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El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando Suguru se despertó con una sensación de incomodidad en su espalda. Parpadeó lentamente, notando que estaba completamente envuelto en los brazos de Satoru, quien dormía profundamente, con su rostro enterrado en su cabello.

Intentó moverse, pero el Alfa no parecía tener intención de soltarlo. Suguru suspiró, resignado, y finalmente logró deslizarse fuera del abrazo con cuidado. Al incorporarse, se dio cuenta de que su cuello y hombros estaban ligeramente entumecidos por la posición en la que había dormido toda la noche.

—Genial… —murmuró para sí mismo, estirándose mientras lanzaba una mirada al todavía dormido Satoru. Este, con el cabello revuelto y una expresión de completa paz, parecía demasiado cómodo como para molestarlo.

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Minutos más tarde, ya en la cocina, Suguru preparaba un desayuno sencillo: cereal con leche y fruta picada. Era lo más práctico, considerando que aún sentía el entumecimiento en sus músculos.

El sonido de pasos descalzos lo hizo voltear. Ahí estaba Satoru, despeinado y con los ojos todavía medio cerrados.

—Buenos días, dormilón. —Suguru dijo con un tono sarcástico mientras seguía cortando una manzana.

—Buenos días, amor. —respondió Satoru automáticamente, con una sonrisa somnolienta, ganándose una mirada severa por parte del Omega.

—No me llames así.

—¿Por qué no? Anoche no te quejabas. —bromeó Satoru, sentándose en la mesa con aire despreocupado.

Suguru rodó los ojos mientras servía los platos. Colocó uno frente a Satoru antes de sentarse frente a él, con una mueca evidente de molestia.

—¿Qué pasa contigo? —preguntó Satoru al notar su expresión.

—Estoy entumecido por tu culpa, Satoru. Dormir toda la noche abrazado no es tan cómodo como crees.

El Alfa dejó escapar una risa suave.

—¿Por mi culpa? No fuiste tú quien me pidió que me fuera, ¿o sí?

—Podrías haber sido menos pegajoso. —Suguru tomó una cucharada de cereal, evitando el contacto visual.

Satoru apoyó la barbilla en su mano, mirándolo con una sonrisa divertida.

—Admite que te gustó.

—No voy a admitir nada. —replicó Suguru rápidamente, aunque el leve rubor en sus mejillas lo delataba.

El silencio cayó entre ellos por un momento mientras comían. A pesar de las quejas, había algo reconfortante en la rutina sencilla de compartir el desayuno.

Finalmente, Satoru rompió el silencio:

—Entonces, ¿qué tienes planeado para hoy?

—Trabajo. —Suguru contestó sin levantar la vista.

—Hmm… qué emocionante. —respondió Satoru con sarcasmo, inclinándose un poco hacia él. —¿Y luego?

—Luego, descanso. No todo el mundo tiene el lujo de hacer nada y molestar a los demás, Satoru.

El Alfa sonrió con picardía.

—Molestarte es mi actividad favorita.

Suguru rodó los ojos de nuevo, pero esta vez no pudo evitar que una pequeña sonrisa se formara en sus labios. Aunque nunca lo admitiría en voz alta, esa dinámica entre ellos era algo que, en el fondo, le agradaba.

Suguru terminó su desayuno en silencio, dejando el plato en el fregadero antes de suspirar. Sentía los músculos tensos y decidió que un baño caliente sería la mejor solución. Sin decir nada más, se dirigió al baño mientras Satoru terminaba su propio desayuno, observándolo con una sonrisa apenas perceptible.

Al entrar al baño, Suguru cerró la puerta con cuidado. Encendió el grifo de la tina, dejando que el agua caliente llenara lentamente el espacio mientras el vapor comenzaba a envolverlo. Empezó a quitarse la ropa, disfrutando de la calidez que empezaba a relajar sus hombros. Cuando finalmente se metió al agua, un suspiro de alivio escapó de sus labios.

Todo estaba en calma, o al menos lo estaba, hasta que una voz familiar rompió el silencio.

—¿Te importa si me uno? —La despreocupada voz de Satoru lo hizo abrir los ojos de golpe.

Suguru giró la cabeza hacia la puerta del baño, ahora entreabierta. Ahí estaba Satoru, apoyado con confianza contra el marco de la puerta y mirándolo con esa sonrisa traviesa.

—¡¿Qué haces aquí?! —exclamó Suguru, llevándose las manos al pecho por reflejo, como si eso pudiera protegerlo del bochorno.

—¿Qué parece? Relajarme contigo. —respondió Satoru mientras ya comenzaba a quitarse la camiseta sin la menor vergüenza.

—Satoru, no hay necesidad de que…

Antes de que pudiera terminar, Satoru ya estaba entrando en el baño, deshaciéndose de sus pantalones y acercándose a la tina como si fuera lo más natural del mundo.

—Esto no es una buena idea… —murmuró Suguru, intentando sonar firme, aunque su voz temblaba ligeramente.

—¿Por qué no? Es solo un baño, Suguru. —replicó Satoru con una sonrisa, metiéndose en la tina frente a él.

El Alfa dejó escapar un largo suspiro de satisfacción al sumergirse en el agua, extendiendo los brazos a los bordes de la bañera.

—Ah, esto está genial. —comentó como si nada, cerrando los ojos con una expresión de absoluta comodidad.

Suguru lo miraba con incredulidad, completamente sonrojado.

—¡¿Qué demonios estás haciendo aquí?!

—Relajarme, ¿qué más? —respondió Satoru, abriendo un ojo para mirarlo, divertido. —No seas tan rígido, Suguru. No es como si no nos hubiéramos visto desnudos antes.

Ese comentario hizo que el rostro de Suguru se calentara aún más.

—Eso no significa que quiera que pase de nuevo. —murmuró, desviando la mirada al agua.

El silencio se extendió por unos momentos, roto solo por el sonido del agua. Finalmente, Satoru habló, pero esta vez con un tono más suave.

—No te preocupes, no voy a hacer nada que no quieras. Solo pensé que sería agradable pasar algo de tiempo juntos.

Suguru seguía sintiéndose incómodo, pero las palabras de Satoru, aunque sinceras, no aliviaban completamente su nerviosismo. El calor del agua ya no parecía tan relajante, especialmente con las feromonas frescas y mentoladas del Alfa mezclándose con el vapor.

—Esto es raro, Satoru… —admitió Suguru finalmente, frotándose el puente de la nariz.

—¿Raro? ¿Por qué? —preguntó Satoru, inclinándose un poco hacia él, lo que hizo que Suguru retrocediera instintivamente. —Prometo comportarme.

Suguru dejó escapar un suspiro frustrado, mirando al techo como si buscara paciencia.

—Solo… quédate en tu lado de la tina.

Satoru levantó las manos en señal de rendición, esbozando una sonrisa traviesa.

—Lo que tú digas, Geto.

El silencio volvió, pero esta vez Satoru no podía evitar observarlo de reojo. Había algo en la expresión de Suguru, ese ligero rubor en sus mejillas, que lo hacía imposible de ignorar. Sin embargo, decidió controlarse. Lo último que quería era volver a poner una barrera entre ellos.

Por su parte, Suguru intentaba concentrarse en cualquier cosa excepto en el Alfa frente a él. Pero aun así, no pudo evitar sentir un pequeño nudo en el estómago. ¿Por qué Satoru siempre tenía que hacerlo tan difícil?

El silencio en el baño era casi palpable, solo interrumpido por el chapoteo del agua mientras Suguru se tallaba el jabón por el cuerpo. Sus movimientos eran meticulosos y un tanto rígidos, tratando de mantener la mayor distancia posible entre él y Satoru.

A pesar de sus esfuerzos, podía sentir la mirada de Satoru sobre él. Era incómodo, pero no sorprendente. Suguru intentaba mantenerse concentrado, evitando a toda costa darle alguna razón para hablar o, peor aún, para actuar.

Sin embargo, su tranquilidad se rompió cuando sintió unas manos en su espalda.

