𝐕𝐢𝐠𝐢𝐧𝐭𝐢 𝐝𝐮𝐨
XXII
El rumor de haber visto a Simon Basset entrar a una joyería en donde el principal atractivo eran los anillos de matrimonio hacía que los desayunos matutinos tuvieran temas más jugosos que tratar entre las mujeres de la alta sociedad que, dentro del fondo de su corazón, extrañaban el drama que Lady Wistledown atraía a sus vidas. Por eso cuando ese número salió, el cotilleo no se hizo esperar.
Me gustaría decir que aquello fue indiferente para Alex, que tenía muchas cosas en qué pensar más allá de que ella misma había sido testigo de la información veraz de Wistledown— o Penélope, mejor dicho—, pero no era así. Le carcomía la conciencia que últimamente Simon estaba más fuera de casa que con ella, y ni siquiera sabía por qué.
¿Habría encontrado a alguien? Tendría que alegrarse por su amigo, podría ser feliz finalmente.
Tenía una opresión grande en el pecho y un nudo en la garganta cada que pensaba en que Simon últimamente le ocultaba cosas. Pero tampoco era como si pudiera hacer mucho, no tendría ese derecho, no podría preguntarle. Aún así pasó dos noches pensando antes de acostarse, cuestionando por qué aquello la afectaba.
Pero no quiso saber, y por eso no indagó más.
Tenía miedo de que la respuesta no le gustase.
—¿Quieres que te acompañe? —Alex movió la cabeza olvidando en lo que pensaba a la par que bajaba aquel número de Wistledown—. Al almuerzo con Anthony, ¿quieres compañía?
—No—Colin se sentó en una de las sillas del dormitorio de la joven y cruzó la pierna escuchando con atención lo que ella decía mientras le quitaba la revista—, sabré manejarme sola, Joanne servirá de chaperona hoy, te necesito escogiendo las piezas que se tocarán mañana.
—Supongo que te has encargado ya de eso, ¿qué es escoger para ti, Alex? —dijo conociéndola muy bien, porque del primer cajón de la mesa de noche, la duquesa sacó una hoja que le extendió donde tenía anotadas las canciones en un perfecto orden y con letra prolija.
—Puedes cambiar tres.
—¡Qué honor! —Colin agitó el volumen que tenía en la mano con una ceja alzada—. ¿Quieres que me encargue de esto?
—No me ha mencionado, no veo por qué actuar—respondió, y se levantó a alisar su cabello con el cepillo para evitar la mirada acusatoria que le lanzaba el Bridgerton.
—Puedes engañarte lo que quieras a ti misma, pero a mí no—Colin negó mientras se levantaba para después arrojarse sin mayor preocupación a la cama de su amiga—. Te conozco mejor que tú misma, algo de todo esto te está molestando, pero no quieres admitirlo.
—No tengo que admitir nada porque nada me molesta—Alex dio un tirón a su cabello, tanto así que hizo una leve mueca de dolor al ver que en el cepillo habían quedado algunos enredados.
—Tu actitud corporal dice otra cosa—canturreo el joven tratando de molestarla—. Sabes muy bien lo que te molesta, pero no quieres admitirlo porque estás nerviosa.
Alex rodó los ojos y se giró a mirarlo, Colin se cubrió con uno de los cojines previniendo que ella le lanzara el cepillo.
—¿De qué estaría nerviosa? —le preguntó dejando el cepillo a un lado—. Según tú, ¿qué es lo que tendría que admitir?
—Que Simon te gusta—declaró, y Alex lo miró extrañada. Colin vio que su amiga parpadeó varias veces, perpleja, y supo que tenía que continuar—. Pero no es nada malo, yo mismo estaría enamorado de él si me tratara de la misma forma que a ti.
Alex se sentó en la cama y, con el puño cerrado, golpeó débilmente dos veces la cabeza de Colin haciendo un ruido con la boca.
—Parece que no hay nadie ahí—se mofó—. Simon me trata así porque hicimos un acuerdo.
—Lo hizo también con Daphne, y la historia tiene otro final—contraatacó, y después se puso detrás de la joven, cubriéndole los ojos—. Tienes que abrir el panorama y la mente un poco. No hay peor ciego que el que no quiere ver—. Colin destapó los ojos de la joven y volvió a recostarse en su lugar.
—Ves cosas donde no las hay—renegó la joven girando los ojos una vez más—. Simon no planea casarse nunca, siempre lo ha dicho, está completamente fuera del alcance de cualquier mujer.
—Las cosas han escalado a otro nivel, ¿no te parece? —las preguntas retóricas de Colin estaban por colmarle la paciencia a Alex—. Cualquier persona con dos dedos de frente puede decirte que Simon está enamorado de ti hasta las trancas, en verdad, lo tienes loco y comiendo de tu mano, parece que no hay imposibles para Alex Spinster, pero el punto es que yo no te he preguntado por Simon—Colin sonrió muy ampliamente—. Te he dicho que a ti te gusta, y no lo has negado en ningún momento, ¿sabes por qué?
Alex negó con la cabeza con una ceja alzada levemente.
