𝐄𝐱𝐭𝐫𝐚 𝐈

Extra I

Extra I

— ¿Y bien?

— ...

Silencio al otro lado de la línea.

— Anda, dilo.

— ...

Más silencio.

— ¿No contestas Laff?

— ...

— Voy a suponer qu-

— ¡Está bien! ¡Sí! ¡Es una jodida niña!

La rubia suelta una sonora carcajada, otra apuesta ganada. Había acertado, la hija de Hércules resultó ser una niña.

— ¿Por qué estás tan feliz? — Pregunta Lafayette. — No apostamos nada.

— El oírte molesto es suficiente recompensa.

— Il oirti militi i-

— ¿Cómo se llama?

Martha elige cambiar el tema mientras se dirige al balcón del hotel en que se aloja, aún sosteniendo el celular contra su oreja, sintiendo el aire nocturno acariciar su piel.

— Allaine.

— ¿Allaine? — Repite ella. — Curioso nombre, no lo había oído nunca.

— Es irlandés. — Responde Lafayette. — Por cierto, he estado buscando una chaqueta mía y...

— ¿Por qué cada vez que te falta una de esas me preguntas a mí?

— Porque hace como una hora subiste a Instagram una foto con ella puesta.

— ...

La rubia permanece callada, jugueteando con el cierre de la chaqueta de color negro, en cuyo reverso porta una bandera francesa.

— La tienes puesta ahora mismo ¿Verdad?

— ...

Martha escucha un suspiro al otro lado de la línea.

— Puedes quedártela.

Suelta el francés, sorprendiendo a la rubia.

— ¿De verdad?

— Si, solo prométeme que la cuidaras.

Una sonrisa se forma en los labios de la joven Manning.

— Lo haré.

Asegura mientras vuelve a entrar en su habitación, cerrando las puertas del balcón, recostándose en su cama para luego despedirse de su amigo.

Desde hace unos meses se ha estado alojando en el
"Luxor Hotel" mientas estudia su carrera de diseñadora de modas, curioso, nunca se vio estudiando eso...

"Aunque tampoco me vi como madre adolescente en el siglo dieciocho pero aún así sucedió"

Piensa para sí misma mientras se pone su pijama, un short roza pastel con una remera de pequeños tirantes color blanco.

Durante los primeros meses, su padre se quedó con ella en el mismo hotel, ayudándola a establecerse en el país, sin embargo él pronto se marchó de vuelta a Nueva York, sabiendo que su hija estaría bien, después de todo la llama cada día para comprobar eso.

Si bien al principio la idea de estar completamente sola en un país que no fuera el suyo asustaba a la ojimiel, sin embargo fue acostumbrándose a la idea, con el tiempo se hizo un par de amigos ahí que le ayudado no sentirse tan sola y pérdida.

Considera irse a dormir hasta que llega un mensaje, bueno, varios mejor dicho.

Will: Martha.

Will: Martha

Will: Martha

Will: Martha

Will: Marthita

Will: Marthaaaaaa

Ese es mi nombre, no me lo gastes

Will: Si eso pasa podría darte el mío ?)

Will: ¿Recuerdas la conversación que tuvimos en el aeropuerto antes de que te fueras?

¿Crees que recuerdo cada conversación que tuve contigo?

Will: Tal vez...

                                                                                                                                            La del tomate ¿No?

En lo que respecta a conversaciones o momentos con sus amigos, la joven Manning tiene una excelente memoria, atesora cada uno de estos.

Will: Si, si, esa misma. 

¿Que tiene?

Will: Pues, estaba aburrido, comiendo una ensalada de frutas y la recordé...

Oh, mierda. Lo hiciste ¿Verdad?

Will: ¿Hacer qué?

Pusiste tomate en una ensalada de frutas

Wil: ...

Lo hiciste ¿Verdad?

Will: Solo fue un pedacito

En la habitación del hotel se escucha una sonora carcajada proveniente de la rubia al imaginarse aquello.

La principal persona a la que Martha debe de agradecer el haberse establecido bien en Inglaterra, es William, incluso estando en otro país el rubio usó mucho de su tiempo en ayudarla, incluso él fue quién le recomendó aquel hotel.

Cuando la ojimiel tenía algún problema con alguna dirección, no podía encontrar una calle, no sabía que tren tomar, etcétera; William respondía al instante sus dudas, fuese la hora que fuese.

¿Y bien? ¿Qué tal sabía?

Will: No quiero hablar de eso...

Will: Pero si se me ocurre volver a intentar algo así, golpéame.

¿Cómo? Estoy en Inglaterra y tú en Nueva York

Will: Lanza una roca desde donde estás ?) Si llega hasta aquí, llegará con mucha potencia.

Will: Por cierto ¿Que tal estás tratando a mi país?

¿Desde cuándo Inglaterra te pertenece?

Will: Desde que di mi vida por ese país en el ejercito

¿Tu no estabas del lado de Estados Unidos?

Will: ...

Will: Mierda, es verdad, di mi vida en vano, ni un mísero desfile me dieron

Tal vez aún lo están preparando, quieren que les salga bien ?)

Will: Voy a ser feliz creyendo eso por el resto de mi vida

Will: Volviendo al tema de antes ¿Que tal es Londres?

Bastante... londinense

Will: Buen adjetivo.

Will: ¿Ya viste las maravillas de ese país?

Si, vi el Bing Beng.

El Bing Beng...

Y... ¿Ya dije el Bing Beng?

Will: ¿Solo eso has visto?

Will: Cuando vaya ahí tendré que hacerte un tour en condiciones, Londres es mucho más que el Bing Beng

Si, también está la Gran Muralla China ?)

Aunque Martha no pueda ver al inglés, sabe que este está riendo ahora mismo, en los meses que llevan conversando se han vuelto bastante cercanos, irónico teniendo en cuenta que están a kilómetros de distancia.

La ojimiel mira la foto de perfil que William porta, es él, es él cubriendo su boca con el dorso de su mano, una foto simple en realidad, y es por eso que le agrada el inglés, él es un chico sencillo, simple, comparte mucho de su sentido del humor, tal vez por eso terminaron siendo tan buenos amigos.

Will: Oh, no sabes lo que sucedió en mi universidad ayer...

Con una sonrisa la rubias suspira, esta sin duda seria una de esas conversaciones que duran toda la noche.

"Y yo que quería dormir temprano hoy..."

Dime

Sin embargo, desvelarse por hablar con el inglés lo vale.

[...]

Un café al atardecer nunca viene mal, se ha hecho costumbre en ella, cada tarde al salir de la universidad pasa por la misma cafetería a tomar una taza de aquella bebida mientras repasa sus apuntes de lo visto en clases.

El café le trae recuerdos, recuerdos de sus amigos, de su antiguo empleo, de su vida en Estados Unidos, de John, de Lafayette, Peggy, Adrienne...

"Me pregunto cómo estarán todos..."

Mientras Alexander y John sigan actuando como adultos y no como niños pequeños, entonces todo estará bien.

Observa la ciudad por los amplios ventanales del local.

Londres... la misma ciudad en la que ella vivió junto con John en su matrimonio; un escalofrío le recorre la columna cada que recuerda eso, aquella vida pasada. Lo que más miedo le da es pensar que eso pudo repetirse, que si esa noche John no se hubiera detenido...

"No vale la pena pensar en eso..."

Se dice a sí misma sacudiendo esos pensamientos de su mente. Eso es el pasado, hace más de doscientos años.

Pensar que en esa época ella ni siquiera podía votar, que no tenía ni la mitad de derechos que los hombres, que su único deber era simplemente ser madre.

"Agh, dije que no pensaras en eso..."

El solo hacerlo hace que su sangre hierva de rabia, pensar a lo que estaba reducida en aquella época...

Joder, ya está, eso es el pasado, ahora tiene todas las posibilidades que antes no tuvo, debe aprovecharlas.

Toma su celular para distraerse y no seguir pensando en eso, revisando las fotos que sus amigos habían subido últimamente, sonríe tiernamente al ver una foto de Alexander y John en una de sus tantas citas, le alegra ver que siguen juntos. La verdad son una pareja adorable, merecen ser felices y le alegra saber que lo están logrando.

Un mensaje por parte de una de sus amigas llama su atención.

Peggy: Marthaaaaa

Ese es mi nombre

Peggy: Sigues en Inglaterra ¿No?

Hasta donde sé, si

Peggy: ¡Perfecto!

¿Como que perfecto? ¿Me perdí de algo?

Peggy: No, nada...

La rubia enarca una ceja, conociendo a la Schuyler debe estar ocultándole algo sin embargo al mirar por la ventana centra tu atención en otra cosa ¡Está anocheciendo! Joder que el tiempo vuela sin que uno se dé cuenta, junta sus cosas se marcha del local.

Algo que le gusta mucho es salir a caminar por la noche, ama ver la ciudad con todas sus luces encendidas, alumbrando toda la oscuridad nocturna, da un aire mágico a todo el lugar, en momentos como estos es que desearía que su hotel se ubicara cerca del Bing Beng, le encantaría verlo de noche, sin embargo aquella majestuosa construcción está a una hora de viaje de su hotel.

A pocos pasos de llegar a su hotel, recibe un mensaje, saca su celular para ver quién será.

Will: Marthaaa, estás llegando a tu hotel ¿Verdad?

Sip ¿Tan bien te saben mis horarios? Que acosador, Jackson

Will: No es por eso

Will: Por cierto, me gusta la chaqueta rosa que llevas puesta ahora

La rubia se detiene en seco. ¿Cómo William sabe eso? No ha subido ninguna foto hoy con su vestimenta, por lo que no podría saberlo por ese medio.

¿Me hackeaste la cámara del celular?

Will: Jajajaja, aunque quisiera no creo poder

Will: Por cierto, no deberías usar el celular en la calle, podría ser peligroso, más aún si caminas mientras escribes

Tú eres el que me habla mientras camino

La rubia se dispone a seguir escribiendo, sin embargo choca contra alguien por andar distraída.

— Lo sien-

Se dispone a disculparse, sin embargo las palabras se atascan en su garganta al reconocer el rostro del supuesto desconocido con el que chocó.

El rubio le da una sonrisa de lado que le inunda de alegría, y algo de nervios, para luego baja la mirada a su celular y teclear algo.

Un mensaje llega al celular de la ojimiel.

Will: ¿Ves? Puedes chocar con las personas

Ella sonríe y teclea algo.

¿Personas peligrosas?

William emite una risa antes de guardar su celular, la fémina imita su acción.

— Lo peligroso es estar afuera solo a estas horas.

— Lo dice el que me estaba esperando en la entrada de mi hotel, de verdad eres un acosador Jackson.

El joven Inglés da una sonrisa ladeada mientras rasca su nuca, acción que llama la atención de Martha, sin saber por qué.

De hecho estudiando a su amigo, este se ve algo diferente que antes, ha de ser por todo el tiempo que pasado desde que lo vio en persona.

— ¿Puedo preguntar qué haces aquí?

— Lafayette me forzó a meterme en una caja para venir a recuperar la chaqueta que le robaste.

Bromea el más alto.

— No cuenta como robo si él lo sabe.

— Así no funciona el mundo.

— El mío sí.

Responde la joven con un guiño que se le hace particularmente llamativo al joven inglés.

— Vine a ver a mi familia unas semanas. — Repone en tono casual. — Mi casa está a unos minutos de aquí y pensé en darte una pequeña sorpresa.

— Gracias por no sorprenderme desde atrás, creo que me habrías dado un infarto en ese caso.

— Conociéndote me habrías golpeado, eso es lo que hacen las chicas como tú.

— ¿Las chicas que son un jodido amor?

Inquiere ella elevando una ceja, William sonríe, sintiéndose incapaz de contradecirla.

