𝔣𝔬𝔲𝔯𝔱𝔢𝔢𝔫
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CAPÍTULO CATORCE
THE REALITY
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EL CATOLICISMO A influido sobre las distintas actividades que los preceptos religiosos inducen en el creyente comportamientos concretos.
Desde cómo hablar, vestirse, actuar, creer...
Se considera reflexiva la crítica en las consecuencias a asumir una creencia en general y una creencia religiosa en particular, se hace indispensable considerar los principios fundamentales que sustentan al pensamiento crítico y a la pedagogía crítica contemporánea. Una creencia infundada o asumida de manera acrítica es fuente de subjetivismo, de dogmatismo y de fanatismo que deben ser evitados.
Revisando la función de los líderes religiosos y de la filosofía de la religión en la educación de las creencias, y, se determina la incidencia del pensamiento crítico en las creencias religiosas. Si ponemos mas atención nos damos cuenta cómo ciertos líderes religiosos manipulan a sus seguidores mediante interpretaciones antojadizas de los libros sagrados, muchas veces motivadas por el precepto protestante de la libre interpretación de la Biblia sugerida con la época renacentista.
No podríamos asegurar que molestaba a Dios, ni siquiera los guías que lo representan, pero, de lo que podríamos estar seguros es que odia que destruyan su creación.
Entró lentamente a pasos invisibles dejando sus huellas húmedas sobre la madera, era un criminal hábil.
Sus dedos pasaron por las paredes con burla tocando una sintonía arrítmica, con burla, casi saboreando el miedo de su víctima. Escucho el crujir de uno de los tablones en el piso y en su rostro apareció una sonrisa torcida.
En la pared continúa la mujer de mediana edad tapaba su boca con la palma de la mano tratando de regular su respiración y no terminar ser siendo la presa de la bruja esa noche.
Una mano ajena a ella se deslizó por la pared en donde ella estaba y sin aguantar más la angustia que llevaba encima desde que escucho a alguien irrumpiendo en su hogar finalmente soltó un grito de terror e inmediatamente salió corriendo hasta debajo de una mesa de madera, más, sin detenerse ahí continuó su escape hasta una de las habitaciones pero antes de poder cerrar la puerta su atacante la abrió con fuerza proporcionándole un fuerte golpe.
La mujer con las pocas fuerzas que le quedaban se arrastró por el piso hasta que sintió un jalón en sus tobillos siendo arrastrada hacia su perdición en la oscuridad de su cabaña.
Sus uñas rascaron la madera del piso y fue volteada hacia boca arriba de forma brusca con la luz de la luna opacando a su atacante. Por el anterior golpe no pudo ver más que borroso a la persona, pero si pudo reconocer quién era.
Abrió los ojos asombrada y la condenó.
Junto sus manos y las hundió en el gran pozo de agua tomando un poco de ellas para después esparcirla el resto por su rostro logrando acalambrarla por lo fría que estaba.
El invierno era rápido y comenzaba a notarse en el pueblo donde las personas comenzaban a sacar sus sacos y abrigos de piel para cubrirse.
Salió de la cocina pasando a la sala tomando su capa — que no necesitaba más al no sentir el frío — dispuesta a irse a la gran morada de Olga a lamerle los pies igual que las demás empleadas por unas cuentas monedas.
No estaba con el mejor humor posible. Tuvo una horrible pesadilla la noche anterior y cuando despertó descubrió que su período había llegado, era algo vergonzoso y tedioso, pues a muchos hombres en la comunidad les parecía asqueroso y debían ocultarlo o también porque podría malinterpretarse y tomarlo como la pérdida de la virginidad. Muchas jóvenes mentían sobre su condición pues cuando la sangre llegaba solían llevárselas a lugares aislados por el miedo de que fueran a atraer un animal al pueblo al ser consideradas impuras. Pero una buena estrategia que su abuela logró enseñarle — siendo la única que sabía de su condición cada mes — era que usara doble ropa interior para manchar la primera y la segunda dejarla intacta además de no hacer muchos movimientos bruscos o cargas pesadas. Hacia lo que podía y servía en su mayoría pero también optaba por usar vestidos más oscuros que de costumbre.
Apenas y puso un pie fuera de la choza cuando fue detenida por un carraspeo molesto además de el ruido seco de algo siendo azotado contra la madera. Suspiro por la nariz con evidente cansancio, era demasiado temprano para discutir.
Giró lentamente con los labios apretados y una mirada incómoda hacia su progenitora la cual tenía una mueca de molestia.
— Solo nos haces pasar vergüenzas. — Llevo las manos a sus caderas dándole una mirada desaprobadora y furiosa.
— ¿Ahora qué hice? — Preguntó en un deje bajo y sin importancia.
— No me hables en ese tono. — regañó — ¿Y todavía lo preguntas? Llegas tarde a misa y con un hombre desconocido. — Chasqueó la lengua, Aida sabía que se estaba conteniendo pero ella mejor que nadie sabía que eso no se le daba muy bien — ¿Cómo crees que te hace ver eso?
Rodó los ojos agotando aún más la paciencia de la pelirroja mayor.
