Capítulo 3
Capítulo 3
Me miré en el espejo, contemplándome con inseguridad y resignación.
El vestido esmeralda que había elegido para el baile del Emperador caía perfectamente ajustado a mi figura, con un escote sutil y mangas largas que terminaban en delicados encajes. La falda era fluida, lo suficientemente elegante para el evento, pero no tan exagerada como para destacar demasiado.
Había considerado usar el blanco que mis damas habían confeccionado especialmente para este viaje, pero rápidamente descarté la idea; lo último que quería era que me echaran a cañonazos de Coruscant por atreverme a rivalizar con los colores imperiales. Una mala decisión de vestuario y seguramente terminaría siendo un mal ejemplo diplomático… o algo peor.
Mientras ajustaba el broche dorado en mi cintura, me encontré reflexionando, algo cómicamente, sobre todo lo que podría salir mal esa noche: tropezarme con el vestido, derramar una copa de vino sobre alguien importante, o peor aún, tropezarme con una copa de vino sobre el Emperador. Lo que fuera, seguramente encontraría la forma de hacer el ridículo.
La puerta de mis aposentos se abrió suavemente, y Veyra, mi nueva dama de compañía twi’lek, apareció en el umbral. Sus tentáculos rosados se movieron con un leve balanceo mientras inclinaba la cabeza ligeramente hacia un lado.
— Señora, ¿tiene intenciones de presentarse al…? —su pregunta se interrumpió al verme ya vestida y lista. Su expresión se suavizó un poco, aunque no se permitió mucho más que eso—. Es hora de salir, excelencia.
Asentí, tomando un último respiro frente al espejo. Mis nervios se intensificaron al imaginar los cientos de ojos que estarían sobre mí. Esto no será tan malo, intenté convencerme, aunque mi mente ya estaba elaborando una lista interminable de catástrofes potenciales.
Salimos de la habitación y Veyra me guió por los interminables pasillos del Palacio. Traté de mantener mi andar seguro y elegante, aunque sentía que cada movimiento era torpe y calculado. Finalmente, llegamos al salón de baile, y el sonido de la música me envolvió como una marea. Las grandes puertas se abrieron, revelando un espacio magnífico lleno de políticos, nobles y oficiales imperiales, todos vestidos para impresionar.
Me quedé en el umbral, respirando hondo una vez más. Esta era mi primera prueba real en el corazón del Imperio. ¿Qué podría salir mal? La respuesta, probablemente, era todo. Pero ya no había vuelta atrás. Con la cabeza en alto y una sonrisa cuidadosamente ensayada, di mi primer paso al interior del salón de baile.
El salón de baile era una maraña de luces brillantes, música clásica imperial y conversaciones que se entrelazaban en un zumbido constante. Decidí deambular entre los grupos de asistentes, sintiéndome como una pieza fuera de lugar en este juego de apariencias cuidadosamente construidas. Mi mirada se desvió hacia el fondo de la sala, donde una oscura figura encapuchada se erguía sobre un trono ornamentado, rodeada por oficiales imperiales que reían con una rigidez totalmente ensayada.
Reconocí al Emperador al instante y su apariencia me resultó más desagradable de lo que imaginaba.
Su piel era pálida y surcada de arrugas, tenía los ojos hundidos que parecían irradiar malevolencia, y una sonrisa... una sonrisa falsa que lanzó hacia un oficial que acababa de hacerle algún comentario que seguramente no era tan gracioso como pretendía. Hice una mueca de disgusto, incapaz de ocultar mi incomodidad al verlo. La idea de que alguien como él tuviera tanto poder era profundamente perturbadora.
Sentí un nudo en el estómago al notar la multitud de personas alrededor, cada una más extravagante y ostentosa que la anterior. Necesitaba algo para calmar los nervios. Localicé una bandeja con copas de un líquido brillante de color azul celeste.
