𝗖𝗮𝗽𝗶𝘁𝘂𝗹𝗼 𝟭: 𝗖𝗶𝗲𝗻𝘁𝗶́𝗳𝗶𝗰𝗼 𝗹𝗼𝗰𝗼
Portada hecha por: Kyoka_Izumi_-
Antes de empezar, quería decirte este capítulo a mi nueva amiga, gracias por apoyarme últimamente, en serio aprecio mucho tu amistad, también te agradezco la portada, me encanta como quedó.
Por cierto, si necesitan una portada, pueden pedírsela, siempre adoro como las hace, bueno eso es todo, ya pueden leer el capítulo.
El sol se desvanecía en un horizonte teñido de sombras, mientras la mansión de Ranpo Edogawa, un refugio de locura y genialidad, se erguía en medio del bosque. Su figura errante, desaliñada y llena de energía caótica, contrastaba con la seriedad del crepúsculo que lo rodeaba.
—¡Igor! ¡Ven aquí, Igor!— clamó, su voz resonando en los pasillos vacíos, ecos de una mente inquieta.
Pero el eco de su llamado se encontró con el silencio sordo de una casa desierta. La nota que Igor había dejado, un pequeño testimonio de su exasperación, flotaba en el aire como un susurro de desdén.
Querido amo, ex amo.
No fue un gusto trabajar para usted, hizo que mi joroba creciera el doble, me iré con el iré con el excelente doctor Fyodor Dostoievski, él es todo un científico. Usted no es más un lunático que poco le falta para si admisión al manicomio.
Atte: Igor.
PD: Le queme todas sus corbatas como muestra de mi afecto.
Con una mirada intensa, su mente divagó hacia el último acto de traición de Igor, recordando cómo este había renunciado a la lealtad y se había entregado al excelente doctor Fyodor Dostoievski. Ranpo desvió su mirada hacia la chimenea, donde sus dulces, esos dulces tan cuidadosamente preparados, se estaban consumiendo en llamas.
—¡IIIIHH! ¡Igor!— gritó, su desesperación transformándose en rabia. —¡No me importa! ¡No los necesito!— Pero la verdad era otra; en su corazón, Ranpo sabía que la soledad se cernía sobre él como una sombra, y que su locura sería su única compañía.
Así, mientras las llamas devoraban los dulces, el científico loco comprendió que, en su ansia de grandeza, había perdido no solo a un asistente, sino también los pequeños placeres que ofrecían calidez a su mundo gélido. La mansión, vacía y sombría, permanecía como un recordatorio de su inevitable destino: el de un joven que, atrapado en su propio laberinto de locura, se quedaría solo para siempre.
— ¡Mis dulces se están quemando! ¡Aahh, mis dulces! Rápido, ambulancia, los bomberos —. Ranpo corría en círculos, su rostro una mezcla de horror y desesperación.
Las llamas danzaban al compás del caos, devorando los dulces que habían sido el fruto de su dedicación. Cada caramelo, cada chocolate, una obra maestra que se perdía en el aire enrarecido por el humo. En su mente, cada bocado era una sinfonía de sabores, ahora transformada en un lamento, un grito sordo por el desastre inminente.
La chimenea crepitaba como un monstruo hambriento, engullendo las delicias que él había creado con tanto esmero. Su corazón latía con fuerza, una mezcla de risa y llanto, mientras los recuerdos de las dulces victorias se evaporaban junto con el humo.
— ¡Igor! ¡Regresa! —clamó, como si su antiguo ayudante pudiera rescatar lo irremediable. Pero en el silencio que quedó, solo el eco de su propio desasosiego respondió.
El científico saltaba semejandose a un saltamontes, escarbando con un palito el los envoltorios, pues el tiempo cobró caro la desdicha del científico que todo Japón tachaba de un loco, jamás lo bajaban de ese puesto. Sin embargo, a Ranpo Edogawa jamás le hizo eco sentimental en su mente.
— No te necesito, jum —Se dió la vuelta enviando un mal de ojo a la pared, devastado en el suelo buscando que hacer con su vida, arañaba en la inteligencia que el cielo le había obsequiado una resolución a su confusión.
— Ah, la búsqueda de la silla perfecta... ¿Por qué tiene que ser tan difícil? —dijo, en un tono melodramático.
Mientras se deslizaba por el suelo, observaba cada rincón de la habitación, sus ojos brillando con determinación.
— ¡Dame fuerza, suelo! —exclamó, como si la superficie lo estuviera ayudando en su épica misión—. Si tan solo pudiera encontrarla, podría sentarme y pensar en un nuevo plan para recuperar mis dulces.
Ranpo giro un poco, haciéndose pasar por un pequeño gusano de ciencia, evitando los obstáculos a su alrededor con una agilidad sorprendente.
