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A DONDE C FUE MI MÁS FIEL ODIADOR DE SATORU Osmanthu_Evil DONDE ESTÁS KERIDA 💔 NECESITO FIELES SEGUIDORES PARA QUEMAR A SATORU GOJO 🙌🙌
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continuación:
Suguru, a pesar de todo, no podía evitar levantar miradas entre los alfas que pasaban por el lugar. Su porte elegante, su rostro atractivo y su bondadosa presencia no pasaban desapercibidos, pero él siempre se mantenía alejado de cualquier intento de cortejo.
—¿Oh, vamos, Geto? —comentó un alfa con una sonrisa ladina mientras se recargaba contra una pared—. No quieres un alfa que te acompañe y sea el padre de tu pequeño que viene en camino?
Suguru les dedicó una sonrisa incómoda, buscando la manera de desviar la conversación. —Ja... muchas gracias, pero ya tengo un alfa —respondió con calma, dejando a la otra persona sin más que decir. <<Si.. un alfa>> pensó rápidamente en su mordida que llevaba consigo.
Así, con respuestas cortas y calculadas, lograba escaparse de las situaciones incómodas. Sabía que, si abría demasiado su corazón, corría el riesgo de volver a ser vulnerable.
Más tarde, mientras los niños jugaban alrededor suyo, una pequeña se acercó y se sentó con naturalidad en su regazo. Suguru le acarició el cabello con dulzura, pero lo tomó por sorpresa cuando ella preguntó:
—Señor Geto, ¿usted cómo terminó aquí? Usualmente no hay gente como usted por aquí —dijo con curiosidad, como si fuera algo evidente.
La pregunta, aunque inocente, le atravesó el pecho. Suguru sintió cómo su corazón se comprimía por un instante, pero no dejó que sus emociones lo traicionaran. Mantuvo su sonrisa serena mientras varios niños se acercaban, intrigados por escuchar la historia.
—Bueno... —empezó, acomodando a la niña en su regazo mientras los otros se sentaban a su alrededor—. A veces la vida nos lleva por caminos que no esperábamos. Pero yo estoy feliz de estar aquí ahora, con ustedes.
—¿No extrañas tu casa? —preguntó otro niño con curiosidad, ladeando la cabeza.
Suguru dejó escapar una leve risa. —Claro, a veces la extraño. Pero a veces, lo más importante no es dónde estamos, sino con quién estamos. Y ahora mismo estoy con personas muy especiales.
Los niños rieron y empezaron a preguntarle más cosas, desviando el tema hacia cosas más alegres. Suguru respondió a sus preguntas con paciencia y ternura, pero en el fondo, no podía evitar sentirse afectado. La pregunta de la pequeña había removido las heridas que aún no sanaban por completo.
Cuando los niños se dispersaron de nuevo para jugar, Suguru se quedó sentado, observándolos desde lejos. Sus pensamientos volvieron a Satoru y a todo lo que había dejado atrás.
—Tal vez este es mi lugar ahora... —murmuró para sí mismo, tratando de convencerse una vez más de que había tomado la decisión correcta.
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Han pasado varios meses desde que Suguru comenzó a adaptarse a su nueva vida y a su papel como futuro padre. Su vientre, ya abultado y a pocos días del parto, era una constante señal de que pronto tendría a su pequeño en brazos. A pesar de todo, Suguru se mantuvo fuerte y optimista, concentrándose en los momentos que le esperaban con su hijo.
Shoko se había convertido en su mayor apoyo, ocupándose de hacerle chequeos diarios para asegurarse de que todo estuviera en orden. Con su experiencia como doctora, no dejaba pasar ningún detalle, incluso obligándolo a descansar cuando intentaba hacer más de lo que su cuerpo permitía.
Además, sus amigos, Nanami y Haibara, estaban emocionados por el futuro bebé. Haibara, especialmente, había comenzado a enviarle regalos casi a diario: ropa, juguetes, artículos para el recién nacido. Suguru siempre agradecía con una sonrisa genuina, aunque en el fondo no podía evitar sentir un poco de melancolía.
Una tarde, mientras Shoko y Haibara revisaban la cuna recién instalada, Kento se sentó junto a Suguru, quien descansaba en el sofá. El alfa parecía pensativo, su semblante serio como siempre, pero con una pizca de preocupación en los ojos. Finalmente, rompió el silencio.
—Geto... sabes que te apreciamos demasiado. Y queremos lo mejor para ti y para tu bebé. Pero creo que es momento de hablar —empezó, con su tono directo pero cuidadoso. Suguru lo miró con curiosidad, su sonrisa desvaneciéndose poco a poco.
—¿Qué pasa, Kento?
Kento se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas, y continuó:
—Tu hijo no puede estar sin una figura paterna. Y no estamos diciendo que no puedas hacerlo solo, porque sabemos que eres más que capaz, pero... un alfa podría ser importante en su vida.
Suguru suspiró y desvió la mirada, intentando mantener la calma.
—Ah... no te preocupes, Kento. No necesito de ningún alfa para salir adelante. Yo sé que puedo cuidar de mi pequeño por mi cuenta —respondió, con un tono firme pero amable.
Kento intercambió una mirada con Shoko y Haibara, quienes lo animaron con un gesto para continuar.
—Proponíamos algo... —empezó a decir Kento, pero su voz titubeó un poco antes de soltar lo que tenía en mente—. Satoru nos habló hace unos días. Dijo que quería quedarse contigo unos días y... ver al bebé.
Suguru alzó la cabeza de golpe, su expresión endureciéndose al escuchar ese nombre.
—No —respondió con frialdad, interrumpiéndolo antes de que pudiera decir más—. Él dejó muy claro que me odiaba. No voy a dejar que se acerque a mí ni a mi hijo.
—Suguru... —intentó razonar Kento, pero Suguru no le dio oportunidad.
—Además, dudo que su prometida esté feliz con esa idea. ¿Por qué debería yo permitir que él vuelva a entrar en mi vida cuando ya la destrozó una vez? —agregó, bajando la mirada mientras sus manos se posaban sobre su vientre.
El silencio en la habitación se volvió pesado. Shoko dio un paso adelante y se agachó junto a Suguru, poniendo una mano en su brazo.
—No queremos presionarte, Suguru. Pero pensamos que quizá... él merece una oportunidad de explicarse.
—¿Una oportunidad? —Suguru soltó una risa amarga—. Satoru ya tomó su decisión, y yo tomé la mía. No necesito a alguien que me odie cerca de mi hijo.
Kento suspiró, entendiendo que era inútil insistir por ahora. Shoko cambió de tema, tratando de aliviar la tensión, pero Suguru ya no volvió a sonreír durante el resto de la conversación.
Más tarde, cuando estuvo solo en su habitación, abrazó su vientre con delicadeza.
—No necesitas a nadie más, pequeño. Solo estaremos tú y yo... —murmuró, aunque una parte de él no podía evitar sentirse rota.
En otro lugar, lejos de allí, Satoru miraba el anillo que había comprado para Mei Mei con una expresión sombría. Había querido verlo todo con Suguru, pero las palabras de rechazo que había escuchado resonaban una y otra vez en su mente.
"Él ya no me necesita", pensó, apretando los puños con rabia contenida. Pero el dolor detrás de su ira no era fácil de ignorar.
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Satoru había caído en una rutina oscura y melancólica. Aunque ante los demás seguía mostrando esa máscara de arrogancia y despreocupación que lo caracterizaba, en las noches su realidad era completamente distinta. Utahime, quien había sido su amiga durante años, se había convertido en su mayor soporte en esos momentos de dolor que no podía enfrentar solo.
—¿De verdad tienes que beber tanto? —preguntó Utahime una noche mientras recogía las botellas vacías del suelo de su departamento. Satoru estaba desplomado en el sofá, con los ojos vidriosos y el rostro enrojecido por el alcohol.
—No quiero pensar... no quiero sentir —murmuró él, su voz quebrada mientras miraba fijamente el anillo que había comprado para Mei Mei. El objeto brillaba en su mano como un recordatorio de todo lo que había perdido, pero también de lo que se suponía que debería estar construyendo ahora.
—Satoru, esto no te está ayudando —le dijo Utahime con un suspiro, sentándose junto a él—. No puedes seguir castigándote por lo que pasó con Suguru.
—¿Y qué se supone que haga? —replicó él, su tono mezclando rabia y desesperación. Sus manos temblaban ligeramente mientras dejaba el anillo sobre la mesa—. ¿Olvidarlo? ¿Pretender que no existe? Lo vi, Utahime. Lo vi mirarme con odio, como si... como si yo fuera lo peor que le ha pasado en la vida.
Utahime no respondió de inmediato. Sabía que cualquier cosa que dijera no aliviaría el dolor que Satoru sentía en ese momento. Así que simplemente le puso una mano en el hombro, ofreciéndole un apoyo silencioso.
—Y luego está Mei Mei... —continuó él después de un largo silencio. Sus ojos estaban húmedos, y aunque intentaba contenerse, su voz temblaba—. No sé qué estoy haciendo con ella.
La relación con Mei Mei, a pesar de haber sido una decisión que él mismo tomó, era cada vez más complicada. La omega tenía expectativas claras: quería toda su atención, su compromiso completo. Pero Satoru simplemente no podía dárselo. Su corazón, aunque él no lo admitiera abiertamente, seguía atrapado en el pasado, en el recuerdo de Suguru.
Mei Mei no era ciega. Había notado las ausencias emocionales de Satoru, su falta de interés genuino. Eso había provocado discusiones frecuentes.
—¿Por qué siempre estás con Utahime? —le reclamó ella una tarde, con los brazos cruzados y una mirada molesta—. Soy tu prometida, Satoru. Deberías pasar más tiempo conmigo, no con ella.
—Utahime es mi amiga, no hay nada de malo en eso —respondió él, tratando de mantenerse calmado.
—Pero yo soy tu pareja. Necesito que estés aquí, conmigo, no allá pensando en quién sabe qué.
Satoru no respondió. En su mente, sabía exactamente en quién estaba pensando, pero no tenía el valor de decirlo en voz alta. Mei Mei soltó un suspiro frustrado y salió de la habitación, dejando a Satoru solo con sus pensamientos.
En las noches, cuando se encontraba a solas, los recuerdos de Suguru volvían a inundarlo. Recordaba su sonrisa, su risa, las veces que habían pasado juntos. Pero también recordaba el odio en los ojos de Suguru aquella última vez que lo vio.
—¿En qué momento arruiné todo? —susurró para sí mismo, sintiendo cómo las lágrimas resbalaban por su rostro. Aunque intentaba convencerse de que lo que importaba ahora era su compromiso con Mei Mei, no podía evitar preguntarse qué habría pasado si las cosas hubieran sido diferentes.
Utahime, siempre a su lado en esos momentos, lo observaba con una mezcla de lástima y preocupación. Quería ayudarlo, pero sabía que Satoru solo encontraría la paz si enfrentaba sus sentimientos en lugar de seguir huyendo de ellos.
Mientras tanto, en algún lugar no tan lejano, Suguru acariciaba suavemente su vientre, sintiendo los movimientos de su bebé. Aunque había decidido seguir adelante, había noches en las que también pensaba en Satoru. Pero cada vez que esos pensamientos llegaban, los alejaba rápidamente. Para él, su prioridad ahora era su hijo.
El destino, sin embargo, tenía otros planes.
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Y así se cumplieron 9 meses. (Me dió mucha flojera hacer capitulos de los 9 meses, no jodan, la mayoría de cap tienen entre 10,000 palabras o más. ヽ('Д´)ノ )
La sala del hospital estaba en un silencio tenso, roto únicamente por el sonido de los monitores y los pasos apresurados del personal médico. Suguru había entrado en labor de parto y, aunque él siempre había demostrado fortaleza, ahora estaba visiblemente afectado.
En la sala de espera, Shoko, Utahime, Kento y Haibara intentaban mantenerse tranquilos, pero sus rostros reflejaban preocupación. Todos habían estado allí para Suguru desde el inicio, acompañándolo en su difícil camino, y ahora solo querían que él y su bebé estuvieran bien.
Satoru llegó corriendo al hospital, con el corazón latiéndole desbocado. Su traje desarreglado y el cabello desordenado delataban que había dejado todo de lado para estar ahí. No había podido ignorar las palabras de Utahime cuando lo llamó:
—Suguru está en trabajo de parto. Es ahora o nunca, Satoru.
Cuando llegó, vio a los amigos de Suguru esperándolo con una mezcla de sorpresa y comprensión.
—¿Cómo está? —preguntó Satoru con un hilo de voz.
—Está luchando —respondió Shoko, intentando mantener la calma—. Pero... hay complicaciones.
La enfermera apareció entonces, claramente nerviosa.
—¿Familiares de Suguru Geto? —llamó, mirando al grupo con urgencia.
—Aquí estamos —respondió Kento rápidamente, poniéndose de pie.
—¿Saben si tiene un alfa consigo? —preguntó la enfermera, su tono preocupado—. La presencia de la marca en su cuello parece estar afectándolo demasiado. El estrés está elevando su pulso, y tememos que no podamos estabilizarlo del todo.
Satoru frunció el ceño al escuchar esas palabras. La marca... no era suya. Era de alguien más, de Toji Fushiguro, un alfa que había marcado a Suguru en el pasado de forma no consensuada, un recuerdo doloroso que Suguru llevaba consigo. Esa marca siempre había sido un símbolo de sufrimiento para Suguru, y ahora parecía estar complicando aún más su parto.
—¿¡Geto se encuentra bien!? —preguntó, su voz subiendo un poco mientras se ponía de pie.
—Está inconsciente ahora —dijo la enfermera con seriedad—. Lo estamos monitoreando, pero su pulso es muy rápido y el bebé podría verse afectado si no logramos calmarlo pronto.
Satoru no esperó más. Sin pensarlo dos veces, se dirigió hacia la sala de parto, ignorando las protestas de los asistentes y del personal médico. Nada importaba más que Suguru en ese momento.
—¡Señor, no puede pasar! —intentaron detenerlo, pero él no se detuvo.
—¡SUGURU, POR FAVOR! —gritó mientras intentaba acercarse.
Los asistentes finalmente lograron sujetarlo, pero no antes de que el aroma a menta que siempre había emanado de Satoru llegara a la habitación.
Dentro, el cuerpo de Suguru, inconsciente, reaccionó de inmediato. El aroma familiar comenzó a calmarlo, como si su cuerpo recordara algo que su mente no podía procesar en ese momento. El monitor que registraba su pulso mostró una disminución gradual, y los médicos intercambiaron miradas de alivio.
—¿Qué está pasando? —preguntó Shoko mientras observaba los monitores desde una pequeña ventana.
—El alfa... —murmuró una de las enfermeras, impresionada—. Su presencia está estabilizándolo.
Finalmente, Satoru fue llevado a la sala de espera, aunque seguía luchando por quedarse. Sus manos temblaban, y la culpa lo invadía por completo. ¿Y si Suguru no salía de esto? ¿Y si el bebé tampoco lo lograba? No podía soportar la idea.
Horas más tarde, Shoko salió del quirófano con una expresión cansada, pero con una leve sonrisa.
—Suguru está estable. Y el bebé... es una niña preciosa.
El alivio inundó a todos, pero Satoru simplemente se derrumbó en su asiento. No podía contener las lágrimas mientras pensaba en lo cerca que había estado de perder a ambos.
—¿Puedo verlo? —preguntó con un hilo de voz.
Shoko lo miró por un momento antes de asentir.
—Está descansando, pero... sí. Ve.
Satoru entró en la habitación con pasos cautelosos. Suguru estaba dormido, con su rostro pálido pero tranquilo. En sus brazos había una pequeña, envuelta en mantas, que descansaba pacíficamente.
Satoru se acercó, sus manos temblorosas mientras tocaba suavemente la cabecita de la bebé. Las lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.
—Lo siento... lo siento tanto —susurró, aunque sabía que Suguru no podía escucharlo.
En ese momento, Satoru juró que no importaba lo que tuviera que hacer: protegería a Suguru y a su hija, sin importar las consecuencias.
Satoru se inclinó sobre Suguru, quien seguía profundamente dormido, su rostro relajado pese a lo que acababa de pasar. Con lágrimas en los ojos, Satoru depositó un beso suave en la frente de Suguru.
—Lo siento tanto, Suguru... —susurró, su voz rota. Era un adiós silencioso, al menos por ahora.
Utahime lo observó desde la puerta con los brazos cruzados.
—Gojo, será mejor que te vayas de aquí. Tienes otras cosas que hacer —dijo con firmeza.
Satoru miró a Suguru una última vez antes de asentir, aunque su corazón se negaba. Cada paso hacia la salida se sentía como una puñalada, pero al menos sabía que Suguru estaba bien.
Cuando finalmente salió, dejó escapar un suspiro cargado de emociones. No podía quedarse. No todavía.
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Más tarde, Suguru despertó, rodeado por la calidez de sus amigos. Shoko estaba sentada cerca, revisando unos papeles, mientras Kento y Haibara conversaban en voz baja para no molestarlo.
—¿Dónde estoy? —murmuró, su voz ronca por el cansancio.
—Estás en el hospital —respondió Shoko, sonriendo con alivio al verlo abrir los ojos—. Y tu hija está perfecta.
Una enfermera entró entonces, llevando a una pequeña envuelta en suaves mantas blancas. Con cuidado, le entregó a Suguru a su bebé, quien dormía plácidamente.
Las manos de Suguru temblaron mientras la tomaba, sus ojos abriéndose con asombro y emoción al verla.
—¡Es hermosa! —exclamó, con lágrimas rodando por sus mejillas. Abrazó a su hija con suavidad, como si temiera romperla.
Los demás lo miraron con ternura, sus propios ojos humedeciéndose al ver la escena.
—¿Cómo se llamará? —preguntó Haibara, rompiendo el silencio con una sonrisa brillante.
Suguru miró a su hija, sus lágrimas cayendo libremente mientras sonreía.
—Tsumiki... así se llamará. Mi preciosa niña, Tsumiki.
Shoko acarició el hombro de Suguru, mientras Kento y Haibara asentían, encantados con la elección. Tsumiki, un nuevo comienzo para Suguru, una luz en medio de la oscuridad que había atravesado.
—Tsumiki Geto... —murmuró Suguru, abrazándola con fuerza—. Prometo darte todo lo que necesitas, mi niña.
En ese momento, Suguru no pensó en el pasado ni en las marcas que lo habían herido tanto. Solo existía el presente, y el pequeño milagro que ahora tenía en brazos.
Suguru observaba a su hija, Tsumiki, en sus brazos, como si el mundo entero hubiera desaparecido en ese instante. Las lágrimas caían suavemente por su rostro mientras acariciaba la pequeña cabeza de su bebé, con una sonrisa mezcla de emoción y amor incondicional.
Los demás lo miraban en silencio, algunos con lágrimas en los ojos, otros con sonrisas llenas de ternura al ver la conexión tan fuerte entre padre e hija. Shoko se acercó, colocándole una mano en el hombro para mostrar su apoyo.
—Está hermosa, Suguru. Te va a hacer muy feliz, lo sé —dijo con una sonrisa cálida.
Suguru miró a sus amigos y asintió, agradecido por el apoyo que le brindaban. En ese momento, el peso de todo lo que había pasado, las complicaciones, los desafíos, desaparecieron por completo al ver a su hija.
—Gracias, todos. De verdad —dijo Suguru, con una voz suave, aún emocionado—. No sé qué habría hecho sin ustedes.
Nanami y Haibara intercambiaron miradas, comprendiendo el peso de sus palabras. La familia que se había formado a su alrededor era más fuerte que nunca. Suguru había pasado por momentos difíciles, pero ahora tenía una razón aún más grande para seguir adelante.
