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A la mañana siguiente, Satoru fue el primero en levantarse. Decidido a consentir a Suguru, se dirigió a la cocina y comenzó a preparar el desayuno. Pancakes esponjosos, fruta fresca, y café para él, mientras que a Suguru le hizo té, sabiendo que lo prefería.

Mientras cocinaba, escuchó ruidos en la habitación. Suguru había despertado y se estaba acomodando para levantarse. Antes de que pudiera hacerlo, Satoru apareció en la puerta con una bandeja.

—¡Buenos días, amorcito! —dijo con una sonrisa resplandeciente.

Suguru, aún somnoliento, sonrió suavemente. —¿Qué estás tramando tan temprano?

—Solo quería ser el novio perfecto. ¿Te apetece desayunar en la cama?

Suguru rió entre dientes y se acomodó, dejando espacio para que Satoru se sentara junto a él. —Esto es inesperado, pero bienvenido. Gracias, Satoru.

Mientras comían, Tsumiki empezó a moverse en su cuna, dejando salir un pequeño balbuceo. Satoru dejó su taza de café a un lado y fue a recogerla.

—¡Buenos días, princesa! ¿Cómo durmió la bebé más hermosa del mundo?

Suguru observó con ternura cómo Satoru cargaba a la pequeña y la sentaba entre ellos. Tsumiki agarró un pedazo de fruta del plato de Suguru y comenzó a jugar con él, mientras ambos padres compartían miradas cómplices.

—¿Sabes? —dijo Suguru, apoyando su cabeza en el hombro de Satoru—. Momentos como este hacen que todo valga la pena.

—Lo sé —respondió Satoru, rodeando a Suguru con un brazo mientras con el otro mantenía a Tsumiki entretenida.

La tranquilidad de la mañana los envolvió, y por un rato, todo parecía perfecto.

La niña agradeció por los hotcakes y empezó a comer. Pero Suguru se los aparto.

Tsumiki observó cómo Suguru le apartaba los hotcakes con una expresión de sorpresa y luego de disgusto.

—¡Pero mami! ¡Están ricos! —protestó con un leve puchero, extendiendo sus manitas hacia el plato.

Suguru cruzó los brazos y la miró con suavidad, pero firmeza. —No quiero que te llenes de azúcar tan temprano. Además, no desayunas hotcakes todos los días. Te prepararé algo más saludable.

Satoru, quien estaba terminando su café, no pudo evitar reírse suavemente. —Vamos, Suguru. No es el fin del mundo si come un poquito. Déjala disfrutar, que está creciendo.

Suguru suspiró, pero terminó devolviéndole el plato a la pequeña. —Está bien, pero solo porque tu papá es un consentidor —dijo, señalando a Satoru con el dedo.

Tsumiki sonrió victoriosa, agarrando el tenedor y comiendo con alegría.

Satoru aprovechó el momento para abrazar a Suguru desde atrás. —¿Ves? Solo quiere disfrutar de la vida como su padre.

Suguru resopló, pero no pudo evitar sonreír. —Si sigue tu ejemplo, no me sorprenderá verla comiendo helado para el desayuno en un futuro.

—¡Eso no suena tan mal! —respondió Satoru entre risas.

Mientras tanto, Tsumiki los observaba con atención, sus ojos brillaban al ver la interacción amorosa entre ellos.

—¿Mami y papi se quieren mucho, verdad? —preguntó de repente, con la boca llena de hotcakes.

Ambos se miraron sorprendidos antes de asentir, cada uno besando a la pequeña en cada mejilla.

—Claro que sí, princesa. Somos una familia —dijo Suguru con ternura.

—La mejor familia —añadió Satoru con una sonrisa radiante.

Satoru suspiró mientras terminaba de acomodar su abrigo, mirando de reojo a Suguru y Tsumiki. La pequeña estaba entretenida jugando con una de sus muñecas en el sofá, ajena a la despedida que estaba por suceder.

—Bueno, tengo que irme —dijo Satoru con una sonrisa, aunque su tono sonaba más resignado que animado. —Mei llega hoy, y ya sabes cómo se pone si no estoy ahí a tiempo.

Suguru asintió, manteniendo una expresión tranquila, aunque por dentro sentía un ligero vacío. No quería que Satoru se fuera, pero entendía que era necesario.

—Claro, tienes que recibirla. No te preocupes por nosotros, estaremos bien —respondió, esbozando una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Satoru se acercó a Suguru, inclinándose para darle un suave beso en la frente, seguido de uno en los labios. —Volveré pronto, ¿sí? Cuídense mucho.

—Siempre lo hacemos —murmuró Suguru, evitando que su voz se quebrara.

Satoru se dirigió hacia la puerta, pero antes de salir, se agachó frente a Tsumiki, quien finalmente notó que algo estaba pasando.

—¿Te vas, papi? —preguntó con ojos grandes y un leve puchero.

—Sí, princesa, pero prometo regresar pronto. Sé buena con tu mami, ¿de acuerdo? —respondió, acariciándole la cabeza con cariño.

La pequeña asintió con entusiasmo, abrazándolo rápidamente antes de volver a su juguete.

Cuando la puerta se cerró, Suguru suspiró, dejando caer los hombros. Intentó convencerse de que todo estaba bien, pero la verdad era que odiaba esas despedidas.

—¿Estás triste, mami? —preguntó Tsumiki, levantando la vista con curiosidad.

Suguru sonrió suavemente y la cargó en brazos. —Un poquito, cariño. Pero no te preocupes, papi siempre regresa.

—¡Entonces hay que hacer algo divertido para cuando vuelva! —propuso la niña emocionada.

La idea hizo que Suguru riera suavemente, sintiéndose un poco más ligero. —Eso suena perfecto. ¿Qué te parece si horneamos algo especial para él?

Tsumiki asintió con entusiasmo. —¡Sí! ¡Galletas!

—De acuerdo, pero tú serás la chef —bromeó Suguru, llevándola hacia la cocina mientras planeaban juntos qué preparar.

Aunque la ausencia de Satoru pesaba, Suguru se sintió un poco más tranquilo al enfocarse en el tiempo con su hija, buscando formas de llenar la casa con amor y calidez hasta que su familia estuviera completa nuevamente.

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Satoru llegó al aeropuerto con una expresión seria, sus ojos ocultos tras las gafas de sol mientras esperaba junto a la salida de llegadas internacionales. Se cruzó de brazos, manteniéndose impasible, hasta que finalmente divisó a la Omega caminando entre un grupo de guardaespaldas vestidos de negro.

—¡Querido! Me alegra tanto verte aquí —dijo Mei Mei con una amplia sonrisa, apresurándose hacia él.

Antes de que Satoru pudiera reaccionar, ella lo abrazó con entusiasmo y trató de besarlo en los labios. Él giró la cara con sutileza, ofreciendo su mejilla en su lugar.

—Vaya, ¿tan frío como siempre? —comentó Mei Mei con una sonrisa juguetona. Sin embargo, sin prestar atención a su rechazo, tomó su rostro entre las manos y lo obligó a un beso breve pero firme.

Satoru se apartó casi de inmediato, limpiándose los labios con el dorso de la mano. Su ceño se frunció, pero su tono permaneció controlado. —Mei, no estoy de humor para tus juegos.

—Oh, vamos, Satoru. No tienes que actuar tan distante —dijo ella con una risa ligera, ignorando su molestia. —Sabes que me encanta ver esa carita seria tuya.

Satoru soltó un suspiro y se giró hacia el coche que había traído para recogerla. —El coche está esperando. Vamos, no quiero perder más tiempo aquí.

Mei Mei, sin inmutarse, caminó a su lado con aire despreocupado, disfrutando de la atención que atraían sus guardaespaldas y su presencia dominante. Una vez en el vehículo, el silencio entre ellos se tornó tenso.

—¿Así vas a tratarme después de todo este tiempo? —preguntó Mei Mei, fingiendo indignación.

Satoru mantuvo la vista fija en la carretera. —No quiero problemas, Mei. Estoy aquí porque dijiste que necesitabas algo importante. Así que, ¿qué es?

Mei Mei sonrió, apoyando la barbilla en la palma de su mano mientras lo observaba. —¿Siempre tan directo, eh? Bueno, digamos que me gustaría reavivar nuestro... vínculo. Después de todo, nadie es tan digno de mí como tú.

Satoru apretó ligeramente el volante, sintiendo una mezcla de frustración y desinterés. Su mente estaba lejos de ella, pensando en Suguru y Tsumiki, en lo feliz que se sentía cuando estaba con ellos.

—No estoy interesado en reavivar nada —respondió con firmeza. —Tengo una vida y una familia ahora.

Mei Mei alzó una ceja, intrigada. —¿Familia? Qué interesante. ¿Acaso esa Omega tuya te ha convencido de jugar a la casita?

Satoru la miró de reojo, sus ojos brillando con una advertencia. —No metas a Suguru en esto.

Mei Mei soltó una risa baja, acomodándose en el asiento trasero. —Oh, querido, esto se pone cada vez más interesante. Me pregunto cuánto durará esa "familia perfecta" tuya.

El resto del viaje transcurrió en un silencio tenso, con Satoru deseando terminar cuanto antes con el encuentro. Mientras tanto, Mei Mei no podía evitar planear cómo recuperar lo que consideraba suyo, sin importarle las consecuencias.

Mientras el auto avanzaba por la carretera, Mei Mei no pudo resistir la tentación de provocar a Satoru.

—Sabes, no puedo creer que hayas caído tan bajo —dijo, cruzando las piernas elegantemente. Su tono era afilado y calculado. —Suguru Geto, ¿en serio? ¿Qué tiene de especial? Oh, claro, un Omega abandonado por su Alfa anterior... ¿cómo era que se llamaba? ¿Toji?

Satoru apretó los dientes, tratando de mantener la calma, pero sus nudillos blancos en el volante revelaban su creciente frustración.

—No hables de él —gruñó, sin apartar la vista de la carretera.

—¿Por qué no? Es fascinante, ¿no crees? —continuó Mei Mei, fingiendo interés. —Un Omega embarazado, dejado a su suerte por un Alfa cualquiera. Y luego apareces tú, el gran Satoru Gojo, recogiendo las sobras como si fueras un santo.

El comentario encendió una chispa en Satoru. Frenó el auto bruscamente al costado de la carretera, girándose para enfrentarla. Sus ojos, ahora visibles tras quitarse las gafas, brillaban con intensidad.

—No tienes idea de lo que hablas —dijo con una voz baja y peligrosa. —Suguru es más fuerte, más valiente y más digno que cualquier Alfa que hayas conocido, incluido yo. Y no voy a tolerar que lo insultes.

Mei Mei sonrió, deleitándose en la reacción que había provocado. —Ay, Satoru. Siempre tan protector. ¿No ves que sólo digo la verdad? Ese Omega es una carga, una debilidad.

Satoru se inclinó hacia ella, su presencia dominante llenando el espacio. —Cuidado con lo que dices, Mei. Si vuelves a faltar el respeto a Suguru o a Tsumiki, te juro que este será el último viaje que hagas conmigo.

Mei Mei lo observó en silencio durante unos segundos, evaluando hasta dónde podía llegar. Finalmente, se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.

—Como quieras, querido. No quería ofender tus... sensibilidades.

Satoru volvió a arrancar el auto, pero su mente estaba nublada por la rabia. Mei Mei había tocado un tema que no estaba dispuesto a permitir, y aunque intentó calmarse, sabía que este encuentro sólo había reforzado su deseo de alejarse de ella lo más pronto posible.

El ambiente en el auto estaba cargado de tensión, pero Mei Mei no estaba dispuesta a dejar las cosas ahí. Se recostó con elegancia en el asiento, jugueteando con un mechón de su cabello mientras estudiaba el perfil endurecido de Satoru.

—Sabes, querido, siempre me pregunto cómo será vivir con alguien tan... quebrado emocionalmente como Suguru —comentó con un tono casual, pero claramente diseñado para provocar.

Satoru apretó más el volante, su paciencia al límite.

—Mei, ¿de verdad no tienes nada mejor que hacer que meterte en mi vida personal? —respondió con frialdad.

—Sólo estoy preocupada por ti, cariño. No quiero que te lastimen —dijo, fingiendo una dulzura que sólo aumentó la furia de Satoru. —Un Omega con tanto equipaje emocional puede ser agotador, ¿no crees?

Finalmente, Satoru frenó de golpe nuevamente, esta vez con más fuerza. El auto quedó en silencio por un momento, salvo por el sonido de ambos respirando con intensidad.

—¿Quieres saber lo agotador? —preguntó Satoru, girándose para enfrentarla con una mirada helada. —Lo agotador es lidiar con personas como tú, que creen que tienen derecho a opinar sobre lo que no les importa. Suguru no es una carga. Es mi pareja, y nuestra familia no es asunto tuyo.

Mei Mei levantó una ceja, claramente divertida por la explosión de Satoru. —Qué protector. Pero dime, ¿qué harás cuando se dé cuenta de que no eres suficiente? Los Omegas como él necesitan estabilidad, y tú... bueno, siempre has sido un espíritu libre.

Satoru sintió cómo su corazón se aceleraba, pero no por la rabia, sino por el miedo que esas palabras despertaban en lo más profundo de su mente. Pero no lo mostraría. No a Mei.

—Suguru me eligió a mí, no a ti ni a nadie más —respondió con firmeza, aunque su voz tembló ligeramente. —Y eso es todo lo que importa.

Mei Mei sonrió, como si hubiera ganado una pequeña batalla. —Lo que digas, querido. Pero no olvides lo que dicen... los lazos débiles se rompen fácilmente.

Satoru arrancó el auto sin decir otra palabra, enfocado en terminar este viaje lo antes posible. Pero mientras conducía, no podía dejar de pensar en sus palabras, por mucho que quisiera ignorarlas.

De vuelta en casa, Suguru estaba sentando en el sofá con Tsumiki en sus brazos, leyéndole un cuento. Su sonrisa suave al verlo entrar fue suficiente para calmar la tormenta en la mente de Satoru.

—Bienvenido de vuelta —dijo Suguru, levantando la vista.

Satoru cruzó la sala, tomó a Tsumiki de los brazos de Suguru y la levantó en el aire, haciéndola reír. Pero su mirada se suavizó cuando se inclinó hacia Suguru, besándolo con ternura en la frente.

—Nada ni nadie nos va a separar —susurró para sí mismo, como una promesa silenciosa.

Suguru acarició suavemente el cabello de Satoru, que se había acomodado en sus piernas con un suspiro. Tsumiki, con toda la energía de una niña pequeña, decidió usar el estómago de Satoru como un tambor improvisado, provocando risas y quejas fingidas del Alfa.

—Tsumiki, ten cuidado, o me voy a desmayar del dolor —bromeó Satoru, mientras la niña reía divertida.

Suguru sonrió, relajándose mientras miraba a su pequeña familia improvisada. Pero la tranquilidad no duraría.

Mientras tanto...

En un elegante y minimalista apartamento, Mei Mei estaba de pie junto a una amplia ventana, mirando las luces de la ciudad. Con su teléfono en mano, marcó un número que no había llamado en mucho tiempo, pero que sabía que respondería al instante.

Mei Mei marcó el número de Toji con impaciencia, tamborileando los dedos contra el borde de su ventana. Cuando finalmente respondió, su tono fue tan relajado como siempre, lo que solo alimentó la frustración de Mei.

—¿Qué pasa, Mei? —preguntó Toji, sonando casi aburrido.

—¿Qué pasa? ¡Eso debería preguntártelo yo! —espetó Mei, su voz cargada de enojo. —¿Por qué Suguru sigue con Satoru? ¿No se supone que te encargarías de mantenerlo lejos?

Toji soltó una carcajada baja, claramente sin tomarse la situación en serio. —No lo sé, quizás decidió abortar el idiota.

Mei se quedó momentáneamente en silencio, sorprendida por la falta de tacto en su respuesta. Su ceño se frunció de inmediato. —¿¡Abortar!? ¡Se suponía que debía estar lejos ya de Satoru!

—Mira, Mei, a mí no me grites. Yo hice mi parte del trabajo —replicó Toji, con un tono seco y sin un ápice de interés. —Que él haya decidido abortar no es mi problema.

Mei abrió la boca para replicar, pero antes de que pudiera continuar, Toji colgó la llamada abruptamente. La Omega se quedó mirando su teléfono, incrédula y furiosa.

—Maldito inútil... —murmuró, apretando los dientes mientras guardaba su teléfono.

Mientras tanto...

De vuelta en casa, Suguru estaba limpiando los platos después del desayuno mientras Satoru jugaba con Tsumiki en la sala. Aunque trataba de concentrarse en su tarea, no podía sacudirse una extraña sensación de inquietud.

—¿Suguru? —La voz de Satoru lo sacó de sus pensamientos. —¿Estás bien? Te ves... distraído.

Suguru sonrió débilmente, secándose las manos con un trapo. —Sí, solo pensando un poco.

Satoru se acercó, sosteniendo a Tsumiki en sus brazos. —Si es por algo que dije o hice, dímelo. Ya sabes que no soy bueno adivinando.

Suguru negó con la cabeza, dejando escapar una pequeña risa. —No, no es por ti. Sólo... cosas que prefiero no pensar ahora.

Satoru lo observó en silencio por un momento antes de acercarse más, colocando una mano en su mejilla. —Si hay algo que te preocupa, estoy aquí.

Suguru asintió, recibiendo el gesto con gratitud. Pero en el fondo, no podía ignorar que había algo más grande moviéndose en las sombras, algo que probablemente no tardaría en alcanzarlos.

..

Han pasado varios días desde que Suguru retomó su rutina laboral en la empresa de Satoru. Aunque todavía no se acostumbraba al trajín diario, se esforzaba por mantener todo bajo control. Esa mañana, después de dejar a Tsumiki en la guardería, llegó temprano al edificio, vistiendo un impecable traje negro que resaltaba su elegancia.

En cuanto entró a la oficina de Utahime, la encontró rodeada de papeles y con el teléfono en la mano. Su expresión reflejaba agotamiento, pero también una chispa de emoción. Suguru dejó su maletín a un lado y se acercó con una taza de té que había preparado especialmente para ella.

—Buenos días, Utahime. ¿No dormiste otra vez?