— ¡Espera! ¿Acaso vi un destello? —se detuvo abruptamente, mirando hacia el rincón donde se encontraba un rayo de luz, solo para darse cuenta de que era simplemente un reflejo—. ¡Maldita sea! Debo estar alucinando por falta de azúcar.
Finalmente, llegó a su destino eterno, la silla especial que se asemejaba a un trono de sabiduría científica. Con un último esfuerzo, se impulsó hacia arriba y se acomodó en ella, respirando profundamente.
— Sillita, vida mía, tú siempre me eres fiel —Agitó sus brazos hacia arriba, gritando un "aleluya", como si hubiera sido testigo de un milagro.
Ranpo observó con horror cómo su silla especial —la única que parecía entender el peso de sus pensamientos—, decidió, en un acto de insólita traición, lanzarse por la ventana. La vio desaparecer en el aire, dejando solo una cruel ironía en su camino.
— ¡Tú también, bruto hijo mío! —exclamó dramáticamente—. De acuerdo, no te necesito... ni a ti, ni a nadie —y así, se lanzó de nuevo al suelo, arrastrándose cual gusano, con la dignidad apenas en pie.
Con esfuerzo se incorporó, aferrándose a una repisa cercana en busca de algo de apoyo, pero el destino tenía otros planes. Todo lo que había en la repisa —libros, frascos de mermelada, frascos misteriosos y una taza de té de la semana pasada— cayó sobre su cabeza en una serie de golpes torpes, pero certeros.
— ¡Ay! ¡Mi mermelada! ¡Ay! Au, mis libros, au mi, ¿Úlcera? Aahh, ahi estaba, au mi libro, au mis lápices, au mi cabecita, au un gato muerto—gritaba, mientras cada objeto encontraba su blanco con precisión de comedia barata, un recurso bastante estúpido en su humilde opinión.
Ranpo se quedó en el suelo, mirando el techo con un aire de resignación y una pizca de teatralidad en su postura. Suspiró, como si hubiera llegado a una profunda conclusión sobre la soledad, y exclamó al vacío:
— Tengo toda la compañía que necesito aquí. Hola.
El eco de la habitación, obediente y burlón, respondió de vuelta:
— Hola.
Ranpo alzó una ceja, intrigado y levemente irritado.
— ¿Cómo estás? —probó con tono curioso.
El eco, imitando su tono, repitió fielmente:
— ¿Cómo estás?
Ranpo frunció el ceño, no dispuesto a ceder terreno en este debate absurdo.
— Yo pregunté primero —respondió, algo ofendido.
— Yo pregunté primero —le devolvió el eco, con la misma impertinencia.
Ranpo bufó, ahora claramente exasperado.
— Ay sí, se cree tan listo, repite todo lo que yo digo —refunfuñó, mientras la habitación le seguía la corriente en una conversación de espejos. Pasaron algunos minutos en esta discusión, lanzándose frases y reproches, esperando a ver quién de los dos —él o su propio eco— cedería primero.
De repente, Ranpo sonrió con malicia y declaró en un tono burlón:
— Soy un idiota.
— Eres un idiota, eres un idiota, eres un idiota —devolvió el eco, implacable, llenando la habitación con esa declaración.
Ranpo, derrotado y con el orgullo maltrecho, decidió terminar el juego.
— Estoy harto, no pienso dirigirte la palabra. Lo que haré ahora será susurrar para que, cuando mi voz llegue a las paredes y regrese a mí, no pueda escucharla —murmuró en tono conspirativo, como si de alguna manera pudiera burlar a su propio eco.
El eco, con una última risotada de victoria, susurró una vez más:
— Eres un idiota.
Ranpo suspiró, resignado. Parecía que hasta el eco conspiraba contra él.
Ranpo, acurrucado en su laboratorio con una taza de chocolate caliente extra dulce y humeante, bebía sorbo tras sorbo, hasta que empezó a tambalearse un poco, con los ojos ligeramente vidriosos.
— Hip, hip, hip, hip — lanzó al aire, con un repentino entusiasmo que se le subió al rostro.
— ¡Pero claro! ¡Claro como el mismísimo día! ¡La ciencia es... es... ¡algo increíblemente chocolatístico! — exclamaba, agitando su taza casi vacía y mirando al techo como si esperara una respuesta.
Con una risa desenfrenada, alzó su taza en dirección a sus probetas y tubos de ensayo —hip— y murmuró con voz solemne:
— A la noble bebida de chocolate... ¡por los experimentos que nos salieron bien y por los que explotaron sin previo aviso!
Se acercó a la ventana, saludando con una reverencia exagerada a la luna, y susurró: — Sabes, Luna, he tenido una revelación científica... ¡las estrellas también saben a chocolate! ¡Hip!