—¿Qué haces? —preguntó Suguru con un sobresalto, girándose ligeramente para mirar a Satoru, quien tenía una expresión despreocupada mientras sostenía el jabón.

—Te estoy ayudando. —respondió el Alfa como si fuera lo más natural del mundo.

—No necesito ayuda. —replicó Suguru, alejándose un poco, su cuerpo tensándose por la incomodidad.

—Vamos, Suguru. Es solo tu espalda. —dijo Satoru, acercándose un poco más. Su voz sonaba ligera, pero había algo en su tono que parecía un intento de reconectar con él.

—Satoru, en serio, no hace falta que... —comenzó a decir, pero su protesta se desvaneció cuando las manos del Alfa comenzaron a tallar suavemente su espalda.

El contacto lo dejó desconcertado. Suguru estaba tan acostumbrado a estar a la defensiva con Satoru últimamente que no sabía cómo reaccionar. Su primera reacción fue apartarse, pero cuando sintió la calidez y la gentileza en sus movimientos, se quedó inmóvil.

—¿Ves? No es tan malo. —comentó Satoru con una sonrisa suave, intentando aligerar el ambiente.

—Eso no significa que esté cómodo con esto. —murmuró Suguru, todavía rígido.

El silencio volvió por un momento mientras Satoru continuaba tallando su espalda, moviéndose con cuidado, como si temiera cruzar un límite.

Finalmente, Suguru dejó escapar un suspiro, relajándose ligeramente. No estaba seguro de por qué lo permitía, pero había algo reconfortante en el gesto, algo que no quería admitir en voz alta.

—No te emociones, Gojo. Esto no significa que esté bien con todo lo que haces. —dijo Suguru con un tono serio, pero sin la dureza de antes.

Satoru rió suavemente.

—No me emociono, solo aprovecho el momento.

Suguru negó con la cabeza, dejando escapar un leve suspiro. Quizás, solo quizás, podría permitirle ese pequeño gesto de cercanía. Después de todo, era mejor que el constante tira y afloja que siempre tenían.

Satoru salió de la bañera con pasos firmes, el agua aún goteando de su cabello plateado. Sus cejas estaban ligeramente fruncidas, y su expresión era una mezcla de molestia y frustración. Pero toda esa tensión pareció desvanecerse al instante cuando, al abrir la puerta, sus ojos se posaron en Suguru.

El Omega estaba de pie frente al espejo, probándose ropa. Había optado por una camisa ligeramente abierta, que dejaba entrever su clavícula, y un pantalón ajustado que destacaba sus curvas de manera perfecta. Pero aún seguía en bata..

Suguru, notando la mirada de Satoru, sonrió con un toque de coquetería.

—Ven aquí, necesito una opinión. —su voz era un susurro cargado de intenciones, como si buscara provocar al Alfa.

Satoru, que no esperaba ser descubierto tan rápido, intentó disimular su nerviosismo. Se tiró en la cama, con la bata todavía puesta, y se cubrió los ojos con el brazo mientras murmuraba:

—No sabía que necesitabas mi aprobación para lucir perfecto...

Suguru rió bajo, su voz acariciando el aire como un suave canto. Se giró hacia Satoru, quien lo observaba de reojo desde la cama.

—Estoy pensando en si ir formal o informal... —dijo Suguru, girándose ligeramente para mostrarse mejor.

Satoru lo miró fijamente, tragando saliva. Cada movimiento de Suguru parecía diseñado para tentarlo. Cuando el Omega desvió la mirada, todavía en bata, Gojo soltó un largo suspiro, tratando de calmar su corazón acelerado.

—Diría que no importa lo que uses... Siempre vas a llamar la atención de todos. —murmuró Satoru, con un deje de celos apenas perceptible en su voz.

Suguru alzó una ceja, disfrutando de la reacción de Satoru. Dio un paso hacia él, inclinándose ligeramente para poder mirarlo a los ojos.

—¿Eso fue un cumplido o estás preocupado? —preguntó con una sonrisa burlona.

Satoru se removió nervioso en la cama, desviando la mirada para no delatarse.

—No me hagas preguntas tan obvias... —gruñó.

Suguru soltó una carcajada suave, regresando al espejo. Mientras deslizaba su bata por sus hombros para cambiarse, el reflejo en el espejo le mostró los ojos intensos de Satoru sobre él.

—Si sigues mirándome así, Satoru... —dijo Suguru, su voz apenas un susurro. —Voy a pensar que te gusta más de lo que admites.

Gojo, sorprendido por la afirmación, no supo cómo responder. Se incorporó en la cama, frotándose la nuca y murmurando:

—Tal vez ya lo sabes...

Suguru se detuvo por un momento, sorprendido por la sinceridad en las palabras del Alfa. Pero no lo dejó ver, optando por cambiarse lentamente mientras una pequeña sonrisa se formaba en sus labios.

Suguru no pudo evitar reír ante la confesión de Satoru. Su risa suave resonó en la habitación, ligera, pero con un toque de coquetería.

—Eres todo un caso, Satoru... —dijo, mientras se dirigía hacia el probador en la esquina de la habitación, todavía con una sonrisa burlona en los labios.

Satoru, desde la cama, lo seguía con la mirada, completamente embelesado. El Omega había dejado caer la bata, quedándose solo con la camisa negra perfectamente ajustada a su cuerpo y un pantalón igualmente oscuro, que acentuaba cada uno de sus rasgos de manera casi criminal.

Suguru, al notar cómo los ojos de Satoru lo devoraban, giró ligeramente el rostro para mirarlo.

—¿Te gusta lo que ves? —preguntó con un tono burlón, ladeando la cabeza y dejando que un mechón de cabello cayera sobre su rostro.

Satoru estaba inmóvil. Su rostro completamente rojo, y para su desgracia, una pequeña gota de saliva comenzaba a asomarse en la comisura de su boca, como si estuviera literalmente babeando.

—¿Estás… babeando, Satoru? —dijo Suguru con una risa que no podía contener, llevándose una mano a los labios para intentar disimular.

El Alfa se sobresaltó, llevándose rápidamente una mano a la boca para limpiarse, aunque su rostro seguía ardiendo de vergüenza.

—¡No estoy babeando! —gruñó, aunque era evidente que estaba completamente atrapado por la imagen de Suguru.

El Omega negó con la cabeza, divertido, mientras entraba al probador. Desde dentro, se escuchó su voz:

—Si esta ropa te deja así, Satoru, no sé cómo vas a reaccionar cuando me veas arreglado del todo. —Soltó una pequeña carcajada antes de continuar. —Aunque creo que no sería justo seguir poniéndote en esa situación...

Satoru se dejó caer nuevamente en la cama, cubriéndose los ojos con un brazo.

—Dios, me va a matar... —susurró para sí mismo, su mente completamente revuelta por las imágenes de Suguru en ese atuendo negro.

Cuando Suguru salió del probador, con la misma ropa puesta pero ajustada perfectamente después de acomodársela, la escena fue como un golpe directo al corazón de Satoru. El Omega lucía impecable, con una confianza y elegancia que lo hacían aún más irresistible.

—¿Y bien? —preguntó Suguru, girando lentamente para darle a Satoru una vista completa.

El Alfa solo pudo mirarlo boquiabierto, completamente sonrojado, sin poder decir nada.

—Ah, olvídalo... No necesito tu opinión. —Suguru rió suavemente, tomando un espejo de mano para observarse mejor. —Ya sé que me veo increíble.

—Eso es un eufemismo... —murmuró Satoru, demasiado abrumado para resistirse.

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Suguru ya estaba a nada de irse hasta que;
—¡Espera, Suguru! —exclamó Satoru mientras veía al Omega dirigirse hacia la puerta.

Suguru se detuvo y lo miró por encima del hombro, arqueando una ceja.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó con un suspiro, viendo a Satoru apresurarse a cambiarse rápidamente y ponerse los zapatos.

—¡Voy contigo! —respondió Satoru, acomodándose el cabello con un gesto decidido.