— Me alegra ver que no has cambiado nada. — Musita él, con alegría de volver a estar con su amiga. — Bien, estaré aquí un par de semanas, me tendrás dando vueltas por aquí por un tiempo.

— ¿Debería alegrarme o preocuparme?

Por toda respuesta, él se encoge de hombros.

— Bien, yo volveré a mi casa. — Informa él mientras empieza a caminar hacia dicha dirección. — Y no hagas planes mañana, pasaré a buscarte al mediodía ¿Te parece?

— ¿Por qué?

— ¿No recuerdas lo que dije? — Pregunta él, ladeando el rostro para verla con una leve sonrisa. — Te voy a dar un buen tour por mi ciudad.

— Ya tomé uno al llegar aquí.

— Pero no uno dado por mí

Recuerda él con un guiño que logra estremecer a la fémina, sin saber porqué, sin embargo ella sonríe.

— Que sepas que tengo las expectativas muy altas, chico lindo.

Canturrea ella con astucia antes de voltear y entrar en el edificio.

William se le queda observando por unos segundos mientras ella desaparece de su vista, siente su respiración acelerada y entrecortada salir de sus labios entre abiertos. Sin saber porque siente la necesidad de ir tras ella y continuar a su lado, sin embargo dejará eso para mañana, emprende el camino a casa.

Al llegar a su habitación, lo primero que hace la joven Manning es cambiarse a algo más cómodo como todas las tardes, ama más que nada la ropa cómoda, si fuera por ella iría a la Universidad en pijama.

Una vez más cómoda, con un short de encaje y una blusa, ambos de color lila, se acurruca en su cama para hablar con su amiga.

Ya lo sabías ¿Verdad?

Peggy: ¡Ya lo viste!

Peggy: ¡Se encontraron! ¡Ambos en Inglaterra! ¡Qué hermoso!

La ojimiel podría jurar que ahora mismo Peggy está dando saltitos de alegría y chillidos.

Peggy: ¡No me defrauden por favor!

¿Quieres me embarace?

Peggy: ¡Por Dios no! ¡Son muy jóvenes!

Peggy: Con un beso me conformo :3

La ojimiel sonríe mientras niega levemente con su cabeza. La Schuyler parece estar más que convencida de que William y Martha terminarían como pareja.

"No me sorprendería que ella lo hubiera obligado a venir aquí"

¿Puedo preguntar porque ese deseo de que William y yo estemos juntos?

Peggy: No lo sé, es una corazonada.

Peggy: Se ven lindos juntos y tienen mucho en común

"Ya, ambos nos acostamos con John en nuestras vidas pasadas"

Te avisaré si sucede algo

Peggy: ¡Sucederá! ¡Guarda este mensaje!

Claro que si, Peggy, claro que si

Luego de un rato conversando, ambas amigas se despiden. Pronto la rubia cae dormida, no sabe porque está emocionada por pasar el día con William mañana.

[...]

Los rayos del sol se filtran por la ventana, permitiendo a John apreciar mejor el rostro del durmiente caribeño, ambos en la habitación de este último.

Cuando William se marchó a Inglaterra, lo primero que hizo Alexander fue llamar a su novio comunicarle que, por un mes, tenía piso solo y lo primero que John hizo fue juntar varias de sus cosas y apresurarse en ir al piso de su pareja.

— ¿Por qué eres tan lindo?

Murmura el castaño acariciando los labios del menor. Sonríe traviesamente al notar las marcas en el cuello de este, marcas que evidencian la activa noche que pasaron juntos mientras "recuperaban el tiempo perdido", si, así lo llaman ellos.

Desde hace un par de meses ambos han empezado sus respectivas carreras universitarias, no está siendo precisamente fácil pero si Hamilton le ha enseñado algo a John es que nada que valga la pena lo es.

Se acurruca aún más al menor, dándole tiernos besos por todo su rostro, disfrutando su cercanía.

A los pocos minutos el más bajo despierta al sentir un leve cosquilleo en su rostro, se topa con un despeinado, aunque adorable, John acurrucado a su lado.

— ¿Que te dije de besarme mientras dormía?

Pregunta Alexander mientras se frota sus ojos.

— ¿Que no lo hiciera porque no puedes sentirlo? — Pregunta John. El contrarío asiente. — Lo siento mucho, lindo...

John finge tristeza, cosa que enternece de sobremanera a Alexander.

— Jack malo. — Dice el más bajo. — No vuelvas a hacerlo.

— Está bien... — Accede John. — Me portaré bien.

Ambos terminan en risas, siempre terminan repitiendo aquellas mismas palabras cada mañana que amanecen juntos.

— Anda, abrázame tonto, te mueres de ganas y yo igual.

Dice el de ojos oscuros cosa que alegra de sobre manera a John, quien no duda en acurrucarse en su pecho, frotando su mejilla contra este, luego sube a su rostro para dar cortos besos en sus labios para después frotar su mejilla contra la del menor.

Algo que Alexander ha descubierto del castaño, es que este es de lo más mimoso por las mañanas, lo cual el caribeño considera un incentivo a mudarse juntos cuánto antes.

— Amo despertar así, contigo — Murmura el menor, acariciando los pómulos del castaño, contemplando su dulce rostro. — De verdad eres hermoso.

El rizado suelta una risilla mientras toma una de las manos del contrario para después depositar en beso en el dorso de esta.

— Lo único hermoso aquí; es tu alma, mi amor...

Musita John con voz tierna y pasional junto a una mirada dulce que estremece cada fibra del ser del más bajo, quien no duda en lanzarse hacia él, quedando el ojiverde recostado de espaldas en la cama con su novio sobre él.

— Quieres matarme con tu ternura ¿Verdad?

John se limita a encogerse de hombros antes de que Alexander acerque sus labios para besarle, el mayor no duda en corresponder plenamente, acariciando la espalda del menor en sincronía con el movimiento de sus labios.

"Si esto es un jodido sueño, que no me despierten nunca..."

Piensa el mayor segundos antes de romper el beso.

— Te ves muy tierno despeinado.

Habla Alexander mientras enrieda sus dígitos en las hebras del castaño.

— Dijo nadie, nunca.

Agrega John sin creer esas palabras.

— Lo digo en serio. — Protesta Alexander algo ofendido. — Tu cabello se ve muy esponjoso y mullido.

John sonríe tiernamente antes de dar un corto beso en los labios del contrario. Ambos se incorporan y se levantan para iniciar el día, recogiendo la ropa que habían tirado en la noche de forma descuidada.

— Vaya, mira eso... — Murmura Alexander al ver las marcas y rasguños que él mismo había dejado en la espalda de John. — Debería cortarme las uñas.

John musita una risa.

— Estamos a mano, lindo.

Dice guiñando un ojo mientras, en su mochila, busca la ropa que se pondrá hoy. Alexander lleva una mano a su cuello, efectivamente tiene varias marcas ahí.

— ¿Me prestas tu baño? — Pregunta John. — Quiero ducharme.

Alexander asiente, no sin dar una mirada a todo el cuerpo de John, recorriendo cada milímetro de este mientras este se marcha.

Luego de dejar la ropa a un lado y encender el agua, se mete bajo la regadera, la cual moja su cuerpo poco a poco. El agua apenas está tibia, a John le gusta ducharse con agua más bien fría.

Todo esto parece un hermoso sueño, tiene a sus amigos y a Alexander... pensar que hace unos meses estaba de lo más deprimido y ahora no puede pensar en cómo su vida podría mejorar.

Siente como el agua, la cual se va calentando poco a poco, moja su cabello, provocando que este se pegue a su cuerpo.

Luego de enjabonar y enjuagar su cuerpo, escucha como la puerta del baño se abre, logra distinguir una silueta a través de la cortina.

— ¿Alex?

Una pregunta tonta, ciertamente ¿Quién más podría ser? Pero para desgracia del ojiverde, su mente no deja de recordarle la mítica escena de la ducha de "Psicosis"

— ¿Te importa si me uno? — Pregunta el menor en un susurro travieso. — Ya sabes, para ahorrar agua...

Rápidamente cada rastro de miedo en Laurens desaparece, siendo reemplazado por cierta emoción.

— Aquí hay lugar para uno más...

Apenas dicha esa frase, Alexander aparta la cortina para entrar en la ducha junto al castaño, quién no podría estar más contento. Rápidamente el caribeño se estremece por la baja temperatura del agua.

— Joder... no entiendo cómo te duchas así.

Se queja Alexander mientras abre la canilla del agua caliente un poco más.

— Ya verás que risas cuando llegue la boleta del gas, encanto.

Aparta los cabellos mojados del rostro del caribeño para contemplar su rostro, este le regala una sonrisa.

— ¿Estaría mal decir que me gustaría que todas mis mañanas fueran así?

Pregunta Alexander. John niega antes de atraerlo para besarle, tomándolo de la cintura. El menor responde aferrándose a sus hombros.

Luego de aquel beso ambos proceden a bañarse a la par que ayudan al otro a tallarse el cuerpo.

— Que no me entre en el ojo.

Pide Alexander mientras John vierte algo de shampoo en su mano.

— Si no te callas, te entrará en la boca.

Dice el más alto antes de empezar a frotar el cabello de su pareja con sus dedos, de manera suave. Logra percibir una sonrisa en el rostro del menor.

— ¿Te gusta? — Alexander asiente. — Deberíamos hacer esto más seguido, ya sabes para ahorrar agua...

El más bajo responde con una risita. Pocos minutos después, ambos aseados, salen del baño ya vestidos.

— ¿Quién hace el desayuno?

Pregunta John mientras seca su cabello con una toalla

— Bueno, Laurens, con gusto lo haría yo pero me temo que sigo adolorido por la noche anterior...

Recuerda Alexander los eventos de anoche. John sonríe de lado.

— Supongo que seré yo... — Habla John a la par que suelta un suspiro. Alexander, con algo de dificultad se sienta en la mesa mientras espera el desayuno. — ¿Estás bien?

Pregunta John preocupado de haber sido muy brusco con el menor.

— Si, sólo me duelen un poco las piernas. — Responde Alexander mientras se frota dichas partes del cuerpo. — Ya te lo devolveré...

John le guiña un ojo antes de ocuparse del desayuno.

Alexander le observa, desde hace un tiempo ha intentado ser él quien lleve el control de la situación mientras se encuentran intimando, sin embargo siempre termina cayendo rendido ante los besos y caricias de su novio.

No es que le moleste no ser el activo, de hecho él sabe que si le pidiera al castaño serlo, este se lo concedería, sin embargo, siendo el caribeño tan terco como es, no quiere pedirlo, quiere ganárselo.

"¿Alguna idea?"

Silencio.

"Oh... cierto"

Piensa con cierta resignación. Es raro, a veces piensa para sí mismo esperando oír alguna respuesta, pero luego recuerda que eso era antes, que esa voz ya no está a su lado.

"¿Dónde estarás?"

Agh, joder no se quiere poner sentimental. Saca su celular para distraerse, sonríe al ver una foto que Hércules le mandó con su pequeña hija, quién apenas tiene un par de meses de nacida.

— Aquí tienes. — John se sienta a su lado dejando dos platos con tostadas y huevos revueltos. — ¿Y esa sonrisa?

El menor le enseña la foto en cuestión, haciendo sonreír al mayor también.

— Me gustaría ir a verla.

Musita Alexander guardando su celular.

— Bueno, hoy es sábado, no debemos trabajar, podríamos ir y dar un paseo por la ciudad.

— Por mi perfecto.

Dicho eso se acerca al castaño para besar sus labios.

— En serio me encanta esto...

— Y a mí. — Coincide el menor. — Sin duda lo mejor que pudo hacer William por nuestra relación fue irse y dejarnos solos al fin.

— ¡Alex!

Lo regaña John, aunque sabe que es broma, pues el caribeño no lo admitirá nunca pero ha desarrollado cierto aprecio por el inglés.

