-13-
Las lágrimas cayeron por su rostro mientras permanecía inmóvil, incapaz de asimilar lo que acababa de escuchar. Su pecho se sentía comprimido, como si el aire se hubiera vuelto imposible de respirar. El hombre que le había hecho creer que podía ser amado con la misma intensidad con la que él amaba... lo había abandonado. Y lo hizo en el peor momento.
La ira y la desesperación lo abrumaron de golpe. Agarró el teléfono con manos temblorosas y lo lanzó al suelo con fuerza, sin importarle si se rompía.
"¡¿QUÉ VOY A HACER?! ¡¿QUÉ VOY A HACER?!"
El pensamiento resonaba en su mente como un eco interminable, mientras sus piernas cedían, dejándolo caer de rodillas al suelo. Se llevó las manos a la cabeza, tirando de su cabello mientras los sollozos escapaban sin control. No podía abortar a su hijo. Esa idea ni siquiera cruzaba por completo su mente; era su bebé, su responsabilidad ahora. Pero la realidad le golpeaba como una tormenta incesante.
"¿Qué dirán mis padres? ¿Cómo voy a explicar esto? ¿Qué hará Satoru cuando se entere...?"
El nombre de Satoru hizo que su corazón se encogiera aún más. Satoru Gojo. Su esposo, su confidente... pero también alguien que seguramente lo juzgaría o, peor aún, lo rechazaría. Suguru sabía que Satoru siempre había sido protector, pero también directo, incluso cruel cuando sentía que la situación lo merecía, sabía que el Alfa le miraría con horror de solo enterarse.
-No puedo... no puedo enfrentarlo -susurró con voz rota, mientras lágrimas silenciosas recorrían su rostro.
Se levantó tambaleándose y se dejó caer en la cama. Se sentía como si el mundo estuviera colapsando sobre él, cada pensamiento más aterrador que el anterior. Su mente intentaba encontrar una salida, una solución, pero solo le llegaban imágenes de la cara de sus padres, llenas de decepción. De Satoru, enfadado o, peor aún, distante.
Por primera vez en mucho tiempo, Suguru Geto sintió un miedo genuino, paralizante. Y lo peor era que estaba solo. Verdaderamente solo y abandonado. Cerro sus ojos levantándose para seguir su día normal. O bueno Simplemente irse a dormir
...
Suguru llegó a la casa de Shoko aquella mañana de sábado. Ella estaba relajada, vestida de forma casual, como era típico de los fines de semana. Tras entrar y sentarse en el sofá, Suguru no pudo evitar sentirse algo nervioso, pero sabía que Shoko era la única persona en quien podía confiar para hablar de su situación.
Shoko lo recibió con una taza de té y una mirada comprensiva, escuchando atentamente mientras Suguru le contaba sobre su embarazo y las decisiones que había tomado hasta ahora. Las primeras semanas habían sido difíciles, y Shoko no podía negar que le preocupaba la salud física y mental de su amigo, pero poco a poco lo ayudó a sobrellevarlo.
Todo parecía ir bien ese día, hasta que Utahime apareció. Entró al apartamento saludando alegremente, como de costumbre. Shoko y Suguru la recibieron con una sonrisa débil, intentando actuar con normalidad. Sin embargo, algo llamó la atención de Utahime: el aroma dulce que llenaba el ambiente, una mezcla de miel y leche, inconfundible en los omegas embarazados.
Intrigada, Utahime desvió la mirada hacia Suguru y su vientre. Fue entonces cuando lo notó. Sus ojos se abrieron como platos, y de repente, una expresión de sorpresa y emoción iluminó su rostro.
-¡Dios mío, Suguru, estás embarazado! -gritó Utahime, completamente emocionada.
Suguru se sobresaltó ante el grito. Su primera reacción fue desviar la mirada, intentando no mostrarse demasiado afectado.
-S-sí... je... -respondió nervioso, intentando forzar una sonrisa para calmar la situación.
Pero Utahime, en su típica energía arrolladora, no se detuvo allí.
-¡Vaya, al fin el imbécil de Gojo hace algo bien! -dijo con entusiasmo, asumiendo rápidamente que el padre era Satoru.
Shoko, quien hasta ese momento había permanecido en silencio, desvió la mirada incómoda. Antes de que pudiera decir algo para aclarar la situación, Utahime ya había tomado una decisión.
-¡Voy a verlo ahora mismo! Tengo que felicitar al futuro padre. ¡Esto es una gran noticia! -exclamó mientras se ponía los zapatos apresuradamente.
Suguru sintió que el mundo se detenía al escuchar esas palabras. Su corazón empezó a latir desbocado, el miedo apoderándose de él. Si Utahime le decía algo a Satoru, la verdad saldría a la luz mucho antes de que pudiera explicarlo.
-¡No, no, no! ¡Mierda! -gritó Suguru, poniéndose de pie rápidamente y tratando de detenerla.
Shoko, aunque preocupada, intentó calmarlo.
-Suguru, tranquilo. Déjame a mí, yo la detendré.
Pero Utahime ya había salido corriendo del apartamento, emocionada y decidida a encontrar a Satoru para darle la noticia. Suguru no podía quedarse quieto.
-¡Tengo que detenerla! -dijo apresuradamente mientras salía tras ella, con Shoko siguiéndolo de cerca.
Mientras corría por las calles, una sola idea dominaba la mente de Suguru: si Utahime llegaba a hablar con Satoru, todo estaría perdido.
Utahime llegó corriendo a la casa de Suguru y Satoru, con una sonrisa radiante en el rostro. Tocó la puerta con fuerza, impaciente, y esperó solo unos segundos antes de que Satoru la abriera, luciendo relajado como siempre.
-¡Utahime! Qué sorpresa. ¿Qué te trae por aquí? -preguntó con una sonrisa despreocupada.
Sin decir una palabra, Utahime avanzó y lo abrazó con fuerza, para sorpresa de Satoru.
-¡Felicidades, idiota! No puedo creerlo, pero lo hiciste. ¡Vas a ser padre! -exclamó emocionada, separándose de él con una gran sonrisa.
Satoru parpadeó, confundido, mientras la sonrisa en su rostro empezaba a desvanecerse.
-¿Qué? -preguntó, su voz sonando más seria de lo usual.
Utahime frunció el ceño y le dio un golpe suave en el brazo, como si pensara que estaba bromeando.
-¡No te hagas, Satoru! Suguru está embarazado. Lo vi con mis propios ojos, y su aroma lo confirma.
La expresión de Satoru se endureció. El desconcierto y la incredulidad luchaban por apoderarse de él mientras trataba de procesar lo que acababa de escuchar.
-¿Suguru... está embarazado? -repitió lentamente, como si necesitara escuchar las palabras en su propia voz para creerlas.
-¡Sí! -exclamó Utahime, todavía sonriendo. -¡Y no entiendo por qué no me lo habían dicho antes!
Satoru no respondió de inmediato. Una sensación incómoda comenzó a instalarse en su pecho. No era que no confiara en Suguru, pero... algo no cuadraba. ¿Cómo podía ser que Suguru estuviera embarazado si ellos no habían tenido ningún tipo de relación íntima reciente?
-Utahime, esto tiene que ser un malentendido -dijo finalmente, tratando de mantener la calma.
-¿Un malentendido? -repitió Utahime, incrédula. -¡Por favor, Satoru, no seas tan despistado! Suguru te necesita más que nunca. ¡Ve a verlo!
Antes de que Satoru pudiera responder, Suguru apareció en la entrada de la casa, con Shoko detrás de él. Su rostro estaba pálido, y aunque trataba de mantener la compostura, era evidente que estaba nervioso.
-Utahime, no debiste decirle nada... -dijo Suguru, su voz casi un susurro mientras evitaba mirar a Satoru.
Satoru lo miró fijamente, buscando respuestas en su expresión.
-¿Es verdad? -preguntó, dando un paso hacia él. -¿Estás... embarazado?
Suguru abrió la boca para responder, pero las palabras se atoraron en su garganta. No podía mirarlo a los ojos. Finalmente, asintió débilmente, confirmando lo que Satoru había oído.
La mente de Satoru empezó a correr a mil por hora. Había algo más detrás de todo esto, algo que Suguru no le estaba diciendo.
-Suguru... -empezó, su voz temblando ligeramente, mezclando preocupación y confusión. -Si estás embarazado... ¿por qué no me lo dijiste antes?
Suguru finalmente lo miró, y sus ojos reflejaban un dolor que Satoru no podía comprender del todo.
-No quería preocuparte... -respondió con un hilo de voz, desviando la mirada nuevamente.
Satoru apretó los puños, sintiendo que había algo que no encajaba en todo esto. Pero antes de que pudiera decir algo más, Utahime intervino, con su típica falta de tacto.
-¡Deja de interrogarlo, Satoru! Mejor deberías estar feliz y prepararte para ser padre. ¡Suguru te necesita más que nunca!
Las palabras de Utahime solo aumentaron la tensión en el aire. Satoru sabía que no podía simplemente aceptar esta noticia sin entender completamente lo que estaba pasando. Pero también sabía que presionar a Suguru en ese momento podría empeorar las cosas.
-Está bien... hablaremos de esto después -dijo finalmente, su voz mucho más suave. Luego, miró a Suguru y añadió: -Cuando estés listo para contarme todo, estaré aquí.
Suguru asintió débilmente, sintiendo una mezcla de alivio y culpa. Utahime, por otro lado, parecía satisfecha con la respuesta de Satoru, sin darse cuenta de la gravedad de la situación.
Shoko, que había permanecido en silencio hasta ese momento, tomó a Utahime del brazo y la arrastró suavemente hacia la salida.
-Vamos, Utahime, creo que ya hiciste suficiente por hoy.
-¿Qué? ¡Pero ni siquiera hemos empezado a planear la celebración! -protestó Utahime mientras Shoko la empujaba hacia la puerta.
Cuando finalmente quedaron solos, Satoru miró a Suguru con preocupación.
-Tómate tu tiempo, pero por favor... no me dejes fuera de esto.
Suguru no respondió. Simplemente bajó la mirada, sintiendo cómo su corazón se rompía un poco más.
Utahime y Shoko habían salido rápidamente, dejando a Suguru y Satoru solos en la casa. El silencio que quedó en el ambiente era casi asfixiante. Suguru evitaba mirar a Satoru, pero podía sentir la intensidad de su mirada clavada en él.
De repente, Satoru rompió el silencio.
-¿Qué significa esto? -preguntó, su voz baja pero cargada de una furia contenida.
Suguru no respondió, incapaz de encontrar las palabras.
-¡Te estoy hablando, Suguru! -gritó Satoru, dando un paso hacia él. Su rostro estaba lleno de resentimiento y dolor, y sus ojos, generalmente brillantes, ahora estaban nublados por una mezcla de incredulidad y rabia.
Suguru dio unos pasos atrás, acorralado por la intensidad de Satoru. Bajó la mirada, incapaz de sostenerle la vista, mientras sus manos temblaban ligeramente.
-Yo... yo puedo explicarlo... -susurró, su voz temblorosa y rota.
-¿Explicarlo? -repitió Satoru con un tono sarcástico. -¡No hemos tenido sexo en tres años, Suguru! ¡Tres malditos años! ¿Cómo puedes estar embarazado?
El Omega sintió que el suelo se le abría bajo los pies. Cada palabra de Satoru era como una daga que se clavaba más y más profundo en su pecho.
-Satoru, por favor... -trató de decir, pero su voz se quebró antes de poder continuar.
Satoru negó con la cabeza, respirando con dificultad mientras trataba de procesar lo que estaba pasando.
-¿Me estás engañando? -preguntó, su tono ahora mezclando rabia y desesperación. -¿Es eso? ¿Te acostaste con alguien más?
Suguru alzó la mirada rápidamente, sus ojos llenos de lágrimas.
-¡No! Yo nunca... -intentó defenderse, pero las palabras se atascaban en su garganta. Sabiendo que era mentira.
-Entonces, dime la verdad. -Satoru se cruzó de brazos, mirándolo fijamente. -¿De quién es ese hijo, Suguru?
El Omega se quedó en silencio, temblando. No podía decirle la verdad. No podía decirle que era de Toji, que había sido forzado, que estaba marcado y ahora encadenado a un Alfa que lo había destruido emocional y mentalmente.
-Yo... no puedo decirlo -susurró finalmente, con la voz rota.
La paciencia de Satoru llegó a su límite.
-¡¿No puedes o no quieres?! -gritó, su voz resonando en la casa como un trueno.
Suguru retrocedió aún más, chocando contra la pared, mientras las lágrimas caían por su rostro.
-¡No es lo que piensas, Satoru! -dijo finalmente, sollozando.
-¿Entonces qué es, Suguru? -respondió Satoru, sin ceder ni un ápice en su postura. -¡Porque nada de esto tiene sentido!
El silencio volvió a caer entre ellos, pero esta vez era mucho más denso, cargado de una tensión insoportable. Suguru sabía que había perdido la confianza de Satoru, y no tenía idea de cómo podría recuperarla.
Finalmente, Satoru dio un paso atrás, pasando una mano por su cabello con frustración.
-No quiero verte ahora mismo... -murmuró, dándole la espalda.
Suguru se quedó allí, inmóvil, sintiendo cómo su mundo se desmoronaba poco a poco. Sabía que había perdido algo irremplazable, pero no podía culpar a Satoru por su reacción
Satoru permaneció en silencio por un momento, su rostro reflejaba una mezcla de rabia y dolor, pero sus ojos, llenos de lágrimas, delataban lo profundo de su angustia. Finalmente, habló, con la voz rota pero cargada de resentimiento:
-¿Fue con Toji? -preguntó, clavando sus ojos en Suguru.