—Pff… Satoru, es una reunión de trabajo, no una fiesta —replicó Suguru con una sonrisa burlona. Sin embargo, al ver la determinación en los ojos del Alfa, simplemente cruzó los brazos, resignado. —Está bien, pero vamos en tu coche mejor.

Satoru sonrió triunfante.

—Como tú digas, mi querido Omega~ —canturreó con descaro mientras se acercaba a Suguru.

Antes de que Suguru pudiera reaccionar, Satoru lo levantó en brazos con facilidad, cargándolo como a una princesa.

—¿Qué haces, Satoru? ¡Bájame ahora mismo! —exclamó Suguru, claramente sorprendido mientras se agitaba en los brazos del Alfa.

Satoru, sin embargo, lo sostenía firmemente, con una sonrisa traviesa en los labios.

—¿Por qué te quejas? Pensé que te gustaba cuando te trato como mi princesa —respondió, guiñándole un ojo con descaro.

Suguru lo miró con una mezcla de exasperación y diversión, cruzando los brazos como si estuviera resignado.

—Eres un idiota... —murmuró, pero una sonrisa suave se asomó en sus labios.

—Pero soy tu idiota, ¿no? —Satoru rió, ajustando su agarre para asegurarse de que Suguru estuviera cómodo mientras bajaba las escaleras con él.

Cuando llegaron al auto, Satoru lo depositó con cuidado en el asiento del copiloto, asegurándose de que estuviera cómodo antes de cerrar la puerta con un aire teatral.

—Ahí tienes, todo un servicio de lujo. —Satoru rodeó el auto y se subió al asiento del conductor, poniéndose las gafas de sol con un gesto exagerado.

Suguru lo miró, arqueando una ceja.

—Eres demasiado, Satoru...

—Lo sé, pero te encanta —replicó él, encendiendo el motor y arrancando con entusiasmo.

Durante el trayecto, Satoru no paraba de mirarlo de reojo, como si intentara descifrar algo en la expresión tranquila de Suguru. El aroma de lavanda que emanaba el Omega llenaba el auto, envolviendo a Satoru en una sensación cálida y tentadora.

—¿Qué? —preguntó Suguru, notando las miradas furtivas del Alfa.

—Nada, nada... —Satoru volvió su atención al camino, pero no pudo evitar sonreír. Cada segundo con Suguru lo hacía sentir como si el mundo entero desapareciera.

Finalmente llegaron al edificio donde Suguru tenía su reunión. Satoru estacionó y bajó rápidamente para abrirle la puerta.

—Tu majestad, hemos llegado a su destino —dijo, inclinándose en una reverencia exagerada.

Suguru rodó los ojos, pero no pudo evitar soltar una risa mientras bajaba del auto.

—Gracias, caballero. Ahora compórtate. Esto es trabajo, no uno de tus juegos.

Satoru asintió, pero no pudo evitar lanzar un último comentario mientras lo veía dirigirse al edificio.

—Oye, Suguru... No olvides que voy a estar aquí, esperándote.

Suguru se detuvo por un momento, volteando a verlo con una mirada suave. Sin embargo, algo en la actitud juguetona de Satoru lo hizo sentir un leve presentimiento. A pesar de la confianza en Satoru, Suguru no podía evitar pensar que podría perderse en los juegos del Alfa. Él sabía cómo Satoru a veces se dejaba llevar por su naturaleza juguetona y desinhibida. Esta reunión era importante y, aunque no quería admitirlo, temía que Satoru lo desestabilizara.

Satoru, con una sonrisa traviesa, decidió no dejar a Suguru caminar solo. Lo cargó nuevamente, esta vez hacia la sala de reuniones, haciendo que el Omega se sonrojara profundamente, avergonzado por la atención que estaban recibiendo de los empleados y otros visitantes. Las miradas curiosas no se hicieron esperar, y algunos no pudieron evitar sonreír al ver a Satoru cargar a Suguru como si fuera un niño.

—¡Satoru! ¡Deja de hacer esto! —se quejó Suguru, intentando zafarse, pero sin mucho éxito. No podía evitar sentirse incómodo mientras sentía las miradas sobre ellos. Satoru, sin embargo, parecía disfrutar cada segundo.

Cuando finalmente llegaron a la sala de reuniones, Satoru dejó a Suguru con cuidado sobre una silla, mientras se aseguraba de que todos los ojos estuvieran sobre ellos. Suguru, ahora aún más avergonzado, miró a su alrededor, deseando que el suelo se tragara.

En ese momento, la puerta de la sala se abrió, y Satoru irrumpió con una energía desbordante, saludando a los presentes.

—¡Un gusto, Zenin! ¡Me alegra que nos volvamos a ver! —exclamó Satoru, con una sonrisa amplia y una actitud completamente despreocupada.

Suguru, por su parte, solo pudo sonreír tímidamente, sintiendo la presión de la situación.

—¿Geto, Gojo? —dijo Naoya Zenin, quien estaba en la mesa junto a otros miembros de la familia Zenin. Parecía algo confundido al verlos entrar de esa manera.

Satoru no pudo evitar hacer una reverencia exagerada antes de tomar asiento, mientras Suguru suspiraba, intentando relajarse.

—Disculpen la demora... —se disculpó Suguru, notando las miradas curiosas de los presentes. Aunque trataba de mostrarse profesional, la tensión era palpable. Satoru, sin embargo, no parecía preocupado en lo más mínimo.

Satoru se acomodó en su silla con una sonrisa descarada, observando a todos en la sala, sin darle mucha importancia a la situación. Sus ojos brillaban con una mezcla de arrogancia y diversión.

Naoya Zenin, por otro lado, parecía no saber cómo reaccionar ante la actitud de Satoru. Había escuchado mucho sobre el matrimonio entre Geto y Gojo, pero nunca imaginó que fuera tan... peculiar.

—Entonces, ¿cuál es el tema principal de esta reunión? —preguntó Satoru con un tono ligero, sin perder su actitud relajada. Suguru, por su parte, trató de calmarse, tomando una profunda respiración antes de hablar.

—Disculpen, es solo que Satoru es... algo impulsivo a veces —dijo Suguru, mirando a los miembros de la familia Zenin mientras se ajustaba en su silla, intentando hacer que todo pareciera más profesional.

Naoya observó a ambos, sonriendo sutilmente, aunque no podía evitar sentirse algo incómodo por la dinámica entre ellos.

—Bueno, Geto, Gojo, supongo que lo que estamos aquí para discutir es la distribución de los recursos en la próxima reunión. —Zenin continuó, pasando a los asuntos más serios de la reunión, aunque el ambiente seguía algo tenso por la entrada de Satoru.

Satoru hizo un gesto con la mano, como si restara importancia a los detalles, pero su mirada se mantenía atenta, como si estuviera procesando todo lo que Naoya decía.

—Perfecto. Sigamos entonces —dijo Satoru, con un aire de suficiencia. Mientras tanto, Suguru simplemente se reclinó en su silla, cruzando los brazos, sabiendo que si se dejaba llevar, la reunión podría tomar un giro inesperado, pero confiaba en que lograrían manejarlo.

La reunión continuó, aunque con un toque de incomodidad en el aire, especialmente cuando Satoru hacía comentarios que dejaban claro su falta de seriedad en momentos clave, mientras que Suguru intentaba que las cosas siguieran su curso.

Finalmente, después de unos minutos de discusiones formales, Naoya lanzó una mirada a Suguru.

—Así que, ¿cómo va todo con ustedes dos, Geto? —preguntó con un tono curioso, dejando caer la pregunta como si no fuera importante, pero con una sonrisa ladina.

Suguru sintió el peso de la pregunta y dejó escapar un suspiro antes de responder. Sabía que no podía evitarlo, pero aún así se sintió ligeramente avergonzado por el interés que estaban mostrando.

—Todo bien, Zenin. Simplemente estamos... ajustándonos. —Respondió Suguru con una sonrisa diplomática, tratando de desviar la atención.