—Satoru... —susurró Suguru para sí mismo, mirando al lado de la cama donde Satoru había estado en sus pensamientos.
Aunque no lo dijera en voz alta, hubiera deseado que el Albino estuviera ahí.
Suguru suspiró profundamente, observando a su pequeña Tsumiki mientras dormía plácidamente entre las mantas. Sus delicados rasgos le recordaban tanto a Toji que no pudo evitar que algunas lágrimas se escaparan. Limpió su rostro con rapidez, como si no quisiera que su hija lo viera triste, incluso aunque aún no pudiera entenderlo.
—Eres igual que tu padre... una lástima supongo —susurró con una sonrisa rota, acariciando la diminuta mejilla de Tsumiki con cuidado.
Recordó los momentos felices que tuvo con Toji, esos breves destellos en los que creyó que podían ser una familia. Pero esos días se sentían tan lejanos ahora. Toji había sido claro, brutalmente claro: no quería saber nada ni de él ni del bebé. Y aunque Suguru había intentado convencerse de que podía seguir adelante, esa ausencia aún dolía, especialmente ahora, al ver a su hija.
—Ojalá pudieras verla, Toji... —murmuró, más para sí mismo que para nadie más, con la voz apenas audible—. Es perfecta... pero supongo que nunca lo sabrás.
El cuarto estaba en silencio, roto solo por los suaves suspiros de Tsumiki mientras dormía. Suguru se sentó al borde de la cama, abrazando sus propias rodillas. Sentía un nudo en el pecho, pero no podía permitirse quebrarse. Ahora tenía a alguien que dependía completamente de él, alguien que necesitaba que fuera fuerte.
En ese momento, Tsumiki movió ligeramente sus manitas, haciendo un pequeño sonido que lo hizo sonreír. Era increíble cómo una criatura tan pequeña podía llenar su corazón de tanto amor, incluso en medio del dolor.
—No te preocupes, pequeña... —dijo suavemente, inclinándose para besar su frente—. No necesitas a nadie más. Yo estaré aquí para ti, siempre.
Suguru decidió que no iba a dejar que el pasado lo siguiera atormentando. Tsumiki era lo más importante ahora, y haría todo lo posible por darle una vida llena de amor y felicidad, incluso si eso significaba enfrentar el mundo solo.
Mientras arropaba a su hija y se recostaba a su lado, cerró los ojos con una determinación renovada. El futuro no sería fácil, pero al menos ahora tenía una razón para seguir luchando.
Las primeras semanas con Tsumiki fueron un reto para Suguru, pero también las más hermosas que había vivido. Se dedicaba completamente a ella, asegurándose de que no le faltara nada. Desde los pañales, los biberones, hasta las largas noches en vela, todo lo hacía con amor y entrega, aunque el cansancio empezaba a pesarle.
Amamantar a su hija era una experiencia agridulce. Sentía el vínculo especial que crecía entre ellos cada vez que la acunaba en sus brazos, pero también no podía evitar reír adolorido cuando la pequeña tiraba con fuerza de sus pezones, buscando saciar su hambre.
—Tsumiki, tranquila... no te vas a quedar sin leche, ¿sabes? —susurraba entre risas mientras acariciaba la cabecita de su hija—. No sé de dónde sacas tanta fuerza siendo tan pequeña.
La bebé respondía con un suave balbuceo, continuando con su tarea mientras Suguru la miraba con ternura. A pesar del dolor y la incomodidad, no cambiaba nada de esa experiencia. Era un recordatorio constante de que ahora era todo para ella.
Al terminar, acomodó a Tsumiki sobre su pecho para ayudarla a eructar, dándole suaves palmadas en la espalda. La pequeña lo miró con sus grandes ojos, llenos de inocencia, y Suguru sintió que todo valía la pena.
—Te amo, Tsumiki... —murmuró, apoyando su barbilla sobre su cabeza—. Nunca dejaré que te pase nada malo.
Aunque la vida como padre soltero no era fácil, Suguru sabía que con cada sonrisa, cada balbuceo y cada mirada de su hija, estaba construyendo un hogar lleno de amor y cuidado, algo que juró proteger con todas sus fuerzas.
La llegada de Tsumiki había transformado por completo a Suguru. La fortaleza que siempre había mostrado se había vuelto un poco más flexible, y su corazón parecía más expuesto que nunca. Tener a su hija en brazos, verla crecer día a día, había despertado una sensibilidad en él que nunca antes había experimentado.
Lloraba por todo, y aunque trataba de disimularlo, sus amigos lo notaban. Si Tsumiki emitía un pequeño sonido mientras dormía, sus ojos se llenaban de lágrimas pensando en lo agradecido que estaba de tenerla. Si veía una película o escuchaba una canción que le recordaba a su hija, terminaba con los ojos hinchados de tanto llorar. Incluso una sonrisa de la pequeña bastaba para desmoronarlo.
—Suguru, cariño, necesitas dormir un poco. No puedes seguir desvelándote todas las noches revisando si Tsumiki respira —dijo Shoko mientras le preparaba un té.
—No puedo evitarlo... —admitió Suguru, limpiándose las lágrimas con una mano mientras acunaba a la bebé con la otra—. ¿Y si algo le pasa mientras duermo? ¿Y si no estoy ahí para protegerla?
—Suguru, es una bebé sana. Tú la estás cuidando perfectamente. Pero necesitas cuidar de ti también —intervino Utahime, mirándolo con preocupación.
—Es que... —Suguru tragó saliva, su voz temblaba—. La amo tanto que me asusta. ¿Y si no soy suficiente para ella? ¿Y si algún día se da cuenta de que su padre no es perfecto?
Utahime y Shoko intercambiaron miradas. Sabían que Suguru estaba lidiando con una mezcla de amor incondicional y miedo de no ser suficiente. Utahime le puso una mano en el hombro y le sonrió.
—Eres más que suficiente, Suguru. Tsumiki tiene al mejor padre que podría pedir.
Suguru asintió, aunque sus lágrimas no se detenían. Acunó a Tsumiki un poco más cerca, besando su frente.
—Gracias... Es que, verla a ella... me recuerda que todavía hay algo bueno en este mundo, ¿saben? —dijo entre sollozos—. No quiero fallarle.
Incluso Nanami y Haibara notaron el cambio en él. Una tarde, cuando fueron a visitarlo, Haibara accidentalmente dejó caer un regalo que había traído para Tsumiki. Al verlo romperse, Suguru comenzó a llorar.
—¡Lo siento! ¡No era mi intención! —se disculpó Haibara, sintiéndose culpable.
—No, no es eso... —dijo Suguru, tratando de calmarse mientras secaba sus lágrimas—. Es que... todo lo que hacen por ella me conmueve. No sé cómo agradecerles tanto.
Nanami suspiró y le dio una palmadita en la espalda.
—Suguru, está bien sentir. Pero si lloras por cada cosa, Tsumiki va a pensar que su papá es un llorón.
Suguru rió entre lágrimas.
—Lo sé... pero no puedo evitarlo. Ser su padre me cambió.
A pesar de las emociones a flor de piel, Suguru sentía que había encontrado su propósito. Cada lágrima que derramaba era una prueba de cuánto amaba a su hija y de lo mucho que significaba para él. Tsumiki era su mundo, y aunque su corazón se hubiera vuelto más débil, sabía que era por el mejor motivo posible.
Aunque Tsumiki se había convertido en el centro de su mundo, Suguru no podía evitar que, en las noches más silenciosas, su mente vagara hacia Satoru y Toji. La carga emocional que llevaba consigo era pesada, y aunque trataba de mantenerse fuerte, había momentos en los que se derrumbaba en silencio.
Había noches en las que, después de que Tsumiki se quedaba dormida, Suguru se sentaba en la cama con las luces apagadas, abrazándose a sí mismo mientras las lágrimas caían sin control. Satoru y Toji eran heridas que, aunque intentaba ignorar, seguían abiertas.
Por Satoru, lloraba por la amistad y el amor que compartieron, por lo mal que terminaron las cosas, y porque, a pesar de todo, había una parte de él que lo extrañaba desesperadamente. Recordaba sus risas, las bromas tontas y la manera en que Satoru solía iluminar cualquier habitación con su presencia. Pero también recordaba el odio en los ojos de Satoru la última vez que se vieron, y esa imagen lo perseguía como un fantasma.
—Quizás... quizás debí explicarle mejor... —susurraba a veces, mientras su corazón se encogía de dolor—. Pero él ya tiene su vida, y yo tengo la mía.
Por Toji, lloraba de una manera distinta. A él lo amó de una forma que lo consumió por completo, y aunque sabía que Toji no quería saber nada de él ni de Tsumiki, no podía evitar extrañarlo. Había noches en las que abrazaba a su hija y veía en su rostro los rasgos de su padre, lo que hacía que su corazón se rompiera y sanara al mismo tiempo.
—Eres igual a él, Tsumiki... tan fuerte, tan hermosa... —susurraba mientras acariciaba el cabello de su hija—. Ojalá algún día pudiera verte y sentirse orgulloso de ti... pero sé que no será así.
A veces, incluso se sorprendía llorando sin darse cuenta, mientras realizaba las tareas diarias. Si veía algo que le recordaba a Satoru o a Toji, como un lugar que solían visitar o una frase que ellos solían decir, su corazón se apretaba y las lágrimas comenzaban a fluir.
Shoko y Utahime, quienes lo visitaban con frecuencia, notaban su tristeza, aunque él siempre intentaba disimular.
—Suguru, no puedes seguir guardándote todo esto... —le dijo Utahime un día, mientras lo ayudaba a ordenar la casa—. Te va a consumir.
—Estoy bien —mintió Suguru, secándose los ojos rápidamente—. Tengo a Tsumiki, y eso es suficiente para mí.
Pero ambas sabían que no era verdad. Suguru estaba cargando con demasiado, y aunque su hija le daba fuerza, también lo mantenía vulnerable.
Una noche, después de una visita especialmente emotiva de Shoko y Utahime, Suguru se sentó frente a la ventana, mirando la luna mientras Tsumiki dormía en su cuna.
—¿Por qué me siento así...? —susurró para sí mismo, dejando que las lágrimas fluyeran otra vez—. ¿Por qué no puedo simplemente dejarlos ir?
Sabía que debía seguir adelante, pero los recuerdos de Satoru y Toji lo mantenían atrapado en el pasado. Y aunque tenía a Tsumiki, la luz de su vida, una parte de él seguía buscando respuestas, buscando paz en un mar de emociones que parecía no tener fin.
...
Esa mañana, después de preparar todo para salir, Suguru decidió llevar a Tsumiki a una tienda enorme cercana, donde podía encontrar de todo lo que necesitaba para su hogar y su hija. Con la pequeña acomodada en el portabebés, se aseguró de que estuviera bien protegida del frío antes de salir.
Al llegar a la tienda, quedó impresionado con el bullicio y la cantidad de productos a su alrededor. Tsumiki, a pesar del ruido, parecía tranquila, observando con curiosidad desde su posición en el pecho de su padre. Suguru comenzó a buscar lo que necesitaba, intentando concentrarse únicamente en su hija y en las compras.
Mientras recorría los pasillos, se detuvo frente a la sección de productos para bebés. Eligió algunos pañales y ropita, admirando los pequeños diseños que le parecían perfectos para su hija. Sin embargo, su atención se desvió cuando giró la cabeza hacia la entrada principal y su corazón se detuvo por un momento.
Ahí estaba Satoru.
El alfa parecía distraído, empujando un carrito con algunos productos mientras hablaba con alguien al teléfono. Suguru sintió cómo su pecho se apretaba, el aire escapaba de sus pulmones, y su corazón se retorcía de dolor. Sus ojos se llenaron de lágrimas instantáneamente, aunque intentó reprimirlas.
"¿Por qué tenía que ser hoy?", pensó, sintiéndose completamente vulnerable.
Satoru, como si lo hubiera sentido, levantó la vista y sus ojos azul cielo se encontraron con los de Suguru. En ese instante, el mundo pareció detenerse. Ambos se miraron, inmóviles, como si fueran los únicos en la enorme tienda.
El rostro de Satoru pasó de la sorpresa al dolor en cuestión de segundos. Cerró los labios, tragando saliva, mientras sus manos temblaban ligeramente al sujetar el carrito. Suguru, por su parte, bajó la mirada rápidamente hacia Tsumiki, intentando no quebrarse frente a él, pero el simple hecho de verlo revivía las heridas que intentaba olvidar.
El silencio entre ellos era ensordecedor, incluso en medio del bullicio de la tienda. Ninguno de los dos sabía qué decir o cómo reaccionar.
Finalmente, Satoru dio un paso hacia Suguru, pero este, con una mirada temblorosa y llena de emociones, retrocedió instintivamente, protegiendo a su hija con sus brazos.
—Suguru... —murmuró Satoru, su voz apenas audible, cargada de una mezcla de tristeza y arrepentimiento.
Suguru negó con la cabeza, sus lágrimas a punto de caer, y se dio la vuelta rápidamente, caminando hacia otra sección para evitar cualquier conversación. Satoru lo observó marcharse, sintiendo cómo algo dentro de él se rompía nuevamente.
Mientras se alejaba, Suguru trataba de calmarse. Sentía que su hija le daba la fuerza para no derrumbarse ahí mismo. Apretó los dientes y continuó con sus compras, aunque sus manos temblaban mientras sujetaba los productos.
"No puedo dejar que me afecte... No puedo", pensó, intentando convencerse a sí mismo. Pero el impacto de haber visto a Satoru era innegable.
Por su parte, Satoru permaneció inmóvil en el mismo lugar, sus ojos fijos en el pasillo donde había desaparecido Suguru. No pudo evitar sentir una oleada de arrepentimiento y desesperación. Todo lo que deseaba en ese momento era correr tras él y hablarle, pero algo lo detenía: el miedo de empeorar aún más las cosas.
Satoru comenzó a seguir a Suguru apenas lo vio en la tienda. Había algo en ese encuentro que no podía ignorar. Su corazón le exigía alcanzarlo, aunque su mente le advertía que quizá era un error. Caminó a una distancia prudente, observando cómo Suguru empujaba con cuidado el carrito con su hija dentro, revisando productos sin percatarse de su presencia.
Pero Suguru sí sabía que lo seguían. Conocía demasiado bien la energía de Satoru como para no notarlo. Intentó ignorarlo, concentrándose en las compras, pero cada paso del alfa detrás de él lo ponía más nervioso.
Finalmente, cuando creyó que Satoru lo había dejado en paz, se dirigió a una sección más tranquila, lejos del bullicio. Ahí, un mueble llamó su atención. Pasó la mano por la tela suave y cómoda, permitiéndose un momento de calma.
Sonrió levemente al sentir la textura bajo sus dedos, pero esa breve tranquilidad se rompió de golpe cuando sintió otra mano sobre la suya.
Era cálida y fuerte.
Levantó la vista, y su respiración se detuvo al encontrarse con los ojos azules de Satoru.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Suguru con un tono entre sorprendido y alarmado, mientras retrocedía un paso.
—No podía... no podía simplemente verte e irme —respondió Satoru con sinceridad, su voz baja pero cargada de emoción.
Suguru se tensó. Su primer instinto fue alejarse aún más, pero antes de que pudiera reaccionar, su hija abrió los ojos y comenzó a moverse en el portabebé.
Tsumiki, con sus pequeños ojos curiosos, miró a Satoru y alzó sus manitas, como si quisiera alcanzarlo.
Suguru se quedó inmóvil, completamente desconcertado por la reacción de su hija.
Satoru también se quedó paralizado al ver el gesto de la bebé. Sus ojos se suavizaron al mirarla, y por un momento, el mundo pareció detenerse.
—Ella… —Satoru murmuró, acercando una mano lentamente hacia Tsumiki, pero deteniéndose a mitad de camino, como si no tuviera derecho a tocarla.
—No. —La voz de Suguru fue firme, aunque sus ojos temblaban. Dio un paso atrás, protegiendo a su hija instintivamente.
—Suguru, por favor, solo quiero hablar contigo... —dijo Satoru con desesperación, manteniendo su mirada fija en él.
—¿Hablar? ¿Ahora quieres hablar? —respondió Suguru, con un tono cargado de dolor y resentimiento.
Tsumiki, ajena a la tensión entre los dos, seguía extendiendo sus manos hacia Satoru, balbuceando suavemente.
Suguru cerró los ojos por un momento, intentando calmarse. No podía permitirse una escena, no con Tsumiki ahí. Finalmente, abrió los ojos y miró a Satoru directamente.
—Déjanos en paz, Satoru. Esto no tiene sentido.
Sin esperar respuesta, dio media vuelta y comenzó a caminar rápidamente hacia la salida, con Tsumiki todavía intentando alcanzar al alfa que había visto por primera vez.
Satoru se quedó donde estaba, con las manos apretadas en puños y los ojos fijos en la espalda de Suguru mientras este se alejaba. Una mezcla de arrepentimiento, frustración y tristeza lo consumía por dentro.
Satoru se quedó quieto mientras observaba a Suguru alejarse, su figura perdiéndose entre las filas de estantes y luego a través de la salida. No podía apartar la mirada de la pequeña niña en el carrito, cuya curiosidad lo hacía ver a su alrededor como si estuviera buscando algo... o alguien.
Es igual a él..., pensó Satoru con un nudo en la garganta. Aquella niña tenía el mismo aire que Suguru, pero también le recordaba a alguien más. Toji. El nombre se le atoró en la mente como una espina. Tsumiki no solo era una parte de Suguru; también era un recordatorio de todo lo que había perdido, de las decisiones que lo llevaron a ese punto.
Quiso correr tras él. Quiso detenerlo, abrazarlo, besarle y pedirle que le diera una oportunidad, que fueran algo más. Pero sabía que no tenía derecho, no después de lo que había hecho y dicho. Suguru estaba mejor sin él... o al menos eso era lo que se decía a sí mismo mientras sus pies permanecían pegados al suelo, incapaz de moverse.
Mientras tanto, Suguru salió de la tienda con su hija en brazos. Había pagado rápidamente las cosas que había tomado, apenas notando la amable sonrisa de la cajera. Solo quería alejarse, poner distancia entre él y Satoru.
El camino hacia su casa no era largo, así que decidió caminar. El aire fresco ayudaba un poco a calmar su mente, pero su corazón seguía latiendo con fuerza.
Tsumiki, acurrucada contra su pecho, lo miraba con sus pequeños ojos curiosos. La niña balbuceaba suavemente, como si estuviera intentando entender por qué su madre (o al menos, quien hacía de madre para ella) estaba tan callada y por qué había dejado atrás al hombre raro de ojos azules que había visto hace un momento.
Suguru bajó la mirada hacia ella y suspiró.
—No lo entiendes, ¿verdad, pequeña? —le dijo en voz baja, con una sonrisa triste—. No es tan sencillo... no es alguien que pueda estar cerca de nosotros.
Tsumiki respondió con un suave balbuceo, extendiendo una manita hacia el rostro de Suguru. Él tomó su mano y la besó suavemente.
—Eres todo lo que necesito, Tsumiki. Nada más importa.
Sin embargo, mientras pronunciaba esas palabras, no podía evitar sentir el peso de los recuerdos y los sentimientos que Satoru había despertado en él. Intentó sacudir esos pensamientos de su cabeza mientras continuaba su camino hacia casa, sosteniendo a su hija con más fuerza, como si ella fuera su ancla en un mar de emociones confusas.
