02 | ATAQUE AL ASESINO
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Dos semanas después
— ¡Amelia! llévale más café a ese grupo. Necesitamos las ventas y no te veo haciendo una mierda—le grita el jefe de la tienda.
Amelia hace lo que le indica y camina hacia la mesa del fondo sirviendo café en las tazas de los clientes. En su cabeza llega Número Cinco, pues a él le encantaba el café que ella le preparaba. Terminó con dicha mesa y se fue detrás de la barra. Donde limpió un poco más para tener el lugar impecable. Han pasado dos semanas desde que Diego y ella aparecieron en Dallas, 1963. Ha sido un poco difícil, pero más para Diego, le es difícil adaptarse a lugares nuevos, especialmente por su color de piel. Por suerte, Amelia es muy buena trabajando, así que pasa el 80% de su tiempo en eso.
Sus poderes no han dado ninguna manifestación, pero espera que vuelvan con la regresión de la luna, después de todo, es el satélite natural el que le proporciona su poder.
Gira su cabeza a la derecha viendo por el ventanal del restaurante, encontrando a Diego espejándola. Mira el reloj dándose cuenta que ya son las 2 de la tarde, su turno ya ha acabado. Recoge sus pertenencias y se despide amablemente, a pesar de que la mayoría de personas no le respondan de igual forma. Las personas en esa época son más groseras de lo que pensaba.
— Hola ¿cómo te fue hoy? — pregunta a su hermano, dándole un abrazo.
— Bueno... Siguen sin contratarme en ningún lado, creen que no tengo habilidades en carpintería... Pero hay buenas noticias, gané algo de dinero y podremos comer algo rico. — saca un rollo de billetes, a lo que ella lo mira confundida.
— ¿Te lo robaste?
— No, claro que no ¿cómo se te ocurre? — ella alza una ceja. — bueno, quizás sí ¿qué interesa? ya vámonos, enana.
Ambos caminan por la acera. Esas dos semanas Diego ha ayudado en la sociedad que es lo que le encanta hacer, Amelia le ha dicho que deje de hacerlo porque puede ser peligroso pero no le hace caso. Ya saben cómo es Diego Hargreeves. Andan unas cuadras más hasta que llegan a su barrio, donde suben las escaleras hasta el segundo piso.
Alquilaron un pequeño apartamento. Amelia pidió un adelanto de dinero y lo está pagando como puede. Tiene una sola habitación, Diego duerme en el sofá ya que según él "es para hacer guardia y también para que su hermanita duerma cómoda." No es la gran cosa, pero es lo suficiente para tener un techo que los cubra de la lluvia.
— ¿Has averiguado alguna información sobre los demás? — pregunta la más pequeña con esperanzas, mientras él le servía pollo en su plato.
— Son más difíciles de rastrear de lo que pensé. Si tuvieras la ecolocalización podríamos encontrarlos fácilmente.
— Sí...
Se quedan un rato comiendo, silenciosamente. Diego y Amelia siempre han sido unidos, incluso desde pequeños, él la quiere mucho y la cuida bastante, así que la convivencia entre ellos no es tan difícil.
— ¿Extrañas a Cinco? — pregunta rompiendo el silencio. Ella levanta su mirada de su ensalada — bueno, sé que él... Te quería bastante. Además, no disimulaba nada.
— Sí, lo extraño. Igual que a los demás.
— Admito que el desgraciado tiene suerte.
Ella se ríe por la forma en que lo llama. Sí, es un desgraciado, pero un desgraciado que hace lo posible por cuidarlos, y eso es lo que más admira de Número Cinco.
Continúan su almuerzo charlando de vez en cuando. Al terminar, cada uno lava su plato, Amelia va a cambiarse de ropa ya que sigue con el uniforme del trabajo. Regresa a la sala y se dispone a leer el libro que había empezado, sentándose en el sofá individual, mientras su hermano mira la televisión a su lado.
— Oye, esta noche llegaré algo tarde... No me esperes ¿sí? — le informa Número Dos, Amelia asiente. Por lo general siempre llega temprano.