Ella alzó la mirada y suspiró aliviada al verlo. —Buenos días, Suguru. No, no he dormido mucho, pero es por una buena razón.

Él arqueó una ceja mientras tomaba asiento frente a su escritorio. —¿Algo relacionado con la boda?

Utahime asintió, esbozando una sonrisa cansada. —Sí, estoy terminando los últimos detalles. La ceremonia será pronto, y quiero que todo salga perfecto. Shoko insiste en que descanse, pero hay demasiadas cosas que revisar.

Suguru tomó un sorbo de su café antes de responder. —Entiendo que quieras que sea especial, pero no puedes olvidar cuidar de ti misma. Si te agotas ahora, ¿cómo vas a disfrutar del gran día?

Ella rió ligeramente, pero antes de que pudiera responder, su teléfono sonó. Utahime lo revisó rápidamente y negó con la cabeza, divertida. —Es Shoko. Dice que si no me relajo, me va a secuestrar y llevar a un spa.

Suguru se rió entre dientes. —Parece que tienes un equipo de rescate.

La conversación se interrumpió cuando el intercomunicador sonó, anunciando que Satoru quería a Suguru en su oficina. Utahime levantó una ceja, notando el leve cambio en la expresión de su secretario.

—Ve, antes de que el jefe empiece a quejarse —bromeó Utahime, haciendo un gesto para que se fuera.

—Gracias. Si necesitas algo, estaré de regreso después de hablar con él —dijo Suguru, tomando su maletín antes de salir.

Mientras caminaba hacia la oficina de Satoru, Suguru no podía evitar sentir un ligero nerviosismo. Trabajar bajo la mirada de alguien tan imponente como Satoru siempre era un desafío, pero también sabía que era un lugar donde podía ser él mismo, aunque fuera solo por unos momentos.

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Suguru llegó al piso superior, donde estaba la oficina de Satoru, y notó cómo las asistentes se movían rápidamente, dejando claro que el jefe estaba de humor impredecible. Golpeó suavemente la puerta antes de entrar, encontrándose con Satoru de pie frente a los ventanales, observando la ciudad.

—Me llamaste, Satoru —dijo Suguru, cerrando la puerta tras de sí.

Satoru se giró, mostrando una sonrisa juguetona, pero sus ojos tenían ese destello de seriedad que solo unos pocos conocían. —Ah, Suguru. Justo la persona que necesitaba.

—¿Qué ocurre? —preguntó, colocando su maletín sobre una mesa cercana.

Satoru señaló unos documentos en su escritorio. —Quiero que revises esto. Son propuestas de nuestros socios internacionales. Pero más importante... ¿ya almorzaste?

Suguru parpadeó, un poco desconcertado por el cambio repentino de tema. —Aún no, pero planeaba hacerlo después de revisar todo.

Satoru chasqueó la lengua y se acercó, tomando a Suguru de la muñeca con suavidad. —Eso no va a pasar. Vamos, vamos a almorzar juntos.

—¿Qué? No, espera, tengo mucho trabajo que hacer... —Suguru intentó protestar, pero Satoru ya lo estaba guiando fuera de la oficina.

—Nada de peros. Necesitas comer. Además, no puedo dejar que mi querido secretario pase hambre mientras yo disfruto de un buen almuerzo.

Algunos empleados miraban con curiosidad mientras el jefe arrastraba a su secretario personal hacia el ascensor. Suguru suspiró, resignado, pero no pudo evitar sonreír ante la actitud de Satoru.

Una vez llegaron al restaurante exclusivo en el edificio, Satoru pidió una mesa privada. Se acomodaron y, mientras esperaban la comida, Satoru descansó la barbilla en su mano, mirando fijamente a Suguru.

—¿Qué? —preguntó Suguru, incómodo bajo su mirada.

—Nada, solo estaba pensando en cómo te ves más cansado últimamente. ¿Es por Tsumiki?

Suguru negó con la cabeza. —No es eso. Solo han sido días pesados. Entre el trabajo, Tsumiki y… otras cosas.

Satoru frunció el ceño ligeramente, preocupado. —Si necesitas ayuda, solo dilo. Sabes que estoy aquí, ¿verdad?

El tono genuino de Satoru desarmó a Suguru. Bajó la mirada y jugueteó con su servilleta. —Lo sé, Satoru. Gracias.

La comida llegó, y la conversación se tornó más ligera, llena de bromas y anécdotas. Aunque Suguru intentó mantenerse serio, la energía de Satoru siempre lograba relajarlo.

Después del almuerzo, mientras volvían al piso ejecutivo, Satoru se detuvo de repente en el pasillo vacío.

—Suguru.

—¿Sí? —preguntó, volteándose para mirarlo.

Satoru dio un paso hacia él, acortando la distancia. Colocó una mano en su mejilla y le sonrió con ternura. —Solo quería decirte que… me encanta verte sonreír.

Suguru sintió cómo sus mejillas se calentaban, pero antes de que pudiera responder, Satoru volvió a caminar hacia la oficina como si nada.

—¡Vamos! Tenemos trabajo que hacer —dijo Satoru, girándose y lanzándole una mirada traviesa.

Suguru suspiró, pero una pequeña sonrisa se asomó en sus labios. Trabajar con Satoru siempre era una montaña rusa de emociones.

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De regreso en la oficina, Suguru retomó su lugar detrás de su escritorio, mientras Satoru revisaba algunos documentos importantes. El ambiente estaba relativamente tranquilo, interrumpido solo por el sonido de las teclas del teclado y el ocasional suspiro de Satoru cuando algo no le cuadraba.

—¿Sabes? —dijo Satoru, rompiendo el silencio—. A veces creo que trabajar aquí sería mucho más aburrido si no estuvieras tú.

Suguru levantó la vista de sus papeles y arqueó una ceja. —¿Eso significa que soy tu entretenimiento personal?

Satoru sonrió, dejando los documentos a un lado. —Más bien, mi razón para no volverme loco.

Suguru rodó los ojos, pero no pudo evitar que sus labios se curvaran en una ligera sonrisa. Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió de golpe y Utahime entró con una pila de carpetas.

—¡Satoru! ¿Por qué no me dijiste que adelantaste la reunión con los inversionistas? —reclamó, dejando las carpetas sobre el escritorio.

Satoru se encogió de hombros, sin un atisbo de arrepentimiento. —Pensé que sería divertido sorprenderte.

Utahime lo fulminó con la mirada y luego se giró hacia Suguru, quien intentaba no reír. —Suguru, ¿puedes encargarte de esto? Es el informe actualizado de las proyecciones.

—Claro, Utahime —respondió, tomando las carpetas y comenzando a revisarlas de inmediato.

—¿Ves? Por eso Suguru es el mejor. Siempre está dispuesto a ayudar —dijo Satoru, reclinándose en su silla con una sonrisa autosuficiente.

Utahime suspiró y decidió ignorarlo. —Suguru, también necesito que me confirmes la lista de asistentes para la reunión de esta tarde.

—En cuanto termine esto, lo haré —aseguró Suguru, manteniéndose eficiente como siempre.

Mientras Utahime se marchaba murmurando algo sobre "alguien que debería tomar su trabajo más en serio", Satoru se inclinó hacia Suguru, apoyando el codo en el escritorio de este.

—¿Sabes? Creo que Utahime me odia un poco.

—Un poco es quedarse corto —respondió Suguru, sin mirarlo mientras seguía revisando los documentos.

Satoru soltó una carcajada y se acercó más, bajando la voz. —¿Y tú? ¿También me odias un poco?

Suguru levantó la mirada, encontrándose con los ojos intensos de Satoru. Había algo en su tono que, aunque juguetón, llevaba un trasfondo de sinceridad.

—No —dijo suavemente—. Pero a veces me haces pensar en ello.

Satoru rió de nuevo, satisfecho con la respuesta, y se enderezó. —Bueno, mientras no me odies del todo, creo que estamos bien.

Suguru negó con la cabeza, volviendo a su trabajo, pero no pudo evitar que una sonrisa se asomara en su rostro. Trabajar en esa oficina definitivamente era un desafío, pero con Satoru ahí, cada día era diferente.

La tarde avanzaba entre llamadas, reuniones y correos interminables. Suguru estaba organizando los documentos para la próxima presentación cuando Satoru, aburrido de su propia pila de papeles, decidió estirarse en su silla y observarlo desde su escritorio.

—¿Cómo es que te ves tan bien haciendo cosas tan mundanas? —preguntó Satoru, apoyando la barbilla en su mano.

Suguru, sin levantar la vista, respondió: —¿Cómo es que siempre encuentras una manera de distraerme cuando tengo trabajo que hacer?

Satoru sonrió, como si fuera un cumplido. —Es un talento natural.

Antes de que Suguru pudiera responder, el intercomunicador de la oficina sonó. Utahime estaba del otro lado.

—Suguru, ¿puedes venir a mi oficina un momento? Necesito revisar unos detalles del contrato.

—Claro, en un segundo —respondió él.

Satoru frunció el ceño, como si estuviera molesto por perder a su compañero de oficina, aunque sabía que Utahime realmente necesitaba a Suguru.

—No te tardes, ¿eh? —bromeó Satoru mientras Suguru recogía su libreta y salía de la habitación.

Una vez que Suguru estuvo fuera, Satoru dejó escapar un suspiro y volvió a mirar los documentos frente a él. Aunque no lo admitiera, trabajar se sentía menos pesado con Suguru cerca.

Mientras tanto, en la oficina de Utahime, esta le mostró a Suguru unas cláusulas complicadas del contrato, y los dos trabajaron juntos durante unos minutos. Sin embargo, Utahime no tardó en notar algo.

—Oye, Suguru, ¿qué tal van las cosas con Satoru? —preguntó casualmente mientras revisaba un documento.

Suguru levantó la mirada, sorprendido por la pregunta. —¿A qué te refieres?

Utahime sonrió. —Vamos, no te hagas. Todos notamos cómo te mira. Y, bueno... cómo lo miras tú también.

Suguru se sintió un poco incómodo, pero trató de disimularlo. —Es solo Satoru siendo Satoru. Ya sabes cómo es.

—Sí, pero contigo es diferente —insistió Utahime, cerrando la carpeta frente a ella—. Nunca lo he visto así con nadie más.

Suguru no respondió de inmediato, pero sus pensamientos se desviaron hacia los pequeños momentos entre ellos, las sonrisas compartidas, los comentarios ingeniosos, y la manera en que Satoru siempre encontraba una excusa para estar cerca de él.

—Supongo que... no me molesta —admitió finalmente, con una ligera sonrisa.

Utahime le devolvió la sonrisa, satisfecha con la respuesta. —Bueno, mientras estés feliz, eso es lo que importa.

De regreso en la oficina de Satoru, este se encontraba revisando el reloj, preguntándose cuánto más tardaría Suguru. Cuando finalmente regresó, Satoru se iluminó como un niño viendo regresar a su amigo del recreo.

—Pensé que Utahime te había secuestrado.

—No exageres. Fue solo un rato —respondió Suguru, dejando sus cosas en el escritorio.

Satoru se levantó y se estiró. —Perfecto, porque ya me cansé de trabajar. Vamos a almorzar.

Suguru arqueó una ceja. —¿No tienes una reunión en veinte minutos?

—Puedo moverla. Prioridades, ¿sabes?

Suguru soltó una carcajada. —Eres imposible.

—Y tú me adoras por eso —respondió Satoru con una sonrisa descarada, tomando su abrigo y esperando a que Suguru lo siguiera.

Aunque trabajaran en un entorno exigente, momentos como ese hacían que todo valiera la pena.

Satoru y Suguru salieron de la oficina, tomando el ascensor hasta el estacionamiento. Mientras bajaban, Satoru seguía insistiendo en invitarlo a un restaurante elegante cercano.

—¿Qué tal sushi? ¿O prefieres algo francés? —preguntó Satoru, revisando su teléfono para hacer una reserva.

—Satoru, no necesitamos ir a un lugar tan lujoso cada vez que almorzamos —respondió Suguru con una sonrisa.

—¿Y privarme de verte disfrutar comida gourmet? Jamás. Además, puedo permitírmelo —replicó Satoru, guiñándole un ojo.

Cuando llegaron al restaurante, Satoru insistió en pedir varios platos, a pesar de las protestas de Suguru de que era demasiado. Durante el almuerzo, la conversación se desvió hacia temas más ligeros, desde anécdotas del trabajo hasta recuerdos de la universidad.

En medio de la comida, Satoru se quedó mirándolo fijamente, apoyando el mentón en su mano.

—¿Qué? —preguntó Suguru, sintiéndose un poco cohibido bajo su intensa mirada.

—Solo estoy pensando en lo afortunado que soy de tenerte cerca —respondió Satoru, con una sinceridad que desarmó a Suguru.

Suguru bajó la mirada, escondiendo una pequeña sonrisa. —Eres un tonto, ¿lo sabías?

—Quizás, pero soy tu tonto —replicó Satoru sin perder el ritmo.

Después del almuerzo, volvieron a la oficina, encontrándose con Utahime en el pasillo.

—¿Y dónde estaban ustedes dos? —preguntó ella, cruzándose de brazos.

—Almorzando. ¿Por qué? ¿Me extrañaste? —bromeó Satoru, ganándose una mirada de desaprobación.

—No, pero te buscaban para la reunión que decidiste "mover". Así que más te vale estar listo, porque te están esperando —dijo Utahime antes de irse.

Suguru soltó una carcajada mientras Satoru suspiraba.

—Sabía que algo se me olvidaba —murmuró Satoru, ajustándose la corbata antes de dirigirse a la sala de reuniones.

Suguru volvió a su escritorio, pero no pudo evitar pensar en las palabras de Satoru durante el almuerzo. Aunque siempre había sido juguetón y descarado, había algo en su tono que parecía más profundo, más sincero.

Quizás, después de todo, Satoru realmente estaba dispuesto a todo por mantenerlo a su lado.

  ...

Mei Mei decidió que la mejor manera de distraerse y desahogarse era pasar tiempo con los Zenin, una familia con la que tenía ciertos contactos. Se dirigió a su mansión y encontró a las hermanas Maki y Mai disponibles.

Maki estaba en el jardín, practicando movimientos con una katana, mientras su pareja, Yuta Okkotsu, la observaba con una mezcla de admiración y preocupación. Mai, por otro lado, estaba tumbada en un sillón con una bebida fría, claramente sin intención de hacer nada productivo.

—Oh, aquí están las Zenin más perezosas —anunció Mei con una sonrisa fingida.

—¿Qué quieres, Mei? —preguntó Mai sin siquiera abrir los ojos.

—Salir. Hablar. Desahogarme. Estoy rodeada de incompetentes últimamente, y necesito compañía que al menos finja ser interesante.

—No me interesa —respondió Maki de inmediato, limpiando su espada.

—A mí tampoco —añadió Mai, llevándose su bebida a los labios.

Pero Mei Mei no iba a aceptar un no por respuesta. Se cruzó de brazos, levantó una ceja y lanzó un suspiro dramático que hizo que incluso Yuta mirara incómodo.

—¿Saben? A veces me pregunto cómo es posible que sean hermanas mías en espíritu y no puedan ayudarme cuando más lo necesito. ¿Acaso la solidaridad femenina ya no existe?

—No somos tus hermanas, Mei —gruñó Maki, sin levantar la mirada.

—¡No importa! —dijo Mei, avanzando hacia ellas con determinación—. Hoy vamos a salir. Y tú también, Yuta. Necesito testigos de mi sufrimiento.

Antes de que pudieran protestar, Mei ya estaba tirando de los brazos de las hermanas y arrastrándolas hacia la salida.

—¿Qué pasa si no queremos ir? —preguntó Mai, claramente molesta.

—Entonces contaré esa historia sobre la vez que te emborrachaste y...

—¡Ya voy! —gritó Mai, poniéndose de pie de un salto.

Yuta intentó excusarse, pero Maki lo atrapó con una mirada que claramente decía: "Si yo voy, tú también".

En un bar exclusivo...

Mei Mei estaba en el centro de atención, sosteniendo un cóctel y contando sus desgracias con una mezcla de dramatismo y desdén.

—¡Es que no lo entiendo! ¿Cómo puede Suguru seguir con Satoru? ¡Si incluso Toji le dio una oportunidad para alejarse! —se quejaba, golpeando la mesa con delicadeza para no derramar su bebida.

—¿Es en serio? Nos arrastraste aquí para hablar de Suguru y Satoru —bufó Mai, girando los ojos.

—Honestamente, Mei, parece que estás más obsesionada con su vida amorosa que ellos mismos —añadió Maki, tomando un sorbo de su cerveza.

—No estoy obsesionada, estoy preocupada —replicó Mei, llevándose una mano al pecho como si hubiera sido insultada gravemente—. Suguru podría tener un futuro brillante, pero no mientras esté atado a ese idiota arrogante.

—¿Y tú qué harías? —preguntó Yuta, claramente interesado en calmar la situación.

—Oh, tengo mis métodos —respondió Mei con una sonrisa enigmática.

Maki y Mai compartieron una mirada.

—Esto no va a terminar bien —murmuró Mai, mientras Mei continuaba desahogándose, enumerando sus planes e ideas para "rescatar" a Suguru, aunque claramente parecían más para satisfacer sus propios deseos de control.

La noche continuó entre confesiones, quejas y algunas risas incómodas, con Mei claramente disfrutando su desahogo y los demás tratando de no perder la paciencia.

Mei Mei seguía con su perorata, gesticulando dramáticamente mientras apuraba su tercer cóctel de la noche.

—¡Satoru es un desastre como esposo! —exclamó, llevándose una mano a la frente como si estuviera al borde del colapso—. ¿Cómo puede alguien ser tan brillante en todo y tan terrible en el matrimonio? ¡Ese hombre anda de infiel con Geto como si fuera lo más normal del mundo!

Mai, apoyada en la barra, bebía su trago mientras lanzaba miradas casuales a los chicos que pasaban por el lugar. No parecía muy interesada en el drama, pero de vez en cuando asentía para que Mei pensara que estaba escuchando.

—¿Y qué esperabas? —comentó Mai, con desdén—. Siempre ha sido un ególatra.