Tomé una copa, asegurándome de no beber demasiado rápido. Lo último que quería era tropezar con mi propia lengua y que la tontería más grande que dijera frente a los imperiales se convirtiesen en mis últimas palabras.
Sin embargo, mi momento de soledad fue interrumpido cuando un grupo de figuras se acercó a mí: un humano delgado con un uniforme imperial, seguido por un togruta de piel roja, una nautolana con tentáculos verdes que brillaban tenuemente bajo las luces, y un ithoriano que parecía desplazarse con arrogancia. Me miraron con curiosidad y respeto, inclinando ligeramente la cabeza en reverencia.
— Usted debe ser Lady Evren, la sobrina del Rey Arcturus de Yetune —habló el humano, con un tono que casi me hizo salir corriendo—. Es un honor contar con su presencia esta noche.
— Ah, eh… muchas gracias —respondí con torpeza, mientras intentaba no parecer tan nerviosa como me sentía. Mi voz sonó más aguda de lo que esperaba, lo que provocó una leve sonrisa en la nautolana.
El togruta inclinó su cabeza hacia mí, interesada. — Hemos escuchado mucho sobre su gobierno y sus tradiciones. Su reputación les precede.
— ¿Ah, sí? —sonreí ampliamente—. Bueno, eso es... interesante. Espero que solo hayan escuchado las cosas buenas, pero no porque tengamos cosas malas, es decir, todos los gobiernos tienen sus cosas malas, aunque la enfermedad de mi tío ya es bastante mala… Sin embargo, tenemos más cosas buenas, sí —intenté bromear, pero mi risa nerviosa me traicionó.
Los cuatro se miraron con escepticismo y yo quise hundir mi cabeza en la fuente de chocolate al instante, estaba segura de que mamá me habría dado una buena bofetada si hubiera estado presente. El ithoriano carraspeó antes de dibujar una falsa y asquerosa sonrisa en su rostro.
— Es… bueno ver que incluso en circunstancias tan formales, la realeza puede mostrarse tan... auténtica.
¿Auténtica? Traducción: patética, pensé mientras una sonrisa se congelaba en mi rostro.
La conversación continuó con preguntas superficiales sobre Yetune, sus costumbres y su política. Respondí lo mejor que pude, aunque mi ansiedad no dejaba de aumentar. Cada segundo parecía una eternidad, y aunque trataba de mantenerme educada, por dentro buscaba desesperadamente una forma de escabullirme sin parecer descortés.
— Disculpen, creo que olvidé algo en... algún lugar, sí. Fue un placer conocerlos —Hice una pequeña reverencia, aferrándome a mi copa como si fuera un salvavidas, y me deslicé fuera del grupo antes de que alguien pudiera detenerme.
Un maldito desastre, pensé mientras caminaba hacia el rincón más apartado que pude encontrar. Al menos había sobrevivido... por ahora.
Merodeé por el salón de baile como si estuviera en un campo de minas, evitando detenerme demasiado tiempo en un solo lugar para no dar pie a que alguien se acercara a hablarme. Mi mente estaba a toda máquina, evaluando rutas de escape entre los grupos de personas que charlaban animadamente o las parejas que se deslizaban por la pista de baile con una gracia abrumadora.
No quería interacción social, solo deseaba que el Emperador me viera actuar como una bonita muñeca a la que podía coleccionar para dejar mi planeta en paz e irme a dormir.
Sin embargo, mi suerte se agotó. En mi intento de rodear a una pareja que reía estridentemente, no vi venir a alguien en mi dirección. El impacto fue inevitable y chillé, sintiendo la copa resbalarse de mi mano. El líquido azul voló por el aire y cayó directamente sobre el uniforme impecable de la persona con la que choqué.
— Oh, no, no, no... —dije rápidamente, llevándome las manos a la boca mientras observaba con horror la gran mancha que había dejado en la parte delantera de su atuendo.