Satoru, sin embargo, no podía dejar pasar la oportunidad de añadir su toque personal a la conversación.

—Sí, es una relación... bastante interesante, ¿verdad? —dijo, mirando a Zenin con una sonrisa burlona. Suguru, resignado, simplemente se echó hacia atrás en su silla, sintiendo cómo la incomodidad de la situación aumentaba.

Zenin lo miró unos segundos, evaluando la situación con una ligera sonrisa antes de seguir con la agenda. Sabía que no había mucho que pudieran hacer para cambiar la dinámica entre los dos, pero al menos la reunión seguía adelante, con un aire algo peculiar y, en cierto modo, divertido.

La atmósfera en la sala de reuniones se sentía densa, el aire pesado con la tensión que se había acumulado después de las palabras de Naoya Zenin. Satoru Gojo y Suguru Geto se encontraban sentados frente a él, junto con otros miembros de la familia Zenin. La charla había sido civilizada hasta que Naoya, con su habitual arrogancia, soltó un comentario que, en ese momento, parecía como una provocación directa.

—Solamente te sientes bien porque tienes a la zorra de tu Omega junto a ti… —dijo Naoya, soltando una risa burlona mientras los demás miembros de la familia Zenin lo seguían con sonrisas cómplices.

Suguru se tensó inmediatamente, su rostro se endureció. No era una sorpresa que Naoya siempre intentara subestimarlos, pero esta vez, había tocado un nervio sensible. Satoru, que hasta entonces había mantenido su sonrisa tranquila y su actitud relajada, cambió en un instante. La calma en su rostro desapareció, reemplazada por una mirada de furia contenida.

Naoya, sin embargo, no se dio cuenta del peligro en el que estaba metiéndose. Pensó que podría seguir burlándose de ellos, sin prever la explosión que provocaría con sus palabras.

—¿Qué has dicho, Zenin? —preguntó Satoru, su voz baja, pero cargada de una amenaza latente.

Naoya, notando la intensificación de la atmósfera, intentó restarle importancia, como si todo fuera parte de un juego.

—Solo estaba hablando, Gojo —dijo Naoya, mientras los otros miembros de la familia Zenin se mantenían en silencio, observando. Pero la sonrisa de Naoya se desvaneció al ver que Satoru no tenía la misma disposición para seguirle el juego.

—No eres nadie para hablar de mi Omega —respondió Satoru, levantándose lentamente de su asiento. La energía de la sala cambió al instante, como si todo el aire se hubiera congelado.

Suguru, con la mandíbula apretada, se levantó también, dispuesto a intervenir, pero Satoru levantó una mano, indicándole que no lo hiciera. Su mirada estaba fija en Naoya, que ahora parecía dudar, aunque su orgullo no lo dejaba retroceder.

Naoya se cruzó de brazos, con una sonrisa que trataba de mantener, pero sus ojos ahora reflejaban incertidumbre.

—¿Y qué? —preguntó, intentando mantener la compostura. —¿Te molesta que lo diga? Sabes que todos lo piensan, Gojo.

El ambiente se volvía más denso con cada palabra, y Suguru apretó los dientes, sintiendo cómo la furia interna comenzaba a agitarse. No era solo una cuestión de orgullo; lo que Naoya había dicho sobre su relación con Satoru lo había tocado más de lo que habría querido admitir.

—Ya basta, Naoya —dijo Suguru con voz firme, interrumpiendo antes de que Satoru pudiera decir algo más. —No voy a tolerar tus comentarios despectivos. No eres nadie para juzgar nuestra relación.

Naoya levantó una ceja, sorprendiendo a todos con la respuesta decidida de Suguru. Miró a Satoru y, con un tono sarcástico, intentó humillarlo aún más.

—¿Así que ahora tienes que proteger a tu Omega, Gojo? —dijo, buscando molestar, pero esta vez, algo en su tono ya no sonaba tan seguro.

Satoru, que había estado manteniendo el control de la situación, finalmente se acercó a Naoya, caminando hacia él con pasos lentos pero firmes. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, lo miró a los ojos, su expresión fría, y sus palabras salieron con una claridad mortal.

—No soy tu subordinado, Zenin, y mucho menos tu objeto de burla —dijo con voz baja, pero cortante.

Naoya, ahora visiblemente molesto, levantó una mano como si fuera a responder, pero la mirada de Satoru lo detuvo. La tensión en la sala era palpable, los miembros de la familia Zenin permanecían en completo silencio, mirando el enfrentamiento, conscientes de que había más en juego que una simple discusión.

Suguru se quedó al margen por un momento, dejando que Satoru manejara la situación. Aunque su furia estaba a punto de estallar, confiaba en que Satoru sabía cómo lidiar con la situación. Sin embargo, cuando Naoya lanzó su última provocación, algo dentro de Suguru se rompió.

—Solo lo toleras porque él te pertenece —dijo Naoya, señalando con un gesto despectivo hacia Suguru. —Y sabes que sin ti, sería el solo un Omega más.

Las palabras fueron como un puñetazo en el estómago para Suguru. Aunque sabía que Naoya no tenía ni idea de lo que estaba diciendo, la insinuación era suficiente para hacerlo sentir vulnerable, para hacerle cuestionar por un momento todo lo que había estado construyendo con Satoru.

Pero Satoru, al verlo reaccionar, ya había dado un paso adelante, desafiando a Naoya de una manera tan abrumadora que este, por fin, se quedó callado.

—Si sigues hablando de esa manera, Zenin, va a ser lo último que hagas —dijo Satoru con una sonrisa peligrosa, casi como si estuviera disfrutando del miedo que había instado en Naoya.

La sala de reuniones quedó en un silencio absoluto. Nadie se atrevió a hablar, y la tensión seguía colgando como una amenaza latente. Naoya no dijo nada más, y aunque su orgullo estaba herido, sabía que no podía ganar esa pelea.

Suguru respiró hondo, aún con el ceño fruncido, pero dejó que el silencio reinara por un momento. Había algo en la forma en que Satoru manejó la situación que lo hizo sentir protegido, pero también avergonzado por lo que había dicho Naoya. Sin embargo, sabía que no podía dejar que ese tipo de provocaciones los afectara más de lo necesario.

Satoru finalmente rompió el silencio, con una sonrisa juguetona, como si nada hubiera pasado. —Sigamos con la reunión, ¿les parece? —dijo, mientras se volvía hacia los demás miembros de la familia Zenin, sin siquiera mirar nuevamente a Naoya.

La tensión finalmente comenzó a desvanecerse, pero el daño ya estaba hecho. El conflicto había quedado marcado, y la atmósfera seguía cargada, aunque por el momento, la reunión continuó sin más interrupciones.

A pesar de la tensión que había marcado el inicio de la reunión, las horas siguientes transcurrieron con una calma sorprendente. Satoru, con su carácter usualmente relajado pero certero, consiguió suavizar el ambiente al dirigir la conversación hacia los demás miembros de la familia Zenin. Había algo en su presencia que lograba desviar la atención de las tensiones, siempre con una sonrisa encantadora y una actitud que, aunque desafiante, era difícil de resistir.

La conversación pasó a temas más neutros y de interés común, con Satoru estableciendo una línea de diálogo fluida con los presentes. Fue Mai Zenin, una joven beta con una actitud tranquila y observadora, quien finalmente rompió el hielo de una manera que sorprendió a todos.

—Disculpen por la actitud de Naoya —dijo Mai, bajando la mirada con una ligera inclinación de cabeza. Su tono era sincero, aunque algo apenado. —Él no sabe cuándo detenerse. A veces su orgullo lo supera. Espero que no se haya interrumpido demasiado el ambiente.

Suguru, que aún sentía la incomodidad por las palabras de Naoya, miró a Mai y asintió lentamente. No tenía nada contra ella, y podía entender que ella no tuviera control sobre el comportamiento de su primo. Aunque, por dentro, se sentía aún algo molesto por lo sucedido, sabía que la disculpa era un gesto genuino.