—Porque eres pésima para mentir y tu subconsciente te traiciona, Juliette—se burló, Alex lo miró mal—. Pero tranquila, todo tiene solución, ¡yo me encargaré de que ustedes dos se casen! —festejó levantando ambos pulgares—. Pero te costará, quiero que su primer hijo tenga mi nombre, y no me refiero a que sea el segundo, no, quiero que tu primogénito se llame Colin, no Alex Colin o algún nombre raro del que podrían burlarse en Eton College.
—¿Por qué asumes que lo enviaré a Eton College? —preguntó con los ojos entrecerrados acusatoriamente.
—Nuevamente no lo has negado, así que me diste la razón—Colin se levantó de la cama y caminó dando pequeños saltos de alegría—. Pero soy Colin Bridgerton, siempre la tengo. De cualquier modo, te dejo para que termines de alistarte para el almuerzo con mi hermano que probablemente ya se te olvidó.
—Eso no es verdad—le reclamó la joven volviéndose a levantar para cerrar la puerta de su habitación y entregarle la hoja de la música al chico—. Ninguna palabra a nadie sobre esto, ¿verdad, Bridgerton?
—Tienes mi palabra, Alex—dijo asintiendo y tomando la hoja—. Sacaré a pasear a tu perro antes de ir.
—Haz lo que quieras, pero encárgate de los pendientes, por favor.
Colin asintió otra vez, y tan pronto como Alex cerró aquella puerta, salió despavorido caminando a toda velocidad hasta llegar a la casa vecina.
Tenía mucho que contar;
Había cruzado los dedos al hacer aquella promesa.
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Nathaniel Williams se reunió con Anthony Bridgerton una hora antes del almuerzo que tendría lugar en Etxebarri, donde se servía comida italiana.
—Estoy contrarreloj—el Bridgerton se llevó las manos a la cabeza, Nathaniel bebió de su café negro mientras lo miraba—. Mañana es su cumpleaños, por favor, dime que tienes algo.
—Sí—asintió tímidamente el joven, de su maletín sacó unos papeles que colocó en la mesa—. Primeramente, es muy poco probable que el duque de Hastings le pida a Lady Spinster su mano en matrimonio el día de mañana, expedí un memorándum solicitando un informe sobre el estado del anillo a la casa joyera, y me afirmaron que no estará listo sino hasta dentro de diez días.
—¿No puedes detener eso? —preguntó Anthony de forma desesperada—. ¿El parlamento no está facultado para evitar que una familia ajena a los Spinster modifique el anillo?
—Somos sus albaceas pero no sus dueños—aclaró Nathaniel—. Tendría que ser notificada Lady Spinster, pero también sabría que hemos metido las narices en asuntos que no nos competen, entenderá que estoy atado de manos.
Anthony asintió de mala gana.
—Encontré dos formas diferentes, aún así creo que podría encontrar otra en donde no tendría que intervenir al parlamento, pero necesito tiempo.
—Es lo que menos tenemos—dijo Anthony en medio de un suspiro—. ¿Cuáles son las opciones?
—La primera sería un duelo entre el duque de Hastings y usted, si sale victorioso, los honores correspondidos le permitirían mantener su régimen de Vizconde, y Lady Spinster permanecería como duquesa de York.
—Alex me odiaría si hago eso—razonó el vizconde—. Además es ilegal.
—Apelaría al número de Wistledown en donde el honor de Lady Spinster se ve manchado, no es ilegal porque se estaría inmiscuyendo la corona—explicó Nathaniel—. Eso me lleva a mi segunda propuesta.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Anthony ahora más interesado.
—Lady Spinster es la única duquesa de línea consanguínea con la corona—Nathaniel abrió entonces el libro que contenía escriturado la línea de sucesión real—. Los otros duques del reino, exceptuando por supuesto al príncipe y duque de Wellington, el hermano del rey George, han sido nombrados honoríficamente pero no pertenecen a la familia real. El rey George y el difunto duque de York eran primos hermanos en una larga sucesión de varones primogénitos, la línea está limpia.
—Pero York tiene parlamento autónomo, Wellington no—dijo Anthony confundido—. Pensé que la línea se había perdido hace tiempo.
—El tátara-abuelo de Lady Spinster, el duque y anteriormente príncipe Ambrose Spinster, abdicó a sus derechos y obligaciones reales unos ciento veinticinco años antes de que Lady Spinster naciera, y Sir Geoffrey Spinster no los reclamó en su debido tiempo porque jamás tuvo problemas con el parlamento.
—¿Por qué hizo eso? —inquirió Anthony—. ¿Por qué abdicó?
—Según los registros reales, los de York, y lo que mi abuelo me contó alguna vez, lo hizo porque de esa forma renunciaba al subsidio que la corona debía otorgarle—explicó con detenimiento mientras señalaba los manuscritos—. Era la única forma, durante su periodo como príncipe ocurrió el Gran Incendio de Londres de 1666, su carta de abdicación señala que retirarse era lo más sensato porque, cito, donaba aquel subsidio para la reconstrucción de la ciudad, no le parecía vivir entre la gran riqueza si las personas morían de hambre. No le permitirían estar dentro sin todo lo que aquello implicaba. El ducado de York es autónomo en materia económica.