Tsumiki, sin embargo, parecía no estar convencida. Aunque no podía hablar, había algo en su pequeña mirada que parecía preguntarse por qué su mami no quería volver a ver al hombre que tanto le había llamado la atención.
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Al llegar a casa
Suguru cerró la puerta tras de sí y apoyó la espalda contra ella, resbalando hasta quedar sentado en el suelo. Su pecho subía y bajaba rápidamente mientras intentaba contener el nudo en su garganta, pero las lágrimas cayeron de todos modos, desbordándose como un río que había estado retenido demasiado tiempo.
Al dejar a Tsumiki en su cuna, había intentado mantener la compostura. Ella era su luz, su ancla, pero el peso de los recuerdos y emociones del día lo aplastaba sin piedad.
—¡N-no quiero! —susurró primero, casi inaudible. Luego su voz se alzó, llena de desesperación—. ¡¿Por qué hoy?! ¡¿Por qué tenía que verlo hoy?!
Golpeó el suelo con la palma de la mano, como si eso pudiera expulsar el dolor.
—¡¿Por qué yo?! ¡¿Por qué no puedo seguir adelante?! —balbuceó mientras las lágrimas corrían por su rostro.
Desde la cuna, Tsumiki observaba a su madre con ojos llenos de confusión. La pequeña, incapaz de comprender las palabras o el dolor de Suguru, alzó sus pequeños brazos hacia él, intentando alcanzarlo.
Intentó salir de la cuna, moviéndose con esfuerzo, pero sus movimientos eran torpes y limitados. A pesar de no poder hablar, parecía querer consolarlo, como si entendiera que algo estaba terriblemente mal.
Suguru enterró el rostro entre sus manos, sollozando con una intensidad que no recordaba haber sentido en mucho tiempo. Había sido demasiado: el encuentro con Satoru, los recuerdos de Toji, la responsabilidad de criar a Tsumiki solo.
Finalmente, un débil balbuceo rompió el silencio entre sus sollozos.
Suguru levantó la mirada, todavía con los ojos hinchados y enrojecidos, para ver a Tsumiki mirándolo con expresión preocupada. La bebé extendía una de sus pequeñas manos hacia él, sus dedos moviéndose torpemente como si intentara alcanzarlo.
El gesto hizo que algo dentro de Suguru se rompiera nuevamente, pero esta vez no de dolor, sino de una mezcla de amor y culpa.
—Tsumiki... —susurró mientras se levantaba lentamente y se acercaba a la cuna.
La pequeña lo miró con sus grandes ojos brillantes, y cuando él se inclinó para tomarla en brazos, ella se aferró a su pecho como si supiera exactamente lo que él necesitaba.
Suguru la abrazó con fuerza, dejando que su calor lo envolviera mientras trataba de calmarse.
—Lo siento, pequeña... —murmuró contra su cabello, acariciándola suavemente—. No debería ponerme así frente a ti. Prometo que haré todo para que seas feliz, aunque yo... aunque yo siga roto.
Tsumiki respondió con un suave balbuceo, como si le asegurara que estaba allí para él, incluso siendo tan pequeña. Suguru cerró los ojos, dejando que las lágrimas restantes cayeran silenciosamente mientras la acunaba en sus brazos.
En ese momento, se prometió que haría todo lo posible por seguir adelante, por ella. Aunque el peso de su pasado lo aplastara, Tsumiki sería su razón para mantenerse fuerte.
Suguru se levantó del suelo, aún con el peso de las emociones sobre sus hombros, y llevó a Tsumiki hacia el sillón que había comprado especialmente para amamantarla. Se sentó cuidadosamente, acomodándola en su regazo. La pequeña comenzó a moverse, mostrando señales de hambre. Suguru sonrió suavemente, sintiendo una mezcla de ternura y cansancio.
—Bueno, supongo que tienes hambre, ¿eh? —murmuró, acariciando su mejilla con una dulzura que solo una madre podía tener.
Con delicadeza, Suguru levantó su playera de un lado, sintiendo la presión de la leche que se acumulaba en su pecho. Al liberarlo, un leve suspiro escapó de sus labios debido a la sensación de alivio que traía consigo. Tsumiki, al sentir la cercanía del pezón, abrió su boca y comenzó a succionar con hambre, tomando la leche de inmediato. Suguru soltó una pequeña risa al sentir su lengua de manera tan suave pero decidida.
—Pobre de ti... parece que tenías mucha hambre —dijo entre risas, observando con cariño cómo su hija se alimentaba.
La pequeña bebé continuó chupando con fuerza, aferrándose a su pecho con las manos diminutas. Suguru, embargado por el amor y la admiración, la observaba en silencio. Era increíble lo que el cuerpo podía hacer por su hija, lo que la vida le había dado en este momento de vulnerabilidad y fortaleza al mismo tiempo.
—Eres tan pequeña, pero tan fuerte... —susurró, acariciando los suaves mechones de cabello de Tsumiki. Un nudo se formó en su garganta al pensar en Toji, en lo que había perdido, pero no dejó que la tristeza lo dominara. Miró a su hija, quien continuaba alimentándose, con una sonrisa en los labios—. Igual que tu padre...
Con esos pensamientos, se permitió sentir el amor en su pecho por Tsumiki. Aunque sus emociones seguían siendo complicadas, su hija lo mantenía anclado en el presente.
—No importa lo que pase, Tsumiki —murmuró, inclinándose para besar la frente de su hija—. Siempre estaré aquí para ti.
La pequeña, como si entendiera la promesa de su madre, siguió succionando con concentración. Suguru soltó una risa suave y la acunó más cerca de su pecho, sintiendo un amor indescriptible. En ese momento, solo importaba ella.
Suguru dejó a Tsumiki cuidadosamente en su cuna, asegurándose de que estuviera cómoda antes de levantarse. Sentía una ligera presión en el pecho, el dolor de la lactancia aún persistía, pero lo ignoró, ya que su hija estaba bien alimentada y dormía tranquila.
—Mami va a comer ya... —susurró con una sonrisa débil, mirando a su hija antes de salir de la habitación.
El cansancio de la jornada comenzaba a pasarle factura. La ansiedad y las emociones de los últimos días lo habían agotado, pero necesitaba alimentarse. Se dirigió a la cocina, sus pasos lentos y pesados, todavía con la imagen de Satoru y el dolor de esa tarde rondando su mente.
Al llegar a la mesa, sacó algo de comida rápida, algo que pudiera comer sin complicarse. Sentó el plato frente a él, pero antes de tomar un bocado, cerró los ojos un momento. Los recuerdos de su pasado, la presencia de Satoru, las dudas, y la relación rota con Toji, todo se agolpaba en su mente.
—¿Por qué ahora? —murmuró, como si el universo estuviera jugándole una cruel broma, mientras tomaba la cuchara y comenzaba a comer, aunque la comida no lograba calmar completamente ese nudo en su estómago.
Pero al menos, pensó mientras miraba hacia el pasillo donde estaba Tsumiki, al menos su hija estaba bien. Y por ella, iba a seguir adelante, no importaba lo que pasara.
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Satoru llegó a casa después de su visita al mercado, con la mente llena de pensamientos sobre Suguru, su hija, y los sentimientos conflictivos que lo atormentaban. No se dio cuenta de inmediato, pero al entrar por la puerta, la atmósfera tensa de la casa le hizo saber que algo no estaba bien. Mei Mei lo estaba esperando en el salón, su rostro claramente molesto.
—¿Dónde estabas? —dijo ella, su voz fría y acusatoria. Satoru podía sentir cómo la presión en el aire aumentaba, como una tormenta que se desataba tras el primer relámpago.
—Fui al mercado. No tiene nada de malo —respondió él, intentando mantener la calma, aunque por dentro algo se quebraba.
—¿En serio? ¿En vez de estar con tu prometida prefieres andar de vago en un mercado de quinta? —Mei Mei frunció el ceño, claramente disgustada. Su tono no dejaba espacio para dudas, y el reproche era palpable.
Satoru, aunque herido por las palabras, trató de no mostrarlo. Sabía que la situación con Mei Mei nunca había sido fácil, pero en ese momento, su mente estaba llena de Suguru, de la escena en la tienda, de cómo su hija había levantado las manos hacia él, y de la forma en que sus propios sentimientos hacia Suguru no dejaban de confundirse.
—No estaba de "vago", Mei. Solo... necesitaba salir. Pensé que sería mejor tomar aire fresco. —dijo, su voz vacilante, mientras su mirada se perdía en algún punto lejano, buscando encontrar algo de claridad.
Mei Mei lo observó fijamente, y por un momento, Satoru se sintió vulnerable bajo su mirada. Sabía que ella tenía razón en cuanto a muchas cosas, pero las palabras que había intercambiado con Suguru en su mente no podían ser borradas tan fácilmente.
—¿Es eso todo? ¿Es por eso que llegaste tarde, después de desaparecer todo el día? Tú sabes lo que se espera de ti, ¿verdad? —la ira de Mei Mei estalló en su voz, y las palabras calaron hondo en el pecho de Satoru, como dagas afiladas.
Satoru cerró los ojos un momento, tratando de encontrar la paz en medio del caos. Sabía que no podía seguir con esta doble vida, atrapado entre lo que sentía por Suguru y las expectativas de Mei Mei.
—Mei... —empezó, pero su voz se quebró por un instante. Miró sus manos, buscando las palabras correctas, pero no las encontraba. —No es tan simple. Lo siento. Es solo que... hay muchas cosas que no entiendo. Y con todo lo que está pasando, no sé cómo seguir. —Se dejó caer en el sillón, con la mirada perdida, como si las respuestas que necesitaba no pudieran ser encontradas en ese momento.
Mei Mei lo miró con una mezcla de confusión y molestia. —¿Entonces qué esperas? ¿Qué te dé espacio para seguir pensando mientras me ignoras? No es así como funcionan las cosas. Si tienes algo que decir, dilo de una vez. —su tono era más suave, pero aún cargado de frustración.
Satoru suspiró profundamente. Sabía que las palabras que pronto saldrían de su boca serían importantes, pero en ese momento, lo único que sentía era un vacío dentro de él. Necesitaba alejarse de todo, pero no podía. El amor, la culpa y el arrepentimiento lo consumían. Sabía que no podía seguir así por mucho más tiempo, pero no sabía cómo salir de ese torbellino emocional.
Satoru se dirigió rápidamente a la habitación después de que Mei Mei lo regañara, intentando evitar un conflicto. El ambiente en la casa se había vuelto tenso, como si todo lo que había antes de su compromiso con Mei se hubiera desvanecido. Cerró la puerta tras de sí y se quedó quieto por un momento, mirando la cama.
Una profunda sensación de vacío lo invadió mientras observaba el espacio donde antes dormía junto a Suguru. Ahora, todo estaba diferente. Mei Mei estaba en la cama que había compartido con él, pero Satoru no podía quitarse la sensación de que algo le faltaba.
Se acercó lentamente a la cama y abrazó la almohada que Suguru siempre usaba. Un suspiro se escapó de sus labios mientras apretaba la tela entre sus brazos, buscando algo que lo conectara de alguna forma con él. El aroma familiar de Suguru aún persistía en la almohada, un recordatorio doloroso de lo que había perdido. Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, y sin poder contenerlas más, dejó que cayeran.
—T-Te extraño tanto... —susurró, las palabras llenas de dolor y arrepentimiento.
Aquel sentimiento de culpa y la sensación de estar atrapado en su propia confusión lo ahogaban. Quería hacer todo lo posible por volver con Suguru, por reparar el daño que había causado, pero la distancia entre ellos parecía insuperable. Recordaba sus risas, sus charlas, incluso los silencios compartidos que significaban más que cualquier palabra. Ahora todo se sentía ajeno, vacío.
El roce de la almohada contra su rostro solo le recordaba lo lejos que estaba de lo que realmente deseaba. Mei Mei, aunque no decía nada, lo miraba en silencio desde el otro lado de la habitación. No necesitaba hablar para comprender que Satoru estaba distante, sumido en sus pensamientos. Ella sabía que había algo en su relación que no encajaba, algo que él no estaba dispuesto a admitir, ni siquiera ante sí mismo.
Satoru se quedó allí, abrazando la almohada y llorando en silencio, la añoranza de lo perdido y la desesperación por corregir sus errores envolviendo su ser. Pero en su corazón, sabía que la solución no sería tan sencilla. Había roto algo irremplazable, y aunque deseaba con todas sus fuerzas enmendarlo, el tiempo perdido no podía ser recuperado.
Las lágrimas se secaron eventualmente, y Satoru se quedó dormido, con los recuerdos de Suguru y un profundo deseo de que algún día pudiera encontrar el valor para pedir perdón, para intentar reconstruir lo que había destruido.
Mientras Satoru se ahogaba en su tristeza, Suguru estaba decidido a buscar un trabajo. Sabía que tenía que darle lo mejor a su hija, así que tomó su teléfono y decidió llamar a Shoko para pedirle ayuda.
La videollamada fue respondida rápidamente. Shoko, con el cabello aún húmedo por haberse recién bañado, lo saludó con una sonrisa.
—¡Hey, Suguru! ¿Qué tal? ¿Todo bien con la bebé?
—Sí, todo bien, pero… necesito trabajar. ¿Sabes si hay algo disponible? —preguntó, manteniendo su tono firme pero con cierto cansancio en la voz.
Shoko iba a responder cuando, de repente, Utahime apareció en pantalla, interrumpiendo la conversación. Había estado escuchando desde el fondo y, aún sintiéndose culpable por haber traicionado a Suguru en el pasado, decidió intervenir.
—Suguru, ¿qué te parecería trabajar conmigo? Podrías ser mi secretario. La paga es buena, y realmente necesitamos ayuda en la oficina.
Suguru se quedó en silencio por un momento, evaluando la propuesta. Sonaba tentadora, especialmente porque el salario que Utahime mencionaba era bastante generoso, pero había un problema: Utahime trabajaba con Satoru. La sola idea de cruzarse con él lo ponía nervioso.
—No estoy seguro… —dijo finalmente Suguru, evitando el tema de Satoru.
—No te preocupes por eso —insistió Utahime, como si leyera sus pensamientos—. Hablaré con Gojo para que mantenga su distancia. No tendrás que verlo si no quieres, y yo me encargaré de que todo sea cómodo para ti.
Suguru suspiró, aún algo dudoso, pero terminó aceptando. Necesitaba el dinero y la estabilidad para su hija, y esta era una oportunidad que no podía rechazar.
—Está bien. Acepto.
Utahime sonrió aliviada.
—Perfecto. ¿Te parece empezar mañana? Últimamente hemos tenido demasiado trabajo, y contigo será más fácil lidiar con todo.
Suguru asintió, agradeciendo la oportunidad. Aunque su corazón aún estaba lleno de dudas y temores por lo que podría ocurrir al volver a estar cerca de Satoru, decidió que debía hacerlo por su hija. Ella era lo más importante ahora, y nada más importaba.
Estos siguieron conversando durante un buen rato, hablando sobre la nueva etapa que Suguru estaba por comenzar. Shoko y Utahime trataron de animarlo, haciéndolo reír con anécdotas y comentarios sarcásticos. Pero conforme pasaba el tiempo, el cansancio empezó a notarse en sus voces.
—Bueno, Suguru, mañana será un día largo para ti. Descansa —dijo Shoko mientras bostezaba.
—Sí, no queremos que llegues tarde en tu primer día. ¡Nos vemos mañana! —añadió Utahime, despidiéndose con una sonrisa.
—Gracias, chicas. En serio, gracias por todo —respondió Suguru, sintiendo algo de alivio por tenerlas de su lado.
Tras despedirse, colgó la videollamada y dejó el teléfono a un lado. Sin embargo, antes de irse a la cama, sabía que tenía algo importante que hacer. Caminó hacia la cuna donde su hija dormía plácidamente, con su pequeño pecho subiendo y bajando con cada respiración.
—Es hora de comer, pequeña —susurró mientras la tomaba con cuidado en sus brazos.
La llevó al sillón especial que había comprado para amamantarla, quitándose la camiseta de un lado para darle acceso a su pecho. Tsumiki abrió los ojos lentamente y, como si entendiera lo que sucedía, empezó a tomar leche con entusiasmo.
—Tienes buen apetito, ¿eh? —dijo Suguru con una sonrisa cansada mientras acariciaba la cabecita de su hija.
A pesar del leve dolor que sentía en sus pechos, no pudo evitar sonreír al verla tan tranquila y satisfecha. Estos momentos, aunque agotadores, le recordaban por qué estaba dispuesto a hacer cualquier sacrificio por ella.
Cuando Tsumiki terminó, Suguru la acomodó en su hombro para ayudarla a eructar, luego la envolvió en una manta suave y la volvió a dejar en su cuna.
—Buenas noches, Tsumiki. Papá tiene mucho que hacer mañana, pero todo es por ti —susurró, inclinándose para darle un beso en la frente.
Finalmente, se dirigió a su cama, agotado pero con una sensación de propósito que lo ayudaba a seguir adelante. Mientras se acomodaba entre las sábanas, pensó en todo lo que había ocurrido ese día, desde encontrarse con Satoru hasta la oferta de trabajo. Cerró los ojos, con la esperanza de que el mañana fuera un poco más fácil.
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Suguru apenas había dormido esa noche. Estuvo inquieto, pensando en qué tipo de ropa llevaría para su primer día de trabajo. Finalmente, decidió que iría algo formal, ya que quería causar una buena impresión.
A la mañana siguiente, se levantó temprano y se preparó con cuidado. Eligió un pantalón negro perfectamente ajustado, una camiseta blanca debajo de un saco negro, y una corbata a juego. Su cabello, siempre largo y sedoso, estaba recogido en un chongo impecable sin olvidar también su típico mechón rebelde. Como toque final, usó unos lentes que casi nunca llevaba, dándole un aire aún más sofisticado.
Cuando se miró al espejo, no pudo evitar esbozar una pequeña sonrisa. "Me veo bien," pensó, aunque todavía sentía un nudo en el estómago por los nervios.
Al llegar al edificio donde trabajaría, Suguru suspiró profundamente para calmarse. Aunque estaba nervioso por el trabajo, lo que más lo inquietaba era dejar a su hija sola por primera vez. "Todo estará bien, puedo hacerlo," se dijo mientras cruzaba la entrada principal.
Sin embargo, desde el primer momento sintió las miradas. Los murmullos comenzaron casi de inmediato, y no tardó en notar cómo la sonrisa de la recepcionista desapareció al verlo.
—¿Me presento? Soy... —intentó decir con cortesía.
—¿Suguru Geto? —lo interrumpió la recepcionista con tono seco—. ¿Qué hace usted en este lugar?
Suguru, manteniendo la calma, sonrió amablemente.
—Oh, solamente soy el nuevo asistente de la señorita Utahime. No se preocupe, no tardaré mucho aquí.
La recepcionista lo miró de arriba abajo, claramente con desaprobación, y finalmente señaló hacia el ascensor.
—Quinto piso, a la izquierda.
—Gracias —respondió Suguru, aunque el tono de la mujer lo hizo sentirse pequeño por un momento.
Mientras avanzaba hacia el ascensor, las miradas y los murmullos seguían. No hacía falta escuchar con claridad para saber lo que decían. Era conocido, pero no por razones agradables. "El Omega que tuvo el descaro de engañar a Satoru Gojo," recordaban todos.
Suguru trató de no dejar que esos comentarios lo afectaran, y cuando llegó a la oficina de Utahime, todo el peso de las malas vibras pareció desaparecer.
—¡Me alegro de que llegues puntual! —exclamó Utahime con una sonrisa amable, dándole una mirada rápida de pies a cabeza—. Bueno, supongo que todavía no sabes del uniforme.
