiera ayudar dándonos miles de oportunidades, simplemente no estamos destinados a estar juntos? "
— ¿John?
Escucha a Alexander llamarlo desde el interior. Él voltea y apoya su frente contra la puerta, afligido aún.
— Alexander. — Susurra. — Mi amor...
John teme que el pasado de ambos los haya marcado demasiado, tanto que ya haya decidido de alguna forma, el sí estarán juntos o no. John teme a que no sea la época, a que no sean terceros, sino que sean ellos mismos lo que les impide estar juntos. Teme darse cuenta de que lo suyo no podría funcionar, ni en el pasado, ni ahora, ni nunca.
— John ¿Estás ahí aún?
El oír la voz de Alexander le llena de pesar, cierra fuertemente los ojos. ¿Si terminan por alejar ese tan añorado futuro juntos?
Voltéate
"¿Para qué? No quier-"
Voltéate
Repite. El castaño obedece resignado, rota su cuerpo y grande es su sorpresa al estar frente a frente con aquel rubio de mirada fría e imponente altura vestido elegantemente con un traje del siglo dieciocho.
El pecoso traga saliva, no sabe si se está volviendo loco o si eso que ve ahí es alguna clase de ente, solo sabe que se ve muy real.
"No va a golpearme ¿Verdad?"
— Tranquilo, no voy a golpearte. —... — Sólo quiero que me escuches.
Estudiándolo bien, el rubio no se ve molesto ni amenazador en realidad, solo se ve serio.
— D-de acuerdo.
El rubio se dobla sobre sí mismo, apoyando sus manos en sus rodillas. De verdad que es alto.
— Primero: No existe tal cosa como el destino, lo único que decide tú futuro eres tú en el presente. Segundo: El hombre que está tras esa puerta es el mismo que siguió a tu lado aún cuando eso pudo haberle costado la vida, si soportó eso no creo que le importe si estás lo "suficientemente" bien cómo para estar con él, y si no lo estás él te ayudará a estarlo. Tercero: Ya has demostrado que tu pasado no te define ni mucho menos, te has esforzado cada día en demostrártelo a ti mismo. Y por último: Si ambos están aquí, aún amándose, eso quiere decir que su lazo sobrevivió el obstáculo más grande de todos: El tiempo, no creó ser el indicado para decir esto pero creo que si dos personas de verdad están dispuestas a luchar por estar juntos, nada es imposible.
John mira al rubio frente a él, mira sus propias manos, las aprieta fuertemente, reuniendo determinación.
— Lo haré
Dice con confianza. Voltea y encara la puerta tras la cual se decidirá su futuro.
Anda, haz lo que yo no pude
"¿Mantener mi pene dentro de mi pantalón cuando debía?"
Silencio.
Entra ahí de una vez, chico listo
El ojiverde sonríe. Da una bocanada de aire.
— John. — Alexander continúa tocando la puerta. — No te fuiste ¿Verdad?
Quizás se fue de verdad. Tendrás que esperar a Lafayette para salir de aquí
Antes de que el de ojos oscuros pueda responder, la puerta se abre nuevamente. Alexander retrocede con una mezcla de miedo, nervios y emoción. Al abrirse la puerta John se asoma con una sonrisa tímida.
— Hola.
Saluda Alexander encantado de verlo, de estar más cerca de él.
— Hola Alex. — Responde con tono sutil, cerrando tras de sí. — Ha pasado tiempo ¿Eh?
— Ajá... c-creo que más de un mes.
Responde Alexander con timidez. El ambiente no es tenso, sólo se nota cierto nerviosismo en el aire.
— No vienes a robarme ¿Verdad?
— No, tranquilo.
"¿Tener la intención de robar tu corazón cuenta?"
— Disculpa la pregunta pero ¿Cómo fue que entraste exactamente?
— Me colé por el ducto de ventilación.
Responde Alexander con naturalidad. John levanta las cejas sorprendido y parpadea de igual forma pero al ver la expresión del caribeño nota que es una broma, por lo que ríe.
Al oír la risa del ojiverde, Alex ríe también ¿Hace cuánto no le oía reír?
"Al menos logré romper el hielo"
— ¿Lafayette te dejó entrar?
Pregunta John finalmente. Alexander asiente.
Te lo dije
El pecoso ignora la voz de su antepasado. Si bien no deja de estar nervioso, ver a Alexander con una sonrisa frente a él le alegra.
