𝐗𝐈
Poco después de asearse, Kyōka viene a traerle un kimono muy parecido a los que ha estado usando desde que llegó a la manada, solo que este es más largo, el sobretodo es más grueso y las medias le darán alivio a sus pies ahora que ya ha caído la primera nevada. Agradece a la menor mientras se retira y con ello se permite vestirse rápidamente, pues el frío que se cuela levemente por la madera de la cabaña, le cala hasta los huesos tan pronto abandona el agua, que de caliente ha pasado a estar tibia por la temperatura exterior.
⠀⠀Cuando sale, el intento de momia ya lo está esperando en la modesta sala, con cara de haber sido sacado a patadas de la cama para variar, pues aún bosteza y se restriega los dedos de una de sus manos, la diestra, por sobre sus ojos, como un niño chiquito que acaba de salir de su cama. Y Chuuya cree sinceramente que hasta se ve tierno; eso hasta que abre la boca para hablar.
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⠀⠀―Buenos días, cariñito~ ―expresa demasiado alegre al verle. Chuuya frunce el entrecejo cuando se acerca a tomarle del brazo sin permiso y lo conduce a la puerta como si nada.
⠀⠀―¿Qué diablos crees que haces? Suéltame, puedo caminar yo solo.
⠀⠀―Jo~ pero que malhumorado estás por las mañanas. Aunque pensándolo mejor, siempre estás de mal humor cuando te veo ―indica él, inclinando la cabeza hacia un lado fingiendo una inocencia que no le va para nada y que a ojos del pelirrojo, no engaña a nadie.
⠀⠀―Quién podría estar de buenas si tiene que ver tu cara cada maldito día...
⠀⠀―Pues-
⠀⠀―Cállate ―le interrumpe―. Era una pregunta retórica, no quiero escuchar tus idioteces tan temprano en la mañana. Y no, tu hermana no cuenta.
⠀⠀
⠀⠀Él sonríe divertido como si fuera inmune a las ofensas de Chuuya, si hasta parece que en verdad le hacen gracia. Así que deja de mirarlo, porque no sabe qué tanto se ha distraído para apenas notar que no van en dirección hacía la cabaña de la familia del líder, donde se supone deberían ir para desayunar. Está a punto de preguntar a donde demonios lo lleva casi a rastras ―porque el maldito o se olvida que es mucho más alto que él y que tiene piernas largas, o lo hace a propósito para molestarlo― hasta que él se detiene enseñándole aquello que estuvo ignorando por no dejar de ver su expresión burlona.
⠀⠀Para ser temprano, la aldea estaba en movimiento: los niños van de aquí para allá, lanzándose bolas de nieve, haciendo muñecos que adornan con piedras, palos, algún trapo viejo como bufanda y hasta una zanahoria para darle un rostro, algunos se acuestan sobre el suelo moviendo sus brazos y piernas, entre risas, para levantarse y dejar formas similares a un ángel en el lugar. Chuuya se distrae tanto que solo vuelve en si al percibir el vaho caliente provenir de una taza con un líquido marrón en este y unas cositas blancas flotando encima. Su cara de confusión debió ser muy evidente, pues Dazai acabó riendo bajito antes de que la tomara y le explicó eso que no tuvo necesidad de preguntar para saber que había una pregunta de por medio.
⠀⠀―¿Nunca habías tomado chocolate caliente?
⠀⠀―¿Chocolate? Creo que no he comido chocolate desde que era un niño... ―con algo de sorpresa, inhala el aroma de la dulce bebida y la prueba, recordando el sabor y relacionándolo con el delicioso aroma que poseía; entonces, recordó entonces que es un olor que ya ha percibido recientemente antes y sin querer, acabó diciéndolo en voz alta―: Huele como tú.
⠀⠀―¿Disculpa? ―inquiere Dazai arqueando una ceja, viendo en su dirección―. ¿Así es como huelo para ti?
⠀⠀―Yo no dije eso.
⠀⠀―Lo hiciste, te oí. Mi oído es muy agudo, ¿sabes? ―Chuuya solo desvía la mirada, bebiendo de la taza entre sus dos manos con cuidado de no quemarse, aprovechando su calor para mantener tibias sus manos y para disimular el rubor que debía tener al notar cómo se dibuja en Dazai una sonrisa demasiado brillante en su horrible rostro apuesto―. Es una combinación curiosa la que hacemos.
