🌷| PRÓLOGO
。゚・ ☆PROLOGO *ૢ✧
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La vida, muchas veces, no es justa, y Eva Marshall lo aprendió de la peor manera. Su llegada al mundo fue un accidente, un embarazo no planeado que obligó a sus padres a casarse y vivir juntos, con la esperanza de construir una familia ideal. Sin embargo, esa promesa nunca se cumplió.
Desde que Eva tenía memoria, los gritos de sus padres llenaban cada rincón de la casa. La constante lucha contra una economía inestable tensaba su relación. Su madre trabajaba casi las 24 horas del día, mientras su padre apenas sostenía empleos temporales. Cuando no estaba en casa, solía estar con sus amigos, siempre acompañado de una botella. A Eva no le dieron el cariño ni la atención que merecía; en cambio, le exigían tareas del hogar que, si no cumplía, terminaban en castigos y reproches.
Con 17 años, encontró algo que creyó que sería su escape, un chico dos años mayor que ella que solía frecuentar la pequeña cafetería donde trabajaba algunas horas. Él le hablaba con dulzura, le llevaba flores y chocolates, y le prometía una vida mejor. Con el corazón inocente de una adolescente que nunca había conocido el amor, Eva se aferró a esas promesas. Cuando cumplió 18 años, y con la insistencia de su novio, se fue a vivir con él. Sus padres apenas reaccionaron. No la buscaron, ni siquiera la despidieron con un abrazo, lo que para Eva confirmó que nunca les había importado realmente.
Al principio, la vida con su novio parecía un sueño. Él seguía siendo atento, y su suegra la trataba con amabilidad, enseñándole cosas del hogar. Pero todo cambió una vez que terminó la preparatoria. Sin recursos para entrar a la universidad, Eva se encontró atrapada en un papel que nunca quiso desempeñar. Su suegra, que había sido amable al principio, empezó a exigirle que se encargara de todas las tareas del hogar.
Ahora era ella quien cocinaba, limpiaba y cuidaba la casa, mientras su novio trabajaba... o eso decía. La dulzura que él mostraba al principio se desvaneció, reemplazada por indiferencia. Ya no la saludaba ni le dedicaba palabras bonitas; solo le pedía comida o dejaba la ropa sucia a sus pies. En silencio, Eva soportaba, convencida de que quizá las cosas mejorarían.
A escondidas, comenzó a trabajar unas horas en la cafetería, ganando un poco de dinero que guardaba como un tesoro. Pero incluso con ese esfuerzo, su vida seguía siendo una sombra de lo que había soñado.
Todo cambió poco después de cumplir 19 años. Eva descubrió que estaba embarazada de un mes y, por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de esperanza. Con ilusión y miedo, se lo contó a su novio y a su suegra, esperando que, tal vez, el bebé pudiera unirlos de nuevo. Pero lo que recibió fue todo lo contrario. Entre gritos y acusaciones, la echaron de la casa con lo poco que tenía.
Sin hogar y sin rumbo, Eva decidió regresar a la casa de sus padres, aunque lo hiciera con el orgullo roto. Pero al llegar, se encontró con una casa vacía y descuidada. Un vecino le informó que hacía meses que sus padres se habían divorciado y se habían mudado cada uno por su lado. Una vez más, Eva se encontró completamente sola.
Entre lágrimas y desesperación, un recuerdo cálido emergió en su mente, sus abuelos y el pequeño pueblo donde solía visitarlos de niña. Forks. Decidida a empezar de nuevo, vendió lo poco que tenía y con el dinero que había ahorrado compró un boleto de avión.
Sentada en la sala de espera, con una maleta pequeña a sus pies, acarició su vientre todavía plano.
-Estaremos bien, bebé. Solo tú y yo.
Con ese pensamiento como su única fortaleza, Eva subió al avión rumbo a Forks, buscando algo que ni siquiera sabía cómo llamar: un nuevo comienzo.
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