𝐏𝐫𝐨́𝐥𝐨𝐠𝐨

La muerte no perdona.

La muerte no llora.

La muerte no se enamora...

Esas fueron las reglas que conocía el pelirrojo desde el inicio de su existencia. Ni siquiera sabía cuándo nació. Simplemente, apareció de la nada. Sin recuerdos pero habitando un cuerpo adulto.

En el mundo humano, nadie podía verlo. El pelirrojo parecía gustarle el silencio, pero quería hablar con alguien que no fuera un muerto.

Existían otras parcas, nunca las había visto, pero él sabía que existían.

También existía el infierno y el cielo, pero nunca había estado allí. Ya que la muerte no se encarga de llevar a las personas a esos lugares, su trabajo es recolectar las almas de los condenados al limbo. Pero antes de llevarlos allí, debe cumplir un último deseo de las almas. Ya que los que van al limbo son personas que no son consideradas buenas o malas, por lo que las parcas los ayudaban en sus deseos, para después estas vagasen en el limbo hasta su reencarnación.

El pelirrojo solo debía hacer su trabajo, recolectar un par de almas en un hospital cercano, deseando de que no tengan un deseo muy complicado.

Lo que no tenía idea es que sería el trabajo más complicado de su existencia.

Un pequeño castaño suicida que deberá cuidar y evitar su muerte.


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