Mientras continúan desayunando. John piensa en que William, en estos momentos, debe estar junto con Martha ahora mismo en Inglaterra. Recuerda las veces que ha hablado con el inglés, en varias ocasiones este hablaba de las conversaciones que tuvo con la ojimiel, y del como estaba tan emocionado de darle una sorpresa en Inglaterra.

— ¿En qué piensas?

— En lo curioso mientras sería si Martha y William terminaran juntos.

Alexander alza ambas cejas sorprendido. ¿Curioso? Pues lo sería teniendo en cuenta que Martha fue la esposa de Laurens en su momento, y William fue amante del mismo.

— Si eso garantiza aún más que solo tendrás ojos para mí... — Besa la mejilla del pecoso fugazmente. — Por mí que se casen.

— ¿La garantía de mis palabras no es suficiente?

— Siendo tan guapo como eres, toda prevención es poca.

— Debo admitir que soy el hombre más guapo de esta sala.

Afirma el pecoso con actitud altanera.

— Ciertamente lo eres. — Alexander coincide hasta que piensa un poco más en profundidad aquella oración. — ¡Oye!

Reclama enojado. John suelta una carcajada.

— Come. — Pide el más alto señalando el plato. — Se enfría.

El delicioso desayuno junto con la dulzura y calidez del pecoso contribuyen a que el enojo de el menor pasé, compartiendo así el desayuno para iniciar el día.

[...]

— ¿Y por qué se llama Puente de Londres?

— Pues... — William piensa la pregunta. — Porque es un puente y está en Londres.

La ojimiel enarca una ceja para luego ver hacia abajo, centrándose en el agua que fluye bajo el puente.

— Que falta de originalidad...

— Siendo justos el nombre más común es "Puente de la Torre"

— Quiero quejarme de algo y se me está haciendo difícil, déjame.

William suelta una sonora risa.

— Así que se te está haciendo difícil quejarte; eso es bueno ¿Verdad?

La más de ojos color miel asiente. Es difícil quejarse cuando se lo está pasando tan bien.

— Debo reconocer que eres un gran guía. — Reconoce ella. — Conoces bien esta ciudad.

— Crecí en ella, lo difícil fue adaptarme a Estados Unidos, sobre todo por...

— ¿El sistema de unidades?

Intuye la ojimiel, pues Estados Unidos de los pocos países en el mundo que usa el sistema anglosajón, con pulgadas, libras, galones, etcétera.

— ¡Eso! — Exclama William. — ¿¡Por qué no pueden usar el sistema métrico como todo el mundo?! ¡Literalmente! ¡Son el único país que lo usa!

Pregunta algo exasperado al recordar la pesadilla que fue tener que aprenderse las benditas equivalencias.

— Liberia y Birmania también usan el sistema imperial.

— Libiri i Birmini... — El inglés hace una pausa en seco. — ¡Oh mierda! ¡Me estás contagiando!

Martha se echa a reír, acción que inmediatamente contagia al joven, algo en esa risa es de lo más contagioso.

Llevan un buen rato caminando por Londres, habían visto el Palacio de Buckingham, el Palacio de Kensington entre otros centros turísticos.

— ¿Tienes hambre?

— Yo siempre.

Responde William con una leve sonrisa.

— Bueno... — Martha se adelanta unos pasos. — En agradecimiento por este día tan lindo... — Acerca una mano a la mejilla derecha de William para pellizcarla levemente con su índice y anular— ¿Me dejarías invitarte a una comida?

Algo en el tacto de la joven Manning es de lo más cálido y relajante, el rubio siente su rostro enrojecer levemente, cosa que Martha nota y se le hace de lo más lindo por alguna razón.

— Por mi bien...

Algo nervioso, esta vez el inglés es quien se adelanta, sin poder evitar voltear a ver de reojo a la fémina, últimamente no ha dejado de notarla... diferente.

— ¿Alguna sugerencia?

Pregunta la rubia al llegar a su lado.

— Mmm... tengo algunas opciones en mente — Dubita William. — ¿Que te gusta? Aunque algo me dice que tenemos gustos parecidos.

Martha enarca una ceja, no pierde la oportunidad de hacer una broma.

— ¿Lo dices por esa persona cuyo apellido es Laurens?

El de ojos verdes se tensa y se apresura en negar.

— ¡No! ¡No lo digo por eso, de verdad! — Exclama nervioso. — Es que, de lo que llevo conociéndote...

— Lo sé, lo sé... — Le calma ella con una sonrisa divertida. — Sólo era una broma, tranquilo.

William se toma uno segundos para observar a su amiga, la cual se ve de lo más relajada y sonriente, lo cual le alegra.

— Me alegra ver que... ya sabes. — Por unos segundos titubea sobre tocar el tema. — El tema no te afecte tanto como antes.

La preocupación de William se le hace tierna a la fémina, aunque es normal en él pues así es la forma de ser del inglés, es preocupado sobre sus amigos, su bonhomía le caracteriza, además de su simpleza, su sencillez, su actitud alegre...

"Vaya, nunca he notado todas las cualidades de William..."

— Bueno... de vez en cuando pienso en eso. — Admite con sinceridad. — Pero pienso en eso como lo que es, algo del pasado y no darle más importancia de la que debería.

— Una cosa es aprender del pasado y otra es dejarse consumir por él.

— Es exactamente eso lo que pienso. — Mientras continúan caminando, mira a su alrededor, a todas las personas que van y vienen... — Es muy raro... ¿Sabes? El cómo era Londres antes, como es ahora...

— Pensar en quienes éramos antes y en dónde estamos ahora... — Musita William. — A nadie se le podría ocurrir que un simple universitario como yo fue un soldado que luchó por la independencia en su vida pasada.

— Pero el país lo agradece, soldado. — Bromea ella mientras hace un saludo militar. — Gracias por su servicio, general.

— Yo no era general.

Rie levemente él.

— Tal vez en otra vida lo fue, general.

Aventura ella. William sonríe divertido, lo cierto es que una de las cosas que más le gustan de Martha es su ocurrencia

— Es agradable ver que reconocen mi esfuerzo... — Siguiéndole el juego a la joven, hace una reverencia educada. — En especial una dama tan bella y de tan elevada categoría como usted, señorita.

Aún continuando con el juego, William se atreve a tomar la mano de la ojimiel y besar la misma con delicadeza, tal y como se acostumbraba hacerlo en épocas pasadas.

El gesto le hace gracia a la rubia, sabiendo que era parte de la broma, pero a la vez provoca que su interior se estremezca de sobre manera.

A los pocos minutos ambos encuentran un restaurante en el que entran para comer.

— Volviendo al tema de John... — Retoma Martha la palabra. — Es curioso, nunca creí llevarme tan bien con un amante de mi esposo.

Dice con tono sagaz, apoyando la mejilla en una de sus manos al sentarse en una mesa, frente a William.

— Debes reconocer que Laurens, al menos, tenía buen gusto ¿No? — Inquiere el de ojos verdes en tono divertido. — Aunque si hubiera sabido que estaba casado, nunca se me habría pasado por la mente besarlo siquiera, o eso me gusta creer...

Agrega algo desanimado, pues mientras más conoce a Martha, más lamenta lo que hizo hace tanto tiempo.

— Bueno, eso ya es cosa de hace más de dos siglos, eso quedó atrás. — Habla ella al notar el ánimo de su amigo. — Todos tuvimos vidas muy jodidas en su momento, incluso tú ¿No?

Si, el inglés le había contado unas cuantas cosas sobre su vida pasada, incluyendo la pérdida de sus padres.

— Ajá...

Responde él con actitud cohibida.

— ¿Sabes? Yo creo firmemente que todos llegamos a esta vida con un único objetivo. — William con la mirada pregunta "¿Cual?" — Ser felices, cosa que ni John ni yo pudimos ser, así que creo firmemente en que el mundo nos dio esa segunda oportunidad justamente para aquello y no sé tú pero yo pienso hacer eso.

Aquel modesto pero honesto discurso es más que suficiente para animar a William.

— ¿Sabes? Me encanta tu forma de pensar...

Y no es lo único que le gusta de ella. Martha es sencilla como pocas chicas que ha conocido, es directa, es de lo más ocurrente y graciosa...

— Oye... — William retoma la palabra. — Luego me gustaría que conocieras a... alguien.

— ¿Alguien? — Pregunta curiosa. — ¿Quién?

— Es una sorpresa, tonta. — Le guiña un ojo. — Cuando volvamos ya verás.

La neoyorquina parpadea confusa y curiosa ¿A quién le presentará William?

[...]

— Es muy linda.

Murmura Alexander al ver a la pequeña Allaine en brazos de Hércules. Ambos sentados en el sofá de la sala del irlandés, mientras este sostiene a la pequeña.

— Es idéntica a mi esposa, claro que lo es.

Responde el irlandés. La pequeña balbucea algo sin dejar de ver a su padre con sus oscuros ojos, cosa que hace sonreír a este.

La imagen también hace sonreír al caribeño. Hércules siendo tan fornido y robusto da un aspecto intimidante -y si la situación lo amerita puede serlo- por eso verlo sostener tan tiernamente a su hija provoca cierta gracia en Alexander.

La mirada de Hamilton se dirige a John, quien se haya jugando con el segundo hijo menor de Hércules, cosa que le llena de alegría, se ve tan tierno jugando con un niño...

El sastre nota como Alexander mira al castaño, una idea no tarda en cruzar su mente.

— John. — Llama al pecoso. — Ven un minuto.

El aludido deja al pequeño Aiden para acercarse al irlandés.

— ¿Si?

— ¿Quieres cargar a Allaine?

Ofrece el sastre. John alza las cejas sorprendido mientras miles de escenarios cruzan su mente, los cuales todos terminan con una bebé llorando.

— P-pero... — Tartamudea. — ¿Y si se me cae? ¿Y si empieza a llorar? ¿Y si no le agrado? ¿Y si...?

— Venga hombre, la vida es muy corta para andar haciendo tantas preguntas.

— Pero...

El pecoso es incapaz de terminar la oración, pues Hércules se pone de pie y deja al bebé entre sus brazos, obligándole a sostenerla con cuidado.

"No la sueltes, no la sueltes, no la sueltes, no la sueltes... ¡Por lo que más quieras no la sueltes!"

Se grita mentalmente el pecoso. La bebé lo estudia con una expresión curiosa.

— Hola...

Saluda a la pequeña quien suelta una risita, acción que paraliza su corazón. Su parte más impulsiva y menos racional le ordena adoptar un niño ya mismo, impulsado por la ternura de aquella pequeña.

— Linda imagen. — Murmura Hércules. — ¿No?

Alexander asiente sonriente, sin dejar de ver como su novio susurra cosas a la bebé.

Aquel tierno cuadro no hace más que reforzar sus planes futuros de una familia junto con John. No, Alexander no llama a eso "fantasías" porque las fantasías son ficticias y el plan de una familia junto con John es de todo menos eso, es una realidad que sucederá. Alexander no fantasea, él planea a futuro.

— ¿Ya lo llevaste a aquel restaurante del que me hablaste?

Pregunta Hércules con voz suave para que John no le escuche. Alexander niega.

— Cuando eres universitario el dinero te dura poco amigo.

Se queja Alexander, joder ¿Que hicieron los demás políticos luego de que él murió? ¡La economía es un desastre!

— No digas más. — Hércules toma su billetera. — ¿Cuánto...?

— ¡N-no! — Alexander se apresura en negar. — No, Hércules, no puedo...

— Ay, por favor Alex, déjate consentir a veces ¿Quieres?

"John ya se encarga de eso..."

— P-pero no puedo aceptar tu dinero. — Balbucea el más bajo. — Tú tienes tres niños y...