—¿Uniforme? —preguntó Suguru, confundido.
—Sí, es una tonta regla que pidió Satoru, pero no te preocupes. Me encargué de conseguirte el mejor para ti, y por supuesto, el más cómodo. —Utahime le entregó un paquete pequeño con una sonrisa.
Suguru tomó el paquete con algo de recelo y lo abrió. Su expresión pasó rápidamente de la confusión a la sorpresa.
—¿Esto es... necesario?
—Lamentablemente, sí —dijo Utahime encogiéndose de hombros—. Es solo para diferenciar a los Omegas de los Alfas y Betas. No te preocupes, estoy trabajando para cambiarlo, pero por ahora, tendrás que usarlo.
Suguru suspiró, resignado, y fue al vestidor para cambiarse. Cuando finalmente se vio en el espejo, no supo si reír o llorar.
El uniforme consistía en un saco negro corto, una falda ajustada que llegaba justo por encima de las rodillas, mallas negras opacas y unos tacones negros. Se veía elegante, sí, pero también era algo que jamás había imaginado usar.
—Vaya... —murmuró mientras acomodaba la falda, asegurándose de que todo estuviera en su lugar.
Cuando regresó con Utahime, caminando con cuidado para no tropezar con los tacones, ella lo observó con una sonrisa divertida.
—Sabía que te quedaría perfecto.
—No estoy seguro de esto, Utahime. Es... demasiado —dijo Suguru con una expresión mezcla de incomodidad y vergüenza.
—Lo sé, lo sé. Pero créeme, te ves increíble. Además, todos los Omegas aquí lo usan. No eres el único.
Suguru suspiró de nuevo, ajustando un poco el saco.
—Está bien, supongo que puedo acostumbrarme.
—¡Eso es lo que quería oír! —dijo Utahime, dándole una palmada en el hombro—. Ahora, vamos a empezar. Tenemos mucho trabajo por hacer, y estoy segura de que te adaptarás rápido.
A lo largo del día, Suguru intentó concentrarse en sus tareas, pero no podía evitar sentirse incómodo con las miradas que seguían llegando. A pesar de todo, mantuvo la cabeza en alto, decidido a demostrar que podía con el trabajo, sin importar lo que dijeran los demás.
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Después de varias horas de trabajo, Suguru comenzó a sentirse más cómodo en su nuevo entorno. Aunque el uniforme seguía siendo un tema de incomodidad, decidió que si iba a llamar la atención de todos, al menos lo haría en sus propios términos.
"Tal vez debería dejar de intentar pasar desapercibido..." pensó mientras se miraba en el reflejo de un ventanal cercano.
Con esa idea en mente, se dirigió al baño y soltó su chongo. Su cabello largo y sedoso cayó como una cascada negra sobre sus hombros. Con calma, tomó un mechón para dejarlo suelto al frente y, con un hábil movimiento, recogió el resto en su característico chongo alto. Al verse en el espejo, no pudo evitar sonreír.
"Así está mejor," pensó.
Cuando volvió a la oficina, el efecto fue inmediato. Cada paso suyo resonaba en los tacones, y las miradas de los demás, que ya lo seguían por el uniforme, ahora estaban completamente fijas en él.
Los susurros comenzaron de nuevo, pero esta vez con un tono diferente. No había desprecio, sino algo más parecido a la admiración.
—¿Viste su cabello?
—¡Es increíble!
—¿Cómo puede verse tan bien con ese uniforme?
Suguru hizo su mejor esfuerzo por ignorarlos, aunque por dentro no pudo evitar sentirse un poco halagado. Después de todo, no era su intención, pero sabía que su apariencia llamaba la atención, quisieran los demás admitirlo o no.
Cuando llegó a la oficina de Utahime, esta levantó la mirada y abrió los ojos con sorpresa.
—¡Vaya! Suguru, ¿te soltaste el cabello? —preguntó con una sonrisa—. ¡Te ves increíble!
Suguru se encogió de hombros, tratando de restarle importancia.
—Solo pensé que sería más cómodo así.
—Bueno, definitivamente has cambiado el ambiente aquí. Creo que a más de uno se le va a hacer difícil concentrarse hoy —dijo Utahime en tono de broma, guiñándole un ojo.
Suguru rodó los ojos con una pequeña sonrisa y se sentó para continuar con su trabajo, aunque no podía evitar sentir las miradas que seguían dirigiéndose hacia él desde el pasillo.
"No importa," pensó mientras acomodaba su mechón con elegancia. "Estoy aquí para trabajar, no para preocuparme por lo que piensen los demás."
A pesar de sus esfuerzos por mantener un perfil bajo, no había duda de que Suguru Geto se había convertido en el centro de atención. Y aunque no lo admitiera, sabía que parte de él disfrutaba ese pequeño poder.
Desde el momento en que Suguru entró a la oficina con su atuendo impecable, su cabello suelto dejando caer ese mechón característico y el pequeño chongo que siempre lo hacía destacar, no faltaron las miradas que se posaron en él. Algunos lo admiraban desde lejos, pero otros, especialmente los alfas más desquiciados, no tardaron en acercarse con intenciones claras de cortejarlo.
Sin embargo, Suguru no estaba para juegos.
El primero fue un hombre alto de cabello oscuro que se le acercó mientras revisaba unos documentos en su escritorio.
—Hola, Suguru, ¿verdad? Me preguntaba si después del trabajo quisieras tomar algo conmigo. Hay un lugar cerca que creo que te encantaría. —Sonrió, inclinándose un poco hacia él.
Suguru levantó la mirada, manteniendo su expresión serena.
—Estoy aquí para trabajar, no para socializar. —Respondió secamente, volviendo su atención al informe frente a él.
El alfa, sorprendido por la frialdad, retrocedió incómodo, murmurando algo antes de marcharse.
Pero eso no detuvo a los demás.
Unos minutos después, otro alfa, más confiado, se acercó con una taza de café en la mano.
—Pensé que podrías necesitar un descanso —dijo, colocando la taza en el escritorio de Suguru con una sonrisa que pretendía ser encantadora—. Yo soy Hajime, por cierto.
Suguru lo miró por un momento, tomó la taza y la colocó a un lado de su escritorio sin probarla.
—Agradezco el gesto, pero no necesito distracciones. —Su tono era firme, pero educado.
Hajime rió nerviosamente antes de dar media vuelta y retirarse.
A lo largo del día, las cosas no mejoraron. Otros intentaron invitarlo a cenar, algunos le lanzaron cumplidos descarados mientras pasaban cerca, y hasta hubo un par que le dejaron notas en su escritorio.
Pero Suguru mantuvo su compostura en todo momento. Cada intento de acercamiento era rechazado con elegancia, pero sin dejar lugar a dudas.
—No estoy interesado —respondía una y otra vez, sin perder su calma.
Sin embargo, no pudo evitar suspirar cuando, al final del día, Utahime se acercó a su escritorio con una pila de documentos.
—¿Cómo va todo, Suguru? —preguntó, aunque su sonrisa sugería que ya sabía exactamente lo que estaba pasando.
—Bien, si ignoramos a los alfas desquiciados que no entienden la palabra 'no' —respondió, masajeándose las sienes.
Utahime soltó una carcajada, dejando los documentos frente a él.
—¿Qué esperabas? No solo eres eficiente, también luces espectacular con ese uniforme y tu peinado suelto. Aunque puedo hablar con ellos si necesitas que los ponga en su lugar.
—No te preocupes, puedo manejarlo —dijo Suguru con un suspiro, aunque ya estaba agotado por toda la atención no deseada.
Mientras Utahime se alejaba, Suguru volvió a centrarse en su trabajo. Estaba ahí por una razón: darle lo mejor a su hija, y nada ni nadie lo iba a desviar de su objetivo.
Los murmullos y miradas podían continuar, pero él simplemente los ignoraría. No había espacio en su vida para distracciones, y menos para alfas que no entendían que él no estaba interesado.
Satoru estaba en su oficina, revisando las cámaras de seguridad, pero su atención estaba completamente fija en Suguru. El Omega, con su porte elegante y atractivo, parecía ser el centro de atención de todos los alfas que trabajaban en la empresa. Aunque esto irritaba profundamente a Satoru, algo lo calmaba: Suguru rechazaba a cada uno de ellos con una actitud fría y cortante.
—Idiotas… —masculló, apretando los puños mientras seguía observando la pantalla.
La pregunta que rondaba su cabeza lo ponía aún más inquieto.
—¿Por qué vino aquí? —murmuró para sí mismo, sin encontrar una respuesta lógica. Era evidente que Utahime tenía algo que ver con esta situación, pero no podía entender por qué Suguru aceptaría trabajar en su empresa, considerando todo el pasado que compartían.
Satoru suspiró, recostándose en el respaldo de su silla. Sin embargo, no podía apartar la mirada de la pantalla. Suguru lucía increíble con ese uniforme, más de lo que él había anticipado. Había aprobado ese atuendo como una regla para Omegas sin pensar demasiado en las consecuencias, pero ahora se arrepentía… porque en Suguru se veía demasiado bien.
—Dios… —murmuró, sintiendo cómo su mente comenzaba a divagar.
De pronto, su imaginación lo transportó a un escenario completamente diferente. Se vio a sí mismo entrando a una de las salas de documentos restringidas del edificio, donde Suguru lo esperaba. Estaba apoyado en una mesa, con esa mirada coqueta que siempre lo desarmaba.
—Satoru… —susurraba Suguru, con una sonrisa que derretiría a cualquiera.
—¿¡S-suguru!?, ¿¡Que haces aquí!?—pregunto nervioso, viendo cómo el Omega rio al ver su expresión. Este solamente se desabotono un botón de su camiseta apretada que llevaba puesta. Dejando poco a poco ver.
—Solo querida darle un sorpresita a mi jefe, ¿Acaso eso es tan malo?—murmuro sonriendo y alzando una ceja coqueto. Satoru sentía sus sentidos perderse ante la tentación. —Vamos Satoru, yo sé que lo deseas tanto como yo~.. —la voz de Geto lo enloquecía. Satoru con pasos pesados empezó a caminar hacia el Omega. El cual sonrió victorioso
El alfa no pudo contenerse más y se acercó rápidamente, tomándolo de la cintura. Mirándole a los ojos, buscando aprobación para besarle, Geto sonrió dando la señal que Satoru buscaba.
Lo besó con pasión, sus labios encontrándose con intensidad. Poco a poco, ambos comenzaban a desvestirse. Satoru quitó con cuidado el ajustado saco que Suguru llevaba al igual que su camiseta (Nota: no me acuerdo cómo se les decian a la ropa de oficinistas), mientras él retiraba sus gafas con delicadeza.
De repente, algo llamó la atención de Satoru, haciéndolo detenerse un momento.
—¿Suguru… usas brasier? —preguntó, sorprendido y sonrojado.
Suguru soltó una suave risa, mirando su propio pecho antes de responder.
—Cuando amamantas a un bebé, es mejor cuidar tus pechos. ¿Sabes? —respondió, mientras llevaba una mano a uno de ellos con naturalidad.
Satoru quedó embelesado, su mirada fija en él. Suguru, sin dejar de sonreír, desabrochó lentamente el brasier, revelando uno de sus pechos, que parecía pesado por la leche acumulada.
—¿Qué dices, Satoru? —susurró Suguru, inclinándose ligeramente hacia él—. ¿Quieres probar algo de mi leche?
El alfa, completamente cautivado, se inclinó hacia él, tomando el pecho con cuidado entre sus manos.
—Vaya… qué suerte tiene el bebé. Tener todo esto para ella sola… deberías enseñarle a compartir, ¿eh? —bromeó, con una sonrisa traviesa, mientras apretaba suavemente el pecho y una cantidad generosa de leche salía.
Suguru gimió suavemente, sus mejillas encendidas, mientras trataba de detenerlo.
—¡Espera, Satoru! Generarla cuesta demasiado… —murmuró entrecortado, aunque su voz dejaba entrever cierto placer.
La fantasía de Satoru se desvaneció de golpe cuando las puertas del elevador se abrieron. Parpadeó varias veces, dándose cuenta de lo que había estado imaginando. Su rostro estaba completamente rojo, y sentía un calor intenso recorrer su cuerpo.
—¿En qué demonios estaba pensando? —se murmuró a sí mismo, pasándose una mano por el rostro en un intento de calmarse.
Sacudió la cabeza, tratando de enfocarse antes de salir del elevador. Sin embargo, por más que intentara apartar esos pensamientos, la imagen de Suguru seguía grabada en su mente, tan radiante y hermoso como siempre, incluso en sus más extrañas fantasías.
Satoru caminó con pasos firmes hacia la oficina de Utahime, decidido a confrontarla sobre el motivo por el cual Suguru estaba trabajando allí. Al entrar, encontró a la alfa revisando unos documentos con tranquilidad, como si nada la perturbara.
—¿Por qué lo trajiste aquí, Utahime? —preguntó directamente, sin rodeos.
Utahime levantó la vista, arqueando una ceja al notar el tono molesto en su voz. Cerró los documentos y cruzó los brazos antes de responder.
—Le di el trabajo porque lo necesita —dijo con seriedad, fijando su mirada en Satoru.
El alfa frunció el ceño, claramente insatisfecho con esa respuesta. Utahime continuó hablando, su tono firme y sin vacilaciones.
—Cuidar a un recién nacido ha sido una carga emocional y física para Suguru. No ha podido dormir bien. Está mostrando indicios de paranoia… su ansiedad lo está consumiendo, Satoru. —Utahime lo miró fijamente, como queriendo asegurarse de que entendiera el peso de sus palabras.
Satoru se quedó en silencio, procesando lo que escuchaba. Por un momento, una imagen mental cruzó su mente: Suguru, en medio de la noche, sentado en la oscuridad, con la mirada perdida, agotado y deshecho.
Ese pensamiento le apretó el corazón, dejando una sensación de vacío que lo incomodaba profundamente.
—Suguru tiene un instinto de madre muy protector —continuó Utahime, sin darle tiempo a reaccionar—. Tanto que ha empezado a descuidarse a sí mismo. Lo hace porque quiere darle lo mejor a su hija… no quiere que ella pase por lo que él pasó. Ese rechazo.
Satoru alzó la vista, claramente confundido.
—¿Rechazo?
Utahime suspiró, su expresión se suavizó un poco.
—La pequeña no tiene un padre, ni sus abuelos quieren saber de su existencia. Si supieras que ellos querían que Suguru la abortara… ¿cómo crees que se sentiría?
Satoru apretó los puños con fuerza, recordando las palabras frías y crueles que él mismo había dicho cuando se enteró de la situación de Suguru. Palabras que ahora lo atormentaban.
—Vaya mierda… —susurró con amargura, desviando la mirada.
Utahime asintió, sin querer agregar más peso a esa culpa que sabía que ya cargaba Satoru.
—Por eso Suguru quiere protegerla. No quiere que la niña crezca con esa verdad sobre sus hombros. Yo voy a apoyarlo porque le debo algo… —Utahime bajó la mirada, dejando el tema ahí, como si fuera un asunto que prefería no discutir en profundidad. El bajo recuerdo de como ella vendió a Geto por salvar su deuda era imperdonable para la Alfa.
Satoru respiró hondo, tratando de calmarse.
—Veré si puedo ayudarle en algo. Haya tenido un hijo o no, es un Omega, y está propenso a que su celo llegue en cualquier momento.
—Satoru —Utahime lo interrumpió con una mirada seria—, te recuerdo que, queramos o no, Suguru es el Omega de Toji. No puedes ayudarle con su celo… podrías terminar lastimándolo más.
El alfa frunció el ceño, pero negó con la cabeza.
—No me refería a eso. Estoy hablando de apoyarlo con supresores. Prefiero comprarle los más efectivos para que nada le pase.
Utahime lo observó por un momento antes de asentir.
—Hazlo. Y si quieres, ve a hablar con él. Quizás puedan llegar a un acuerdo. Pero recuerda, Satoru, Suguru no está aquí para ti. Está aquí por su hija.
Las palabras de Utahime lo golpearon más fuerte de lo que quiso admitir. Asintió, apretando los labios, y salió de la oficina con una nueva determinación en su mente. Suguru estaba luchando solo por algo que ninguno de ellos había entendido completamente… pero él, aunque fuera tarde, haría algo para ayudar.
Satoru salió de la oficina de Utahime con el corazón pesado, pero determinado. Su mente giraba alrededor de las palabras de la alfa, que no hacían más que alimentar su preocupación por Suguru. Mientras se dirigía al área donde trabajaba el Omega, intentó calmarse. "No vine aquí a intimidarlo, solo quiero ayudarlo." Pero, en el fondo, sabía que su presencia podría no ser bienvenida.
Cuando llegó al área de trabajo, Suguru estaba revisando unos documentos. Su cabello suelto, ese mechón cayendo sobre su rostro, el pequeño chongo sujetando parte del cabello y las gafas que llevaba le daban un aire profesional y elegante, pero también resaltaban lo frágil que parecía. Sin embargo, lo que más notó Satoru fue el cansancio en su rostro, las ojeras ligeramente marcadas que incluso los lentes no podían ocultar.
Satoru carraspeó para llamar su atención, y el sonido hizo que Suguru alzara la vista. Por un momento, el Omega se quedó inmóvil, sus ojos abriéndose un poco más de lo normal al encontrarse con los de Satoru. La sorpresa rápidamente se transformó en una mezcla de temor e incomodidad.
—¿Satoru? —preguntó en un tono bajo, casi como si deseara que no fuera real.
El alfa avanzó un paso, pero detuvo su movimiento al notar cómo Suguru tensaba los hombros, instintivamente retrocediendo un poco en su silla.
—Necesitamos hablar, Suguru.
El Omega desvió la mirada, apretando ligeramente los labios. Había algo en la presencia de Satoru que lo hacía sentir pequeño otra vez, como si las paredes de la oficina se estrecharan a su alrededor.
—Estoy ocupado —respondió rápidamente, su voz más fría de lo que pretendía—. Lo que sea, dilo rápido.
Satoru frunció el ceño. No había esperado esa reacción, pero tampoco podía culparlo. Dio un paso más, pero se detuvo de nuevo cuando vio cómo Suguru bajaba la mirada hacia el escritorio, sus manos aferrándose al borde con fuerza.
—Solo quiero entender por qué estás aquí —dijo Satoru, intentando mantener un tono tranquilo—. Podrías haber elegido cualquier otra empresa, pero viniste aquí. ¿Por qué?
El Omega alzó la mirada con algo de rabia contenida, aunque su inseguridad era evidente.
—¿Por qué estás cuestionándome? ¿Acaso es ilegal que trabaje aquí? —espetó con un temblor apenas perceptible en su voz.
Satoru retrocedió un poco, sorprendido por la reacción.
—No, no es eso, Suguru. Solo... no esperaba verte aquí. Estoy preocupado por ti.
—No necesito tu preocupación —replicó Suguru rápidamente, desviando la mirada de nuevo—. Estoy aquí porque Utahime me ofreció el trabajo, y lo acepté porque necesito mantener a mi hija. Eso es todo.
El alfa notó cómo la voz de Suguru temblaba ligeramente al mencionar a su hija, pero también podía ver la tensión en su postura, como si estuviera listo para huir o defenderse.
—Sé que lo haces por ella —empezó Satoru, intentando sonar conciliador—, pero...
—¿Pero qué? —lo interrumpió Suguru, su tono cortante, aunque su mirada mostraba más miedo que enojo—. ¿Vas a decirme que no soy capaz? ¿Que no debería estar aquí? Porque, si es así, ahórratelo. No tengo tiempo para esto, Satoru.