Satoru, como siempre, mantuvo su tono relajado y sonrió. —No te preocupes, Mai. Todos sabemos cómo es Naoya, pero aprecio que lo digas. A veces, un buen recordatorio de modales es necesario, ¿verdad? —dijo, su tono desenfadado disipando el resto de la tensión.

Mai sonrió aliviada, agradecida por la respuesta. El resto de los miembros de la familia Zenin, que parecían haberse sentido incómodos con el enfrentamiento, también relajaron sus posturas. El ambiente, aunque nunca completamente tranquilo, comenzaba a volverse más profesional y menos cargado de conflictos personales.

Naoya, por su parte, ya había salido de la sala poco después del intercambio, claramente molesto pero sin atreverse a decir más. Su partida, aunque no fue anunciada, dejó una sensación de alivio entre los presentes, quienes agradecieron el regreso a una atmósfera más civilizada.

La reunión, que había comenzado con tanto frenesí, continuó con un flujo mucho más tranquilo y eficaz. Satoru, a pesar de su humor y de la tensión del momento, se mostró completamente enfocado en los asuntos importantes, dejando claro que, si bien las provocaciones podían venir de muchos lados, no interferirían con el trabajo en sí.

Finalmente, al concluir, Satoru se puso de pie, agradeciendo la paciencia de todos y asegurando que había sido un placer. Su habilidad para disolver el mal ambiente y convertir la situación en una oportunidad de avance dejó una impresión duradera. Suguru, al final de la reunión, se acercó a él, aún con algo de incomodidad en su rostro, pero reconociendo que, al final, todo había salido bien.

—Gracias por calmar las cosas, Satoru —dijo Suguru en voz baja, mientras se dirigían hacia la salida de la sala.

Satoru simplemente sonrió, su mirada suave y tranquila como siempre. —Lo hicimos bien, Geto. Solo tienes que recordar que no todo es batalla. A veces, solo hay que mantener la calma y dejar que las cosas sigan su curso.

Y con esa última reflexión, ambos abandonaron la sala, dejando atrás la tensión y el aire pesado que una vez se había apoderado de la reunión, con un pequeño respiro que marcaba un final satisfactorio para un encuentro que, al principio, parecía haber estado destinado al desastre.

Suguru, al principio, se mantuvo en silencio mientras salían de la sala de reuniones. Su expresión, usualmente calmada y equilibrada, ahora estaba marcada por una dureza que Satoru no podía pasar por alto. El ambiente en el aire había cambiado de inmediato, y Satoru pudo notar el ligero cambio en su postura.

—Suguru... ¿Qué pasa? —preguntó Satoru, sorprendido al ver la distancia repentina. Su tono era suave, pero la confusión era evidente en su voz.

Suguru lo miró de reojo, sus ojos algo fríos. La irritación comenzaba a crecer dentro de él, aunque trataba de mantener la compostura. Satoru, aunque siempre calmado, había cruzado un límite que no debería haber tocado en ese momento.

—Lo que pasa es que empeoraste la situación con los Zenin —dijo Suguru, deteniéndose en su paso. Su voz estaba más baja de lo habitual, pero cargada de tensión. —¿De verdad pensaste que interrumpir la reunión y provocar a Naoya iba a mejorar algo?

Satoru se detuvo también, mirándolo, sintiendo el cambio repentino en la atmósfera. No esperaba esta reacción de Suguru, quien siempre había sido más tolerante con las travesuras de Satoru, incluso si a veces no las aprobaba.

—Suguru... —Satoru comenzó, un tanto atónito por la seriedad en el tono de su compañero. —Yo solo... estaba tratando de aligerar el ambiente. Sabes que a veces no puedo quedarme callado, pero no pensaba que causaría tanto problema.

Suguru soltó un suspiro, su ceño fruncido no desapareciendo. No era que no entendiera el estilo de Satoru, pero a veces las cosas no eran solo un juego. Esta vez, con los Zenin, las tensiones habían sido más graves de lo que Satoru había percibido.

—No se trata de aligerar nada, Satoru —respondió, sus palabras medidas, pero con un aire de frustración. —Lo que hiciste fue empeorar las cosas con Naoya, y tú lo sabes. Esa actitud tuya siempre arruina las oportunidades de hacer las cosas bien.

Satoru sintió cómo el peso de las palabras de Suguru comenzaba a calar en su interior. Por un momento, no supo qué decir. Le molestaba ver a Suguru molesto, especialmente porque él nunca se había mostrado tan distante.

—No quería... —dijo finalmente, en un susurro, con la cabeza algo agachada. Su orgullo no le permitía admitirlo tan fácilmente, pero algo en la atmósfera le decía que debía hacerlo. —No quería que te sintieras así.

Suguru lo observó en silencio durante unos segundos, como si estuviera evaluando sus palabras. La tensión en su rostro comenzó a suavizarse lentamente, pero su frustración seguía presente.

—No siempre es un juego, Satoru. A veces necesitamos hacer las cosas de manera más... sutil —dijo con voz firme. —La diplomacia tiene más poder que tus bromas.

Satoru asintió lentamente, comprendiendo finalmente el punto de Suguru. No le gustaba admitir que había cometido un error, pero también sabía que no siempre podía hacer las cosas a su manera. A veces tenía que escuchar, y más importante aún, respetar las preocupaciones de Suguru.

—Lo siento —dijo sinceramente. —Prometo que la próxima vez lo pensaré mejor.

Suguru lo miró una última vez, sus ojos ya no tan duros. Asintió levemente, sin pronunciar palabra. No era tan fácil para él dejar ir las cosas, pero al menos había escuchado a Satoru. Después de todo, sabía que, aunque Satoru tuviera esa actitud desinhibida, su lealtad a él y su relación siempre había sido fuerte.

El silencio entre ellos se rompió cuando Suguru suspiró, su tono más tranquilo.

—Solo... ten cuidado la próxima vez —dijo suavemente. Sin mirarle

Satoru sonrió, aliviado de que Suguru no estuviera tan molesto como había aparentado. —Lo prometo, Geto.

Con esa pequeña reconciliación, ambos continuaron caminando hacia la salida, esta vez con una comprensión más profunda del otro. Aunque no todo estaba resuelto, era un paso hacia adelante.

El camino de regreso a casa fue tenso. El ambiente en el coche estaba cargado, y aunque Satoru intentaba romper el silencio, el peso de la distancia entre ellos era palpable. Suguru estaba sumido en su teléfono, enviando mensajes con sus empleados, como si Satoru no estuviera allí. La pantalla del celular reflejaba la concentración de Suguru, y Satoru no pudo evitar sentirse fuera de lugar, como si estuviera tratando de alcanzar a alguien que, aunque físicamente a su lado, estaba muy lejos emocionalmente.

Satoru observaba de reojo a Suguru mientras conducía, queriendo decir algo, cualquier cosa, para aliviar la tensión que se había instalado entre ellos. Sin embargo, se contenía. Sabía que no podía forzar una conversación si Suguru no estaba listo para hablar.

—¿Todo bien? —intentó finalmente, rompiendo el silencio con una pregunta que sonaba más como un susurro que una verdadera consulta.

Suguru levantó la vista de su teléfono, apenas cruzando miradas con Satoru antes de volver a concentrarse en la pantalla. Su expresión seguía siendo seria, casi irritada.

—Sí, todo está bien —respondió en tono breve, como si no quisiera profundizar más en el tema.

Satoru sintió una punzada en el pecho al escuchar la falta de calidez en su voz. Todo está bien... Eso era lo que siempre decía Suguru, pero Satoru sabía que no siempre era cierto. La forma en que su compañero se mantenía tan ocupado, tan apartado, solo alimentaba las dudas de Satoru. Quería acercarse a él, pero algo lo detenía, un instinto de no presionar más de lo necesario.

—Suguru, sabes que no quise empeorar las cosas, ¿verdad? —dijo, intentando nuevamente, pero esta vez con más seriedad.