Maki, por otro lado, estaba algo más involucrada. Aunque no lo admitiera, la idea de un matrimonio tan disfuncional entre dos alfas poderosos le resultaba curiosa. Mientras bebía su cerveza, lanzó una mirada crítica a Mei.

—¿Y tú qué esperabas de alguien como Gojo? Él nunca ha sido precisamente el modelo de estabilidad emocional.

—¡Eso no lo excusa! —gritó Mei, golpeando la mesa, lo que hizo que algunos clientes del bar voltearan a verla.

Yuta, que había estado en silencio hasta ahora, terminó su jugo de frutas y se aclaró la garganta.

—Bueno, técnicamente, creo que el problema no es solo de Satoru. Suguru también tiene algo de culpa, ¿no? Si ambos se aman tanto, ¿por qué permiten que las cosas lleguen a este punto? —dijo con calma, mirando a Mei.

El comentario de Yuta sorprendió a todos. Incluso Maki dejó de beber para observarlo con curiosidad. Mei entrecerró los ojos, como si estuviera procesando sus palabras.

—Esa es una buena pregunta, Yuta —respondió Mei, después de un momento de reflexión—. Pero te diré algo: el problema es que Suguru es demasiado blando. Lo consiente en todo. Si fuera más firme, Satoru no se atrevería a andar haciendo de las suyas.

Mai soltó una risa sarcástica.

—¿Y qué sugieres? ¿Que Suguru le ponga un bozal?

Mei ignoró el comentario y siguió hablando, cada vez más apasionada.

—Lo que Suguru necesita es alguien que lo guíe. Y Satoru necesita a alguien que lo ponga en su lugar. Tal vez yo debería tomar cartas en el asunto.

—¿Y qué harías? —preguntó Maki, levantando una ceja.

—Intervenir, por supuesto. Ese matrimonio necesita una mano firme, y yo soy la única que puede dársela.

Yuta asintió lentamente, aunque estaba claro que no estaba seguro de cómo tomar el plan de Mei.

—Bueno, espero que no empeores las cosas —murmuró, mirando de reojo a Maki, quien lo observaba con una expresión que claramente decía: "No la animes".

La noche continuó con Mei alternando entre insultos a Satoru y propuestas para "rescatar" a Suguru, mientras Mai seguía observando a los chicos, Maki intentaba no perder la paciencia, y Yuta trataba de mediar en la conversación con comentarios diplomáticos.

(Nota: Yuta el verdadero consejero de las girlys ƪ⁠(⁠˘⁠⌣⁠˘⁠)⁠ʃ)

Mei Mei, con el maquillaje ya corrido por las lágrimas y el rostro enrojecido por la mezcla de alcohol y frustración, golpeó la mesa con fuerza, atrayendo algunas miradas de los demás presentes en el bar.

—¡Suguru es un maldito gata rompe hogares! —gritó entre sollozos, mientras se servía otro trago, apenas logrando controlar su mano temblorosa.

Yuta, que estaba tratando de mantenerse al margen del drama, parpadeó varias veces, claramente abrumado por la intensidad de la situación. Conocía a Satoru y a Suguru solo de nombre, por ser figuras bastante conocidas, y aunque sabía algo de su complicada historia, no estaba preparado para presenciar este nivel de caos emocional en persona.

—Bueno, ¿y qué? —intervino Mai con una risa seca, apoyando su cabeza en una mano mientras sostenía su vaso con la otra—. Si no mal recuerdo, tú también andabas de metida cuando esos dos estaban casados. Así que, ahora que tú estás con Satoru, supongo que es tu karma, ¿no lo crees?

Mei, al escuchar eso, se congeló por un momento, como si estuviera procesando las palabras de Mai. Luego, con un movimiento brusco, se levantó de su asiento y señaló a la chica con un dedo tembloroso.

—¡No tienes idea de lo que estás diciendo, Mai! —gritó, furiosa—. ¡Yo nunca fui una rompe hogares! ¡Satoru ya estaba harto de Suguru cuando llegó a mí!

Mai simplemente se encogió de hombros, bebiendo un sorbo de su trago con una sonrisa burlona.

—Claro, Mei, claro... —respondió con un tono sarcástico—. Seguramente te convenciste de eso para poder dormir tranquila por las noches.

Yuta tragó en seco, mirando de un lado a otro, intentando encontrar alguna forma de calmar las cosas sin empeorarlas.

—Eh... bueno, no creo que sea momento de culpar a nadie, ¿verdad? —intentó mediar, con una sonrisa nerviosa—. Todos cometemos errores, ¿no?

Pero Mei no escuchó. En lugar de eso, se giró hacia Yuta, todavía molesta.

—¡Y tú qué sabes, mocoso! —le espetó—. ¡No tienes idea de lo difícil que es lidiar con alguien como Satoru! ¡Es un alfa arrogante que solo piensa en sí mismo!

Maki, que había estado en silencio hasta ahora, suspiró con fuerza y se cruzó de brazos.

—Mei, tal vez deberías tomarte un momento para calmarte —sugirió, con el tono de quien claramente ya había tenido suficiente drama por una noche—. Si sigues gritando así, van a echarnos del bar.

Pero Mei no estaba dispuesta a calmarse. En su mente, todo el mundo estaba contra ella, y no iba a permitir que nadie la pisoteara, especialmente no alguien como Mai, que seguía sonriendo con desdén desde su lugar.

—¡Esto no es mi culpa! —insistió Mei, golpeando la mesa de nuevo—. ¡Es culpa de Suguru por no saber quedarse en su lugar y de Satoru por ser tan débil como para caer en sus trampas!

Yuta intercambió una mirada con Maki, claramente incómodo. Maki solo negó con la cabeza, como diciéndole que lo dejara pasar.

Finalmente, Mei, viendo que no tenía más apoyo en la mesa, resopló y se dejó caer en su asiento, cruzando los brazos como una niña malcriada.

—¡Todos están en mi contra! —murmuró, con un puchero.

Mai, por supuesto, no perdió la oportunidad de soltar otro comentario.

—Claro que sí, Mei. Todos están confabulando para arruinar tu vida perfecta.

La noche continuó con Mei lanzando más quejas e indirectas, mientras Mai seguía disfrutando de sus comentarios sarcásticos, Maki intentaba mantener la paz, y Yuta simplemente rezaba para que la noche terminara pronto.

(Nota: Amo a las hermanas Zenin JAJDJA siento que serían la representación más tranquila de lo que ustedes harían con esta Mei Mei)

Shoko estaba sentada en el cómodo sillón de su sala, con las piernas cruzadas y un kit de esmaltes esparcido sobre la mesita de café. Mientras aplicaba con precisión un color burdeos en sus uñas, tenía el teléfono sujetado entre su hombro y su oreja, hablando con una maquilladora para agendar una cita antes del día de su boda.

—Sí, quiero algo sencillo, pero elegante. Ya sabes, algo que combine con un vestido marfil... Claro, claro, confío en ti —dijo con una sonrisa mientras soplaba suavemente sobre sus uñas para secarlas.

Sin embargo, aunque Shoko hablaba con aparente entusiasmo, su mente estaba en otra cosa. O mejor dicho, en alguien más: Suguru.

Desde hacía días, una inquietud latente había estado rondando su cabeza. ¿Podría ser cierto que Suguru estaba embarazado? Las señales eran confusas, y aunque no quería meterse demasiado en su vida privada, no podía evitar preocuparse por su amigo. Sabía que Suguru estaba pasando por un momento complicado, y la posibilidad de un embarazo solo complicaría las cosas aún más.

—Perfecto, entonces te veo el viernes a las diez. Gracias —finalizó la llamada y dejó el teléfono sobre la mesa. Suspiró profundamente, dejando el pincel del esmalte de lado.

Se quedó mirando al techo por un momento, debatiéndose entre si debía o no llamar a Suguru para preguntarle directamente. Sin embargo, conocía a su amigo lo suficiente como para saber que no era alguien que se abriera fácilmente, especialmente cuando estaba lidiando con algo complicado.

Finalmente, Shoko decidió dejar de darle vueltas al asunto. Se puso de pie, sacudiéndose las manos para asegurarse de que el esmalte estuviera completamente seco, y tomó su teléfono nuevamente.

—Solo una llamada para saber cómo está... No tiene nada de malo, ¿verdad? —murmuró para sí misma mientras marcaba el número de Suguru.

El tono de llamada sonó varias veces antes de que finalmente contestara.

—¿Shoko? ¿Pasa algo? —la voz de Suguru sonaba cansada, pero amable como siempre.

—No, nada grave. Solo quería saber cómo estás... Hace días que no hablamos, y bueno, ya sabes cómo soy, siempre preocupándome por tonterías —respondió Shoko con una ligera risa, intentando sonar casual.

Suguru tardó un momento en responder, pero finalmente suspiró al otro lado de la línea.

—Estoy bien... o lo estoy intentando, al menos —admitió con honestidad.

—¿Seguro? Porque si hay algo en lo que pueda ayudarte, lo que sea, sabes que estoy aquí, ¿verdad?

—Lo sé, Shoko. Y lo agradezco, de verdad... —Suguru hizo una pausa antes de cambiar de tema abruptamente—. Pero, ¿y tú? ¿Lista para la boda?

Shoko notó el cambio de tema, pero decidió no presionar.

—Por supuesto. Aunque, honestamente, estoy más nerviosa de lo que pensaba. Pero no importa, todo estará perfecto —respondió, dejando escapar una pequeña risa.

Hablaron un rato más sobre temas ligeros, pero cuando colgaron, Shoko seguía sintiendo esa inquietud en el pecho. Algo le decía que Suguru estaba lidiando con más de lo que quería admitir, y ella estaba decidida a encontrar la manera de ayudarlo, aunque tuviera que esperar a que él estuviera listo para abrirse.

Mientras tanto, Suguru estaba cómodamente recostado en el sofá de su sala, con un bol en las manos lleno de una extraña mezcla de malvaviscos, pretzels, y trozos de chocolate. Otra de sus improvisadas creaciones culinarias, fruto de antojos inexplicables que últimamente no podía ignorar. Mordisqueaba distraídamente un malvavisco, sintiendo una combinación extraña de dulzura y sal que, para su sorpresa, le resultaba reconfortante.

Aunque trataba de relajarse, no podía evitar recordar la llamada de Shoko. Había notado cierta preocupación en su voz, algo que lo inquietaba más de lo que quería admitir. Se preguntaba si ella había notado algo que él intentaba ocultar o si simplemente estaba siendo la amiga protectora de siempre.

—¿Por qué de repente todos están tan pendientes de mí? —murmuró para sí mismo, llevándose otro malvavisco a la boca.

El sonido de un mensaje en su teléfono lo sacó de sus pensamientos. Lo tomó y vio que era un mensaje de Satoru.

"¿Cómo estás? ¿Necesitas algo?"

Suguru suspiró, un poco abrumado por la repentina atención de todos. Contestó rápidamente con un breve: "Estoy bien, no te preocupes."

Se acomodó mejor en el sofá y dejó el teléfono a un lado, intentando ignorar la sensación de que algo estaba cambiando a su alrededor. Pero, por más que quisiera evadirlo, sabía que había algo que no podía seguir ignorando: su creciente malestar físico y emocional.

Los antojos extraños, el cansancio constante, y esa sensación de pesadez no eran normales. Aunque había intentado convencer a Shoko y a Satoru (y a sí mismo) de que todo estaba bien, sabía que era momento de enfrentar la posibilidad de que algo más estuviera sucediendo.

—Tal vez debería hablar con Shoko... pero no ahora. Más tarde... —se dijo, cerrando los ojos por un momento y dejando que el cansancio lo venciera, aunque fuera solo por unos minutos.

En ese instante, Tsumiki apareció en la sala, sosteniendo un libro para colorear en una mano y un puñado de crayones en la otra.

—¡Mami! ¿Puedo colorear aquí contigo? —preguntó, con esa dulzura que siempre lograba sacarle una sonrisa a Suguru, sin importar lo que estuviera pasando.

—Claro, cariño. Ven aquí —dijo, haciéndole espacio en el sofá y abrazándola cuando se acomodó a su lado.

Mientras Tsumiki coloreaba felizmente, Suguru la observaba, sintiendo que, a pesar de las dificultades, tenerla en su vida era lo único que realmente importaba. Pero, en el fondo, sabía que tarde o temprano tendría que enfrentarse a la verdad, no solo por él, sino también por ella.

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Era una mañana normal en la empresa, pero desde que Suguru llegó, algo parecía diferente. Su ceño fruncido y su andar apresurado eran señales claras de que no estaba de humor para lidiar con nadie. Entró a la oficina de Utahime sin siquiera saludar, dejando su bolso sobre la mesa con un golpe que hizo eco en la habitación.

—Llegas tarde —dijo Utahime, mirándolo con una mezcla de sorpresa y molestia.

—Y tú deberías preocuparte menos por mi horario y más por tu maldita pila de trabajo atrasado —replicó Suguru, su tono cargado de veneno.

Utahime abrió la boca para responder, pero se quedó sin palabras. Nunca había visto a Suguru comportarse así. Lo conocía como alguien tranquilo y profesional, incluso en los peores días, pero esto era... diferente.

Mientras tanto, en la oficina de al lado, Satoru acababa de llegar con su usual energía desbordante. Llevaba un café en la mano y una sonrisa que se desvaneció en cuanto vio la expresión de Suguru cuando pasó junto a él.

—¿Todo bien, amor? —preguntó Satoru, intentando aliviar la tensión con un apodo cariñoso.

—No me llames así aquí. Estoy ocupado —respondió Suguru sin mirarlo, sus palabras como un balde de agua fría para Satoru.

Satoru parpadeó, claramente sorprendido, pero decidió no insistir.

—De acuerdo, pero si necesitas hablar... estoy aquí.

Suguru no respondió, ni siquiera levantó la vista de los documentos que fingía leer. Satoru se quedó parado un momento antes de marcharse, su humor completamente opuesto al que había tenido al entrar.

La tensión en la oficina era palpable. Incluso los demás empleados parecían notar el cambio en Suguru, evitando cualquier interacción innecesaria con él.

Utahime, sin embargo, no podía dejarlo pasar. Más tarde, en un momento en el que ambos estaban solos, decidió confrontarlo.

—Suguru, ¿qué demonios te pasa hoy? ¿Por qué estás siendo tan grosero con todos, incluso con Satoru?

Suguru levantó la vista de su escritorio, sus ojos oscuros y cansados.

—Nada que te importe, Utahime. Haz tu trabajo y deja de meterte en mi vida.

Esa respuesta fue la gota que colmó el vaso para Utahime.

—¡Escucha, sé que algo te está molestando, pero eso no te da derecho a tratar a todos como basura, especialmente a Satoru! —exclamó, claramente molesta.

Suguru apretó los puños, su mandíbula tensándose. Quería gritar, desahogarse, pero no podía. No aquí, no ahora. Sin decir una palabra más, se levantó y salió de la oficina, dejando a Utahime furiosa y preocupada al mismo tiempo.

En el pasillo, Satoru lo interceptó, su expresión seria.

—Suguru, ¿quieres hablar de esto? No soy ciego, sé que algo está pasando contigo.

Pero en lugar de abrirse, Suguru simplemente lo miró con frustración.

—No necesito que me sigas como un perro perdido, Satoru. Déjame en paz.

Satoru dio un paso atrás, dolido, pero asintió lentamente.

—De acuerdo. Pero cuando estés listo, aquí estaré.

Suguru se fue sin responder, su mente una tormenta de emociones que no sabía cómo manejar. Lo único que sabía era que estaba empujando a todos los que le importaban, y no podía detenerse.

Suguru se sentó en su escritorio, con la mirada fija en la pantalla de la computadora, pero no estaba realmente concentrado. Sus dedos se movían mecánicamente sobre el teclado, pero cada movimiento irradiaba una tensión palpable. El ambiente en su oficina se había vuelto denso, tanto que sus compañeros apenas se atrevían a acercarse a él.

Utahime entró con un par de documentos que necesitaban revisión urgente, pero su paso se volvió vacilante cuando sintió la energía que emanaba de Suguru.

—Suguru, necesito que revises esto para hoy mismo —dijo, intentando mantener un tono neutral.

Suguru tomó los papeles sin siquiera mirarla.

—Déjalo ahí. Lo haré cuando tenga tiempo.

La frialdad de su voz hizo que Utahime frunciera el ceño.

—Es urgente —insistió, tratando de no perder la paciencia.

—¿Y no puedes hacerlo tú? —replicó Suguru, sin levantar la vista.

Utahime apretó los labios, respirando hondo para no responder de manera agresiva.

En el otro lado del edificio, Satoru se encontraba en una reunión, pero no podía concentrarse. Sabía que algo estaba mal con Suguru, y su mente no dejaba de volver a las interacciones tensas de la mañana. Apenas terminó la reunión, decidió volver a la oficina de su esposo.

Cuando entró, encontró a Suguru revisando documentos con el ceño fruncido. Satoru cerró la puerta detrás de él, decidido a abordar el problema de frente.

—Suguru, no puedes seguir así —dijo, cruzando los brazos.

Suguru finalmente levantó la vista, su expresión agotada y molesta.

—¿Así cómo, Satoru? Estoy haciendo mi trabajo, ¿no es eso lo que se supone que debo hacer?

—No de esta manera. Tu aura está tan tensa que todos a tu alrededor están caminando sobre cáscaras de huevo. Incluso Utahime, y eso ya es decir mucho.

Suguru bufó, recostándose en su silla.

—No tengo tiempo para tus dramatismos ahora.

Satoru apretó los labios, intentando mantener la calma.

—No es dramatismo. Estoy preocupado por ti. Todos lo estamos. ¿Qué te está pasando?

Suguru lo miró por un largo momento, como si estuviera considerando qué decir, pero finalmente negó con la cabeza.

—No necesito tu preocupación, Satoru. Solo necesito que me dejes hacer mi trabajo.

Antes de que Satoru pudiera insistir, Suguru se levantó de su silla y tomó los documentos, caminando hacia la oficina de Utahime sin decir una palabra más.

Satoru suspiró profundamente, apoyando la frente contra la puerta cerrada. Sabía que algo estaba afectando a Suguru profundamente, pero también sabía que no podía obligarlo a hablar si no estaba listo.

