𝗜. 𝗦𝗮𝗻𝗷𝗶.
DÍA 1. COUNCIL OF WOLVES AND SNAKES.
Sanji x Dimmu Borgir
SPOILER ALERT
Este capítulo contiene algunos spoilers sobre el pasado y la familia de Sanji.
Abrió los ojos despacio, sintiendo en ellos un peso descomunal. Todo su cuerpo estaba helado, contagiado por la atmósfera a todo su alrededor. Sin embargo, se sentía en su propio elemento, la humedad del gélido suelo no le resultaba desagradable en absoluto.
Tardó un buen rato en dejar de ver borroso todo lo que tenía delante. Cuando lo hizo, se topó con un infinito y lúgubre cielo de color azul oscuro, en el que navegaban densos nubarrones grisáceos.
Estaba tumbado en el suelo, cuan largo era, sobre una superficie pegajosa. No tardó en darse cuenta de que estaba en mitad de un lodazal, totalmente desnudo de cintura para arriba. Y cuando trató de incorporarse, una punzada de dolor mezclada con ardor atacó su pecho.
Sanji se llevó una mano inmediatamente a la zona, tratando de mitigar esa tirantez tan desagradable. Cuando remitió un poco, se atrevió a quitar la mano. A pesar del lodo manchándole y de la penumbra del sitio, logró distinguir justo en medio del pecho, un dibujo grabado en su piel con tinta negra. Era una figura que se retorcía sobre sí misma, fina, cambiante, sigilosa. La marca de la serpiente que trajo de vuelta a la mente de Sanji todo lo sucedido.
El rito, las miradas de desaprobación de toda su familia. O de la que él creía que era su familia.
Se quedó allí sentado en medio del yermo durante un rato, como si estuviese agazapado sin saber qué hacer o adónde ir. Se podía notar en la distancia incluso, el dolor en sus ojos sin que él siquiera se diese cuenta. Su fino flequillo dorado cubrió gran parte de su cara cuando agachó la cabeza y entrelazó los dedos sobre su nuca. No le gustaba para nada admitir que un cigarrillo le habría sentado de maravilla en ese momento.
Su propia familia lo había desterrado, recordó Sanji con pesar. Llevaban años deseando hacerlo. Al fin y al cabo, él era el repudiado de los Vinsmoke, y siempre lo fue.
En ese mundo, los humanos siempre nacían con dos esencias. Por un lado, la esencia de su forma habitual y principal: la humana. Por otro lado, una esencia animal, que solo podía ser de dos tipos: la de un lobo, o la de una serpiente.
Ambas esencias estaban enfrentadas en una incomprensible guerra desde tiempos inmemoriales.
Él había nacido en la familia Vinsmoke, un linaje bien reconocido en todo el ancho mar por ser excelentes guerreros y navegantes, además de magníficos lobos en esencia animal. Y quedaba muy claro, con el paso de las generaciones, que ser considerado un Vinsmoke de pleno derecho constaba de poseer todas esas cualidades, sin faltar una.
Desde pequeño lo apartaron de todo por no cumplir con las expectativas familiares, ya desde muy temprana edad. Pensaban entre ellos que con los años acabaría por corregirse. Sin embargo, la cosa no mejoraba en absoluto. Y a más tiempo pasaba, peor era el trato que el chico recibía tanto de su padre como de sus hermanos.
No podía contar ya cuántas veces había llorado y se había lamentado en su habitación por haber nacido en esa familia. Todos en la mansión decían a sus espaldas que no podía ser un Vinsmoke, habladurías de las que acabó enterándose, aunque ya él mismo selo decía. Él no se sentía un Vinsmoke, no quería serlo, ni tampoco había pedido a nadie que le dejaran convertirse en uno de ellos.
Esa pesadilla no parecía tener fin hasta que, un día, su esencia animal despertó. Y fue la excusa que su familia necesitaba. La única e irrefutable excusa.
Sanji no era un lobo, era una serpiente. Una infame serpiente.
Desde ese día, Sanji no solo perdió todas las mínimas opciones de poder ser considerado algún día un Vinsmoke, sino que pasó a ser, de un momento a otro, considerado un enemigo acérrimo de la familia.
Y como tal, no podían dejar las cosas simplemente estar.
Cuando Sanji se enteró de su destierro inminente, no dijo absolutamente nada. Se quedó encerrado en la oscuridad de su cuarto, esperando a que su destino llamase por fin a su puerta.
«Será esto lo que merezco...» Se dijo en más de una ocasión. «El castigo que merezco por nacer Vinsmoke... y serpiente... sin haberlo pedido.»