— Elisabeth pronto volverá a trabajar y podrá ayudarme con los gastos. — Asegura el sastre. — Anda, deja a las personas ser buenas contigo, si no lo haces por ti, hazlo por John.

Hamilton se muerde el labio inferior, joder, no se siente nada bien aceptando el dinero de Hércules. Es cierto que le encantaría dar a John una cita cómo él se lo merece pero... ¡No es su dinero! ¡Es de su amigo!

— Está bien... — Suspira Hércules. — ¿Te sentirías mejor si te lo prestara? Devuélvemelo cuando puedas ¿Si?

— Bueno... — Dubita el menor. — Si lo pones así; no creo que sea un problema...

Sintiendo que ha violado sus principios, a regañadientes, termina aceptando de Hércules más dinero del que estará dispuesto aceptar.

— Es un angelito precioso, Hércules. — Si, John estaba tan centrado en la bebé que no escuchó nada. — Ten, te la devuelvo antes de que empiece a llorar.

— Pero si le caíste bien y todo.

Responde tomando a su hija de nuevo

— De seguro le dices eso a todo el mundo... — Se dirige hacia su novio. — ¿Nos vamos?

El menor asiente, poniéndose de pie. Ambos se despiden del sastre y salen de aquella casa.

— ¿Tienes hambre?

Pregunta Alexander una vez afuera, no habían comido nada desde el desayuno y ya habían pasado varias horas desde aquello.

— Yo siempre.

Responde John sin dudar. Alexander no duda en llevarle a aquel restaurante por el que tanto tiempo había planeado, el cual no era "formal" pero si era un poco más costoso que los locales que solían visitar.

— Nunca había venido aquí...

Habla el castaño mirando el lugar mientras se sientan en una mesa junto a la ventana, frente a Alexander.

— Supongo que no tendrás tan buenos gustos como yo...

— ¿Te das cuenta de con quién estoy saliendo?

Inquiere el pecoso achicando los ojos. Alexander sopesa sus palabras.

— Odio que uses mis propias palabras contra mí.

— No hay mejor arma, bombón.

Rie John mientras acaricia el dorso de la mano de su pareja con su pulgar.

No tardan mucho en sentir algunas miradas sobre ellos, sin embargo no vale la pena tomarles importancia, eso yo lo habían aprendido, ya se habían acostumbrado.

— Pide lo que quieras, lindo. — Habla Alexander. — Yo invito.

John asiente, toma la carta, sin embargo queda anonadado al ver los precios, eran aproximadamente el triple del costo de la comida que acostumbraban comer.

— ¡Alex! ¡Esto es...!

— No mires los precios. — Con su mano Hamilton tapa los precios de los platos. — Tú solo mira los platillos.

— P-pero es muy caro para una simple comida.

— No es una simple comida, es un almuerzo con el amor de mi vida.

Le corrige con una sonrisa dulce. John traga saliva, no puede permitirse que Alexander gaste tanto.

— Paguemos mitad y mitad.

Dice casi como si fuera una orden, orden que Alexander no está dispuesto a cumplir.

— No, bebé, yo...

— Acordamos dar lo mejor de cada uno ¿No? — Inquiere John. — Las relaciones son cosa de dos ¿Recuerdas?

"Joder, eso es trampa..."

Sin embargo, Alexander se toma unos segundos en elegirlo cómo responder.

— ¿Sólo porque quiero consentirte un poco dices eso? ¿No puedo demostrar que te amo?

— Se que me amas. — Dice John. — Tu compañía día a día me basta, no debes demostrármelo así...

— Pero yo quiero... — Habla acariciando la mejilla del castaño con su mano. — Déjate consentir ¿Si, mi amor?

Joder, Alexander sabe que John no puede resistirse cuando lo llama así. Muerde su labio inferior, bueno... en el peor de lo casos podría devolverle el dinero a Alexander sin que este se dé cuenta...

— De acuerdo... — Accede finalmente. Alexander sonríe con alegría. — Pero a la próxima invito yo.

— ¿Por qué lo dices cómo si fuera una amenaza?

Pregunta Alexander divertido.

Antes de que el pecoso pueda responder, un mesero llega junto a su mesa.

— Disculpen...

— Oh... — John asume que está aquí para tomar su orden. — Yo voy a pedir...

— No, no es eso. — Le interrumpe con voz seria. — Voy a tener que pedirles que se retiren.

Habla con voz firme y expresión inescrutable, paralizando a Alexander y John, quiénes intercambian una mirada.

— E-es broma. — Balbucea Alexander. — ¿No?

— Me temo que no. — Asegura el mesero. — Están incomodando a otros comensales.

Una sensación de irritación aparece en ambos.

— ¿Incomodando? — Repite Alexander con el ceño fruncido. — ¿Por qué lo dice?

— Creo que ambos saben muy bien porqué. — Responde a secas el mesero. John aprieta los dientes — ¿Podrían irse ya?

— ¿Por qué no lo llama por lo que es? — Pregunta John alzando la voz, poniéndose de pie. — Nos están echando.

El mesero suspira internamente, esto es lo que se temía, que armaran una escena.

— Oigan, yo solo hago lo que me pidieron. Podrían...

— Sabe que esto es discriminación ¿Verdad? — Inquiere Alexander bastante molesto, parándose también. — Esto es denunciable.

La situación ya ha atraído varías miradas por parte de otros comensales.

— ¿A quién estamos incomodando? — Exige saber Laurens. — ¿Quién pidió que nos echaran?

Murmullos se van formando al rededor de dicha escena, murmullos a través de los cuales Alexander logra distinguir cierta palabra en específico.

— Fui yo.

Dos palabras salen de la boca de un hombre de aproximadamente treinta años bastan para hervir la sangre del caribeño.

— Así que fuiste tú...— Alexander desafía a aquel hombre, acercándose a su mesa. — Repítelo si tienes huevos.

John se tensa al ver a Alexander discutir con aquel hombre que le saca más de diez años, esto no acabará nada bien.

— Yo no tengo problemas con su sexualidad.
— Asegura el hombre. — Pero no por eso deben andar haciendo lo suyo en un lugar público, guárdense eso para su casa.

John juraría poder oír como la presión sanguínea de su pareja aumenta, al igual que la suya claro, nunca había oído tanta hipocresía en tan corta frase.

— Si no tuvieras problemas con nuestra sexualidad no estarías diciendo eso. — Asegura Alexander tratando de mantenerse sereno. — Escucha, entiendo que...

— ¡No te atrevas a tutearme! — Vocifera el hombre, dándole un leve empujón. — Mocoso irrespetuoso...

Como si no fuera suficiente el que debiera de tolerar a esos mocosos, ahora se atreven faltarle el respeto.

— ¡No lo toques!

Esta vez es John quien grita, más que furioso al ver a su novio ser agredido.

— ¿Que sucede aquí?

Un hombre vestido más formalmente entra en escena, John supone que debe ser el dueño del local.

— Este mocoso me está faltando el respeto.

— ¡Él me está faltando el respeto a mí y a mi pareja!

Exclama Alexander. Al ver dos versiones distintas, el dueño del local decide preguntar al mesero y a otras personas alrededor, preguntando por el incidente.

— Señor... — Se dirige hacia el hombre mayor una vez tiene una idea clara de lo sucedido. — Voy a tener que pedirle a usted que se retire.

La expresión de sorpresa e indignación en la cara de aquel hombre es algo que llena de satisfacción tanto a Alexander como John.

— ¡¿Yo?! — Cuestiona incrédulo. — ¿Por qué yo?

— Creo que sobran las explicaciones.

Y sobra decir que el dueño no quiere ningún tipo de problema ni de denuncia por algún tipo de discriminación, lo mejor será echar a aquel hombre, además que aquel muchacho pecoso y su pareja no están molestando a nadie realmente. Mientras paguen la comida, a él le da totalmente igual.

El hombre aprieta los dientes a la par que los puños, posa su mirada en el joven de barba, quién sonríe burlonamente, al igual que el pecoso. Chasquea la lengua, deja cuantos billetes junto a su plato a medio comer, toma el periódico de su mesa y se marcha.

— La comida de aquí es una porquería de todas formas.

Murmura sintiendo varios pares de ojos posando sus miradas sobre él a medida que se va.

— Regresen a sus lugares, no hay nada que ver. — Señala al mesero que supuestamente tomaría la orden de Alexander y John. — Y tú, quiero hablar contigo.

El mesero, de mala gana, asiente.

— De acuerdo...

Una vez más calmado el ambiente, Alexander y John vuelven a sentarse en la mesa.

— Les pido perdón por eso.

— Está bien. — Habla John. — No es su culpa, no puede controlar que tipo de personas ingresan en su restaurante.

— Aún así, espero que puedan aceptar que esta vez invite la casa. — Ofrece para asegurarse de que no tomaran ninguna acción legal contra él. — A modo de disculpas por aquel disgusto, ya saben.

— Por mi está perfecto.

Exclama Alexander con voz alegre. Luego de que el propio dueño del lugar les tomara la orden, se retira, dejándolos solos.

— ¿Estás bien?

Pregunta el pecoso a su pareja.

— Personas mejores me han dicho cosas peores. — Asegura el caribeño. — ¿Y tú? Estás bien ¿Verdad?

— Lo estaba hasta que ese desgraciado te empujó.
— Habla con voz cargada de rabia. — Si el dueño no hubiera aparecido...

Alexander nota como su novio aprieta los puños tanto que sus nudillos se tornan blancos, coloca su mano sobre esta.

— John...

La voz de Alexander interrumpe al ojiverde su asesinato mental a ese hombre, relaja sus manos.

— Lo siento... — Se disculpa con la mirada baja. — N-no quiero que me veas así...

— Si te lo guardas es peor. — Recuerda el caribeño. — Anda dilo, háblame.

John asiente, tiene razón, si aprendió algo de su vida pasada es que guardarse las cosas no trae nada bueno.

— ¿Sabes? Ese hombre... — Aprieta los labios. — Me recordó un poco a mí, ya sabes... antes.

— ...

Alexander muerde el interior de su mejilla viendo a John con curiosidad y algo preocupado.

— Porque él cree que lo nuestro está mal, que "esto" está mal. — Continúa el pecoso. — El cómo te hablaba y... cuando te empujó, juro que por un momento me vi reflejado en él; me asusté tanto que... — Traga saliva. — que...

Es cortado por los reconfortantes labios de Alexander, quién se había apresurado en besarlo para sacarle esa horrible idea de la cabeza.

— Te amo, te amo mucho mi amor. — Dice Alexander acunando su rostro con ambas manos. — No eres para nada como ese hombre, y nunca lo fuiste, sólo eras alguien que nació en el momento equivocado.

— ...

John lo observa con una mirada preocupada.

— Tú eres mi persona favorita en todo el mundo. — Le dice con una sonrisa inocente. — Tus defectos, tus virtudes, tu pasado... todo ello forma parte del hombre frente a mí ahora, de mi universo.

"Del hombre con el que voy a compartir mi vida"

Una sonrisa asoma por los labios del pecoso, quién vuelve a besar a su novio.

— Gracias.

— No es nada, cuando quieras hablar...

— No hablo de eso. — Le interrumpe Laurens. — Gracias por existir, por estar aquí conmigo, por haberme regalado tu compañía en mi vida... dos veces.

Las mejillas del caribeño se encienden, la parte más impulsiva de su ser casi le hacen proponerle matrimonio en el acto a John, sin embargo se contiene.

No es porque no desee casarse con el pecoso; todo lo contrario, no hay otra cosa que deseé más que eso y justo por eso es porque esperará. Apenas son unos jóvenes universitarios con muy poco dinero propio ¿cómo podría darle al ojiverde una boda en condiciones así?