El alfa apretó los labios, sintiendo un nudo en el pecho. Esa barrera que Suguru había levantado entre ellos no era solo enojo, era miedo.
—No voy a decir nada de eso, Suguru. Solo quiero ayudarte —dijo con suavidad.
Suguru soltó una risa seca, aunque su expresión no tenía nada de diversión.
—¿Ayudarme? ¿Tú?
Satoru asintió, tratando de no dejarse afectar por el tono del Omega.
—Sé que estás agotado, que apenas duermes, y también sé que tu celo puede llegar en cualquier momento.
Al escuchar eso, Suguru se levantó bruscamente de su silla, sus ojos brillando con una mezcla de ira y pánico.
—¿Qué demonios estás insinuando, Satoru? —preguntó, su voz más alta de lo normal. Pensando en que Satoru ofrecía su ayuda de otra forma..
Satoru levantó las manos en señal de rendición, intentando calmarlo.
—Nada malo, lo prometo. Solo quiero asegurarme de que estás preparado, que no te falten supresores ni nada que necesites.
—No necesito tu ayuda —replicó Suguru con frialdad, retrocediendo un paso como si quisiera poner más distancia entre ellos—. Estoy perfectamente bien.
Pero Satoru pudo notar cómo sus manos temblaban ligeramente. No estaba bien.
—Suguru... no tienes que cargar con todo solo —dijo en un tono bajo, dando un paso hacia adelante—. No importa lo que haya pasado entre nosotros, sigues siendo importante para mí.
El Omega retrocedió otro paso, chocando contra el borde del escritorio. Sus ojos estaban llenos de confusión y miedo, y cuando habló, su voz era apenas un susurro.
—No te acerques más, Satoru.
Esa simple frase fue como un golpe para el alfa, quien se detuvo de inmediato. Suguru desvió la mirada, sus manos aferrándose al borde del escritorio como si necesitara algo a lo cual sostenerse.
—No estoy aquí para ti. Estoy aquí porque tengo responsabilidades, porque tengo que cuidar a mi hija. Y no necesito que vengas a revolver mi vida.
Satoru asintió lentamente, sabiendo que no podía presionarlo más.
—Está bien —dijo suavemente—. Pero, si alguna vez necesitas algo, lo que sea, estoy aquí.
Suguru no respondió. Simplemente volvió a sentarse, con la mirada fija en los documentos frente a él, aunque sus manos seguían temblando ligeramente. Satoru se quedó un momento más, observándolo con el corazón apretado, antes de darse la vuelta y marcharse.
Mientras se alejaba, no podía quitarse de la cabeza la expresión de Suguru, esa mezcla de miedo, molestia e inseguridad. "No quiero ser alguien que le cause más dolor," pensó, apretando los puños. Pero, por otro lado, sabía que no podía simplemente quedarse de brazos cruzados. Alguna manera, de alguna forma, encontraría cómo apoyarlo, aunque tuviera que esperar el tiempo que fuera necesario.
Satoru había salido de la oficina, pero las palabras y la presencia del alfa todavía rondaban en la mente de Suguru. El Omega cerró los ojos por un momento, tratando de recuperar el control de su respiración. Sus manos seguían aferrándose al borde del escritorio, temblando ligeramente. “¿Por qué ahora? ¿Por qué él?”
Suguru soltó un suspiro tembloroso, sintiendo cómo una punzada de rabia y miedo le recorría el pecho. Sabía que Satoru no tenía malas intenciones, pero verlo allí, actuando como si realmente le importara, le resultaba abrumador. No quería mostrarse débil frente a él.
Se levantó de golpe de su asiento, dando un paso hacia la puerta como si quisiera ir detrás de Satoru… pero se detuvo. Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas, y por un momento se sintió al borde del colapso.
“No. No voy a llorar. No aquí. No ahora.”
Suguru respiró hondo, llevándose una mano al pecho para calmar los latidos frenéticos de su corazón. Recordó a su hija, su pequeña, que esperaba en casa. Recordó las noches en vela cuidándola, alimentándola, y cómo había prometido que nunca dejaría que nadie, ni siquiera él mismo, la viera débil.
—Tengo que ser fuerte… por ella —murmuró, su voz apenas un susurro.
Se obligó a sentarse de nuevo, cerrando los ojos para contener las lágrimas que amenazaban con caer. Esa sensación de estar atrapado, de no tener control sobre su vida, regresaba cada vez que Satoru estaba cerca. Pero esta vez no iba a dejarse vencer.
—Esto no va a romperme —dijo en voz baja, su tono lleno de determinación.
Cuando alzó la mirada de nuevo, ya no había lágrimas, solo una firme resolución. Suguru se ajustó las gafas y volvió a concentrarse en los documentos frente a él, aunque sus manos seguían temblando ligeramente. Estaba asustado, sí, pero no iba a dejar que ese miedo lo dominara.
En ese momento, Utahime entró a la oficina, notando la tensión en el rostro de Suguru.
—¿Está todo bien? —preguntó con suavidad, acercándose.
Suguru asintió rápidamente, evitando mirarla directamente.
—Sí, todo está bien. Solo… cosas del trabajo.
Utahime lo observó con detenimiento, pero decidió no presionarlo. Sabía que Suguru era fuerte, pero también sabía que había límites.
—Si necesitas algo o quieres hablar, no lo dudes Suguru —dijo antes de salir nuevamente, dejándolo solo.
Suguru tomó aire una vez más, cerrando los ojos y recordando las palabras que siempre se decía a sí mismo en los momentos más difíciles:
“Esto también pasará.”
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Suguru había trabajado hasta altas horas de la noche. La jornada había sido extenuante, y el cansancio pesaba en cada fibra de su cuerpo. Apenas había tomado descansos, y aunque su espalda dolía y sus pies parecían de plomo, sabía que todo valía la pena. Todo lo hacía por ella, por su hija, por darle un futuro digno y asegurarse de que nunca le faltara nada.
Utahime, al despedirlo, le agradeció su esfuerzo, aunque su siguiente petición lo dejó impactado.
—Suguru, ¿crees que puedas llegar mañana a las cinco de la mañana? —preguntó con un tono cauteloso pero firme.
Suguru dudó por un momento, sintiendo el peso de la carga que ya llevaba encima, pero asintió sin protestar. Sabía que no estaba en posición de negarse.
—Sí, claro. Estaré aquí a tiempo —respondió con una débil sonrisa.
Utahime, conmovida por su dedicación, sacó su cartera y le pagó el día. Antes de marcharse, le ofreció ayuda.
—¿Quieres que pida un Uber por ti? Está muy tarde, y no quiero que camines solo.
Suguru negó con la cabeza, sonriendo ligeramente.
—No te preocupes, Utahime. Ya has hecho mucho por mí. Me gusta caminar, de todas formas.
Ella asintió, confiando en su palabra, y se despidió. Ahora, el edificio estaba casi vacío, solo quedaban los trabajadores de limpieza, quienes apenas cruzaban palabra. Suguru salió y caminó hacia la parada de autobús más cercana.
Se sentó en la banca, cerrando los ojos por un momento mientras trataba de calmar la tensión en sus hombros. El aire nocturno era fresco, pero no lograba aliviar su agotamiento.
De repente, sintió que alguien se sentaba a su lado. Abrió los ojos lentamente y, para su sorpresa, vio a Satoru Gojo acomodándose con una sonrisa tranquila en el rostro.
—¿Ya te vas? —preguntó Satoru, con un tono despreocupado—. ¿Vas a esperar un Uber o un taxi?
Suguru lo miró por un breve instante y luego desvió la vista, apretando el agarre de su bolso. No tenía ganas de hablar con él, no ahora, no después de todo.
El silencio se instaló entre ellos, pero Satoru no parecía incómodo. De hecho, lo miraba de reojo, tratando de descifrar lo que pasaba por la mente de Suguru.
—Es tarde, Suguru. No deberías estar solo por aquí —insistió finalmente, su tono más serio esta vez.
Suguru apretó los labios, tratando de contener las emociones que amenazaban con desbordarse. Había tenido un día agotador, y la presencia de Satoru no ayudaba en nada.
—No necesito que me cuides, Satoru —respondió finalmente, su tono frío y seco.
Satoru alzó una ceja, sorprendido por la dureza en su voz, pero no retrocedió.
—No digo que no sepas cuidarte, pero… —hizo una pausa, buscando las palabras correctas—. No significa que tengas que hacerlo todo solo.
Esa frase fue como un golpe directo al corazón de Suguru. Lo miró con una mezcla de incredulidad y resentimiento.
—¿De verdad crees que quiero estar solo? —su voz temblaba, y sus ojos brillaban con lágrimas que se negaban a caer—. Estoy solo porque no tengo otra opción.
Satoru lo observó, sintiendo cómo el peso de esas palabras se clavaba en su pecho. Quiso decir algo, cualquier cosa, pero antes de que pudiera articular una respuesta, Suguru se levantó de golpe.
—No me sigas, Satoru. Déjame en paz —murmuró mientras comenzaba a alejarse rápidamente, sus pasos resonando en la noche.
Satoru lo vio marcharse, paralizado por un momento, antes de ponerse de pie.
—¡Suguru! —llamó, pero el Omega no se detuvo.
Satoru apretó los puños, viendo cómo la silueta de Suguru se desvanecía en la distancia. Por primera vez, sintió un dolor profundo en su pecho. Había sido su culpa, después de todo. Y ahora no sabía si podría arreglarlo.
Suguru seguía caminando con pasos apresurados, apretando el bolso contra su pecho mientras intentaba ahogar las emociones que lo invadían. Sus ojos ardían, y su garganta se cerraba al tratar de contener las lágrimas. No podía permitirse llorar, no ahí, no ahora.
El frío de la noche calaba sus huesos, pero el verdadero frío venía del vacío que sentía en su pecho. Intentó calmarse, enfocarse en el sonido de sus pasos, en el leve murmullo de los árboles bajo el viento, pero todo se sentía tan... opresivo.
De repente, sintió algo. Un tirón en su pecho, un presentimiento extraño, y antes de que pudiera reaccionar, unos brazos fuertes lo rodearon desde atrás.
Suguru dio un respingo, su cuerpo tensándose de inmediato mientras su corazón se disparaba.
—¿Qué...? —murmuró, girando lentamente la cabeza con miedo.
Al ver de quién se trataba, su cuerpo se relajó, aunque el sentimiento de incomodidad permaneció. Era Satoru.
—Déjame, mínimo, acompañarte... —dijo el alfa en un susurro, su voz grave y suave contra el oído de Suguru.
El Omega lo miró, incrédulo, sus labios temblando mientras intentaba articular una respuesta.
—Satoru... —murmuró, su tono mezclando sorpresa, tristeza y algo de molestia.
—Por favor, no te vayas solo —continuó el alfa, sin soltarlo. Podía sentir la tensión en el cuerpo de Suguru, pero no retrocedió. Sus brazos se apretaron un poco más alrededor de su cintura—. No podría perdonarme si algo te pasara.
Suguru cerró los ojos con fuerza, dejando que las palabras de Satoru lo golpearan. Quería rechazarlo, quería gritarle, decirle que lo dejara en paz... pero en el fondo, esa calidez que sentía en su espalda era algo que no había experimentado en mucho tiempo.
—No necesito tu ayuda, Satoru —murmuró, tratando de sonar firme, pero su voz temblaba ligeramente.
—Lo sé, Suguru. Sé que no me necesitas, pero eso no significa que no pueda preocuparme por ti.
El Omega permaneció en silencio, sus manos apretando el bolso con fuerza mientras intentaba procesar lo que sentía. Finalmente, tomó una decisión.
—Está bien —dijo, su voz apenas un susurro. Satoru lo soltó un poco, pero no lo dejó ir del todo. Suguru giró para enfrentarlo, su mirada seria aunque ligeramente húmeda.
—Pero solo hasta la entrada de mi casa, ¿entendido? No quiero que te entrometas más de lo necesario.
Satoru sonrió de lado, como si hubiera ganado algo importante.
—Entendido, jefe.
Suguru rodó los ojos y comenzó a caminar nuevamente, con Satoru siguiéndolo a su lado. Aunque no dijeron nada durante el trayecto, el Omega no pudo evitar sentir que, por primera vez en mucho tiempo, el peso en su pecho era un poco más ligero. Aunque fuera por un momento.
La caminata fue silenciosa, tensa. Satoru intentaba varias veces iniciar una conversación, pero Suguru lo cortaba con respuestas cortas y secas, dejando claro que no tenía intención de charlar. Satoru suspiró, frustrado, pero decidió no insistir. El aire frío de la noche parecía ser el único que hablaba entre ellos.
Finalmente, llegaron a la entrada del pequeño apartamento de Suguru. El Omega suspiró, cansado, y se giró para mirar a Satoru.
—Gracias por acompañarme, pero ya estoy en casa. Buenas noches, Satoru.
El alfa estaba a punto de responder cuando un leve sonido rompió el silencio. Un llanto suave, pero insistente, proveniente del interior del apartamento. Suguru palideció de inmediato, sus ojos llenos de alarma mientras abría rápidamente la puerta e ignoraba por completo a Satoru, quien lo seguía confundido.
—Suguru, ¿qué pasa? —preguntó Satoru, pero no obtuvo respuesta.
Suguru entró rápidamente, dejando caer su bolso sobre una mesa y dirigiéndose a una pequeña cuna en la sala. Dentro, una bebé de cabello oscuro lloraba desconsolada, sus pequeñas manos agitándose en el aire.
—Oh, Tsumiki... perdóname por dejarte sola, cariño —murmuró Suguru mientras la tomaba en brazos con cuidado, su voz llena de ternura y arrepentimiento. La pequeña se calmó casi de inmediato al escuchar la voz de su madre, aferrándose a la tela de su camisa mientras Suguru la balanceaba suavemente.
Satoru, que se había quedado en la entrada, observaba la escena en silencio. Nunca antes había visto esa faceta de Suguru, una tan maternal, tan amorosa. Era como si toda la dureza y la frialdad que había mostrado momentos atrás se hubieran derretido frente a la bebé.
—¿Tienes hambre, pequeña? —dijo Suguru con una sonrisa cansada, acariciando la mejilla de Tsumiki—. Perdona a tu mamá por ser tan descuidada. Ya sé, seguro estás muriendo de hambre. Déjame prepararte algo.
El Omega dejó a la bebé en la cuna por un momento, comenzando a desvestirse para ponerse más cómodo. Satoru, aún atónito, no pudo evitar quedarse mirando, su mente en blanco mientras sus ojos seguían cada movimiento.
Fue entonces cuando lo notó. El brasier negro que Suguru llevaba puesto. La prenda era simple, pero resaltaba de una forma que Satoru no pudo ignorar. Suguru, con el cabello suelto y algo desordenado, comenzaba a atarse un improvisado chongo cuando se dio cuenta de que estaba siendo observado.
—¡¿Qué haces aquí?! —exclamó, asustado, girándose rápidamente y cubriéndose con las manos.
—¡A-ah! Tú no dijiste nada... pensé que había pasado algo grave y... —Satoru intentó justificarse, nervioso, pero Suguru lo interrumpió con un suspiro exasperado.
—Ven acá —dijo, su tono firme, casi como una orden.
Satoru obedeció, aunque desviaba la mirada al notar los pechos de Suguru bajo el brasier. Suguru también parecía incómodo, sus mejillas ligeramente sonrojadas, pero se mantuvo firme.
—No quiero que hagas preguntas sobre lo que te voy a pedir —dijo finalmente, y Satoru lo miró confundido. Antes de que pudiera decir algo, Suguru tomó su mano y la colocó sobre su pecho.
—Solo... masajea. Estoy algo tenso, y hacerlo solo duele demasiado —dijo en voz baja, desviando la mirada, claramente avergonzado.
—¡E-eh! —exclamó Satoru, sorprendido, pero antes de que pudiera procesarlo, hizo algo completamente descarado.
Con un movimiento rápido, desabrochó el brasier de Suguru.
—¡¿Qué estás haciendo?! —jadeó Suguru, aunque no se movió para detenerlo.
—Solo trato de ayudarte, ¿no es lo que pediste? —respondió Satoru con una sonrisa traviesa, colocando ambas manos sobre el pecho de Suguru.
Suguru jadeó ligeramente al sentir el contacto más firme, su rostro completamente rojo mientras apartaba la mirada.
—C-con cuidado, Satoru... —susurró, tratando de no mostrar cuánto lo afectaba la situación.
Satoru, a pesar de su actitud relajada, se sentía igual de nervioso. Las manos le temblaban ligeramente mientras masajeaba con cuidado, intentando ignorar las emociones que se agitaban en su interior.
El ambiente entre ambos era una mezcla de incomodidad, tensión, y algo que ninguno de los dos se atrevía a reconocer en voz alta.
Suguru dejó escapar un suspiro de alivio cuando finalmente un poco de leche salió de sus pezones. Su sonrisa era pequeña, pero satisfecha. Se apartó un poco de Satoru, levantando las manos para que el Alfa retrocediera.
—Ya es suficiente, gracias. —murmuró mientras enderezaba su postura, claramente agotado pero aliviado.Satoru, sin embargo, lo miraba con una mezcla de fascinación y curiosidad. Esa faceta de Suguru era algo que nunca había presenciado y, como el descarado que era, dejó salir la pregunta que cruzó su mente:
—Oye, ¿puedo probarla? —dijo con una sonrisa que no podía ser más inoportuna. Suguru lo miró boquiabierto, completamente escandalizado, y su rostro se tornó de un rojo intenso.
—¡Claro que no! —exclamó, dándole un empujón que apenas movió a Satoru. El Alfa soltó una pequeña risa, claramente disfrutando de la reacción.—¿Qué tiene de malo? Solo tengo curiosidad—Satoru sonrió ampliamente, encogiéndose de hombros como si no acabara de cruzar una línea importante
—Eres un completo idiota...
—Suguru murmuró, claramente avergonzado y frustrado. Se giró hacia la cuna, sacudiendo la cabeza como si tratara de borrar el momento.Con cuidado, tomó a Tsumiki en brazos. La bebé dejó escapar un pequeño sonido, removiéndose entre las mantas, pero al instante se tranquilizó al sentir la presencia de su madre. Suguru se sentó en el sillón cercano, ajustándose la camisa para poder alimentar a la pequeña.
—Aquí tienes, mi amor. Perdóname por hacerte esperar. —Susurró con ternura mientras colocaba a la bebé cerca de su pecho. Tsumiki rápidamente comenzó a alimentarse, y un ambiente de calma llenó la habitación.Satoru permaneció de pie, observando la escena con una mezcla de asombro y algo que no podía describir. Había visto a Suguru en innumerables situaciones, pero esta era completamente diferente. La suavidad en su expresión, la dedicación en cada uno de sus movimientos… era algo que lo dejó sin palabras.
—Perdóname, Tsumiki, por dejarte sola... —murmuró Suguru mientras acariciaba la pequeña cabecita de la bebé
—. Debes estar muriéndote de hambre. Perdona a tu madre por ser tan descuidada. Dejó escapar una pequeña risa, aunque había un dejo de cansancio en su voz. Tsumiki se aferraba con fuerza, completamente calmada, como si no hubiera pasado nada.Satoru finalmente habló, su voz baja:
—Suguru...
El Omega levantó la mirada hacia él, su expresión seria y firme.
—No digas nada, Satoru. Esto no cambia nada.
El Alfa asintió, aunque una parte de él quería protestar, decir algo más. Sin embargo, eligió permanecer en silencio, observando cómo Suguru seguía acariciando a Tsumiki, hablándole en murmullos que solo la bebé podía escuchar.