Un recuerdo veloz llega a su mente. Él le estuvo hablando sobre el asesinato del presidente Kennedy, decía que era una injusta y que se debía hacer algo. Obviamente ella no le prestó atención, pero ahora que está viendo las noticias continuamente, haciendo investigaciones y llegando tarde, le preocupa que le pase algo grave.
Año 2004. 15 años antes del 2019.
— ¡Diego, ven acá! — Amelia llama a su hermano, quien aparece en su habitación. — te tengo un regalo
— ¿Un regalo? la única vez que recibimos regalos en nuestro cumpleaños, libros y más libros.
Ella se ríe levemente y le entrega una caja no muy grande, con decoración color verde. Él la rompe con entusiasmo, viendo un paquete de cuchillos nuevos.
— ¿Cómo los conseguiste?
— Bueno... Mamá me dió dinero a escondidas y me escapé con Cinco varias aveces. Ví estos cuchillos en una tienda muy buena y decidí dártelos. Sé que la mayoría se te han perdido por practicar tanto, así que espero que cuides muy bien estos — explica, finalizando con un leve tono de regaño.
— Gracias, Amelia, de verdad. Están increíbles.
Él le da un abrazo y ella le corresponde cariñosamente.
(—☪️—)
Amelia se asoma en una esquina, viendo a su hermano Diego caminando por la calle a paso rápido, hasta llegar a una casa. No sabe qué está planeando pero no le parece nada bueno si va vestido como chivo expiatorio en incógnito, por eso, decidió seguirlo y vigilarlo. Es la única persona que puede hacerlo sentar cabeza en esos momentos.
Toca el timbre y espera unos segundos. Un hombre sale, confuso al verlo. Diego saca el cuchillo de su espalda e intenta clavarlo pero el hombre se defiende y tira a Número Dos al suelo. Amelia corre a ayudarlo, dándole una patada en el pecho al desconocido, tumbándolo al suelo para ganar tiempo.
— ¿Qué haces aquí? ¡tienes que irte, ahora! — le grita Diego al darse cuenta de su presencia.
— No me dijiste que vendrías a matar a Oswald, el futuro asesino de John F. Kennedy ¿estás loco o qué? ¡esto podría cambiar la línea temporal drásticamente!
— No sabes lo que estoy tratando de hacer, Amelia.
El hombre vuelve en sí, sacando un arma, con la cual les apunta. Amelia la esquiva y le golpea la nariz, dejándolo adolorido en el suelo. La policia llega y, antes de que puedan huir, les apuntan con sus pistolas.
— ¡Armas al suelo, ahora!
Diego hace caso y deja caer su cuchillo. Amelia alza sus manos al no tener ningún arma. Los oficiales los arrestan con esposas y los meten en la patrulla. Número Ocho mira por la ventana, completamente enojada con su hermano. « Genial, ahora iremos a la cárcel. »
Llegan hasta la estación de policía, donde toman sus datos y, al no tener identificaciones es mucho más fácil encerrarlos. Tal y como lo sospechó Amelia, los encierran en las celdas, separadas uno del otro, pero justo al lado.
— Diego, eres un tonto. — murmura la más pequeña, sentándose al lado de su celda. — pensé que la idea de Kennedy ya había quedado en el pasado. Tienes que entender que esto debe pasar y si se evita, será un desastre que no podremos remediar. Debemos tener cuidado.
— Amelia, no tienes que regañarme como un niño de tres años. Hago esto porque el presidente necesita un cambio en su vida, vivir feliz con su esposa, no ser asesinado brutalmente en menos de dos meses por un lunático.
— A mí también me gustaría cambiar cosas en esta época pero no se puede. Es peligroso. — intenta hacerlo recapacitar.
— ¿Ahora me dices qué es peligroso? tú más que nadie deberías saber lo que es eso, Amelia. Tus poderes son peligrosos, eso te convierte a tí en alguien peligrosa. Y no me niegues que un montón de veces has pensado en hacer daño a las personas malas.
Amelia pone los ojos en blanco y agacha la cabeza, sin saber qué hacer. Diego se dedica a intentar hablar con los oficiales, diciéndoles la razón por la que estaba allí. Obviamente no le creen.
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