Alexander quiere dar a su novio la boda que se merece, y por eso esperará, esperará a tener un trabajo estable, hasta terminar sus estudios. ¿Hasta entonces? Pues seguirá al lado de John, con anillos o sin ellos, seguirá dando al pecoso toda su ternura y lealtad.

— Lamento la demora. — El mismo mesero de antes -el que les pidió que se marcharan- aparece luego de un rato. — Aquí tienen.

Entrega al caribeño un plato de camarones en salsa mayonesa, acompañado de arroz y al pecoso un salteado asiático de cerdo junto con una botella de vino.

— Gracias.

Agradece John con voz seca, sin dirigir la mirada al joven, si, aún está molesto con él por el episodio anterior. Alexander ni siquiera se molesta en decir nada.

La indiferencia de la pareja lastima al joven mesero. Él no tiene nada en contra de ellos, sin embargo se vio incapaz de contradecir a aquel cliente que pidió echarles. Su jefe ya había hablado con él, diciéndole que la próxima vez que se presente un caso similar deberá informarle antes de hacer cualquier cosa.

Abre la boca dispuesto a soltar una sincera disculpa sin embargo se interrumpe. De seguro no la creerían una disculpa honesta y pensarían que su jefe le obligó a dárselas. Elige irse de una vez y dejar de molestar a la pareja, suficiente tuvieron de él ya, casi les arruina la cita.

— Al menos conseguimos comida gratis.

Celebra Alexander victorioso.

— Viéndolo así, ese imbécil sirvió para algo.

Ríen juntos antes de seguir con su comida.

[...]

— ¿Volver al futuro?

— Pffft... esa la he visto, tranquilamente, más de diez veces.

Responde tranquilamente el inglés mientras caminan hacia su hogar. Está anocheciendo, el aire fresco y el cielo tintándose de azul oscuro son una evidencia contundente de aquello.

— ¿El show de Truman?

— Esa la he visto tres veces.

La neoyorquina medita un poco más. William nota como muerde el interior de su mejilla mientras piensa, es uno de los tantos tics que ha ido descubriendo en ella.

— ¿El efecto mariposa?

El inglés medita unos segundos, recordando su extenso catálogo de películas vistas hasta la fecha.

— Esa no la he visto.

— ¡Ajá! — Exclama ella victoriosa, como si acabara de ganar algún juego. — Pues la verás, es muy buena película.

— Si a ti te gustó, de seguro a mi también.

Asegura con confianza.

— Después de todo... tenemos gustos parecidos ¿No?

Recuerda ella con una sonrisa pícara, haciendo clara alusión a la conversación que habían tenido hace un rato. William sonríe de medio lado.

— ¿Te gusta ponerme nervioso?

La rubia asiente sin dudar. William le saca la lengua.

— Es aquí. — Anuncia el joven mientras se detiene frente a una casa celeste de dos pisos, ahí es donde vive él, saca una llave de su bolsillo con la cual abre la puerta. — Adelante, damas primero.

Martha le agradece con la mirada mientras se adentra en el hogar. Al entrar lo primero que ve es una pareja, una mujer de cabello corto y castaño oscuro de ojos verdes y un hombre rubio de ojos color café, Martha deduce que deben ser los padres de su amigo.

— Buenas tardes.

Saluda ella educadamente mientras William cierra la puerta tras ella.

— Buenas tardes linda. — Saluda la castaña con voz amable. — Tú debes ser Martha ¿Verdad?

— Ajá. — William es quien responde, posando sus manos en los hombros de la ojimiel. — Es ella de quien tanto les hablé.

"¿William les contó sobre mí?"

— Eres tal y como él te describió. — Comenta el hombre. — Eres igual de linda, incluso más.

— Gracias.

Se limita a decir ella con su mejor sonrisa.

— Ven... — William hace un gesto para que lo siga escaleras arriba. — Estaremos en mi habitación.

— Dejen la puerta abierta. — Dice su madre. — O mínimo usen...

— ¡Mamá! — Reclama William. — Sólo quiero que conozca a... ya sabes...

La mujer se encoge de hombros y continúa con lo suyo. Martha sigue a William hacía el piso de arriba.

— Lamento eso. — Dice él. — No quería avergonzarte.

— En realidad no es tu culpa pero dime ¿a quién voy a conocer?

Pregunta ella impaciente, la curiosidad le está matando. William sonríe de lado.

— Ya verás. — Llegan frente a su habitación. — Cierra los ojos.

Martha arquea una ceja.

— Estoy empezando a preocuparme...

Informa ella pero, pese a eso, obedece y cierra los ojos, valiéndose de sus otros sentidos para saber que sucede a su alrededor. Escucha como William abre la puerta de su habitación, siente como toma su mano para guiarla al interior.

— No espíes...

Ordena él, soltando su mano mientras se aleja. Martha se queda quieta en su lugar, jugando con sus manos para entretenerse de alguna forma.

Siente a William llegar frente a ella de nuevo.

— A ver, ábrelos.

Martha obedece y, lo primero que ve, es a William sosteniendo una especie de pequeño lagarto en su brazo.

— ¡Una lagartija!

Anuncia ella con una sonrisa. William rie.

— En realidad es un gecko, un gecko leopardo. — Le corrige. — Ella es Katie, mi mascota.

— Que linda.

Murmura Martha viendo a la reptil más de cerca, estudiando sus vivos colores los cuales rondan entre el azul, el celeste y el verde.

— No pude llevármela a Estados Unidos conmigo, así que mis padres la cuidan. — Informa él, aunque Martha parece no estar escuchándole, está muy centrada en Katie. — ¿Quieres sostenerla?

— ¿Puedo?

Pregunta ella cómo si no lo creyera. William asiente.

— Extiende tu brazo.

La rubia obedece, extendiendo su brazo tal y como él le indica. Acto seguido William coloca al gecko en el brazo de su amiga.

— No te muevas bruscamente, eso la asusta.

La neoyorquina no saca su mirada del animalito en su brazo, quien empieza a caminar por este a paso lento.

— ¡Will! — Exclama ella emocionada, zarandeado el brazo de su amigo con emoción. — ¡Will, está caminando!

— Lo sé, lo sé. — Comenta él. — Puedo verlo.

Estudia la sonrisa en el rostro de la neoyorquina, se ve fascinada con su mascota.

Luego de unos minutos, Martha deja al animal en su "jaula", que es en realidad una pecera, la cual en vez de agua tiene arena junto con piedras y un tronco, todo esto ubicado bajo una lámpara la cual alumbra directamente la pecera.

— Necesita una temperatura elevada ¿Verdad?

Deduce ella viendo como William mantiene al animal.

— Ajá. — Responde mientras busca algo. — ¡Ah! Aquí están.

Saca unos lentes de montura dorada del estuche y se los coloca.

— No sabía que usabas lentes. — Comenta ella, viendo el rostro de su amigo. — Te quedan muy bien.

Uno de los secretos de la rubia es que los chicos con anteojos provocan cierta debilidad en ella, por lo que, a su parecer, cualquier chico se ve bien con anteojos.

— Los uso de vez en cuando. — Repone él con voz despreocupada. — Sólo cuando se me cansa la vista.

— Eso pasa por estar mirándome todo el día, soy demasiado deslumbrante.

William rueda los ojos con actitud divertida.

— Presumida.

— Y con motivos de serlo, querido.

El mayor ríe. Ambos se sientan en la cama de este para continuar hablando sobre temas triviales, sus estudios y, anécdotas al azar.

— Así que... ¿Cuánto tiempo vas a quedarte exactamente? — Pregunta la neoyorquina. — Porque luego deberás volver a Nueva York ¿Verdad?

— Ajá... pero suelo venir aquí cada verano y cada que me lo puedo permitir en general. — Responde él. — Así que... me verás aquí más seguido de lo que te gustaría.

— Pues tendré que considerar mudarme a Nueva York de nuevo...

Por respuesta se gana un codazo por parte del inglés. Sin saber porque pero la idea de que podrán verse y estar juntos más seguido llena a ambos de alegría.

[...]

Luego de pasar toda la tarde deambulando por la ciudad y, en general, haciendo tonterías, John y Alexander caminan juntos, tomados de la mano, mientras vuelven al departamento de este último.

— Espero que ese imbécil no te haya arruinado la tarde, mi vida.

Murmura Alexander, obviamente refiriéndose al incidente ocurrido en la comida.

— Eso no fue tu culpa, tonto... — John suelta la mano de su pareja únicamente para abrazarlo, rodeando sus hombros. — La tarde fue tan hermosa cómo todas las que paso contigo.

Puntúa esa oración con un beso en la frente de su amado, quien ríe en respuesta, respondiendo abrazando a su pareja también.

— Entonces... — Laurens titubea. — ¿Lo estoy haciendo bien?

— ¿Qué cosa?

Inquiere Alexander algo confundido.

— Pues... — Alarga lo más posible aquella corta palabra. — No sé si lo recuerdas pero el día en que volvimos juntos, yo te prometí que usaría cada día de mi vida para demostrarte que hiciste la elección correcta al seguir a mi lado...

¿Que si Alexander lo recuerda? Él recuerda cada minuto de ese día, como le costó reunir el valor, cada palabra que John y él intercambiaron, la hermosa sensación de volver a besar y abrazar a su amado ojiverde, la alegría de volver a estar junto a él...

— Lo recuerdo. — Asegura Alexander. — Lo recuerdo a la perfección. ¿De eso hablas, de demostrarme eso?

John asiente.

— No te arrepientes... ¿O sí?

Pregunta el mayor con algo de temor a la respuesta. Alexander se conmociona con la mera pregunta, se detiene, obligando a John a detenerse también.

— ¿Cómo te atreves a preguntar eso siquiera? — Pregunta casi ofendido. — ¿Cómo voy a arrepentirme de estar con el hombre que amo? No puedo imaginarme nada que me haría más feliz que estar contigo, mi amor... — Toma el rostro de su novio entre sus manos. — Cada segundo a tu lado es la cosa más hermosa que el mundo podría regalarme, recuerda eso ¿si, lindo?

John mira a los ojos de su novio, esos ojos que tanto adora, que le vieron en sus mejores y peores momentos...

"...Desearía no haberte conocido..."

La mente del pecoso le juega una mala pasada, reviviendo el momento exacto en que dijo esas nefastas palabras al joven que tiene en frente suyo.

— ¿John?

Pregunta Alexander algo confundido cuando su novio, repentinamente y sin previo aviso, le abraza, escondiendo su rostro en su hombro. Como si acabara de escuchar la fecha de su muerte.

— Te amo, te amo mi vida. — Exclama con cierta alteración. — Gracias por aceptar a un imbécil como yo en tu vida de nuevo...

Alexander mira a su novio con empatía.

"Creo que soy yo quien debería decir eso..."

— Yo también te amo Jack. — Responde él devolviendo el abrazo. — Y gracias a ti también, gracias por darme la suerte de conocerte de nuevo, de darme esta segunda oportunidad.

John se aparta para ver a Alexander a los ojos, quien aparta unos mechones de cabello de su rostro mientras sonríe.

Al ver como Alexander cierra los ojos y acerca su rostro al suyo, John le imita, más que ansioso por sentir los labios de su amado sobre los suyos, sin embargo un abrupto empujón les interrumpen.

— ¿Qué mier-?

Alexander es interrumpido por un abrupto puñetazo en su mejilla, haciéndole retroceder y cubrirse el lugar del impacto, doblándose sobre si mismo a causa del dolor.

Cuando John vuelve en sí, logra reconocer al mismo hombre que fue echado del restaurante hace unas horas. Con horror ve cómo encaja un puñetazo en el rostro de Alexander, la adrenalina no tarda en llegar a cada rincón de su cuerpo, estando más que listo para dar pelea a aquel hombre.

— ¿¡Que mierda te pasa?!

Brama furibundo, interponiéndose entre el hombre y su herido novio, impidiéndole volver a tocarle.