Levanté la vista para encontrarme con unos ojos rojos como el fuego que me observaron de inmediato bajo un rostro de piel azul pálido. Mi corazón se detuvo.
— Por favor, no se preocupe, señorita. Ha sido un accidente —habló con una voz tranquila y modulada, extendiendo una mano para tranquilizarme.
— Lo siento tanto, de verdad. Soy un desastre —balbuceé, incapaz de detener la avalancha de palabras torpes que salieron de mi boca—. No estaba mirando, iba distraída... ¡Oh, por los dioses! Su uniforme...
— Tranquilícese, está haciendo un escándalo —me exigió, de manera serena—. Es solo una copa derramada.
Lo miré mejor y me di cuenta de que su presencia era imponente, no solo por su estatura o el extraño color de su piel y ojos, sino por la forma en que se mantenía erguido, con una compostura perfecta. Su uniforme blanco y dorado (bueno, ahora manchado de azul) indicaba claramente un alto rango militar. Me pregunté si sería algún oficial importante del Imperio, pero no tenía ni idea de quién era.
— Permítame presentarme —habló como si me hubiera leído la mente, haciendo una leve inclinación de cabeza—. Soy el Gran Almirante Thrawn.
Sentí que mi rostro se ponía completamente rojo.
Un Gran Almirante. Claro, Evren, claro, choca con una de las figuras más importantes del Imperio y tírale la bebida encima. ¿Por qué no?
— Evren de Yetune —me presenté rápidamente, intentando una reverencia que salió más torpe de lo que debía—. Siento mucho lo ocurrido. De verdad, no suelo ser tan... despistada.
No tanto como ahora.
— Es un placer conocerla, Lady Evren —Thrawn me dirigió una leve sonrisa, o lo más cercano a una sonrisa que su rostro parecía capaz de expresar—. Y puede estar tranquila. No creo que este incidente quede registrado como un ataque directo al Imperio.
No pude evitar reír, aunque fue un sonido nervioso y medio ahogado. Me maldije internamente.
Desde pequeña me habían criado para enfrentarme a situaciones diplomáticas, para ser una figura impecable en eventos como este. Pero la gente de Yetune era tan diferente a la del Imperio... Allí no había Gran Almirantes con ojos rojos y piel azul… los había de color verde.
— Espero que no haya arruinado su noche —dije, todavía sintiéndome como una tonta.
— En absoluto. Aunque debo decir que su elección de bebida fue interesante. Zibarran Spark, ¿cierto? No es una elección habitual para alguien que intenta pasar desapercibida.
Lo miré sorprendida. — ¿Cómo lo sabe?
— La estuve observando hace un rato, Lady Evren —respondió, logrando que me sonrojara aún más—. Con todo el respeto, parecía una peonza en medio del salón.
No pude evitar soltar otra risita nerviosa ante su comparación y, a pesar de mi torpeza inicial, la conversación comenzó a fluir con más naturalidad. No obstante, mientras hablábamos, no pude evitar sentir que me estaba estudiando, como si cada palabra que decía o cada movimiento que hacía fuera analizado con precisión quirúrgica.
Thrawn no mostró el menor signo de incomodidad por mi nerviosismo. De hecho, parecía completamente dispuesto a alargar la conversación. Su mirada roja -directa, pero sin resultar intimidante- me estudiaba con una atención que me hacía sentir como si estuviera bajo un microscopio, aunque su tono seguía siendo cortés y relajado.
— Debe ser un cambio interesante venir del sistema de Yetune a un lugar tan distinto como el Palacio Imperial, ¿no le parece?
— Interesante es una palabra generosa para describirlo —respondí con una ligera sonrisa tensa, todavía sosteniendo la copa vacía como si fuera un escudo—. El Palacio es... imponente, sin duda. Pero es como entrar en otro mundo.
— No lo dudo. He oído hablar de Yetune, aunque mis viajes no me han llevado a ese planeta. ¿Es cierto lo que dicen de su biodiversidad y arquitectura?