— Ya iba para allá. — Comenzó — El estaba perdido y me pidió ayuda.
Su excusa pareció calmar los nervios de su madre pero no lo suficiente para que dejara de mirarla así.
— Que no vuelva a suceder. — Sentenció tomando su abanico color vino — Edward pudo pensar mal.
Aida al escuchar aquello resopló mientras tallaba sus ojos haciendo que Ágatha abriera la boca sorprendida, pareciese que nunca le enseñó modales.
Su hija parecía una muñeca de porcelana y actuaba como una campesina arruinando todo su encanto.
— Ya lo discutimos, yo no quiero-
— No es sobre lo que tú quieres, Aida. — La interrumpió antes de que pudiera terminar — Es lo que es bueno para tu futuro.
— Estaré bien. — dijo dura — Puedo arreglármelas por mi misma.
— Oh, si, claro. — exclamó con sarcasmo — Me lo demostraste después de crear dudas sobre tu imagen con tu cercanía con... ese tipo. — Terminó en un tono despectivo.
— Se llama Robert.
— Pedro, Pablo, no me interesa. — hizo un movimiento con su mano — Lo que me importa es que no sigas perjudicándote.
Aida comenzaba a perder la compostura, hartándose. Y ni siquiera sabía porque quería hacer ver a Robert como alguien bien frente a su madre, tal vez por el hecho de que tendría que estar a su lado si o si por un largo tiempo y quería evitar ese tipo de espectáculos.
— Él no- — Antes de poder articular algo más su madre volvió a chistar callándola y después soltar una risa seca y sin gracia.
Agatha sintió un nudo en su estómago y apretó sus dientes, era fantástico y no de la buena forma.
— No te hagas ilusiones. — Dijo rápido al entender la situación. — Es un forastero que solo está investigando las desapariciones, eres una distracción, cielo. — Soltó sus palabras con veneno, ojalá lograra hacerla reaccionar antes de crear un escándalo — Él solo busca una cosa y luego se irá.
Aida trago duro con impotencia y rabia. No sabía que creer al escuchar a su propia madre ser así de despectiva con ella. Como si dudara de que cualquier hombre pudiera enamorarse o fijarse en ella más allá del físico o un gusto carnal. Y aquel enojo la llevó a soltar aquellas palabras con desfachatez:
— Entonces aprovecharé el rato.
Su cara giró completamente por la bofetada que su madre le propició en su mejilla derecha. No fue un dolor físico, — apenas y sintió el hormigueo pese a la gran fuerza que está utilizó — el verdadero dolor fue uno que se instaló en su pecho junto con una punzada.
— No se de donde estás sacando esas ideas promiscuas, — Susurro acercando su rostro a la menor — ¡pero te prohíbo que vuelvas a verlo! — Siguió en usando aquel nivel bajo — No dejare que por tus tonterías nos hundas a todos. — Aida poco a poco encaro a su madre sintiendo la energía de la Beldam — Edward quiere una mujer limpia.
Ambas pelirrojas se observaron desafiantes por largos segundos en los que Aida prefirió encajar sus crecientes garras oscuras en las palmas de sus manos y así evitar soltar algún otro comentario o algo mucho peor.
A ella.
Ágatha, al dar por terminada la discusión tomó las cosas que en un principio había azotado en la mesa de madera encaminándose hacia la puerta también con en dirección meta la casa de Olga.
Pero antes de salir se detuvo en el marco de la puerta sin mirar a sus espaldas.
— La única forma de que no te cases con Edward sería que te consigas a un hombre más rico.
Aida la observo marcharse aun seria. No supo reaccionar ante lo último hasta minutos después, si era una forma de hacerla sentir mejor o un deje de esperanza era pésimo, aunque en el fondo sabía que era una clase de burla por algo tan "imposible", tampoco es como si un noble de apellido respetable pueda fijarse o casarse con una pueblerina común como ella.
Mientras caminaba hacia una de las pesadillas de Derry muchos metros detrás de su madre. Paso los dedos índices por la superficie de sus ojos evitando hacer notorio cualquier rastro de llanto terminando por dar una profunda respiración calmándose cuando una idea inundó su mente de repente.
« Ó puedo fingir que lo hice. »
Miró las cadenas que antes lo aprisionaban y con aburrimiento se puso de pie comenzando a dar vueltas por el lugar repleto de paja y plumas. Después del pequeño susto que le hizo pasar a Aida por la noche en venganza, volvió a aquel corral, claro, pasando por algo de comida antes.
En el lago cerca encontró un animal que Aida llamaba "pato" y él se negaba a arremedarla, le parecía un nombre absurdo y tonto, aún no tenía idea de uno mejor pero por el momento lo llamaría "carne con plumas". Se negaba a asesinar comida de verdad, pues Aida sospecharía de él y estaría encima suyo nuevamente, así su plan de moldearla a su gusto hasta que termine obedeciendo sus órdenes se iría a la basura.
Fue entonces cuando recordó los llamados libros que la pelirroja había dejado en aquel lugar para su entretenimiento e hizo memoria hasta que la misma imagen de la cruz que vio en el edificio blanco repleto de estatuillas de porcelana se poso en su mente y entonces la ubicó justo en la portada de una de las tantas pastas esparcidas por el lugar.