Suguru sintió cómo su corazón se hundía, incapaz de sostener la mirada. Tragó con dificultad antes de asentir, las lágrimas comenzando a correr por sus mejillas.
-Fui abusado, Satoru... -confesó con un hilo de voz. Su cuerpo temblaba mientras intentaba explicarse-. Intenté terminar con él porque pensé que lo nuestro había vuelto... pensé que podríamos intentarlo otra vez. Pero Toji no me creyó... y me obligó.
Satoru apretó los puños, las venas de sus manos marcándose mientras intentaba procesar lo que acababa de escuchar. Aunque sus lágrimas caían, su expresión endurecida mostraba su lucha interna.
-Entonces... ¿por qué no abortas? -preguntó de repente, con frialdad.
Suguru levantó la mirada, atónito por lo que acababa de oír.
-¿Qué?
-No voy a mantener hijos ajenos, Suguru. -La voz de Satoru era firme, aunque sus labios temblaban por la tensión. -Te amo, pero si decides tener ese niño... esto se acabó.
Las palabras de Satoru golpearon a Suguru como un puñetazo. Dio un paso atrás, mirándolo con incredulidad y dolor.
-¿Satoru... cómo puedes decir eso? -preguntó, su voz quebrándose.
-Lo digo porque es la verdad. -respondió Satoru, cruzando los brazos como si intentara protegerse de su propio dolor. -Esto no es justo para ninguno de los dos.
Suguru negó con la cabeza, sus lágrimas fluyendo aún más rápido.
-¿Lo dices como si fuera tan fácil? -susurró, apenas capaz de articular las palabras.
-Y lo es, Suguru. -contestó Satoru, cortante, sin mirarlo a los ojos. -No entiendo por qué te aferras a ese mocoso...
-¡Porque no tiene la culpa de lo que me pasó! -gritó Suguru, incapaz de contenerse más.
El silencio que siguió fue tan pesado que parecía llenar toda la habitación. Ambos se miraron, los ojos reflejando el dolor y la distancia que se había formado entre ellos.
Satoru apartó la mirada, tragando con fuerza antes de hablar de nuevo, con una voz apenas audible:
-Haz lo que quieras, Suguru... pero no esperes que yo me quede aquí para verlo.
Dicho esto, Satoru se dio la vuelta intentando salir, pero Suguru hablo
-Eres igual a el-dijo con odio en sus palabras.
Satoru permaneció inmóvil por un momento, sorprendido por la reacción de Suguru, pero su rostro pronto se endureció.
-¿Igual a él? -murmuró con voz baja, pero cargada de furia. Su mirada afilada hizo que Suguru diera un paso atrás, temblando-. ¿Me estás comparando con Toji?
El alfa avanzó un paso, su presencia imponente llenando la habitación.
-Mira quién habla... -continuó, su voz goteando veneno-. La puta que abrió las piernas al primero que vio.
Las palabras cortaron como un cuchillo. Suguru lo miró con incredulidad, sus ojos llenándose de lágrimas de rabia y dolor.
-¿Y ahora vienes a echarme en cara que soy igual que él? -Satoru alzó la barbilla, viéndose superior-. Vamos, Geto, ¿a quién quieres engañar? Yo intenté ser mejor por ti, cambié por ti... pero tú decidiste traicionarme. Verte con otro, y peor aún, quedarte embarazado de él.
Suguru apretó los puños con fuerza, temblando, mientras Satoru se acercaba más, suavizando el tono pero sin perder su dureza.
-Podemos hacer como si esto nunca pasó... -dijo, tomando con cuidado el rostro de Suguru entre sus manos-. Podemos ser tú y yo otra vez. Pero tienes que deshacerte de ese error.
-¿Error...? -susurró Suguru, sintiendo que su corazón se rompía aún más.
-Sí, un error. -Satoru asintió, su mirada intensa perforando los ojos llorosos de Suguru-. Yo te apoyaré, te lo prometo. Pero por favor, Suguru, no quiero perderte.
Por un instante, Suguru pareció vacilar. Pero entonces, apretó los dientes, dejando que la ira y la dignidad que aún quedaba en él tomaran el control.
De repente, levantó la mano y le dio una cachetada a Satoru, el sonido resonando en la habitación.
Satoru se quedó atónito, llevándose una mano a la mejilla, mientras miraba a Suguru con incredulidad.
-¡Si eso es lo que piensas de mí, prefiero estar solo! -gritó Suguru con lágrimas en los ojos. Se apartó de Satoru, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano, mientras su cuerpo temblaba por la intensidad de sus emociones.
El alfa lo miró, aún procesando lo que acababa de ocurrir. Pero Suguru no esperó más. Dio media vuelta y salió de la habitación, dejando a Satoru parado, completamente en silencio, con la marca de la bofetada aún caliente en su rostro.
Suguru corrió sin mirar atrás, sus piernas temblaban y su corazón parecía romperse con cada paso. Al llegar a casa de Shoko, tocó la puerta con desesperación. Cuando ella abrió, no hizo falta que preguntara nada. La expresión rota de Suguru lo decía todo.
-Ven aquí, Sugu -dijo Shoko suavemente, extendiendo los brazos para recibirlo.
Suguru cayó en su abrazo, sus sollozos desgarradores llenando la habitación.
-No puedo más, Shoko... -susurró entre lágrimas, agarrándose a ella como si fuera su única salvación-. Todo está mal... todo...
Shoko lo abrazó con fuerza, acariciando su cabello para tratar de calmarlo.
-Estoy aquí, Suguru. No estás solo.
Pero la tranquilidad se rompió con la llegada de Utahime, quien entró rápidamente en la sala, claramente molesta. Su mirada estaba cargada de enojo al ver a Suguru allí.
-¡No puedo creerlo! -exclamó, su voz alta e indignada-. ¡Engañaste a mi mejor amigo!
Suguru se tensó de inmediato, como si las palabras fueran latigazos directos a su corazón. Se apartó ligeramente de Shoko, bajando la mirada.
-¡Utahime, por favor! -intervino Shoko, tratando de mediar-. No es momento para esto.
-¡Claro que lo es! -gritó Utahime, señalando a Suguru con furia-. ¡Satoru te dio todo! ¡Te amó! Y tú... tú... -hizo una pausa, incapaz de contener su frustración-. ¿Cómo pudiste traicionarlo así?
Suguru apretó los labios, sus ojos llenos de lágrimas mientras las palabras de Utahime lo golpeaban. Finalmente, levantó la mano, haciendo un gesto para que Shoko no interviniera.
-No... Shoko, tiene razón... -dijo en un hilo de voz, mirando a Utahime con dolor-. No hay excusa para lo que pasó. Todo esto... es culpa mía.
Shoko lo miró, sintiendo cómo el corazón se le encogía al verlo tan derrotado.
-Suguru... -intentó decir, pero él negó con la cabeza.
-De verdad lo siento... por todo... -murmuró Suguru antes de girarse para salir de la casa, incapaz de soportar más las miradas de reproche.
-¡Suguru, espera! -gritó Shoko, pero él ya había cerrado la puerta tras de sí.
Utahime cruzó los brazos, aún molesta, mientras Shoko la miraba con desaprobación.
-¿Era necesario, Utahime?
La mujer suspiró, desviando la mirada.
-Solo dije la verdad. Satoru no merece esto...
-Y Suguru tampoco merece ser tratado así -respondió Shoko con seriedad-. No sabes todo lo que ha pasado.
Utahime permaneció en silencio, aunque la culpa comenzaba a asomarse en su expresión.
Suguru llegó a la mansión de sus padres sintiendo el peso de su decisión en cada paso. El ambiente en la sala era tenso, y lo primero que vio fue a su madre sentada con elegancia, sosteniendo una taza de té entre sus manos, como si nada en el mundo pudiera perturbarla.
-Hijo mío, no somos estúpidos ni ciegos. Sabemos perfectamente que te has metido en un problema -dijo su madre con una calma cortante, dejando la taza sobre la mesa-. Como nuestro único hijo, esto es inaceptable.
Suguru no dijo nada, limitándose a bajar la cabeza.
-Siempre te protegimos porque eres un Omega. Hicimos todo para mantenerte a salvo de cualquier desgracia, pero parece que mis temores se hicieron realidad -continuó ella, mirándolo con una mezcla de decepción y molestia.
El silencio fue interrumpido bruscamente cuando las puertas de la sala se abrieron de golpe. Su padre entró furioso, avanzando rápidamente hasta donde estaba Suguru y, sin mediar palabra, lo abofeteó con fuerza.
-¡ERES UN COMPLETO IDIOTA! -gritó, su voz retumbando en toda la habitación-. ¡TE DIJE QUE NI SE TE OCURRIERA SALIR EMBARAZADO!
Suguru levantó la mirada con incredulidad, llevándose una mano a la mejilla adolorida.
-¡SIEMPRE TE DIMOS LA MEJOR EDUCACIÓN! -continuó su padre, ignorando su reacción-. ¡NO ERA PARA QUE, ESTANDO CASADO, ANDUVIERAS ABRIENDO LAS PIERNAS COMO UNA PUTA!
-¡Papá, por favor! -exclamó Suguru, pero su voz fue opacada por la ira de su padre.
Su madre, que había permanecido en silencio, se levantó con calma, ajustándose la ropa mientras lo miraba con frialdad.
-Te dimos todo lo necesario para que fueras perfecto, Suguru. Nos aseguramos de que tu vida estuviera encaminada, pero ahora... nos avergonzaste.
-¡Los Gojo jamás querrán volver a hablar con nosotros después de esto! -agregó su padre, exasperado-. ¡Y ni siquiera tienes la decencia de saber quién es el padre de ese bastardo, ¿verdad?!
Suguru cerró los ojos, tratando de contener las lágrimas, pero su silencio fue suficiente respuesta.
-¡Perfecto! -gruñó su padre, lanzando una carcajada sarcástica-. ¡Ni siquiera sabes quién es el alfa! ¡No solo abriste las piernas como una cualquiera, sino que además lo hiciste con alguien sin apellido, sin posición, sin nada!
Las palabras hirieron como cuchillos, pero Suguru apretó los puños y levantó la cabeza, sus ojos brillando con lágrimas y furia contenida.
-¡Y QUÉ SI NO TENGO UN MALDITO ALFA CON UN APELLIDO FUERTE! -gritó, sorprendiendo a ambos-. ¡AUN ASÍ ESTE NIÑO ES MÍO Y LO VOY A TENER!
Su madre lo miró con incredulidad, llevándose una mano al pecho como si las palabras de Suguru la hubieran herido profundamente.
-Ese... ese error no llevará nuestro apellido. ¡Jamás! -respondió con asco.
-¡No lo voy a abortar! -replicó Suguru, mirando a su madre directamente a los ojos-. Ese niño no tiene la culpa de nada, y no pienso deshacerme de él.
Su padre dio un paso al frente, con los ojos llenos de rabia.
-Si cruzas esa puerta, estás desheredado, Suguru. No tendrás nada de nosotros, ni nuestro apoyo ni nuestro nombre.
Suguru permaneció en silencio por un momento, procesando esas palabras. Luego, levantó la mirada y los enfrentó con determinación.
-No me importa. Si no quieren ser los abuelos de mi hijo, no los necesito.
La incredulidad en el rostro de su padre fue reemplazada por una furia descontrolada.
-¡ERES UN MALDITO MALAGRADECIDO! -gritó-. ¡HICE TODO PARA QUE TU MATRIMONIO FUNCIONARA! ¡HASTA LE PAGUÉ A SATORU PARA QUE NO TE DEJARA!
Suguru sintió cómo esas palabras perforaban su corazón, pero no mostró sorpresa. Sabía que tanto Satoru como sus padres eran capaces de cualquier cosa para controlar su vida.
-No importa lo que hayan hecho. No voy a abortar, y eso es mi última palabra -dijo con firmeza, dándoles la espalda mientras caminaba hacia la salida.
Cuando cruzó la puerta, el aire frío lo golpeó, y finalmente dejó que las lágrimas rodaran por sus mejillas. Abrazó su vientre con ternura, acariciándolo mientras hablaba en un susurro.
-E-estaremos bien... -murmuró, tratando de convencerse a sí mismo-. Lo haremos juntos, pequeñín.
A pesar del dolor y el rechazo, una pequeña chispa de esperanza iluminaba su corazón. Aunque el camino fuera difícil, lucharía con todo para proteger a su hijo y darle una vida llena de amor.
Suguru llegó a casa en silencio, el peso de todo lo que había pasado aplastándole el alma. No era una sorpresa encontrar a Satoru sentado en el sofá, con la mirada perdida, envuelto en una nube de tristeza. El alfa no dijo nada al verlo entrar, ni siquiera levantó la cabeza.
Suguru tampoco intentó hablar. No habría servido de nada. Las palabras no podían arreglar el desastre que habían creado entre los dos.
Subió las escaleras y comenzó a empacar sus cosas. Su corazón latía con un ritmo pesado mientras metía ropa en una maleta vieja. No tenía un destino en mente, solo sabía que no podía quedarse ahí. No cuando el ambiente estaba tan cargado de dolor y resentimiento.
Cuando terminó, bajó con la maleta en mano, caminando hacia la puerta. Su paso era lento, como si parte de él esperara que algo, o alguien, lo detuviera.
Cuando su mano tocó el pomo, escuchó unos pasos apresurados detrás de él.
-¡Suguru! -La voz de Satoru era desesperada.
Antes de que Suguru pudiera girarse, sintió cómo Satoru lo sujetaba del brazo y lo volteaba hacia él. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, y antes de que pudiera decir nada, Satoru lo besó.
Fue un beso desesperado, lleno de tristeza y amor, un intento de aferrarse al poco que quedaba entre ellos. Suguru sintió cómo las lágrimas de Satoru caían en sus mejillas, mezclándose con las suyas propias.