Me enderecé un poco al escuchar su interés. Hablar de Yetune siempre me llenaba de orgullo, y por una vez, sentí que tenía algo que decir sin parecer una torpe completa.
— Así es. Mi abuelo, el anterior Rey Pólux, siempre ha sido muy protector con nuestras tierras y tradiciones. Yetune es un lugar lleno de vida: bosques densos, océanos inmensos, montañas cubiertas de niebla... Nuestra arquitectura está diseñada para integrarse en el entorno natural, así que todo parece formar parte del paisaje —Me detuve al darme cuenta de que estaba hablando con demasiado entusiasmo. Carraspeé y añadí: —Es un lugar hermoso, aunque muy diferente a esto.
— Suena fascinante —comentó Thrawn con un leve asentimiento—. Un mundo que valdría la pena visitar, no solo por su belleza, sino por lo que refleja de la gente que lo habita.
— Bueno, los habitantes de Yetune son bastante... únicos —respondí, tratando de no sonar demasiado crítica—. Tenemos un enfoque más relajado para muchas cosas. Supongo que, comparado con la formalidad del Imperio, podríamos parecer un poco... informales.
Thrawn esbozó lo que parecía ser una pequeña sonrisa. — La diversidad en perspectivas siempre es enriquecedora, Lady Evren. Aunque debo admitir que no todos en el Imperio sabrían apreciarla.
Lo miré con curiosidad, preguntándome si aquello era una crítica sutil a sus compatriotas. Pero antes de que pudiera decir algo, Thrawn inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera considerando algo.
— Si me permite la pregunta, ¿qué la trae aquí, a Coruscant? ¿Negocios diplomáticos en nombre de su tío, tal vez?
Mi corazón dio un pequeño brinco. La pregunta era completamente inocente, pero no pude evitar sentirme un poco expuesta. Tragué saliva y mantuve mi expresión tranquila.
— Digamos que mi visita tiene un propósito más personal —respondí, midiendo mis palabras con cuidado.
Thrawn arqueó ligeramente una ceja azul, claramente intrigado.
— ¿Personal?
—Bueno, en Yetune tenemos nuestras costumbres, pero también sabemos cuándo es necesario adaptarnos a nuevas... realidades —dije, manteniendo un tono casual y dando un sorbo a mi copa vacía solo para ocupar mis manos, Thrawn parpadeó—. Mi tío consideró prudente que alguien de mi posición... evaluara nuevas posibilidades en un entorno como este.
Él permaneció en silencio por un momento, pero su mirada se volvió más aguda, como si hubiera entendido algo que no había dicho en voz alta.
— ¿Se refiere a alianzas... estratégicas?
Mis mejillas se calentaron ligeramente. Claro, eso era una forma bastante elegante de describir lo que realmente significaba: buscar un marido.
— Algo así —admití con una sonrisa tensa, deseando que la conversación cambiara de rumbo.
Para mi sorpresa, Thrawn no se burló ni mostró la menor señal de desdén. En lugar de eso, inclinó la cabeza con una expresión reflexiva.
— Una misión delicada, sin duda. Coruscant no es un lugar fácil para alguien con su gracia y... franqueza.
— ¿Es un cumplido o un comentario sutilmente hiriente? —bromeé, tratando de aliviar mi incomodidad.
Thrawn sonrió, y esta vez fue un poco más evidente. — Ambos, quizás.
Por primera vez en toda la noche, solté una risa genuina. Había algo extraño en él, algo que no podía identificar del todo, pero que hacía que su compañía fuera menos aterradora de lo que había esperado.
Thrawn inclinó la cabeza con cortesía.
— Ha sido un verdadero placer conversar con usted, Lady Evren —dijo con ese tono sereno que parecía controlado, pero no carente de calidez—. Espero que nuestras conversaciones no terminen aquí. Estoy seguro de que volveremos a encontrarnos.