Suguru dejó escapar un leve suspiro, finalmente mirando hacia afuera por la ventana del coche, evitando la mirada directa de Satoru. Sus dedos seguían deslizándose rápidamente sobre la pantalla de su teléfono, como si estuviera distraído por completo, pero Satoru sabía que en realidad estaba procesando todo lo que había sucedido durante el día.

—Lo sé, Satoru. Solo... —suspiró de nuevo, y por un momento, parecía que realmente quería hablar, pero se contuvo. —Solo me frustra que no pienses antes de actuar. A veces tus acciones afectan más de lo que te das cuenta.

Satoru sintió cómo el peso de sus palabras le caía sobre los hombros. No era la primera vez que Suguru le decía algo parecido, pero ahora, escucharlo tan distante, le dolía más. A pesar de su actitud desinhibida, Satoru no era insensible a los sentimientos de Suguru. Solo no sabía cómo hacer que las cosas volvieran a ser como antes.

—Perdóname —dijo finalmente, su tono sincero, aunque aún frustrado por no poder encontrar la forma de remediarlo. —Lo intentaré mejor la próxima vez.

Suguru no respondió de inmediato. El silencio entre ellos se mantuvo durante unos segundos, solo roto por el sonido del coche deslizándose por la carretera. Finalmente, Suguru puso su teléfono en el asiento y se inclinó hacia atrás, dejando escapar un suspiro profundo.

—Está bien —dijo, aunque la suavidad de sus palabras no era suficiente para borrar el malestar que había quedado en el aire. —Solo... dame un poco de espacio, ¿sí?

Satoru asintió, aceptando su solicitud sin decir nada más. Sabía que Suguru necesitaba tiempo para procesar las cosas a su manera. No siempre podía solucionar todo de inmediato, aunque deseara hacerlo.

Cuando finalmente llegaron a casa, Satoru apagó el motor y miró a Suguru, que había guardado silencio durante todo el trayecto. Era obvio que necesitaba un poco de tiempo para sí mismo. Satoru no lo presionó, simplemente abrió la puerta del coche y se quedó mirando a su compañero mientras salía. Sabía que las cosas no se resolverían de inmediato, pero esperaba que, con el tiempo, las aguas se calmaran.

—Nos vemos dentro —dijo Satoru con voz suave, y aunque Suguru no respondió, al menos lo miró antes de entrar a la casa, dejando en el aire la sensación de que, quizás, las cosas empezarían a mejorar.

Al menos, esa era la esperanza de Satoru.

-------------

Satoru suspiró profundamente mientras cerraba la puerta del coche, quedándose un momento en el camino que llevaba a la entrada de su casa. Observó cómo Suguru desaparecía en el interior sin siquiera mirarlo de nuevo. Aunque sabía que había herido sus sentimientos, la distancia entre ellos lo hacía sentirse impotente.

Cuando finalmente entró, la casa estaba en silencio. Suguru había ido directamente al estudio, como solía hacer cuando quería espacio. Satoru se quitó los zapatos y dejó caer su chaqueta en el perchero cercano, frotándose la nuca con frustración. No era del tipo que disfrutaba de los silencios tensos, mucho menos cuando el responsable de ellos era él mismo.

Después de unos minutos de indecisión, se dirigió a la cocina y comenzó a preparar algo de té, pensando en cómo podía romper el hielo. Mientras el agua hervía, no podía evitar repasar en su mente todo lo que había pasado durante el día. Quizás debió manejar la situación con Naoya de forma diferente, pero no podía quedarse quieto cuando alguien insultaba a Suguru de esa manera. ¿Era tan difícil para Suguru entenderlo?

Con la tetera lista, Satoru preparó dos tazas y se dirigió al estudio, golpeando suavemente la puerta antes de abrirla. Suguru estaba sentado frente a su escritorio, revisando documentos en su laptop. La luz tenue del lugar hacía que su rostro luciera cansado, pero su postura seguía siendo impecable.

—Te traje algo de té —dijo Satoru, entrando con cuidado y dejando la taza frente a Suguru.

—Gracias —respondió Suguru sin mirarlo, su voz calmada pero aún distante.

Satoru tomó asiento en el sillón que estaba frente al escritorio, con su propia taza en la mano. Durante unos segundos, el único sonido en la habitación fue el tecleo de Suguru en su laptop. Satoru, incapaz de soportar más el silencio, decidió hablar.

—Suguru, no puedo quedarme así. Necesito saber qué puedo hacer para arreglar esto.

Finalmente, Suguru dejó de escribir y levantó la mirada hacia Satoru. Sus ojos oscuros estaban llenos de emociones que trataba de ocultar detrás de su expresión neutral.

—No es algo que puedas arreglar con palabras, Satoru. —Suspiró y cerró su laptop, cruzando los brazos mientras se recostaba en la silla. —Sabes que te amo, pero... a veces siento que no piensas en las consecuencias de tus acciones.

—Claro que pienso, Suguru —replicó Satoru, inclinándose hacia adelante. —Pero no puedo quedarme quieto cuando alguien te insulta o te menosprecia. ¿Cómo esperas que lo haga?

—No estoy diciendo que te quedes quieto, pero hay formas de manejar las cosas sin empeorar la situación —respondió Suguru, con un tono que no era de enojo, sino de cansancio. —Lo de hoy con Naoya pudo haberse resuelto de forma diferente, pero tú decidiste enfrentarlo como si estuviéramos en un campo de batalla.

Satoru se quedó en silencio, procesando sus palabras. Por mucho que le doliera admitirlo, sabía que Suguru tenía razón. Había actuado impulsivamente, como solía hacerlo, sin considerar las repercusiones más allá de su necesidad de protegerlo.

—Tienes razón... —dijo finalmente, con un tono sincero. —No lo pensé bien. Pero te juro que todo lo que hago es porque quiero lo mejor para ti.

Suguru dejó escapar un suspiro, su expresión suavizándose un poco.

—Lo sé, Satoru. Y agradezco que quieras protegerme, pero no siempre necesito que lo hagas de esa manera. Somos un equipo, ¿recuerdas? Necesito que confíes en mí tanto como yo confío en ti.

Las palabras de Suguru tocaron algo profundo en Satoru. Se levantó del sillón y se acercó a él, tomando suavemente su mano.

—Lo siento, Suguru. Prometo que lo haré mejor. —Su tono era honesto, y sus ojos azules reflejaban arrepentimiento.

Suguru lo miró por un momento antes de apretar suavemente su mano, dejando escapar una pequeña sonrisa.

—Lo sé, Satoru. Pero la próxima vez, intenta pensar un poco más antes de actuar, ¿sí?

Satoru asintió, sintiendo que al menos una parte de la tensión se había disipado. Suguru tomó un sorbo del té que Satoru le había llevado y volvió a sonreír, esta vez con más calidez.

—Gracias por el té.

—Gracias por aguantarme —respondió Satoru con una sonrisa traviesa, inclinándose para besar la frente de Suguru.

El ambiente en la habitación se sintió más ligero, y aunque sabía que aún tenían cosas que trabajar, Satoru estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para asegurarse de que Suguru estuviera feliz a su lado.

Suguru dejó que Satoru lo besara en la frente, pero alzó una ceja al notar la mirada juguetona que le dirigía el Alfa.

—¿Qué estás tramando ahora? —preguntó, aunque ya sospechaba la respuesta.

—Nada, nada... —respondió Satoru, con una sonrisa descarada. —Solo me preguntaba si esta es una buena oportunidad para redimirme.

Suguru lo miró con escepticismo, pero no pudo evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios.

—Satoru, si quieres redimirte, empezarás por darme espacio cuando lo necesito.

—¿Espacio? —repitió Satoru, fingiendo horror. —¿Cómo puedo sobrevivir sin estar cerca de ti?

—Te las arreglarás —respondió Suguru, tomando su taza de té y dando un sorbo para ocultar su sonrisa.

Satoru suspiró dramáticamente antes de sentarse en el suelo, apoyando su barbilla en el borde del escritorio, mirando a Suguru con ojos de cachorro abandonado.