Cuando finalmente se separaron, Satoru lo miró con el corazón en los ojos.
-Lo siento... -susurró, su voz quebrada-. Pero creo que esto es lo mejor... para los dos.
Suguru asintió lentamente, aunque su corazón se rompía en mil pedazos.
-Sí... creo que sí.
Satoru bajó la mirada, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. Suguru lo miró por última vez antes de girarse y abrir la puerta.
Cuando cruzó el umbral, sintió el frío del mundo exterior golpearlo. Supo que ese adiós no era solo un final para ellos como pareja, sino un final para una parte de sí mismo que nunca volvería.
Ambos sabían que era lo mejor, pero la pregunta seguía resonando en sus corazones:
¿Serían capaces de soportarlo?
"No".
...
Los días pasaron lentamente para Suguru. Después de dejar todo atrás, se dedicó a construir una nueva vida, alejado de los ojos críticos de la ciudad y de las personas que lo habían herido. Había usado sus ahorros para comprar una casa en un lugar apartado, un vecindario tranquilo y poco habitado, lo suficiente como para disfrutar de la soledad que tanto necesitaba.
La casa era hermosa, una construcción moderna que destacaba en medio de su entorno, pero Suguru nunca hizo alarde de ello. A pesar de su posición, siempre había sido alguien humilde, y ahora más que nunca se aferraba a esa humildad para encontrar algo de paz.
Las mañanas eran silenciosas, llenas de pequeños rituales que Suguru había aprendido a disfrutar. Despertaba temprano, preparaba una taza de té y salía al balcón para contemplar el paisaje. Aunque no era especialmente campestre, el aire era limpio, y el ruido de la ciudad apenas llegaba hasta allí. Era un cambio bienvenido, un contraste con la opresión que sentía en su antigua vida.
La mayor parte del tiempo la pasaba organizando la casa, comprando lo necesario para decorarla con calidez y funcionalidad. Cada objeto que colocaba parecía ser una pequeña declaración de su independencia, un recordatorio de que estaba construyendo algo propio.
Su rutina también incluía paseos breves por el vecindario. Aunque pocas personas vivían cerca, quienes lo veían no podían evitar notar su presencia. Suguru caminaba con la cabeza en alto, aunque en su interior todavía cargaba las cicatrices de los juicios y el rechazo. Sabía que su reputación estaba destrozada, que su nombre era motivo de murmullos, pero ahora, lejos de todo, eso no le importaba tanto como antes.
Por las noches, se sentaba en el sofá de la sala, mirando a través de la enorme ventana que daba al patio trasero. Allí, bajo la luz tenue de las estrellas, encontraba un extraño consuelo.
A pesar de la paz que había logrado construir, no podía evitar que ciertos pensamientos lo alcanzaran cuando el silencio era demasiado. Había noches en las que recordaba el dolor en los ojos de Satoru cuando se despidieron, o las palabras hirientes de sus padres resonando en su mente. Pero, cada vez que su ánimo caía, Suguru se llevaba una mano al vientre, donde un nuevo propósito comenzaba a crecer.
-Estamos bien... -murmuraba, acariciándose suavemente-. Todo estará bien.
Aunque estaba solo, sabía que no lo estaría por mucho tiempo. Ese pensamiento, la idea de que alguien dependía de él ahora, lo mantenía fuerte. No sabía qué le deparaba el futuro, pero estaba decidido a dar lo mejor de sí por esa pequeña vida que llevaba dentro.
Los días seguían pasando, y Suguru había logrado encontrar una rutina que lo llenaba de cierta tranquilidad. Aunque la soledad era algo constante en su vida, el pequeño barrio donde vivía le ofrecía una calidez inesperada. Los vecinos, aunque al principio lo veían con cierta reserva, pronto comenzaron a apreciarlo por su amabilidad y disposición para ayudar.
Uno de los momentos que más disfrutaba era pasar tiempo con los niños del vecindario. Muchos de ellos provenían de familias humildes, y Suguru, al ver sus circunstancias, se ofreció a enseñarles algunas cosas. Desde lectura y escritura hasta pequeños consejos sobre la vida, los niños se reunían alrededor de él como si fuera un mentor.
-¡Señor Geto, usted es muy amable con nosotros! -exclamó un pequeño, con una sonrisa brillante en el rostro mientras intentaba escribir su nombre en un cuaderno viejo.
Suguru sonrió cálidamente, inclinándose para corregir la postura del lápiz en la mano del niño. -No es nada. Si ustedes aprenden bien, eso será suficiente recompensa para mí.
Otro niño, más curioso, levantó la mano mientras sostenía un dibujo que había hecho de una familia. -¿Y ya sabe qué va a ser su bebé? -preguntó con entusiasmo, señalando el vientre de Suguru con sus grandes ojos llenos de curiosidad.
Suguru rio suavemente, colocando una mano sobre su abdomen como si hablara de un tesoro preciado. -No, todavía no sé si será un niño o una niña -respondió con dulzura-, pero pronto lo sabré.
-¡Yo espero que sea un niño para que juegue con nosotros! -dijo otro pequeño, mientras intentaba atrapar a uno de sus amigos en un juego improvisado.
-¡No, que sea una niña! Así podremos enseñarle a saltar la cuerda -respondió una niña, sosteniendo su juguete favorito entre las manos.
Suguru no pudo evitar reír ante la discusión, sintiendo una calidez especial al ser rodeado por tanta inocencia. En esos momentos, sus preocupaciones se sentían más ligeras.
Cuando terminaban las pequeñas lecciones, Suguru se despedía de los niños con una sonrisa, viendo cómo regresaban corriendo a sus casas. A pesar de todo lo que había pasado, esos instantes le daban esperanza. Su bebé aún no había nacido, pero él ya estaba comenzando a imaginar cómo sería su vida al lado de esa pequeña persona.
Esa noche, al regresar a casa, se sentó en su sillón favorito con una taza de té caliente en las manos. Miró por la ventana al cielo despejado y acarició suavemente su vientre.
-Espero que seas feliz aquí, pequeñín... -murmuró en voz baja-. No importa lo que diga el mundo. Haré todo lo posible para darte lo mejor.
La casa estaba en silencio, pero no era un silencio vacío, sino uno lleno de promesas y sueños que Suguru estaba empezando a construir, paso a paso.
Aunque Suguru había encontrado cierta paz en su nuevo hogar, no todo era fácil. Había días en los que el peso de su situación lo abrumaba, especialmente cuando los efectos de su embarazo se hacían más intensos. Como omega, su cuerpo y emociones eran más sensibles, y los cambios hormonales lo afectaban de maneras que no siempre sabía manejar.
Había mañanas en las que despertaba con náuseas y noches en las que el insomnio lo mantenía atrapado en sus propios pensamientos. Pero lo peor eran los momentos en los que su cuerpo anhelaba la presencia de un alfa. Era un instinto natural, algo que no podía controlar, y aunque intentaba ignorarlo, había días en los que la soledad lo hacía pedazos.
Una tarde, mientras se sentaba en el sofá con las manos sobre su vientre, sintió una ola de tristeza que lo hizo apretar los labios para no romper a llorar. ¿Cómo llegué a esto?, pensó, mientras una lágrima caía por su mejilla.
En esos momentos oscuros, su mente inevitablemente vagaba hacia Toji o Satoru. Aunque sabía que pensar en ellos solo le traería más dolor, no podía evitarlo.
Toji... Ese nombre le hacía hervir la sangre y, al mismo tiempo, lo llenaba de un vacío desgarrador. Recordaba la risa fría del alfa cuando lo rechazó, la crueldad en sus palabras y cómo le había dejado claro que no quería nada con él ni con el bebé. Pero incluso en su desprecio, una parte de Suguru deseaba que Toji estuviera ahí, aunque fuera solo para soportar juntos las dificultades de este embarazo.
Y luego estaba Satoru. La imagen de su rostro lloroso el día que se despidieron seguía persiguiéndolo. Satoru había sido su refugio durante tanto tiempo, su apoyo en los peores momentos, pero ahora esa conexión estaba rota. Por mucho que quisiera regresar a él, sabía que no era justo. Satoru no merecía cargar con una situación que no había buscado.
Una noche, después de un día particularmente difícil, Suguru se sentó en la cama con un viejo álbum de fotos en las manos. Entre las páginas amarillentas, encontró una foto de él y Satoru en sus días más felices, sonriendo como si nada pudiera romperlos. Acarició la imagen con los dedos temblorosos, sintiendo un nudo en la garganta.
-Lo siento... -murmuró en voz baja, como si Satoru pudiera escucharlo desde la distancia.
El embarazo era un recordatorio constante de las decisiones que lo habían llevado a este punto. Cada cambio de humor, cada momento de debilidad, le recordaba que estaba solo, pero también que tenía que ser fuerte por su hijo.
Miró hacia la ventana, donde la luz de la luna iluminaba suavemente la habitación. Susurró al bebé que crecía dentro de él:
-Pequeño... no necesitas un alfa para ser amado. Yo estaré aquí para ti, siempre.
Aunque las lágrimas corrían por su rostro, también había una determinación creciente en su interior. Suguru sabía que los días no serían fáciles, pero estaba dispuesto a luchar por el futuro de su hijo, incluso si eso significaba enfrentar el mundo completamente solo.
Después de limpiar sus lágrimas, Suguru se dirigió a la cocina, donde tenía guardados sus medicamentos. Era una rutina que había adoptado para controlar los efectos de los altibajos hormonales y emocionales que lo invadían desde que comenzó el embarazo. Mientras llenaba un vaso de agua, no pudo evitar echar un vistazo al teléfono que descansaba sobre la encimera.
Había algo reconfortante en hablar con Shoko, alguien que siempre había estado a su lado, sin juzgarlo ni cuestionarlo. Así que tomó el teléfono y, sin pensarlo demasiado, le escribió:
"Me siento algo triste hoy, Shoko..."
Pasaron unos minutos de silencio, pero finalmente el teléfono vibró. El nombre de Shoko apareció en la pantalla, y Suguru se apresuró a leer el mensaje.
"Es normal, Geto. Al no tener un alfa junto a ti, tus emociones pueden desbordarse. No te preocupes... Estoy aquí para ti por si te sientes así. 💗"
Una sonrisa pequeña pero genuina se formó en los labios de Suguru mientras leía las palabras de su amiga. Limpió las lágrimas que aún quedaban en su rostro y, con los dedos temblorosos, respondió:
"Te aseguro que serás la tía favorita de mi hijo."
La respuesta de Shoko no tardó en llegar:
"¡Eso espero! 😌"
Suguru dejó escapar una risa suave, sintiendo cómo el nudo en su pecho se deshacía un poco. No estaba completamente solo, después de todo. Shoko siempre había sido una roca en su vida, alguien que le recordaba que, aunque las cosas fueran difíciles, siempre habría un lugar para el apoyo y la comprensión.
Miró su vientre y acarició suavemente la pequeña curva que comenzaba a notarse. Aunque las dudas y los miedos seguían ahí, la certeza de que estaba haciendo lo correcto por su hijo le daba fuerzas.
-Parece que ya tienes a alguien que te quiere mucho, pequeñín... -susurró.
Mientras guardaba el teléfono y se preparaba para seguir con su día, una sensación de calma lo invadió. Quizás no tenía a un alfa a su lado, pero tenía algo aún más importante: personas que lo amaban y estaban dispuestas a acompañarlo en esta nueva etapa de su vida.
...
Satoru estaba sentado en el suelo de su apartamento, rodeado de latas vacías y botellas medio llenas. El lugar que solía ser impecable ahora reflejaba su estado emocional: un caos desordenado. Su cabello, siempre bien cuidado, estaba desordenado y su rostro tenía rastros de lágrimas secas. Frente a él había una lata de jugo de limón con alcohol, su única compañía constante en los últimos días.
Con un suspiro profundo, miró el teléfono que descansaba cerca. Cada notificación lo llenaba de un fugaz y desesperado optimismo, esperando que fuera un mensaje de Suguru. Pero nunca lo era.
El Omega no salía de su mente. Desde el momento en que cruzó la puerta, Satoru había sentido un vacío que no podía llenar. Había sido cruel, demasiado cruel, y ahora el peso de sus palabras lo aplastaba. "Lo eché de mi vida... ¿Qué clase de idiota hace eso?" pensaba constantemente.
Su preocupación por Suguru crecía día a día. Ahora estaba solo, embarazado, posiblemente en un lugar desconocido, sin nadie para protegerlo. Su mente, alimentada por el alcohol y la culpa, le jugaba las peores pasadas.
Imaginaba a Suguru enfrentándose a alfas desconocidos, peligrosos. Una imagen desgarradora y vívida invadió su mente: Suguru, siendo forzado por varios alfas a la vez, llorando, llamando su nombre. La visión fue tan aterradora que Satoru apretó la lata en su mano con fuerza, aplastándola hasta que el líquido goteó sobre sus piernas.
-Maldita sea... -murmuró, dejando caer la lata al suelo mientras sus ojos se llenaban de lágrimas nuevamente.
Había intentado buscarlo. Había usado todos los contactos que tenía, pero ninguno daba resultado. Nanami lo había confrontado, su mirada llena de desprecio.
-Esto es tu culpa, Satoru. Tú lo alejaste, y ahora él está sufriendo. ¿Estás feliz? -le había dicho Nanami, sus palabras como cuchillos en su corazón.
Haibara, por otro lado, había tratado de consolarlo, aunque no lograba borrar el peso de la culpa.
-Todos cometemos errores, Satoru... Pero tienes que encontrar una forma de arreglar esto. No puedes rendirte.
Riko ni siquiera le contestaba las llamadas, y Utahime, aunque no le culpaba directamente, estaba visiblemente triste.