⠀⠀En el momento Chuuya no comprende a qué se refiere, ni puede cuestionarle al respecto pues se aleja de él de repente, dejándolo de pie en medio de la vereda con su taza de chocolate mientras él bebía de la suya dando pasos largos, deteniéndose en un puesto de los que estuvieron armando la noche anterior. Le entregó unas monedas al señor, que por más que intentó rechazarlas no le fue posible y regresó con tres bolsitas de tela roja. Le tendió una a Nakahara y este la recibió con curiosidad; huele bien, algo entre dulce y picante, él le sostuvo la taza y con ello Chuuya pudo descubrir las galletas en el interior de la bolsita.
⠀⠀―Sígueme, sé de un lugar donde podremos desayunar tranquilos.
⠀⠀No hace preguntas, se limita a asentir, pues el alfa transmite una estúpida confianza que no le deja lugar a dudas de que tenga razón. Poco a poco van pasando de aquellos puestos, algunos aún se preparaban para la noche, otros, como el del panadero donde Dazai consiguió las galletas que lleva atadas al cinturón de su kimono, venden panecillos dulces y salados, cosas para comer en el desayuno y demás. Su andar los llevó a las puertas de la aldea que este día, por primera vez en poco más de un mes que lleva Chuuya aquí, están abiertas de par en par. Los guardias de la puerta les sonríen cuando las atraviesan, lo cual lo desconcierta, pues están saliendo de la aldea como si nada, como si él no fuera un prisionero. Dazai lo guía rodeando el muro de madera gruesa con puntas afiladas que protege a toda la manada y se detiene frente a un árbol, seco por el invierno. Al pie del árbol, una piel al parecer de oso, está tendida sobre la nieve y ahora Chuuya se hace una idea de por qué.
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⠀⠀―¿En serio planeas hacer un picnic en pleno invierno? ¿Estás loco acaso?
⠀⠀―No seas aguafiestas. Solo siéntate, Chuchu. ―Hace una mueca antes de acabar obedeciéndole, solo porque tiene hambre y nada más, según él―. Buen provecho.
⠀⠀―Gracias... ―le susurra, llevando una galleta a sus labios tan pronto se han acomodado. El sabor es rico, sin empalagar ni picar realmente pero dejándole una sensación de que en realidad si lo hace―. ¿De qué son?
⠀⠀―Galletas de Jengibre. Combinan muy bien con el chocolate caliente. Lástima que ya se derritieron las malvas mientras veníamos para acá. ¿Te gusta?
⠀⠀―Sabe bien, de hecho.
⠀⠀―Es una curiosa casualidad, ¿no crees?
⠀⠀―¿Qué cosa? ―pregunta luego de bajar otra galleta con el líquido que poco a poco pierde un poco de su calor. Se sorprende al notar que el otro incluso ya ha acabado, como si hubiera tragado sin masticar.
⠀⠀―El chocolate caliente combina muy bien con las galletas de jengibre. Y da la casualidad, de que así son nuestras feromonas. Eso me gusta.
⠀⠀
⠀⠀Chuuya lo mira algo perdido, analizando sus palabras y sintiéndose estúpido unos segundos antes de comprender lo que quería decir. No sabe cómo no lo notó antes.
⠀⠀Dazai tiene razón. Sus feromonas siempre han tenido un aroma particular que podía incomodar incluso a sus compañeros betas durante sus ciclos de celo, porque decían que era algo picante aunque no pudieran identificar qué. Kouyou también lo percibía con más afinidad y más de una vez dijo que también tenía un toque dulce. Pero nunca había reparado lo suficiente en ello hasta que Dazai le dio un nombre. Galletas de jengibre, nunca creyó que alguien encontrara ese aroma en él, o que le pareciera mínimamente apetecible.
⠀⠀También, puede recordar ese día en el río, ese otro aroma, encantador pero fuerte, que chocó contra sus narices antes y aún después de ser capturados. El mismo que se hizo presente con la llegada de Dazai y su trato para sacarlo de ese calabozo para ayudarle.
⠀⠀Sí, Osamu olía como una taza de chocolate caliente con una pizca de menta, en una mañana de invierno.
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