Lo tomó sin cuidado alguno del suelo hojeándolo en el proceso. Tal vez ahí estarían las respuestas que Aida no le daba aún.
Dejó la elegante bandeja de plata con el exquisito desayuno producto de más de tres sirvientes en el impecable tocador caoba para después proceder a tomar el cepillo de cerdas naturales provenientes de un jabalí comenzando a frotarlo en el canoso y opaco cabello de la arrufada mujer que tenía una mirada cansada frente al espejo.
Mientras Ágatha acotaba sus deberes como dama de compañía le contaba sus penas a la anciana mujer, siendo que al pasar mucho tiempo juntas, para Olga, la pelirroja mayor era de las pocas personas en las que podía confiar y viceversa.
— ...Y así están las cosas, ya no se que hacer con esa niña. — Soltó en un suspiro agotada finalizando los hechos de aquella mañana — Los rumores me preocupan cada vez más, dicen que ha sido muy cercana al investigador que llegó de Washington.
— ¿Y qué esperabas, Agatha? — Habló en un tono brusco y molesto — Tuviste encerrada a Aida toda su vida con un único pretendiente que no tiene hora para pedirle matrimonio. — Levantó los hombros obvia — Era obvio que al recibir atención de otro hombre iba alborotarse. —Tomó una mora de su desayuno llevándosela a la boca.
— ¿Entonces es mi culpa? — Preguntó en un tono bajo y pensativa la pelirroja.
— No, — dijo rápido aun con la boca llena — seguramente es algo que aprendió, tu siempre fuiste muy buena. — Aludió — Son las jóvenes de ahora que cada vez nacen más rebeldes. El otro día escuché que Thalía quería separarse de su marido porque la golpeaba, — Escupió con un deje de burla — Pero ella tiene la culpa, habrá hecho algo que lo hizo enojar. — Ahora tomó una piña con aires despreocupados — Que se aguante, la mantiene a ella y a sus hijos ¿no? ¿Qué más quiere?
Ágatha seguía pensativa pero ahora con las palabras de la mujer de cabellos blancos le hizo sentir temor por su hija.
— Edward no golpearía a mi niña. — Musitó con duda.
— Con esa boca yo ya hasta la habría azotado, — Soltó una leve carcajada que la ojiverde no compartió — pero como es tu hija me hago de la vista gorda. — Agatha sintió vergüenza ante sus palabras.
— Te pido disculpas si Aida hizo algo que te ofendió, Olga. — La anterior nombrada hizo una mueca soltando un bajo, pero audible "bah".
— Deberías volver a meter a esa chiquilla a los carriles. — La apuntó con el dedo a través del espejo haciendo que la más joven detuviera su acción prestándole más atención — Ya todos vimos quien será su amante cuando el cazador se vaya largos meses por comida. — Su tomó cambio a uno más serio y amenazante — Y tú sabes como son los castigos para las zorras infieles.
Aida trabajaba más lento de lo normal debido a su "condición" pero pese a ello aún estaba sorprendida de no recibir algún dolor en su vientre o algún otro síntoma como de costumbre, incluso el sangrado era muy leve. Quiso creer que se debía a su nueva yo, aunque prefirió pensar que solo fue suerte o solo estrés por todo lo que estaba viviendo.
Fregaba los platos usados para hacer el desayuno de la dueña de casa cuando vio a Laura entrar cojeando y haciendo muecas de dolor además de las notorias lagrimas que inútilmente intentaba ocultar. Aida soporto las ganas de hablarle y preguntarle sobre su estado esperando con impaciencia a que las otras mujeres en el lugar abandonaran en sitio; ella y las demás tenían prohibido hablar con el personal de otro color por órdenes de Olga al decir que eran igual a simples animales, cosa a la cual difería mucho.
Un día, cuando tenía catorce años logró encontrar un libro de medicina olvidado en la biblioteca, claro que muchas cosas le sirvieron a su abuela y otras le enseñaron muchas lecciones a Aida, sobre todo cuando llegó a la parte de anatomía.
Los humanos tenemos dos piernas, dos brazos junto con cinco dedos en cada extremidad, y una cabeza. Un sistema respiratorio, digestivo, circulatorio, óseo, muscular, articular, linfático, inmunológico, entre otros. No eran diferentes en nada, no eran animales y de ser así tendrían garras o pezuñas, incluso pelo, pero no, eran iguales más diferentes a su manera de una forma única, no mala.
En el segundo en el que Sarah y Camille se perdieron de aquella estancia y que Laura estaba por cargar una canasta de paja con ropa sucia entre quejidos, por fin Aida se acercó a ella casi corriendo.
— Hey, espera, te ayudo. — Anunció rápidamente tomando aquel canasto más Laura solo agachó la cabeza negando a su cooperación — Permíteme ayudarte, por favor. — Insistió.
La afroamericana dudó unos cuantos minutos hasta que con movimientos temblorosos le entregó el cubo con ropa cuando la pelirroja notó sangre en su espalda. Frunció el ceño extrañada y dejó la ropa de lado e intentó dar un vistazo haciendo que aquella mujer se alejara aterrada.