-Si tan solo no hubiera hablado ese día... -había dicho Utahime, con lágrimas en los ojos, pero Satoru sabía que la culpa no era de ella, sino suya.
La única que aún tenía contacto con Suguru era Shoko, pero ella se había distanciado de Satoru por completo. Cada vez que intentaba sacarle información sobre Suguru, ella simplemente lo ignoraba o cambiaba de tema.
Satoru tomó el teléfono y, por enésima vez, abrió su galería. Una foto de Suguru apareció en la pantalla: su sonrisa cálida, sus ojos brillantes... La imagen de alguien que lo había amado con todo su ser, y a quien él había destrozado.
Una lágrima rodó por su mejilla mientras sus dedos temblaban sobre la pantalla.
-T-te extraño... tanto... -susurró entre sollozos, apretando el teléfono contra su pecho.
Se quedó ahí, en el suelo, llorando, preguntándose si algún día tendría una segunda oportunidad. "¿Cómo pude dejarlo ir? ¿Cómo pude perderlo así?" Su corazón estaba roto, y sabía que lo único que podía sanarlo era la persona que él mismo había alejado.
Satoru dejó el teléfono sobre la mesa, con la imagen de Suguru todavía brillando en la pantalla. Sus ojos estaban hinchados de tanto llorar, pero no podía dejar de mirar aquella sonrisa cálida que parecía burlarse de él, recordándole lo que había perdido.
-Suguru... -susurró con un tono quebrado, como si al decir su nombre pudiera acercarlo aunque fuera un poco.
La culpa seguía pesando, pero una sensación distinta empezó a crecer dentro de él. Miraba aquella foto, recordando cada detalle del cuerpo de Suguru, cada vez que lo había tenido cerca, cada beso, cada caricia. Su mente, embotada por el alcohol y la soledad, comenzó a proyectar imágenes más vívidas: Suguru desnudo, mirándolo con esos ojos oscuros llenos de deseo, sus labios entreabiertos, la forma en que solía gemir su nombre...
El aire se volvió pesado, y Satoru sintió cómo su cuerpo reaccionaba, traicionándolo. Su respiración se hizo más rápida, y, sin apartar la vista de la imagen, llevó una mano a su pantalón, desabrochándolo lentamente.
-Eres mío... siempre lo has sido, Suguru... -susurró con voz baja, casi posesiva, mientras sus dedos empezaban a deslizarse por su propio cuerpo.
Tomó el teléfono con la otra mano, acercándolo más a su rostro. La imagen de Suguru sonriendo parecía más brillante, más viva. Era como si estuviera ahí, justo frente a él.
-¿Cómo pude ser tan idiota...? -murmuró, jadeando suavemente mientras su mano comenzaba a moverse con más ritmo. Su mente estaba completamente sumergida en recuerdos, en fantasías. Imaginaba a Suguru tocándolo, mirándolo con esos ojos que solo tenían espacio para él.
Las lágrimas seguían cayendo por su rostro mientras se entregaba a aquella mezcla de placer y tristeza. Cada jadeo que escapaba de sus labios era un recordatorio de lo mucho que lo extrañaba, de lo vacía que estaba su vida sin él.
El placer que sentía no lo aliviaba; al contrario, parecía amplificar su desesperación. Pero no podía detenerse. Era lo único que tenía de Suguru en ese momento, esa foto y los recuerdos que lo atormentaban.
Finalmente, con un gemido ahogado que apenas salió de su garganta, llegó al clímax, su cuerpo temblando por la intensidad. Cerró los ojos, dejando que las lágrimas fluyeran libremente mientras apretaba el teléfono contra su pecho una vez más.
-Te necesito, Suguru... -susurró, su voz quebrada. Pero la habitación seguía en silencio, recordándole que estaba completamente solo.
Satoru limpió su desorden, sintiendo un vacío aún mayor al terminar. La culpa y la desesperación seguían pesando sobre él, pero al menos el cansancio estaba comenzando a vencerlo. Decidió intentar dormir, aunque sabía que sería otra noche de insomnio y pesadillas. Se tumbó en la cama, cubriéndose con las sábanas, cuando de pronto el sonido del teléfono rompió el silencio.
Su corazón dio un vuelco. ¿Suguru? Pensó apresuradamente, con una mezcla de nervios y esperanza. Tomó el teléfono de la mesita y contestó, apenas logrando contener la emoción en su voz.
-¿Suguru? -preguntó, con una sonrisa nerviosa que pronto se desvaneció al escuchar la voz del otro lado de la línea.
-Hijo mío, dadas las circunstancias con los Geto, creo que es mejor consolidar nuestra imagen con otra unión. -Era su padre, con el mismo tono frío y calculador de siempre.
Satoru apretó la mandíbula, el desconcierto dándole paso rápidamente a la molestia.
-¿Otra unión? ¿De qué hablas? -respondió con irritación.
-No tengo que darte explicaciones. Esto es por el bien de nuestra reputación y nuestra empresa. Para tu suerte, ya tienes dos candidatos.
La paciencia de Satoru estaba al límite, pero dejó que su padre continuara hablando.
-Decídete entre uno de los dos: Naoya Zenin o la hija de los Mei Mei.
El alfa cerró los ojos con fuerza, sintiendo cómo la rabia crecía en su pecho. Sus padres no lo veían como una persona, sino como una herramienta, algo que podían usar y manipular a su antojo. Y ahora querían que simplemente aceptara casarse con alguien más, como si nada hubiera pasado, como si Suguru nunca hubiera existido.
-¡No! -gritó de repente, interrumpiendo a su padre. -¡No voy a volver a casarme sin antes asegurarme de Suguru!
-¡Ese omega te fue infiel con otro! -replicó su padre, alzando la voz. -Y tuvo el descaro de quedar preñado. Es un imbécil, Satoru. No dejaré que arruines tu vida con alguien como él.
-¡Me da igual si arruino mi vida! -respondió Satoru, con un tono lleno de frustración y desesperación. -Necesito saber dónde está, necesito escucharlo de él, necesito... necesito que me diga si ya no me quiere...
-¡Satoru Gojo! -gritó su padre del otro lado de la línea, pero Satoru ya había perdido la paciencia.
Colgó abruptamente, apretando el ceño
Su mente no podía dejar de pensar en Suguru. ¿Dónde estás? ¿Estás bien? ¿Estás seguro? ¿Ya no me amas? Las preguntas lo atormentaban, cada una más dolorosa que la anterior.
Satoru se dejó caer en la cama, enterrando su rostro en sus manos. El peso de sus errores, las palabras de su padre y la ausencia de Suguru lo estaban destrozando. Pero en el fondo, sabía que no podía rendirse.
-Voy a encontrarte, Suguru... -susurró, su voz quebrada por el dolor. -No importa lo que cueste.
Satoru finalmente se dejó caer en la cama, agotado por la rabia y la tristeza. Cerró los ojos con fuerza, intentando detener el torrente de pensamientos que lo atormentaban. En su mente, Suguru seguía apareciendo: su sonrisa cálida, su aroma familiar, el suave tacto de su piel. A pesar de que todo había cambiado, esos recuerdos eran lo único que le daban algo de consuelo.
Mientras el cansancio lo vencía lentamente, Satoru empezó a soñar. Se sentía cálido, rodeado de algo reconfortante. Extendió los brazos y, en su mente, se encontró abrazando a Suguru. Podía sentir su respiración tranquila, su pecho subiendo y bajando contra el suyo, y el leve roce de su cabello oscuro.
-Suguru... -murmuró entre sueños, con un tono de voz casi infantil, lleno de anhelo y arrepentimiento.
En su mente, Suguru estaba allí, acariciando suavemente su cabello, como solía hacer cuando intentaba calmarlo después de un mal día.
-Estoy aquí, Satoru... -susurró una voz, tan clara y dulce que parecía real.
Una sonrisa ligera se dibujó en los labios de Satoru mientras se hundía más en el sueño. Durante unos momentos, todo estaba bien. Estaban juntos de nuevo, lejos de los problemas, las culpas y el dolor. Solo eran ellos, como solían ser.
Pero, de repente, el sueño comenzó a desmoronarse. Suguru se alejaba lentamente, su figura se volvía borrosa, y Satoru, desesperado, extendía la mano para alcanzarlo.
-¡No te vayas! -gritó, entre sueños, con lágrimas rodando por sus mejillas.
Despertó de golpe, su cuerpo temblando y su respiración agitada. Miró alrededor de la habitación, vacía y fría, dándose cuenta de que todo había sido un sueño. Abrazó las sábanas con fuerza, tratando de recuperar ese calor que había sentido momentos antes, pero era inútil.
El dolor regresó con toda su intensidad, como un golpe directo al pecho. Satoru se cubrió el rostro con las manos, dejando escapar un sollozo bajo.
-Te extraño tanto... Suguru... -murmuró, su voz quebrada.
Mientras tanto, el amanecer empezaba a teñir el cielo de tonos naranjas y rosados. Otro día había comenzado, pero para Satoru, el tiempo parecía haberse detenido desde el momento en que perdió a Suguru. Y aunque el mundo seguía girando, él se sentía atrapado en un limbo, incapaz de avanzar, aferrándose desesperadamente a los recuerdos de su único amor.
Aunque estaba furioso y perdido, una cosa era clara: necesitaba encontrar a Suguru. Necesitaba respuestas, necesitaba verlo, aunque solo fuera para escuchar de sus propios labios que ya no había esperanza para ellos. Pero, ¿por dónde empezar? Suguru podría estar en cualquier parte, y él no tenía nada más que su intuición y un amor desesperado para guiarlo.
Por otro lado, Suguru se encontraba en casa, luchando contra el peso de su situación. Aunque quería mantenerse fuerte, su cuerpo le recordaba constantemente lo vulnerable que podía ser. Estaba cansado, tanto física como emocionalmente, y los impulsos que trataba de reprimir no hacían más que debilitarlo aún más.
Sabía que necesitaba un alfa para estabilizar su estado, pero negarse a aceptar esa dependencia era su manera de mantenerse firme, de demostrar que podía superar todo por sí mismo. Sin embargo, había noches en las que esa fachada se rompía.
Aquella noche, Suguru se sentó en la cama, mirando la oscuridad de su habitación. Su respiración era irregular, su cuerpo temblaba ligeramente mientras los efectos de su ciclo lo abrumaban. Cerró los ojos, intentando calmarse, pero la presión en su pecho era insoportable.
-No... no necesito a nadie... puedo hacerlo solo... -se dijo a sí mismo, como si esas palabras fueran suficientes para convencer a su mente y cuerpo.
Con las manos temblorosas, se abrazó a sí mismo, tratando de imitar el calor y la seguridad que alguna vez sintió. Su mente, traicionera, lo llevó de vuelta a los momentos en los que Satoru estaba a su lado. Podía imaginarlo claramente: los brazos de Satoru rodeándolo, su sonrisa juguetona y esos besos suaves que siempre parecían llenos de amor.
-Satoru... -murmuró en un suspiro, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a brotar.
Con los ojos cerrados, se permitió soñar, aunque fuera por unos instantes, que Satoru estaba allí con él. Que le susurraba palabras reconfortantes al oído, que sus manos acariciaban su cabello, y que todo el dolor que sentía ahora desaparecía bajo el peso de su abrazo.
Pero la realidad era cruel, y al abrir los ojos, lo único que encontró fue el vacío. Suguru dejó escapar un sollozo ahogado, limpiándose rápidamente las lágrimas con el dorso de la mano.
-Esto es estúpido... -se reprochó, aunque sabía que era inútil. Por mucho que intentara ignorarlo, su corazón seguía llamando por Satoru, y esa necesidad lo desgarraba por dentro.
Decidió darse el poco consuelo que podía ofrecerse a sí mismo, aunque lo odiara. No era lo mismo, ni lo sería jamás, pero era la única forma de calmar esos impulsos que lo atormentaban.
-Un día más... solo tengo que aguantar un día más... -susurró, como un mantra, mientras trataba de calmar su respiración.
A pesar de todo, Suguru sabía que no podía seguir así para siempre. Pero por ahora, se aferraría a esos pequeños momentos de autoamor, imaginando que, de alguna manera, Satoru estaba junto a él, besándolo suavemente como solía hacerlo. Aunque fuera una mentira, era la única forma de llenar el vacío que sentía en su corazón.
Dormir se había convertido en un verdadero martirio para Suguru. Las noches parecían alargarse interminablemente, y el descanso se volvía cada vez más esquivo. Con el pasar de las semanas, el bulto en su abdomen había comenzado a crecer notablemente, recordándole constantemente la vida que crecía dentro de él. Aunque era un milagro, no podía evitar que fuera incómodo a veces.
El pequeño dentro de su vientre parecía especialmente activo durante las noches, como si esperara el momento exacto en que Suguru estuviera a punto de cerrar los ojos para comenzar a moverse. Espasmos repentinos y pequeñas pataditas lo despertaban constantemente, pero lejos de frustrarse, aquellas señales de vida le traían una extraña sensación de calidez.
Suguru, aún acostado, deslizó una mano sobre su vientre con una sonrisa suave, ignorando el cansancio acumulado.
-Vaya, pequeño, ¿tienes tanta energía como tu otro padre? -susurró en la oscuridad, dejando escapar una risa ligera.
A pesar de la incomodidad de las noches, esos momentos eran su refugio. Cada movimiento del bebé era un recordatorio de que no estaba solo, de que algo hermoso y valioso estaba creciendo dentro de él. Era una sensación agridulce: mientras su corazón se llenaba de amor por la vida que llevaba, no podía evitar sentir una punzada de tristeza al pensar en todo lo que había perdido.
-¿Sabes? -murmuró, como si hablara con su bebé-. Tal vez no tengas la familia perfecta, pero haré todo lo que pueda para darte lo mejor. Te lo prometo.