—Está bien, te daré tu espacio... pero solo si prometes que me darás algo a cambio más tarde.

—¿Algo como qué? —preguntó Suguru, arqueando una ceja.

—No sé, tal vez un beso... o dos. —Satoru alzó la mano, haciendo un gesto de "solo un poco más". —O tres, si me siento generoso.

Suguru rodó los ojos, pero no pudo contener la risa. A pesar de su frustración con Satoru, era difícil permanecer molesto con él por mucho tiempo. El Alfa tenía esa habilidad de derretir sus defensas con su encanto natural, aunque Suguru no pensaba admitirlo en voz alta.

—Eres un caso perdido, Satoru —murmuró, pero se inclinó ligeramente para dejar un beso rápido en su frente. —Ahora, vete antes de que me arrepienta.

Satoru sonrió ampliamente, poniéndose de pie con renovada energía.

—¿Ves? Sabía que no podías resistirte a mí. —Se giró hacia la puerta, pero antes de salir, se detuvo y miró a Suguru una vez más. —Oye, ¿sabes que te amo, verdad?

Suguru lo miró en silencio por un momento antes de asentir, su expresión suavizándose.

—Lo sé, Satoru. Yo también te amo.

Satoru salió del estudio con una sonrisa satisfecha, dejando a Suguru en paz para que terminara su trabajo. Mientras caminaba por el pasillo, decidió que tal vez era hora de empezar a pensar un poco más antes de actuar, especialmente si eso significaba evitar poner a Suguru en situaciones incómodas.

Aunque la discusión había sido tensa, al final sabía que habían salido fortalecidos. Satoru estaba dispuesto a aprender de sus errores porque, para él, no había nada más importante que la felicidad de Suguru.

Satoru caminaba por el pasillo casi dando brincos de alegría. "¡Al fin! ¡Lo dijo! Suguru me ama. ¡Lo sabía!" pensaba, con una sonrisa de oreja a oreja. Para él, esas palabras eran todo un logro, como si hubiera conquistado el mundo entero.

Sin embargo, en el estudio, Suguru permaneció sentado frente a su escritorio, sosteniendo su taza de té, pero sin beber. Soltó un largo suspiro y apoyó los codos en la mesa, llevando las manos a su rostro.

"¿Por qué sigo con esto?" se preguntó, sintiendo un peso incómodo en el pecho. Amaba a Satoru, claro que lo hacía, pero algo dentro de él no dejaba de recordarle que la forma en que manejaba la relación no era justa. ¿Realmente estaba siendo sincero? ¿Estaba construyendo algo sólido, o simplemente se dejaba llevar por las emociones del momento?

"Es Satoru," pensó, cerrando los ojos con frustración. "Siempre tan intenso, tan seguro de sí mismo... y yo, tan débil para ponerle límites."

Tomó un sorbo de su té, aunque el sabor ya no le resultaba agradable. Quería ser honesto con él, pero temía romper el equilibrio que habían conseguido. Después de todo, Satoru siempre lograba sacar lo mejor y lo peor de él al mismo tiempo. ¿Cómo confrontarlo sin arruinarlo todo?

Mientras tanto, en el pasillo, Satoru seguía celebrando su "triunfo", tarareando una canción mientras se dirigía a la cocina. Si hubiera sabido lo que pasaba por la mente de Suguru, probablemente habría vuelto corriendo para abrazarlo y prometerle que todo estaría bien. Pero en ese momento, Satoru estaba demasiado ocupado en su propia felicidad para notar las nubes que se acumulaban en el corazón de su Omega.

Suguru dejó la taza a un lado y miró hacia la ventana, donde el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte. "¿Cuánto tiempo más puedo fingir que todo está bien?" se preguntó, mientras el brillo de la tarde se desvanecía lentamente, reflejando la batalla interna que libraba dentro de sí mismo.

Satoru caminaba por el pasillo casi dando brincos de alegría. "¡Al fin! ¡Lo dijo! Suguru me ama. ¡Lo sabía!" pensaba, con una sonrisa de oreja a oreja. Para él, esas palabras eran todo un logro, como si hubiera conquistado el mundo entero.

Sin embargo, en el estudio, Suguru permaneció sentado frente a su escritorio, sosteniendo su taza de té, pero sin beber. Soltó un largo suspiro y apoyó los codos en la mesa, llevando las manos a su rostro.

"¿Por qué sigo con esto?" se preguntó, sintiendo un peso incómodo en el pecho. Amaba a Satoru, claro que lo hacía, pero algo dentro de él no dejaba de recordarle que la forma en que manejaba la relación no era justa. ¿Realmente estaba siendo sincero? ¿Estaba construyendo algo sólido, o simplemente se dejaba llevar por las emociones del momento?

"Es Satoru," pensó, cerrando los ojos con frustración. "Siempre tan intenso, tan seguro de sí mismo... y yo, tan débil para ponerle límites."

Tomó un sorbo de su té, aunque el sabor ya no le resultaba agradable. Quería ser honesto con él, pero temía romper el equilibrio que habían conseguido. Después de todo, Satoru siempre lograba sacar lo mejor y lo peor de él al mismo tiempo. ¿Cómo confrontarlo sin arruinarlo todo?

Mientras tanto, en el pasillo, Satoru seguía celebrando su "triunfo", tarareando una canción mientras se dirigía a la cocina. Si hubiera sabido lo que pasaba por la mente de Suguru, probablemente habría vuelto corriendo para abrazarlo y prometerle que todo estaría bien. Pero en ese momento, Satoru estaba demasiado ocupado en su propia felicidad para notar las nubes que se acumulaban en el corazón de su Omega.

Suguru dejó la taza a un lado y miró hacia la ventana, donde el sol comenzaba a ocultarse en el horizonte. "¿Cuánto tiempo más puedo fingir que todo está bien?" se preguntó, mientras el brillo de la tarde se desvanecía lentamente, reflejando la batalla interna que libraba dentro de sí mismo.

Suguru mantuvo la mirada fija en la ventana mientras el sol desaparecía tras el horizonte. Una sensación de vacío se instalaba en su pecho, una que no lograba ignorar, por más que intentara convencerse de que todo estaba bien. Cerró los ojos, dejando que su mente vagara hacia un recuerdo que creía haber enterrado hace tiempo.

Toji.


El nombre atravesó su mente como un rayo, acompañado de la imagen de aquel hombre que había significado tanto en su vida. Toji Fushiguro. Su relación con él había sido diferente, complicada, pero había algo en ella que ahora, al compararla con lo que tenía con Satoru, le hacía cuestionarse todo.

"No merecía eso," pensó Suguru, su pecho apretándose al recordar el dolor en los ojos de Toji la última vez que lo vio. Sabía que había cometido errores, que había dejado que su propia inseguridad lo guiara hacia decisiones egoístas, y que había terminado lastimando a alguien que no lo merecía.

Toji siempre había sido directo, intenso, pero también tenía un lado vulnerable que pocas veces mostraba. Suguru sabía que detrás de esa fachada dura había alguien que solo quería ser aceptado, querido. Y, sin embargo, él lo había alejado. Lo había dejado, creyendo que no podían funcionar, que eran demasiado diferentes, que Toji no encajaba en el mundo que él imaginaba para sí mismo.

"Fui un cobarde," se dijo, apretando los puños. "Lo dejé porque tenía miedo de lo que él despertaba en mí."

El recuerdo de la última "discusión" entre ellos volvió a su mente: Toji mirándolo con una mezcla de dolor, exigiendo respuestas que Suguru no supo dar. "¿Aun amas a tu esposo?", " No estas jugando conmigo ¿verdad?" había preguntado Toji, y aunque Suguru lo había negado, en el fondo sabía que algo de verdad había en esas palabras.

Ahora, con Satoru, todo era distinto, pero esa misma diferencia le hacía pensar en lo que había perdido con Toji. "Él merecía más. Merecía a alguien que lo valorara, que no huyera."

