Capítulo 19
Daniel
—Daniel, debo hablar contigo. — reacciono al instante tras escucharla. La bajo de la meseta con cuidado y escucho por sus pasos cómo da la vuelta y se sienta frente a la encimera de la cocina—. No nos vamos a ver en vacaciones.
Siento que el corazón se me oprime antes de volver a recomponerse. No estará en vacaciones, ¿eso no es el fin del mundo, no?
—¿Y a dónde irás?
—Mis padres quieren que pase una temporada en Hawái con mi abuela y primos.
—A Hawái —pronuncio luego de que la información se plasme en mi cerebro intentando retenerla ahí—. ¿Y será por los tres meses?
—Sí, no creo que me dejen regresar antes. — la garganta se me seca por momentos he intento pensar con claridad. Las cosas no tienen por qué acabarse solamente porque esté lejos unos meses.
—Está bien. —Camino hacia ella y me siento en la silla del lado mientras llevo mis manos cuidadosamente a su cara—. Podemos estar bien mientras estés allá. Podemos llamarnos y enviarnos cartas; e incluso puedes mandarme los correos y le pido a mi madre que los lea y te escriba de respuesta. Buscaremos una solución, tranquila.
—Lo sé, solamente que estoy un poco nerviosa por separarnos tanto tiempo. —sonrío de medio lado y le deposito un beso en la frente.
—¡Que tampoco somos siameses para andar todo el tiempo juntos! ¿O sí?
—No —responde entre risas y de un segundo a otro siento su cuerpo contra el mío por culpa del abrazo. El olor de su cabello llena mis fosas nasales y sonrío al pensar lo mucho que la voy a extrañar—. Otra cosa importante —se separa de mí y frunzo el entrecejo confundido—, me voy mañana en la tarde.
Alzo las cejas sorprendido y aunque no quiera la molestia viene a mi cuerpo más rápido de lo que pensé—. ¿Y no pensabas decirme antes? ¿Esperaste a que solamente nos quedara un día juntos para decirme?
—Pero si te lo estoy diciendo ahora, siempre tuve pensado decirte el día de la gradación. Nunca me imaginé que fuera un día antes. —resoplo indignado y me levanto para terminar de hacer el desayuno mientras escucho el suspiro ahogado de Zoe.
Agarro de nuevo el azúcar y comienzo a espolvorearla sobre los postres cuando de pronto siento como me abraza desde la espalda y es como si pudiera con ese simple gesto toda la presión que hay acumulada en mí. Giro en mi propio eje y la abrazo mientras deposito un beso en su frente.
—Hoy es el día especial, te gradúas después de tanto y no hay nada que pueda acabar con este día. Hablaremos entonces cuando se acabe todo. ¿Está bien?
Zoe asiente y me abraza más fuerte pegándose más a mi cuerpo. Desayunamos luego de quedarnos un tiempo abrazados y al terminar decide irse a casa de Adriana para comenzar a prepararse e ir a la escuela para arreglar lo que queda pendiente.
—Vendré luego de preparar todo para irnos juntos hacia allá.
—Sí, me parece perfecto. Nos vemos entonces en la tarde. —la atraigo nuevamente a mi cuerpo y esta suelta algunas risotadas antes de darme un beso corto en los labios.
—Nos vemos en la tarde, Chichi.
La reprendo antes de que salga de la casa por el apelativo que volvió a decirme después de tanto tiempo. Río al escuchar que la puerta se cierra y sentir que el pecho se me oprime además de la sensación de ahogo viene a mí. Se irá por tres meses y la posibilidad de hablar cada día es casi nula. No tengo idea cómo nos va a ir con todo esto que está pasando. Quizás hayan personas que escogerían cortar todo de raíz antes de que el dolor se vuelva peor, pero yo no tengo la fuerza para dejarla ir así de fácil.
