01 | FAMILIA DISFUNCIONAL

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Amelia, 30 años.
23 marzo 2019 08:34pm

La historia de la academia Umbrella había marcado un antes y un después en la ciudad, sin embargo, aquella historia del grupo de hermanos que las personas amaban se fue desvaneciendo con el paso de los años. Después de todo, ellos crecieron, y lo que vivieron con Reginald Hargreeves no fue del todo una historia color de rosa para quedarse después de los 18 años en esa gigantesca y poco amorosa casa.

Amelia fue la última de 6 de sus hermanos en irse, siendo Luther el único que se quedó. Pensó que no hablaban en serio cuando decían que jamás volverían, y fue así, pasaron los días, meses, años, y nunca volvió a verlos. Decidió que ella debía hacer lo mismo, vivir su vida, superar todo aquello que la había amarrado a ese lugar que en algún momento fue su hogar. Le dolía, pues todos los recuerdos y momentos inolvidables que pasó habían sido ahí, en esa academia, pero sin Número Cinco y el abandono de su familia, no tenía nada más qué hacer allí.

Al principio fue difícil. Una chica de 20 años, sin escuela, una carrera universitaria o familia. ¿Cómo sobrevivió? Por suerte, una mujer llamada Agnes le dió trabajo desde entonces, la ayudó sin nada a cambio. Gracias a eso, y otros trabajos de medio tiempo, se encuentra pagando un pequeño apartamento en el centro de la ciudad, no muy grande, lo suficiente para su presencia tan pequeña. Le gustaba y era acogedor.

Eran casi las 9 y estaba por llegar a casa, con un sándwich de atún con pepinillos para la cena, su favorito. Había cuidado a algunos niños esa tarde, así que ganó un poco de dinero extra que le serviría para pagar facturas.

— ¿Cómo estás, fortachón? — saludó sonriente a Calvin una vez que entró. Su pastor belga. Un perro muy inteligente y protector, probablemente el único amigo que ha tenido en tanto tiempo. No es muy fanática de los perros. No la malinterpreten, ama a los animales, pero no pudo rehusarse cuando apareció en su puerta un año atrás, sabiendo que había sido enviado por la gran presencia que la acompaña todos los días.

Una vez se relajó, abrió la ventana y tomó asiento en el marco, comiendo su sándwich con la vista puesta en la luna llena de esa noche. Se sentía especial la manera en la que se conectaban, podía estar horas solo mirándola. Calvin la distrajo al mover su brazo con su pata.

— Oye... Te acabo de poner tu carne— murmuró, dando un vistazo al plato de su mascota, cayendo en cuenta que había devorado su cena en menos de cinco minutos— Está bien.

Le extendió un pedazo de atún, el cual comió muy gustoso. Ella sonrió acariciando su pelaje.

— Interrumpimos este programa para dar una noticia de última hora. — escuchó en la televisión— el multimillonario y excéntrico Sir Reginald Hargreeves, fundador de la Academia Umbrella, ha muerto.

Se levantó con rapidez, yendo frente a la pantalla, viendo la imagen de su padre en ella. Parpadeó un par de veces y dejó caer su sándwich de la impresión, momento que Calvin aprovechó para comer.

(—☪️—)

Habían pasado 10 años desde la última vez que estuvo en la academia. Se sentía irreal estar frente a esa puerta nuevamente, recordar cómo era cada detalle de cada habitación y, en especial, lo que había pasado ahí. El 99% de su infancia había sido difícil, pero ese 1% es el único que la impulsa a querer volver.

Pasó y cerró la puerta detrás suya, todo seguía igual. Las grandes escaleras, la mesa de bienvenida con esas flores y el candelabro en el techo. Nunca le gustó ese candelabro, sentía que en cualquier momento le caería encima al ser tan pequeña. Siguió hasta la sala, papá no se había dignado a cambiar los muebles, aún así seguían intactos. Nadie los usaba.

Volteó al frente, y sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: vacío. Recordaba muy bien el rostro de Número Cinco, nunca podía olvidarse de su ceño fruncido y que todo el tiempo presumía con los demás cada mínimo logro que tuviese. No obstante, volver a verlo, así sea en una pintura, le hacía tener esa sensación que antes le producía: felicidad.