— Escucha, — Inicio lenta — quiero saber que te ocurre.
Fue entonces cuando Aida conectó mirada con aquella chica y sintió cómo estrujaban su corazón. Tenía los ojos inyectados en sangre y brillantes a punto de derramar un aguacero. Lentamente se dio vuelta dejando expuesta su espalda, la cual, Aida miró aterrada. La blusa que portaba estaba sucia y olorosa además tan vieja y suelta que apenas cubría el horror que había ahí, aún bañada en sangre estaba apenas sobrepuesta de su cuerpo por lo que la pelirroja no tuvo problema con apartarla para ver su piel imaginando lo que había debajo de la tela, más lo que encontró fue algo mucho peor.
Eran grandes cortadas debido a un castigo seguramente hecho con látigo, pero estas estaban infectadas, rodeadas de ampollas con pus asomándose y la piel a los alrededores ya lucía de un color verde amarilloso y algo parecido a espuma — aunque creía que eran costras mal formadas, ó al menos eso esperaba — cubrían ciertas partes más no todo por completo.
Entonces un silencio sepulcral se formó en aquel cuarto hasta que fue roto por un suspiro frustrado por parte de la de vestimenta rojiza oscura.
— Esto está mal, muy mal. — dijo con enojo y preocupación jalándose el cabello.
Ser nieta de la curandera le dio ciertos conocimientos que la mayoría de ignorantes pasaba de largo.
— No le diga a la señora Olga por favor, — Giró a encararla nuevamente juntando sus manos en modo de suplica — si sabe que me queje me volverá a azotar.
— ¿Cuándo ocurrió esto? — Ignoró lo anterior dicho.
— Hace doce días. — Respondió con culpa mientras que su acompañante abrió los ojos de par en par sorprendida.
— ¿Y nunca las atendiste?
— No puedo, debo atender a la ama Olga.
Aida quedó muda y tuvo ganas de vomitar al escuchar como aún después de todo lo qué pasó seguirá dándole tributo a alguien tan despreciable como esa mujer.
— Entonces lo haré yo. — Soltó con firmeza.
— No, por favor, me meterás en problemas, estoy bien.
— Si no curamos eso podrías morir de una infección. — Señaló su espalda en forma de regaño y el semblante sumiso de Laura cambio a uno triste.
— Nací para eso, es mejor así.
Aida sintió una puntada y una gran corriente de enojo apoderándose de ella.
— Escucha, no me voy a quedar aquí viéndote morir, te dejarás ayudar y punto.
Laura volvió a bajar su cabeza.
— Si señorita Aida.
Ante ello la pelirroja se sintió pésimo al ordenarle, no quería ser igual que Olga, pero era por su bien.
Ojalá pudiera ayudarla de otra forma.
Suspiro.
— Yo llevaré la ropa al lago. — Volvió a tomar la canasta que antes había dejado olvidada — Trata de esconderte y descansar, traeré algo para ayudarte. — Explicó rápido esperando que nadie más estuviera escuchando — Te veré cerca del cañón Neibolt en un rato, ¿de acuerdo?
Laura asintió rápidamente aún sin mirarla otra vez a la cara. En tanto Aida se movió rápido para acatar dicho plan para el cual necesitaría ayuda extra.
Velozmente fue a dejar la ropa sucia al lago donde habían más pueblerinas aseándolas y tomó camino nuevamente a las profundidades del bosque.
Se sentía tonta, ahora sus problemas lucían como nada en comparación a la vida de Laura. Viendo todo desde otra perspectiva, ella podría estar con Edward, alimentarse de su amor y vivir bien, dentro de lo que cabía claro, y este se iría largos periodos de tiempo de caza. Más sus principios y metas no eran lo que buscaba ni quería, por otro lado estaba el hecho de que debía estar a cargo de dos asesinos con sed de sangre y sentimientos Robert y La Beldam.
Se sentía mal por hacer una comparación, pues no sabía lo que era estar en el lugar de Laura ni todo lo que sufría pues Olga se encargaba de cubrir muy bien sus fechorías. Los problemas de Laura eran sobre saber si ese día comería o no recibiría un castigo por nada hasta morir y ni así se atrevía a quejarse.
No se dio cuenta de que había llegado a su destino al estar tan sumida en sus pensamientos, por ello, sacudió levemente su cabeza concentrándose en lo importante: ayudar a Laura.
Entró al corral de forma brusca escuchando el estruendo de las cadenas donde dejó la anterior noche a Robert, al cual encontró recostado en la paja leyendo la biblia con el ceño fruncido aun encadenado.
— Levántate, debes ayudarme con algo.
Eso, fingiendo inocencia, como si nunca se hubiera liberado por sí solo la miró interrogante y algo distante, pues con lo anterior leído estaba realmente pasmado. La forma de los humanos para lidiar con su realidad y existencia era... extraña.
Hizo lo ordenado aún desorientado, y eso que aún le faltaban varias paginas para terminarlo mientras la pelirroja lo desencadenaba. Lucia ansiosa y parecía oler a tristeza y enojo.