El silencio entre ellos no era incómodo, pero estaba lleno de emociones no dichas. Satoru no podía apartar la vista, cada vez más consciente de lo mucho que había cambiado Suguru, y de lo que todavía sentía por él.
Suguru suspiró profundamente mientras limpiaba con cuidado los rastros de leche de su piel. Con movimientos rápidos y precisos, se ajustó el brasier negro que tanto le favorecía y, sin mirar a Satoru, dejó escapar un comentario frío:—Supongo que ya te puedes ir. —Su tono era distante, casi indiferente, aunque en el fondo su corazón latía rápido.Satoru, aún hipnotizado, no podía apartar la mirada de Suguru. Los pechos del Omega eran perfectos, mucho más bellos que los de cualquier modelo o chica que hubiera visto en su vida. No sabía cómo reaccionar ante ese pensamiento, pero el brillo en sus ojos lo delataba.Suguru finalmente lo miró, con una mezcla de cansancio y molestia.
—Tu prometida te debe estar esperando. No quiero problemas con ella. —Su mirada era dura, como si con esas palabras quisiera marcar un límite entre ellos.Satoru apretó los puños al escuchar eso, sintiendo una punzada en el pecho, pero decidió no responder.
Simplemente asintió y, tras una última mirada al Omega y su bebé, se despidió en voz baja antes de salir del departamento.Al llegar al estacionamiento, se subió a su carro con un nudo en la garganta. Había tantas cosas que quería decir, pero ninguna logró salir de sus labios. Apretó el volante mientras conducía de regreso a casa, perdido en sus pensamientos sobre Suguru y todo lo que había presenciado esa noche.
Al entrar en su hogar, lo recibió una Mei claramente molesta, esperándolo en la sala con los brazos cruzados
—¿Otra vez tarde? —espetó con un tono afilado, mirándolo con dureza.Satoru no respondió, solo se quitó los zapatos y caminó hacia la cocina, ignorándola por completo.
—¡Te estoy hablando, Satoru! —gritó, siguiéndolo. Pero entonces algo llamó su atención: un aroma débil, suave, pero inconfundible. Feromonas de lavanda. Sus ojos se abrieron al reconocerlo de inmediato.—Es Suguru, ¿verdad? —dijo con un tono más bajo, pero lleno de rabia. Satoru se detuvo, pero no se giró para enfrentarla.
—¿De qué hablas? —respondió finalmente, su voz tranquila pero vacía
—¡No te hagas el idiota! ¡Ese aroma no se puede ocultar! ¿Qué hacías con él? ¡¿Estás saliendo con Geto?! —Mei alzó la voz, su rostro lleno de furia.Satoru cerró los ojos un momento, respirando hondo antes de girarse hacia ella.
—Por favor, Mei, no digas tonterías. Suguru y yo no somos nada desde hace mucho tiempo. Ni siquiera sé dónde está ahora. —Mintió con una frialdad que lo sorprendió incluso a él mismo.Mei frunció el ceño, notando la rigidez en su rostro, pero antes de que pudiera hablar, Satoru continuó:
—Y recuerda algo: tú solo estás aquí porque mis padres lo decidieron. Si fuera por mí, ni siquiera vivirías bajo este techo. —Sus palabras fueron como un golpe directo, y su mirada glacial perforó a Mei
—. Además, no somos nada oficial. Así que no tienes derecho a reclamarme nada.Con esas palabras, Satoru salió de la sala, dejándola sola en medio de su rabia.Mei apretó los puños, sintiendo cómo la sangre hervía en sus venas.
No iba a permitir que Satoru siguiera humillándola, y mucho menos por alguien como Geto Suguru. Sacó su teléfono y marcó un número con rapidez.
—Adelanten la boda. Será este sábado.
—¿Señorita Mei? ¿No cree que es muy apresurado? Apenas tenemos los preparativos...
—¡No me importa! —gritó furiosa—. ¡HÁGANLO!
Sin esperar una respuesta, colgó la llamada y lanzó .el teléfono sobre el sofá, con los dientes apretados y la mirada llena de determinación.—No permitiré que nadie me quite lo que es mío. —murmuró para sí misma.
Satoru salió de casa rápidamente al solo escuchar a Mei Mei decir tonterías, dejando atrás el caos que Mei había desatado. Encendió un cigarrillo, algo que hacía cuando necesitaba calmarse, aunque odiara el hábito. Sus pensamientos se llenaron de imágenes de Suguru y su hija. La calidez en su voz al hablarle, la dulzura en sus gestos, y lo increíblemente hermoso que se veía cuidando de su pequeña.
"¿Por qué me importas tanto todavía?" pensó, frustrado. Dio una larga calada antes de tirar el cigarro al suelo y aplastarlo con su pie. Decidió conducir un rato para despejarse, pero en lugar de calmarlo, cada calle que pasaba lo llenaba más de inquietud. Terminó estacionándose frente a un parque vacío, mirando al cielo nocturno.
Mientras tanto, Suguru terminaba de acomodar a Tsumiki en su cuna. La pequeña ya dormía plácidamente después de haber comido, pero él no podía relajarse del todo. Se sentó en el borde de su cama, frotándose las sienes. El día había sido largo, y el inesperado encuentro con Satoru lo había dejado emocionalmente agotado.
El solo pensar en cómo lo había mirado, como si pudiera verlo más allá de las capas de fortaleza que había construido, lo inquietaba. Intentaba convencerse de que no sentía nada, de que Satoru era solo un recuerdo que no debía remover, pero su corazón no cooperaba.
"No puede volver a mi vida... No ahora."
Un golpeteo suave en la ventana lo sacó de sus pensamientos. Al principio pensó que era el viento, pero cuando miró, su corazón casi se detuvo. Era Satoru.
—¿Qué demonios...? —murmuró, caminando hacia la ventana y abriéndola ligeramente.
—Suguru, por favor. —Satoru hablaba en voz baja, sus ojos mostrando una vulnerabilidad que rara vez se veía en él—. Solo quería asegurarme de que estás bien.
Suguru apretó los labios, sintiendo una mezcla de enojo y algo más profundo, algo que no quería admitir.
—Ya me viste hace unas horas, Satoru. Estoy bien. Ahora vete. —Intentó cerrar la ventana, pero Satoru puso la mano para detenerlo.
—No puedo. No después de verte con ella. —Las palabras de Satoru eran sinceras, casi desesperadas—. Ver cómo cuidas a Tsumiki, cómo hablas con ella... Suguru, tú no deberías estar haciendo esto solo.
La mención de su hija hizo que Suguru se tensara.
—¿Y qué? ¿Ahora te importa? —dijo con un tono amargo—. Porque no parecías muy interesado cuando me dejaste.
Satoru bajó la mirada, sintiendo el peso de esas palabras.
—Lo sé, y no puedo cambiar lo que pasó. Pero quiero... quiero estar aquí ahora.
—No necesito que estés aquí. —Suguru negó con la cabeza
Satoru permaneció en silencio frente a la ventana, tratando de contener las emociones que se acumulaban en su pecho. Su respiración era irregular, y finalmente, dejó caer su rostro en sus manos, soltando un sollozo contenido que resonó en la habitación.
—No puedo más, Suguru... —dijo con la voz rota, su cuerpo temblando ligeramente. Las lágrimas corrían por sus mejillas, y por primera vez, el alfa parecía vulnerable, completamente desarmado frente a él.
Suguru lo observó, con el corazón dividido. Había querido mantenerse firme, marcar la distancia que tanto necesitaba, pero verlo así lo desmoronaba poco a poco. Con un suspiro pesado, finalmente abrió la puerta y dejó que Satoru entrara.
—No llores aquí afuera, Satoru. La bebé podría despertarse.
Satoru entró despacio, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano, pero su mirada seguía cargada de culpa y tristeza. Suguru cerró la puerta detrás de él y señaló el sofá con un gesto de cabeza.
—Puedes quedarte aquí esta noche, pero solo porque no quiero más dramas. —Se cruzó de brazos, mirando fijamente al alfa—. La cama es lo suficientemente grande para los dos, pero no creo que sea buena idea, ¿verdad?
Satoru asintió, obediente, y se dirigió al sofá. Suguru fue directo a la cama y se acostó, dándole la espalda al sofá. Cerró los ojos, pero el sonido de Satoru acomodándose y soltando pequeños suspiros lo mantuvo despierto por varios minutos.
"Esto fue un error..." pensó, pero no podía negar que verlo romperse le había dolido más de lo que quería admitir.
Pasaron las horas, y la noche avanzaba tranquila. Suguru finalmente logró conciliar el sueño, pero de repente sintió un peso a su lado. Parpadeó somnoliento, y antes de que pudiera reaccionar, un brazo cálido rodeó su cintura.
—¿Qué estás haciendo? —murmuró en un susurro ronco, girando la cabeza para encontrarse con el rostro de Satoru, que parecía tranquilo, casi en paz.
—No podía dormir. —La voz de Satoru era baja, como si temiera que cualquier sonido fuerte pudiera romper el momento—. Solo déjame quedarme aquí un rato, por favor.
Suguru suspiró, a punto de empujarlo, pero algo en el abrazo de Satoru lo detuvo. Hacía mucho tiempo que no sentía ese calor, esa cercanía que tanto extrañaba, aunque no quisiera admitirlo.
—Solo esta vez... —murmuró, cerrando los ojos de nuevo.
Satoru sonrió débilmente, estrechándolo con más fuerza, como si temiera que Suguru pudiera desaparecer en cualquier momento. Suguru sintió el latido constante del corazón de Satoru contra su espalda, un ritmo que lo relajó poco a poco hasta que ambos se quedaron profundamente dormidos, compartiendo un momento de paz que hacía mucho tiempo les había sido negado.
...
Los llantos de Tsumiki resonaron en la habitación, despertando a ambos. Suguru suspiró, su cuerpo estaba agotado después de la larga jornada, y aunque su instinto le pedía levantarse, sus músculos se sentían pesados.
—Veo que alguien ya se despertó... —musitó con voz cansada, estirándose un poco en la cama.
Satoru, medio dormido, gruñó suavemente y rodeó a Suguru con sus brazos, abrazándolo por detrás.
—Quédate en la cama un rato más —murmuró con un tono protector, hundiendo el rostro en el cuello de Suguru.
El Omega se sonrojó instantáneamente, sintiendo el calor del alfa tan cerca.
—S-Satoru, Tsumiki me está llamando… —dijo nervioso, intentando apartar las manos del alfa, aunque no podía negar que la sensación era reconfortante.
Satoru soltó un suspiro pesado y finalmente se incorporó, rascándose la cabeza con pereza.
—Está bien, está bien… pero podrías dejar que yo me encargue por esta vez —bromeó mientras se estiraba, revelando que no llevaba playera.
Suguru se giró para responderle, pero al verlo, su rostro se encendió como una llama.
—¡S-Satoru! —exclamó exaltado, desviando la mirada rápidamente, tratando de mantener la compostura.
—¿Eh? —respondió Satoru con naturalidad mientras caminaba hacia la sala—. Tenía calor, ¿qué tiene de malo?
Suguru suspiró, intentando ignorar la presencia del alfa mientras caminaba hacia la sala para atender a su hija. Al acercarse a la cuna, Tsumiki se calmó inmediatamente al verlo.
—Ah, mi pequeña… —dijo en voz baja, cargándola en sus brazos—. Perdóname por no venir tan rápido, mami estaba cansada.
Sin embargo, al notar la figura de Satoru detrás de él, Tsumiki frunció el ceño de inmediato y, con un gesto infantil, le sacó la lengua al alfa.
Suguru parpadeó, sorprendido.
—¿Qué fue eso? —murmuró, observando la expresión de su bebé.
Satoru, al darse cuenta del gesto, se cruzó de brazos y frunció el ceño, indignado.
—¿Qué le pasa conmigo? ¡Si ni siquiera me conoce bien! —se quejó, señalando a la bebé como si pudiera entenderlo—. ¿Por qué me hace eso?
Suguru no pudo evitar soltar una pequeña risa, cubriendo su boca con una mano.
—Parece que no le agradas, Satoru. A lo mejor es por tus feromonas... —Suguru bromeó, intentando contener otra carcajada al ver la cara ofendida del alfa.
—¡Eso no es justo! —Satoru infló las mejillas, mirando a la pequeña como si intentara convencerla de que él no era una amenaza—. ¡Oye, tú! Yo no soy tan malo como parezco, ¿sabes?
Tsumiki, en respuesta, simplemente escondió su carita en el pecho de Suguru, ignorando completamente a Satoru, lo que provocó que este soltara un suspiro de derrota.
—Bien, ya entiendo, soy el villano en esta historia —murmuró con fingido dramatismo, provocando que Suguru riera suavemente mientras consolaba a su bebé.
—Quizá tengas que ganarte su confianza, Satoru… aunque parece que tienes un largo camino por recorrer —dijo Suguru con una pequeña sonrisa.
El alfa, aunque seguía indignado, no pudo evitar sonreír ante la escena. Por primera vez en mucho tiempo, Suguru se veía genuinamente relajado, incluso feliz, y eso era suficiente para Satoru.
Suguru estaba completamente agotado. A pesar de intentar mantenerse despierto para jugar con Tsumiki, sus ojos comenzaban a cerrarse involuntariamente, cabeceando de vez en cuando. Satoru lo observaba desde donde estaba sentado con la bebé, notando lo derrotado que se veía el Omega.
—Vaya, ya no puedes más, ¿eh? —murmuró en voz baja con una sonrisa, levantándose con cuidado mientras cargaba a la pequeña en sus brazos.
Se acercó a Suguru, quien estaba medio dormido en el sofá, y se agachó frente a él.
—Déjame ayudarte con esto —dijo suavemente, colocándose en una posición para cargarlo.
Antes de que Suguru pudiera reaccionar del todo, Satoru lo levantó como si fuera una princesa. El Omega murmuró algo inaudible, completamente rendido, dejando que Satoru lo llevara.
—No te preocupes, solo descansa —susurró el alfa, mirándolo con una expresión tierna.
Al llegar a la habitación, Satoru lo acostó con cuidado en la cama, asegurándose de que estuviera cómodo. Ajustó las sábanas alrededor de Suguru y, sin poder evitarlo, acarició brevemente su cabello antes de volver con la bebé.
Tsumiki, al ver que ahora tenía toda la atención de Satoru, comenzó a moverse emocionada en sus brazos. Sin previo aviso, jaló el cabello del alfa con fuerza.
—¡Ay! Oye, eso duele… —dijo Satoru con una mueca, aunque no intentó apartarla—. Está bien, puedes desquitarte conmigo, lo acepto solo porque eres la hija de Suguru.
La bebé respondió con una risita y, como si no fuera suficiente, comenzó a arañarle el rostro con sus pequeñas uñas.
—¡Auch! —exclamó Satoru, retrocediendo un poco, pero sin soltarla—. ¿En serio? ¿También los rayones? ¡Eres despiadada!
Tsumiki lo miró fijamente por un momento antes de dejar de maltratarlo, tomando su chupón con ambas manos y bajando la mirada.
—Ah, ¿ya te cansaste? —preguntó Satoru, observándola con curiosidad. Sonrió suavemente al notar su cambio de actitud y la acomodó mejor en sus brazos—. ¿Qué pasa? ¿Tu mami no juega mucho contigo?
La pequeña no respondió, obviamente, pero su gesto de bajar la mirada mientras chupaba el chupón hizo que Satoru sintiera un leve nudo en el pecho.
—Hmmm… —murmuró, como si estuviera pensando—. Bueno, no te preocupes, prometo que de ahora en adelante te haré compañía… y a tu mami también.
Tsumiki levantó la mirada por un momento y, aunque no sonrió, parecía más tranquila, lo que hizo que Satoru sonriera aún más.
—Ya ves, no soy tan malo como parezco, ¿verdad? —dijo, balanceándola suavemente en sus brazos mientras le hacía carantoñas con cuidado de no despertar a Suguru.
La noche transcurrió en calma, con Satoru encargándose de mantener a Tsumiki entretenida mientras su madre descansaba profundamente. En esos momentos, Satoru no pudo evitar sentir que estaba exactamente donde debía estar.
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A la mañana siguiente, Suguru despertó lentamente, sintiéndose aturdido y algo desorientado. El lugar donde Satoru había estado abrazándolo estaba frío, lo que lo alarmó al instante. Se incorporó rápidamente, buscando al alfa con la mirada.
—¿Satoru? —murmuró con preocupación mientras salía del cuarto.
Al asomarse al salón, se encontró con una escena que le derritió el corazón: Satoru estaba profundamente dormido en el sofá, con Tsumiki acurrucada en sus brazos. Ambos tenían un aire de tranquilidad que contrastaba con el caos que debía haber ocurrido durante la noche.
Suguru notó que el alfa tenía calcomanías pegadas por todo el rostro y los brazos, junto con algunos rayones de crayones en su camisa y hasta en su cuello. No pudo evitar sonreír ante la adorabilidad del momento.
Se acercó con cuidado y, mientras se agachaba frente a Satoru, lo sacudió suavemente para despertarlo.
—Satoru… —susurró.
El alfa abrió los ojos con esfuerzo, claramente agotado, pero al ver el rostro de Suguru tan cerca, no pudo evitar sonreír.
—Veo que te llevaste bien con ella —musitó Suguru con una sonrisa cálida, señalando los crayones y las calcomanías.
Satoru se estiró un poco, moviendo a Tsumiki con cuidado para no despertarla. Sin embargo, al hacerlo, la bebé abrió los ojos y lo miró con curiosidad antes de quitarse el chupete con una pequeña mano. Al notar a Suguru, una sonrisa iluminó su rostro.
—Paww… —balbuceó Tsumiki, intentando formar una palabra.
Suguru se quedó inmóvil por un segundo, su cerebro procesando lo que acababa de escuchar. Retrocedió un par de pasos, llevándose las manos a la boca mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
—¿Tsumiki…? ¿Intentaste hablar? —preguntó con la voz temblorosa, las lágrimas comenzando a correr por sus mejillas.
Satoru, por otro lado, saltó emocionado, levantando a la pequeña en el aire con una risa triunfal.
—¡Sí! ¡Lo logré! —exclamó con una enorme sonrisa—. ¡Estuve toda la noche intentando que me dijera "papá"!
Suguru lo miró, entre incrédulo y conmovido.
—¿Papá…? Satoru, apenas tiene unas semanas…
—¡Exacto! —interrumpió Satoru, abrazando a la bebé mientras reía—. ¡Es una genia! ¡Te lo digo, va a ser toda una intelectual!
Tsumiki soltó una risita mientras agarraba la nariz de Satoru, quien fingió un quejido divertido. Suguru se limpió las lágrimas, mirando a Satoru con los ojos todavía húmedos, aunque con una expresión más tranquila.
—Gracias… —murmuró en voz baja, apenas audible.
Satoru, al notar el tono de Suguru, desvió la mirada, rascándose la nuca como si quisiera quitarle importancia.
—Vamos a desayunar —dijo Suguru, cambiando de tema rápidamente—. Recuerdo que tengo que ir a trabajar a las cinco.
Satoru asintió, dejando a Tsumiki en su cuna con cuidado.
—Déjame ayudarte —se ofreció mientras se levantaba del sofá, todavía con algunos restos de calcomanías en el rostro.
Suguru lo observó mientras comenzaban a preparar el desayuno juntos. Por un momento, se permitió pensar en lo natural que se sentía todo eso, como si fueran una pequeña familia. Pero, como siempre, apartó esos pensamientos antes de que pudieran echar raíces en su mente.