— Joven Amelia — Pogo apareció, dándole un abrazo como bienvenida — me alegra tanto que estés aquí... Sigues igual a la última vez que te vi. Te fuiste de casa con solo una maleta, el uniforme de la academia y 5 sándwiches.

— Créeme que yo también estoy muy feliz de verlos— desvió su mirada a la pintura, hecho que él notó de inmediato.

— El joven Número Cinco... Tu padre nunca perdió la esperanza de que él estuviese afuera, y sé que tú tampoco.

— Se comportaba como un idiota con todos, pero conmigo era diferente. — murmuró con una pequeña sonrisa, melancólica.

— Amelia. — Allison entró por la cocina, acercándose rápidamente para darle un abrazo fuerte a su hermana. Número tres había sido como una hermana mayor para Amelia, siempre cuidándola de los chicos, procurando que estuviese bien. Después de todo, ella siempre ha sido la más pequeña del grupo, en todo sentido, a pesar de que nació el mismo día que los demás. — te extrañé.

— Yo también, te veía en la televisión de vez en cuando. Eres increíble. — sonrió alegre.

— Cuando me fui me preocupé mucho por ti. Pensé que estaba siendo una mala hermana al dejarte. Debí llevarte conmigo.

— Crecimos, Allison. Cada una debía seguir su camino. — tranquilizó. Amelia no tenía ningún tipo de rencor con sus hermanos, después de todo, eso es lo que haces cuando eres mayor de edad. Irte de casa. Y no iba a culparlos por escoger otro camino que no fuese quedarse en los 4 muros de la academia— He estado bien, estoy cómoda. No me hace falta nada.

— Me alegra escuchar eso— le sonríe, acercándose para otro abrazo. Al separarse, oyen pisadas fuertes de las escaleras, a lo que la morena rueda sus ojos — ahí viene el idiota mayor...

— Enana. — Diego exclama, con cierta alegría, acercándose a Número Ocho. Desde pequeños han sido cercanos. Siempre la llama "enana" por su baja estatura. Ella lo asustaba amenazándolo con invocar un demonio debajo de su cama. Típicas bromas entre hermanos— ¿creciste 2 centímetros más o es idea mía?

— ¿Todavía tienes complejo de super héroe? — miró divertida su vestimenta.

— Limpio las calles de la basura, eso es lo que hago.

— Ajá.— Allison puso los ojos en blanco riéndose.

Tomaron asiento en los sillones, esperando que el resto llegara. Amelia saludó a Luther casualmente, no eran tan unidos de niños, pero él siempre ha tenido esa sensación de protección de hermano mayor hacia ella. Lo cual aprecia mucho. Vanya era la más callada, así que solo la saludó con un pequeño abrazo y una sonrisa. En parte, Amelia pensó que estaría molesta por todo lo que pasó en su infancia y que su ida de la academia no fue del todo amistosa, pero al parecer ha ido superándolo.

— Podemos empezar. — Número Uno tomó la palabra. — se me ocurrió hacer una especie de funeral en el patio, al atardecer, decir unas palabras en el lugar favorito de papá.

— ¿Tenía un lugar favorito? — Allison preguntó extrañada.

— Sí, claro, bajo el roble, siempre me sentaba ahí con él ¿ustedes no?

— ¡No puede ser! Debes decirme dónde compras esos vestidos, hermanita— Klaus le habló con emoción, una vez llegó a la sala con su bebida— ¿habrá servicio de comida? ¿Té, galletas? Los sándwiches de pepinillos nunca faltan ¿cierto, Ame?

— ¿Puedes apagar eso? Papá no nos dejaba fumar aquí — regaña Luther.

— ¿Esa es mi falda?

— Oh, sí, la encontré en tu cuarto. Es anticuada, sí, pero me mantiene fresco ahí... abajo— le respondió a la morena, haciendo reír a Número Ocho mientras tomaba asiento a su lado.

— Escuchen, hay cosas mucho más importantes que debemos resolver, como la forma en la que murió papá.

— Ahí vamos... — susurró Diego.

— Dijeron que fue un infarto.