Utahime salió de su oficina, claramente frustrada. No podía entender qué le pasaba a Suguru, pero su actitud no solo le estaba afectando a ella, sino a todos los demás. Decidida, caminó hasta la oficina de Satoru, quien estaba sentado con los pies sobre el escritorio, jugando con un bolígrafo mientras fingía revisar unos papeles.

—¡Gojo! —exclamó Utahime, cruzando los brazos.

Satoru levantó la vista, arqueando una ceja.

—¿Qué hice ahora?

—Eso mismo quiero saber. ¿Qué le hiciste a Suguru? Está insoportable. Si le pasa algo, seguro es tu culpa.

Satoru suspiró y dejó el bolígrafo sobre la mesa.

—No le hice nada, Utahime. Te lo juro.

—¿Entonces por qué está actuando como si todo el mundo le debiera algo? —insistió ella.

—No lo sé. —Satoru se encogió de hombros, aunque su mirada delataba preocupación. —He intentado hablar con él, pero no quiere decirme qué le pasa.

Utahime lo observó con escepticismo.

—¿Seguro que no dijiste algo estúpido? Porque siendo tú, no sería raro.

—Oye, no me subestimes. Esta vez no fui yo.

Utahime bufó, pero antes de que pudiera decir algo más, la puerta de la oficina de Suguru se abrió y él salió con un semblante aún más tenso. Al verlos, frunció el ceño.

—¿De qué están hablando? —preguntó, con un tono cortante.

Utahime miró a Satoru, quien simplemente se encogió de hombros.

—Nada importante —dijo Gojo, intentando restarle importancia.

Pero Suguru no estaba de humor para evasivas.

—Si tienen algo que decir sobre mí, díganlo en mi cara.

—¡Ah, no empieces tú también! —exclamó Utahime, alzando las manos al aire. —Estoy tratando de hacer mi trabajo, y tú estás arruinando el ambiente para todos.

Suguru la miró con dureza, pero antes de que pudiera responder, Satoru se interpuso.

—Ya basta. —Su tono era firme, algo poco común en él. —Suguru, si necesitas un descanso, tómalo. Pero no descargues tus problemas en los demás.

Por un momento, Suguru pareció a punto de decir algo, pero finalmente negó con la cabeza y se fue, dejando a ambos atrás.

—Esto va a ser un largo día, ¿verdad? —murmuró Utahime, masajeándose las sienes.

Satoru asintió, mirando la puerta por donde había salido Suguru, una mezcla de preocupación y determinación en su expresión.

—Sí, pero no voy a dejar que esto termine así.

(Nota:  Amo hacer a Satoru todo un buen esposito con Geto vv \⁠(⁠ϋ⁠)⁠/)

Gojo decidió que era momento de reconciliarse con Suguru de una forma especial. No podía dejar que esa tensión siguiera arruinando el ambiente. Así que, con Utahime a su lado, se dirigió a una floristería de lujo para comprar algo que sabía que a Suguru le encantaría.

—¿Estás seguro de que un ramo de lavandas con tulipanes será suficiente? —preguntó Utahime mientras caminaban por la tienda.

—Claro que sí —respondió Satoru, confiado. —A Suguru le encantan las flores, y estas son sus favoritas.

Después de seleccionar un ramo grande y hermoso, el florista les informó que el costo era de 20,000 wones. Satoru no dudó ni un segundo en sacar su billetera y pagarlo, emocionado por la reacción que esperaba de Suguru.

—¿Y los chocolates? —le recordó Utahime.

—Ya los pedí a domicilio, llegarán justo cuando entregue las flores —respondió Satoru con una sonrisa.

—Eres un caso perdido, pero esto es dulce —dijo Utahime, divertida. —Espero que funcione, porque, sinceramente, Suguru está insoportable últimamente.

—No te preocupes, conmigo nadie se resiste —aseguró Satoru con un guiño.

---

Cuando regresaron a la empresa, Satoru cargaba el ramo con cuidado, intentando que no se arruinara. Utahime lo acompañaba con una pequeña caja de dulces que él había comprado también. Se detuvieron frente a la oficina de Suguru, y Satoru respiró hondo antes de entrar.

—Deséame suerte —le susurró a Utahime.

—Solo no metas la pata —respondió ella, haciéndole un gesto para que entrara.

Satoru abrió la puerta y encontró a Suguru sentado en su escritorio, revisando unos papeles con el ceño fruncido. Al verlo entrar con el ramo de flores, alzó una ceja, sorprendido.

—¿Qué es eso? —preguntó Suguru, tratando de no mostrar emoción.

—Es para ti, mi amorcito —dijo Satoru con su tono más encantador mientras le entregaba las flores.

Suguru tomó el ramo, mirándolo con atención. No pudo evitar que una pequeña sonrisa se formara en sus labios al reconocer las lavandas y los tulipanes.

—¿Qué estás tramando, Satoru? —preguntó, aunque su tono ya no era tan cortante.

—Nada, solo quiero hacer las paces. Sé que has estado estresado, y quiero recordarte que estoy aquí para ti —dijo Satoru, sincero.

Antes de que Suguru pudiera responder, Utahime apareció detrás de Satoru con la caja de dulces.

—Y también esto —añadió ella, dejando la caja en el escritorio.

Suguru los miró a ambos, intentando mantener su fachada seria, pero no pudo evitar reírse suavemente.

—Está bien, les daré crédito por el esfuerzo. Gracias.

—¡Sabía que no podrías resistirte! —exclamó Satoru, abrazándolo antes de que Suguru pudiera protestar.

Por primera vez en días, el ambiente en la oficina se sintió más ligero. Suguru suspiró, resignado, pero al mismo tiempo agradecido por los gestos de su esposo y amiga.

Suguru no pudo evitar sonreír al ver la expresión de Satoru después de besarlo. El beso había sido breve, pero lleno de ternura. Satoru se quedó congelado por un momento, con las mejillas rojas como un tomate y una sonrisa tonta que parecía imposible de borrar.

—¿Qué... qué fue eso? —preguntó Satoru, llevándose una mano al rostro como si tratara de ocultar su rubor.

—Solo mi forma de agradecerte por las flores y los dulces —respondió Suguru con una mirada tranquila, aunque en el fondo disfrutaba de la reacción de su esposo.

—¡Tienes que avisarme antes de hacer eso! —protestó Satoru, aunque su tono traicionaba lo feliz que estaba.

—¿Avisarte? Por favor, eres un desastre, Satoru —dijo Suguru, rodando los ojos pero con una sonrisa en los labios.

Mientras ellos tenían su momento, Utahime ya estaba perdiendo la paciencia.

—Bueno, qué bonito todo, pero yo tengo cosas que hacer. Voy a ver a Shoko —dijo, cruzando los brazos.

—¿A Shoko? ¿Por qué? —preguntó Suguru, curioso.

—Porque me prometió ayudarme con unos pendientes de la boda y estoy atrasada. Además, necesito relajarme después de aguantar sus dramas maritales —respondió Utahime, lanzándoles una mirada divertida.

—Nosotros no somos un drama, somos pasión pura —dijo Satoru con un guiño, recuperando su típica actitud juguetona.

Utahime suspiró, ya acostumbrada a su teatralidad, y salió de la oficina, dejando a los dos solos.

—¿Crees que Shoko le aguante tanto como tú a Utahime? —preguntó Satoru, abrazando a Suguru por la cintura.

—Shoko tiene más paciencia que tú y yo juntos. Deberíamos aprender de ella —respondió Suguru, acariciando suavemente el cabello de Satoru.

—Nah, estamos bien así —dijo Satoru, apoyando su cabeza en el hombro de Suguru, disfrutando del momento de calma.

...

La puerta de la oficina se abrió de golpe, y una joven de cabello azul claro entró apresuradamente, cargando una pila de papeles que casi parecía que se le caería en cualquier momento.

—¡Disculpen la interrupción! ¡De verdad lo siento! —exclamó Miwa Kasumi, inclinándose repetidamente en señal de disculpa mientras luchaba por equilibrar los documentos.

Sin embargo, su disculpa se congeló al ver la escena frente a ella. Suguru estaba en los brazos de Satoru, quien lo abrazaba por la cintura con una sonrisa de completa adoración. Utahime estaba a un lado, con los brazos cruzados y una ceja levantada, observando a Miwa con una mezcla de sorpresa y curiosidad.

—Ah... eh... yo... no quería interrumpir... —tartamudeó Miwa, poniéndose nerviosa. Sus mejillas se encendieron como un semáforo mientras intentaba no mirar demasiado la posición en la que estaban Satoru y Suguru.

—¿Interrumpir? No estás interrumpiendo nada, Miwa-chan —respondió Satoru con una sonrisa descarada, sin soltar a Suguru.

—¿Segura que no estabas espiando? —Utahime preguntó, alzando una ceja, claramente disfrutando la incomodidad de la situación.

—¡No, claro que no! ¡Solo... traje estos documentos que el departamento de finanzas necesitaba entregar! —Miwa levantó los papeles como si fueran su escudo.

Suguru suspiró, apartando suavemente a Satoru mientras intentaba aliviar la tensión.

—Está bien, Miwa. Déjalos en la mesa, por favor —dijo con su tono amable habitual.

Miwa asintió rápidamente, dejó los papeles en el escritorio con torpeza, derramando algunos en el proceso, y volvió a inclinarse.

—¡Perdón, perdón! —exclamó mientras intentaba recogerlos apresuradamente.

Utahime finalmente decidió intervenir, ayudándola a organizar los documentos.

—Miwa, respira. Aquí no te vamos a comer... bueno, Satoru tal vez, pero no te preocupes, él ya está ocupado —dijo Utahime con un tono sarcástico, señalando a Suguru.

Miwa abrió los ojos como platos y agitó las manos frenéticamente.

—¡No, no, no es eso! ¡Solo quería hacer bien mi trabajo! —respondió, nerviosa, mientras Satoru soltaba una risa.

—Eres adorable, Miwa. No te preocupes tanto, ¿sí? —dijo Satoru, guiñándole un ojo, lo que solo hizo que Miwa se pusiera más roja.

Finalmente, después de dejar los documentos en orden, Miwa salió casi corriendo de la oficina, murmurando disculpas mientras Utahime sacudía la cabeza.

—¿De verdad tienes que ser tan coqueto con todos? —le dijo Utahime a Satoru.

—Es mi encanto natural —respondió él, encogiéndose de hombros mientras Suguru lo miraba con una mezcla de diversión y resignación.

—Tu "encanto" va a hacer que Miwa renuncie un día de estos —comentó Suguru, sacudiendo la cabeza antes de volver a sentarse.

—No si la atrapas antes con tu actitud de secretario perfecto —bromeó Utahime, provocando una pequeña sonrisa de Suguru.

Suguru, que al principio parecía tranquilo, frunció ligeramente el ceño al recordar cómo Satoru le guiñó un ojo a Miwa. Aunque sabía que era típico de él ser coqueto por naturaleza, no pudo evitar sentir un ligero pinchazo de celos.

—¿De verdad necesitas coquetear con todo el mundo, Satoru? —preguntó Suguru, tratando de sonar casual mientras revisaba los documentos que Miwa había dejado.

Satoru, siempre astuto, captó el cambio en el tono de su voz y sonrió con picardía.

—¿Celoso, mi amor? —preguntó mientras se acercaba y rodeaba los hombros de Suguru con un brazo.

—No estoy celoso —respondió Suguru rápidamente, aunque el leve rubor en sus mejillas decía lo contrario.

Satoru aprovechó la oportunidad para molestarlo aún más.

—¿Seguro? Porque tu cara dice otra cosa. ¿Tal vez debería ir a buscar a Miwa para pedirle su número? —bromeó, fingiendo sacar su teléfono.

—Satoru, ni lo pienses —dijo Suguru, levantando la vista con una mirada seria que solo logró divertir más a Satoru.

—Oh, ¿y qué harás si lo hago? —provocó Satoru, inclinándose hacia él con una sonrisa que Suguru conocía demasiado bien.

Antes de que Suguru pudiera responder, Satoru se acercó más, lo suficiente como para que sus frentes casi se tocaran.

—¿Me castigarás, Suguru? —murmuró Satoru con voz suave y burlona, disfrutando al máximo del ligero nerviosismo que causaba en su pareja.

Suguru intentó mantener la compostura, pero no pudo evitar rodar los ojos mientras apartaba a Satoru con una mano.

—No seas ridículo, Satoru. Mejor trabaja en vez de perder el tiempo molestándome.

—¿Molestarte? Nunca, solo quiero recordarte que eres el único que tiene mi corazón, señor celoso —dijo Satoru, dejando un rápido beso en la mejilla de Suguru antes de regresar a su lugar con una sonrisa triunfante.

Utahime, que había estado observando todo desde su escritorio, no pudo evitar soltar un suspiro exagerado.

—De verdad, ustedes dos son un espectáculo. Podrían al menos intentar ser profesionales de vez en cuando.

—¿Profesionales? ¿Dónde está la diversión en eso? —replicó Satoru mientras Suguru negaba con la cabeza, tratando de ocultar una pequeña sonrisa.

Miwa regresó minutos después, aún algo nerviosa pero con una carpeta en las manos. Al entrar y ver a Satoru sentado casualmente en el escritorio de Suguru, con una sonrisa relajada, y a Suguru intentando ignorarlo, su nerviosismo aumentó.

—Disculpen... traje los documentos que solicitó la señorita Utahime —dijo rápidamente, colocando la carpeta en el escritorio de Utahime y haciendo una pequeña reverencia.

—Gracias, Miwa. Pero, ¿puedes decirme por qué tardaste tanto? —preguntó Utahime, cruzándose de brazos, aunque sin sonar realmente molesta.

—L-lo siento, había mucho movimiento en la entrada y... —Miwa se detuvo al sentir los ojos de Suguru sobre ella, lo que la puso aún más nerviosa.

—No te preocupes, Miwa, estamos todos un poco tensos hoy —intervino Satoru, guiñándole un ojo como la primera vez.

—¡Yo… yo me retiro! —respondió Miwa rápidamente, haciendo otra reverencia apresurada y huyendo antes de que la situación se volviera aún más incómoda.

Cuando la puerta se cerró, Suguru dejó los documentos que estaba revisando y miró a Satoru con una expresión que mezclaba cansancio y molestia.

—¿Era realmente necesario coquetear con ella otra vez? —preguntó con un tono seco.

—No estaba coqueteando —respondió Satoru, poniéndose de pie y acercándose a Suguru con una sonrisa juguetona—. Solo estaba siendo amable.

—Claro, amable —repitió Suguru con sarcasmo mientras se levantaba, cruzándose de brazos.

—Vamos, no seas así —dijo Satoru, envolviendo a Suguru en un abrazo por detrás—. Sabes que no tengo ojos para nadie más.

Suguru suspiró, relajándose ligeramente ante el contacto.

—Satoru, te amo, pero a veces me sacas de quicio.

—Ese es mi trabajo como esposo, ¿no? —respondió Satoru, besándole suavemente el cuello, lo que hizo que Suguru se estremeciera un poco.

Utahime, que había estado en silencio durante toda la interacción, carraspeó para llamar su atención.

—Perdón, ¿pueden dejar el drama para después? Todavía tenemos trabajo que hacer.

Suguru se separó de Satoru rápidamente, volviendo a sentarse, mientras Satoru simplemente le lanzó una mirada divertida a Utahime.

—Siempre tan estricta, Utahime. No te preocupes, todo está bajo control.

—Más te vale —respondió Utahime, volviendo a centrarse en sus documentos, aunque no pudo evitar una pequeña sonrisa ante las travesuras de Satoru.

..

Satoru salió de la oficina, dirigiéndose a regañadientes a otra de las tantas reuniones que debía liderar. Antes de irse, lanzó un beso en el aire hacia Suguru, que simplemente negó con la cabeza pero no pudo evitar sonreír. Una vez que la puerta se cerró, el ambiente en la oficina se volvió más tranquilo.

Utahime miró a Suguru mientras seguía revisando algunos documentos.

—No sé cómo soportas su energía constante, pero al menos parece mantenerte de buen humor —comentó con una sonrisa mientras tomaba su café y se acomodaba en su silla.

—Es un caso especial, digamos que ya estoy acostumbrado —respondió Suguru, dejando a un lado lo que estaba haciendo para mirarla—. Pero bueno, ¿cómo van los planes de tu boda?

La mención del tema hizo que Utahime se iluminara.

—¡Todo va bastante bien! Shoko y yo queremos algo elegante, pero sin que sea demasiado formal. Será en un jardín, lleno de luces colgantes, flores blancas y lilas por todos lados.

Suguru asintió con interés, disfrutando de ver a Utahime tan entusiasmada.

—Suena perfecto, muy al estilo de ustedes. ¿Y ya decidieron el menú?

—Sí, hemos estado probando varias opciones. Shoko insistió en que no puede faltar sushi y algo de carne wagyu. Aunque yo quiero incluir algo más exótico, como comida tailandesa o hindú.

—Ambas tienen buen gusto, seguro todo estará increíble —dijo Suguru con sinceridad.

Utahime hizo una pausa y miró a Suguru con una expresión algo juguetona.

—¿Y tú, Suguru? ¿Cuándo planeas casarte oficialmente con Satoru?

Suguru parpadeó, sorprendido por la pregunta, y luego rio suavemente.

—¿Casarnos? Satoru apenas puede organizar su propia agenda, no creo que pueda planear una boda.

Utahime rio también, pero luego lo miró con seriedad.

—Bueno, si alguna vez deciden hacerlo, estoy segura de que sería algo memorable. Tienen una conexión especial, aunque Satoru sea… bueno, Satoru.

Suguru sonrió, agradeciendo el comentario mientras regresaba a su trabajo. Aunque la idea de una boda con Satoru le parecía lejana, no podía evitar imaginar cómo sería.

La sonrisa de Suguru se desvaneció poco a poco, dejando entrever la carga emocional que llevaba encima. Bajó la mirada hacia sus manos, entrelazando los dedos en un intento de calmar la sensación de incomodidad que crecía en su pecho.

—Cómo quisiera… —murmuró, casi como si hablase consigo mismo—. Pero él aún sigue con Mei. Y sé todo el daño que ella me hizo, lo sé, pero no puedo evitar sentirme mal por ella. Porque… yo ya viví eso antes con Satoru.