Suelto un suspiro y me levanto para dirigirme hacia la cocina a recoger todo lo que hemos dejado regado por ahí. Luego de eso regreso a mi cuarto para organizarlo e igual organizar toda la ropa que se esparce por el piso cuando escucho el teléfono sonar. Me acerco a la mesa donde tengo instalada mi computadora y justo a su lado está instalado el aparato.
—¿Si?
—Buenos días, Daniel, habla el doctor Henry.
—¡Oh! Buenos días, señor Henry. ¿Anda buscando a Zoe?
—No, sé que mi hija anda con la preparación de su graduación y demás. Llamaba porque quería hablar contigo.
Frunzo el ceño extrañado alcanzo la silla a mis espaldas y me acomodo en esta antes de continuar la conversación.
—Usted dirá.
—Sabes que llevo un tiempo estudiando tu caso, eso no es un secreto para nadie. —una punzada me llega al estómago y la respiración me trastabilla.
Recuerdo la vez que el Doc. Henry regresó desde su misión en Venezuela al escuchar a su mujer e hija hablando sobre su vecino ciego. Recuerdo escuchar la voz de ese hombre mientras me sujetaba la mano preguntando cómo me sentía y si quería volver a ver el mundo. Mi corazón se paró en ese momento. No tenía idea de que había una posibilidad de volver a mirar y aunque mi madre siempre quiso curarme nunca tuvimos el suficiente dinero para pagar un médico profesional. Pero, tras revisiones y pruebas realizadas en años de estudio junto a Henry nunca pudo encontrar la manera de rescatar la zona no estropeada y aplicarme alguna cosa que tal vez me permitiría ver nuevamente.
—Te tengo una noticia. Hemos encontrado la manera de remplazar tu córnea después de estudiar exactamente todas las variantes. La única solución es un trasplante de córnea —el corazón se me detuvo por segundos después de escucharlo. Un trasplante, esa era la única solución que me queda para regresar a ver a todo lo que me rodea. La única solución que me queda para verla a ella.
—¡Eso suena genial! Es que aún ni me lo creo. ¿Y qué hay que hacer? ¿Cómo se realizan esos trasplantes?
—Debemos realizarte un trasplante de espesor total ya que debemos reemplazar la zona central por ser la que ayuda al traspaso de la luz y es en la que este caso sufrió más daños. Para estos trasplantes se es necesario donante cadavérico y…
—Espere, espere. ¿Cadavérico? ¿Un donante muerto?
—Es la única manera de reemplazar la córnea. Además nadie que esté vivo querrá donarte sus ojos, ¿o sí?
Me quedo pensativo por unos segundos y suspiro nervioso. Es cierto, es una estupidez pensar que alguien quedaría ciego para salvar a otro ciego—. ¿Entonces qué debemos hacer?
—En estos momentos te pondré en la lista de espera en el hospital por si llega la noticia de un posible accidente y tal vez ese sería tu trasplante. La parte más complicada es encontrar a alguien que congenie contigo para así no tener un rechazo en la operación. —las palabras se me amontonaban en la cabeza y es esas veces como cuando estás en mates que están explicando un ejercicio tan profundamente que lo único que deseas es ver el resultado final.
—Eso significa que pueden pasar años para mi trasplante.
—No lo pienses de esa manera, piensa que al fin tenemos la solución lo que hay que esperar un poco más. Hablaré también con el Banco de ojos de Madrid para ver qué me dicen. Debes tener paciencia, Daniel.
—Sí, sí, lo sé. De verdad muchas gracias por todo doctor Henry, no sé cómo le pagaré todo esto. —su risa ronca hizo que una pequeña sonrisa de medio lado se posicionara en mis labios.
—No hay nada que pagar. Solo haz feliz a mi hija, solo con eso estaremos bien. —río por lo bajo y asiento levemente aunque no pueda verme.
—No se preocupe, ahora debo irme a prepararme para hoy.
—Sí, claro. Cualquier otra noticia te la haré saber. Adiós.