— ¿Qué sucede? — preguntó finalmente en un tono bajo.
Aida azoto las pesadas cadenas en el suelo irradiando furia. Sus problemas, el tema de Laura, el lío en el que se metió cuando decidió ayudarlo, todo, la hizo explotar.
— Pasa, ¡que estoy harta de todo y todos en este asqueroso pueblo! — Al terminar se dejó caer en un tronco llevando sus manos al puente de su nariz con frustración.
Robert, sin entender ni un pelo de lo que sucedía se arrodilló a su lado tratando de no soltar alguna tontería. Odiaba el sentimentalismo humano.
Nuevamente la misma sensación que lo invadió la noche que la vio llorar estuvo presente. Era algo que lo mantenía intranquilo y con incomodidad en la boca de alguno de sus estómagos además de cierto impulso y picazón en sus dedos por acercarse al hipnotizante rojo de su cabello y acariciarlo justo como ella hizo con él, pero en su lugar, trago saliva y rozo su hombro.
No le gustaba verla en ese estado, era débil y sinceramente él prefería cuando ella se plantaba frente suyo y le hablaba con despotismo, sin miedo y altanera, daba una imagen más fuerte y capaz. Tenía una relación odio-agrado hacia esa Aida, pues detestaba los sentimientos humanos y de esa forma lucía el respeto a su raza original, por así decir, pero de igual forma también le desesperaba cómo se pasaba de lista con él, su creador, le debía respeto, pero solamente con él parecía no importarle ser así, no como con ese humano con vello en el rostro o cualquier otro.
— Sea lo que sea... Lo haré. — Soltó sin pensar esperando que eso pudiera regresar a la otra Aida.
La anterior nombrada levantó lentamente la vista encontrándose con aquellos potentes ojos esmeraldas resplandecientes conectando con ellos sintiendo un calor en su pecho que sabía que estaba mal, pero se sentía tan bien. Un deja vú la invadió y recordó el sueño donde Eso le decía que estaban "juntos" en todo ese lío, no sabía si tomarlo real o cómo algo que su mente inconscientemente quiso.
Entonces sin pensarlo mucho atrapó en el aire la mano de la cosa que antes más odiaba y le dio un leve apretón.
— Gracias... — Susurro con sinceridad mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro.
Ninguno sabía que pasaba, era raro e incómodo pero aún así gratificante. Los recuerdos de sus días encerrados y ella le daba lecciones de lectura donde lo felicitaba o regañaba además pequeños fragmentos donde la inocencia con el otro lograba darles ternura los golpeó como una ola en pleno huracán.
Dos seres de mundos completamente diferentes de pies a cabeza se dejaban sorprender con cada cosa que hacían, aprendían del otro y copiaban sus costumbres. Era grandioso.
Luego de ese raro momento en la cabaña, Aida volvió a tomar las riendas de su mente y apresuró a Robert para así demorar lo menos posible en ayudar a Laura.
No quiso profundizar mucho en el tema racial por el que estaban pasando, igual de todas formas Robert se sentía superior a cualquier humano, más por lo poco que Aida logró decirle para hacerlo entrar en contexto le pareció tonto.
La comida no se podía poner en escalas, todos eran pedazos de carne que mientras desprendieran miedo para él no había diferencia.
La pelirroja también le comentó que buscaba ayudar a una humana que no podía hacerlo por cuenta propia — aunque aquello no le importara en lo más mínimo, la siguió — y que había un lugar de donde podían conseguir la ayuda que necesitaba, más Aida no podía ir, él se encargaría de ello.
Por eso, leía con dificultad las singulares palabras escritas en el amarillento papel e intercalaba su vista en este para después posarla en una cabaña que apestaba a hierbas y humo.
— ¿Y es todo? — preguntó inseguro ya que sonaba bastante fácil más la ojicafe lucía más ansiosa de lo normal.
— Si. Solo entras, le das este papel, se lo pides por favor y pagas con esto. — Resumió mientras dejó caer tres monedas de oro en su mano. — Solo pagas con dos, pero si falta le das la tercera.
Eso asintió comprendiendo y Aida sonrió feliz de que estuviera aprendiendo a convivir con las personas, tal vez así podría ganar un poco de empatía y ya no querer matarlos.
Entonces con un asentimiento final se adentró a la tienda de Amelie Fïtchz.
Y bueno, más que un ejercicio de práctica era realmente necesario que él se hiciera cargo de dicha tarea pues su abuela era la última persona que gustaba ver, más con toda la frustración que tenía encima y estaba segura de que el sentimiento era mutuo.
Eso entró con lentitud y duda al lugar siendo recibido por potentes olores que no eran para nada de su agrado además de muchos frascos con sustancias extrañas de distintos colores y consistencias. Se perdió unos instantes admirando a su alrededor cuando un carraspeo lo interrumpió.
Una mujer de avanzada edad y más baja que Aida lo miraba con seriedad pero con una chispa de terror que lo hizo sonreír macabro.
— Buenos días. — Comenzó a acercarse galante — Busco esto... Por favor. — Extendió el papel en lo que parecía ser un mostrador pero menos formal.