¿Volveremos a encontrarnos? ¿Me estaba amenazando o lo decía en serio?
Sentí cómo un ligero calor subía desde mi cuello hasta mis mejillas. ¿Por qué me ponía tan nerviosa? Tal vez era su mirada penetrante, o la seguridad con la que hablaba.
— Yo… claro, Gran Almirante —murmuré, mi voz un poco más baja de lo que pretendía. Forcé la sonrisa de una princesa y añadí: — También ha sido un placer.
Thrawn se despidió con una leve inclinación y se retiró, desapareciendo entre la multitud con la misma elegancia que solía ver en mi madre. Me quedé allí, paralizada por un momento, pensando si había sonado tan tonta como me parecía. Respiré hondo, intentando calmar el repentino torbellino de pensamientos en mi cabeza.
Sabía que tenía que dejar de perder el tiempo. Si había un momento para hablar con el Emperador, era ahora.
Observé hacia el fondo del salón, donde la oscura figura encapuchada permanecía sentada en su trono, rodeada de oficiales y figuras que parecían multiplicarse a medida que pasaba la noche. Me estremecí; había aún más personas alrededor de él que antes.
Intimidada ni siquiera comenzaba a describir como me sentía. No quería acercarme en ese momento. No cuando estaba tan rodeado. Necesitaba una estrategia. Necesitaba... a Veyra.
Comencé a buscar a la twi'lek entre la multitud, asumiendo que debía estar cerca. Sin embargo, pasaron los minutos y no la encontré. Una punzada de frustración se mezcló con mi creciente ansiedad. Necesitaba saber más sobre los oficiales del Imperio antes de cometer un error grave, y Veyra era la única que podía darme esa información.
Tomé una decisión. Salí del salón, esperando que quizá estuviera esperándome en los pasillos o en algún lugar cercano. La atmósfera fría y estéril del Palacio Imperial me envolvió mientras caminaba, el eco de mis pasos resonaron en las paredes, y por suerte, los pasillos se encontraban vacíos.
Estaba tan absorta en mi búsqueda que no vi lo que tenía delante hasta que choqué de lleno contra algo. Algo duro. Y metálico.
El golpe resonó en mis oídos mientras retrocedía un paso, frotándome el hombro adolorido. Lo primero que vi fue un panel negro brillante, seguido de un par de luces rojas parpadeantes y tubos extraños conectados a una superficie que parecía un pecho... ¿un pecho de metal?
Subí la mirada, solo para encontrarme con una figura alta y completamente negra. Su casco era pulido y tenía una forma peculiar, casi como el cráneo de un insecto, pero lo más inquietante era el sonido que emitía. Un resuello mecánico, lento y constante, como si estuviera luchando por respirar.
Mi primera conclusión fue inmediata: un droide.
Y no uno amigable como los que solía ver en Yetune. Este era el droide más tétrico que había visto en mi vida. Si alguien tuviera pesadillas con máquinas asesinas, seguramente se verían así.
— Oh, disculpa, no te vi —dije rápidamente, recomponiéndome. No quería parecer una descuidada, aunque técnicamente acababa de estrellarme contra un robot.
El droide no respondió. Solo me miró, o al menos eso parecía. Sus "ojos" eran dos lentes negros que no permitían adivinar lo que "pensaba".
Decidí aprovechar la oportunidad. — ¿Sabes? Ya que estás aquí, me vas a ayudar. ¿Has visto a una twi'lek rosa cerca? ¿Un poco más alta que yo, con una cara muy seria? Es importante.
Silencio. Hasta creí que el sonido de su respiración se había parado.
Fruncí el ceño, inclinándome un poco hacia él. — ¿Hola? ¿Me escuchas? —agité una mano frente a su "cara" y nada.
Empecé a desesperarme. ¿De qué servía un droide si ni siquiera respondía?