— P-ponte cómodo. — Dice John en tono amable, señalando el sofá de la sala. — Estás en tu casa.
— G-gracias.
Parecen un par de quinceañeros en su primera cita
El más bajo ignora su molesto otro yo mientras se sienta en el sofá. John busca en el refrigerador algo que ofrecerle a su ex pareja, es raro llamarlo así.
— No tienes porque ofrecerme nada. — Interviene Alexander. — Estoy bien.
— ¿Seguro? ¿No quieres nada?
"A ti y una vida a tu lado, por favor"
— Nada, seguro.
John cierra la puerta del refrigerador y se sienta junto a Alexander, elige encender el televisor únicamente para tener algo de ruido de fondo pero aún con eso el ambiente es algo incómodo.
"Se supone que yo debería empezar ¿No? Yo fui quien vino"
Trata de mantener su vista en la televisión, lo último que quiere es que su mirada se cruce con la de John.
¿No vas a decir nada?
Escucha el castaño en su mente.
"¿Qué quieres que diga? No sé que hace él aquí."
¿En serio no lo sabes?
John estudia a su ex-novio, eso no es cierto, lo sabe, no es tonto.
"Basta de querer evitar las cosas"
Toma el control y apaga el televisor. Alexander voltea a verlo.
— Alex. — Toma John la palabra. — No creo que hayas venido a ver la televisión ¿O sí?
Alexander carraspea su garganta, rota su cuerpo de tal forma que queda frente a frente con John, quién hace lo mismo, quedando así ambos frente a frente.
— De hecho vine para hablar.
Hablar...
Normalmente John tendría miedo, pues cada vez que esa palabra entra en escena terminan discutiendo. Sin embargo está vez se encuentra tranquilo, sereno, tiene un buen presentimiento. Algo en él le dice que Alexander desea tanto como él volver a estar juntos
— A mí también me gustaría hablar contigo.
Esa información da una esperanza al caribeño, tal vez John aún quiera volver con él.
El más bajo golpea con sus dedos el sofá, a modo de tratar de desestresarse. ¿Cómo debería empezar? Bueno, teniendo en cuenta lo último que John oyó de él...
— ¿Quieres que empiece yo?
Ofrece el pecoso al verlo callado.
— No, está bien. — Suspira profundamente. — A-antes que nada, quiero pedirte perdón por... eso que dije.
Una tristeza aparece en el pecho del castaño al recordar esas palabras, la verdad es que si que le habían herido y mucho, sobre todo teniendo en cuenta su historia y por lo que habían pasado.
Viendo a John frente a él, Alexander, ahora se da cuenta de lo diferente que se veía a cuando se presentó en su casa, antes se veía de lo más decaído. ¿Qué tan mal se habrá sentido aquella tarde que fue a verle?
— Eso...
Normalmente diría "No pasa nada" o "está bien" pero eso sería mentir, esas palabras habían dolido demasiado.
— No quise decirlo, John. — Se atreve a tomar su mano entre las suyas. — Estaba muy enojado y... tuve unos días difíciles, al verte recordé esa discusión y me dejé llevar por la rabia, créeme que no habría dicho eso si hubiera estado en mis cabales.
John estudia al caribeño, lo conoce lo suficiente como para saber que está siendo sincero. Él mismo sabe lo que es decir algo así sin pensar, sería hipócrita por su parte no mostrarse comprensivo.
— Te entiendo, Alexander. Me hago una idea de porque estabas tan mal.
Ambos se sonríen levemente hasta que notan sus manos entrelazadas aún, por simple educación las apartan pese a que desearían dejarlas así un buen tiempo más.
— Y me hago una idea de porque estabas tan enojado. — Continúa John. — Yo también dije cosas muy hirientes esa noche... Parece que lo volvimos a hacer ¿Eh?
— ¿Qué cosa?
— Lastimarnos. — Especifica John. — Herirnos mutuamente como si fuera alguna clase de juego.
Alexander aprieta los labios, odia admitirlo pero es cierto, parece que aún no se quitan esa maldita costumbre.
— Tenemos que dejar de hacer eso.
— Si, definitivamente tenemos. — Coincide Laurens. — No es divertido, nunca lo fue; y ya no quiero lastimarte.
— Yo tampoco. — Responde Alexander con una leve sonrisa a causa de lo que dijo John. Cada vez parece más probable de que a él le gustaría que volvieran.