Cuelgo luego de despedirme y me reincorporo nuevamente a recoger todo antes de que las chicas regresen para ir a la graduación.
La tarde se pasa muy tranquila, hasta que el reloj marca la seis de la tarde y mi casa se convierte en el centro de reunión de todos los chicos y chicas cercanas a esta para así irnos juntos hacia la graduación. En estos momentos estamos todos en la sala esperando a que nuestras chicas bajen ya arregladas. Hablo unos minutos con cada uno hasta llegar frente a Mattew y Dylan. Saludo escueto hasta que siento la mano de Dylan halándome hacia atrás, doy un manotazo intentando que me suelte y en solo segundos siento como choca su cuerpo conmigo en un abrazo. Alzo las cejas sorprendido y escucho su risa entrecortada.
—Tío, es que no sé cómo decírtelo. Solo perdóname por estos últimos años. Por las estupideces que dije, por lo que te hice pasar. De verdad espero que no te haya hecho sentir como una mierda.
Por un momento pensé en pellizcarme o en preguntarle si estaba mintiendo y si era así el porqué de sus palabras pero no me pude mover. No sonaba a una broma, ni mucho menos a una hipocresía, por primera vez Dylan sonaba real, sin escudo para taparse y sin sarcasmo. Estiré la mano para que chocara con la mía y le devolví el abrazo entre risas.
—Lamento si alguna vez sentiste que estaba aquí para arrebatarte a tu familia, te aseguro que no fue así.
—Eh, tranquilo. Todo está mejor ahora, Daniel.
—Sí, tío, de verdad. Ahora cuando quieras puedes ir a tomarte unas cervezas a nuestra llamada “Cueva del virgen” y jugar en la consola. —apoya Mattew y le sonrío antes de asentir con la cabeza.
De un momento a otro la sala cae en silencio y el sonido de tacones se escucha desde la escalera. Mattew agarra mi hombro y comienza a describirme cada una de las chicas; y no sé por qué ni como, pero cuando mi Zoe comienza a descender sé que es ella. Ya sabía hacía mucho el vestido que se pondría. Me lo había descrito como largo y rojo, ese rojo que ves en las fresas maduras; se recogería el pelo y en este se engancharía la hebilla que mi madre le había dado hace años para ocasiones especiales. Siento como se engancha a mi brazo haciendo que de un pequeño respingo al sentir su contacto hasta que el olor de su colonia llegó a mí tranquilizándome. La sala se llenó de murmullos hasta que escuchamos la puerta abrirse de repente.
—Díganme que no llego tarde, porque si no nunca me lo perdono.
Reímos al escuchar a mi mamá y nos advierte que comencemos a posar para las fotos. Primero las chicas y después nosotros; me sitúo al lado de Mattew y Dylan mientras me susurran que posaremos de manera divertida. Río al escuchar como algunos caen al piso tras intentar que otros los cargaran y saco la lengua divertido antes de intentar decir “queso”. Después le dieron paso a las fotos en pareja. Cada pareja, una por una fueron pasando por la cámara de mi madre hasta llegar a nosotros. Coloca su mano cálida en mi mejilla antes de arreglarme el traje y pedirle a Zoe que posemos en la escalera. Sonrío antes de escuchar ese “click” que avisa que la foto está lista. Bajamos de allí y decidimos que es hora de llegar a la escuela.
Salimos con nuestras parejas de la mano antes de montarnos cada una en un coche diferente y conducir hasta allí. Zoe estaciona justo delante de la escuela y toma mi mano sosteniéndola fuerte antes de bajarnos y bailar toda la noche. El mismo gesto que hizo al día siguiente mientras nos despedíamos uno del otro. Sentí como mi pecho se comenzó a humedecer por sus lágrimas, la alejé un poco de mí para darle un último beso, que volviera a agarrarse fuerte de la mano y que luego desapareciera tras el ruido del aeropuerto.
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