El bebé respondió con un leve movimiento, como si entendiera las palabras de Suguru, y él sonrió nuevamente, acariciando su vientre con más ternura.
Sin embargo, acomodarse en la cama seguía siendo complicado. Se movía de un lado a otro, intentando encontrar una posición que le permitiera descansar sin que la incomodidad del embarazo lo abrumara. Finalmente, se rindió y decidió sentarse en la cama, apoyándose en varias almohadas.
-Supongo que no te gusta mucho cuando intento dormir, ¿eh? -bromeó, mirando su abdomen con cariño.
Aunque estaba agotado, aquellas pequeñas molestias se sentían insignificantes comparadas con la felicidad que le daba saber que su bebé estaba sano y creciendo fuerte. Suguru suspiró profundamente, cerrando los ojos mientras seguía acariciando su vientre.
-Está bien, pequeño... aquí estoy para ti. -murmuró, dejándose arrullar por los suaves movimientos del bebé, hasta que, poco a poco, el cansancio finalmente lo venció y se quedó dormido, con una mano aún reposando sobre su vientre, como si protegiera el tesoro más preciado de su vida.
Suguru pasó buena parte de la noche intentando calmar los movimientos incesantes de su pequeño. Primero, puso música suave, una melodía tranquila que esperaba que relajara al bebé. Pero lejos de apaciguarse, parecía que el pequeño dentro de su vientre estaba teniendo su propia fiesta.
-¿En serio? -murmuró Suguru, suspirando mientras se acomodaba de nuevo en la cama.
Decidió entonces intentar con pequeños masajes en su vientre, moviendo sus manos con cuidado y hablando en voz baja.
-Vamos, pequeño, papá necesita dormir un poco. Sé que estás lleno de energía, pero... ¿podemos hacer un trato? Tú duermes ahora, y mañana prometo darte toda mi atención, ¿sí?
El bebé, como si lo desafiara, dio otra patadita, más fuerte que las anteriores. Suguru dejó caer la cabeza contra las almohadas con una mezcla de agotamiento y resignación.
-De acuerdo, ganaste..-dijo entre risas suaves, acariciando su vientre una vez más.
Ya exhausto, recordó el pequeño chocolate que Shoko le había regalado en su última visita. Se levantó con lentitud, caminó hacia la cocina y lo sacó de un cajón. Era un chocolate simple, pero el aroma le recordó a los días tranquilos de su pasado. Se sentó en el sofá y le dio un mordisco, dejando que el sabor dulce llenara su boca.
En cuanto terminó el chocolate, algo cambió. El pequeño en su vientre pareció agitarse de alegría, moviéndose con energía, pero, sorprendentemente, después de unos segundos, todo quedó en calma. Suguru parpadeó sorprendido, llevando una mano a su abdomen.
-¿Qué...? ¿Eso es todo lo que querías? ¿Chocolate? -preguntó, riendo suavemente.
El bebé permaneció tranquilo, como si estuviera satisfecho, y Suguru suspiró aliviado. Se recostó de nuevo, apoyándose en el respaldo del sofá, con una sonrisa nostálgica en los labios.
-Eres igual a él... -murmuró, recordando a Satoru.
Era inevitable no pensar en él en ese momento. Satoru siempre había tenido un gusto insaciable por los dulces, y ver cómo su hijo compartía esa misma predilección le llenaba de una extraña mezcla de alegría y melancolía. Suguru acarició su vientre una vez más, con el corazón apretado.
-Espero que algún día puedas conocerlo... y que sea mejor de lo que yo puedo recordarlo ahora. -susurró, dejando que una pequeña lágrima recorriera su mejilla.
Finalmente, se dejó caer en el sofá, sintiendo cómo el peso del día y del agotamiento lo vencían poco a poco, mientras el silencio de la noche y la tranquilidad de su bebé le daban un momento de paz.
Suguru despertó con los ojos hinchados y una sensación de vacío que parecía hundirlo aún más. Había llorado hasta quedarse dormido, abrazándose a sí mismo como si eso pudiera llenar el hueco que Satoru había dejado. Pero no podía quedarse en la cama todo el día. Se limpió el rostro, tomó aire y decidió enfocarse en algo que lo distrajera, aunque fuera por unos minutos.
"Primero, veamos si estoy bien," pensó, mientras revisaba sus síntomas. Nada parecía fuera de lo normal más allá de las incomodidades típicas del embarazo, pero sentía su cuerpo más pesado de lo habitual. Suspiró y se dirigió a la cocina.
"Hot cakes," murmuró, recordando que ese era uno de sus desayunos favoritos. Sacó los ingredientes y comenzó a preparar la mezcla con cuidado. Mientras cocinaba, los antojos empezaron a surgir, llevándolo a agregar cosas que normalmente no combinaría: miel, chispas de chocolate, mermelada de fresa, e incluso un poco de crema batida encima. Cuando terminó, el resultado era un plato exageradamente dulce, pero a él le parecía perfecto en ese momento.
Se sentó y comenzó a comer con gusto, disfrutando de cada bocado como si fuera un premio a su esfuerzo. Sin embargo, su estómago no tardó en rebelarse. Apenas terminó, una sensación de náusea lo golpeó de repente.
-No, no... no ahora... -murmuró, llevándose una mano al abdomen mientras corría al baño.
Se arrodilló frente al inodoro, vomitando todo lo que había comido. El esfuerzo le dejó jadeando, con el cuerpo adolorido y el corazón más pesado que nunca.
Cuando terminó, se dejó caer contra la pared del baño, abrazando sus piernas mientras las lágrimas comenzaban a correr otra vez. Sollozó en silencio, sintiéndose más solo que nunca.
-Soy una mierda... -susurró entre lágrimas, su voz quebrándose.
Quería ser fuerte, pero era imposible ignorar cuánto necesitaba a alguien en ese momento. Deseaba tener a un alfa junto a él, alguien que pudiera sostenerlo, abrazarlo y decirle que todo estaría bien. Pensó en Satoru, en lo diferente que todo podría ser si él estuviera allí. Pero ese pensamiento solo lo hundió más.
Las náuseas volvieron, esta vez más fuertes. Suguru se inclinó nuevamente sobre el inodoro, llorando mientras su cuerpo seguía rechazando cualquier cosa que intentara darle.
-¿Por qué...? -sollozó entre jadeos, acariciando su vientre con una mezcla de frustración y tristeza.
A pesar de todo, sabía que debía seguir adelante, pero en ese momento, parecía que el mundo entero estaba en su contra.
Suguru apenas podía mantenerse en pie al salir del baño. Su cuerpo temblaba de agotamiento, y cada paso que daba lo sentía más pesado que el anterior. Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano, pero estas seguían cayendo, imparables, como si su cuerpo tratara de purgar todo el dolor que llevaba dentro.
Llegó a la cocina, sus ojos clavados en los restos de los hot cakes que había intentado comer. La visión le revolvió el estómago, no solo por las náuseas que aún sentía, sino por el profundo desprecio hacia sí mismo.
-¿Por qué soy tan débil? -susurró, con la voz rota, antes de tomar el plato con manos temblorosas y arrojarlo con fuerza a la basura. La cerámica se rompió con un estruendo, pero el ruido no lo consoló; solo lo dejó más vacío.
Se arrastró hasta la sala, desplomándose en el sofá como si el peso del mundo estuviera sobre sus hombros. Su mirada estaba perdida, clavada en sus piernas mientras abrazaba sus rodillas contra el pecho.
-No puedo más... no puedo más... -murmuraba entre sollozos. Su cuerpo entero temblaba, no solo por el cansancio físico, sino por una angustia que se clavaba en su pecho como un cuchillo.
De repente, la sala se transformó ante sus ojos. Todo a su alrededor se desdibujó, y lo que antes era un refugio precario se convirtió en una prisión de pesadillas. Ahora estaba desnudo, vulnerable, con el frío de un suelo que no reconocía helándole la piel.
Entonces lo vio. Toji.
El alfa estaba frente a él, con esa sonrisa arrogante que tanto temía, esa expresión que en su momento había sido un falso refugio pero que ahora solo era un recordatorio de su peor humillación.
-No... -susurró Suguru, encogiéndose contra sí mismo. Su respiración se aceleró, sus ojos llenándose de terror mientras Toji daba un paso hacia él.
El hombre no decía nada, pero su mirada hablaba por sí sola: lo iba a tomar, a romper, como ya lo había hecho antes. Suguru trató de retroceder, pero no había ningún lugar donde esconderse.
-¡No, no te me acerques! -gritó, su voz rasgando el aire.
Toji siguió avanzando, tranquilo, seguro, como un depredador que disfruta el miedo de su presa. Suguru comenzó a sollozar, sus lágrimas empapando sus mejillas mientras abrazaba sus piernas con más fuerza, como si eso pudiera protegerlo de lo inevitable.
-¡Dijiste que no querías nada conmigo! ¡Déjame en paz! -gritó, desesperado, pero Toji no se detuvo.
El recuerdo del dolor, de las manos ásperas que lo habían sujetado sin compasión, de la humillación y la impotencia, lo envolvió como una tormenta. Su cuerpo empezó a temblar más fuerte, su pecho se apretó, y por un momento pensó que iba a desmayarse.
Cerró los ojos con fuerza, esperando lo peor. Pero no pasó nada.
Cuando los abrió de nuevo, la sala estaba vacía. Todo había sido una ilusión, una cruel broma de su mente. Pero el terror que sentía era tan real como el aire que respiraba.
Suguru jadeó, con el pecho subiendo y bajando descontroladamente, tratando de calmarse, pero las lágrimas seguían cayendo. Se abrazó a sí mismo, temblando, intentando convencerse de que estaba a salvo.
-No puedo con esto... -susurró, su voz apenas un hilo.
Se quedó sentado allí, solo, su cuerpo y mente exhaustos, con la certeza de que nadie iba a venir a salvarlo. Nadie estaba ahí para consolarlo, para abrazarlo y decirle que todo iba a estar bien.
La soledad era su única compañía, y el peso de sus traumas era un recordatorio constante de todo lo que había perdido.
...
Satoru había intentado de todo, pero nada daba resultados. Suguru seguía sin aparecer, y con cada día que pasaba, su frustración y angustia aumentaban. Su desesperación no hacía más que crecer, especialmente porque sus padres insistían constantemente en que debía formar un nuevo matrimonio, esta vez con Mei Mei o Naoya Zenin.
Cuando llegó el momento de proponer el matrimonio, la reacción de Naoya fue inmediata y contundente.
-¡No pienso tomar el papel de un Omega por él! -exclamó, visiblemente ofendido, mientras abandonaba la sala sin siquiera mirar atrás.
Los padres de Satoru fruncieron el ceño, pero no se inmutaron demasiado. Mei Mei, por su parte, aceptó con una sonrisa calmada, dejando claro que estaba más que dispuesta a convertirse en la nueva pareja de Satoru.
Sin embargo, ambos sabían que sin alguna señal clara de Suguru, Satoru no cedería. Lo único que el albino necesitaba escuchar era un simple "ya no te amo" de labios de Suguru. Pero esa respuesta seguía sin llegar.
La desesperación también comenzó a instalarse en sus padres, quienes hicieron todo lo posible por localizar al Omega. Sin embargo, Shoko Ieiri se negó rotundamente a revelar su ubicación, consciente de lo que los Gojo pretendían hacer.
-¡Me niego! -dijo con firmeza, su tono cortante-. Si solo piensan usar a Suguru para cumplir sus objetivos, olvídenlo. No voy a ayudarles.
Utahime, que estaba junto a Shoko, le apretó la mano en un gesto de apoyo. Pero los padres de Satoru no parecían inmutarse por la negativa.
-Shoko, nosotros solo queremos lo mejor para Satoru -replicó la madre, con un tono cargado de falsa amabilidad-. Ese Omega, Geto, simplemente ha estado en su mente demasiado tiempo. Es un error, y lo sabes.
-Un error al que ustedes contribuyeron -respondió Shoko con dureza, su mirada cargada de resentimiento.
La madre de Satoru la ignoró y continuó:
-Por eso queremos llegar a un acuerdo con Geto. Estamos dispuestos a ofrecerle una suma generosa de dinero. Es obvio que lo necesita, ya que está desempleado. Francamente, no me sorprendería si en este momento se está vendiendo, incluso con el bebé en su vientre.
Esas palabras fueron la gota que colmó el vaso para Shoko, quien golpeó la mesa con fuerza, levantándose de su asiento de manera abrupta.
-¡INFELIZ! ¡Satoru no es un santo aquí tampoco! ¡Yo sé que él engañó a Suguru en los primeros años de su relación!
El rostro de la mujer cambió por completo, mostrando una mezcla de desprecio y burla.
-¿Y las pruebas, querida? -preguntó, con una sonrisa cínica-. Además, si Suguru realmente tiene la conciencia limpia, ¿por qué no solicitó el divorcio?
Shoko apretó los dientes, incapaz de responder, mientras Utahime bajaba la mirada, sintiéndose impotente ante la situación.
La madre de Satoru se puso de pie con una elegancia fría, ajustándose el abrigo mientras miraba a ambas mujeres desde arriba.
-Con o sin su ayuda, encontraremos a tu amiguito. Y cuando lo hagamos, nos aseguraremos de que acepte nuestro trato.
Shoko, con los ojos llenos de ira y frustración, murmuró entre dientes:
-No voy a dejar que le hagan algo a Suguru.
-Eso está por verse -respondió la mujer con una sonrisa venenosa.