— Según el forense.

— ¿No le crees al experto? — Amelia lo miró confundida.

— En teoría.

— ¿Eso qué significa?

— Solamente digo que, como mínimo, algo pasó. La última vez que hablé con papá, se oía muy extraño. Se oía intranquilo. Me dijo que no tenía que confiar en cualquiera.

— Luther, era un viejo paranoico que estaba perdiendo la poca razón que le quedaba. — Número Dos se levantó, aproximándose al líder.

— Oye, sé que no te gusta hacer esto pero tienes que hablar con papá. — se dirigió a Klaus.

— ¿Quién? ¿Yo? No puedo llamar a papá al más allá y decirle "Oye, ¿quieres dejar de jugar tenis con Hitler un momento y atenderme? — exclamó irónico.

— Es lo tuyo.

— Sí, pero mi estado mental no es el adecuado— negó.

— ¿Estás drogado? — inquirió Allison.

— ¡Sí, así es! ¿Cómo es que ustedes no? ¡escuchando tantas tonterías!

— Necesitamos que estés sobrio... No es solo eso, también está el asunto del monóculo.

— ¿A quién le importa ese estúpido monóculo?

— Exacto. No vale nada. El que se lo llevó lo hizo por algo personal. Alguien cercano a él que le tenía rencor. — dijo con seguridad.

— ¿A dónde quieres llegar?

— ¿No es obvio, Klaus? — Diego lo miró con gracia, sabiendo exactamente lo que pensaba. — cree que lo mató uno de nosotros.

— ¿Cómo se te ocurre? — murmuró Vanya.

— Así se hace, Luther. Qué gran líder.— Diego se retiró.

— Estás loco, amigo, muy loco. Discúlpame, iré a matar a mamá y vuelvo enseguida. — Número Cuatro le siguió.

Amelia miró a Luther con cansancio y decidió irse de la sala. ¿Cómo podía creer que alguno de sus hermanos sería capaz de hacer algo así? Su padre pudo ser duro y un hombre sin corazón, pero al fin y al cabo fue quien los crió y les dió un hogar, así no haya sido el papá del año.

Subió las escaleras de la academia, llegando al último piso de esta. Miró a su izquierda, viendo la puerta de Número Cinco, o la que solía ser de él. Decidió seguir su camino hasta su cuarto, ignorando el pensamiento de su cerebro que le decía que fuera allá, el cual quedaba justo en frente. Todo seguía igual. Sus sábanas de color turquesa, las margaritas reposando encima de su escritorio de madera y flores artificiales colgando del techo. Su madre, Grace, es tan adicta a la limpieza que nunca dejó ni un rastro de polvo en las habitaciones de sus hijos.

Se sentó en su tocador, mirando con atención las pequeñas fotos familiares en el espejo y algunos de sus maquillajes viejos. Recuerda cuando tenía 15 años y Klaus los tomaba a propósito para jugar.

— ¡Klaus! — gritó al ver a su hermano en su escritorio, rebuscando entre sus cosas, tratando de encontrar el nuevo labial de Chanel que se había comprado — ¿otra vez?

— ¡Lo siento, hermanita, es una urgencia de moda! — corrió fuera del cuarto al ser descubierto.

Tomó delicadamente el relicario dorado que reposaba en el exhibidor. El último regalo que Ben le dió antes de morir. No quiso llevárselo cuando se fue, debía dejarlo atrás, y eso incluía todo lo que le recordaba a sus hermanos.

Desvió su mirada a un pedazo de papel recortado de un periódico, donde estaba Cinco. Cuando desapareció, leía todos los días las noticias, esperando que alguien avisara sobre un posible chico perdido. Su padre siempre lo buscó, hizo lo posible, la familia estaba preocupada por él, especialmente Amelia. Incluso Vanya se quedaba despierta hasta tarde por si acaso él regresaba. Eso nunca pasó.

Salió de sus pensamientos al oír un sonido lejano. Luther ha tenido la costumbre de escuchar música a todo volumen. Papá lo regañaba de vez en cuando por el ruido. Movió la cabeza un poco, siguiendo el ritmo, hasta que la emoción le ganó.

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