Cuando se lo llevaron a la sala donde se realizaría el ritual ese día, Sanji no opuso la menor resistencia, independientemente de lo que se propusieran hacer con él antes de exiliarle. Puesto de rodillas en mitad de un círculo plagado de miembros de la que se suponía, era su familia, pensó que ese sería su último momento de sufrimiento. Desde ese día dejarían de tratarle como el apestado que siempre dijeron que era. Desde ese día, dejaría de verles las caras a todos. Y esa era una motivación más que suficiente.
Sanji escupió su cigarrillo con desprecio y encaró directamente Judge, su padre. Éste le miraba celosamente por debajo de una capucha oscura, con un brillo de sadismo cruzando sus ojos de lado a lado. Sanji no hizo el menor amago de apartarle la mirada.
—Empezad de una maldita vez —protestó Sanji.
Judge se hizo de rogar unos instantes, para que no pareciese que iba a dar inicio al Consejo por petición de Sanji.
Una vez se decidió, le quitaron toda la ropa al chico de cintura para arriba y lo maniataron, dejando su pecho desprotegido y a él mismo, en una posición de lo más vulnerable. De nuevo, Sanji no hizo nada para impedirlo.
El Consejo de Lobos y Serpientes inició cuando uno de sus hermanos se acercó con un fierro ardiente y punzante que apretó contra su corazón. Sanji reprimió un gemido de dolor y se dobló sobre sí mismo, tratando de soportarlo.
No tardó en darse cuenta de que ese fierro no era normal. Ni la marca hirviente que quemó su piel, tampoco lo era. La serpiente que le dibujó a fuego vivo se retorció en su pecho, al ritmo de unas palabras que los allí presentes pronunciaron, en un idioma que él no comprendía.
La atmósfera se volvió confusa, borrosa y aterradora. Todo daba vueltas, todo se distorsionaba y enredaba. Visiones, colores, sensaciones y sonidos. Hasta que el caos fue tan sumamente grande, que Sanji fue incapaz de mantener los ojos abiertos y la absoluta oscuridad se lo tragó.
Sanji miró a lo que parecía ser el horizonte de ese páramo fangoso.
«Ya no tenéis que temerme más. Ya podéis olvidaros de mí.» Pensó.
«¿Intentas hablar con los que te enviaron aquí?» Dijo de repente una voz en su cabeza. «Si es así, no lo intentes. Los lobos no hablan como nosotros y aunque así fuera, ya tampoco pueden oírte.»
Sanji dio un respingo. Recorrió toda la zona con la mirada, preguntándose de dónde había salido esa voz y por qué se había colado en su cabeza. Sus ojos se habían ido acostumbrando a la oscuridad y poco a poco era capaz de ver a más distancia. Y allí, en lo alto de una de las colinas más cercanas del barrizal, le vio.
Sanji se puso de pie de golpe al toparse con su figura. Llevaba el pecho descubierto con el dibujo de una serpiente grabado en él, pero más cerca de la clavícula derecha.
Los dos se quedaron mirándose fijamente sin hacer nada durante unos segundos. Eso le permitió a Sanji fijarse más detenidamente en él. Era un hombre joven, de cabello oscuro, piel morena y ojos llamativamente grises.
El hombre torció un poco la cabeza sin cambiar su expresión facial y Sanji se atrevió a intentar hablarle, pero sin articular sonido alguno. Desde su mente. Igual que había pasado antes.
«¿Puedes leerme la mente?» Le preguntó directamente.
El hombre de los ojos grises no se inmutó.
«Podemos comunicarnos a través de los pensamientos, si es a lo que te refieres.» Respondió. «Es el lenguaje propio de las serpientes.»
Sanji se quedó paralizado. No tenía ni idea. ¿De verdad podía él hacer eso?
«Por supuesto que sí.» Contestó el chico moreno. «Desgraciadamente, todos tenemos que llegar aquí para descubrirlo. Allí arriba, vivimos rodeados de lobos que no nos comprenden.»
Sanji se asustó y se sintió terriblemente incómodo. Todo lo que pensase, absolutamente todo, podría oírlo ese chico con total nitidez. Aunque, por algún motivo, él no podía oír los pensamientos del moreno. No entendía muy bien por qué.
La incógnita le sumió en una marea de nuevos pensamientos sin percatarse, lo que arrancó una risa en el otro chico.
«No puedes oír todo lo que pienso porque sé aislar lo que pienso de lo que quiero decirle a los demás.» Le contestó. «Aprenderás a hacerlo.»
Sanji se sintió avergonzado. No obstante, el moreno lo pasó por alto completamente. Había algo que la causaba mucha más curiosidad.