— ¿Sabes? Martha habló conmigo.
— ¿En serio?
— Bueno... conmigo y con Lafayette. — Especifica Alexander. John alza ambas cejas sorprendido. — Me contó un par de cosas.
— ¿Cómo cuáles?
— Bueno... me contó sobre qué falleció en Francia, antes que tú.
La sorpresa de John aumenta. La verdad hubiera preferido que Alexander no se enterara de eso pero Martha se lo dijo aunque ¿Por qué lo habrá hecho?
— Por eso en Yorktown... — John asiente. — Vaya, y yo dije...
— No es tu culpa. — Lo interrumpe John. — Tú no lo sabías. Yo... apenas hablaba de Martha.
Confiesa John, recordando a su amiga y lo imbécil que fue con ella.
— ¿Por qué no me lo dijiste? — Pregunta Alexander — ¿Por qué no me contaste que estabas casado?
John nota a Alexander afligido, parece que a él aún le duele el que le haya ocultado algo así, y tiene todo el derecho de sentirse así.
— Porque no estaba nada orgulloso de ese matrimonio. — Responde bajando la mirada. — Yo la dejé embarazada mientras estaba ebrio... — Traga saliva. — Recordarla a ella era cómo recordar lo peor de mi mismo, estaba tan avergonzado por eso, y por cómo la traté que sólo se me ocurrió hacer una cosa, lo mejor que sé hacer.
— Huir.
Finaliza Algo su frase. John asiente avergonzado.
— Además tenía miedo de lo que fueras a decir tú, temía que te alejaras de mí al saberlo. — Suspira. — Pe-pero no es excusa, debí ser sincero contigo, tú merecías saber la verdad y yo cómo un cobarde lo oculté. Lo siento, Alexander, lo siento muchísimo.
El caribeño aprieta los labios, luego de lo del panfleto puede entender mejor aquello de querer guardar un secreto así.
— Debiste decírmelo, si pero... creo que entiendo. —
John lo ve a los ojos. Alexander intenta no perderse en esos orbes. — Y tú hija...
— Frances... — Balbucea el mayor con la voz rota. Alexander lo mira con compasión. — Ella... quedó al cuidado de mi hermana, n-no sé mucho más de ella.
Alexander hace una mueca.
— Debiste hacerte cargo de ella.
John le evita la mirada mientras aprieta la tela de su pantalón.
— Es verdad. Debí. — No pondrá excusas, sabe que no las tiene ni tiene el derecho a usarlas. — Pobre niña... fui un padre horrible.
— Bueno... no me corresponde a mí juzgar eso. — La verdad Alexander no se siente merecedor de dictar si eso es verdad o no. — Tú sabes qué hiciste bien y qué no.
John asiente. Está más que consiente de sus errores, tal vez lo mejor sería que no tuviera hijos en esta vida.
— Oye, esa noche antes de que te fueras mencionaste a William. — Recuerda John. — Lo sabes ¿Verdad?
Alexander asiente.
— Antes de que tú recordaras él me lo contó lo que tuvieron. Por eso aquel día estaba tan enojado en la cafetería ¿Recuerdas?
— Si...
Se limita a responder John, algo le decía que sería algo así.
— ¿Algo que decir?
Pregunta Alexander. John se encoge de hombros.
— ¿Qué quieres que diga? — Pregunta retóricamente.
— William ya te contó todo.
— Quiero saber qué tienes tú que decir sobre el tema.
Bueno, eso tiene sentido.
— T-tenía mis razones... necesitaba distraerme con algo, alguien. — Confiesa él. — T-tú te estabas por casar y eso me hacía sentir muy mal.
— Tú eras el que me decía que me casara.
Recuerda Alexander algo molesto por ver que John se contradice a sí mismo.
— Lo sé pero intenta entenderme, yo creía estar enfermo.
— Eso no te impidió acostarte con Jackson ¿Eh?
John frunce el ceño.
— Y estar comprometido con Elisabeth no te impidió revolcarte con André ¿Eh? Ni andar cortejando a Kitty.
Contraataca el pecoso.
— Al menos yo era sincero, tú me ocultaste eso como me ocultaste todo.
— ¡Porque yo sabía mejor que nadie lo que me hacías sentir y no quería hacerte sentir como tú a mí! Tú parecías no tener la más mínima idea de lo que es la empatía.