Se felicito a sí mismo en sus adentros al haberlo dicho bien.
La castaña tomó dicho objeto y lo leyó rápidamente reconociendo la letra. Le dio una última mirada al joven rubio oscuro para después perderse de su campo de visión y buscar lo que pidió.
Al volver, Robert miró aquellos frascos con curiosidad, ojalá fueran los que Aida pidió, el no sabía en realidad lo que estaba llevando.
— Dos monedas.
Él se las extendió con un deje de emoción, fue su primera compra pero casi de inmediato carraspeo a sí mismo controlándose. Era el devorador de mundos, un ser lleno de mal y deseoso de destrucción.
— Gracias...
Repitió igual que su maestra y se dio media vuelta dispuesto a abandonar el lugar con el encargo de la pelirroja hasta que la voz de aquella mujer lo detuvo.
— ¿Quién eres?
El se giró algo confuso pero aún así musitó el nombre que "robó".
— Robert Gr-
— No, — Lo interrumpió — ¿quién eres, en realidad? — Ante aquella pregunta el permaneció mudo — No me recuerdas, ¿no es así? — Se acercó a él — Hace cincuenta años te detuviste en el camino para ayudarnos a mi hermana y a mi... — Acusó con la voz temblorosa — Deberías estar muerto.
Eso abrió la puerta, tenía hambre y el miedo de aquella mujer lo estaba alterando.
— No se de que me habla. — Dijo seco más ella aún continuó con aquella mirada que fingía ser amenazante.
— Descubriré que eres y que le hiciste a mi nieta.
Robert abrió la puerta por completo y ya sin importarle mucho cambio sus ojos al amarillo brillante que lo destacaba acompañándolos con una sonrisa malvada que le daría escalofríos a cualquiera.
No se rebajaría a una humana cualquiera, era un ser superior a cualquier cosa que sus diminutas mentes podrían comprender algún día.
— Suerte con eso.
Sin más, abandono el lugar y Amelie cerró la puerta tras de él soltando un suspiro lleno de miedo. Sus recuerdos la llevaron a una noche, antes del ataque, la cera de Aida mostró a un hombre mitad demonio y este tenía bien escondida su otra cara.
Aida se encontraba atenta fuera de la casa de su abuela, la curandera, esperando paciente a Robert el cual recién entró al lugar en busca de lo que podría mejorar a Laura cuando repentinamente y sin previo aviso alguien la tomó por sorpresa.
— ¿Qué te traes con el detective? — preguntó directo y sin titubeos.
— ¿Disculpa? — Hablo anonadada mirando a Edward con una ceja alzada.
— ¿Tienes algo con él? ¿Te gusta?
Ella siguió mirándolo de forma perpleja.
— ¿A qué viene todo este interrogatorio? — suspiró frustrado.
Solo esperaba que su madre no haya ido a meterle ideas al cazador para alejarla de Robert, no podía quitarle el ojo de encima, debía cuidarlo o todo sería un completo caos.
— Aida, nos vamos a casar. — Le recordó y ella sintió un nudo en el estómago — Deberías tenerme... respeto al menos sino es amor. — Soltó cansado y con tristeza que ella pudo oler.
— ¿Qué? — susurro inaudible para después dirigirle una mirada molesta — Entonces, si todo este tiempo sabías que yo no sentía lo mismo por ti, ¿por qué te aferras a esto?
Edward retrocedió varios pasos con un dolor en su pecho.
— Porque... — Titubeó — ¡porque creí que algún día ibas a amarme! — Manifesto dolido — Y quiero odiarte por hacerlo pero no puedo, pensé en superarlo hasta que fue imposible esconderlo y así nos comprometieron. No fui yo. — Aida trago duro — Lo aceptaste y me hiciste feliz porque mi estúpido corazón pensó que al menos te gustaba.
Pequeñas lágrimas querían asomarse pero las contenía muy bien, sería humillante que las personas del pueblo lo vieran de esa manera.
La pelirroja comenzó a negar.
— Después me di cuenta de que así no eran las cosas,— Admitió vacío — ¡e intente de todo para que me quisieras como yo te quiero a ti! — La señaló culpable.
Decenas de chicas interesadas en él le caían prácticamente del cielo, no solo del pueblo, incluso de otros estados ¿por qué ella no?
— Y entonces llega este... tipo — Habló irritado — y con un solo movimiento ya estás detrás de él.
Aida bajo la cabeza avergonzada sin saber que decir. En esos momentos no tenía las mejores energías para hablar del tema y entonces recordó las palabras de Robert; no debía mostrar debilidad ante sus víctimas siendo que era superior a todos ellos, la cadena alimenticia no funcionaba de esa forma.
— No quiero- — pensó en Robert, entonces se interrumpió a su misma. — No permito — se corrigió — que me hables así y tampoco que insinúes cosas que no son, solo soy amable con el detective Gray. — recalcó lo último, le molestaba que no lo llamaran por el nombre que le puso.
Aunque a los segundos cambio su semblante de uno firme a uno más suave. Era su amigo aún a pesar de todo. Por ello, se acercó lentamente a él y tomó sus manos entre las suyas.