— ¡Es por su culpa que me echaron de ahí! — Grita el hombre, atrayendo varias miradas. — Ustedes y su porquería liberal.

El hombre se abalanza contra John, intentando agredirle también, sin embargo el pecoso logra inmovilizarlo a duras penas, sosteniéndolo de las muñecas. A medida que el olor a alcohol ingresa por sus poros nasales, logra deducir que ese hombre está ebrio.

— ¡Cálmate, joder! ¡No queremos problemas!

Grita John en un intento por controlar al hombre, este hace oídos sordos y logra zafarse del agarre del más joven, sin embargo no puede hacer mucho ya que es sujetador desde atrás por el caribeño, quién le sostiene desde las muñecas.

— ¡No me toques! — Exige más que enojado. — Suéltame mari-

Antes de que pueda finalizar su oración, el castaño le acierta un fuerte golpe en el estómago, haciéndole encorvarse del dolor.

— ¡No te atrevas a llamarle así!

Grita John desde lo más profundo de su garganta, sintiendo temblar de rabia, sentimiento el cual aumenta al ver la marca en el rostro de Alexander producto del golpe, concretamente en la mejilla, bajo el ojo.

— S-suéltenme. — Exige, aún adolorido. — Peleen como hombres.

John aprieta los dientes, más que dispuesto a volver a atacar.

— John, no. — Lo detiene el caribeño. — Eso solo lo hará peor.

— Pero...

John intenta protestar ¡ese hombre había golpeado a Alexander! ¿Cómo iba a dejarlo estar? Sin embargo es interrumpido por la intromisión de un policía, pidiendo explicaciones por la situación, junto con otros transeúntes que se habían detenido para ver la situación.

Las siguientes dos horas no fueron nada agradables, pues los tres fueron llevados a comisaría para prestar declaración, un proceso lento, cansino y monótono.

Cada palabra que salía de la boca de aquel hombre no hacía más que dar nauseas a John y Alexander, quien intentaba defenderse alegando que aquella pelea fue injusta al ser un dos contra uno, recalcando el golpe en el estómago que había recibido por parte del castaño, negándose a dar explicaciones sobre el golpe que el pelinegro portaba en su mejilla.

"Estaba borracho, tuve un mal día, por su culpa me echaron..." esas eran parte de las excusas que aquel hombre daba.

John y Alexander, por su parte, intentaban mantenerse calmados, pese a que la sangre ambos hervía de rabia y frustración, pues sabían que si no colaboraban todo sería mucho peor.

El castaño admitió haber dado aquel golpe en el estómago, alegando que fue en parte por los insultos recibidos y por el daño hacia su novio.

Luego de consultar a otros testigos y analizar la situación, finalmente a los tres les permitieron marcharse, el hombre con una multa de cien dólares por agresión y discriminación y Laurens con una advertencia de, en futuros casos similares, no debe responder con más violencia.

— Una multa... — Murmura John de mal humor al salir de la comisaría. — Una miserable multa...

Aquel castigo le parece una minucia para aquella agresión injustificada. Mira a Alexander afligido, la zona de su mejilla donde recibió el golpe está hinchada y con un ligero tono violenta.

— ¿Quieres ir a un hospital?

Pregunta John preocupado. Alexander niega.

— Es solo un golpe, no es el primero que recibo. — Lo calma con cierta preocupación. — ¿Estás bien?

John alza las cajas sorprendido.

— ¡Soy yo quién debería preguntar eso! — Le corrige casi ofendido. — Bebé, te golpearon...

"Y yo salí ileso..."

Es inevitable para John sentirse algo culpable. El caribeño baja la mirada, llevando una mano al lugar del golpe para luego abrazar a su novio.

— Quiero ir a casa...

Murmura con algo de tristeza.

— Vamos.

Asiente John mientras emprenden rumbo a dicho lugar.

— Vas a quedarte conmigo... ¿No?

— Por supuesto, mi vida. — Frota su espalda a modo de consuelo. — Por supuesto...

Ambos, en silencio, se dirigen hacia el departamento de Alexander. Ninguno está de muy buenos ánimos precisamente, aquella bella tarde había quedado arruinada, y la marca en la mejilla del menor no es más que evidencia eso.

Hasta ahora no habían tenido que soportar más que algunas malas miradas al estar en público, a lo mucho algunos murmullos a sus espaldas pero nunca le habían tomado importancia, pero lo de hoy... lo de hoy fue más de lo que cualquiera se esperaba.

Alexander camina apegado a John, quién lo abraza cómo si quisiera protegerlo de cualquier otro salvaje que quisiera dañarle de tal forma, no hay otra manera de describir a alguien así. ¿Qué necesidad había de agredir así a su niño? ¿Por qué debía de atacarle de tal forma? Si no estaba de acuerdo con su amor... ¿Tanto le costaba respetarlo al menos?

Luego de una silenciosa caminata, ambos llegan al departamento del caribeño. Alexander saca la llave de su bolsillo y abre la puerta sin pronunciar palabra.

John entra, Alexander le sigue mientras cierra la puerta con doble giro de llave, al hacerlo nota como sus manos están temblando.

— Siéntate. — Pide John con tono amable. — Te alcanzaré algo de hielo.

El más bajo obedece, se sienta en el sofá con la mirada fija en el suelo, John se sienta a su lado con una bolsa de hielo en mano, la cual acerca a la mejilla de su pareja, quién sisea sonoramente.

— ¿Te duele?

Pregunta alejando la bolsa de hielo con evidente preocupación.

— No más que el golpe en sí. — Responde Alexander con voz baja. — Anda, ponlo de nuevo, hará más bien que mal.

John obedece, acercando la bolsa de nuevo a la mejilla de su novio mientras lo observa con cientos de emociones encontradas.

Tristeza, culpa, impotencia, miedo, frustración, dudas...

"Si me hubiera dado cuenta, si hubiéramos vuelto antes, si hubiéramos tomado otro camino, si no hubiéramos salido hoy, si hubiera hecho algo..."

Tantos "si..." cruzan la mente del castaño, sintiéndose peor a cada cual.

Los últimos meses habían sido tan perfectos que de verdad había creído que el mundo les aceptaba por fin, pero no, se había equivocado, claramente aún muchos les repudian. Lo de hoy no fue más que un golpe de realidad, golpe que debió llevarse Alexander.

Aún después de más de dos siglos, aún cuando ya no es ilegal el demostrar su amor, aún así hoy... hoy Alexander...

— ¿John?

Pregunta preocupado el contrario al ver como lagrimas abandonan las mejillas de su novio mientras este mantiene la mirada en el suelo.

— ¿Por qué? — Pregunta John sintiéndose tan impotente como pocas veces se ha sentido en su vida. — ¿Por qué tuvo que golpearte? N-no estábamos haciendo nada malo...

— Bebé...

No hay nada que Alexander odie más que ver a su pareja llorar, ojos tan hermosos como esos no deben ser empañados por lágrimas.

— H-han pasado más de doscientos años... — Levanta la mirada hacia Alexander. — Y ni aún así... ¿Cuándo podremos amarnos sin miedo alguno? ¿Cuándo podré tomarte de la mano sin temer por el que dirán o... lo que harán? — Hipa, buscando algo de autocontrol en su ser. — Alex, mi vida, yo te amo, nada cambiará eso pero... ¿Cuándo dejará de ser mal visto? ¿Cuándo podré amarte sin miedo alguno?

— ...

Recién ahora Alexander se percata de cómo John tiembla. Se ve tan asustado...

— S-si... — John habla con voz temblorosa. — Si estuvieras con Eli...

Corta abruptamente su frase cuando Alexander se lanza hacia él en un abrazo, haciéndole soltar el hielo de la sorpresa.

— Juro que si vuelves a pensar algo así, no respondo. — Habla como si fuera una amenaza. — Tonto, tonto, John tonto...

"Alex..."

A los segundos, John devuelve el abrazo, echándose a llorar en el proceso y el escuchar como Alexander empieza a hacerlo también no ayuda en nada.

— T-tenía miedo. — Confiesa el pecoso. — Miedo de lo que te fuera a pasar, miedo de perderte y... por un momento imaginé que nos llevarían a la horca para...
— Traga saliva. — Para...

Alexander toma el rostro de su amado entre sus manos y lo mira a los ojos.

— Mi amor, mi vida, mi cielo... — Atrae su atención con algunos de los apodos favoritos de John. — Primero lo primero: ¿este golpe me lo hiciste tú, con esas manos que tanto amo?

— No...

John se limita a responder.

— Tu lo único que haces es amarme, Laurens, y eso, sin duda no tiene absolutamente nada de malo mi vida, nada me hace más feliz que saber que me amas y que me lo expreses día a día. Esto no es culpa de nadie más que un bruto salvaje que no entiende nada de respeto ni de tolerancia, nosotros no estamos haciendo nada malo.

— ...

— Segundo... si, lo sé, da mucha rabia que aún después de tanto tiempo no podamos amarnos realmente sin miedo pero intenta pensar en lo bueno.

— ¿Lo... bueno?

— Piensa en que esto ya no es ilegal. — Lo anima Alexander con una sonrisa. — En que ya no se nos condena por esto, piensa en que hay personas luchando porque ya no se nos señale más. En qué, poco a poco, se está logrando un cambio, aunque tome tiempo; piensa en todas las posibilidades que tenemos ahora que no tuvimos antes...

"Posibilidades..."

Esa palabra resuena en la mente del castaño, limpia sus lágrimas bajo la atenta mirada de su pareja mientras un pensamiento en específico ocupa su mente.

— Oye... — Titubea. — ¿Te puedo preguntar algo?

— Lo que quieras, mi vida.

John aprieta sus labios, pensando en si es buen momento para preguntar eso. Desde hace un tiempo ha querido saber la opinión de Alexander sobre algo y el tema de las posibilidades que no tenían antes se lo ha recordado.

— Tu... — Carraspea su garganta. — ¿Te ves, en un futuro, casado conmigo?

Las palabras provocan un corto circuito en la mente de Alexander, quién se limita a sorprenderse.

— ¿C-casado?

Esa reacción pone aún más nervioso a Laurens, pero aún así opta por explicarse.

— Desde hace un tiempo me di cuenta de que, en esta vida, podemos tener lo que antes nunca pudimos: Una boda. — Comienza Laurens con su explicación. — Y, desde que me di cuenta de eso, no dejo de imaginarlo ¿Sabes? — Suspira con una sonrisilla. — Yo proponiéndotelo a ti, tu proponiéndomelo a mí, ambos juntos en el altar, vestidos para el gran día, las palabras que me gustaría decirte, tu y yo bailando, cortando el pastel, tantos escenarios...

— ...

— Y cada día a tu lado, n-no hace más que querer volver esa fantasía una realidad a futuro, a cada segundo a tu lado no hago más que reforzar el pensamiento de "Si, está es la persona con la que pasaré el resto de mi vida así que... ¿Por qué no casarnos?" — Mira a su novio, quien se ve más que sorprendido. — S-se que puede parecer algo pronto a p-primera vista pero... teniendo en cuenta toda nuestra historia, todo lo que hemos pasado, y todo el tiempo que nos conocemos... No te estoy pidiendo que aceptes ahora, s-solo me gustaría saber tu opinión...

John espera una respuesta, una palabra, un sonido, algo, pero su novio permanece mudo, cosa que aterra al ojiverde.

¿En qué estaba pensando? Desde hace apenas meses que son una pareja verdaderamente estable ¿Cómo se le ocurre hablarle de matrimonio a Alexander? ¿Acaso quiere espantarlo?

— O-olvida esto. — Se pone de pie, dando la espalda a su pareja, necesita abandonar la habitación. — Hablaremos de esto más adelante ¿Si? P-por ahora eso no son más que fantasías mi-

Se corta en seco al sentir los brazos del menor envolver su espalda, lo está abrazando...