Lo desafía John.
Ambos se mantienen la mirada de forma fija y el entrecejo fruncido, como si estuvieran preparados para otra discusión.
— André follaba muy bien.
Comenta Alexander de forma casual desviando la mirada.
— William la tenía más grande que tú, consecuencias de ser más alto supongo.
Ese comentario sobresalta a Hamilton, quien vuelve a ver al ojiverde de manera desafiante, este le mantiene la mirada sin parpadear siquiera pero unos segundos después ambos relajan sus facciones y sueltan un suspiro resignado casi a la vez.
— No quiero pelear.
Admite Alexander.
— Yo tampoco, ya no. No llegaríamos a ningún lado.
Si, ninguno fue la perfecta definición de "lealtad" eso ya quedó bastante claro.
— ¿Por qué insistías tanto en que me casara?
— P-porque creí que eso iba a curarnos, creía que estaba mal y una parte de mi quería dejar de sentir eso, quería... quería que dejara de doler y creí que esa era la forma. — Siente que pronto empezará a llorar. — P-pero me equivoqué, d-daba igual lo que hiciera, mis sentimientos no desaparecían.
— Sé lo que es eso. Incluso veintidós años después de tu muerte, la herida que dejaste en mí no cerraba.
— ...
Alexander mira a John, quien no lo ve porque está centrado en no llorar, y honestamente él no sabe si podrá resistir las lágrimas que él mismo está reteniendo.
— ¿Por qué lo hiciste? — John lo mira. — ¿Por qué moriste?
— ...
El ojiverde ve la mirada llena de dudas de Alexander.
— Eso fue una muerte innecesaria, no era el "gran sacrificio lleno de honor" que tú querías. Pese a que fue una emboscada, fue una muerte en una escaramuza de la que podrías haber salido vivo, has salido de cosas peores. Eso fue un suicidio, lo sé yo, lo sabe Lafayette, lo sabes tú. —... — Si hubieras leído esa carta...
— L-la leí. — Confiesa John. — La noche en que discutimos, Hércules me envió un enlace a ella.
— ...
El de ojos oscuros lo observa sorprendido, no se esperaba eso.
— D-de hecho fue lo que me hizo darme cuenta de lo equivocado que estaba. — Rie levemente. — Eso y algunos gritos por parte de Lafayette.
— ¿Lafayette?
"Debió ser cuando vino a buscar mis maletas... debí suponerlo"
— ¿Recuerdas lo que dijiste de Romeo cuando leímos Romeo y Julieta? — Pregunta Alexander. — ¿Eso de que si él hubiera contenido sus impulsos suicidas todo habría salido bien?
Pregunta con una leve sonrisa para contener sus lágrimas. John asiente con el mismo gesto.
— Ajá.
— Parecía que estabas prediciendo nuestro futuro. — Comenta con una sonrisa intentando aligerar el ambiente para la siguiente pregunta que hará. — S-si no me hubiera casado...
— No, no pienses eso. — Lo interrumpe Laurens de inmediato al ver a dónde quiere llegar. — De hecho... creo que sí no te hubieras casado nunca me había dado cuenta de lo que sentía realmente.
— No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes.
Repite Alexander, como si estuviera intentando animarlo.
— L-lo que decidí, no fue tu culpa Alexander, simplemente ya no tenía fuerzas para continuar, veía más motivos para rendirme que para avanzar. Quería ver a mi madre, a mi hermano, quería dejar de sentir esa culpa sobre mis hombros.
— ...
John da una bocanada de aire.
— ¿Quieres saber porqué decidí no leer esa carta en su momento?
— S-si...
Responde Alexander no muy seguro, con algo de miedo de oír la respuesta. John humedece sus labios, preparándose mentalmente para ser lo más sincero posible.
— Cuando la recibí, estaba a minutos de partir. La verdad me sorprendí al ver que era tuya. Iba a abrirla pero varias cosas me pasaron por la mente. La primera que en esa seguramente ibas a decir algo de esa melosa despedida que escribí en ella y... me ponía nervioso ver tu respuesta. —... — Pero esa no era la razón principal.
— ¿Cuál era entonces?