— Edward, si me quieres tanto como dices; terminarás con esta farsa y... — Su voz tembló, no creyó que algún día podría decírselo en voz alta — Y me dejarás ser libre.
Sin querer verlo a la cara, rápidamente acortó la distancia entre ellos y rodeó sus delgados brazos en la cintura de Edward en un leve abrazo y cuando supo que fue suficiente estuvo por separarse más él la aprieto más fuerte hacia su cuerpo.
— Lo lamentó, por todo. — Musitó culpable y Aida pudo sentir un rayo de esperanza — Pero no voy a dejarte ir.
Entonces todo se oscureció, los ojos de Aida cambiaron a un color rojo sangre repletos de furia e impotencia. No le gustaba su amor.
Puso toda su concentración en tratar de verse igual que siempre y aplicando más fuerza de la necesaria lo alejo de un solo empujón con evidente molestia mirándolo con incredulidad.
— Eres igual que todos. — dijo con la voz dura y Edward pudo jurar ver un destello rojo en sus ojos lo cual lo hizo fruncir el ceño.
Aida le dedicó una última mirada llena de decepción y enojo percatándose que detrás de ella justamente Eso iba saliendo del hogar de su abuela mirando en su dirección con extrañeza por lo que sin pensarlo más de dos veces se dio media vuelta hacia Robert para después tomarlo de brazo y enrollarlo al de ella partiendo del lugar.
Eso desde lejos pudo percibir la molestia emanar de Aida y por eso mismo le dio una mirada igual al extraño que se acercó a ellos ayer. Parecía el día de molestar a la pelirroja, y si ella estaba enojada se desquitaba con él.
— ¿Qué pasó? — preguntó con cautela.
— Nada. — respondió seca y él estaba por formular su pregunta pero ella se adelantó — En serio, nada.
Ella lo dirigía nuevamente apurada hacia el bosque hacia el cañón Neibolt, más Eso creía que nuevamente lo encerraría por ello buscaba una excusa para seguir afuera más está por milagro llegó por si sola.
Las campañas de la iglesia resonaron por todo el pueblo con furor y gritos de felicidad crearon un fuerte eco en sus oídos haciendo que la pareja se los cubriera con malestar.
— ¿Qué es eso? — Preguntó con dificultad el más alto mientras se acostumbraba al retumbante sonido, era muy molesto.
Aida teniendo sus sospechas se acercó al lugar de donde provenía — el cual no se encontraba muy lejos — con Robert siguiéndole el paso de forma apresurada.
Entonces lo vio, la popular celebración donde los novios corrían tomados de la mano fuera de la iglesia donde eran aclamados y felicitados mientras los invitados les lanzaban arroz.
Bufó y rodó los ojos, justo en el momento perfecto.
No estaba en contra del matrimonio, ni nada por el estilo, respetaba a las mujeres que contraían matrimonio, ya fuera por amor u interés, no era asunto suyo, lo que si detestaba es que todo el mundo lo viera como la gran cosa, como si las mujeres solo sirvieran para casarse y ser las amas de casa perfecta, ella podía hacer muchas cosas, tenía la educación de cualquier profesionista, no solo sabía amar, también podía pensar pero siempre se le dijo que lo reprimiera porque una sabelotodo o una chica que quiera superar a un hombre era ridículo y en contra de todo lo que era correcto.
No quería a Edward, eso claro estaba, mucho menos después de lo que acababa de pasar, tal vez le tenía aprecio pero no haría un gran sacrificio por él como desposarlo.
Entonces pensó en su plan b: Robert Gray o Eso.
Tenía tantas fallas y sonaba simplemente absurdo pero la poca lógica rescatable podía usarla a su favor.
Debería investigar la fortuna de él Robert original y comenzar a ver sus posibilidades con ello o incluso inventar una mayor con tal de zafarse de su madre. Eso mencionó el asunto del cambio de formas, él podría convertirse en el auténtico señor Gray y reclamar el dinero de donde quiera que haya venido y así finalmente fingir un casamiento. Luego con lo ya reunido podría largarse de ese horrible lugar y dejar a Eso en otro pueblo para que haga lo que le venga en gana. A estas alturas ya solo quería pensar en sí misma.
Suspiro abatida. Se valía soñar.
Aunque aún había algo que la ataba al pueblo de Derry: La verdadera bestia.
Sus asesinatos estaban contados, no olvidaría a cuántos y quién les arrebató la vida los últimos días. Y hasta donde era consiente, Robert no podía ser el culpable, aunque aún dudaba de ello, y por eso debía tener mucho más cuidado con él que antes, ya en caso de que el no fuera el causante ¿entonces quién?
Culpaba tanto a su sentido investigador y aventurero que quería respuestas y desenmascarar al verdadero impostor, claro, en caso de que fuera una extraña criatura salida de un gran pozo en medio del bosque cumpliría todas sus amenazas.
Siguió mirando a los recién casados con una mueca imaginándose a ella vestida de blanco, infeliz con el pelinegro jalando su brazo directo a una vida miserable.