— No te atrevas a llamar a eso fantasías, John Laurens. — Habla con voz firme, como si estuviera molesto, escondiendo sus ojos en la espalda del nombrado. — El que llames así a mis planes a futuro es un insulto para mí.

"¿Planes...a futuro?"

Ladea el rostro para ver mejor a su pareja.

— Lo que acabas de describir, John, no es nada más ni nada menos que el futuro que tanto anhelo a tu lado. — Confiesa, reforzando el abrazo. — Futuro que me impulsa a esforzarme cada día en tener ese título, conseguir un buen trabajo y darte la boda que alguien como tú merece...

"Alex..."

El más alto rota su cuerpo para quedar frente a frente con el caribeño.

— Desde el momento en que decidí que quería intentarlo de nuevo contigo, tuve muy en claro que quería casarme contigo y, lo sostengo, voy a casarme contigo, John Laurens, eso no es una fantasía, es un hecho.

Dice con voz seria, mirando a los ojos a su novio, quien solo atina a sonrojarse.

— Y... saber que tú piensas eso también. — Continua Hamilton. — Saber que tu también deseas eso, que me ves con todo el amor que yo siento por ti, qué tu también ves aquel futuro donde estamos casados... me hace tan feliz. No sabes la cantidad de veces en que mi corazón me grita "anda, pídeselo ahora" pero sé que aún no es momento, no si quiero darte la boda que te mereces.

— Mi vida...

Con cuidado de no lastimarle, John acaricia su mejilla con suavidad.

— Disculpa por haberme quedado callado, pero es que no podía creer lo que oía. — Se explica Alexander. — No podía creer que me vieras como yo te veo a ti, como un futuro esposo, que alguien tan hermoso como tú me viera como yo a ti...

No finaliza su oración, se pierde en los orbes de su amado, los cuales se ven tan vivos y llenos de amor como siempre. El castaño le regala su sonrisa más cálida.

— Somos un desastre.

— Un desastre lindo. — Responde Alexander divertido, John no borra su sonrisa. — Entonces... estamos de acuerdo, nos vamos a casar algún día ¿Verdad?

La voz del caribeño suena como si no fuera a aceptar un "no" por respuesta.

— Suena a las típicas promesas que se hacen los niños...

Comenta el americano algo divertido

— Pero nosotros no somos niños. — Le corrige Alexander. — Somos dos personas maduras que han pasado por mucho, que tienen una oportunidad que no tuvieron antes, que seguirán juntos hasta que llegue el día.

— Estoy de acuerdo en todo pero lo de personas maduras... creo que pondría eso en duda...

— Tonto.

Rie el de cabello lacio. No hay duda que el ambiente ya es mucho más alegre y menos tenso que antes.

— Casarme contigo sería... será... — Se corrige John. —...la mayor alegría de mi vida, pero tengo una condición.

— ¿Cuál?

— Quiero ser yo quien te lo proponga.

Respóndeme sin dudar. Alexander abre los ojos como platos mientras eleva sus cejas y queda boquiabierto, como si acabara de oír una blasfemia.

— ¡¿Qué?! — Vocifera con indignación. — N-no, yo quería...

— Tarde, lindo, ya lo pedí yo.

Responde con una sonrisa, picando la nariz de su novio.

— ¡Así no funcionan las cosas! — Exclama aún indignado. — No es justo, tú ya fuiste el que pidió volver a estar juntos, déjame lo del matrimonio a mí, por favor Jack...

Pide el menor con voz suplicante. John se siente tan conmovido que, por un segundo, considera cederle ese puesto, sin embargo tiene una razón personal para ser él mismo quien proponga tan importante paso, si Alexander consigue darle una mejor razón...

— No tengo problema en dejarte hacerlo, lo digo en serio pero... — Toma las manos de su novio entre las suyas. — Teniendo en cuenta todo lo que pasamos, toda nuestra historia y principalmente, todo lo que he cambiado, lo que me ha costado por fin poder amarte como te lo mereces, aceptarme a mí mismo y a mi pasado, sin querer sonar prepotente, me hacen creer que me corresponde a mí dar ese paso...

Alexander abre la boca para debatir, sin embargo no logra pensar en nada, ese es un muy buen argumento.

— Si puedes darme una razón mejor que esa... — Habla el pecoso. — Con gusto te dejaré a ti proponerlo, después de todo da igual quién lo haga, lo importante es que terminaremos juntos con un par de anillos en el altar.

El caribeño se muerde el interior de su mejilla, buscando rebatir el argumento de su novio pero no llega a nada.

— Agh, de acuerdo... — Accede Alexander de mala gana, resignado. — Tú ganas, proponlo tú.

Dice para luego hacer un puchero infantil, evitando la mirada de John.

— ¿Te enojaste? — Inquiere John curioso y algo preocupado. Alexander suelta sus manos y le da la espalda mientras resopla un "mhmp" — Si tanto te importa, puedes proponerlo tú.

— No. — Responde tajante. — Ya no quiero nada.

Laurens parpadea, sin saber cómo reaccionar al principio pero finalmente sonríe enternecido, su niño no ha cambiado nada.

— Te quiero...

Murmura rodeando la cintura del más bajo con sus brazos mientras apoya su barbilla en el hombro de este.

— No se dice te quiero — Alexander voltea para quedar frente a frente. — Se dice te amo.

John sonríe, eso siempre funciona...

— Te amo.

Dice con voz tan dulce que Alexander casi puede saborear la miel en sus palabras, haciéndole sonreír.

— Yo te amo aún más...

Ambos ya mucho más relajados y alegres se miran con sonrisas. John acaricia, con cuidado, la herida en la mejilla del contrario.

— Juro que si vuelvo a ver a ese mal-nacido...

Alexander niega.

— Ya está, ya pasó... si nos lo volvemos a cruzar, yo me encargaré solo de él, pero ahora... — Rodea el cuello de John con sus brazos. — Quiero olvidar este mal momento... ¿Me ayudas?

Sin dudarlo ni un instante, John une sus labios con los de su pareja en un beso lento y suave. Con cuidado acaricia las mejillas de su novio, como si estas fueran de porcelana, teniendo especial cuidado con la que se encuentra herida.

— Alex... — Susurra mientras da besos por todo el rostro del caribeño con cuidado, como si quisiera protegerlo de cualquier otra persona que quisiera lastimarlo. — Mi hermoso Alexander...

— John... — Suspira el aludido. — S-sigue besándome, acaríciame...

El pecoso conoce ese tono, sonríe traviesamente antes de volver a besarlo, al hacerlo siente como Alexander desliza su lengua en el interior de su cavidad bucal, estremeciéndolo.

— Mghm...

El mayor gime al sentir como las manos de su pareja descienden hacía su espalda baja, perdiéndose en esa sensación.

En cualquier otro momento, John gustoso tomaría el mando sin embargo esta vez es diferente, esta vez desea sentir a Alexander como no lo ha sentido antes, de un modo nuevo...

— Alex...

Suspira separándose.

— L-lo siento... — Se disculpa el caribeño. — ¿No quieres?

— No es eso... — Confiesa con voz irregular. — Quiero, sí, quiero sentirte, quiero... quiero que tú...

No es necesario que el pecoso termine su oración, Alexander logra deducir lo que John desea.

— ¿Quieres que yo sea el activo?

Pregunta con voz traviesa, enarcando una ceja.

— No me hagas cambiar de opinión.

Responde el ojiverde.

Alexander, en un repentino movimiento, coloca uno de sus brazos alrededor de la espalda de su pareja y el otro en la flexión de sus rodillas, cargándolo al estilo nupcial.

— ¡A-Alex! — Por instinto John envuelve los hombros del caribeño con sus brazos. — ¿Qué haces?

— Voy a darle a mi futuro esposo la noche de su vida, hasta que llegue la noche de bodas, claro...

Responde él con un guiñó coqueto y voz seductora. El rostro de John se tiñe de mil colores.

"Futuro esposo..."

Con ese pensamiento en mente, Alexander carga a John hasta su habitación, dónde lo deja suavemente en la cama, posicionándose estratégicamente sobre él.

— ¿Quién dice que la violencia no soluciona nada? — Pregunta Hamilton con ambas manos sobre el colchón, acorralando a John. — Ser el activo solo me costó un puñetazo... debería dejar que me golpeen más seguido.

John niega, atrayendo el rostro de Alexander.

— Por favor no... tu rostro se ve mucho más lindo sin ningún golpe en él... — Pasa sus dígitos por el cuello del contrario. — Las únicas marcas que quiero ver en ti... son las de mis labios y dientes en tu cuello.

— Pero eso no será así hoy, mi amor... — Recuerda Alexander en un susurro provocador. — Y, créeme, desearás que no sea la última vez...

— Demuéstramelo con acciones y no con palabras, Hamilton.

Lo reta John, abrazándolo por el cuello para besarlo, dejando a Hamilton tomar completo control de la situación, deja que la lengua de este recorra su boca como le plazca, entregándose a merced del hombre al que planea dedicar su vida, sintiéndose seguro pues sabe que en manos de Alexander nada malo le sucederá...

Alexander está atento a cada pequeña reacción de John, cada jadeo, cada gemido, cada pequeño sonido que este emite cómo si fuera un espectáculo.

No negará que está emocionado ¡Obviamente lo está! Pero también está algo nervioso, pues quiere hacer esto bien, Alexander quiere ser capaz de hacer sentir a John tan bien como este le hace sentir.

"Quiero que sientas el mismo placer que tú me haces sentir a mí, John..."

Aleja sus labios para dirigirlos al cuello de su novio, empezando a besarle, primero con cuidado, poco a poco, temiendo ser muy brusco.

— A-ah... — John gime por primera vez. El oírle tan excitado, impulsa a Alexander a empezar a descender hasta su clavícula y luego volver a subir, cubriendo todo su cuello con besos— Si... mi amor, s-sigue...

Complacido de sentir como la temperatura corporal de John empieza a aumentar, Alexander levanta la playera de este para empezar a besar su pecho, permitiéndose a sí mismo sentir los acelerados latidos del corazón del pecoso.

— Así... lo estás haciendo...

— Deja de intentar guiarme. — Le interrumpe Alexander. — Tu disfruta, se cómo hacer esto.

Asegura él con más seguridad de la que siente en realidad. John tuerce sus labios en una pequeña sonrisa.

— Tienes un maestro de primera después de todo...

El de cabello lacio le guiña un ojo para después incorporarse, sacándose la playera y tirándola a un lado.

Laurens no puede evitar morderse el labio inferior ante aquella imagen tan atractiva, siente un creciente cosquilleo en su entrepierna mientras esta poco a poco empieza a erguirse.

Las manos del menor trazan un camino hasta el borde de la camiseta del pecoso, la cual pronto quita del camino, dejando el torso de su novio totalmente expuesto.

— Tienes una piel muy linda... — Musita Alexander mientras recorre sus clavículas con sus dedos. — Pero para estar a mano...

Tal y como John esperaba, Alexander se acerca a su cuello para mordisquearlo y empezar a succionarlo, siendo más que obvio para ambos que aquello dejará en el castaño marcas similares a las que el menor posee.

A la par que John siente los dientes de su novio jugando con su piel, siente también la mano de este empezando a masajear su entrepierna, buscando excitarlo aún más. No hace el más mínimo esfuerzo en callar sus gemidos, deja que estos resuenen por la habitación.

— Esto no está nada mal...

Susurra John, recorriendo la columna de Alexander con sus dedos.

— Y solo estamos comenzando, lindo.

Dice Alexander, ya con más confianza en sí mismo. Suelta una suave risa al sentir las manos de John en su trasero, manejando sus glúteos sin disimular la lujuria en sus movimientos y expresión.

Aquel escenario es suficiente para endurecer la entrepierna del menor, provocando una erección que John no tarda en notar.