— C-cómo te dije antes, en ese momento tus cartas eran... muy frías y eso me dolía, no solo por lo frías que eran, sino porque me hacían darme cuenta de lo frío que fui contigo y eso me hacía sentir peor. M-me preparé mentalmente para abrirla pero entonces me planteé el escenario contrario: ¿Qué pasaría si era el caso contrario? Si aquello que te dije te había demostrado lo que sentía, entonces me di cuenta de algo.
— ...
— D-de que si ese era el caso, me darías un motivo para seguir adelante, de que tendría una razón para continuar vivo y yo sabía que ya no quería eso en realidad. — Aprieta el dobladillo de su pantalón con los ojos llorosos — Estaba harto, cansado. Quería rendirme de una vez y si dentro de ese sobre había algo que me evitara hacerlo... no lo quería. No quería leer una de tus repuestas que me hacían sonrojar, y tampoco quería leer una respuesta fría, as-así que para asegurarme de que no iba a leer esa carta, la rompí. Era un maldito cobarde y... tenía miedo.
— ¿Miedo? ¿Miedo de qué?
John traga saliva, desistiendo de contener las lágrimas, baja la mirada. Habla con la voz rota.
— Miedo... de lo que podría pasar si decidamos continuar con esto, contigo casado, con un hijo y yo con una hija. Tenía miedo de seguir amándote y de lo que nos podría pasar a ambos porque, no voy a mentirte, amarte era una jodida tortura y sé que tú pasabas lo mismo conmigo. Y-ya no me quedaban fuerzas para seguir así, era morir ahí o seguir matándonos lentamente. S-sonará tonto pero prefería lo primero.
— John...
Alexander se sorprende cuando el ojiverde levanta la vista, está llorando.
[Reproducir para mejor ambientación]
Katawa Shoujo OST | Innocence
https://youtu.be/PNp14PQwwvk
"John, mi amor... no llores por favor"
Si John llora, Alexander sabe que él acabará llorando también.
— Nunca había amado tanto a alguien cómo te amaba a ti en ese momento y eso me asustaba, amarte me asustaba Alexander. — Explica John mientras sus lágrimas resbalan por sus mejillas. — Me daba miedo amarte más de lo más tu me amabas a mí, me daba miedo hasta donde podía llevarnos aquello, me daba miedo salir herido, me daba miedo herirte, me daba miedo amarte en aquel mundo tan podrido, me daba miedo morir ahorcado en un parque frente a miles de desconocidos, me daban miedo tantas cosas. Y es que... tú eras una persona tan fuerte y hermosa con cientos de personas tras él y ya no me quedaban fuerzas para... para nada.
— L-Laurens...
Alexander está conmovido, nunca había oído a John ser tan sincero con sus sentimientos.
— S-sentía que me quedaba atrás, tú avanzabas en tu vida y yo me quedaba viendo tu espalda, a ti nada podía derrumbarte. E-eras como el Sol, una estrella que ninguna persona podía apagar por mucho que lo intentará y yo... yo era yo. Me veía como la luna, un mero reflejo de la luz del Sol o menos...
— ...
"Parece que no estaba tan equivocado"
— S-se que fue egoísta de mi parte haberte mandado una carta con una despedida tan cálida y luego morir, p-pero sabía que ya no podía resistir mucho más y quería que supieras que aún te amaba. C-creí que ya no importaría que muriera ya que a-al fin logré alejarte lo suficiente de mí cómo para que mi muerte no t-
Laurens no termina su oración debido a la sorpresa que siente cuando Alexander le abraza de repente.
— ¡No digas eso John! — Le interrumpe Alexander, conmocionado y dolido porque él crea eso, aferrándose a él. — ¡Yo nunca, jamás dejaría de amarte, tonto! Ni en mil años. ¡Te lo prometí! ¡Perdóname si te hice creer eso!
Laurens no duda en refugiarse en el rostro del caribeño, tenerlo tan cerca luego de tanto tiempo es justo lo que necesitaba.
— N-no, es mi culpa. Era yo el que no hacía más que alejarte y... al final lo logré.
— ¡No es cierto! — Alexander se aparta para verlo a los ojos y tomar su rostro. — Lo único que lograste con esa estupidez; fue marcarme cómo no tienes idea.
— Alex...
Laurens se atreve a acunar las mejillas del caribeño entre sus manos, recién ahora se percata de que está llorando.
— E-el que murieras así, en esa pequeña batalla postguerra fue uno de los mayores dolores de mi vida y saber que no pudiste leer esa carta... no dejaba de repasar en mi mente que hice mal, me culpaba por haberme casado, por haber dejado de intentarlo, por no haber podido siquiera despedirme.