— ¿Disculpe? —casi salté ante la voz retumbante y con la que habló. Parecía incrédulo.
— Genial, está roto —murmuré para mí misma. Decidí tomar el asunto en mis propias manos, literalmente. Me acerqué al panel brillante de su pecho, que tenía varios botones y luces. Seguramente uno de ellos reiniciaba su sistema—. No te preocupes, he hecho esto antes. Bueno, en Yetune, pero los controles son los mismos —tarareé.
Estiré una mano para presionar uno de los botones, pero antes de que pudiera tocarlo, su mano enguantada en negro agarró mi muñeca con fuerza. Solté un grito ahogado.
— ¿Qué... narices cree que hace? — preguntó con lo que sonaba como irritación, aunque era difícil decirlo por el modulador de voz.
— Arreglarte —resoplé con obviedad, ignorando su agarre en mi muñeca—. Tienes un trabajo, ¿no? Ayudar a la gente…
— ¿Ayudar a la gente? —repitió lentamente, inclinando más su casco.
— ¿No es así? —fruncí el ceño—. Si no fuiste diseñado para eso, entonces ¿qué se supone que eres?
El droide permaneció unos segundos más en silencio hasta que su agarre en mi muñeca se intensificó y me estremecí, mirándolo con los ojos muy abiertos. Algo no iba bien.
— ¿Quién narices eres?
Su voz profunda, fría y cortante hizo que casi se me saliera el corazón por la boca. El agarre era tan fuerte que sentí que mi muñeca iba a romperse.
— Y-Yo... soy... —tartamudeé, completamente incapaz de articular una respuesta coherente.
— Responde —ordenó, aplicando más presión.
Estaba a punto de entrar en pánico cuando una voz conocida rompió la tensión:
— ¡Lady Evren!
Veyra apareció apresuradamente desde el otro lado del pasillo, luciendo aterrorizada. Percibí el miedo en sus ojos desde metros de distancia. Ella se detuvo en seco frente a nosotros e hizo una reverencia tan profunda que pensé que se caería:
— Milord Vader, por favor, disculpe a Lady Evren de Yetune. Acaba de llegar al palacio.
Vader.
Vader.
Vader… Darth Vader.
Mi mente tardó un segundo en procesar. Y cuando lo hizo, el mundo pareció detenerse. No era un maldito droide.
¡Había intentado esclavizar a Darth Vader presionando sus botones!
Sentí que toda la sangre abandonaba mi rostro mientras lo miraba con horror. Soltó mi muñeca bruscamente, como si yo fuera algo insignificante, y dio un paso atrás, todavía mirándome con su presencia intimidante.
— Será mejor que la vigile bien —le dijo a Veyra con una voz que parecía contener más amenaza de la necesaria—. Si la realeza no sabe de modales, enséñele a comportarse frente a sus superiores. A menos que quiera acabar muerta.
— Por supuesto, Milord, la corregiré cuanto antes —balbuceó Veyra rápidamente, sin levantar la cabeza.
Yo solo permanecí ahí, congelada como un pez fuera del agua, tratando de decidir si debería disculparme o simplemente correr. Pero mis piernas no se movían.
Vader me miró fijamente una vez más y finalmente se giró, alejándose con su capa ondeando detrás de él. Casi me derrumbaba en el suelo de no ser por el agarre de Veyra, que me devolvió una mirada llena de alarma y reproche.
— ¿Qué… Qué acaba de pasar? —mi voz fue un susurro, apenas audible.
— Acaba de enojar a Darth Vader —Veyra me miró como si quisiera enterrarme viva.
— ¿Ese es… Vader? —casi gemí, tratando de no parecer un cachorro asustado.
— Lord Vader, señorita Evren —me corrigió Veyra—. ¿Por qué diablos se le ocurrió tropezar con él?