No fue hasta que sintió la otra presencia a su lado que volvió a la realidad. Giró su rostro para encararlo y al verlo observó cómo este miraba deslumbrado con un deje de sorpresa y confusión aquel evento.
— ¿Y ellos? ¿Qué hacen? — Dejó de tapar sus orejas con lentitud.
— Se acaban de casar. — Soltó en un suspiro y él la vio interrogante. — Unieron sus vidas para siempre. — Explicó haciendo que Robert frunciera el ceño.
— ¿Por?
No se imaginaba compartiendo su existencia con alguien hasta el final, que pesado. Siempre estuvo solo y le gustaba estar solo, o bueno no es como si antes tuviera la opción de compañía y ahora que lo experimentaba con Aida aún no sabía como sentirse al respecto.
La pelirroja miró a la pareja de forma casi desagradable. Era testigo de la historia de amor de Hunter y Rude, y si bien no era envidia porque pudieron encontrar a su media naranja y tendrían su "felices por siempre" sino porque ninguno era obligado.
— Porqué se aman y quieren estar juntos, — Explicó — poco después tienen hijos, una casa, fornican. Vida de pareja. — Concluyó sin emoción alguna — Ah y también significa que no pueden estar con alguien más.
Volvió su vista al ser de otro mundo, el cual contaba con una mueca de asco más remarcada que la de ella.
— Los humanos son tan patéticos. — Arrugó su nariz — Pierden el tiempo en cosas como esa en lugar de procurar ser menos estúpidos.
Aida se sorprendió tanto por su respuesta que incluso su cabeza se inclinó hacia atrás y miró al susodicho ceñuda.
— Vaya... — dijo sin aire — Sí que nos odias.
Hizo un intento de burla pero siendo sinceros, la chica tenía la peor fama en chistes y sobre todo por las circunstancias en las que los soltaba.
— No, — dijo simple — Tú no eres así.
Aida trago en seco sintiendo su corazón palpitar a mil por segundo junto con un extraño calor en su cuerpo, sobre todo en las mejillas.
— ¿A-Así cómo? — Se regañó por tartamudear.
Pero diablos, aquello de verdad la tomó desprevenida, fue como si finalmente alguien notara que no pertenecía allí. Especial y única.
— Humana. Ya no eres como ellos, ahora eres como yo. — Sonrió corto, como si se estuviera burlando de ella.
Todo lo que sintió antes de esfumó repentinamente trayendo ahora indignación y sorpresa.
— ¿Acabas de...? — Dejó su frase al aire al no saber cómo continuarla, terminó por bufar y rodar los ojos para después ir camino al cañón donde vería a Laura — Aprendes rápido.
Eso la siguió con gracias mientras se encogía de hombros, en lo último tenía razón. Pues aunque estuviera resguardado comenzaba — poco a poco — a imitar y comprender el lenguaje (tanto verbal como corporal) humano y lastimosamente para Aida, era la única en quien podría practicarlo. El símbolo del mal le hizo lo más cercano a una "broma".
» — Aún te falta mejorar, no te emociones. — Dijo con resentimiento y eso por alguna razón hizo reír a Robert.
Aida comenzaba a asustarse, ¿desde cuándo esa cosa era tan... agradable? O bueno, solo no estaba siendo un desgraciado. Aunque estaba demasiado estresada, ni siquiera se dio cuenta cuando comenzó a sonreír también con cierta burla.
Y prontamente el ambiente de ambos se tornó en uno relajado y calmado, nunca creyó tener ese sentimiento de paz y libertad con una persona, pero ahí estaba la... cosa que menos se esperaba.
As está duro muy poco ya que un hombre canoso de mediana edad se colocó delante de ellos con una expresión de angustia y preocupación.
— Señor Gray, — Llamó al ojiverde el cual borró de inmediato cualquier rastro de burla — lo estábamos buscando. — Exclamó con urgencia.
— ¿Para? — Expresó desinteresado pero el codazo que Aida le proporcionó lo hizo carraspear tomando una postura más "correcta", justo como ella le enseñó — A sus órdenes sheriff.
Sintió repulsión por sus últimas palabras. Si tenía oportunidad algún día lo mataría, no debía haber ningún humano con el poder de humillarlo así con vida.
— Tiene trabajo. — hizo una pausa extendiendo una hoja con malas noticias — Hay un nuevo cadaver.
Robert y Aida rápidamente sintieron desconcierto, se miraron entre ellos confundidos luego observaron el papel con información de la fallecida hasta que finalmente fijaron su vista en el sheriff interrogantes.
Entonces esa impresión se volvió en enojo y rabia por parte de ambos. Y ahora el extraño ser y su creación se dirigieron ojos asesinos y acusadores culpando al otro.
— Necesitamos que nos acompañe. — Hablo con urgencia creando así que el par bicolor dejará de verse con ganas de matarse.
Robert de forma rígida y rabia asintió tenso y comenzó a seguirlo no sin antes regresar sus ojos hacia la pelirroja que borrando cualquier sentimiento anterior ahora sólo tenía ganas de ahorcarlo.
Uno de los dos estaba cometiendo estragos el pueblo.
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