Suguru se pasó una mano por el cabello, frustrado consigo mismo. Toji era parte de un pasado que no podía cambiar, pero cuyo peso todavía sentía. Quizá por eso, a veces, con Satoru, se sentía atrapado entre querer construir algo nuevo y no repetir los mismos errores, y el miedo de volver a dañar a alguien que lo amaba.

Miró hacia la puerta, donde los pasos de Satoru resonaban en la distancia. "No puedo cambiar el pasado," pensó, dejando escapar un suspiro. "Pero debo encontrar la forma de no repetirlo."

Sin embargo, las dudas seguían ahí, como un eco persistente que no lo dejaba en paz.

Suguru suspiró, hundiéndose en el colchón mientras la oscuridad de la habitación lo envolvía. Cerró los ojos, tratando de calmar los pensamientos que lo atormentaban, pero era inútil. Todo se acumulaba en su mente, como si una tormenta se desatara dentro de él.

Satoru y Toji. Dos Alfas, dos relaciones completamente diferentes, dos caminos que le ofrecían cosas que no sabía si merecía.

"¿Qué estoy haciendo?" pensó, apretando las sábanas entre sus manos. Sabía que estaba mal permitir que Toji aún habitara su mente cuando había decidido estar con Satoru. Pero no podía evitarlo.

Dejó que sus pensamientos fluyeran, analizando todo, tratando de encontrar un sentido a lo que sentía.

Satoru Gojo

Pros:

Lo amaba, eso era innegable. Había algo en Satoru que lo hacía sentirse protegido, como si nada pudiera hacerle daño mientras él estuviera cerca.

Su ternura y sus gestos espontáneos llenaban el vacío que a veces sentía. Satoru era como un rayo de luz, siempre encontrando la forma de sacarlo de la oscuridad.

Su lealtad era inquebrantable. Satoru lo había elegido, y siempre hacía lo imposible para demostrarle cuánto lo valoraba.

Contras:

Esa misma intensidad podía ser asfixiante. A veces, sentía que Satoru lo idealizaba, como si no pudiera ver sus defectos, como si lo colocara en un pedestal al que nunca pidió subir.

Su impulsividad. Satoru actuaba sin pensar, y eso a menudo complicaba las cosas, como había pasado con los Zenin ese día.

Había momentos en los que no podía evitar sentirse más como un trofeo para él, un símbolo de conquista, que como alguien con quien realmente compartía una conexión profunda.

Toji Fushiguro

Pros:

Toji lo había desafiado de formas que nadie más había hecho. Con él, Suguru se sentía obligado a ser honesto, a enfrentarse a sí mismo, aunque doliera.

Su relación había sido más real, más cruda. Con Toji no había máscaras, ni promesas vacías. Había algo visceral en lo que compartían.

Toji lo hacía sentir vivo de una manera diferente, como si cada momento juntos fuera único, irrepetible.

Contras:

Su relación había sido complicada desde el principio. Toji cargaba con demasiadas actitudes extrañas, y eso a menudo los arrastraba a ambos a un lugar oscuro.

Toji era impredecible. Nunca sabía qué esperar de él, y esa incertidumbre lo había agotado.

Había dejado una herida abierta entre ellos, una que nunca había sanado por completo.

No quería sonar clasista pero Toji, no le podía dar una vida estable a el..

Suguru se llevó una mano a la frente, suspirando profundamente. "¿Por qué estoy pensando en esto ahora?" Se sentía culpable, como si al comparar a Satoru con Toji estuviera traicionando al primero. Pero no podía evitarlo.

Abrió los ojos y miró al techo, intentando organizar sus pensamientos. Ambos Alfas habían dejado una marca en su vida, y aunque sabía que no podía cambiar el pasado, tampoco estaba seguro de estar haciendo lo correcto en el presente.

"Tengo que tomar una decisión."

Pero, por ahora, la idea de enfrentar lo que realmente sentía le parecía demasiado pesada. Cerró los ojos de nuevo, esperando que el sueño lo alcanzara, aunque sabía que esta noche sería difícil conciliarlo.

...

Suguru suspiró profundamente mientras observaba la pantalla de su teléfono. Había mandado un mensaje a Shoko después de dar vueltas en la cama durante horas, incapaz de ignorar los pensamientos que lo atormentaban.

"Creo que voy a terminar con Toji"

El mensaje había salido rápido, impulsivo, y no pasó mucho tiempo antes de que llegara la respuesta de Shoko.

"¿Qué? ¡Pero si ustedes se veían muy lindos juntos!"

Suguru apretó los labios, leyendo las palabras de su amiga. Claro, desde fuera parecía que todo estaba bien. Toji era encantador, atento, y siempre lo hacía reír. No tenían problemas reales, ni discusiones ni desacuerdos importantes. Pero desde que Satoru había comenzado a prestar más atención, desde que él había sentido el calor y la intensidad del Alfa de cabello blanco, algo dentro de él había cambiado.

"No se trata de cómo nos veíamos, Shoko," respondió finalmente. "Simplemente siento que esto ya no está bien… Toji merece algo mejor, alguien que esté completamente con él."

No pasó mucho tiempo antes de que llegara otra respuesta.

"¿Estás segura de que no estás apresurando las cosas? Toji te quiere, eso es obvio. No tienes problemas con él, ¿entonces por qué romper algo que funciona?"

Suguru dejó escapar otro suspiro, dejando el teléfono a un lado. Cerró los ojos y se permitió un momento para reflexionar. No podía negar que Toji era un gran Alfa. Era el tipo de persona que cualquiera querría a su lado: fuerte, confiado y completamente devoto. Pero últimamente, Suguru sentía que había algo más llamándolo, algo más intenso, algo que solo Satoru parecía despertar en él.

Tomó el teléfono de nuevo y escribió:

"Sé que Toji no ha hecho nada malo, pero… creo que me estoy aferrando a algo que ya no siento igual. No quiero herirlo más tarde. Es mejor terminar ahora que alargarlo."

Esta vez, Shoko tardó un poco más en responder. Cuando lo hizo, su mensaje fue breve, pero contundente.

"¿Esto tiene que ver con Satoru?"

Suguru se mordió el labio, incapaz de negar lo obvio. Claro que tenía que ver con Satoru. El Alfa siempre había estado ahí, pero últimamente, la atención que le estaba brindando lo había desestabilizado por completo. Cada mirada, cada sonrisa traviesa, cada momento juntos le hacía cuestionar todo lo que tenía con Toji.

"Tal vez," escribió finalmente. "Pero eso no cambia lo que siento. No puedo seguir con Toji cuando mi mente está en otro lugar."

La respuesta de Shoko llegó rápidamente esta vez.

"Suguru, solo asegúrate de que lo que estás haciendo sea lo correcto. No quiero que termines lastimando a Toji… o a ti mismo."

Suguru dejó el teléfono sobre la mesita de noche y se recostó en la cama, mirando al techo mientras su mente seguía enredada en pensamientos conflictivos. No podía evitar sentirse culpable. Toji no merecía esto, no merecía ser apartado sin una razón clara. Pero ¿acaso no sería peor seguir con él mientras su corazón comenzaba a inclinarse hacia alguien más?

Cubrió su rostro con las manos, dejando escapar un suspiro frustrado. Por mucho que intentara justificarse, la verdad era que no quería a Toji como antes. Y aunque Satoru era la razón principal de ese cambio, sabía que, tarde o temprano, tendría que enfrentar las consecuencias de sus decisiones.

El conflicto seguía creciendo en su interior, pero esa noche, mientras el sueño finalmente lo vencía, una decisión comenzaba a formarse en su mente: tenía que hablar con Toji. No podía seguir ignorando lo que sentía.

Mando un mensaje al número de su amante..
"podemos vernos en el bar de siempre?"
...

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(Pobre sugu, desearía no haber pedido ese encuentro 😞)
Pues bueno este cap fue algo corto por que el otro, uff c viene lo bueno y de una buena vez les este una pequeña advertencia.

Trabajaré lo más rápido posible en el nuevo cap, ya que si estara algo largo xDD

Bn0 me voy a la escuela

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