(Nota: que lindo, x primera vez Satoru siendo bueno lol)
Desde la perspectiva de Tsumiki, todo era un mar de sensaciones difusas pero reconfortantes. Apenas entendía el mundo que la rodeaba, pero había cosas que ya podía distinguir: el aroma cálido y suave de su mami, el toque de sus manos cuidadosas y la voz que siempre lograba calmarla. También estaba la presencia del otro ser alto y energético, su papi, con un olor diferente, vibrante y dulce, que siempre la hacía reír.
A pesar de no comprender muchas cosas, su pequeño cuerpo reconocía que algo olía rico esa mañana. Era un aroma que hacía que su pancita se sintiera emocionada, como cuando mami la alimentaba.
Desde su cuna, Tsumiki giró su cabecita en dirección a donde estaban sus mami y papi. Alcanzó a verlos moviéndose juntos, mami con su cabello largo que le encantaba agarrar y papi con una sonrisa amplia que hacía ruiditos divertidos. Aunque todavía no entendía qué hacían, su pequeña mente sabía que ese lugar era seguro porque ellos estaban ahí.
Con un esfuerzo, intentó moverse en la cuna. Sus pequeños brazos alcanzaron el borde mientras balbuceaba, intentando llamar la atención de su mami.
—Ahh… —murmuró en un tono débil pero ansioso, su chupón aún en la boca.
Suguru, que estaba colocando algo sobre la mesa, notó el movimiento de su hija y se acercó. Al verlo, Tsumiki soltó su chupón y extendió sus brazos hacia él, dejando escapar un balbuceo más fuerte.
—Ya te despertaste otra vez, pequeñita —murmuró Suguru, cargándola con cuidado. Su aroma envolvió a Tsumiki, calmándola al instante.
Sin embargo, apenas vio a Satoru acercarse con una expresión divertida, la bebé frunció ligeramente el ceño y, en un acto reflejo, sacó la lengua hacia él.
—¿Otra vez con eso? —dijo Satoru, fingiendo estar indignado, mientras Suguru se reía bajito.
Tsumiki no entendía las palabras, pero reconocía el tono de voz de su papi, lo que hizo que una pequeña risita escapara de sus labios. Algo en la forma en que papi siempre hacía ruido la divertía.
Mientras Suguru la sostenía, ella notó que algo más olía delicioso. Su pequeño estómago comenzó a rugir ligeramente, lo que la hizo balbucear y moverse en los brazos de su mami, intentando acercarse más al aroma.
—Creo que alguien tiene hambre —comentó Suguru con una sonrisa suave, llevándola hacia la mesa.
Satoru se acercó y, mientras colocaba un plato de comida, le acarició la cabecita con cuidado.
—¿Qué dices, Tsumiki? ¿Te gusta cómo huele? —le dijo en un tono tierno, acercándole un dedo para que lo sujetara con su pequeña mano.
Tsumiki apenas podía procesar lo que decía, pero el sonido de su voz y su toque la hicieron reír. Sujetó el dedo de Satoru con todas sus fuerzas, balbuceando con alegría mientras sus ojitos brillaban.
Desde su perspectiva, el mundo era perfecto: su mami, su papi, y el aroma cálido y rico que llenaba el aire. Aunque no entendía todo lo que pasaba, sabía que ahí, con ellos, estaba todo lo que necesitaba.
Satoru alimentó a Tsumiki con la papilla que había preparado con cuidado. La bebé no parecía dar problemas, abriendo su boquita con entusiasmo cada vez que la cuchara se acercaba.
—Eres toda una campeona, ¿eh? —comentó Satoru con una sonrisa, limpiando los pequeños restos de papilla que se deslizaban por la comisura de los labios de la pequeña.
Suguru, mientras tanto, lo observaba desde la cocina, cruzado de brazos y con una expresión entre curiosa y ligeramente exasperada.
—¿De verdad crees que es necesario darle algo más que leche tan pronto? —preguntó Suguru, inclinando la cabeza.
Satoru le lanzó una mirada despreocupada.
—Claro que sí. Tu pequeña genio tiene que crecer fuerte y sana. Además, tarde o temprano tiene que empezar a comer como todos. —Hizo una pausa y añadió, con una sonrisa traviesa: —Aunque, si te soy honesto, papi también quiere un poco de leche de mami.
El rostro de Suguru se puso completamente rojo al escuchar esas palabras, desviando la mirada mientras intentaba mantenerse sereno.
—¡Satoru, no digas cosas así! —protestó, girándose para ocultar su sonrojo.
Satoru soltó una carcajada, pero no insistió. En cambio, se concentró en asegurarse de que Tsumiki estuviera bien alimentada. Cuando terminó, la pequeña parecía más que satisfecha, dejando escapar un leve bostezo antes de dormirse en su cuna.
Suguru miró la hora y se apresuró a irse a cambiar. Apenas tuvo tiempo de tomar un par de bocados de su desayuno antes de regresar, ya vestido con su uniforme de trabajo, impecable como siempre.
—Te ves muy bien, mami —comentó Satoru con una sonrisa mientras recogía su propia camisa. Todavía llevaba puesta la misma que Tsumiki había decorado con crayones y calcomanías, pero parecía no importarle en lo más mínimo.
—¿Piensas salir así? —preguntó Suguru, levantando una ceja, aunque no pudo evitar reírse al verlo.
—Claro que sí, así me dio la bendición tu hija. Sería un insulto quitarme esta obra de arte. —Satoru sonrió ampliamente mientras se acercaba a la cuna para darle un beso en la cabeza a la bebé, quien se acomodó aún más en su sueño.
—Eres imposible —murmuró Suguru, negando con la cabeza, aunque una pequeña sonrisa se asomó en sus labios.
—¿Nos vamos? —preguntó Satoru, ya caminando hacia la puerta.
Suguru rio al verlo. A pesar del desastre que era Satoru, no podía evitar sentirse un poco más tranquilo con su presencia. Ambos salieron juntos hacia el lugar donde Satoru había dejado su auto, compartiendo un momento breve pero cálido bajo la luz de la mañana.
Durante el trayecto en auto, Suguru trataba de mantener la compostura mientras Satoru intentaba acercarse más de lo necesario, buscando besarlo o al menos tomarle la mano.
—¡Satoru, pon atención a la carretera! —exclamó Suguru, cruzándose de brazos y fulminándolo con la mirada.
Satoru hizo un puchero, fingiendo indignación.
—Eres tan estricto, Suguru. ¿No puedo mostrarle un poco de cariño al amor de mi vida mientras manejo?
—No mientras estoy aquí y quiero llegar entero al trabajo, gracias —respondió Suguru con firmeza, aunque sus mejillas mostraban un leve rubor.
Finalmente, llegaron sin incidentes. Satoru estacionó el auto y ambos entraron al edificio. La recepcionista levantó la mirada y quedó completamente confundida al verlos llegar juntos, especialmente con la camisa decorada de Satoru, que parecía un desastre encantador. Suguru quiso alejarse de inmediato, incómodo con las miradas de los compañeros que los observaban desde los pasillos.
—Déjame ir, Satoru. Esto ya es demasiado incómodo.
Pero Satoru no lo soltó. En lugar de eso, lo abrazó por los hombros con un aire protector, ignorando las miradas curiosas de los demás.
—No te preocupes por ellos. Si alguno te incomoda, los despido en un segundo —dijo con una sonrisa despreocupada, dejando claro que lo decía en serio.
Suguru suspiró, resignado, hasta que vio a Utahime acercarse. La mujer tenía una expresión cálida y amistosa mientras los miraba.
—Me alegra ver que ustedes dos se llevan tan bien —comentó Utahime, cruzándose de brazos mientras sonreía.
Suguru desvió la mirada, incómodo, mientras Satoru respondía con una sonrisa orgullosa.
—Por supuesto. Siempre hemos sido inseparables.
—Eso no es del todo cierto… —murmuró Suguru por lo bajo, aunque Utahime no pudo evitar reírse suavemente al ver su reacción.
La conversación se interrumpió cuando un colega llamó a Suguru para que revisara algunos documentos urgentes. Antes de soltarlo, Satoru le dio un pequeño apretón en los hombros.
—Si necesitas algo, ya sabes dónde encontrarme.
Suguru solo asintió, tratando de ignorar las miradas de los demás mientras se alejaba rápidamente, aunque no pudo evitar una pequeña sonrisa al recordar las palabras de Satoru. Por caótico que fuera, siempre encontraba la forma de hacerlo sentir un poco más ligero.
Satoru, con su energía inagotable, se despidió de Suguru de la manera más ruidosa y llamativa posible, alzando la voz en el pasillo abarrotado.
—¡ADIÓS, AMOR! ¡Nos vemos en el descanso, chi! —gritó mientras agitaba la mano con entusiasmo.
Algo era obvio << Satoru Gojo estaba más feliz que nu
Suguru se quedó paralizado en su lugar, completamente avergonzado, mientras las risas y murmullos de los compañeros llenaban el ambiente.
—¿Lo escuché bien? ¿Dijo "amor"? —preguntó una chica, tratando de contener la risa.
—¡El jefe nunca había estado tan de buen humor! —añadió otro compañero, con tono sorprendido.
—¿Creen que hoy nos deje salir más temprano? —bromeó alguien más.
—¡Qué lindo es el señor Gojo con Geto-san! —dijo una voz femenina, suspirando.
Suguru apretó los labios, sintiendo su rostro arder de vergüenza. Sin perder más tiempo, caminó apresurado, cuidando de no tropezar con los tacones que llevaba, hasta llegar al área de Utahime. La mujer lo observó entrar, con una sonrisa divertida al notar lo sonrojado que estaba.
—Parece que Satoru está más entusiasmado que nunca. Pensaba que te molestaba todo ese alboroto que hace —dijo con tono pícaro mientras revisaba algunos papeles.
Suguru se detuvo a su lado y suspiró, dejándose caer ligeramente sobre el escritorio de Utahime.
—Y lo hace… —respondió con sinceridad, todavía rojo. Luego, bajó la mirada, como si estuviera confesando algo importante. —Pero, simplemente… no puedo dejarlo atrás. Aún me gusta.
Utahime lo miró con suavidad, como si hubiera estado esperando que lo admitiera.
—Suguru, eso es más que evidente. Incluso con toda tu seriedad, no puedes ocultar lo mucho que te importa.
Suguru apartó la mirada, luchando contra el sonrojo que volvía a invadir su rostro.
—Es un idiota, pero… —hizo una pausa, suspirando mientras una pequeña sonrisa se asomaba en sus labios—, es mi idiota.
Utahime soltó una risa suave, sin dejar de trabajar.
—Bueno, creo que tienes suerte, entonces. No todos tienen a alguien dispuesto a gritarle al mundo que están enamorados. Aunque haga que quieras esconderte bajo la tierra, ¿verdad?
Suguru asintió, divertido pero resignado, mientras volvía a centrarse en sus tareas, con el recuerdo de Satoru revoloteando en su mente como un torbellino imposible de ignorar.
Suguru suspiró profundamente mientras se sentaba, hundiendo los dedos entre su cabello con frustración. —Agh… fui un idiota al salir con Toji —murmuró, su voz impregnada de arrepentimiento.
Utahime, que lo conocía demasiado bien, notó el cambio en su postura. Sabía que estaba al borde de otro momento de ansiedad y sobrepensar. Con un gesto sereno, se acercó para apoyarlo.
—Mira el lado positivo, Sugu' —dijo con suavidad, intentando animarlo—. Las cosas pueden ir mejor para ustedes dos.
Suguru levantó la mirada, con una sonrisa cansada y sin alegría. —Aunque lo desee con todas mis fuerzas, Gojo tiene a su prometida, y yo tengo a Tsumiki. Cada quien debe tomar su propio camino. Lo nuestro ya no es posible.
Sus últimas palabras apenas fueron un murmullo, cargadas de resignación. Pero Utahime no estaba dispuesta a dejarlo hundirse en ese pensamiento.
—Suguru… —comenzó con tono firme—, Satoru aún te ama. Créeme cuando te digo que no ha dejado de intentarlo. Cuando te habló mal, cuando pensaste que te había olvidado, él intentaba por todos los medios verte otra vez.
Suguru parpadeó, sorprendido, sin poder ocultar su desconcierto.
—¿De qué estás hablando? —preguntó, su voz temblorosa.
Utahime lo miró directamente, con una seriedad que no le dejó espacio para dudas. —Lo que escuchaste. Gojo es un idiota, sí, pero uno que te ama demasiado. Por ti fumó y bebió… cosas que odia con toda su alma.
Suguru abrió ligeramente los ojos, completamente impactado. Satoru fumando, bebiendo… todo por él. Era algo difícil de procesar.
—No quiero… no quiero que haga eso por mi culpa —respondió finalmente, su voz apenas audible—. Eso no está bien, es algo insano.
Utahime soltó un suspiro pesado, cruzando los brazos con paciencia. —Sugu', no te estoy diciendo esto para que te sientas culpable. Solo quiero que entiendas lo mucho que significas para él. Satoru no haría eso por nadie más.
Suguru se quedó en silencio, bajando la cabeza mientras las palabras de Utahime calaban en lo más profundo de su pecho. Su mente recordaba las veces que Satoru lo miraba con ternura oculta, incluso cuando intentaba actuar como un payaso. Recordaba las noches en las que Satoru se quedaba en silencio, simplemente mirándolo, como si él fuera lo único importante en el mundo.
—No quiero que Tsumiki se vea envuelta en esto… —murmuró con dificultad—. Ella merece algo mejor. No puedo arriesgarme a que termine lastimada.
—Suguru, —respondió Utahime con ternura—, preocuparte por ella es lo más noble que puedes hacer, pero tú también mereces ser feliz. Tú y Satoru no son solo dos caminos que se cruzaron por casualidad. Hay algo que los mantiene conectados, aunque trates de negarlo.
Suguru no respondió. Se quedó mirando un punto en el suelo, su corazón latiendo con fuerza mientras las palabras de Utahime y los recuerdos de Satoru se entremezclaban en su mente.
—Tómate tu tiempo, Sugu' —continuó Utahime con una sonrisa comprensiva—, pero no cierres la puerta por completo. A veces, el amor merece una segunda oportunidad.
Suguru asintió débilmente, sin levantar la mirada. Su mente seguía luchando entre la razón y los sentimientos que aún ardían en su corazón, mientras, en lo más profundo, el recuerdo de Satoru seguía siendo imposible de ignorar.
[Más tarde] (Si me dió mucha flojera continuar el día, a este punto ya son 21030 palabras)
Suguru terminó su turno mucho más tarde de lo usual, el olor a café impregnaba su ropa y sus manos, evidencia de la cantidad que había bebido para mantenerse despierto. Utahime, quien había trabajado a su lado todo el día, se despidió de él con una sonrisa cansada, su voz apenas un susurro.
—Nos vemos mañana, Suguru… descansa —murmuró antes de marcharse.
Suguru se estiró ligeramente y suspiró, sintiendo cómo el agotamiento finalmente caía sobre sus hombros. Se acomodó el bolso al salir del edificio, pensando en lo agradable que sería llegar a casa, darse una ducha y dormir. Sin embargo, para su sorpresa, Satoru apareció junto a su auto con esa sonrisa tan radiante como siempre.
—¡Sube, Sugu’! Te llevo a casa —dijo con un tono despreocupado.
—No es necesario… —Suguru intentó negarse, pero su voz carecía de firmeza. El cansancio pudo más, así que terminó aceptando.
El viaje fue silencioso en su mayoría, con Satoru tarareando suavemente alguna canción mientras conducía. Al llegar a casa, Suguru notó que Tsumiki estaba profundamente dormida en su pequeña cuna. No tuvo el corazón para despertarla, así que simplemente sonrió y se inclinó a besar su frente con cuidado.
—Al menos uno de nosotros tiene energía para mañana —murmuró para sí mismo, soltándose el chongo para dejar caer su cabello oscuro, mientras caminaba lentamente hacia su habitación. Dejó sus gafas sobre la mesita de noche, sintiendo cómo la rutina empezaba a envolverlo.
—¿Te quedarás otra vez, Satoru…? —preguntó con voz somnolienta, pero antes de que pudiera terminar la frase, el alfa extendió una pequeña caja elegante frente a él.
—Ábrela. Creo que te encantará —dijo Satoru, con esa sonrisa traviesa que siempre lo hacía sospechar.
Suguru lo miró confundido, pero tomó la caja y comenzó a abrirla con cuidado. Sus ojos se abrieron en cuanto vio el contenido: un collar negro con detalles plateados, adornado con una letra "S" en diamantes brillantes. Suguru parpadeó, incrédulo, y luego soltó una pequeña risa.
—Satoru, es lindo, pero… no tengo perros —dijo, riéndose aún más ante lo absurdo del momento.
Para su sorpresa, Satoru no respondió con palabras. En lugar de eso, se inclinó de rodillas frente a él, adoptando una pose exagerada y juguetona, como si realmente fuera un perro. Levantó la cabeza con una sonrisa descarada y esos ojos azules que brillaban con intensidad.
—Pues ya tienes uno ahora —dijo entre risas, mirándolo con total devoción.
Suguru sintió cómo el calor subía a su rostro, sus mejillas encendiéndose por completo ante la imagen del alfa arrodillado frente a él, con ese maldito collar en las manos.
—¡Estás pendejo!—balbuceó, intentando apartar la mirada—. ¡Levántate, no hagas el ridículo!
Suguru suspiró, intentando ignorar la presencia de Satoru todavía arrodillado frente a él, pero al ver esa sonrisa y el collar en sus manos, algo en él cedió. Resignado —y algo curioso— tomó el accesorio, observándolo con detenimiento.
—¿En serio quieres que te ponga esto? —preguntó, arqueando una ceja.
—Es todo lo que quiero, Sugu’ —respondió Satoru con una sonrisa desafiante.
Suguru rodó los ojos, pero se inclinó ligeramente para abrochar el collar alrededor del cuello de Satoru. Sus dedos rozaron la piel del alfa al ajustarlo, lo que provocó que Satoru cerrara los ojos un instante, disfrutando del contacto. Su sonrisa se amplió de inmediato.
—Te queda ridículamente bien —comentó Suguru, intentando sonar indiferente, aunque su voz temblaba apenas perceptible.
Satoru se puso de pie lentamente, quedando a escasos centímetros de Suguru, su altura aún más intimidante con la proximidad. El omega lo miró algo nervioso, sintiendo su corazón latir descontrolado cuando Satoru habló con un tono más serio.
—Trátame mal... por favor, Suguru —murmuró, su voz apenas un susurro, pero cargada de intensidad.
Suguru notó algo más: el collar traía una correa oculta que colgaba elegantemente. Sin pensarlo demasiado, tomó la correa entre sus dedos y la jaló con firmeza, haciendo que Satoru se acercara aún más, sus cuerpos apenas separados.
—¿Eres masoquista, Satoru? —rio Suguru con un toque burlón, intentando ocultar el calor en su rostro.
Satoru le sostuvo la mirada con seriedad, aunque una chispa juguetona brillaba en sus ojos.
—Solamente contigo —respondió sin titubear.
El ambiente entre los dos se volvió denso. Ambos se miraron fijamente, como si estuvieran leyendo lo que el otro sentía sin necesidad de palabras. Finalmente, Suguru fue el primero en ceder, acercando sus labios a los de Satoru. El beso comenzó suave, pero pronto se transformó en algo lleno de deseo y pasión contenida. Satoru envolvió su brazo alrededor de Suguru, profundizando el beso mientras tiraba ligeramente de su cabello suelto.