—¿Estás diciendo que Alex continúa en línea de sucesión? —Nathaniel asintió, después lo pensó otra vez y negó levemente.
—Si lo que pregunta es si Alex podría ser reina, la respuesta es no—afirmó—. El Príncipe George, el otro hijo del rey está primero, después continua el príncipe y duque de Wellington, su hija mayor ha sido tachada brutalmente porque decidió aislarse en un convento, pero su hijo Nikolai sí que puede, después está Alex.
—Imaginemos que Alex exige la devolución de sus derechos y obligaciones para con la corona—explicó moviendo las manos—. ¿No lo habría hecho ya, qué la detiene?
—No se ha sentado a pensar en eso porque le hizo la promesa a su padre sobre casarse—y se mordió el interior de la mejilla—. Fue tan repentino que el mismo día metió ella misma las cosas a sus valijas y se marchó de York. Ni siquiera pudo vivir su duelo tranquila. Lo que trato de decir con todo esto es que si Alex exigiera sus derechos reales, no le debería explicaciones al parlamento de York y este se disolvería porque su única lealtad es con la corona y el parlamento real del Reino Unido.
—¿Y su nombramiento? —Anthony debió hacer esa pregunta porque por dentro sabía que aquello pesaba mucho para la joven—. ¿El título, el que ahora debe otorgarle el parlamento?
—El único con facultad para dárselo es el rey George, y al ser de la familia real, debe ser en la iglesia porque su única ley en ese momento es Dios—explicó—. Y el rey jamás se negaría a dárselo si se lo pidiera ella misma, pelearía contra todos a pesar del estado en el que se encuentra. Lo hizo cuando Lord Geoffrey Spinster se lo pidió para que ella pudiera entrar a Oxford, la carta membretada estaba firmada por él después de adjuntar la de rechazo que jamás llegó a manos de Alex, tuvieron que hacerlo a pesar de que no deseaban tenerla entre sus alumnos por ser mujer, porque el rey les pidió una auditoria al respecto.
—¿Por qué lo hizo? —y Nathaniel le extendió un sobre con varias cartas dentro.
—Quince visitas a Buckingham Palace, si ve las fechas con detenimiento, se percatará de que todas ocurrieron un año después del terrible fallecimiento de la princesa Amelie que ocasionaría el punto de declive en la salud del rey—Nathaniel puso ambos codos sobre la mesa y descansó su cabeza entre sus manos—. ¿Alguna vez miró a la princesa Amelie, recuerda cómo era?
Anthony asintió.
—Muchas personas dicen que Lady Spinster se parece a su madre, pero aquello es una mentira garrafal—Nathaniel se ajustó los anteojos con simpleza—. Solamente es por el cabello, pero si la mira bien, Lady Spinster tiene todos los rasgos de la corona, así como los tenía el difunto duque. Es su primogénita, esa es la razón, pero si visualiza la imagen de ambas mujeres, podrá percatarse de que Lady Spinster se parece excesivamente a la difunta princesa Amelie, con la diferencia del cabello rubio de Amelie, por supuesto.
Anthony se echó para atrás en la silla, llamó a una de las empleadas y pidió un whisky que le fue negado por ser apenas las 10 de la mañana.
—Y yo que pensaba que ser vizconde era difícil—se quejó.
—Ser duque es difícil, ser duquesa muchísimo más, pero ser duquesa consanguínea con la corona es aún peor—afirmó Nathaniel—. Tiene que convencerla de exigir sus derechos reales, recuperar su subsidio, y que participe en sus obligaciones reales también.
—¿Y el parlamento de York?
—Se trata de ponerlo en una balanza— Nathaniel miró su reloj de bolsillo y comenzó a guardar aquellos documentos apresuradamente mientras se ponía de pie—. Si ella obtiene sus derechos, el parlamento desaparecerá, pero puede tener una corte que involucre a los nobles de York, sería un poco más de trabajo, pero ella sabrá manejarlo. Si encuentro alguna otra forma, se lo diré de inmediato. Lady Spinster estará por llegar y espero que no me vea junto a usted, para su propio beneficio.
Anthony asintió con una sonrisa de medio lado, una vez que Nathaniel hubiera terminado de guardar todo, ambos hombres se estrecharon la mano.
—Muchas gracias, Lord Williams.
—No es nada, vizconde Bridgerton—afirmó—. Cualquiera sea la decisión de Lady Spinster, cuenta con mi total apoyo. Sus ideas son frescas y el parlamento de York es viejo, la limita demasiado. Aún así, los nobles de York hijos de los parlamentarios estamos en total acuerdo con Lady Spinster, no congeniamos con las ideas de nuestros padres, York necesita un cambio.
Nathaniel salió por la puerta principal apenas unos trece minutos antes de que Alex llegara acompañada de Joanne y Anthony la mirara.
Se sintió tonto por no tener flores, pero después improvisaría algo.
Ahora tenía un plan y debía ponerlo en marcha.
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