Utahime frunció el ceño, dejando su café sobre la mesa mientras lo observaba con preocupación.

—Suguru…

Él no levantó la vista, en lugar de eso, dejó que su mente divagara hacia el pasado. Recordó esas noches en su primer matrimonio con Satoru, cuando él solo deseaba un poco de atención. Cómo rogaba en silencio que su entonces esposo dejara de priorizar su trabajo, sus reuniones y su vida pública, y simplemente lo mirara, lo escuchara, lo hiciera sentir importante.

—Recuerdo cada noche —dijo finalmente, con una voz apenas audible—. Cada noche en la que deseaba que Satoru se diera cuenta de lo que necesitaba. De lo sola que me sentía, incluso estando a su lado.

Utahime permaneció en silencio, permitiéndole hablar sin interrupciones.

—Y ahora… sé que Mei no es una buena persona, pero… si está pasando por lo mismo que yo viví, no puedo evitar sentir lástima. Aunque, al mismo tiempo, me siento culpable por estar en su lugar ahora, como si estuviera pagando con la misma moneda.

Utahime suspiró y se inclinó un poco hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.

—Suguru, entiendo lo que sientes, pero no puedes cargar con toda esa culpa. Mei tomó decisiones, igual que tú y Satoru. Y lo que están haciendo ahora no es sobre ella, es sobre ustedes.

Suguru asintió lentamente, aunque su expresión seguía cargada de melancolía.

—Supongo que tienes razón… pero es difícil no pensar en todo esto.

Utahime le dedicó una pequeña sonrisa, intentando aligerar el ambiente.

—Tal vez deberías centrarte más en lo que tienes ahora. Satoru claramente está intentando hacer las cosas bien esta vez. Dale la oportunidad de demostrarte que ha cambiado.

Suguru dejó escapar un leve suspiro, su mente aún dividida entre el pasado y el presente. Pero las palabras de Utahime parecían tener algo de sentido. Quizás era hora de dejar de mirar hacia atrás y enfocarse en lo que tenía delante.

Suguru bajó la mirada, jugando nerviosamente con los bordes de su uniforme. Aunque trataba de ocultarlo, la culpa y el peso de sus emociones eran evidentes.

—A veces siento que… no merezco estar con Satoru —confesó en voz baja, su tono cargado de amargura—. Después de todo lo que me pasó… después de todo lo que fui obligado a soportar… ¿cómo podría siquiera pensar en ser suficiente para él?

Utahime lo miró con empatía, dejando a un lado los papeles en los que trabajaba. Se inclinó hacia él, cruzando los brazos sobre la mesa y dándole toda su atención.

—Suguru… lo que te pasó no define quién eres ni cuánto vales. Fuiste una víctima, y eso no te hace menos merecedor del amor de Satoru.

Suguru negó con la cabeza, sus ojos brillando con una mezcla de tristeza y vergüenza.

—No lo entiendes… cada vez que él me mira con esos ojos llenos de amor, solo puedo pensar en lo sucio que estoy. En cómo nunca seré suficiente para él.

Utahime suspiró, su voz se volvió firme pero cariñosa.

—Escúchame, Suguru. Satoru te ama. Te ama por quién eres, no por lo que has pasado. Y te aseguro que si él supiera que te sientes así, haría todo lo posible para demostrarte que estás equivocado.

Suguru levantó ligeramente la mirada, sorprendido por la convicción en las palabras de Utahime.

—Tienes que darte una oportunidad, Suguru. No puedes seguir castigándote por algo que no fue tu culpa. Mereces ser feliz, y mereces estar con alguien que te haga sentir amado y valorado.

El silencio se instaló entre ambos por unos momentos, roto solo por el leve sonido del reloj en la oficina. Finalmente, Suguru asintió lentamente, como si estuviera comenzando a procesar las palabras de Utahime.

—Gracias, Utahime… tal vez tengas razón.

Ella le sonrió suavemente, extendiendo una mano para apretarle el hombro.

—No "tal vez", lo digo con toda la certeza del mundo. Ahora, ve y dale una oportunidad a Satoru de demostrarte cuánto te ama.

Suguru respiró profundamente, sintiendo cómo un peso se aliviaba ligeramente de sus hombros. Aunque sabía que el camino hacia la aceptación sería largo, las palabras de Utahime habían plantado una pequeña semilla de esperanza.

(NOTA: SUGURU NO T SIENTAS MAL VV )
.
El día de la boda de Shoko y Utahime había llegado, y el ambiente en el lugar estaba decorado con una elegancia que reflejaba la importancia del evento. Utahime, con su traje impecable, supervisaba los últimos detalles mientras observaba a los invitados llegar. Su emoción se mezclaba con algo de nerviosismo, pero estaba decidida a disfrutar el día que tanto había esperado.

Suguru, siempre responsable, se encargaba de recibir a los invitados con una sonrisa amable y profesional. Sin embargo, su atención se desvió cuando vio llegar a Satoru acompañado de Mei. La Omega lucía radiante, con una sonrisa que destellaba seguridad. Suguru devolvió la sonrisa, pero esta era claramente forzada, un gesto que usaba para mantener las apariencias.

Desde su posición, Utahime vio a Mei entrar del brazo de Satoru y apretó los dientes de frustración. No quería que esa mujer estuviera en su boda, especialmente sabiendo cómo había herido a Suguru en el pasado. Sin perder tiempo, llamó a Satoru con un gesto urgente.

Cuando este se acercó, Utahime lo recibió con una mirada severa.

—¿Qué demonios hace ella aquí? ¡Este es mi día, y no quiero verla arruinarlo! —espetó en voz baja, tratando de no llamar la atención.

Satoru suspiró, pasando una mano por su cabello.

—Intenté venir solo, pero Mei insistió. No quería tener una discusión antes de salir, así que cedí.

Utahime frunció el ceño, señalando con la cabeza hacia Suguru, quien estaba saludando a otros invitados con una expresión tensa.

—Pues mira lo que lograste. Suguru está ahí, aguantando las ganas de llorar, y todo porque tú no supiste cómo ponerle un alto.

Satoru tragó saliva, sintiendo el peso de la culpa.

—No quiero dramas hoy, Utahime. Este es tu día y el de Shoko. No quiero arruinarlo con una escena.

—Entonces haz algo para arreglarlo. Habla con Mei, haz que se comporte. Y más importante, haz algo por Suguru. Esto no puede seguir así.

Satoru asintió con una mezcla de nerviosismo y determinación.

Mientras tanto, Suguru seguía en su papel, saludando a los invitados, pero en su interior luchaba contra la tristeza que lo invadía al ver a Satoru y Mei juntos. Hoy no era su día, se repetía a sí mismo, era el día de Utahime y Shoko, y debía respetarlo.

Cuando llegó el momento de que todos tomaran sus asientos, Utahime lanzó una última mirada a Satoru, quien se dirigió a Mei con una sonrisa tensa, intentando suavizar las cosas. Sin embargo, Suguru sabía que esa tensión no desaparecería fácilmente, y solo podía esperar que el día continuara sin más problemas.

La ceremonia estaba a punto de comenzar, pero las emociones estaban lejos de calmarse.

(Nota: mis mamis c casan)

Shoko llegó al altar luciendo absolutamente radiante. Su vestido era una mezcla de elegancia y sencillez que resaltaba su personalidad única. Cada paso que daba parecía iluminar la sala, y una suave brisa parecía acompañarla, haciendo que su cabello brillara bajo las luces.

En los asientos delanteros, Suguru no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Su corazón se conmovía al ver a su amiga de tantos años viviendo un momento tan feliz y significativo. A su lado, Tsumiki, con un vestido adorable, observaba a Shoko con una mezcla de asombro y admiración.

—Papi, tía Shoko parece una princesa —susurró Tsumiki, aferrándose al brazo de Suguru con una sonrisa emocionada.

Suguru le acarició suavemente el cabello.

—Lo es, cariño. Hoy es su día especial.

Mientras tanto, Utahime, con un traje perfectamente ajustado, estaba esperando a Shoko en el altar. No podía apartar los ojos de su futura esposa, y cuando Shoko finalmente llegó a su lado, se inclinó para susurrarle:

—Te ves increíble. No puedo creer que seas mía.

Shoko rió suavemente, intentando mantener la compostura para no arruinar su maquillaje.

La ceremonia comenzó con una atmósfera cargada de amor y felicidad. Sin embargo, desde su asiento, Suguru sentía una mezcla de emociones. Aunque estaba feliz por Shoko y Utahime, no podía ignorar la presencia de Satoru y Mei en la sala. Satoru estaba sentado a unas pocas filas detrás, con una expresión que alternaba entre nerviosismo y tristeza mientras intentaba interactuar con Mei.

Tsumiki, ajena a la tensión entre los adultos, estaba disfrutando de la ceremonia, sus ojos brillando mientras miraba a las novias.

Cuando llegó el momento de los votos, Shoko y Utahime hablaron con tanto amor y sinceridad que lograron conmover a todos los presentes. Incluso Suguru, que había intentado mantener una sonrisa serena, terminó secándose las lágrimas con discreción.

Al finalizar la ceremonia, todos aplaudieron emocionados mientras las novias se besaban, sellando su unión. Suguru abrazó a Tsumiki, tratando de enfocarse en la felicidad del momento y no en los conflictos internos que lo acompañaban.

Sin embargo, cuando llegó el momento de la recepción, la tensión comenzó a crecer. Mei, con una copa en la mano, no tardó en acercarse a Suguru con una sonrisa que él identificó como maliciosa.

—Vaya, Suguru, parece que los sentimientos están a flor de piel hoy, ¿no? —comentó Mei, fingiendo compasión.

Antes de que Suguru pudiera responder, Satoru apareció detrás de ella, colocándole una mano en el hombro para detenerla.

—Mei, déjalo. Este no es el momento ni el lugar —dijo Satoru, con un tono que intentaba ser firme pero conciliador.

Suguru miró a Satoru, sus emociones divididas entre agradecimiento y el dolor que aún no podía dejar atrás.

La noche apenas comenzaba, y aunque el amor llenaba el ambiente, las tensiones personales prometían un desenlace impredecible.

Nanami se encontró con Suguru y Haibara en el área de la recepción. Habían estado charlando amigablemente, recordando viejos tiempos, cuando Haibara, siempre observador, notó la tensión en el rostro de Suguru.

—Te ves un poco incómodo, Suguru —comentó Haibara con amabilidad, aunque con un dejo de preocupación.

—No es nada —respondió Suguru, tratando de sonar despreocupado, aunque su mirada se desvió instintivamente hacia Mei y Satoru, quienes estaban al otro lado de la sala conversando con otros invitados.

Antes de que Suguru pudiera decir algo más, sintió un suave tirón en la manga de su camisa. Bajó la mirada y vio a Tsumiki, su hija, mirándolo con curiosidad.

—¿Qué pasa, cariño? —preguntó él con una sonrisa forzada, arrodillándose para estar a su altura.

Tsumiki señaló hacia el lugar donde estaban Mei y Satoru. La Omega parecía extremadamente cómoda al lado de Satoru, quien mantenía una sonrisa educada pero tensa mientras hablaba con los demás.

—¿Por qué papi y esa señora están juntos? —preguntó Tsumiki con esa inocencia infantil que podía atravesar cualquier armadura emocional.

Suguru apretó los puños con fuerza, tratando de mantener la compostura. La pregunta de su hija lo golpeó más de lo que hubiera esperado. ¿Cómo podía explicarle la complicada relación que tenía con Satoru y el papel de Mei en todo ello?

Nanami, observando la reacción de Suguru, decidió intervenir para aliviar la tensión.

—Esa señora solo es una amiga de Satoru —dijo con voz calmada y firme, arrodillándose junto a Suguru para hablar con Tsumiki—. A veces los adultos tienen amistades que parecen complicadas, pero no tienes que preocuparte por eso, pequeña.

Tsumiki asintió lentamente, aunque aún parecía confundida.

—Pero papi no está contento cuando la ve —dijo con sinceridad, mirando a Suguru.

Haibara, queriendo desviar la atención, sonrió ampliamente y extendió una mano hacia Tsumiki.

—¿Quieres que te lleve a buscar un jugo o algo para comer? —preguntó alegremente.

Tsumiki asintió emocionada, dejando a su padre un momento para ir con Haibara hacia la mesa de aperitivos.

Nanami esperó a que se alejaran antes de mirar a Suguru con seriedad.

—No puedes seguir dejando que la presencia de Mei te afecte tanto —le dijo en voz baja—. Lo único que logras es darle más poder sobre ti.

Suguru suspiró, pasando una mano por su rostro.

—No es tan simple, Nanami. Cada vez que la veo... siento que todo lo que he avanzado se desmorona.

—Entonces necesitas decidir si vas a dejar que eso te controle o si vas a enfrentarlo de una vez por todas —respondió Nanami con firmeza—. Porque no estás solo. Tienes a tu hija, a tus amigos, y sobre todo, tienes a Satoru.

Suguru miró a Satoru a lo lejos, quien ahora estaba claramente incómodo por la insistente cercanía de Mei. Su corazón se llenó de una mezcla de celos y tristeza, pero también de determinación.

—Tienes razón —dijo finalmente.

Nanami asintió, colocando una mano en su hombro antes de seguir a Haibara y Tsumiki. Suguru se quedó un momento más, tomando una decisión interna: no iba a dejar que Mei arruinara más momentos importantes de su vida.

Suguru se limpió discretamente los ojos, intentando controlar las lágrimas que querían salir. La amabilidad de Nanami lo había reconfortado más de lo que esperaba.

Haibara regresó con Tsumiki, llevando un plato enorme de bocadillos dulces.

—¿Todo eso es para ella sola? —preguntó Nanami, arqueando una ceja, visiblemente sorprendido.

Tsumiki rió mientras abrazaba el plato.

—¡No, lo voy a compartir con mi tío Haibara! —dijo con entusiasmo, sentándose junto a él. Ambos comenzaron a comer de una manera tan despreocupada y divertida que parecían dos niños pequeños disfrutando de una merienda secreta.

Suguru no pudo evitar sonreír al ver a su hija tan feliz. La escena le recordó que, a pesar de todo, todavía tenía momentos de alegría y personas que lo apoyaban incondicionalmente.

—Supongo que necesito un descanso de todo esto —murmuró, desviando la mirada hacia Nanami.

Nanami cruzó los brazos y asintió lentamente.

—No sería mala idea. A veces alejarse por un momento te da una mejor perspectiva.

Suguru suspiró, pero antes de que pudiera responder, una voz familiar lo interrumpió.

—¿Y qué hay de mí, Suguru? ¿También necesitas un descanso de mí?

Suguru se giró rápidamente para encontrarse con Satoru, quien estaba parado cerca con una expresión que intentaba ser ligera, pero mostraba una pizca de inseguridad.

—Satoru... —murmuró Suguru, sorprendido.

Nanami se retiró discretamente, dándoles espacio, mientras Haibara se aseguraba de mantener ocupada a Tsumiki.

Satoru dio un paso más cerca, sosteniendo un pequeño ramo de flores que había tomado de la decoración.

—Vi que te alejaste un poco... y no puedo evitar preocuparme. ¿Qué te pasa, amor? —preguntó en un tono más suave.

Suguru lo miró, sintiendo un torbellino de emociones. Quería desahogarse, contarle todo lo que sentía, pero también sabía que hoy no era el momento ni el lugar.

—No es nada... —respondió finalmente, intentando sonar convincente—. Solo estaba despejándome un poco.

Satoru lo estudió por un momento, luego sonrió y le extendió el ramo.

—Bueno, aquí tienes algo para animarte. Son flores del centro de mesa, pero pensé que podríamos robarnos un par.

Suguru no pudo evitar reír suavemente mientras aceptaba las flores.

—Gracias, Satoru.

—Siempre —respondió Satoru, inclinándose para darle un beso en la frente.

Por un instante, el mundo de Suguru se sintió más ligero. Decidió que, aunque no podía resolver todo en ese momento, podía apoyarse en las personas que lo amaban mientras seguía adelante.

Satoru tomó asiento junto a Suguru, ignorando las miradas curiosas de algunos invitados. Apoyó un brazo sobre el respaldo de la silla de Suguru y se inclinó un poco hacia él.

—Sabes, te ves muy guapo hoy. Aunque estés aquí intentando esconderte de mí —bromeó Satoru con una sonrisa traviesa, tratando de aligerar el ambiente.

Suguru soltó un suspiro, aunque no pudo evitar una pequeña sonrisa.

—Satoru, no estaba escondiéndome...

—Claro que sí. —Satoru se inclinó un poco más, susurrándole al oído—. Pero no importa. Siempre te encontraré.

El comentario hizo que Suguru se ruborizara ligeramente, pero antes de que pudiera responder, Utahime apareció detrás de ellos, con una mirada severa dirigida hacia Satoru.

—Gojo, ¿puedes dejar de coquetear con Geto un segundo? Este no es tu momento, es el mío y el de Shoko —dijo, cruzándose de brazos.

Satoru alzó las manos en un gesto de rendición.

—Está bien, está bien, Utahime. Ya me porto bien.

—Más te vale. —Utahime frunció el ceño antes de mirar a Suguru con algo de preocupación—. ¿Estás bien, Suguru? Pareces... distraído.

Suguru asintió, aunque evitó mirarla directamente.

—Estoy bien, Utahime. No te preocupes. Hoy es tu día. Quiero que lo disfrutes.

Utahime dudó un momento, pero decidió no presionarlo más.

—Bueno, si necesitas algo, solo avísame. Ahora, ambos comportense, ¿de acuerdo? —dijo antes de alejarse para asegurarse de que todo estuviera perfecto en la fiesta.

Satoru aprovechó el momento para entrelazar sus dedos con los de Suguru.

—Si algo te está molestando, me lo dices después. No quiero verte triste, amor.

Suguru lo miró, sintiendo una mezcla de gratitud y culpa.

—De acuerdo... —murmuró, apretando ligeramente la mano de Satoru.

Mientras tanto, Tsumiki reía alegremente con Haibara y Nanami, quienes intentaban mantenerla entretenida con historias graciosas. La pista de baile se iba llenando, y Shoko y Utahime ya habían comenzado su primer baile como esposas, rodeadas de aplausos y vítores.