Sus manos, temblorosas al inicio, comenzaron a desabrochar los botones de la camisa de Suguru, deslizándola lentamente por sus hombros. Suguru no se resistió; al contrario, respondió con la misma intensidad, sus dedos aferrándose a la ropa de Satoru mientras el beso se volvía más voraz.
El sonido de su respiración mezclada y el roce de la tela al caer al suelo llenaban la habitación. Ninguno de los dos quería detenerse, como si aquel instante fuera la culminación de algo que habían evitado durante demasiado tiempo. Satoru sonrió entre el beso, susurrando contra los labios de Suguru.
—Te dije que era tuyo, Sugu’.
—Cállate —respondió Suguru, volviendo a besarlo con más fuerza, entregándose por completo a la pasión del momento.
Suguru se quitó el sostén con cuidado, revelando sus pechos. Satoru detuvo su mirada por un instante, admirándolo, antes de continuar con su recorrido de besos húmedos por toda su piel. Suguru jadeaba suavemente, sujetando la correa con firmeza mientras tiraba de ella para acercar aún más al alfa, quien obedecía sin resistencia, como si realmente fuera suyo.
—Eres un perro malo… —murmuró Suguru con una sonrisa entrecortada, volviendo a capturar los labios de Satoru en un beso ardiente. El deseo los envolvía, y el alfa apenas pudo responder con una sonrisa ladina entre beso y beso.
—Tendrás que perdonarme… —añadió el omega, intentando aligerar la atmósfera con su tono.
Pero el momento se detuvo abruptamente cuando Satoru bajó la mirada y vio la marca de enlace en la piel de Suguru, aquella cicatriz que compartía con Toji. Los ojos de Satoru se fijaron en ella, y el silencio entre ambos se volvió abrumador. Suguru lo notó de inmediato y sintió su pecho tensarse, un nudo formándose en su garganta.
Esa marca era un cruel recordatorio de que su cuerpo, su vida, aún estaba atada a un pasado del cual no podía liberarse. Quiso apartarse, huir de la mirada de Satoru, pero sus piernas no respondían. Las lágrimas amenazaban con brotar mientras evitaba encontrarse con esos ojos azules.
Satoru, sin embargo, no dijo una sola palabra. En lugar de eso, se inclinó hacia él y lo abrazó con firmeza, envolviéndolo con calidez. Lentamente, descansó su cabeza contra el pecho de Suguru, dejando que su mejilla rozara la suavidad de sus senos. Casi como si fueran una almohada, Satoru suspiró, buscando consuelo en aquel contacto.
—Quédate conmigo siempre, Sugu… —murmuró Satoru con una voz suave, casi vulnerable.
Suguru dejó escapar un suspiro tembloroso, sus dedos enredándose suavemente en el cabello de Satoru mientras este seguía abrazándolo con firmeza. No era justo. No era justo lo que sentía ni lo que la vida les había impuesto, pero por primera vez en mucho tiempo, se permitió cerrar los ojos y simplemente sentir.
—Satoru… —murmuró, su voz apenas un hilo de sonido—. Esto no debería estar pasando.
Satoru no respondió de inmediato. En lugar de eso, se aferró un poco más a Suguru, su cuerpo relajado, pero su corazón latiendo con fuerza. Finalmente levantó la mirada, esos ojos azules resplandeciendo con una mezcla de deseo y algo más profundo, más sincero.
—¿Por qué no? —respondió en voz baja, su expresión seria—. No me importa lo que pasó antes ni lo que tengas marcado en la piel. Lo único que me importa es lo que quiero ahora… y eso eres tú, Sugu.
Suguru lo miró, sorprendido por la intensidad de sus palabras. Satoru, como siempre, parecía tan seguro de todo, tan decidido, que por un momento quiso creerle. Quiso permitirse ese pequeño atisbo de felicidad.
—No es tan fácil —dijo Suguru, aunque su voz ya no tenía tanta firmeza como antes.
Satoru sonrió suavemente, llevando una mano al rostro de Suguru para acariciar su mejilla con ternura. Sus dedos se deslizaron con cuidado, como si temiera que Suguru pudiera romperse.
—Nunca dije que sería fácil —respondió—, pero no pienso irme a ninguna parte. No esta vez.
El omega tragó saliva, su mirada atrapada en la de Satoru. Por más que intentara negarlo, las palabras del alfa calaban profundamente en su corazón. Antes de que pudiera decir algo más, Satoru acortó la distancia entre ellos, capturando sus labios en un beso suave pero firme.
Suguru no pudo resistirse. Sus brazos se deslizaron por los hombros de Satoru, aferrándose a él como si fuera su único ancla en ese mar de emociones que amenazaba con ahogarlo. El beso fue diferente esta vez: no había prisa, no había desenfreno, solo el deseo de conectar, de fundirse en un momento que ambos sabían que era demasiado frágil.
Cuando se separaron, Satoru apoyó su frente contra la de Suguru, sus respiraciones mezclándose en el espacio diminuto que los separaba.
—Quiero que me des una oportunidad —susurró Satoru, su voz cargada de sinceridad—. Déjame quedarme a tu lado, aunque sea solo por esta noche.
Suguru lo miró en silencio, sus dedos acariciando inconscientemente la correa que aún sostenía. No confió en su voz para responder, así que simplemente asintió, permitiendo que Satoru lo abrazara una vez más. El alfa lo sostuvo con cuidado, como si estuviera jurando que no volvería a soltarlo.
En ese instante, el peso del pasado parecía un poco más liviano.
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La habitación estaba en penumbras, apenas iluminada por la tenue luz de la luna que se filtraba por las cortinas. El sonido del suave respirar de Satoru llenaba el silencio, un ritmo pausado y constante que contrastaba con el corazón acelerado de Suguru.
El omega no podía dormir. A pesar del cansancio que pesaba en sus músculos, su mente no dejaba de correr. Se encontraba acostado sobre el pecho desnudo de Satoru, que subía y bajaba con cada respiración, cálido y reconfortante. Era una posición demasiado íntima, una que lo hacía sentir vulnerable.
Desvió la mirada hacia el rostro relajado del alfa, quien dormía plácidamente, con un ligero gesto de satisfacción en sus labios. Suguru no pudo evitar preguntarse cómo podían las cosas parecer tan simples para él, mientras que en su interior todo era un caos.
—¿Por qué te aferras a mí? —susurró para sí mismo, con un hilo de voz que apenas salió de su garganta. Sus dedos se crisparon levemente contra la piel de Satoru, temiendo que cualquier movimiento pudiera despertarlo.
Por más que lo intentara, Suguru no podía entender qué veía Satoru en él. No después de todo lo que había pasado. No después de que su vida estuviera marcada, literalmente, por las decisiones equivocadas.
Su mirada se posó en su propia muñeca, donde la sombra de la marca de enlace seguía siendo un recordatorio de un vínculo que no había pedido, pero que aún existía. Se sintió pequeño en ese momento, como si cualquier paso que diera fuera a romper ese frágil instante de tranquilidad.
—Idiota… —murmuró, con una mezcla de ternura y amargura, sus labios formando una sonrisa cansada.
Pero, por alguna razón, no pudo moverse. Por más incómodo que se sintiera emocionalmente, el calor de Satoru lo mantenía anclado, como si, de algún modo, el alfa tuviera la habilidad de sostener todos esos pedazos rotos que Suguru llevaba consigo.
—No te aferres tanto a mí… —murmuró de nuevo, aunque en el fondo de su corazón, no quería que Satoru lo soltara. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió un poco menos solo.
Suguru sintió cómo aquellas palabras le perforaban el corazón. Cerró los ojos con fuerza, reprimiendo las lágrimas, y levantó una mano temblorosa para acariciar el cabello blanco de Satoru. Aunque la marca seguía ahí, aunque su mente le gritaba que no podía ser posible, en ese instante solo existía la calidez de Satoru y la quietud del momento.
Suguru se levantó con cuidado, intentando no hacer ruido, pero su mirada seguía fija en el rostro dormido de Satoru. La calma del alfa lo hacía sentir extraño, como si estuviera ante algo que no merecía pero no podía evitar anhelar.
Se posicionó frente a él, observándolo en silencio. El pecho de Satoru subía y bajaba con cada respiración profunda y tranquila. Suguru alargó una mano, apenas rozando su piel cálida con la yema de sus dedos. Esa cercanía hizo que un escalofrío recorriese su cuerpo, acompañado de un suspiro involuntario que escapó de sus labios.
Sin pensarlo demasiado, se sentó suavemente encima de él, colocando sus manos sobre el pecho firme del alfa. La calidez lo envolvió, y el contacto hizo que su corazón latiera con fuerza. Cerró los ojos por un momento, permitiéndose sentirlo. Era más de lo que alguna vez creyó que podría tener.
Satoru apenas se movió en su sueño, pero un leve murmullo escapó de sus labios, como si de algún modo sintiera la presencia de Suguru incluso dormido.
Suguru bajó la mirada, su expresión suavizándose mientras su cuerpo temblaba ligeramente. Se inclinó, apoyándose contra él, rodeándolo con un abrazo. Sus brazos envolvieron los hombros de Satoru, y su mejilla quedó descansando cerca de su cuello. La calidez del alfa lo cubrió por completo, haciéndolo sentir pequeño pero, a la vez, protegido.
—No sabes cómo deseo ser tu Omega… —susurró, apenas audible, pero cargado de toda la tristeza y deseo que guardaba en su corazón.
Las palabras colgaron en el aire, casi como una confesión que jamás debió salir de su boca. Pero ahí, en la quietud de la noche y con el aroma de Satoru envolviéndolo, Suguru se permitió soñar. Por un instante, imaginó un mundo donde no existieran marcas de enlace, donde no existieran errores del pasado ni caminos separados. Un mundo donde él realmente pudiera ser suyo.
Satoru soltó un pequeño murmullo, removiéndose apenas bajo el peso de Suguru, pero no despertó. El alfa seguía profundamente dormido, ajeno a la tormenta de emociones que sacudía al omega que lo abrazaba con desesperación contenida.
Suguru cerró los ojos con fuerza, intentando reprimir el nudo que empezaba a formarse en su garganta. ¿Por qué tenía que sentirse así? Satoru estaba ahí, tan cerca, tan cálido, y aun así parecía inalcanzable.
—Eres un tonto, Satoru… —murmuró, casi como un lamento, mientras aferraba las sábanas cerca de su pecho—. ¿Por qué sigues a mi lado si sabes que estoy roto?
Su voz se quebró un poco, pero no se atrevió a llorar. No podía permitírselo. No otra vez.
El silencio lo envolvió, pero entonces sintió algo que lo hizo congelarse: los brazos de Satoru moviéndose lentamente, rodeándolo con cuidado. El alfa seguía con los ojos cerrados, pero su abrazo se hizo más firme, como si su cuerpo respondiera al de Suguru de manera instintiva. El corazón de Suguru latió desbocado.
—¿Satoru…? —susurró con incertidumbre, inclinando su rostro ligeramente para observarlo.
A pesar de su aparente sueño, los labios de Satoru se curvaron en una sonrisa apenas perceptible, tranquila y satisfecha. Su voz salió en un murmullo ronco, casi como si hablara dormido.
—No te vayas… Suguru…
El omega sintió cómo su pecho se apretaba dolorosamente. Esas palabras, tan simples y dormidas, fueron como una daga que se clavó en su corazón. ¿Por qué Satoru decía cosas como esa? ¿Por qué lo hacía sentir querido cuando sabía que no debía?
Se inclinó otra vez, dejando su frente apoyada en el hombro de Satoru, respirando hondo su aroma calmante. El alfa era un caos, un torbellino en su vida, pero también era su refugio, uno que no merecía.
—No estoy en ningún lado para irme… —susurró al final, más para sí mismo que para Satoru, dejándose abrazar una vez más.
Por primera vez en mucho tiempo, Suguru cerró los ojos, intentando encontrar algo parecido a la paz en los brazos del único alfa que, sin importar qué, siempre lo hacía sentir querido.
El silencio de la habitación envolvía a ambos como un manto delicado. Los latidos calmados de Satoru retumbaban bajo la palma de Suguru, quien mantenía la mano apoyada en el pecho del alfa, como si buscara anclarse a ese ritmo constante y reconfortante.
Suguru finalmente se acomodó mejor contra él, su mejilla descansando sobre la piel desnuda de Satoru. Sentía el calor irradiar de su cuerpo, y eso lo hacía sentir… ¿seguro? No sabía si era la palabra correcta. Todo en Satoru parecía traerle una mezcla entre paz y caos, y aún no sabía cómo lidiar con ello.
Pasaron minutos, tal vez horas, hasta que Satoru comenzó a moverse ligeramente, despertando poco a poco. Suguru lo sintió y se tensó, pero no se apartó. Apenas y tuvo tiempo de reaccionar cuando el alfa soltó un gruñido somnoliento y, con una sonrisa apenas perceptible, apretó aún más su abrazo.
—Mmm, no te muevas… —susurró con voz ronca por el sueño—. Es demasiado temprano para escaparte de mí, Sugu’.
Suguru frunció el ceño, aunque su rostro se tiñó de un leve rubor al escuchar el tono grave de Satoru. Levantó apenas su cabeza para verlo. Satoru todavía tenía los ojos entrecerrados, con una sonrisa despreocupada que lograba desarmarlo.
—¿Quién dijo que quiero escaparme? —murmuró Suguru con un dejo de sarcasmo, intentando sonar calmado.
—Eso pensé. —Satoru sonrió aún más, entreabriendo los ojos lo suficiente para fijar su mirada en la de Suguru.
El omega se quedó congelado un segundo. Esos ojos… azules, brillantes, como si pudieran ver a través de él. Suguru quiso apartar la mirada, pero no pudo. Satoru seguía observándolo, su sonrisa ahora más suave y genuina.
—¿Dormiste bien? —preguntó Satoru, su tono de voz más serio, aunque seguía cargado con un cariño implícito.
Suguru dudó antes de asentir lentamente.
—Supongo… gracias a ti.
Satoru arqueó una ceja, divertido, como si acabara de ganar una pequeña batalla.
—¿Ves? Al final soy el mejor alfa del mundo.
—Idiota. —Suguru intentó apartarse con un ligero empujón, pero Satoru lo retuvo sin mucho esfuerzo, haciendo que el omega quedara una vez más acorralado entre sus brazos.
—No te hagas el difícil… te gusta que esté aquí. —Satoru lo dijo con esa confianza arrogante que siempre lo caracterizaba, pero había algo en su tono, algo más profundo y sincero que Suguru no podía ignorar.
El omega sintió cómo su corazón latía más fuerte. ¿Por qué siempre lo hacía sentir así? Trató de desviar la mirada, pero Satoru levantó una mano y, con suavidad, tomó su mentón, obligándolo a mirarlo otra vez.
—Suguru… quédate conmigo.
Esa frase lo golpeó como un rayo. Suguru abrió ligeramente los labios, sorprendido, mientras los ojos de Satoru seguían mirándolo con esa intensidad que lo desarmaba. No sabía qué responder. No podía. El nudo en su garganta volvió a formarse, pero antes de que pudiera decir algo, Satoru se inclinó lentamente hacia él.
—¿Por qué te cuesta tanto aceptarlo? —murmuró Satoru, sus labios apenas a centímetros de los suyos.
—¿Aceptar qué? —preguntó Suguru con un hilo de voz.
—Que te amo. Que siempre lo he hecho.
Las palabras de Satoru cayeron sobre él con un peso imposible de ignorar. Suguru sintió su respiración entrecortarse, y cuando Satoru finalmente cerró la distancia entre ellos, rozando sus labios con ternura, no pudo resistirse.
El beso fue lento al principio, como si Satoru estuviera pidiendo permiso para entrar en su mundo roto. Pero pronto, el omega respondió, aferrándose a él con fuerza, dejando que todo lo que sentía —la frustración, el cariño, el deseo— se escapara en ese contacto.
Satoru lo abrazó con más firmeza, profundizando el beso, como si quisiera dejarle claro que no tenía intenciones de soltarlo.
Cuando se separaron, apenas unos centímetros, ambos respiraban agitadamente. Satoru apoyó su frente contra la de Suguru, sonriendo con ternura.
—Te lo dije… soy tuyo, te guste o no.
Suguru lo miró, con los ojos brillantes y un rubor intenso en sus mejillas. No pudo evitar soltar una pequeña risa cansada.
—Eres imposible, Satoru.
—Lo sé, pero así me amas, ¿no?
Suguru no respondió, pero su sonrisa y la forma en que volvió a abrazarlo fueron suficiente respuesta para Satoru.
Satoru sonrió ampliamente al sentir los brazos de Suguru rodearlo, sosteniéndolo como si fuera lo único que lo anclaba en ese momento. Correspondió el abrazo, dejando que sus dedos se deslizaran suavemente por la espalda del omega, disfrutando del calor de su cuerpo y el aroma reconfortante que desprendía.
—No tienes que decirlo, Sugu. Lo puedo sentir. —murmuró Satoru con voz suave, sus labios rozando la sien de Suguru.
El omega cerró los ojos, apretando el abrazo apenas un poco más. Por un instante, dejó que las palabras de Satoru lo envolvieran, permitiéndose imaginar, aunque fuera solo por un momento, que ese tipo de tranquilidad y cariño podría ser algo real. Algo que pudiera durar.
—No juegues conmigo, Satoru... —susurró Suguru con un tono quebrado, apenas audible—. No estoy hecho para esto... para ti.
Satoru frunció el ceño al escucharlo, y sin soltarlo, se inclinó ligeramente hacia atrás para mirarlo a los ojos. Los dedos del alfa subieron hasta la mandíbula de Suguru, sosteniéndolo con delicadeza pero firmeza.
—¿Y quién te dijo que no? —preguntó con seriedad, su voz más baja y grave—. Si crees que vas a asustarme con tus cicatrices o tus dudas, estás subestimándome. Yo te elijo, Suguru. Con todo lo que traigas, con todo lo que eres.
Suguru sintió un nudo formarse en su garganta otra vez. El peso de esas palabras lo golpeó con tanta fuerza que tuvo que desviar la mirada, incapaz de sostener la intensidad en los ojos de Satoru. Pero el alfa no se lo permitió. Con un movimiento suave, hizo que lo mirara de nuevo.
—Déjame ser el que te demuestre que puedes tener algo mejor... que puedes ser feliz.
El silencio que siguió fue denso, casi palpable. Suguru no dijo nada, pero el brillo de sus ojos lo delató. Por más que intentara negarlo, una parte de él quería creer en esas palabras. Quería creer que tal vez, solo tal vez, merecía lo que Satoru le estaba ofreciendo.
El alfa notó el titubeo en su expresión y sonrió levemente, inclinándose una vez más hasta rozar los labios de Suguru con los suyos. El beso que le dio fue suave y lento, tan lleno de promesas que Suguru sintió cómo su corazón latía desbocado.
—Dame una oportunidad, Sugu... Solo una.
El omega tragó saliva y, finalmente, dejó salir un suspiro tembloroso.
—Eres un estúpido… pero está bien.
Satoru sonrió como si acabara de ganar la batalla más importante de su vida.
—Lo sé, pero soy el único —respondió antes de volver a besarlo, esta vez con más intensidad, más firmeza, como si ese contacto fuera una confirmación de lo que acababan de prometerse.
Suguru no pudo evitar reír suavemente contra sus labios, aferrándose a él como si, por primera vez en mucho tiempo, tuviera algo a lo que sostenerse.
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Dios, nunca me había llenado de inspiración en un solo momento. (24370 palabras) DIOSS 😭
Mucho amor entre estos dos, es hora de joder todo 🥰 en su está es un pequeño resúmen de todo el capítulo lol, jekjek 😈👏
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