𝑬𝒑𝒊́𝒍𝒐𝒈𝒐
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Les informamos que el sicario, Hong Joshua, ha sido encontrado muerto.
Fue un suicidio, él mismo se cortó la garganta con una navaja.
Al mismo tiempo, descubrimos quién fue el que arruinó la vida de los chicos que fueron secuestrados.
Sí, fue él.
Fue quién le arrancó el cuero cabelludo a Yoon Jeonghan.
Fue el que le arrancó los ojos a Jeon Wonwoo.
Fue el que le arrancó la piel del rostro de Lee Jihoon.
Fue el que cortó los brazos de Xú Minghao.
Y fue el que arrancó las cuerdas vocales a Boo Seungkwan y Lee Jungchan.
Todo lo encontramos en frascos con nombres, recalcando que era de quién, justo a su lado.
Desgraciadamente, este hombre despiadado no va a recibir la condena que se merece.
No, no es un hombre.
Es un monstruo.
Y así será recordado por todos.
Hong fue un caballero pero al mismo tiempo, la pesadilla de esos chicos.
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Un año después...
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Ellos seguían con traumas.
No era posible olvidar la vez que despertaron y sintieron un horrible dolor.
Joshua usó varias pastillas para dormir pero nunca anestesia.
Joshua quería que sintiesen el mismo dolor que él sentía al momento de dejarlos ir.
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Jeonghan sentía asco de sí mismo, se sentía horrible.
Seungcheol le repetía todos los días lo hermoso que era y que no lo cambiaría por nada en el mundo.
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Wonwoo sufría de ataques de ansiedad al no poder ver y no poder hacer nada por sí mismo, quería llorar todo el tiempo y si no fuera porque Jun lo ama con su vida, ya se hubiera suicidado.
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Jihoon al verse por primera vez, soltó un gritó tan desgarrador por lo que veía en el espejo, provocando que una vena reventara al mover el rostro en muecas con tanta brutalidad que le generó un derrame.
Soonyoung espera pacientemente, sumido en la tristeza y el dolor, que su amado despierte algún día del coma.
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Minghao perdió todo sentido de emoción, tampoco daba indicios de querer moverse, se quedaba mirando un punto fijo. No comía, por lo tanto debía usar suero todo el tiempo. Mingyu le daba de tomar agua con un sorbete y a pesar de que costaba, lo lograba y cuando no estaba frente al amor de su vida, lloraba con tanto dolor al no poder hacer nada más por él.
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Seungkwan ya no tenía más lágrimas y se deshacía del dolor con cualquier cosa que encontrara a su alcance. Le dolía demasiado, gritando en silencio cada vez que el filo del sacapuntas abría su piel; daba igual, nadie podía oírlo. Así era todos los días, con una aguja que arrastraba a lo largo de su piel. Así era hasta que Hansol llegaba y con todo el dolor del mundo le decía entre llantos que ya era suficiente, que ya se había ido y que ya nada podría lastimarlo.
El caso omiso era mejor en cada momento.
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Chan dejó de ser ese chico alegre que alguna vez existió, el chico que murió ese día después de saber quién le provocó eso. Sus risas se apagaron para siempre al igual que las de Seokmin, la casa ya no era testigo de los besos dulces y los chocolates de la mañana. Ahora solo habían recuerdos en marcos de fotos que había por toda la casa, donde Chan se detenía para poder llorar e intentar gritar pero ya no era posible. Seokmin no lo forzaba a nada, hace poco la caricias habían vuelto y los abrazos eran tan escasos como los besos, estaban destrozados.
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Por todas partes se leía su nombre.
En cada recuerdo.
En cada intento de recordar algo.
En cada reflejo de cada herida.... Se leía su nombre.
En el dolor de cada falta estaba su nombre.
En cada mancha de sangre....
Estaba su nombre.
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