— Parece que no soy el único al que le gusta esto...

Ronronea John en tono travieso mientras desabrocha su propio cinturón, haciendo que Alexander muerda su labio inferior. Aún si no es el activo, el castaño no pierde ese aire varonil y atractivo que enloquece al caribeño.

— Yo me encargo de esto. — Sujeta las manos del pecoso. — Tú ayúdame a mí...

Acatando la orden, John baja el cierre del pantalón de su pareja para luego desabotonarlo y empezar a bajar el jean por las piernas de este, dejándole únicamente en ropa interior.

Pronto ambos quedan semidesnudos, únicamente en ropa interior mirándose con la mezcla de amor y deseo a la que están tan acostumbrados a sentir en compañía del otro.

— ¿Nervioso?

Pregunta John. Tiene la costumbre de preguntar lo mismo siempre.

— Emocionado.

Responde Alexander, corrigiéndolo, igual que siempre, empezando mecerse, frotando su erección contra la de John, aún a través de la ropa interior.

— Ah...

Suspira el mayor contra los labios de Alexander, cruzando sus brazos tras la nuca del menor.

— Te amo John... — Acaricia los labios del aludido con su lengua, lamiéndolos. — Eres el amor de mi vida...

Alexander acaricia el abdomen del mayor, escondiendo su rostro en su cuello, aspirando su aroma, sintiendo sus latidos, escuchando sus gemidos, todo eso es la combinación perfecta para volverlo loco.

— Y tú eres el de la mía... — Responde John, impulsando su pelvis para obtener más contacto. — Te amo tanto...

"Mierda... no puedo más..."

Al caribeño le encantaría estar entre caricias y besos por horas, pero siente la necesidad de aliviar la dureza de su erección. Toma el bóxer de John entre sus dedos y lo desliza hacia abajo, exponiendo su miembro completamente.

— Alexander... — Suspira John con voz irregular. — Necesito sentirte...

El caribeño tuerce sus labios en una sonrisa, su novio está igual de excitado y ansioso que él.

— Lo que mi futuro esposo pida...

Da un beso en la comisura de los labios de su novio mientras se quita su propio bóxer, la última prenda que le estorbaba.

Alexander acerca su miembro al de John, empezando a masajearlos juntos, enviando a ambos oleadas de placer y corrientes eléctricas que recorren cada nervio de sus cuerpos, robando gemidos de sus labios casi al unísono.

Luego de que John humedece los dedos de Alexander con su boca, este los coloca en su entrada.

— Si te lastimo, avísame...

John asiente, acariciando la espalda del menor mientras susurra palabras de aliento sobre el oído de este. Al sentir uno de los dedos de Alexander en su interior, clava sus uñas en la espalda de este.

— Mghm...

— ¿Ves por lo que debo pasar?

Inquiere Alexander divertido y complacido por el cambio de papeles.

— S-sigue, apenas siento un cosquilleo.

— Sentirás mucho más que un cosquilleo, Laurens...

Asegura Hamilton con voz ronca mientras adentra un segundo dedo en su novio, siente como este arquea la espalda algo bruscamente mientras suelta un gemido combinado con un jadeo.

— Ca-carajo...

Empieza a descender por la espalda del menor, dejando un rastro de rasguños, escondiendo su rostro en el hombro de este.

— ¿Estás bien? — Pregunta algo preocupado. — Si quieres pa...

— No, no... — Niega, acariciando la mejilla lastimada del caribeño con cuidado. — Sólo subestimé bastante el dolor... Tengo que admirarte de ahora en más, pensar que aguantas esto...

— Lo vale... — Asegura en un susurro sobre el oído de este. — Espera y verás...

Sentir como Alexander da besos y mordisquea el lóbulo de su oreja ayuda a aliviar su dolor y encontrar el movimiento de sus finos dedos en su interior hasta placenteros. Luego de unos minutos de preparación, el menor considera que su novio está listo.

Cuando Alexander toma su hombría y la posiciona frente a la entrada del castaño, este se siente nervioso como poco, el miembro de su novio nunca le había parecido tan grande como este momento pero no piensa echarse atrás, está emocionado por sentir al caribeño de una nueva forma. Además de que ahora que sabe lo que Alexander debe soportar cada que intiman pues quiere ponerse en su lugar.

— ¿Listo?

— Desde siempre...

Responde John con más seguridad de la que posee. Se refugia en el hombro de su amado antes de que este, poco a poco le penetre. Intenta relajarse, respirar profundo y no dejarse llevar por el dolor, sabiendo que eso lo haría mucho peor.

— Así... — Susurra Alexander mientras acaricia sus cabellos. — Vas muy bien así, tranquilo.

Para calmar el dolor que sabe que su novio está sintiendo, Alexander une sus labios en un beso, el cual no tarda en profundizar adentrando la lengua en su boca, acariciando aquel cuerpo que tanto le enloquece con sus manos una vez que está totalmente dentro del pecoso. Sus piernas, sus glúteos, su abdomen, su rostro...

Poco a poco, junto con las caricias de Alexander, el dolor desaparece del cuerpo de John, volviéndose una sensación agradable y cálida, sentir al de ojos oscuros en su interior es...

— A-ah...

Un gemido de puro placer abandona la garganta de Laurens cuando el menor empieza a mover sus caderas, haciendo que su miembro se mueva de atrás hacia adelante, frotándose contra su interior.

El mayor echa la cabeza hacia atrás, mirando al techo, mientras se acostumbra a la sensación a la par que se da cuenta que esto es muy diferente a estar en el interior de Alexander, esta sensación es totalmente nueva para él, no podría compararla con nada.

Antes de que John se dé cuenta, de su garganta no paran de salir gemidos, su cuerpo se impulsa en busca de más a causa del placer.

— M-más... — Pide. — Más, Alexander...

Feliz de oír que John está disfrutando esto, Alexander acelera el ritmo de sus caderas, volviéndose embestidas...

— ¡A-ah! A-Alex...

Placer... puro placer le inunda desde el interior de su ser mientras el falo de su novio se mueve, acariciando y frotando sus paredes internas. Su respiración se entrecorta, su cuerpo cede rendido a los movimientos de Alexander. Ahora entiende como su pareja soporta los momentos previos a esto.

"Lo vale... joder que lo vale..."

Piensa mientras lleva una mano a su miembro, empezando a masajearlo, pero de inmediato Hamilton aparta su mano.

— No, lindo, y-yo me encargo de eso... — Habla Alexander algo agitado a la par que empieza a masajear el miembro del mayor. — Tú disfruta...

— E-eso es lo que... ¡Ah!

Es interrumpido cuando Alexander empieza a masturbarlo con firmeza, moviendo su mano en un vaivén de arriba a abajo, cubriendo toda la longitud del miembro ajeno, provocando que John sienta aún más placer recorrer su cuerpo. Con su mano libre, Alexander acaricia las piernas de John a la par que inician un desesperado beso.

El sentir la mano del caribeño masturbándole y acariciándole, sentirlo de esa nueva forma en su interior y sentir como atrapa sus labios en un pasional beso... son demasiadas sensaciones, todas tan placenteras...

Alexander está más que complacido, está en éxtasis, sentir el calor del castaño envolver así su miembro y como este se aferra a su cuerpo, respondiendo a todos sus estímulos...

— Te sientes tan bien...

— Alexander, s-sentirte así es...

— Siénteme Laurens. — Da una firme estocada, tocando ese punto en su novio. — Soy todo tuyo, que te quede claro.

— ¡A-ah! ¡Allí, Alexander, allí! — Gime John sin contenerse, arqueando la espalda. — E-esto es tan...

El menor acelera el ritmo de sus caderas, acercándose cada vez más al orgasmo que tanto ansía.

Los minutos se acumulan en forma de gemidos, caricias, besos, susurros, jadeos...

— Alexander... — Se aferra aún más al cuerpo de su amado, apretando las piernas en su cintura. — Háblame...

— Mi vida... — Responde el menor con voz irregular. — Mi corazón es tuyo, mi alma también lo es... nunca han dejado de serlo... John... John te amo...

— Yo te amo aún más, te... te...

Las palabras se atoran en la garganta del pecoso, su corazón se acelera, su mente queda en blanco, su vista se nubla casi por completo, obligándole a cerrar los ojos mientras se aferra a Alexander y todas las palabras que no salieron de su boca, escapan en forma de un sonoro gemido al llegar al clímax, un clímax que nunca había experimentado antes...

Al sentir esa sustancia blanquecina manchar su abdomen y como el interior de John envuelve su miembro, casi dejándolo inmóvil, Alexander se corre también en el interior del castaño, quién podría describir lo que sintió cuando su novio se corrió dentro de él como un segundo orgasmo.

Ninguno se repone con facilidad de esa nueva sensación. Ambos aferrados el uno al otro, Alexander escondiendo el rostro en el cuello de su amado y este con la vista perdida en algún punto del techo, luchando por volver a la realidad.

No importa, no importa que unos cuantos imbéciles no les aprueben, ellos se aman y eso es suficiente.

John bate sus pestañas con insistencia, buscando recobrar el sentido común para finalmente sonreír plenamente.

— Podría acostumbrarme a esto...

Al oír la voz del más alto, Alexander levanta la vista para verle, imitando su gesto mientras acaricia los cabellos que él mismo desordenó tanto.

— Yo igual.

Susurra antes de salir de John, pero aún así permanece sobre él, apoyando su peso en sus brazos con fuerza que ni él sabe de dónde ha sacado.

A este punto los dos han olvidado aquel amargo incidente -pese a que la marca sigue presente en la mejilla del menor-, en sus mentes, sólo hay lugar para un pensamiento.

— Nos vamos a casar... — Asegura Alexander. — No hoy, no mañana pero en el futuro será así ¿Verdad?

John sonríe, empuja a Alexander hasta que este queda de espaldas en la cama y se acurruca en su pecho.

— Si, mi vida, así será... — Apoya su barbilla contra el pecho del caribeño. — Y me da igual cual de los dos lo proponga, sólo quiero estar contigo...

Alexander medita unos segundos, jugando con su lengua en el interior de su boca.

— La idea de tenerte frente a mí, pidiéndome ser tu esposo es tan hermosa que baja todas mis defensas. — Confiesa acariciando el rostro de su sonriente novio. — Pero debes saber que mis expectativas son muy altas.

— Yo me aseguraré de cumplirlas. — Promete el rizado. — Pero para eso hay que esforzarnos mucho, tener un buen empleo, estudiar para obtenerlo... vamos a esforzarnos ¿No?

Sin dudar, Alexander asiente.

— Lo juro. — Lleva una mano a su pecho, colocándola sobre su corazón, y levanta la otra, a modo de juramento. — Daré lo mejor de mí mismo para lograr eso, para lograr ese matrimonio contigo, ese hogar a tu lado, esos hijos a los que criaremos juntos...

Con esa última oración las cejas de John se alzan por la sorpresa.

— ¿Hijos?

— Quiero dos. — Responde Alexander sin dudar. — Un niño y una niña.

El ojiverde sonríe enternecido de que su novio hable tan en serio de un futuro juntos, aunque, la idea de tener hijos no la considera para él... por ahora.

— Dejemos los niños para después... — Abraza el pecho de Alexander. — Centrémonos en el matrimonio primero...

El de cabello lacio asiente mientras abraza al pecoso, sintiendo los latidos de su corazón.

Si, es muy pronto para hablar de hijos, pero ambos están totalmente seguros de que un día, se besaran en el altar con un par de anillos en sus manos, escuchando los aplausos y vitoreos de sus amigos y familiares.

— ¿Crees que debamos invitar al tipo que me golpeó?

Pregunta el más bajo con tono de broma. John contiene una risita.

— Sería buena forma de compensar que se quedó sin comer...

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