La tensión era insoportable en aquella sala. Las palabras de los padres de Satoru cortaban como cuchillas, llenando el ambiente de un desprecio gélido que parecía impregnar cada rincón. Shoko, de pie frente a ellos, tenía los puños apretados, con el ceño fruncido y los ojos ardiendo de furia contenida. Respiraba con dificultad, luchando por no perder el control, mientras Utahime permanecía a su lado, silenciosa pero visiblemente tensa, con los labios apretados en una línea rígida.
-¿De verdad creen que esto es lo mejor para Satoru? -soltó Shoko finalmente, su voz afilada como una daga-. ¿Obligarlo a casarse con alguien más para salvar su preciosa imagen? ¿Para cubrir lo que ustedes llaman "un error"? Suguru no es un error. Y mucho menos el bebé que lleva en su vientre.
La madre de Satoru, con una sonrisa desdeñosa, ignoró las palabras de Shoko como si fueran irrelevantes. Su mirada fría la atravesó como un cuchillo.
-Querida, no entiendes cómo funciona el mundo -dijo con una voz suave pero venenosa-. Esto no es sobre amor ni sentimientos. Se trata de reputación, de negocios. Satoru no puede seguir atado a un Omega que lo traicionó, y mucho menos a uno que ahora está desaparecido. Sabemos perfectamente que Geto debe estar... sobreviviendo a su manera. Quizá incluso vendiendo lo poco que le queda.
Las palabras cayeron como un balde de agua helada. Shoko, temblando de furia, golpeó la mesa con fuerza, haciendo eco en la sala y sobresaltando a todos.
-¡No vuelvas a hablar así de Suguru! -gritó, su voz temblorosa pero llena de determinación-. ¡Él no es como ustedes! ¡No es un objeto que puedan usar y desechar según les convenga!
Utahime trató de calmarla, colocando una mano en su hombro, pero Shoko la apartó con brusquedad, manteniendo su atención fija en la madre de Satoru, que ahora sonreía con una arrogancia cruel.
-Si tan pura es su alma, querida, ¿dónde está entonces? -preguntó la mujer con sarcasmo, inclinándose ligeramente hacia adelante-. Si Suguru realmente fuera tan inocente, ¿por qué no ha aparecido? ¿Por qué no se ha defendido? Quizá porque sabe que no tiene nada que ofrecer... salvo su cuerpo.
-¡BASTA! -gritó Utahime, incapaz de contenerse más-. ¡Ya es suficiente! ¡No tienen ningún derecho a hablar así de Suguru ni de nadie!
El padre de Satoru, que hasta entonces había permanecido en silencio, finalmente habló, aunque sin molestarse en levantar la mirada de su reloj.
-Esto no es personal, Utahime. Es solo cuestión de proteger lo que le pertenece a nuestra familia. Si Suguru es tan inocente, como dicen, no tendrá problema en aceptar un trato justo.
-¿"Justo"? -repitió Shoko, dejando escapar una risa amarga mientras los miraba con desprecio-. Lo único que quieren es comprar su silencio. Alejarlo para siempre y hacer que desaparezca, como si nunca hubiera existido.
La madre de Satoru sonrió, satisfecha, como si Shoko acabara de confirmar sus intenciones.
-No tienes por qué hacerlo tan dramático, querida. Lo que queremos es lo mejor para todos. Y lo mejor para Suguru, considerando su situación actual, es aceptar nuestra ayuda.
Shoko sintió cómo sus uñas se clavaban en sus palmas. La impotencia la consumía, pero no iba a permitir que esas personas se salieran con la suya.
-No voy a ayudarlos. Y cuando Satoru se entere de lo que están haciendo, también los va a odiar -espetó, su voz temblorosa pero decidida.
La madre de Satoru alzó una ceja, como si las palabras de Shoko fueran insignificantes.
-Satoru no sabe lo que quiere. Cuando lo descubra, ya será demasiado tarde para reparar el daño que Suguru le hizo.
Shoko respiró profundamente, intentando calmarse.
-El daño lo están causando ustedes. Y cuando Satoru abra los ojos, será demasiado tarde para ustedes, no para Suguru.
Sin esperar respuesta, Shoko se levantó de su asiento, jalando a Utahime con ella, quien apenas tuvo tiempo de seguirla. Ambas salieron de la sala, dejando atrás a los padres de Satoru, que permanecieron en silencio por unos instantes.
Finalmente, la madre de Satoru suspiró, tomando un sorbo de su té.
-Si no quieren cooperar, simplemente lo haremos a nuestra manera. Es solo cuestión de tiempo.
---
En otra parte de la ciudad, Satoru permanecía encerrado en su habitación, con la mirada perdida en el techo. Las palabras de sus padres resonaban en su mente, pero su corazón estaba demasiado lleno de angustia como para procesarlas.
Todo lo que podía pensar era en Suguru. En su sonrisa, en la suavidad de su voz, en el calor de sus abrazos. Ahora, ese vacío que sentía parecía insuperable.
Lo único que necesitaba era una respuesta. Un mensaje. Incluso si eso significaba escuchar de labios de Suguru las palabras que más temía: "ya no te amo".
Mei Mei estaba en su cuarto, recostada en un sillón elegante mientras observaba a su hermano jugar tranquilamente con sus coches en el suelo. Los sonidos metálicos de las ruedas contra la madera parecían distantes, casi irreales, mientras su mente se perdía en pensamientos intrincados y fríos.
Sabía que Satoru era la clave para elevar aún más su estatus. Pero también sabía que él seguía atrapado en la sombra de Suguru, aferrándose a un fantasma del pasado, a pesar del supuesto engaño que había cometido.
"Si Suguru desapareciera completamente de su vida, Satoru no tendría más opción que avanzar... conmigo", pensó mientras entrecerraba los ojos, trazando mentalmente cada paso de su plan.
-Necesito encontrarlo -murmuró para sí misma, dejando que el murmullo se deslizara en el aire como una serpiente.
El problema era que Suguru se había desvanecido por completo. Nadie parecía saber su paradero, y la única persona que podría tener una pista al respecto era Shoko. Pero Shoko, con su habitual determinación testaruda, se había negado rotundamente a ayudar.
Mei Mei no se molestó en ocultar su frustración. Una ligera sonrisa, calculadora y fría, se dibujó en su rostro mientras trazaba su próxima jugada. Si Shoko no hablaba por las buenas, tendría que usar otras tácticas.
Utahime.
Sabía que Shoko tenía una debilidad por ella. Tal vez no lo admitiera abiertamente, pero la cercanía entre las dos era evidente. Utahime era la carnada perfecta, el hilo que tiraría para obligar a Shoko a hablar.
Se levantó con gracia, alisándose la falda mientras observaba a su hermano por última vez.
-Enséñame cómo vuelan esos coches más tarde, ¿sí? -le dijo con una sonrisa superficial antes de salir del cuarto, cerrando la puerta detrás de ella.
Ahora, solo quedaba poner su plan en marcha. Suguru debía aparecer, a cualquier costo.
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Utahime estaba en la casa que compartía con Shoko, su rostro reflejaba una mezcla de tensión y frustración mientras Mei Mei, sentada en el sofá frente a ella, desplegaba su estrategia. La Omega tenía una sonrisa serena, casi burlona, mientras dejaba caer una carpeta sobre la mesa.
-Es una pena, Utahime -empezó Mei Mei con un tono calmado, casi dulce-. Nunca pensé que alguien como tú podría acumular una deuda tan... impresionante. Millones, ¿eh? Eso podría arruinar a cualquiera.
Utahime apretó los puños, sus mejillas ardían de vergüenza e ira.
-No tengo ninguna deuda -espetó, aunque su voz tembló ligeramente.
Mei Mei sonrió, inclinándose hacia adelante con esa elegancia natural que solo ella poseía.
-Oh, querida, los papeles dicen otra cosa. Por supuesto, todo esto puede desaparecer con un simple acuerdo... -La mirada de Mei Mei se volvió afilada, como un cuchillo perforando directamente al corazón de la situación-. Solo dime dónde está Suguru, y me encargaré de que esta... "pequeña molestia" desaparezca.
Utahime sintió cómo el suelo parecía hundirse bajo sus pies. Sabía que Mei Mei estaba mintiendo, que todo era un montaje, pero las pruebas parecían demasiado convincentes. Si esto llegaba a algún banco o prestamista real, no podría probar que era falso antes de quedar completamente en la ruina.
-No voy a traicionar a Suguru -dijo finalmente, con los labios apretados y la voz cargada de determinación-. No importa lo que me ofrezcas.
Mei Mei suspiró, como si la resistencia de Utahime fuera un inconveniente menor, una mosca que podía aplastar cuando quisiera.
-Bueno, si no vas a hablar, entonces supongo que tendrás que empezar a buscar formas de pagar esa deuda. Aunque, con tu sueldo, eso podría tardar... décadas. -Sonrió, disfrutando del momento.
En ese instante, la puerta se abrió de golpe, y Shoko entró al departamento con pasos firmes, sus ojos encendidos de furia al ver a Mei Mei sentada cómodamente en su sala.
-¿Qué demonios estás haciendo aquí, Mei Mei? -preguntó con voz cortante.
Mei Mei levantó la vista, completamente tranquila, y le dedicó una sonrisa inofensiva.
-Oh, Shoko, qué bueno que llegas. Estábamos hablando de negocios, ¿verdad, Utahime?
-No es negocio, es manipulación -espetó Shoko, avanzando hacia Mei Mei y cruzándose de brazos-. ¿Qué es lo que quieres ahora?
Mei Mei se encogió de hombros, como si todo esto no fuera más que un malentendido trivial.
-Es simple. Utahime tiene una deuda que podría arruinarla, y estoy dispuesta a pagarla. Pero, claro, necesito algo a cambio. Tú lo sabes bien, Shoko.
Shoko frunció el ceño, sintiendo la trampa que Mei Mei estaba tendiendo.
-¿Qué quieres?
-La ubicación de Suguru Geto -respondió Mei Mei sin rodeos, dejando caer la máscara de falsa amabilidad por un momento-. Eso es todo. Dime dónde está, y Utahime no tendrá que preocuparse nunca más.
Shoko apretó los puños, su cuerpo temblaba de ira contenida.
-No necesito tu ayuda para pagar esa deuda -dijo con firmeza, lanzando una mirada a Utahime que transmitía determinación-. Nosotras podemos encargarnos.
Mei Mei se inclinó hacia atrás, divertida ante la reacción de Shoko.
-Vamos, Shoko. Solo dilo, y esto termina. Nadie tiene que enterarse. Suguru estará bien, y tú podrás dormir tranquila. ¿Por qué cargar con este problema cuando puedes resolverlo con unas pocas palabras?
Shoko dio un paso más cerca, inclinándose hacia Mei Mei con una mirada afilada.
-Prefiero quemar el maldito dinero antes que darte algo que pueda usar para hacerle daño a Suguru. Así que toma tus mentiras, tus papeles falsos, y vete de aquí antes de que te saque a rastras.
Mei Mei sonrió de nuevo, pero esta vez su mirada era helada.
-Como quieras, Shoko. Pero recuerda, no todo el mundo es tan terco como tú. Suguru no puede esconderse para siempre. Y cuando lo encuentre, me aseguraré de que él pague las consecuencias de su traición.
Con esas palabras, se levantó, recogió su carpeta y caminó hacia la puerta con una elegancia calculada. Antes de salir, se giró y añadió:
-Espero que la próxima vez que hablemos seas más razonable. Por el bien de tu amiga.
Cuando Mei Mei cerró la puerta tras de sí, Utahime dejó escapar un suspiro tembloroso, claramente afectada.
-Shoko... no sé si podamos manejar esto solas...
Shoko puso una mano firme en su hombro, mirándola con seriedad.
-No vamos a dejar que esa víbora nos manipule. Encontraremos otra manera. Pero no vamos a traicionar a Suguru. Nunca.
Utahime asintió, aunque su corazón seguía acelerado. Sabía que las cosas se estaban complicando más de lo que podían manejar, pero confiaba en Shoko. Lo que no sabía era cuánto tiempo más podrían resistir antes de que todo se saliera de control.
..
La tensión en el hogar era palpable. Utahime y Shoko estaban sentadas a la mesa, pero la comida frente a ellas permanecía intocada. Los nervios de Utahime eran evidentes; tamborileaba los dedos contra la madera de la mesa, evitando mirar directamente a Shoko. Finalmente, la presión acumulada explotó.
-¡No puedo más, Shoko! -gritó Utahime, levantándose abruptamente-. ¡No quiero seguir teniendo esta deuda!
-¡Y yo no pienso traicionar a Suguru! -respondió Shoko con firmeza, golpeando la mesa con ambas manos.
-¡Parece que te importa más él que yo! -replicó Utahime, su voz quebrándose-. ¡Nos vamos a quedar en la ruina si seguimos así! ¡Ya no sé qué hacer!
Shoko la miró fijamente, sintiendo cómo cada palabra de Utahime la atravesaba como una cuchilla. Sabía que su pareja estaba al borde del colapso, pero también sabía que no podía hacer lo que Mei Mei quería. Suguru era más que un amigo; era parte de su familia, y traicionarlo iba en contra de todo lo que creía.
-Entiendo que estés desesperada, Utahime, pero vender a Suguru no es la solución -respondió Shoko, intentando mantener la calma-. Encontraremos otra forma, pero no será esta.
-¿Otra forma? -Utahime dejó escapar una risa amarga-. ¿Qué otra forma? ¿Seguir pidiéndole dinero a Satoru? ¿Deberle a medio mundo? ¡Esto no va a terminar nunca!
La rabia y la desesperación de Utahime eran evidentes, y Shoko sintió cómo un nudo se formaba en su garganta. Amaba a Utahime, pero la lealtad que sentía hacia Suguru la ponía en una posición imposible.
Utahime dejó caer las manos a sus costados, agotada tanto física como emocionalmente.