— ¿Cómo iba a saberlo? —repliqué, mi tono casi histérico. Luego me agarré la cabeza con ambas manos—. ¡Estoy tan muerta!
Veyra se cruzó de brazos y me fulminó con la mirada. — ¿De verdad pensó que era buena idea acercarse a alguien que le saca tres cabezas y tiene puños de acero?
— ¡Yo qué sé! —respondí, levantando las manos en un gesto de defensa. Todavía podía sentir el hormigueo en mi muñeca donde me había agarrado—. Pensé que era un droide. Uno muy tétrico y grosero, pero un droide al fin y al cabo.
— ¿Un droide? —repitió, incrédula, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.
— ¡Es que no me lo imaginaba tan… metálico! —protesté, sintiéndome aún más ridícula con cada palabra que salía de mi boca.
— Lady Evren —dijo con un tono que daba a entender que mi nombre era sinónimo de desastre—, si quiere vivir para regresar a Yetune, no vuelva a tocar ni siquiera la sombra de Lord Vader.
— Lo tendré en cuenta —farfullé, todavía tratando de calmar mi respiración. Luego decidí que era hora de cambiar de tema antes de que mi humillación creciera aún más—. Veyra, ¿qué puedes decirme sobre los altos mandos del Imperio?
La twi'lek pareció dudar un momento, probablemente evaluando si aún era capaz de tomar decisiones inteligentes, pero finalmente suspiró y comenzó a hablar. — Bueno, entre los más destacados están, por supuesto, Lord Vader, el Gran Moff Tarkin, y el Gran Almirante Thrawn, junto a otros.
Al escuchar el último nombre, mi interés se despertó. — ¿Thrawn?
Veyra levantó una ceja lekku y asintió lentamente.
— Sí, es uno de los estrategas más brillantes del Imperio. Proviene de una especie llamada chiss, muy poco común en la galaxia. Es extremadamente reservado y calculador.
Mientras ella hablaba, mi mente regresó al Gran Almirante con quien había chocado momentos antes. Su tono tranquilo, sus palabras cuidadosas... Y esos ojos rojos intensos que parecían ver a través de mí. Me estremecí, pero no de la misma manera que con Vader.
— ¿Algo más sobre él? —pregunté, fingiendo interés casual mientras trataba de no parecer demasiado curiosa.
— Thrawn es conocido por su amor al arte. Muchos creen que utiliza las piezas culturales para entender a sus enemigos y anticipar sus movimientos. Es una mente brillante, pero también bastante enigmática.
— Arte, ¿eh? —murmuré, reflexionando sobre esta nueva información.
En Yetune, el arte era algo muy valorado, un reflejo del alma de una civilización. No podía evitar sentir una pequeña conexión con esa faceta del Gran Almirante, aunque también me inquietaba. Alguien capaz de leer a sus enemigos a través de sus costumbres culturales debía ser muy peligroso. Eso no era lo que mamá quería ni lo que mi planeta necesitaba.
— Le recomiendo no intentar chocar con él también —añadió Veyra con sarcasmo.
— Demasiado tarde —tarareé con inocencia, aunque una sonrisa nerviosa se dibujó en mis labios.
Decidí dejar de pensar en Thrawn y en su misteriosa forma de ser, al menos por ahora. Pero justo cuando estaba a punto de cambiar de tema, Veyra se tensó, mirando hacia el final del pasillo.
— Es mejor que regresemos al salón de baile —me habló en voz baja.
Seguí su mirada y vi una sombra oscura al final del corredor. No necesitaba más confirmación para saber que Vader seguía rondando cerca, probablemente escuchando nuestra conversación.
— Buena idea —admití, sintiendo que un escalofrío me recorría la espalda.
Caminamos juntas hacia el salón, y mientras cruzábamos las puertas, traté de recuperar algo de compostura. Esta noche ya había sido un desastre, pero quizás aún quedaba tiempo para redimirme.
O para meter la pata aún más.
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