— No, Alex, no...
John une sus frentes. Odia ver así a su niño.
— Lo sé, tú no querrías que me sintiera así pero... ¿Que querías que hiciera? Moriste, moriste sin decirme más ¿Por qué?
Cuestiona Alexander viéndose desesperado por una respuesta. John aprieta los labios, le encantaría darle una pero no encuentra ninguna en su mente, solo puede decirle una cosa con total honestidad.
— Perdóname Alexander. — Dice John con toda la sinceridad de su corazón. — Perdóname por favor.
— Y tú a mi John, y tú a mí... Perdóname por todo.
Se quedan juntos, con las frentes unidas sollozando unos minutos, dejando salir cientos de sentimientos que habían encerrado a cal y canto.
— Mereces respuestas y juro que quiero dártelas pero no las tengo Alex.
— N-no te preocupes, te entiendo, te entiendo perfectamente.
Aún con lágrimas en sus ojos ambos se sonríen. John se atreve a limpiar el rostro del contrario con sus pulgares.
— No llores por favor.
— Y-yo no lloro. — Alexander se zafa de su agarre para limpiar sus lágrimas con su brazo. — Es que cuándo te estaba abrazando tu cabello se metió en mis ojos.
John ríe levemente mientras imita algo caribeño y limpia sus propias lágrimas.
— Somos un desastre.
— Un desastre lindo. — Responde Alexander. — O... al menos lo éramos.
El ambiente ahora es mucho más relajado, pues ya habían tratado los temas más fuertes, sin embargo aún queda el más importante de todos.
— John... si hubieras leído esa carta ¿Me hubieras hecho caso? — Pregunta Alexander. — ¿Habrías venido al Congreso conmigo?
John parece pensar seriamente aquella pregunta, quiere ser totalmente honesto con Alexander.
— No lo sé.
— ¿No lo sabes? — Inquiere Alexander. — John, en esa carta yo me entregaba a ti ¿Y tú...?
— Estoy siendo sincero, Alexander. — Lo tranquiliza John, si en algo había fallado su relación era en la sinceridad. — No te niego que la idea se me habría hecho tentadora pero, seamos honestos con nosotros mismos. ¿Qué habría sucedido si se hubiera dado ese caso?
— ...
Alexander muerde el interior de su mejilla, pensando.
— Creo que habría sido imposible mantenernos sólo cómo amigos, tú con esposa y... bueno tu creyendo que la mía seguía viva y pidiéndome eso...
"Sacas mi lado más egoísta John"
— Además... — Continúa Laurens. — Ir a Nueva York habría sido presenciar en primera persona tu matrimonio. ¿En serio me creías capaz de soportar eso luego de todo lo que pasé?
— ...
Alexander permanece callado, no lo había visto desde ese lado. Él solo pensaba en lo mucho que le gustaría estar junto a John.
— E-eso no habría cambiado nada, yo...
— Alexander. — Lo interrumpe John. — Dejemos de engañarnos, lo nuestro estaba destinado al fracaso desde el segundo en que comenzó.
Esas palabras alarman a Alexander.
— E-eso no es verdad, s-
— Deja de engañarte. Se sincero contigo mismo.
El menores guarda silencio, pensando en la situación en que se encontraban: Un país con los cimientos temblorosos, ambos con hijos, estando tan lejos, la ilegalidad de su relación y sobre todo, las cosas que ambos habían pasado, como cada uno se fue formando a lo largo de su propia vida, resultando en esa forma de querer... tóxica.
— Bien, es verdad. — Admite. — Lo era, era un suicidio, una tortura.
— Creo el final que tuvimos fue el mejor posible, por mucho que duela decirlo. Yo al fin descansando en paz y tú con la mejores de las mujeres.
— Pero no con el mejor de los hombres.
Habla Alexander en tono serio, mirando fijamente a John, quién se sonroja, cosa que alegra a Hamilton, si aún tiene la capacidad de hacerle sonrojar...
— Si hubiera vuelto a Nueva York... creo que solo nos hubiéramos seguido lastimando mutuamente. — Continua John. — P-parece que era inevitablemente.
— Si, la vida nos dio demasiados golpes en ese tiempo. — Reconoce el menor, ya es un hecho que al intentar amarse en esa época siendo quienes eran era un jodido tormento. — Fallamos en amarnos.