-No puedo más... -murmuró, con lágrimas en los ojos-. Esto está destruyendo todo...
Shoko bajó la mirada, sintiendo el peso de las palabras de Utahime. Sus puños se cerraron con fuerza mientras luchaba contra la culpa que empezaba a invadirla. Después de unos segundos de silencio, finalmente murmuró:
-Perdóname, Suguru...
Utahime la miró, confundida, mientras Shoko sacaba su teléfono del bolsillo con manos temblorosas.
-¿Qué estás haciendo? -preguntó Utahime, sintiendo un nudo en el estómago.
Shoko no respondió, simplemente desbloqueó el teléfono y buscó el número de Mei Mei. Sus dedos temblaban mientras marcaba, y cada segundo que pasaba parecía alargarse eternamente.
-¡Shoko, no! -Utahime trató de detenerla, pero Shoko la miró con lágrimas en los ojos.
-No puedo dejar que esto nos destruya -dijo con voz quebrada-. Haré lo que sea necesario para protegernos... incluso si eso significa traicionar a Suguru.
La llamada comenzó a sonar, y Utahime retrocedió un paso, incapaz de creer lo que estaba sucediendo. Cuando Mei Mei respondió al otro lado de la línea, su voz era tranquila y cargada de satisfacción.
-Sabía que tarde o temprano me llamarías, Shoko. ¿Entonces? ¿Has cambiado de opinión?
Shoko respiró hondo, con los ojos llenos de lágrimas, antes de responder:
-Hablemos.
La habitación quedó en un silencio sepulcral mientras Shoko colgaba la llamada. Utahime la miraba, incapaz de pronunciar palabra, mientras la culpa y el arrepentimiento se acumulaban en el rostro de Shoko. Ambas sabían que no habría vuelta atrás.
Mei Mei llegó con su característica elegancia, portando un traje impecable y dos maletines llenos de dinero que colocó sobre la mesa con un gesto casual. Su sonrisa era tranquila, casi burlona, mientras sus ojos brillaban con satisfacción. Shoko, sentada en el sofá, la miraba con rencor. Su postura era rígida, y sus manos apretaban el borde de sus pantalones con fuerza, intentando contener el remolino de emociones que la consumía.
-¿Así que finalmente entraste en razón? -comentó Mei Mei, rompiendo el silencio con su tono afilado-. Sabía que al final pondrías las cosas en perspectiva.
-No lo hago por ti -espetó Shoko, sin mirarla directamente-. Esto no tiene nada que ver contigo.
Mei Mei sonrió, acercándose lentamente para sentarse frente a Shoko. Abrió los maletines, revelando fajos de billetes organizados con una precisión que solo reforzaba el poder que ostentaba.
-No me interesa el porqué, querida -respondió con indiferencia-. Lo único que importa es que cumplirás con tu parte del trato.
Shoko respiró hondo, cerrando los ojos por un momento antes de hablar.
-Te diré lo que quieras saber... pero primero paga la maldita deuda -dijo con un tono seco, cargado de desprecio.
Mei Mei entrecerró los ojos, disfrutando de la tensión en el ambiente. Con un movimiento fluido, empujó los maletines hacia Shoko.
-Perfecto -respondió, su voz impregnada de triunfo-. Pero no intentes jugar conmigo, Shoko. Si descubro que me estás mintiendo, créeme... no habrá dinero que pueda salvarte de lo que venga después.
Shoko levantó la mirada, enfrentándose a Mei Mei con determinación, aunque su interior estuviera destrozado.
-No estoy mintiendo. Pero espero que puedas vivir contigo misma después de esto... porque yo apenas puedo.
Mei Mei arqueó una ceja, pero no respondió. Solo esperó pacientemente, sabiendo que finalmente obtendría lo que quería.
Mei Mei se reclinó en el sofá con una sonrisa astuta, disfrutando cada respuesta que obtenía de Shoko. Sabía que estaba obteniendo lo que quería y, al mismo tiempo, sometiendo a su antigua amiga a un nivel de humillación y desesperación que ella misma había provocado.
-¿Dime, dónde se encuentra Suguru? -preguntó con voz calmada, casi como si estuviera hablando de algo trivial.
Shoko desvió la mirada un momento antes de responder, sus labios apretados.
-En un barrio a las afueras de aquí, es algo perjudicado.
Mei Mei arqueó una ceja, intrigada.
-¿Cómo es su hogar? -inquirió, sus ojos brillando con malicia.
-Es la mejor casa del barrio, moderna, con un jardín cuidado -respondió Shoko, apretando los puños sobre su regazo.
Mei Mei asintió, llevando una mano a su mentón mientras procesaba la información.
-Mmm... interesante -murmuró antes de lanzar su siguiente pregunta-. ¿Tiene alguna pareja ya?
-No -contestó Shoko con firmeza, deseando que aquella conversación terminara lo antes posible.
La sonrisa de Mei Mei se ensanchó, satisfecha con la respuesta.
-Perfecto -dijo, inclinándose hacia adelante ligeramente-. Escuché que él salió embarazado y que engañó a Satoru, ¿es verdad?
Shoko tragó saliva antes de asentir lentamente.
-Sí...
-¿El hijo de quién es?
Shoko mantuvo la calma, aunque una punzada de rabia atravesó su pecho. No podía decirle la verdad, no podía exponer a Suguru más de lo que ya lo estaba haciendo.
-De un alfa. No recuerdo su nombre a la perfección... Suguru nunca lo mencionó -mintió con frialdad, esperando que Mei Mei no indagara más.
Mei Mei entrecerró los ojos, como si analizara cada palabra, pero no hizo más preguntas al respecto.
-Ok... -respondió lentamente antes de continuar-. ¿Y cuántos meses lleva embarazado?
-Un mes apenas lleva... -respondió Shoko, sintiendo cómo la culpa se acumulaba en su pecho con cada palabra.
Mei Mei se puso de pie, alisándose el traje con movimientos elegantes y calculados.
-Excelente -dijo con una sonrisa que parecía afilada como una navaja-. Bueno, querida, sanaré sus deudas por el trato. Disfruten su salvación.
Con esas palabras, tomó los maletines vacíos y se dirigió a la puerta, dejando a Shoko en un silencio cargado de culpa y angustia. Utahime entró a la sala poco después, mirando a Shoko con preocupación.
-¿Qué le dijiste...?
Shoko bajó la mirada, las lágrimas amenazando con salir.
-Todo lo que necesitaba saber... para que nos dejara en paz.
Utahime apretó los labios, sabiendo que, aunque habían saldado sus deudas, el precio que habían pagado era mucho más alto de lo que cualquiera de ellas podía soportar.
..
Mei Mei viajó con determinación, el peso de sus planes en su mente, sin detenerse a considerar las implicaciones de sus acciones. Mientras su coche avanzaba por el camino, su rostro mostraba una expresión impasible, calculando cada movimiento, cada palabra que tendría que decirle a Suguru cuando lo encontrara.
El pueblo al que se dirigía era pequeño, apartado, casi perdido en el tiempo. Las casas de allí eran modestas, y el ambiente parecía tranquilo, pero eso no le importaba. Sabía que Suguru vivía en un lugar de lujo en medio de ese barrio humilde, oculto entre las sombras de las casas más simples.
Al llegar, Mei Mei se detuvo frente a una elegante casa con un jardín impecablemente cuidado. Sabía que estaba en el lugar correcto. Se bajó del coche con una sonrisa en los labios, ajustándose la chaqueta mientras observaba la propiedad desde la acera.
"Este será un buen lugar para hacer las cosas a mi manera", pensó, sus ojos brillando con una mezcla de ansias y frialdad. Estaba dispuesta a obtener lo que quería, sin importar el costo.
Mei Mei llegó a la casa de Suguru Geto con una sonrisa que no lograba esconder toda su emoción. Tenía una propuesta tentadora, un plan bien estructurado que sabía que pondría a Suguru en una posición complicada. En su mente, el tiempo se estaba agotando. Necesitaba a Suguru de su lado, y lo conseguiría a toda costa.
Cuando la puerta se abrió, Suguru apareció en el umbral, mirando con cierta desconfianza a la mujer que había llegado. Sabía que no podía confiar en ella, pero la situación no le dejaba muchas opciones. Mei Mei había encontrado su punto débil, y ahora ella iba a jugar con eso.
-¿Qué quieres? -preguntó Suguru, cruzando los brazos, sin disimular su molestia.
Mei Mei, con una sonrisa confiada, dio un paso adelante, mostrándole una gran maleta de dinero que había traído consigo. Suguru levantó una ceja, sin comprender del todo el motivo de su visita.
-He venido con una propuesta, Suguru. Un trato -dijo ella con una voz suave pero firme-. Una suma considerable de dinero solo por que vengas conmigo y digas que ya no amas a Satoru, directamente en su cara.
Suguru se tensó, y su mirada se volvió aún más dura.
-No tienes tantas opciones, Mei Mei -dijo, su voz cargada de desprecio-. No me importa tu dinero ni tus propuestas. Jamás haría algo así, no voy a traicionar a Satoru.
Mei Mei suspiró, sabiendo que tendía que ser más persuasiva si quería que él cediera.
-Oh, por favor, Suguru -dijo, burlona-. No seas tan orgulloso. Lo que te ofrezco es lo mejor para ambos. Tú y tu hijo estarán a salvo. Tendrás lo que siempre quisiste, una vida sin miedo, sin tener que huir. Todo lo que tienes que hacer es un pequeño sacrificio: reconocer que ya no amas a Satoru.
Suguru, aunque herido por sus palabras, se mantuvo firme.
-No quiero tu dinero, ni tus tratos. Satoru sigue siendo lo más importante para mí -respondió, pero su voz comenzó a vacilar al pensar en su hijo, en la situación en la que se encontraba.
Mei Mei, viendo que su objetivo estaba cerca, cambió de táctica. Se acercó a él con una sonrisa más suave, casi conciliadora.
-Lo entiendo, Suguru. Yo también sé lo que es tener algo que perder, y créeme, yo te ofrezco una salida. Con esta suma de dinero, podrás rehacer tu vida. Podrás darle a tu hijo un futuro, y tendrás protección para ti, sin que nadie te haga daño. No tienes que seguir huyendo ni vivir con miedo. Piensa en lo que te estoy ofreciendo.
Suguru se quedó en silencio, luchando con sus propios sentimientos. Sabía que su situación era desesperada, y que, por su hijo, quizás no podía seguir aferrándose a lo que había sido. El amor que aún sentía por Satoru era tan fuerte, pero la vida que le ofrecía Mei Mei parecía una salida, aunque amarga.
Finalmente, con una voz que apenas podía escuchar, dijo:
-Está bien... lo haré. Por mi hijo.
Mei Mei sonrió ampliamente, victoriosa. Sabía que había ganado.
-Eso es todo lo que necesitaba escuchar, Suguru. Ahora todo será más fácil. -Dijo, guiándolo hacia el coche que lo llevaría al encuentro que ella había planeado con Satoru.
El viaje fue largo, y mientras Mei Mei hablaba emocionada sobre todos los planes que tenía para su futuro con Satoru, Suguru no podía evitar sentirse cada vez más incómodo. Cada palabra de Mei Mei lo hacía sentirse más atrapado en una red que él mismo había ayudado a tejer. Su mente luchaba entre la culpa y la desesperación. Quería volver a tener lo que alguna vez había tenido con Satoru, pero sabía que estaba perdiendo algo aún más importante.
Mei Mei seguía hablando con entusiasmo sobre lo que harían, cómo Satoru y ella finalmente estarían juntos, y cómo todo encajaría perfectamente. Suguru, por su parte, asentía con una sonrisa forzada, mientras su corazón se rompía lentamente. Estaba a punto de entregar la última parte de su alma en un trato que nunca deseó hacer.
El coche seguía su curso por la carretera, la distancia entre Suguru y Mei Mei creciendo más con cada palabra que ella decía, pero de alguna manera, su presencia parecía envolverlo. Mei Mei seguía hablando con entusiasmo sobre su futuro con Satoru, sobre la "familia perfecta" que tenían planeada. Cada palabra era un recordatorio de todo lo que Suguru estaba perdiendo. El futuro que Mei Mei veía, brillante y lleno de promesas, le parecía distante, ajeno, como si fuera una vida que no le perteneciera.
-Y cuando todo esté bien, Suguru, todos esos problemas que arrastras desaparecerán. Yo me aseguraré de que tengas todo lo que mereces -prosiguió Mei Mei, mientras sus ojos brillaban con una intensidad que él no podía ignorar. Había algo en su voz, una frialdad bajo la superficie, que lo ponía aún más nervioso.
Suguru respiró hondo, luchando contra el torrente de pensamientos que lo invadían. ¿Realmente quería todo eso? ¿Una vida sin Satoru? El pensamiento de perderlo por completo, de entregarse a esta farsa, le llenaba el corazón de angustia. Y sin embargo, la verdad era clara: no podía seguir huyendo. Tenía que hacer lo que fuera por su hijo, aunque eso significara perder todo lo que alguna vez había querido.
-No sé si esto es lo correcto... -susurró Suguru, más para sí mismo que para Mei Mei. Las palabras salieron como un suspiro, casi como una pregunta no respondida.
Mei Mei lo miró con una ligera sonrisa de satisfacción. Sabía que estaba ganando terreno. Ya lo tenía justo donde quería. No importaba cuán dubitativo fuera, el trato ya estaba hecho. Solo quedaba ejecutar el plan.
-Lo que es correcto o no ya no importa, Suguru. Las decisiones ya están tomadas. Esto es lo que tenemos, y si me haces caso, todo será mucho más fácil para ti. No tienes que cargar con la culpa, solo con los beneficios. Créeme, cuando todo esto acabe, tú y tu hijo vivirán mejor. Todo estará bien.