—Vamos a bailar luego, ¿no? —le susurró Satoru a Suguru, guiñándole un ojo—. Aunque tengas dos pies izquierdos, siempre puedo guiarte.

Suguru soltó una pequeña risa.

—Veremos... si me convences.

La música animada comenzó a sonar, y los invitados poco a poco se unieron a la pista de baile, dejando que la celebración continuara llena de risas y alegría.

Mientras la música animada llenaba el salón, Suguru observaba cómo Tsumiki corría entre los invitados, disfrutando de la noche como si fuera su propia celebración. Su risa inocente aliviaba ligeramente el peso en el pecho de Suguru, quien todavía sentía un torbellino de emociones.

Satoru, siempre atento a su alrededor, notó cómo Mei se acercaba lentamente a la mesa donde estaban ellos sentados. Aunque trató de ignorarla, su mirada calculadora hizo que Suguru se tensara de inmediato.

—Bueno, bueno... ¿disfrutando de la fiesta? —preguntó Mei, fingiendo interés mientras tomaba una copa de vino de una bandeja cercana.

Satoru giró los ojos, claramente irritado, pero no dijo nada. Suguru, en cambio, optó por mantener la calma.

—Sí, gracias. Utahime y Shoko han hecho un trabajo increíble con todo esto —respondió, su voz tan neutral como pudo manejar.

Mei sonrió de manera casi imperceptible.

—Es curioso cómo las celebraciones de amor siempre sacan lo mejor... y lo peor de la gente —dijo, dejando caer la última frase como un dardo envenenado.

Satoru se levantó de su asiento abruptamente, pero antes de que pudiera decir algo, Suguru le puso una mano en el brazo.

—No vale la pena, Satoru —murmuró.

Mei inclinó la cabeza, satisfecha con la pequeña tensión que había generado.

—Disfruten su noche —añadió, antes de alejarse para mezclarse con otros invitados.

Satoru se dejó caer en su silla, frustrado.

—No sé cómo logras mantener la calma con ella.

Suguru le dedicó una leve sonrisa.

—Supongo que alguien tiene que hacerlo, ¿no?

Antes de que pudieran seguir hablando, Tsumiki llegó corriendo, jalando de la mano a Haibara.

—¡Papá, papá! ¡Vamos a bailar! —exclamó la niña, mirándolo con entusiasmo.

Haibara soltó una risa.

—No pude decirle que no. Parece que eres el elegido.

Suguru miró a Tsumiki y luego a Satoru, quien le sonreía con suavidad.

—Está bien, vamos a bailar, pequeña —dijo finalmente, levantándose y dejando que Tsumiki lo guiara a la pista.

La niña lo llevó al centro del salón, donde comenzaron a moverse al ritmo de la música. Aunque al principio Suguru se sentía un poco torpe, ver a su hija reír y girar con alegría hizo que poco a poco se relajara.

Desde la mesa, Satoru observaba la escena con una sonrisa. Utahime se acercó, cruzándose de brazos mientras miraba la misma escena.

—Al menos parece feliz ahora —comentó Utahime.

—Es por Tsumiki. Ella siempre logra sacarle una sonrisa, incluso en los días más difíciles —respondió Satoru con sinceridad.

Utahime asintió.

—Cuídalo, Satoru. No dejes que esa mujer arruine lo que tienen.

Satoru la miró con determinación.

—No pienso dejar que nada ni nadie nos separe otra vez.

La noche continuó entre risas, bailes y momentos de alegría, aunque las tensiones latentes seguían presentes. Para Suguru, al menos por un momento, el peso de sus preocupaciones parecía haberse disipado mientras giraba con Tsumiki bajo las luces centelleantes de la pista de baile.

La música cambió a un ritmo más lento, y Tsumiki, cansada de tanto bailar, se abrazó a Suguru con una sonrisa satisfecha.

—¿Te cansaste ya, pequeñita? —preguntó Suguru, acariciándole el cabello.

—Un poquito, pero me gusta bailar contigo, papá —respondió Tsumiki con un bostezo.

—Es hora de que descanses un rato. Vamos a buscarte un lugar cómodo —dijo Suguru, cargándola mientras la niña se acurrucaba en su pecho.

Mientras regresaban a la mesa, Haibara ya estaba esperándolos con una pequeña manta que había conseguido de algún lado.

—Aquí tienes, campeón. Encontré un sillón tranquilo en la sala de descanso —dijo señalando hacia un rincón del salón.

—Gracias, Haibara —respondió Suguru con una sonrisa agradecida, llevándose a Tsumiki al lugar indicado y acomodándola con cuidado.

Cuando volvió, encontró a Satoru esperándolo con dos copas de champán en la mano.

—Sabes que no bebo mucho, pero creo que hoy lo necesitamos —dijo Satoru, ofreciéndole una de las copas.

Suguru aceptó, aunque dudó antes de dar el primer sorbo.

—Gracias... por siempre estar ahí para Tsumiki y para mí, incluso cuando no lo merezco —dijo en voz baja.

Satoru frunció el ceño, dejando su copa sobre la mesa.

—Oye, no digas eso. Ambos sabemos que nadie es perfecto, pero lo que tenemos... es real, y vale la pena.

Suguru lo miró con ojos llenos de emociones contradictorias. Antes de que pudiera responder, Utahime apareció con una sonrisa traviesa.

—Ustedes dos, ¿piensan quedarse aquí toda la noche mirando sus copas? ¡Es hora de que salgan a bailar! —ordenó con un tono juguetón.

—¿Bailar? —Suguru parpadeó, algo sorprendido.

—Sí, bailar. ¡Es la boda de mi vida, después de todo! —respondió Utahime, dándole un suave empujón hacia Satoru.

Satoru se levantó con una sonrisa.

—Bueno, ¿qué dices, amor? ¿Me concedes esta pieza? —preguntó, ofreciéndole la mano.

Suguru se sonrojó levemente, pero tomó la mano de Satoru.

—Está bien, pero si me pisas, no respondo —bromeó, intentando aligerar el momento.

Ambos caminaron hacia la pista de baile, mientras Utahime los miraba satisfecha.

La música lenta comenzó a sonar nuevamente, y Satoru envolvió sus brazos alrededor de Suguru, acercándolo con suavidad.

—¿Ves? No es tan difícil —susurró Satoru con una sonrisa.

—Tal vez no, pero todavía no entiendo cómo siempre logras convencerme de estas cosas —respondió Suguru, relajándose poco a poco.

—Es porque me amas, ¿o no? —replicó Satoru con un tono pícaro.

Suguru rodó los ojos, aunque una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios.

—Tal vez... un poquito —admitió en voz baja.

Ambos se balancearon al ritmo de la música, olvidándose por un momento de todo lo demás. Bajo las luces suaves y la mirada de sus amigos, parecía que, al menos esa noche, todo podía estar bien.

Un vals comenzó a sonar, y Satoru, con una sonrisa confiada, guio a Suguru con movimientos suaves y precisos. Suguru, aunque algo nervioso, se dejó llevar, intentando seguir el ritmo sin tropezar.

—Relájate, estás haciendo un excelente trabajo —susurró Satoru, apretando suavemente su mano.

—Eso es fácil para ti decirlo. Tú no tienes a toda una sala mirándote como si fuera un espectáculo —respondió Suguru con un tono entre divertido y tenso.

Mientras giraban en la pista, Suguru notó una mirada fija sobre él. De reojo, vio a Mei, quien los observaba desde su asiento con el ceño fruncido, sosteniendo una copa de vino en su mano. La intensidad de su mirada lo incomodó, pero no podía simplemente apartar la vista.

Suguru, como siempre, optó por sonreír para disimular su incomodidad, aunque por dentro deseaba no haber notado su presencia.

—¿Qué pasa? —preguntó Satoru al notar el ligero cambio en la expresión de Suguru.

—Nada, solo... alguien nos está mirando —murmuró Suguru, desviando la mirada.

Satoru siguió su línea de visión hasta Mei, y su rostro se oscureció por un momento antes de volver a relajarse.

—Déjala que mire. Hoy, tú estás conmigo, y nadie más importa —dijo con firmeza, atrayendo a Suguru un poco más cerca.

Suguru suspiró, dejándose envolver por la seguridad de Satoru.

—No sé cómo lo haces, pero siempre logras que me sienta mejor —admitió en voz baja.

—Es porque te amo, tonto. Ahora concéntrate, o terminarás pisándome —bromeó Satoru, intentando aliviar la tensión.

Mientras tanto, Mei apuró su bebida, visiblemente molesta, y se levantó, caminando hacia la salida. Utahime, que había estado observando todo desde la distancia, aprovechó la oportunidad para interceptarla.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó Utahime, cruzando los brazos.

—No es tu asunto, Utahime. Solo necesitaba algo de aire fresco —respondió Mei, tratando de sonar indiferente.

—¿De verdad? ¿O es que no soportas ver que alguien más está feliz? —replicó Utahime con un tono cortante.

Mei entrecerró los ojos y se inclinó hacia Utahime, como si quisiera intimidarla.

—Si estuvieras en mi lugar, sabrías lo que se siente perder. Pero claro, tú siempre has sido una simple espectadora, ¿no? —dijo antes de girarse y marcharse.

Utahime frunció el ceño, pero decidió no seguirla. En su lugar, regresó al salón para asegurarse de que Suguru y Satoru disfrutaran de su momento sin interrupciones.

Cuando volvió a mirar a la pista, la sonrisa que vio en los rostros de ambos le confirmó que había tomado la decisión correcta.

Shoko estaba radiante. Todo había salido exactamente como lo había planeado: los invitados disfrutaban, las cinco opciones de comida habían sido un éxito rotundo, y el ambiente estaba lleno de alegría. Sabía que su boda era todo un triunfo, y por eso decidió tomarse un momento para sí misma. Salió al jardín para tomar aire fresco y encender un cigarrillo.

Mientras exhalaba lentamente el humo, escuchó pasos detrás de ella. Al darse la vuelta, vio a Mei Mei acercándose con su característica elegancia, llevando una copa en la mano y una sonrisa que no inspiraba confianza.

—Shoko, querida, felicidades —dijo Mei Mei con un tono dulce, pero cargado de algo más.

—Gracias, Mei Mei. Espero que estés disfrutando —respondió Shoko con una sonrisa despreocupada, pero sin bajar la guardia.

—Oh, claro que sí. Todo está perfecto. Aunque... —Mei Mei dejó la frase colgando mientras tomaba un sorbo de su bebida, observando a Shoko con una mirada calculadora.

—¿Aunque qué? —preguntó Shoko con un suspiro, ya anticipando que la conversación no sería agradable.

—¿No crees que la atención en el salón está un poco desviada? Digo, entre Satoru y Suguru bailando como si fueran los protagonistas... casi parece que ellos son los que están casándose —comentó Mei Mei, con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.

Shoko soltó una carcajada y dio otra calada a su cigarrillo.

—Ellos siempre son el centro de atención, Mei Mei. Son mis amigos y los amo. No me importa.

Mei Mei levantó una ceja, claramente insatisfecha con la reacción de Shoko.

—Claro, claro. Pero... ¿no te has dado cuenta de algo más? Utahime parece estar más interesada en que ellos la pasen bien que en ti. Es curioso, ¿no?

El comentario golpeó como una daga afilada. Shoko frunció el ceño, su sonrisa desapareciendo por un momento mientras procesaba las palabras de Mei Mei.

—¿Qué intentas decir, Mei? —preguntó con frialdad, dejando caer el cigarrillo al suelo y apagándolo con el pie.

Mei Mei sonrió de manera triunfal y se encogió de hombros.

—Nada, querida. Solo una observación. Pero supongo que no importa, ¿verdad? Hoy es tu día. Deberías disfrutarlo —dijo antes de girarse para regresar al salón, dejando a Shoko sola con sus pensamientos.

Shoko permaneció en silencio por un momento, mirando el cigarrillo aplastado en el suelo. Sus ojos brillaron con una mezcla de irritación y determinación antes de girarse y regresar al salón.

"No dejaré que algo tan insignificante arruine mi día", pensó mientras enderezaba los hombros y volvía a entrar con la misma confianza que la caracterizaba. Sabía que Mei Mei solo buscaba sembrar discordia, y no le daría el gusto.

Aunque Shoko intentaba convencerse de que las palabras de Mei Mei no tenían peso, no podía ignorar la punzada de verdad que habían dejado. Se llevó una mano al rostro y notó que su maquillaje se había corrido ligeramente por el sudor y el estrés. Gruñó frustrada, sintiéndose lejos de la imagen perfecta que había proyectado todo el día.

Respiró hondo, enderezó los hombros y decidió regresar al salón, aunque con el paso más apresurado y la mirada fija en el suelo. Todo lo que quería en ese momento era perderse entre los invitados, evitar que alguien notara su momentánea vulnerabilidad.

Cuando Suguru la vio entrar, se levantó con una sonrisa cálida, dispuesto a felicitarla nuevamente y quizás preguntarle si estaba bien.

—¡Shoko! —la llamó con suavidad, levantando una mano para saludarla.

Sin embargo, Shoko pasó de largo, bajando aún más la cabeza y apretando el paso, como si no lo hubiera escuchado. Suguru quedó congelado, con el saludo en el aire y un atisbo de preocupación en su rostro.

Satoru, que estaba cerca, lo notó y le dio una palmada en el hombro a su pareja.

—No te preocupes por ella, seguro está en "modo novia nerviosa" —dijo restándole importancia con una sonrisa, aunque también parecía estar evaluando la situación.

Suguru no estaba tan convencido, pero decidió no insistir. Observó cómo Shoko se mezclaba entre los invitados, aunque mantenía un aire ausente.

Mientras tanto, Utahime notó el cambio en el comportamiento de Shoko y se acercó discretamente.

—Shoko, ¿estás bien? —preguntó en voz baja, posando una mano en su brazo.

Shoko levantó la mirada, tratando de recomponerse.

—Sí, solo estoy un poco cansada. No es nada —respondió con una sonrisa forzada.

Utahime frunció el ceño, claramente no creyéndole del todo, pero decidió no presionarla en ese momento.

—Recuerda que hoy es tu día. Si necesitas un respiro, tómalo. Yo me encargo de todo —dijo con suavidad, dándole un apretón en el brazo antes de regresar a la pista de baile.

Shoko se quedó allí por un momento, observando cómo los invitados seguían disfrutando de la fiesta. Sus ojos se posaron en Satoru y Suguru, quienes compartían una risa despreocupada cerca del bar. Aunque sabía que las palabras de Mei Mei solo tenían la intención de molestarla, no podía evitar que algunas dudas se deslizaran en su mente.

Pero rápidamente las apartó. Este era su día, y no dejaría que nadie, ni siquiera sus propios pensamientos, lo arruinaran. Se dirigió al tocador para arreglarse el maquillaje, decidida a recuperar su seguridad y terminar la noche como lo había planeado: con una sonrisa sincera.

Shoko salió del tocador con una nueva determinación. Había retocado su maquillaje y se miró en el espejo una última vez antes de volver al salón. Estaba decidida a disfrutar el resto de su boda sin importar lo que Mei Mei o cualquier otra persona pudiera decir.

Al regresar, notó que Utahime estaba conversando con algunos de los invitados, y Satoru y Suguru seguían en el bar, aunque ahora ambos estaban mirando algo en el teléfono de Satoru y riendo juntos. Shoko soltó un suspiro, dándose cuenta de que la escena no tenía nada de malo, solo era una amistad fuerte entre dos personas que habían pasado por mucho juntas.

Caminó hacia Utahime, quien notó su presencia de inmediato.

—Ahí estás, pensé que te habías perdido —bromeó Utahime, ofreciéndole una copa de vino.

Shoko aceptó la copa, sonriendo con más sinceridad esta vez.

—No, solo necesitaba un momento para mí. Ahora estoy lista para seguir.

—Eso es lo que quería escuchar —respondió Utahime, deslizando un brazo alrededor de su cintura.

Mientras tanto, Suguru se fijó en que Shoko parecía más tranquila y no pudo evitar sentirse aliviado. Le dio un ligero codazo a Satoru.

—Ve con ella, asegúrate de que esté bien —sugirió.

Satoru levantó una ceja, pero asintió.

—Está bien, pero no creas que me voy a perder de este cóctel por mucho tiempo.

Satoru caminó hacia Shoko, quien lo vio venir y levantó la copa de vino en un gesto juguetón.

—¿Qué pasa, Gojo? ¿Vienes a robarte el protagonismo otra vez?

Satoru fingió estar ofendido.

—¡Nunca! Solo quería asegurarme de que la novia del día estuviera bien. Aunque parece que ya estás de vuelta en modo diva.

Shoko soltó una carcajada, relajándose aún más.

—Estoy perfectamente bien, Satoru. Gracias por preocuparte, pero este es mi momento, y voy a disfrutarlo.

Satoru le dio una palmada en el hombro.

—Esa es la actitud que quiero ver. Ahora ve y domina esa pista de baile.

Con una sonrisa, Shoko tomó a Utahime de la mano y la llevó a la pista de baile, donde los invitados comenzaron a aplaudir al ver a las recién casadas compartir un momento romántico.

Desde el bar, Suguru y Satoru observaban la escena.

—¿Ves? Todo está saliendo bien —dijo Satoru, tomando un sorbo de su bebida.

Suguru asintió, aunque todavía sentía una ligera inquietud en el fondo.

—Sí, pero creo que aún hay algo que está molestando a Shoko.

Satoru suspiró.

—Si realmente la está molestando, lo resolveremos más tarde. Hoy es su día, y no dejaremos que nada lo arruine.

Suguru estuvo de acuerdo, y ambos se unieron al grupo en la pista de baile, decididos a asegurarse de que la noche terminara en una nota alta para las recién casadas.

...

Pasadas unas horas, la fiesta estaba en pleno apogeo. Los invitados ya habían alcanzado el punto en el que el alcohol corría más rápido que las palabras, y la pista de baile era un revoltijo de pasos torpes y risas estruendosas.