Y mientras hablaba y reía con su "compañera" de noche, no se dio cuenta de que su taza había desaparecido entre sus manos. — ¡¿Dónde está mi taza?! — gritó, girando en círculos y viendo visiones de tazas corriendo a esconderse detrás de las mesas, mientras él intentaba atraparlas.
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—Querido amo, ex amo...— las palabras se deslizaban por su mente como un veneno dulce. Ranpo frunció el ceño, y un destello de desagrado cruzó su rostro. —No fue un gusto trabajar para usted— continuaba la misiva, —hizo que mi joroba creciera el doble—. La frustración se acumulaba en su pecho como el humo de los experimentos que nunca llegaban a buen puerto, volvía a torturarse leyendo la misma carta que lo dejó en un salvaje descontento.
Se torturaba como individuo en guillotina, juraba que la ejecución de su cabeza rodaba en círculos, extendiendo un juicio en su contra como el peor amo de ese año, pero debía seguir con su vida, aunque ese adiós sin retorno de Igor, le haya partido el corazón.
Ranpo había decidido ir al pueblo para despejarse un poco y recuperar el buen humor que la monotonía le había robado últimamente. El aire fresco y el bullicio de las calles le resultaban revigorizantes, y pronto encontró su objetivo principal: una tienda de dulces con una gran variedad de caramelos y golosinas que llamaron su atención al instante.
Mientras llenaba una bolsa de sus dulces favoritos, algo en el camino de regreso a casa lo distrajo: un peculiar objeto en el escaparate de una tienda de antigüedades. La pieza, una mezcla de engranajes, tubos de vidrio y mecanismos oxidados, despertó su curiosidad. Al examinarlo más de cerca, comenzó a imaginar cómo podría adaptar algo similar, algo que le permitiera romper la monotonía y hacer de su vida una aventura más emocionante.
Ese encuentro aparentemente simple en el pueblo se convirtió en una chispa de inspiración para Ranpo, quien ya estaba imaginando las posibilidades de crear algo único. La idea de este invento se convirtió en su nuevo escape, y mientras volvía a casa con su bolsa de dulces, su mente ya estaba ocupada en cómo podría darle vida a esta nueva creación, que lo ayudaría a escapar de lo ordinario.
Ranpo, con ojos llenos de euforia y las manos temblorosas, gritó hacia el cielo gris de la tarde:
—¡Eureka! ¿Cómo no se me había ocurrido antes? ¡Qué tonto soy! —
Sus gritos resonaron como ecos extraños en el pequeño pueblo, atrayendo miradas furtivas y murmullos entre los habitantes que observaban su figura menuda, agitada, corriendo en dirección a su mansión embrujada. Las voces se alzaban como un susurro compartido por todos:
—Sigue igual, más loco que nunca...
—Escuché que Igor lo abandonó, por algo será...
—Tal vez necesita una novia...
Pero Ranpo, absorto en su propia fantasía, no escuchaba ni un ápice de aquellos cuchicheos. Con el corazón palpitante, cruzó el umbral de su destartalada mansión, un lugar de paredes crujientes y ventanas con marcos torcidos, todo envuelto en la penumbra de una eterna atmósfera otoñal. Las sombras danzaban en las esquinas y un susurro eterno parecía recorrer los largos pasillos.
Justo cuando buscaba frenéticamente los materiales entre estantes polvorientos y cajas desordenadas, un estallido de alas oscuras lo envolvió. Un ejército de murciélagos se arremolinó a su alrededor, sus pequeñas alas agitando el polvo de siglos olvidados, haciendo que Ranpo diera un salto y gritara:
—¡Aahh! ¡El conde Drácula, piedad! —
Él, tan seguro de sus teorías y cuentos sobrenaturales, por un instante se sintió como el protagonista asustado de una de sus propias historias. Los murciélagos revoloteaban a su alrededor, mientras él corría desesperado, apenas notando cómo su fiel silla —una creación peculiar con vida propia— lo miraba con algo parecido a la compasión... o tal vez solo un destello de burla. De un salto, Ranpo se subió a ella como si fuese su corcel personal, y juntos cruzaron la mansión en un trote lleno de risas, esquivando muebles antiguos y sombras imaginarias.
Esa vieja mansión, tan torcida y sombría, era su refugio, su santuario de locuras, donde incluso las paredes parecían escuchar sus ideas susurradas y sus risas llenas de genialidad.
— ¡Voy a crear vida! —El científico anunció enérgico la idea del siglo, en secreto de un eterno solitario joven, condenado a la soledad de cadenas llenas de pena.
Continuará...
Bienvenidos, si alguien lee esto, especial de Halloween, Ranpo un poco fuera de su elemento, creo que entendieron la parte de la pared y el eco, Ranpo Grinch en este Halloween para hacer reir un poco, bueno es todo por el capítulo de hoy.
¿Les gustó? ♡
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