— No creo que haya sido eso. — Aclara John. — Si las relaciones sólo necesitaran amor todo sería mucho más fácil pero no es así; se necesita sinceridad, compromiso, convivencia...
— Respeto, apoyo, fidelidad...
Continua Alexander, algo decaído, dándose cuenta de que ambos habían fallado en varias de esas cualidades.
— Y no podíamos dar eso, no en ese momento. — Sentencia John. — Pero eso fue hace más de dos siglos.
Esas palabras encienden una luz dentro del más bajo, mira a John con la sorpresa plantada en su rostro, este le da una sonrisa tímida antes de desviar la mirada.
¿A qué esperas? Di algo
Alexander carraspea su garganta, si fuera por él se lanzaría al ojiverde y lo besaría hasta que tuviera la garantía de que vuelven a ser pareja, pero debe controlar sus impulsos.
— Es una pena como se tornaron las cosas hace un mes... — Dice Alexander. — Aún hay muchas cosas que me gustaría hacer contigo.
— A mi igual. — Admite John. — No vimos ninguna película juntos.
— Ni salimos a comer a ningún lugar, estaba ahorrando para llevarte a...
— ¿Ahorrando? — Pregunta John. — Creí que estabas ahorrando para la Universidad.
— Bueno si pero ¿Qué tiene?
— No deberías gastar dinero innecesariamente si estás ahorrando para algo tan importante.
— No era un gasto innecesario. — Explica el menor casi ofendido. — Era una cena contigo. Tú me invitaste al planetario ¿Por qué yo no podía invitarte a cenar?
John suspira.
— Espero que estuvieras planeando dejarme pagar la mitad al menos.
— ¿Qué clase de novio hubiera sido entonces?
— Uno inteligente.
Responde John a modo de broma. Sus miradas se encuentran, está más que claro que ambos desean estar juntos de nuevo.
— Laurens estuve pensándolo mucho luego de eso tan horrible que te dije y...
— S-sobre eso... hay algo que me gustaría decirte.
— ¿Qué cosa?
— Luego de que me dijeras eso, una de las primeras cosas que hice fue borrar tu número, ya sabes por eso que dijiste.
— Oh...
Una inmensa culpa aparece dentro de Alexander, lo peor de todo es que tiene sentido que John hiciera eso. Si hubiera pensado en lo que estaba diciendo...
— Me sentía tan miserable, tan hundido en los errores que yo mismo había cometido. Sentía que no volvería a feliz, porque sólo veía los trozos de lo que yo mismo rompí. Incluso consideré irme del país de lo roto que me sentía.
— ...
El menor comienza a sentirse mal y no tan seguro de sí mismo como hace unos minutos.
— Pero, con ayuda de algunos amigos y un psicólogo, me di cuenta de que no es así, no necesito irme a ningún lado, yo puedo ser feliz perfectamente sin ti, no te necesito para eso.
Alexander traga saliva. Martha tenía razón.
— O-oh...
Baja la mirada y aprieta el dobladillo de su pantalón. Parece ser que se había equivocado, llegó muy tarde.
— Pero no quiero. — Agrega John. — No quiero ser feliz sin ti.
— ...
El menor levanta la mirada sorprendido de aquello último. John le sonríe mientras se las arregla para continuar viéndolo.
— Quiero que mi cielo tenga tu nombre y sólo cause fuego en mi interior. Quiero que los dos perdamos el norte y hagamos de dos, un sólo corazón. Quiero tener la suerte de que me des de tu calor. Quiero tener ese futuro perdido que no pude tener contigo, quiero amarte como mereces y que tú me ames del mismo modo No quiero que me pertenezcas, quiero compartir mi vida contigo y que tu compartas la tuya conmigo, no quiero poner excusas ya, no quiero lastimarte, no quiero que haya terceros. Te quiero, te lo aseguro. Te amo.
Alexander parpadea sintiendo un cosquilleo en su interior, una felicidad incomparable recorrer su ser y sus mejillas sonrojadas.
John espera pacientemente una respuesta.
"¿Fue demasiado?"
Tal vez debería haber ido más despacio para no abrumar a Alexander.
— Entonces... — Para alivio de John, Alexander vuelve a hablar. — Siendo yo el Sol y tú la Luna ¿Te gustaría hacer un eclipse conmigo? ¿Eso es lo que intentas decirme?