Shoko estaba sentada en una mesa, con la cabeza ligeramente inclinada y una sonrisa bobalicona en el rostro. Sostenía una copa medio llena de champagne mientras miraba a su alrededor, disfrutando del caos relajado que había creado en su propio día especial. A su lado, Utahime estaba apoyada sobre el hombro de Shoko, casi dormida, con una expresión de absoluta paz.

Cerca de la pista de baile, Suguru y Satoru parecían haber olvidado por completo a los demás. Entre risas y susurros, habían comenzado a besarse apasionadamente, atrayendo algunas miradas sorprendidas. Los labios de Satoru se movían con tanta intensidad que daba la impresión de que no podían esperar para estar a solas.

Mei, sentada a un lado con una copa de vino en la mano, los observaba con una mirada que oscilaba entre la rabia y el desprecio. Sus uñas tamborileaban contra el cristal de su copa, y su mandíbula estaba tensada, como si estuviera reprimiendo palabras venenosas.

Mientras tanto, Nanami y Haibara se habían convertido en improvisados niñeros. Tsumiki estaba sentada en el regazo de Haibara, riendo mientras él le hacía muecas tontas y Nanami intentaba mantener un semblante serio, aunque a veces no podía evitar sonreír. El objetivo era claro: mantener a la pequeña entretenida para que no se diera cuenta de la intensidad del momento entre sus padres.

Desde su asiento, Shoko observaba todo el panorama. Su mirada se detuvo por un instante en Mei y luego en Suguru y Satoru, antes de soltar una carcajada.

—¿Por qué siento que aquí se van a romper platos? —murmuró Shoko, más para sí misma que para Utahime, quien no respondió porque ya estaba completamente dormida.

Un invitado pasó tambaleándose frente a la mesa, saludándola efusivamente, y Shoko levantó su copa en respuesta, disfrutando de la extraña mezcla de caos, amor y tensión que definía su noche.

La risa de Shoko se congeló al escuchar un gemido agudo que provenía de Suguru. Dirigió su mirada hacia la pista de baile y lo que vio la dejó atónita. Suguru estaba con el rostro completamente sonrojado, sus ojos llenos de lágrimas mientras Satoru lo sostenía firmemente por la cintura, inclinándose para lamerle el cuello de manera descarada.

El ambiente se tensó aún más cuando Mei, que no podía contener su rabia, soltó un comentario venenoso desde su asiento.

—¿Podrías dejar a tu prostituta personal por un jodido momento? —dijo con tono ácido, atrayendo las miradas de varios invitados cercanos.

Satoru, lejos de sentirse intimidado, levantó la cabeza para mirarla directamente, con un destello de molestia en sus ojos.

—Que no quiera hacer este tipo de cosas contigo no es mi problema, Mei —respondió con frialdad, mientras seguía manteniendo a Suguru cerca de él, como un desafío evidente.

La tensión entre los tres era palpable, como si en cualquier momento pudiera estallar una discusión más intensa. Shoko, todavía algo ebria, levantó una mano para intentar mediar, aunque su tono fue más bromista que conciliador.

—Oigan, ¿podríamos evitar un drama de telenovela en mi boda? Al menos esperen a que corten el pastel.

Mei frunció el ceño, tomando un largo trago de su copa antes de responder con un tono sarcástico.

—Claro, Shoko, porque es exactamente lo que quiero: ignorar que mi esposo está montando un espectáculo con su nuevo juguete justo frente a mí.

Suguru, que había permanecido en silencio, intentó apartarse un poco de Satoru, pero este no lo soltó. En cambio, susurró algo al oído de Suguru que lo hizo sonrojarse aún más, aunque no parecía incómodo.

—Creo que necesito un poco de aire —dijo Shoko finalmente, levantándose de su asiento y dándole un vistazo a Utahime, que seguía profundamente dormida. Antes de salir, lanzó una mirada significativa a Mei y Satoru, como diciendo "arréglenselas sin destrozar mi fiesta".

Los ojos de Mei seguían clavados en Satoru y Suguru, mientras estos seguían mostrando su afecto de forma cada vez más pública, sin importarles el veneno en la mirada de Mei ni las miradas curiosas de los demás invitados.

Mei, ya incapaz de contener su rabia, se levantó abruptamente de su asiento y jaló del brazo de Satoru con fuerza, interrumpiendo su momento con Suguru.

—¡Satoru, estamos casados! ¡Actúa como un esposo! —le espetó con el rostro encendido de ira.

Satoru, aunque ligeramente molesto por la interrupción, mantuvo su sonrisa relajada, pero no soltó a Suguru, quien, borracho y con las mejillas ruborizadas, observaba la escena con una mezcla de curiosidad y confusión.

—Mei, ¿y qué significa exactamente "actuar como un esposo"? Porque si me preguntas, eso no implica soportar tus rabietas sin razón —respondió Satoru con un tono despreocupado, mientras Suguru tambaleaba un poco a su lado, apoyándose en él para no perder el equilibrio.

—¡Razón tengo de sobra! —gritó Mei, mirando a Suguru con desprecio—. ¿Acaso no te das cuenta de cómo te estás exhibiendo con él?

Suguru, que seguía borracho, levantó una mano como si fuera a decir algo profundo, pero lo único que salió de su boca fue:

—¿Esposa? ¿Cuál esposa? Yo pensé que éramos tres amigos compartiendo amor...

Satoru soltó una carcajada al escuchar la ocurrencia de Suguru y lo sujetó por la cintura para evitar que cayera al suelo.

—¿Ves? Incluso Suguru entiende mejor que tú lo que significa amor verdadero —dijo Satoru, echándole un vistazo a Mei, que parecía estar al borde de un ataque de nervios.

—¡Esto es ridículo, Satoru! —gritó Mei, cruzándose de brazos—. Te exijo que te comportes y que recuerdes que soy tu esposa.

Satoru suspiró, rodando los ojos. Luego se inclinó hacia Suguru, quien lo miraba con una expresión medio perdida pero encantada, y le susurró algo al oído que lo hizo sonreír tontamente.

—Mei, si querías una pareja dócil y obediente, definitivamente te equivocaste de hombre —dijo Satoru con una sonrisa socarrona—. Ahora, si nos disculpas, Suguru y yo vamos a seguir disfrutando de la fiesta.

Jalando suavemente a Suguru, Satoru comenzó a caminar hacia la pista de baile, dejando a Mei detrás, temblando de rabia.

Shoko, que había regresado justo a tiempo para presenciar el espectáculo, se inclinó hacia Nanami y susurró con una sonrisa burlona:

—Y yo que pensaba que la telenovela había terminado.

Nanami soltó un suspiro, mientras Tsumiki y Haibara seguían divirtiéndose ajenos al drama que se desarrollaba a su alrededor.

Mei, incapaz de contener su frustración y rabia, se levantó de su asiento con un bufido y salió apresuradamente de la fiesta. Necesitaba aire, espacio, y sobre todo, alejarse de la imagen de Satoru y Suguru completamente absortos el uno en el otro.

Mientras tanto, dentro del salón, Satoru y Suguru seguían en su propio pequeño universo, completamente ajenos a la salida abrupta de Mei. La música lenta y envolvente marcaba el ritmo de su baile, mientras ambos se movían en perfecta sintonía.

Satoru mantenía su mano firmemente en la cintura de Suguru, mientras este descansaba la cabeza en su hombro, los ojos cerrados y una leve sonrisa en sus labios. Entre ellos no hacían falta palabras; el lenguaje de sus cuerpos decía todo lo que necesitaban saber.

Shoko, desde su asiento, observaba la escena con una mezcla de diversión y nostalgia. Utahime, aún medio dormida a su lado, murmuró algo incoherente mientras ajustaba su posición.

—¿No crees que deberían cobrar entrada por este espectáculo? —bromeó Shoko, inclinándose hacia Nanami, quien estaba sentado cerca, atento a Tsumiki y Haibara.

Nanami apenas asintió, más concentrado en asegurarse de que los niños no se metieran en problemas.

Mientras tanto, afuera, Mei respiraba hondo intentando calmarse. La noche era fresca, y el aire frío ayudaba a despejar sus pensamientos. Pero por más que lo intentara, la imagen de Satoru con Suguru seguía atormentándola.

—Ridículo... todo esto es ridículo —murmuró para sí misma, pateando una pequeña piedra en el camino.

Sin embargo, antes de que pudiera perderse completamente en sus pensamientos, una voz detrás de ella la sobresaltó.

—¿Necesitas compañía o prefieres seguir maldiciendo a los enamorados en paz?

Mei se giró rápidamente para encontrarse con Shoko, que había salido con un cigarrillo en la mano y una expresión tranquila.

—¿Qué quieres, Shoko? —preguntó Mei, cruzándose de brazos.

—Nada en particular —respondió Shoko, encogiéndose de hombros mientras encendía el cigarrillo—. Solo me preguntaba cuánto tiempo ibas a seguir torturándote por algo que no puedes controlar.

Mei apretó los labios, pero no respondió.

—Mira, no estoy diciendo que no tengas razón para estar molesta, pero tal vez deberías pensar en si esta guerra vale la pena. Al final del día, Satoru hará lo que quiera, y tú... bueno, tú mereces algo mejor que estar compitiendo por su atención.

Mei la miró fijamente durante unos segundos antes de suspirar y apartar la vista.

—Quizá tengas razón, Shoko. Pero eso no hace que duela menos.

Shoko sonrió levemente, exhalando una bocanada de humo.

—Eso lo sé bien. Pero créeme, el dolor pasa más rápido si dejas de aferrarte a lo que no es para ti.

Ambas mujeres permanecieron en silencio por un momento, dejando que la calma de la noche llenara el espacio entre ellas.

Mei se limpió las lágrimas apresuradamente, dejando rastros de rímel en su rostro. Aunque su expresión era de tristeza, había un brillo calculador en sus ojos que Shoko no alcanzó a notar.

—No es justo... —susurró Mei con voz temblorosa—. Satoru engañó a Suguru conmigo antes, y ahora que somos algo oficial, ¿por qué me trata así? —Su voz estaba cargada de dolor, pero detrás de sus palabras había algo más.

Shoko, que había estado escuchándola con paciencia, suspiró profundamente. Por un momento, las palabras de Mei lograron conmoverla. Quizás, después de todo, Mei no era tan mala como había creído.

—Lo siento, Mei —dijo Shoko suavemente mientras daba un paso adelante y la abrazaba con sinceridad—. Veo que realmente estás enamorada de Satoru. Quizás hablaré con Suguru. Tal vez podamos arreglar esto de alguna forma.

Mei, oculta en el abrazo, sonrió maliciosamente, satisfecha con la reacción que había provocado. Pero al separarse, rápidamente escondió esa sonrisa detrás de una expresión de gratitud fingida.

—Gracias, Shoko. De verdad, lo agradezco. Perdón por causar una escena —dijo con voz temblorosa, secándose los restos de lágrimas.

Shoko sonrió amablemente, palmeándole el hombro.

—No te preocupes. Ven, vamos adentro. Quédate conmigo si lo deseas.

Juntas, ambas regresaron al salón, atrayendo algunas miradas curiosas. Suguru, que estaba cerca de la pista de baile con Satoru, se quedó sorprendido al ver a Mei entrar junto a Shoko, con los ojos ligeramente hinchados, como si hubiera estado llorando.

—¿Qué pasó? —murmuró Suguru, inclinándose hacia Satoru, que estaba más interesado en su copa de vino que en la entrada de las mujeres.

—Quién sabe —respondió Satoru con indiferencia, pero su mirada se tensó un poco al notar la forma en que Mei evitaba mirarlo directamente.

Mei, por su parte, lanzó una mirada rápida hacia Suguru, quien parecía confundido. Aprovechando la aparente calma, se acercó lentamente hacia ellos, dejando a Shoko distraída con otros invitados.

—Suguru —dijo Mei suavemente, captando su atención—, ¿podemos hablar un momento?

Suguru dudó, mirando de reojo a Satoru, pero este simplemente alzó las cejas, como si no le importara.

—Claro —respondió Suguru finalmente, siguiéndola hacia un rincón más apartado.

Mei lo miró con una expresión que mezclaba tristeza y vulnerabilidad.

—Suguru, sé que no soy tu persona favorita, y probablemente nunca lo seré. Pero... —hizo una pausa, como si buscara las palabras correctas—. Lo único que quiero es que todos podamos encontrar algo de paz.

Suguru cruzó los brazos, sintiendo una incomodidad creciente.

—¿Paz? —repitió con escepticismo.

Mei asintió, inclinando la cabeza ligeramente.

—Sé que mi presencia te molesta, pero... Satoru y yo estamos casados. Por mucho que me duela decirlo, no quiero pelear más.

Suguru la miró fijamente, tratando de descifrar sus intenciones, mientras Mei soltaba un pequeño suspiro, como si estuviera verdaderamente agotada.

Sin embargo, detrás de su aparente sinceridad, Mei calculaba sus próximos movimientos. ¿Cómo podía desestabilizar a Suguru sin que nadie más lo notara?

—Si gustas, puedes quedártelo. Al final, Satoru y yo solo seguimos casados por el compromiso de nuestras familias —dijo Mei con una sonrisa dulce, su tono tranquilo pero cargado de una sutileza que Suguru no logró captar—. No te preocupes, no me quejaré más al verte con él.

Las palabras hicieron que el rostro de Suguru se iluminara. Por primera vez en mucho tiempo, sintió un peso enorme desaparecer de sus hombros.

—Gracias, Mei... —dijo, su voz quebrándose ligeramente mientras una sonrisa sincera se formaba en sus labios—. Esto significa mucho para mí.

Impulsado por la emoción, Suguru se acercó y abrazó a Mei con fuerza. Ella, sorprendida al principio, aceptó el abrazo con una leve sonrisa. Sin embargo, mientras su rostro permanecía oculto del Omega, su expresión cambió; sus ojos se volvieron fríos y su sonrisa se desvaneció, dejando en su lugar una mirada seria y calculadora.

—Sí... entiendo perfectamente —murmuró Mei en un tono casi imperceptible, su voz carente de la calidez que había mostrado un momento antes.

Cuando se separaron, ambos se miraron con una sonrisa en los labios. Suguru parecía más relajado, mientras Mei retomaba su fachada amable con maestría.

—Ven a la casa cuando quieras estar con él, no te preocupes por mi presencia —dijo Mei con una sonrisa que parecía emocionada, aunque en realidad solo era una máscara perfecta.

Suguru asintió, agradecido, y se retiró para regresar con Satoru, quien lo esperaba cerca de la pista de baile. Mei, en cambio, se quedó en su lugar por un momento, observándolo con una mirada fija y calculadora.

“Esto no termina aquí, Suguru,” pensó para sí misma. Luego, con un movimiento fluido, se giró y caminó hacia el bar, donde pidió un cóctel mientras planeaba cuidadosamente su próximo movimiento.

Mientras tanto, Suguru se unió a Satoru, quien le lanzó una mirada curiosa.

—¿Qué quería Mei? —preguntó Satoru mientras se inclinaba ligeramente hacia él, su tono desenfadado.

—Nada importante... —respondió Suguru con una sonrisa, aún sintiendo el alivio que la conversación le había dado—. Solo quería aclarar algunas cosas.

—¿Aclarar cosas? —repitió Satoru, levantando una ceja—. Eso no suena a Mei.

Suguru se encogió de hombros, tratando de ignorar el leve desconcierto que las palabras de Satoru le provocaron.

En otro rincón, Shoko observaba la interacción entre Mei y Suguru desde la distancia, con una expresión de leve preocupación. Algo en la forma en que Mei se comportaba no le cuadraba, pero decidió dejar pasar el momento. Después de todo, era su noche especial, y no quería que nada más interrumpiera la celebración.

Mei comenzó a comportarse de manera inusualmente alegre y atenta, lo que rápidamente captó la atención de todos los presentes. Su sonrisa era radiante, y su actitud despreocupada contrastaba con los momentos de tensión que había tenido antes.

Incluso empezó a interactuar más con Suguru, lo que desconcertó a este último, aunque intentó no mostrarlo. En lugar de sus comentarios sarcásticos o miradas frías, Mei se mostró cálida, haciéndole preguntas sobre cosas triviales como su trabajo y la crianza de Tsumiki.

Suguru, aunque algo cauteloso, respondió de manera educada, sorprendido por este cambio de actitud.

—Es bueno verte relajado, Suguru. Satoru realmente te hace bien —comentó Mei mientras tomaba un sorbo de su copa, sonriendo con una dulzura inusual que a Suguru no le pasó desapercibida.

—Gracias, Mei. Es... inesperado oírte decir eso —respondió Suguru, todavía procesando este repentino giro en su comportamiento.

A unos metros de distancia, Satoru observaba la escena con una mezcla de curiosidad y desconcierto. No podía evitar sentir que algo no cuadraba. Mei no era alguien que aceptara las cosas tan fácilmente, mucho menos a Suguru, con quien siempre había tenido una relación complicada.

—¿Qué está tramando ahora? —murmuró Satoru para sí mismo mientras se cruzaba de brazos, sus ojos azules fijos en la pareja.

Utahime, que estaba cerca, captó el cambio en la energía de Satoru y se acercó con una sonrisa de complicidad.

—¿Qué pasa, Gojo? ¿Celoso de que tu ex esté siendo amable con tu actual pareja? —bromeó, aunque su tono tenía un ligero toque de sospecha.

—Celoso no... —respondió Satoru, aunque su mirada nunca abandonó a Mei—. Solo no confío en ella. Algo está mal.

Utahime suspiró y le dio un golpe ligero en el brazo.

—Relájate, es una fiesta. Deja de preocuparte tanto.

Pero Satoru no podía. Había algo en la actitud de Mei, una intensidad detrás de su sonrisa, que no le dejaba en paz.

Mei le dedicó una sonrisa tierna a Suguru mientras caminaban hacia donde estaban Nanami y Tsumiki. Al llegar, encontraron a Nanami sosteniendo a la pequeña en sus brazos con una expresión de calma. Haibara, sentado a su lado, estaba profundamente dormido, su cabeza descansando en el respaldo de la silla.

—Es preciosa... —murmuró Mei al ver el pequeño rostro de Tsumiki, quien dormía plácidamente, con las mejillas ligeramente sonrojadas por el calor del lugar.

Suguru no pudo evitar sonreír con orgullo.

—Sí, lo es. Es todo para mí.