Suguru cerró los ojos por un segundo, sintiendo el peso de sus propias dudas. ¿Estaba realmente eligiendo lo mejor para su hijo? ¿Estaba eligiendo el futuro que merecía, o simplemente estaba cediendo al miedo? El vacío en su pecho creció, y el dolor de la traición, de su propio fracaso, lo consumió un poco más.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, la voz de Mei Mei lo sacó de sus pensamientos.
-Estamos casi allí -dijo, mirando a través del parabrisas con una expresión satisfecha-. Pronto te liberarás de todo esto, Suguru. De todo.
El coche redujo la velocidad, y Suguru no pudo evitar mirar por la ventana. El paisaje era extraño, ajeno, como si estuviera entrando en un mundo del que ya no podía escapar. Sabía que en breve vería a Satoru, pero no en las circunstancias que había imaginado.
El corazón de Suguru latía con fuerza mientras el coche se detenía frente a un lugar que le parecía distante, vacío. Un escalofrío recorrió su cuerpo al darse cuenta de lo que había hecho.
-Aquí es -dijo Mei Mei, con una sonrisa que se sentía como una amenaza. Suguru no podía mirarla, pero se obligó a salir del coche, dando un paso más hacia su inevitable destino.
Y mientras caminaba hacia lo que sabía que era una trampa, una pequeña parte de él seguía esperando que, en algún lugar, Satoru pudiera salvarlo de sí mismo. Pero era una esperanza que se desvanecía lentamente, atrapada en el laberinto de sus propias decisiones.
---
Llegaron a su antigua casa... Suguru quería llorar, pero no se dejó. Entró cuando el Omega le pidió. Mei Mei ya tenía las llaves, ya que los padres de Satoru se las dieron, pensando que ella podría enamorar a Gojo para que se olvidara de Suguru. Pero todos sus intentos fueron fallidos. Suguru frunció el ceño al oler ese olor de menta intenso, señal de que un alfa estaba dolido y roto.
-Perdónalo si está tenso, no se ha tomado nada bien nada... -murmuró con una sonrisa.
Suguru entró a su antigua recámara, encontrando a Satoru llorando mientras abrazaba una foto suya que había puesto en un cuadro grande, como si fuera una obsesión.
-T-te extraño tanto... -dijo. Geto le dolió ver a su exesposo así. Sonrió dulcemente y habló-: Estoy aquí, Satoru... -dijo.
El alfa activó sus seis sentidos, mirando con sorpresa y emoción repentina al Omega. Satoru corrió desesperado a abrazarlo, mientras lloraba con una sonrisa en el rostro.
-¡ESTÁS AQUÍ, VOLVISTE! -gritó emocionado.
-¡PENSÉ QUE ME HABÍAS ABANDONADO... PERDÓNAME SUGURU POR TODO, FUI UN IMBÉCIL! POR FAVOR QUÉDATE CONMIGO TODA LA VIDA... INTENTEMOS LO DE NUEVO. ¡TÚ Y YO OTRA VEZ! ME DA IGUAL SI ESE HIJO NO ES MÍO, YO LO CRIARÉ COMO SI HUBIERA VENIDO DE MI!
Suguru se sonrojó e impactó por sus palabras, pero luego su rostro se apagó, recordando su trato con Mei. Agarró el rostro de Satoru, que empezaba a empapar su ropa con lágrimas.
-Satoru... -murmuró triste, mirándole de tal forma que Satoru supo que algo estaba mal. Quitó su sonrisa y se aferró a las piernas y cintura del Omega (Satoru estaba hincado).
Suguru levantó a Satoru, el cual aún sostenía su cintura.
-Satoru, lo nuestro fue un error... yo y tú solamente estábamos unidos por una obligación. Dar un descendiente digno, pero gracias a mi culpa... todo se arruinó... -dijo, desviando la mirada, dramatizando aunque fuera real.
Satoru lo miró con los ojos llenos de lágrimas.
-No te obligué a cuidar algo que no debes hacer, tú aún tienes un futuro próspero junto a Mei... yo solamente soy alguien que fue pasajero en su historia de amor...
Pero de la nada, Satoru empujó contra la pared a Suguru, quien se asustó al ver el rostro del alfa. Estaba molesto.
-¡NO, NO QUIERO INICIAR DE NUEVO CON ALGUIEN MÁS! ¡YO TE QUIERO A TI! SI NO ES CONTIGO NO QUIERO A NADIE MÁS. ME DA IGUAL SI NO ES MI HIJO, LO CUIDARÉ COMO SI LO FUERA. POR FAVOR SUGURU, YO TE DARÉ UN FUTURO, UN FUTURO JUNTOS! -gritó.
El Omega puso algo de distancia entre los dos.
-Y SI ES PORQUE NO TUVIMOS UN HIJO, PODEMOS HACERLO AHORA MISMO. NO TE DEJARÉ IR, YA NO MÁS! -gritó. Suguru, asustado, fue tumbado en la cama. El alfa se encimó sobre él, jadeando rápido por el estrés que llevaba dentro. Suguru estaba asustado y comenzó a recordar la noche en que Toji lo tomó sin su consentimiento.
-¡Satoru, por favor, reacciona! -gritó nervioso.
-¡NO, TE QUEDARÁS CONMIGO! -gritó Satoru.
-¡NO QUIERO, YA NO TE AMO! -dijo Suguru, pero de la nada, Satoru empezó a llorar.
-¡Perdóname si te presioné, pero por favor... no me hagas esto! -gritó Satoru entre lágrimas.
Suguru desvió la mirada, acercándose al alfa para abrazarlo. El abrazo duró una eternidad. Satoru se impregnaba del aroma de Suguru, y Suguru del de Satoru. Ambos se extrañaban, pero su amor era imposible.
Suguru salió con la mirada perdida. Mei sonrió dulcemente.
-El dinero se depositó en tu cuenta de banco -musitó.
-Bien... -respondió Suguru.
-Deberías venir a nuestra boda cuando nos casemos, prometo darte un lugar bueno... -dijo Mei.
Suguru solamente sonrió, ocultando su tristeza
Antes de que Suguru pudiera responder, escuchó un ruido detrás de él. Se giró y vio a Satoru, que lo miraba desde el marco de la puerta. Pero esta vez, no había tristeza en su rostro, sino un odio frío e intenso que lo hizo estremecer.
-Eres un maldito mentiroso, Suguru... -escupió Satoru, su voz temblando, no por lágrimas, sino por pura rabia contenida.
Suguru tragó saliva, pero no respondió.
-Todo esto... ¿era por dinero? ¿Por ella? -preguntó, señalando a Mei con desprecio-. Nunca me quisiste de verdad, ¿verdad?
-Satoru, yo... -intentó responder Suguru, pero el alfa lo interrumpió con un grito.
-¡ERAS TODO PARA MÍ! ¡Y AHORA ERES NADIE! -dijo, su voz quebrándose. Dio un paso atrás, como si no pudiera soportar estar cerca de él-. Espero que el dinero valga más que lo que teníamos.
Suguru bajó la mirada, incapaz de responder. Mei solo observaba con una sonrisa victoriosa en su rostro.
Sin decir nada más, Satoru se dio la vuelta y desapareció en el interior de la casa, cerrando la puerta de un golpe. Suguru sintió que su pecho se hundía, pero no podía hacer nada.
Mei rompió el silencio.
-Parece que lo tomó... peor de lo que esperabas -murmuró con una risa ligera.
Suguru no respondió. Solo se dio la vuelta y se marchó, llevándose con él el peso del odio de Satoru, que sabía que nunca lo perdonaría.
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Satoru se reprimió, tragándose las palabras que deseaba gritar. Se dio la vuelta lentamente y volvió a su habitación, cerrando la puerta con un golpe sordo. Una vez dentro, miró el marco con la foto que había pedido especialmente de Suguru. Esa imagen que antes llenaba su corazón ahora lo asfixiaba.
Sin pensarlo dos veces, lo tomó con ambas manos y lo lanzó con fuerza al suelo, rompiéndolo en mil pedazos. Satoru se quedó de pie, inmóvil, apretando los puños mientras sus uñas se clavaban en sus palmas. Sentía una mezcla de rabia, tristeza y un vacío que no podía llenar.
Apretó los dientes, luchando por no llorar, pero no podía contener las lágrimas de pura frustración.
Mei Mei entró en la habitación tras escucharlo. Su rostro mostraba una expresión preocupada, pero sus ojos brillaban con esa calculadora astucia que la caracterizaba. Se acercó a Satoru y lo abrazó por la espalda, recargando suavemente su barbilla en su hombro.
-No te sientas mal, querido... -murmuró con un tono que destilaba falsedad-. Yo le pedí a Suguru que arreglara las cosas contigo. Quería que fueran felices de nuevo... pero él pidió dinero a cambio. No lo pude creer, pero quería verte feliz, aunque... veo que no sucedió.
Satoru cerró los ojos con fuerza, sintiendo que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. Pero decidió creer ciegamente en las palabras de Mei Mei, su mente y corazón destrozados buscaban algo a qué aferrarse.
-Basta... -dijo con la voz rota, respirando profundamente para controlarse-. Ya obtuve mi respuesta. Ahora lo que importa es que tú serás mi esposa...
Mei Mei sonrió triunfante, una victoria silenciosa pero evidente. Lo abrazó más fuerte, apoyando su cabeza contra su espalda.
-Prometo hacerte el hombre más feliz... -susurró con suavidad.
Satoru no respondió. Sus puños seguían apretados, al punto de que sus nudillos se pusieron blancos. Solo podía pensar en Suguru. En cómo ahora era libre. En cómo podía estar con quien quisiera... mientras él se quedaba atrapado en una vida que no deseaba.
Mientras tanto...
Suguru salió de la casa con el corazón hecho pedazos. Llamó a un taxi y subió, intentando mantener la compostura, pero en cuanto las puertas se cerraron y el vehículo comenzó a avanzar, su fachada se desmoronó.
Se sentó encorvado, apoyando la frente contra el vidrio de la ventana mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos.
-¿Cómo pudo malinterpretarlo tanto? -se preguntaba en voz baja, con el rostro inundado de dolor.
El trayecto hasta su casa fue eterno. Cada segundo lo sentía como un peso que lo hundía más. Había esperado con todas sus fuerzas que Satoru lo entendiera, que viera más allá de sus palabras, pero todo se había torcido de la peor manera posible.
Cuando finalmente llegó a casa, pagó al conductor y entró lentamente, cerrando la puerta detrás de él. Se dejó caer contra la pared, con la mirada perdida en el vacío.
-Quizás esto es lo mejor... -susurró para sí mismo, pero su voz temblaba, incapaz de convencerse de sus propias palabras.
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Suguru intentó seguir con su rutina diaria, aunque su mente seguía atrapada en los recuerdos y las palabras de Satoru. Sabía que tenía que mantenerse ocupado, así que se enfocó en su labor de cuidar y apoyar a los niños de los barrios más pobres.
Aquel día, como todos los demás, los pequeños corrían emocionados hacia él en cuanto lo veían llegar. Algunos lo abrazaban por la cintura, mientras otros jalaban su mano para que los siguiera. Suguru no podía evitar sonreír ante la inocencia de los niños, aunque en el fondo su corazón aún cargaba con un dolor silencioso.
-¡Suguru, tu cabello es tan lindo! ¿Podemos peinarlo otra vez? -preguntó una niña con ojos brillantes mientras sostenía un peine viejo y algunas cintas de colores.
Suguru se arrodilló frente a ellos, dejando que su cabello cayera en cascada por sus hombros.
-Claro, hagan lo que quieran. Pero no lo hagan tan complicado, ¿de acuerdo? -bromeó con una sonrisa suave.
Los niños se reunieron a su alrededor, fascinados por la suavidad y el brillo de su cabello. Algunos trenzaban pequeñas secciones, mientras otros decoraban las puntas con las cintas que habían encontrado.
-¡Suguru es como un príncipe! -dijo uno de los niños, provocando risas en el grupo.
-¿Un príncipe? -repitió Suguru, riendo levemente mientras levantaba la vista hacia ellos-. Creo que estoy muy lejos de eso, pero gracias.
Aunque se sentía agotado emocionalmente, el cariño de los niños era lo único que lograba calmar su tormento interno. Ellos no le pedían nada a cambio, y eso hacía que su compañía se sintiera pura y sincera.
Al terminar, los pequeños le mostraron con orgullo su trabajo. Su cabello ahora tenía pequeñas trenzas decoradas con cintas de colores que no combinaban en absoluto, pero Suguru sonrió como si llevara la corona más elegante.
-¿Cómo me veo? -preguntó, fingiendo un tono serio mientras se miraba en un espejo improvisado que le dieron.
-¡Guapísimo! -gritaron los niños al unísono, riendo con alegría.
Suguru se echó a reír con ellos, sintiendo cómo, aunque fuera por un momento, el peso en su pecho se aliviaba un poco.
Pero cuando los niños volvieron a jugar y él se quedó solo por un instante, su mente regresó a aquella habitación, a los ojos llenos de rabia y odio de Satoru. Sus dedos se crisparon, y una sombra de tristeza cubrió su rostro.
-Quizás esto... es lo único que necesito ahora... -murmuró, mirando a los niños correr y reír a lo lejos, tratando de convencerse de que podía seguir adelante, aunque el vacío en su pecho se sentía más grande que nunca.
...
Jekeje me encanta ver sufrimiento de estos dos, eso les pasa por hacerme llorar con sus muertes jekeje 🥰😍
Bno ahora sí me despido
No sin antes presumir los dibujos k hize en mi escuela pedorra jekeje
DISCULPENME LAS MALAS ANATOMIAS ESQUE EN ESE MOMENTO NO TENIA UNA REFERENCIA
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