John se sonroja, ríe levemente.
— ¿Cuanto esperaste por decirme eso?
— Se me acaba de ocurrir.
Responde Alexander con simpleza.
— Bueno, si quieres ponerlo así, si, eso me gustaría. Con la excepción de que los eclipses suelen ser cortos y yo quiero estar contigo toda mi vida, tal vez más quién sabe. ¿Qué dices?
El ojiverde extiende su mano hacía Alexander, quien lo ve con una pequeña sonrisa.
— ¿Te gustaría intentarlo de nuevo? — Pregunta John finalmente. — Siendo ambos menos idiota está vez. Sin terceros, sin mentiras, sin guerras, sin leyes de por medio.
— Solo tú y yo, amándonos de verdad, sin lastimarnos y poniendo todo nuestro empeño en esto... — John asiente sin bajar su mano. — Bueno me habría gustado ser yo quien te lo hubiera preguntado, fui yo quien vino después de todo, pero...
— ¿Pero...?
Pregunta John curioso. Alexander sonríe ampliamente y toma la mano del pecoso.
— Eso es lo de menos. — Besa la mano de John. — Te amo, te amo tanto que jamás me perdonaría que esto acabara porque ambos dijimos cosas sin pensar. — Mira a John a los ojos. — Hagamos bien las cosas esta vez ¿Si?
John asiente sin dejar de sonreír, enternecido por el hecho de que Alexander aún esté dispuesto a que esto funcione. Aparta sus manos únicamente para acunar el rostro del caribeño entre estas, mirando con todo el amor del mundo al mismo hombre que hace más de doscientos años le prometió ser siempre suyo.
— Voy a darte toda la felicidad que te merecías desde el principio, Alex.
— Yo igual, John, voy a amarte cómo te lo mereces. — Acaricia las manos del pecoso, las cuales aún se encuentran sosteniendo a rostro. — Serás el único en mi corazón, lo juro hermoso.
El ojiverde asiente, siente el deseo de hacer algo pero no sabe si a Alexander muy pronto.
— ¿Puedo besarte?
La simple pregunta extraña a Alexander ¿Que si puede? Él mismo se ha estado conteniendo de lanzarse abrazarlo y sellar sus labios.
— C-claro que puedes, tonto. — Se apresura en responder — Eres mi novio después de todo.
"Novio..."
John se percata de lo bien que se siente que Alexander vuelva a llamarlo así.
El caribeño cierra los ojos, esperando la tan anhelada sensación de los labios de John sobre los suyos, sensación que ha estado esperando más de un mes. Sin embargo se sorprende cuando el beso lo recibe en su frente.
John continúa repartiendo besos por todo el rostro del joven al que tanto ama, llenando cada milímetro de su piel de besos, siendo tan tierno como sólo el amor que siente por él le permite serlo. Toma una de las manos de Alexander y procede a besarla con el mismo cuidado, como si fuera su más grande tesoro en el mundo.
Pese a que no es lo que el menor esperaba, él está más que feliz.
— Mi niño... — Lo mira a los ojos, aún sosteniendo su mano. — Te tengo una mala noticia.
"No me jodas..."
— ¿Q-qué pasa?
Pregunta con miedo. ¿Es que nunca podrán estar en paz?
— No podré volver a dejarte ir. — Confiesa John. — Nunca, jamás.
Alexander lo ve aliviado, con su mano libre acaricia su mejilla.
— No me asustes así, tonto. — Lo regaña. — Creí que ibas a irte del país o algo así.
John niega.
— No iré a ningún lado. — Asegura el pecoso. —
Incluso si no me perdonabas, mi vida está aquí en Nueva York pero ahora... — Besa su mano. — Tengo un motivo más para quedarme.
— Pues no sé porque llamas a eso una mala noticia pero, en ese caso, yo te tengo una peor.
— ¿Cuál?
Inquiere sin borrar su sonrisa y levantando sus cejas.
— Yo tampoco podré dejarte. — Alexander se acurruca contra el pecho de su novio. — Estás condenado a estar conmigo, así como yo lo estoy a amarte siempre
John se recuesta en el sofá, abrazando a su novio. Ambos disfrutando de estar juntos otra vez.
Al escuchar los latidos del castaño, Alexander sabe que está en su hogar, que ha llegado de nuevo al corazón de su amado.
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