Mei se inclinó un poco hacia la niña, cuidando de no despertarla, y suavemente tocó un mechón de su cabello.

—Nunca pensé que te vería como padre, Suguru. Pero... te queda bien —dijo, su voz cargada de una dulzura inesperada.

Nanami observó la escena con una mirada impasible, pero no pudo evitar notar la ligera rigidez en el rostro de Suguru cuando Mei mencionó aquello.

—¿Quieres cargarla? —ofreció Suguru después de un momento, aunque con cierta cautela.

Mei levantó la vista, visiblemente sorprendida por la oferta.

—¿De verdad?

—Sí. Solo ten cuidado, no le gusta que la muevan mucho cuando está dormida —respondió Suguru con una pequeña sonrisa.

Nanami, siempre atento, se levantó con cuidado, entregando a la niña a Mei, quien la sostuvo con delicadeza, como si fuera lo más frágil del mundo.

—Es tan ligera... y tan perfecta —dijo Mei mientras la observaba, su expresión genuinamente conmovida.

Suguru miró la escena con una mezcla de emociones. Ver a Mei sosteniendo a Tsumiki lo hizo sentir algo extraño, como si estuviera viendo una escena que no terminaba de encajar, pero al mismo tiempo no podía negar que Mei parecía sincera en ese momento.

Nanami, por su parte, miró a Suguru de reojo, como si quisiera advertirle algo, pero decidió quedarse en silencio por el bien de la niña.

—Es increíble cómo algo tan pequeño puede cambiarte la vida —añadió Mei, ahora dirigiéndose a Suguru con una sonrisa suave.

Suguru asintió, aunque no pudo evitar preguntarse si esta nueva actitud de Mei era realmente genuina o si había algo más detrás.

Mei sostuvo a Tsumiki un poco más, balanceándola suavemente en sus brazos. La niña hizo un pequeño sonido en sueños, lo que provocó que Mei se detuviera de inmediato, mirando a Suguru con algo de nerviosismo.

—Tranquila, está acostumbrada a moverse un poco mientras duerme —dijo Suguru, tratando de tranquilizarla.

Mei suspiró, aliviada, y continuó observando a la pequeña con atención.

—Realmente es adorable. Tienes suerte, Suguru —comentó con una sonrisa que parecía sincera.

Nanami cruzó los brazos, observando a Mei detenidamente. No podía evitar ser escéptico, especialmente con lo que había presenciado durante la fiesta. Sin embargo, decidió no decir nada y simplemente se quedó cerca, por si era necesario intervenir.

—¿Cómo es ser padre? —preguntó Mei de repente, mirando a Suguru con curiosidad.

La pregunta tomó a Suguru por sorpresa. Se quedó en silencio un momento antes de responder.

—Es... complicado, pero maravilloso. Hay días en los que estoy agotado, pero todo vale la pena cuando la veo sonreír.

Mei asintió lentamente, como si estuviera considerando sus palabras.

—Debe ser hermoso. Tener algo tan puro y lleno de amor en tu vida... —dijo en voz baja, casi como si hablara consigo misma.

Suguru asintió, pero antes de que pudiera responder, Tsumiki se movió en los brazos de Mei, abriendo ligeramente los ojos.

—Papá... —murmuró la niña con voz adormilada, estirando una mano hacia Suguru.

Suguru inmediatamente se acercó y la tomó en brazos, sosteniéndola con cuidado.

—Aquí estoy, cariño. Todo está bien —le dijo suavemente, acariciando su cabello.

Tsumiki se acurrucó contra el pecho de Suguru y volvió a quedarse dormida casi al instante.

Mei observó la escena con una expresión indescifrable, sus ojos brillando con algo que podría haber sido envidia o admiración.

—Creo que debería dejar que sigan disfrutando de su noche —dijo Mei después de un momento, acomodándose un mechón de cabello detrás de la oreja.

—Gracias por ser amable con ella, Mei —dijo Suguru con una sonrisa, genuinamente agradecido.

Mei asintió, pero al darse la vuelta para regresar al salón, una ligera sonrisa maliciosa cruzó su rostro por un breve instante antes de desaparecer.

Nanami lo notó y frunció el ceño, su desconfianza creciendo. Observó a Suguru, quien parecía aliviado y ajeno a las verdaderas intenciones de Mei.

—Suguru, ¿estás seguro de que todo está bien con ella? —preguntó Nanami en voz baja.

Suguru miró a Nanami, sorprendido por la pregunta.

—Sí, parece que está tratando de hacer las paces. ¿Por qué lo preguntas?

Nanami se limitó a sacudir la cabeza.

—Solo asegúrate de cuidar bien a Tsumiki y a ti mismo. Algunas personas no siempre muestran sus verdaderos colores.

Suguru asintió, aunque no estaba seguro de lo que Nanami quería decir. Mientras se alejaban, Nanami no podía quitarse la sensación de que algo estaba a punto de salir mal.

..

La fiesta finalmente llegó a su fin, y los últimos invitados comenzaron a despedirse. Satoru, todavía algo ebrio pero claramente decidido, se acercó a Suguru con una sonrisa amplia mientras este acomodaba a Tsumiki, quien dormía profundamente en sus brazos.

—¿Qué dices, Sugu? ¿Te vienes a mi casa? Así descansan tú y la peque en paz. Prometo no hacer mucho ruido —dijo Satoru, guiñándole un ojo.

Suguru titubeó un momento, mirando a su hija, antes de asentir con una sonrisa.

—Está bien, pero no sé si Mei estará del todo de acuerdo… —murmuró, algo nervioso.

No tuvo que esperar mucho para averiguarlo, ya que Mei apareció casi como si hubiera escuchado su nombre. Al enterarse del plan, su expresión se iluminó con una sonrisa exageradamente entusiasta.

—¡Oh, claro que sí! —dijo, con una voz cargada de dulzura. —Es más, insisto. Sería maravilloso que pasen más tiempo juntos. Así reforzamos nuestra relación familiar, ¿no crees, Satoru?

Suguru se sintió aliviado por su aparente aprobación, aunque no pudo evitar notar la intensidad en sus ojos.

—Gracias, Mei. En serio, aprecio que lo entiendas —dijo Suguru con una sonrisa.

—Por supuesto, cariño. Lo que sea por tu tranquilidad —respondió Mei, tocando suavemente el brazo de Suguru antes de mirar a Satoru con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Mientras se preparaban para irse, Mei se aseguró de despedirse efusivamente de Tsumiki, acariciando su cabecita con ternura.

—Duerme bien, pequeña. Espero verte pronto, ¿sí? —dijo, mirando de reojo a Suguru mientras hablaba.

Satoru observaba la interacción en silencio, su mandíbula apretada. Sabía que algo no cuadraba en la actitud de Mei, pero decidió no arruinar la noche con una confrontación.

—Bueno, vámonos antes de que la niña despierte y se ponga inquieta —dijo Satoru, rompiendo la tensión mientras guiaba a Suguru hacia la salida.

Ya en el auto, mientras Tsumiki seguía dormida en el asiento trasero, Satoru rompió el silencio.

—¿No te parece que Mei está siendo… no sé, demasiado amable últimamente? —preguntó, con un tono casual pero con los ojos fijos en la carretera.

Suguru suspiró, apoyando la cabeza en el respaldo del asiento.

—Quizás solo está tratando de mejorar las cosas entre nosotros. No creo que sea algo malo —respondió, aunque había una ligera duda en su voz.

Satoru no dijo nada más, pero su mente no dejaba de dar vueltas. Algo le decía que esa sonrisa de Mei escondía mucho más de lo que Suguru podía ver.

Al llegar al penthouse, Mei abrió la puerta con una sonrisa amable, como si fuese la perfecta anfitriona, aunque era claro que este lugar pertenecía a Satoru.

—Adelante, pasen. La casa es suya... bueno, ya lo es, pero igual se los digo por cortesía —dijo con un toque de humor mientras dejaba pasar primero a Suguru, quien cargaba a la pequeña Tsumiki, seguida por Satoru.

El penthouse lucía impecable, con un ambiente cálido que contrastaba con la actitud ambivalente de Mei. Suguru miró a su alrededor y suspiró aliviado mientras caminaba hacia una de las habitaciones para acostar a Tsumiki. La niña, aunque medio dormida, entreabrió los ojos al sentir movimiento y murmuró algo ininteligible antes de volver a acomodarse en los brazos de Suguru.

Cuando Suguru regresó a la sala, Mei ya había sacado un pequeño juego de mesa que parecía especialmente diseñado para niños.

—Pensé que podríamos jugar un rato con Tsumiki antes de que se duerma por completo. Siempre es lindo compartir un momento con ella, ¿no crees? —dijo Mei mientras colocaba las piezas del juego sobre la mesa.

Suguru sonrió, aunque lucía algo sorprendido por el gesto.

—¿Crees que no está muy cansada?

—Los niños siempre tienen energía para un juego rápido, especialmente si hay risas de por medio —respondió Mei, guiñándole un ojo.

Satoru, que estaba observando todo desde el sofá, arqueó una ceja pero no dijo nada. Conocía a Mei lo suficiente para saber que nunca hacía nada sin un propósito, aunque esta vez parecía inofensivo.

Cuando Tsumiki salió de la habitación, frotándose los ojos, Mei se apresuró a saludarla.

—¡Tsumiki! Ven aquí, mira lo que traje para ti.

La niña la miró con curiosidad y luego vio el juego en la mesa.

—¿Eso es para mí? —preguntó con emoción adormilada.

—Claro que sí. Ven, juguemos un rato antes de que te vayas a dormir —dijo Mei, agachándose a su altura y ofreciéndole una ficha del juego.

Suguru observó con una mezcla de ternura y gratitud mientras Tsumiki se sentaba junto a Mei. La niña empezó a reírse con las ocurrencias de la mujer, y aunque el ambiente se sentía extraño para Satoru, no pudo evitar relajarse un poco al ver a su hija feliz.

Después de un par de rondas, Tsumiki soltó un bostezo grande y Suguru se levantó para llevarla de vuelta a la cama.

—Gracias por entretenerla, Mei. Significa mucho para mí —dijo Suguru con una sonrisa cálida mientras cargaba nuevamente a Tsumiki.

—No tienes que agradecerme. Es un placer pasar tiempo con ella. Es una niña maravillosa, igual que su padre —respondió Mei con dulzura, aunque su mirada se desvió hacia Satoru por un instante.

Cuando Suguru se alejó, Mei se acomodó en el sofá junto a Satoru.

—Ves, Satoru, puedo ser una buena compañera de equipo —dijo con una sonrisa satisfecha, tomando una copa de vino que había dejado previamente en la mesa.

Satoru la miró de reojo.

—¿Equipo? No sabía que estábamos jugando un partido.

Mei simplemente rio suavemente, dejando que sus palabras flotaran en el aire mientras disfrutaba del momento.

Mei permanecía sentada en el sofá, con una sonrisa que solo existía para ocultar el torbellino de emociones que la invadía. Se quedó inmóvil, escuchando cómo los pasos de Satoru y Suguru se alejaban, hasta que la puerta del dormitorio se cerró tras ellos.

Al principio, intentó distraerse tomando un sorbo de su copa de vino, pero no pudo evitar oír el sonido amortiguado de risas y susurros provenientes de la habitación.

Y luego, como un golpe inesperado, llegó el sonido que desató su furia.

—¡A-ah, Satoru!~ —la voz de Suguru, elevada por el placer, atravesó las paredes como un cuchillo afilado.

La sonrisa de Mei se desvaneció al instante. Su copa tembló en su mano antes de colocarla con fuerza sobre la mesa. Sus uñas se clavaron en las palmas mientras apretaba los puños, intentando contener el torbellino de emociones que la invadía: rabia, celos, humillación.

—Malditos... —murmuró entre dientes, cerrando los ojos mientras intentaba bloquear los sonidos que seguían llegando desde la habitación.

Se puso de pie de golpe y comenzó a pasearse por la sala, sus tacones resonando en el suelo de mármol. Cada risa, cada gemido que provenía de la habitación de Satoru y Suguru era como un recordatorio constante de su derrota, de su lugar en ese triángulo que nunca estuvo realmente a su favor.

—Es él... siempre es él. Nunca hay espacio para mí.

Mei tomó una respiración profunda, tratando de recuperar su compostura. "No me van a vencer. No me voy a quebrar por ellos", se prometió a sí misma, aunque sus manos temblorosas delataban lo contrario.

De repente, sus ojos se dirigieron hacia la puerta del dormitorio. Una chispa de algo oscuro y decidido cruzó por su mente.

"Si ellos quieren jugar, entonces yo también puedo hacerlo", pensó mientras se obligaba a recuperar la sonrisa fingida, su plan comenzando a tomar forma en su mente. Mei Mei no era una mujer que se quedara callada cuando sentía que había perdido el control. Si tenía que destruir lo que ellos tenían para recuperar su lugar, lo haría, y no le importaban las consecuencias.

Mei decidió que no podía soportar quedarse en la sala, escuchando cada sonido proveniente de la habitación principal. Con el rostro inexpresivo pero sus pensamientos llenos de furia, tomó su copa de vino y subió las escaleras con pasos firmes, dirigiéndose a una de las habitaciones destinadas para los invitados.

Al entrar al cuarto, cerró la puerta con fuerza, aunque sabía que eso no sería suficiente para bloquear los sonidos que resonaban por el penthouse. Dejó la copa sobre la mesita de noche y se desplomó en la cama, mirando al techo con los ojos entrecerrados.

Desde ahí, los murmullos, risas y gemidos seguían colándose por las paredes, como una tortura incesante. Mei apretó los dientes y cerró los ojos, pero las imágenes se formaban solas en su mente: Satoru besando a Suguru, sus manos recorriendo su cuerpo, ambos perdidos en un mundo del que ella siempre estaba excluida.

—Patético... —murmuró para sí misma, intentando convencerse de que no le importaba. Pero su corazón palpitaba con rabia contenida.

Con un suspiro tembloroso, se dio la vuelta en la cama, abrazando una almohada como si pudiera ahogar sus pensamientos y emociones en ella. Pero no podía ignorarlo. No podía ignorar que, a pesar de todo lo que había intentado, ella seguía siendo una extraña en esa relación.

—Disfruten mientras puedan... —dijo en voz baja, casi como una promesa.

Finalmente, Mei cerró los ojos, dejándose arrastrar por el agotamiento. Sin embargo, incluso en sus sueños, la rabia y el resentimiento seguían ardiendo, como brasas listas para encenderse en cualquier momento.

Suguru jadeaba con la respiración entrecortada, su espalda presionada contra la pared fría mientras sentía el agarre firme de Satoru en su cabello. Su rostro estaba sonrojado y sus labios entreabiertos dejaban escapar pequeños suspiros. El contraste entre la pared helada y el calor abrasador del cuerpo de Satoru lo tenía perdido en un torbellino de sensaciones.

—¿S-Satoru…? —murmuró Suguru, intentando enfocar su mirada en los ojos intensos de su compañero.

—Eres tan perfecto, Suguru… —gruñó Satoru, inclinándose más cerca para morder suavemente el cuello del omega, dejando marcas rojizas que contrastaban con su piel pálida. Cada sonido que Suguru hacía parecía avivar aún más el deseo de Satoru, quien lo mantenía atrapado entre sus brazos.

Suguru entrelazó sus dedos en el cabello blanco de Satoru, tirando ligeramente mientras dejaba escapar un suave gemido. Sus piernas temblaban ligeramente, apenas sosteniéndolo. La fuerza y pasión de Satoru lo desbordaban por completo, haciéndolo perder la noción de todo lo demás.

—No pares… —susurró Suguru, hundiendo su rostro en el hombro de Satoru mientras intentaba controlar sus jadeos.

Satoru sonrió contra la piel de Suguru, dejando un último mordisco antes de levantarlo ligeramente por las caderas, obligándolo a rodear su cintura con las piernas. Sus ojos centelleaban con una mezcla de cariño y lujuria mientras sus labios buscaban nuevamente los de Suguru en un beso profundo y cargado de emociones.

Ambos estaban inmersos en su burbuja, sin prestar atención al resto del mundo, perdidos en su conexión y en la pasión que los consumía.

Satoru dejó escapar un último gruñido grave mientras ambos llegaban al clímax juntos, sus cuerpos temblando y empapados de sudor. Suguru arqueó la espalda contra la pared, su rostro desbordado de placer mientras las lágrimas rodaban suavemente por sus mejillas. El cuarto estaba impregnado de su respiración entrecortada y los sonidos apagados de su pasión.

Con cuidado, Satoru se apartó ligeramente, retirando el condón y desechándolo en un pequeño cesto junto a la cama. Se limpió las manos rápidamente y volvió a inclinarse sobre Suguru, que aún estaba intentando recuperar el aliento, apoyado contra la pared con las piernas ligeramente temblorosas.

—Estás hermoso, como siempre, —susurró Satoru, acariciando suavemente el rostro de Suguru antes de inclinarse para besarlo con ternura. Fue un beso lento, cargado de emociones, como si quisiera transmitir todo su amor y devoción a través de ese gesto.

Suguru correspondió al beso, cerrando los ojos mientras deslizaba sus manos hacia los hombros de Satoru, aferrándose a él como si fuera su ancla. Ambos compartieron ese momento de calma y conexión, permitiéndose olvidar el mundo exterior, aunque fuera por un instante.

—Te amo, —dijo Satoru en voz baja, apartándose solo lo suficiente para mirar directamente a los ojos de Suguru.

—Yo también te amo, Satoru, —respondió Suguru, con una sonrisa suave, aunque sus ojos seguían brillando con la intensidad del momento.

Satoru sonrió ampliamente antes de cargar a Suguru en sus brazos, llevándolo a la cama con cuidado. Lo arropó con cariño, asegurándose de que estuviera cómodo antes de recostarse a su lado y abrazarlo. Ambos se miraron en silencio, compartiendo pequeñas caricias mientras sus respiraciones se sincronizaban, dejando que la noche continuara con una paz que hacía mucho tiempo no experimentaban.

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Epiko JAKDHSK ya voy a actualizar más 💔 pobre Shoko ella solamente keria casarse y termino soportando estos mongoles 🥺 JAKDJAJA
BYEEE MIS LECTORES 💗💗

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