«Eres un Vinsmoke, ¿no es así? El hijo menor. O uno de los menores. He oído hablar de tu familia.»
Sanji negó pesadamente con la cabeza, pero no dijo nada, sorprendentemente. Podía ser que estuviese aprendiendo a aislar pensamientos, o podía haber sido mera casualidad.
«No lo soy.» Contestó Sanji al fin.
Al ver que su actitud cambió drásticamente con la pregunta, el moreno asintió y dio por zanjado el tema.
«Entiendo. ¿Cuál es tu nombre?» Le dijo, dándole la oportunidad de presentarse de cero, al margen de sus orígenes.
«Sanji.» Le contestó.
El chico moreno asintió y le hizo gestos con la mano para que le siguiera. Sanji dudó al principio, hasta que reparó en que no tenía ya mucho que perder. Una vez se decidió a seguirle, el otro chico tardó en decir algo. Cuando habló, fue solo para decir las dos últimas palabras que diría en todo el trayecto que recorrerían.
«Llámame Law.»
El yermo era un lugar tan vacío y triste, que por más que caminaran, daba la impresión de no haber avanzado absolutamente nada. No podía hacerse una idea de cómo Law lograba orientarse en ese sitio. No quería ni imaginarse lo que podría suponerle el vagar por ahí a alguien con pésimo sentido de la orientación.
Law subió una pequeña colina, hundiendo ligeramente los pies en el cieno. Sanji le siguió y, cuando llegaron arriba, se encontraron frente a ellos un paraje aún más sórdido que todo lo anterior.
Una grieta enorme se abría en medio de una pegajosa ciénaga. No era muy profunda, pero sí bastante ancha. Y dentro de ella, había personas, un sinfín de ellas. De distintas edades y géneros. Había incluso adolescentes, que habrían despertado su esencia de serpiente demasiado pronto, y ancianos a los que habrían tardado mucho tiempo en encontrar, o que llevarían un buen puñado de años arrastrándose por el lodo del páramo.
«Ya conocerás el abismo. Todos se pierden la primera vez.» Le dijo Law.
«¿Por qué viven aquí? ¿Por qué no intentan encontrar una salida?»
Law sonrió de una forma un tanto sombría.
«Todo el mundo aparece aquí haciéndose la misma pregunta.» Le contestó. «Todos los que estamos aquí hemos creído en algún momento que escaparíamos del abismo. Que tiene salida.»
«¿Y no es así...?» Preguntó Sanji.
Law tardó en responder.
«¿Por qué crees que el destierro consiste en traernos aquí?» Puntualizó Law.
Sanji no contestó, aunque algunas ideas se le pasaron por la cabeza, ideas que obviamente, Law pudo escuchar. Al final, terminó por ser él quien respondiera a su propia pregunta.
«Lo has dicho tú mismo antes, donde te encontré.» Dijo Law. «Cuando intentabas hablar con ellos, o dedicarles unas últimas palabras. Nos temen.»
«Pero, ¿por qué?» Preguntó Sanji, casi sin pensar.
«¿No lo sientes? Naciste serpiente. Naciste del abrazo del dragón y de su fuego. De la destrucción y del caos. Somos dioses, Sanji.»
Sanji frunció el ceño, contrariado.
«Los lobos son eternos, y nosotros podemos robarles su eternidad. Somos los dioses de la muerte. Y ellos son inteligentes, pese a todo. Por eso nos tienen miedo y nos envían al abismo, porque tienen miedo, más que nadie, a lo que nosotros podemos hacerles.» Prosiguió Law.
Sanji pensó durante un momento.
«Pero si somos dioses, ¿no podríamos...?» Preguntó, pero Law le interrumpió con un amago de carcajada.
«Los lobos son eternos, pero nosotros, aún siendo dioses, no. Es sumamente irónico, además de nuestra debilidad. Los lobos saben cómo explotarla, saben lo que hace falta para que no lleguemos hasta ellos y pongamos sus vidas en peligro. Nuestro poder es enorme, pero efímero una vez se sabe cómo atacarlo. Y cuando se sabe cómo atacar, éste se desvanece como una vida, como la tuya y la mía.» Law hizo una pausa, dudando sobre si seguir o no con su relato. No obstante, entendió que, ya que Sanji estaba allí, acabaría enterándose en cualquier momento. «Ya no somos reales. No existimos. Los dioses dejan de ser dioses cuando mueren. Y nosotros ya estábamos muertos cuando llegamos aquí.»
¿Qué os ha parecido este primer relato?
¡No dudéis en comentar!
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